007.


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EL INELUDIBLE SOPOR PROPICIADO por el inequívoco calor del fuego dentro de la cabaña hizo a la femenina silueta encogerse en medio del soplido cenicero nacarado. Todavía persistía el oxidante sabor de la sangre inundándole la boca, resintiendo el escozor de la fisura en medio de sus labios. Estar abandonada en medio del campamento danés no era algo a lo que su cuerpo ni condiciones estuvieran acostumbrados. El miedo evocaba de sus ojos de la manera más única y evidente jamás vista.

Sin embargo, si en medio de aquello sus ojos se alzaban hacia alguno de los hombres en pieles y expresiones agridulces, las consecuencias no serían del todo favorables para su posición. Empeoraría tan pronto esa puerta lastra de madera mullida y raspada fuera abriéndose ante la nevada, llevándose consigo el aliento resquebrajado de la familiar calidez.

—¿Más tranquila?— inquirió el viejo Magnus, asomándose por la verja dividiendo el barandal hacia el piso superior.

El fantasmal peso de su cuerpo añejo por el tiempo balanceaba por la madera, manteniéndose inhábil de cualquier movimiento drástico por parte de sus extremos, siendo estas sus piernas, completamente dependientes del tacto sobre cualquier superficie cerca de sus dedos, pero en ese momento fue distinto. Guardó compostura, alzando la cana cabeza en medio del silencio distinguiéndose de las llamas quemando abrasivamente la leña. Alzándose en medio de la nada miró el par de orbes celestes, atiborrados de enormes sentimientos encontrados, colisionando siempre en un mismo punto cerca de su terminación.

Un alma libre de pleitesía. Enarbolando su mente ante el único y vasto propósito de averiguar la razón de su paradero y el de Lars detrás de las puertas. Abandonándola dentro con Magnus, quien a pesar de ser incapaz de mirarla podía sentirla y el miedo emanando de sus beligerantes inspiraciones, causando un ligero estrago secándole el gaznate. Ese sentimiento empeoraba cada vez más frente al fuego y su brisa hirviente soplándole los mechones desaliñados ligeramente hacia atrás, mostrando la mugre encarnándose en la palidez de sus mejillas.

—¿Que hago aún aquí?— siseó, tambaleándose hacia delante, manteniendo estables ambos pies congeniando a las rodillas verticalmente.

La mansa figura del centurión enervó seriedad en su máximo exponente, mostrándose quieto frente a la evidente desesperación en el trémulo voceó de la jovencita. Deslizó los dígitos lánguidamente por la superficie rugosa, dejando pasar los surcos astillados de la madera en su camino a las escaleras, conociendo de memoria los pasos dados a la escalera directa al centro de la cabaña, donde el fuego crecía conforme los ojos azules de la princesa enarcaban la figura de excepcional abolengo bajando escalón por escalón hasta aproximarse a sus espaldas, rondando cuál colibrí un arbolejo de llamativas florecillas rosadas.

—Porque llegaste aquí de la mano de uno de los nuestros— confirmó, acercándose siendo casi invisible a donde su olla se suspendía encima de las cenizas de un pasado fuego—. De la mano de Lars.

—¿Y eso que supone? ¿Una amenaza?— insinuó, pareciendo taciturna en medio del arremolinado misterio frente a sus ojos.

Magnus negó. Tomó las hierbas restantes sobre la mesa de madera, llevándoselas a la nariz con tal de inspirar profundamente hasta sentir el picor de la hierbabuena picándole las fosas. Lo siguiente fue calentar el agua en el interior del caso, encendiendo la lumbre con una rama seca, un par de piedras y algo de maleza sin nieve. Todo eso mientras Némesis seguía dudando de su presencia ahí, hostigándose la mente cada segundo que pasaba su compañero discutiendo afuera con Asser y el resto, siendo ella contra lo que fuera en ese instante. Por su parte, Magnus partía las flores entre sus dedos, hirviendo sus pétalos en completo silencio, tratando de enderezar a la muchacha bastando un par de palabras.

—Te equivocas— vaciló, henchiendo nuevamente los pulmones, abriéndose a la increíble sensación de un té caliente que ciertamente ayudaría a aliviar los nervios y menguar el frío—. Lars te eligió por una razón.

—Lo conozco desde que éramos niños— boicoteó, abrazándose las rodillas al traer los recuerdos como imágenes plasmadas en medio de la crisálida rojiza danzando bellamente en las flamas—. Fuimos separados, pero supongo que usted ya lo sabe. Sentí como miró a través de mi, casi como el reflejo del agua quieta.

Ignoró los apaciguables movimientos del anciano, que para ese instante estaba sirviendo el humeante líquido en un par de tarros de barro, que lejos de ser usados para beber una gran cantidad de alcohol, habían sido reservados especialmente para su uso. Desde médico hasta mágico, quizás hasta sonaría trillado viniendo de un pagano como él, no obstante, tras pasar centurias desde la pérdida de la vista había conseguido mirar con solo tocar a la gente. Consiguió lo que muchos hombres envidiaban en vida y maldecían en la muerte, aunque, magia blanca u oscura seguía siendo el mismo pecado para los creyentes, pero no lo parecía para Némesis, sino un enorme detalle irresoluble, lo suficientemente inusitado como para mantenerla con la mente agilizada.

Resintió la mano del viejo rozar su hombro, a lo que giró despacio. En su cara apareció el tarro, humeante y con un maravilloso aroma despidiendo hacia su nariz. No tomarlo hubiera sido un error, más aún si consideraba el agradable calor trasladándose del material a la palma de sus manos sosteniendo el recipiente entre estas. La duda si que carcomía sus sentidos, inhibía todo pensamiento coherente, ataba su lengua hasta atajar cualquier método inteligente. Se volvía un mero instrumento de cuestionamiento humano sin mayor sentido que el de la quietud.

—¿Es alguna clase de bebida hechizada?

La pregunta fue en serio, tanto que al sentarse frente a ella esbozó una socarrona sonrisa de extremo a extremo, divirtiéndose con la seriedad de su tono.

—Es solo té, niña— burló, amoldando lo frío del tarro a sus labios, sorbiendo apenas para no quemarse la lengua con el líquido.

Así hizo ella, sorbiendo escasamente de tanto en tanto, distrayéndose con el sonido abrupto de la puerta y el siseo de la pronta tormenta gélida volando los cabellos largos y mugrosos de quienes entraban. Hombros tensos, barbillas endurecidas. Guerreros bravísimos de actitud airada cerraban por fin la entrada del frío a su morada. Dedicando brevemente la atención a la mujer y de ahí, después de un segundo volvieron a su rutinaria vida. A pesar de ello, seguía sin columbrar la vertiginosa figura de exasperante parecer entre la multitud. Sus cabellos negros no aparecían por ningún lado, como tampoco lo hacían esos picarescos ojos zafiro cabrilleando a la luna llena. Y de alguna manera sintió un vacío arrancándole las ganas de mirar, hallándose en cuestión con los ojos puestos en Magnus. Sonriente y de propósitos escondidos alzó el tarro con un ligero movimiento de la cabeza. Sin decir mucho, alzó y anduvo libremente lejos del fuego con su té.

La oportunidad de hacerle preguntas pertinentes se esfumó como el humo de su taza, soplándose violentamente una vez que una atosigante figura hercúlea tomaba el sitio más cerca de ella, escudriñando el rostro pálido y fofo frente de si mientras en su mano sostenía un preciado obsequio cuyo valor incrementaría una vez que supiera de el.

—Gracias por salvarme. De nuevo— agradeció en tono lúgubre.

—Magnus nos salvó a los dos, de no ser así, ambos estaríamos muertos— cabizbajo, sobrepuso el puño cerrado encima de la rodilla, ofreciéndole la oportunidad de abrirlo y descubrir lo que en su interior se hallaba.

Némesis puso el tarro en el suelo justo entre sus piernas, dedicándose a tomar el puño de Lars con ambas manos, luchando vehemente por abrirlo en contra de la titánica fuerza de ese hombre divirtiéndose a expensas de la debilidad de su amiga de toda la vida. Fue hasta que perdió el agarre y la fuerza desplegó su enfoque a otra parte, abriéndose ante la palma que ocultaba el collar de su madre, vilmente arrancado tiempo atrás y arrojado a su rostro sin éxito para recuperarlo. Pero ahí estaba de nuevo, mostrando en el material su reflejo conflictuado alternando la vista sobre ambos. Era incapaz de tomarlo. Simplemente no podía ni aunque su mente se lo exigiera, sus manos aguardaron pacientemente por la acción restante del azabache, que en un arrebato arrancó el suyo desde su blanquecino cuello cubierto por pieles. Lo sostuvo por la correa de cuero, mostrando una abismal diferencia entre las creencias.

Un símbolo cristiano y uno nórdico. La colisión de dos mundos por fin sucediendo a los ojos de dos seres unidos desde pequeños. Ciegos de las críticas, el odio y el mundo adoctrinado a sus espaldas, se miraron.

—El martillo de Thor— comenzó, pidiéndole su mano con la suya al frente. Esperó a que la lívida palma de ella estuviera en el aire, abierta a la espera de lo que sucediera—. Quiero que lo tengas.

El material finalmente hizo contacto con su piel y la sintió arder. Ese macilento espacio cobró un impresionante tono rojizo nada común en ella. Admirada volteaba el martillo tallado a mano con solo los dedos, fijando cada uno de los pequeños detalles en el mango y las pequeñas abrazaderas de cuero a su alrededor, atándose junto a la correa llevando al cuello. En realidad no esperó la sonrisa pintando sus labios. Un montón de distintas sensaciones revolotearon en su estómago, un espectáculo de todos colores y sabores que jamás en su corta vida había sentido de cerca.

—Prometo atesorarlo— musitó, aflojando la correa antes de pasarlo por su cabeza, acomodando el dije encima de su pecho, colgando frente a la mirada dulcinea del otro—. Si tú prometes hacer lo mismo con el mío.

Por un momento titubeó, palpando la superficie apenas con el pulgar de un extremo al otro, tallando el brillo sin convertirse en poroso. Al final no importaba que fuera un pagano, siempre que eso significara que estarían juntos para él estaba más que bien. Así se aseguraba protegerla lo que tuviera de vida por delante. Así que sin dubitarlo más tiempo, hizo lo mismo, solo que al notar la seguridad en el lugar en el que se encontraban, Némesis rápidamente escondió la cruz entre el ropaje, burlándose de su brusquedad frente a frente, siendo escasos centímetros separando sus respiraciones formándose de nubes de vaho en medio de la cabaña. Segundos transcurrieron alrededor, siendo los dos solamente en el medio, desenvolviéndose juntos en nada más que en si mismos. Ensimismados en el reflejo dentro de la mirada del otro, brillante, cálido y hermoso, un momento significativo roto definitivamente por ella tomando un suspiro que dio pauta a su alejamiento definitivo.

—Por decreto de Magnus tenemos que quedarnos— balbuceó, rascándose el puente de la nariz tratando de ocultar la incomodidad de momentos atrás—. Dos meses es la pauta de tiempo, si mi padre y su hueste no regresa para entonces, partiremos hacia Ankrumm en busca de tu tío.

La delicada silueta decayó. Un ápice melancólico empapó sus cristalinos, a lo que solo alzó el té y bebió del extremo con labios temblorosos. Cada cosa que hacía le traía dudas, no sabía en qué lugar estaba y si esos hombres serían de fiar. Tenía miedo, ganas de gritar y llorar como nunca lo hizo. Némesis por primera vez sintió su interior quemar.

Inconsciente de su alrededor, Lars alzó el brazo pasándolo detrás de los hombros lívidos de la jovencita, atrayéndola a su encuentro fortuito en medio de un abrazo que devanaba un intenso sentimiento mutuo. Recargó la frente contra la suya, inspirando una profunda bocanada de aire tibio con ojos cerrados a una oscuridad momentánea.

—Te jure que te protegería y eso haré.

Negó, mostrando una mera expresión dolida en medio de su afectuosa muestra envolviendo su corazón en una preciada calidez.

—Sé que lo harás— prosiguió, apretando a puños las pieles en sus brazos—, pero también he de aprender a hacerlo yo.

Aquello hizo que sus ojos se abrieran cuáles platos al alba, produciendo un eco extenso por los muros impenetrables de sus cavilaciones. Derrumbando un extenso camino de pensamientos en orden por la simple mención de su bravura. Imaginársela con una espada en las manos no era cosa que le gustara, en verdad lo que le aterraba era conllevar el peso de la muerte asomándose en la inocencia de su mirada. Jamás se perdonaría si llegase a volverla lo que él era.

Jamás.

Una sacudida de cabeza le hizo entonces conocer la inconformidad con lo que acababa de pedirle, pues en su mente de tan limitado conocimiento y actividad, él era de los mejores elementos de la cuadrilla, le gustara o no. Lars aprendió del mejor, peleó contra los mejores y seguía invicto, siendo el único ganador por unanimidad el hijo de su tío; Karius el Tormento, regidor de la hueste en poniente, comandando increíbles fuerzas vikingas a favor de la espada de Rakvor. El rumor de la traición no estaría lejano a llegar a sus tierras, voceado por los jinetes locales en camino, batiéndose con la tormenta de nieve cada vez más cerca de Anvor, faltando apenas unos días para que alcanzara su culmen.

—Si te enseño a usar una espada no habrá vuelta atrás para ti— escandalizó, frunciendo el entrecejo hasta que la sombra de ira apareció bajo sus ojos—. No puedo hacerte eso, entiende.

—Deseo aprender— rugió, levantando la cabeza en señal de alevosía—. Mi madre no supo defenderse y confió su vida a mi padre y su ejército, mírala ahora. Abusada, golpeada y brutalmente torturada hasta que conoció la muerte a manos de los hombres, ¿crees que ese es mi deseo, Lars? ¿El de morir como una damisela?

Su brutalidad menguó visiblemente el encolerizado semblante del danés. La ambigüedad de sus emociones simplemente no le permitía aceptar lo que ella pedía con fervor, usando a su madre como el claro ejemplo de debilidad femenina columbrando sus ojos en todo lo que colindaba con el reino. Némesis no deseaba ser la típica mujer en manos de un fatídico destino, muerta por la gente detrás de la corona, o al menos serlo con una espada en la mano, ardiendo por el mango, subiéndole por el brazo hasta hervirle la cabeza abarrotada con la incesante sed de sangre. Anhelaba asesinar a los que arrebataron su vida sin piedad. Aniquilarlos sin que nada pudiese ser recuperado de sus cuerpos.

—Némesis— bufó, resoplando los mechones obstruyéndole la vista—. El daño que te haría no es reversible.

—El daño causado a mi familia tampoco lo es— rechistó, alzándose contra la misma ferocidad que la de un danés beligerante mejorándolo en altura por mucho.

No obstante, estar de pie frente a frente con la caliginosa situación distanciándolos era distinto. Cada vez que Lars pretendía defenderla psicológicamente, la escuchaba recriminarse la muerto de sus padres y nada podía hacerse contra eso. Molesta, triste e imperante se exaltaba su dignidad y escaso conocimiento en el arte de la muerte.

—Solo estoy pidiéndote que me enseñes. Enséñame y estaré eternamente agradecida.

La súplica de sus ojos lo orilló a suspirar profundamente. Estiro la mano, frunciendo los dedos boca abajo en petición por algo. Al principio no pareció claro para la jovencita cargando con un peso extra de lado derecho colgando de los listones de sus ropajes.

—La espada— solicitó sereno, mordiéndose nerviosamente los labios.

El cuero helado deslizó por su palma hasta que estuvo bien sujeto por la base, posicionándola verticalmente frente a ambos, mostrando incluso envuelta la capacidad de un arma de tal fuerza como para ahuyentar a alguien. Némesis se mantuvo, incluso si las piernas le flaquearan y el mundo pareciera oscilar a su alrededor con el resto en sus actividades cotidianas. Ellos estaban de pie, desafiando el metal recubierto a un debate mental que ella ya había ganado.

—Asser— voceó fuera del tono monótono del principio, sino que ahora se transformó en un fortísimo sonido rebotando en el espacio.

Pronto el mismo hombre de antes apareció, desdeñando la escuálida figura femenina antes de voltear a Lars, incapaz de desatender la preocupación creciendo en su pecho.

—¿Que queréis?

—Está mujer que tienes delante— habló, mirándolo de soslayo—. Quiere adiestrarse.

El hecho de que ese comentario saliera así de su boca causó dudas en el compañero, removiéndose sin mayor preámbulo. Su ceño cayó fruncido, hundiendo el peso completo de su cuerpo de planta a planta, casi boquiabierto mientras ojeaba a la muchacha. Para un danés escuchar la mención de un adiestramiento significaría sacrificar a un hombre lejos de sus primitivos instintos, sumergiéndolo donde nadie lo sacaría jamás, saliendo por su mera mano del hoyo como un guerrero imbatible, y escucharlo acerca de una mujer era bestial, casi visceral. Suicida. Una desconocida ola de euforia le sacudió la cabeza, a lo que tomó la parte baja de la espada, acomodándose bajo Lars en evidente señal de apoyo coetáneo.

—Solo falta Karius— mencionó Asser.

—Créeme, no quiere conocerlo aún.

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