009.


━━━━━ NINE ━━━━━

━ ꕥ ━

LA CALIDEZ ENVOLVÍA COMO nunca el esbelto cuerpo recubierto apenas por una fina capa de ropa, y sobre esta una extensa, aunque vasta cantidad de pieles en medio de la cama. Permitiéndole descansar incluso si la mullida cama rechinaba con sus descuidados giros a la mitad de la noche. Acompañada hasta el alba únicamente por la nacarada luz del fuego consumiéndose como la noche y su albor acariciando la tersa piel descubierta de su cuello, siguiendo por las clavículas hasta donde los cordones de lana exponían entre sus entrecruces la palidez misma provocando ansias para quienes transitaran por los aposentos escogidos personalmente por Magnus después de la discusión de días atrás.

La princesa permanecería bajo la protección de la hueste danesa siempre que la verdad permaneciera inmutable desde poniente. Siempre que la palabra de Karius no fuese distal a la de Lars, pues de ser contraria se desataría no solo un motín, sino un completo desastre atentando contra la dominancia hacia alguno de los dos.

La guerra entonces afectaría en grados catastróficos, destruyéndose a su paso gran parte de la comarca sin fijarse en el parentesco ni en el abolengo. La muerte era igual para todos, sin discriminantes ni piedad. Tarde o temprano se volvería la soberana de las almas rondando por la tierra a diestra y siniestra.

—¿Que harás?— cuestionó el viejo Magnus posado en su silla, cubriéndose las piernas con la manta de lana.

Petulante se mostraba la figura encumbrada del danés, estirando la espalda con un vano movimiento hacía atrás. Tirando fuertemente hasta escuchar un quejido partiendo parte de sus huesos, dividiendo sus articulaciones un breve instante antes de volver a respirar la monotonía de la vida cotidiana en Anvor. Cargaba consigo un balde de madera mugrienta rebosante con agua fría, traída desde los establos de los caballos. Un regalo especial para dar rienda al arduo entrenamiento de su calaña.

—Despertarla, he sido bueno con ella estos días, pero no podemos postergarlo más— encogió los hombros, derramando un poco de agua a sus pies.

Era inevitable pensar en su expresión una vez que el agua repleta de saliva de caballo, paja y una temperatura ciertamente baja hiciera contacto con el cuerpo de una mujer en cama, tapada y caliente. Aunque si se refería a Némesis entonces la coartada de la mujer tranquila se esfumaba cual humo por el aire. No obstante, mientras su mente divagaba de polo a polo, Magnus consideraba la verdadera razón de su pregunta atisbando su duda con cada una de las expresiones curiosas formándose en el joven rostro de Lars. Era un hombre cuyo destino brillaba como el mañana ardiendo con el sol. Destinado a más de una cosa, Magnus lo sabía, lo vio, lo sintió tan pronto toco su hombro el primer día desde su regreso.

—Muy en el fondo sabes a lo que me refiero con esa pregunta— intuyó, manteniendo la vista bien puesta en la pared del fondo—. ¿Que harás con la respuesta del poniente?

—Se verá una vez que esté presente aquí, de otra forma no puedo llegar a un veredicto completamente ignorante de la situación allá— siseó, afianzando el agarre sobre la cuerda picante sosteniendo a cada extremo por hoyos la cubeta—. Karius tiene la última palabra.

El viejo negó, sonriente meneando las albinas trenzas desdeñando por sus extremos, golpeteando ligeramente sus pómulos y parte de su gran barba.

—Los dos son testarudos— admitió—. Así que cualquier cosa contraria que se dijera entre los dos no sería más que combustible. El equivalente a alimentar al fuego.

Aquello le hizo esbozar una sonrisa, extendiendo cada comisura paulatinamente. Jamás le llevaría la contraria a alguien que lo conocía desde antes de que su mente pudiese procesar las tareas de su padre cuando era apenas un niño. Él y Karius habían sido criados en ese mismo campamento, ambos de la mano. Entrenados siempre con la misma dificultad, el mismo esmero y brutalidad. Guerreros vikingos completamente maduros contra el régimen imperial impuesto antes de las conquistas, datando tiempos cuando los alrededores no parecían tan caliginosos.

—Debes pensar Lars. Pensar como haría un líder— instintivamente giró la cabeza, dirigiéndola directamente al azabache apesadumbrado delante suyo, encogiéndose cual mosca—. No hagas lo que tu padre.

Al principio sintió un picor aumentándole en la garganta, convirtiéndose gradualmente en un pesado yunque de saliva pasándose a la boca del estómago. Las palabras quedaban cortas para rebatirle el comentario. Ya nada podía hacerse para defender a su padre, la traición era un terrible sacrilegio traído al pueblo. Se decía desde tiempos ancestrales que si la cabeza de la familia llegaba a deshonrar al resto, el primero en caer sería su primogénito, pues por él corrían fervientes torrentes con el mismo código.

—Magnus— mencionó, tensando la mandíbula hasta denotar las afiladas líneas de esta—. El día que eso suceda, quiero que me hagas un favor— suplicó, quebrándose el tono de la voz confirme el trémulo avance—. Atraviesa mi corazón con mi espada.

—No soy la persona a la que debas pedírselo— repuso—. Escogiste guerreros para pelear la batalla que se avecina, uno de ellos es responsable de ti como tu de él. Un lazo unido no por los dioses, sino por el destino. Esa persona, llegado el momento habrá de cumplir tu capricho, hijo— aseveró, desviando nuevamente la mirada hacia la calidez en su regazo, bosquejando una débil sonrisa entre los pelos canos cubriéndole la mitad de los labios—. Ahora, vete. Tienes una promesa que cumplir, no falles a tu palabra. No querrás hacer enojar a los dioses a tan temprana edad— desairó, echando al aire una risotada contagiando en cuestión de segundos al joven.

Reverencio con un gesto cansino usando la cabeza, siguiéndose por el largo pasillo abarrotado con hombres en los suelos, ebrios y dormidos. Todos advertidos boches antes de la estadía de la princesa y quien osará acercarse a su lecho sería despojado de sus testiculos frente al resto. Órdenes directas del mismo atravesando el umbral cubierto con una manta grisácea, apartándolo con el hombro para por fin mirar en el interior a la agotada señorita removiéndose en busca de calor a sus cobijas. En su lugar recibió una mirada considerada de su atacante preparando una mano bajo la base de la cubeta y la otra en el borde superior, resintiendo el ardor gélido picándole los dedos con el agua meciéndose dentro.

Escrutó las piernas blancas y tersas expuestas por la tela recorrida del blusón, elevándose a donde el peligro iba más allá con todo y el escote a punto de liberar una parte de su anatomía prohibida para los hombres del alrededor, incluso para él. Fue entonces que la reacción escaló fuera de si, impulsando el cuerpo hacia delante. El agua salió en una gran cantidad cristalina desplegándose al frente, primero empapando parte de las cobijas, pasando agresivamente a embeber el resto. Un fuerte jadeo la trajo en sí, abriendo la boca en reacción al frío endureciéndole la piel, secándole los labios y provocando que una onda de vapor subiera por los humedecidos ovillos dorados envueltos en rulos desaliñados por sus hombros y cabeza, comenzando a desenvolverse en cascadas sobre sus pechos, alcanzando a cubrir la expuesta aureola del pezón.

—Buenos días, princesa— instigó con sorna, dejando a un lado su balde para pasar a recargarse en la pared de manera vaga.

La expresión horrorizada en el rostro de Némesis fue la razón de su regocijo, pues tan pronto como tiró de un cabello pegado a su rostro debido a la humedad notó no solo un montón de suciedad, pero también la saliva del jamelgo en largas tiras babosas y transparentes.

—Acabas de darte un baño, toma tu ropa y cámbiate, te veré abajo— aludió, dando una palmada lo suficientemente fuerte como para traerla de vuelta, colérica.

—Voy a destrozarte— amenazó.

—Usa esa energía para nuestro entrenamiento— guiño, dándose media vuelta antes de que el demonio en los orbes desvelados pudiera surgir.

Por donde palpara se percibía la humedad traspasando a su palma, y de tan solo considerar la saliva de los animales del establo se levantó abruptamente, arrancándose la ropa puesta para arrojarla al rincón con cierto asco, cambiándose a las habituales mientras las arcadas picaban fuertemente. Una vez que estuvo lista buscó la espada, siendo lo único a su alcance la funda de cuero con una espada de madera en su interior. Posiblemente otra de las tretas de Lars y su imperante método de entrenamiento con agua fría además de mugrosa. Sirvió como incentivo a la rabia creciendo en sus adentros, fijándose aún más con los pasos fuertes por la madera de los suelos y de ahí frente a las agigantadas puertas del campamento.

Lars, mordiéndose los labios apenas y notó la fúrica figura femenina de cabellos empapados acercándose cuál bestia a su lado, estrellándole el puño directamente al brazo. Fuerte, conciso y sin dubitar. Un golpe seco que ladeó al danés, dejándolo completamente sorprendido de la fuerza escondida en ese minúsculo cuerpo.

—Jamás, y te lo digo en serio. Jamás vuelvas a hacer eso— amagó, encarándole el índice sin inmutarse.

—Eso era lo que quería— celebró a risotadas—. Toma tu espada de mentira y sal conmigo— gesticuló, alzando la mano en señal de orden, empujando las puertas sin mayor preámbulo.

El aire seguía como los días pasados. Respirar afuera significaba tragarse dagas clavándose en los pulmones, agujereándolos hasta volverlos sacos llenos de sangre que tarde o temprano ahogaría a cualquiera, pero para él no era más que la mejor prueba. El mejor terreno para prepararla para todos esos presagios predecidos por Magnus y sus lúcidos sueños mejor conocidos como "terrores nocturnos". Desenfundó la brillante hoja vikinga de su lugar, presumiendo a la asesina de reyes, reflejando el terror en los ojos de Némesis sosteniendo una miserable espada de madera comparando con ese brutal monstruo de empuñadura de plata pulida.

—Me consta que nunca usaste una— habló, maniobrando el arma de manera sublime, algo que si alguien más hiciera pudiera hasta cortarse la mano entera—. Y este es el momento en que vas a aprender a usarla, todo lo que sé te lo transmitiré— asintió, dando pasos decididos hacia ella, que absorta en el movimiento delicado de sus largos cabellos con el viento de perdió en la oscilante figura masculina caminando—. Y para el final quedarán únicamente dos caminos— tragó pesado—. Vives y aprendes— se detuvo frente a frente, incapaz de sentir la tormenta helada ni siquiera en su rostro—. O mueres intentándolo.

Ella tiritó, resintiendo el agua congelándole los cabellos y parte del rostro. Sin embargo, afianzó la mano a la empuñadura firme de su arma usada solo para entrenamientos. Llegado el momento de su madurez en batalla podría reclamar la suya, una hoja digna de lo ganado hasta ese momento. Un arma lo suficientemente buena como lo fuese el hombre o mujer blandiéndola contra el enemigo.

—Súbela— exigió inmóvil.

—¿Qué?— balbuceó, frunciendo el ceño sin predecir lo siguiente.

Un golpe de la empuñadura en la cara, tumbándola de trasero al suelo junto a su arma nadando en la densa capa de nieve recubriendo el suelo. Tan pronto como alzó la vista encaró la filosa punta entre sus cejas, apareciendo como la pesadilla más horrible jamás vista. La muerte.

—El enemigo jamás avisará, se trata de estar listo o mueres.

El sabor a óxido invadió sus papilas, indicando la presencia de la sangre pronto inundando su boca. Tuvo que limpiarse ambas comisuras antes de levantarse, elevando la defensa. Aprendiendo de los errores del pasado. Pero sus manos temblaban, aún tiritaba y castañeaba los dientes. En realidad tenía más miedo del que aparentaba. Temía a la muerte pero tampoco se proponía a detenerla con su debilidad.

Lars blandió la hoja evidentemente cabreado, arrebatándole el equilibrio y consigo el arma de la mano. Seguido la sujetó por el cuello del ropaje, atrayéndola con un rudo jaloneo que les hizo quedar nariz con nariz, combinándose en una las respiraciones. Némesis amedrentada no hizo más que escudriñar su propio reflejo asustadizo en los ojos de su compañero.

—¿Quieres que te diga a donde te llevará la cobardía?— rechistó entre dientes—. Aunque supongo que lo sabes bien— reconoció—. Deshazte de ella, entiérrala— la ira crecía en sus ojos, determinado a erradicar el miedo en su aprendiz así tuviera que romperle los huesos de todo el cuerpo—. Si deseas tomar un arma y acabar con una vida debes estar dispuesta a abandonar lo que eras, debes dejar de pensar. Tu cuerpo fluirá con el tiempo y con el lo harás tú. Es así como adquieres el control total de tu movilidad, ese es el secreto de un danés— espetó—. No tememos a la muerte, solo nos preparamos para ella.

No recordaba ninguna otra situación involucrando a Lars y ese estado. Parecía estar delante de una nueva faceta para los dos, una normal para él y otra totalmente incoherente para ella. Era honesto, gutural y agresivo en todo el sentido de la palabra, su boca escupía vestigios de saliva debido a la intensidad de sus palabras, las venas aparecían por su cuello remarcando el color azulado bajo las capas de piel. Era una persona distinta a la que temió, de la que quiso huir hasta que recordó su hogar cayéndose a pedazos. No hizo nada, solo huyó y lloró las pérdidas, nada más. Se había convertido en una dama llorona que lejos de ser utilizada debidamente sería la siguiente muerte de un saqueador.

Odiaba la idea, el simple pensamiento de mirarse a sí misma víctima de alguien más le repugnaba. Causaba enormes estragos en sus cavilaciones, revolvía su estómago y le arrebatan el aire. Lars tenía razón. Todo ese tiempo fue esclava de un pasado forzoso, de algo que no deseaba ser durante mucho. Ahora la oportunidad aparecía frente a sus ojos, cabrilleando como el más vasto tesoro. Debía olvidarse por más difícil que fuera, pues de atesorar los recuerdos solo la llevarían a la profundidad de una zanja a la mitad de la nada, cubierta de tierra y sangre. Ahí acabaría su legado y consigo la esperanza de un reino.

—Lo haré— musitó, relamiéndose la resequedad de los labios—. Voy a enterrarlo. Todo.

Él asintió, retrocediendo un par de pasos antes de girar la espada hábilmente, permitiéndole a ella recoger la suya de los montones de nieve. La diferencia incrementó notoriamente desde la manera en que empuñó la madera, raspándose la palma hasta no sentir más que un ligero cosquilleo bajo la piel. Con eso supo que iba en serio, hacia delante sin mirar por encima del hombro nunca más.

—Deja que los instintos guíen tu mano— aconsejó—. Lívida, delicada y cuando no lo vean venir descargas esa ira en un solo corte. Recto y profundo.

Terminó de hablar y tan pronto lo hizo alzó la hoja, atentando contra ella. Sorprendentemente detuvo la plata, jadeando el vaho sin poder creer lo que sus manos habían hecho por instinto; protegerse.

—Paso hacia delante, empuja tu peso. Haz que las hojas choquen entre sí hasta el final de la empuñadura— obedecía, mirando el deslizamiento tortuoso—. Entonces empuja hacia delante— ordenó con una sonrisa.

Cargó el peso Justo como lo dijo, empujándolo por el hombro desbaratándole la defensa con el golpe, y antes de que su boca pudiese manifestar una última orden alzó la espada sobre su cabeza y de un movimiento rápido atacó, deteniendo la hoja falsa a escasos centímetros del rostro sonriente del guerrero.

—Y atacas— remembró, apartando la vara de madera—. Eso se hará siempre que un enemigo se aproxime de frente, pero siempre puede diferenciarse por el método. Puede no ser metódico, sino bestial— explicó—. En todo caso podrás atacar a su cuello, costillas y piernas, los puntos más débiles de la anatomía. Siempre debes aprovechar un punto ciego.

—¿Cómo sabré identificar un punto ciego?

—Te enseñaré— acomodó la espada sobre su hombro, dirigiéndose naturalmente hacia ella—. Hay oportunidades dictadas por la posición, desde la espada verticalmente contra los brazos o sobre la línea de los hombros, de tal forma sabrás que si la hoja está por los hombros el ataque tardará más tiempo en efectuarse, por lo que esa ventana es la más provechosa. Mientras que frente a frente se rige básicamente por la velocidad. Si la espada se halla en extremos será rápido, ahí no hay manera de evadir, pero si nos topamos con ladeos siempre existen puntos ciegos en los medios y tren superior.

Por supuesto que la práctica la llevaría a comprender mejor las palabras del pagano. Él mejor que nadie sabía que las explicaciones venían antes de la práctica, así aprendió de niño y así transmitiría ese conocimiento.

—Lars— probó—. ¿Como aprendiste todo esto?

Negó, reservándose la respuesta para mucho después desde ese día.

—Primero me encargaré de prepararte y posteriormente vendrá la parte más fea del proceso. Ahí entenderás todo.

—¿Lo prometes?

—Tienes mi palabra.

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