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LA BRIZNA HEDÍA A MUERTE, los suelos se teñían de carmesí aún corriendo voraz por las piedras del pueblo, manchando a su paso los vestigios humanos esparcidos por donde se mirara. Ethelconn se redujo a enormes e interminables pilas de seres humanos, unos sobre otros atravesados con enormes varas de madera ensangrentada, coadyuvando en el río carmín. Ni siquiera el alma más inocente habría podido sobrevivir a la brutalidad del ataque. Cada casa estaba completamente ennegrecida debido al fuego y lo que sobraba del hollín consumiendo los techos y paredes hasta quedar sombras de una vida pasada. Lo que alguna vez aparentó ser un sempiterno reino surtido al final su mayor efecto como un cementerio para sus pobladores. No obstante, en medio de la asfixiante sensación melancólica decidió caminar la princesa de ojos irritados y vestido mugriento, alzando la vista sin mayor necesidad de observar lastimosamente los cuerpos de la gente en medio de las calles.
Lars la seguía, consiente de los desastrosos resultados por parte de su gente, quienes quizás pasadas algunas horas después del amanecer regresarían a llevarse lo que sobrara. Estaba más que claro que jamas dejarían un reino de tal forma. Esfumarse no era parte de su naturaleza, como tampoco lo era dejar supervivientes, sin embargo, Némesis, tras haber huido de la desgracia atosigando aún sus cavilaciones logró desaparecer durante la noche a caballo. Aguardando en medio de la maleza hasta que los gritos destrozando los tímpanos fueran capaces de cesar. Estos se detuvieron al alba junto al incendio, produciendo una gran nube de humo sobrevolando los restos, manteniendo a la vista a los jinetes marchándose a carcajadas del sitio tan pronto como la horrible serenidad volvió.
A pesar de estar en medio de la temprana llovizna de la grisácea madrugada, continuo su camino, permitiendo que las gotas desde el cielo lavaran su rostro junto a la sangre bajo su fluctuante figura. Llegado ese momento nada alcanzaba a tener sentido. El ataque sucedió mas rápido de lo que podía ser previsto, dándose ya bastante tarde como para que las lineas de defensa reaccionaran deprisa. Aquello se comprobó una vez estuvieron de pie frente a la entrada forzada a donde el castillo. Sus superficies se hallaron quemadas, rayadas y cubiertas de sangre sino con hombres del rey empalados con sus propias espadas a favor su reino. Ninguno de los dos tuvo palabras que fluctuaran de sus labios humedecidos por la escasa precipitación, en su lugar, siguieron caminando, recorriendo el camino de los caballos un buen rato, enlodándose los pies con cada paso más cerca del otro. Némesis, ansiosa quiso ir más a prisa, aumentando su ritmo cardiaco por arriba de los estándares.
La parte exterior del castillo lucia como cualquier otro día para su estructura, a excepción de los detalles que la mitad del reino presentó por igual, siendo una la mas grande y traumática para la joven de pie delante del arco de entrada. Las piernas le flaquearon con tal fuerza que estuvo a punto de perder la razón, acaeciendo un zumbido tortuoso a cada lado de sus oídos, exterminando su sentido común como un soplido a la vela mas encendida.
El reflejo cristalino de sus ojos revelaba la escena mas grotesca en todo el hemisferio, quizás también en el resto de los reinos y su temible historia haciendo a los suelos temblar violentamente.
Sobre la monumental puerta abierta de par en par yacían dos cosas importantes para su corazón palpitante. El emblema familiar completamente desecho, en trizas sin más que un ligero soplido de aire meciendo los pedazos, mientras que colgando de una soga de mecate colgaba el cuerpo de su madre. Helado y prácticamente convertido en alimento para los carroñeros. Sus pechos habían sido cortados, dejando un enorme hueco abierto hacia sus huesos, pero mientras mas bajaba la vista percatándose de la humedad en sus mejillas notaba el camino violento antes de llegar a su muerte. Casi podía cerrar los ojos para inhibir las imágenes de sus piernas, desechas a golpes, subiendo por sus muslos hasta detenerse en su feminidad, de donde se asomaba un cuchillo profundamente clavado, siendo el mango lo único visible. De este colgaba el dije que solía llevar en su pálido pecho, un obsequio de su madre antes de fallecer víctima de una enfermedad. Tragó, resintiendo un agudo dolor en ambas tonsilas palatinas debido al exorbitante nudo formándosele en la garganta. A pesar de su caótico estado se acercó al cuerpo y con la mano temblorosa bajó el dije, mirando directamente el fulgurante material siendo acariciado por su pulgar. Era una de las cruces significativas del cristianismo, la alusión más grande en cuanto a la crucifixión de Cristo.
Lars simplemente observó por el costado lo que para él significaría un símbolo pagano de un dios al que no profesaba, sino un simbolismo cristiano dominando a la gran parte de los reinos con sus dogmas. Mientras que su gente mantenía la gratificante esperanza en los dioses nórdicos, abandonando la idea del cielo para remplazarla con la formalización de un paraíso debidamente para los placeres efímeros en vida, El Valhalla. Lugar para reyes y guerreros capaces de dar su vida en una ferviente batalla donde su sangre fuese drenada hasta impedirles movimientos físicos, esa era una honorable muerte digna del paraíso.
—Mi madre jamás me dejó ver su dije— contempló, cerrando el puño con la cadena colgando del extremo—. Supongo que después de llevarse todo optaron por dejar esto.
—No llevan signos cristianos. No creerían en ellos ni siquiera si se aparecieran delante de ellos— confesó, relamiéndose los labios antes de percibir la llameante mirada de su mas grande amistad en todo el mundo.
Sus orbes, mirando a través de su turbulenta alma pedían a gritos una explicación, un grito de auxilio respondido, pero estaba por preguntarle a la única persona incapaz de contestarle lo que mas quería escuchar.
—Solo dime— devolvió la mirada hacia su puño cerrado—. ¿Sabias algo de esto?
El azabache negó, apaciguando la duda en el semblante dolido de la muchacha.
—De haberlo sabido esto hubiera terminado de otra forma.
Asintió decaída, avanzando de vuelta por donde llegaron en mi primer lugar después de pasar la noche a las afueras sin un mísero aire de sueño en sus rostros. Habían vagado en busca de un sitio lo suficientemente lejos como para protegerla de algún hombre tratando de extinguir el linaje familiar de Ethelconn junto con el incendio.
—Iré a buscar a mi tío— restregó, caminando contra la brisa, convirtiéndose paulatinamente en un chubasco.
Lars, decidido a hacerla reaccionar incluso contra su irrefrenable ira osó sujetarla del brazo, entorpeciendo su anda hasta que se detuvo abruptamente frente al ojiazul, desviando la vista desde el caballo a ella de nueva cuenta. Era demasiado débil como para andar por ahí con la ropa húmeda, sin dormir y con el aluvión cayéndose desde el cielo. Así solo contraería una enfermedad y pasaría mas tiempo tendida que buscando la manera de solucionar lo sucedido.
—¿Podrías detenerte a pensar las cosas un momento?— instigó—. Con este clima lo único que conseguirás es una tremenda gripe que te tumbará días. Al menos debemos hacer una parada antes de seguir por el camino que estas planeando.
Ese comentario realmente la hizo considerar el frío escalando por su espalda y el empapado vestido manchado de todo tipo de cosas. Otra cosa también era cierta. Necesitaba descansar, beber agua y así probablemente continuar en busca de su tío en el reino contiguo al de sus padres.
—Pararemos en el primer pueblo que veamos, abasteceremos un par de cosas y entonces podremos tomar una decisión acerca de esto, ¿te parece?
Némesis no contestó, es su lugar bajó la cabeza, haciendo que en un arrebato Lars la tomara de las mejillas, obligándola a permanecer estática con la vista puesta en la decisión proyectándose en sus ojos como un par de celestes astros en medio del cielo estrellado.
—No dejaré que nada te suceda, lo juro.
Aceptó, siguiéndolo nuevamente hasta el caballo aguardando bajo un árbol, siendo su única alternativa en medio del bosque listos para cruzarlo y hallar la misma naturaleza salvaje entre los peñascos y arboles viejos capaces de contar mas de una historia. El rocío apenas rozaba las superficies verdes en medio de la espesura del arbolado, volando suavemente el hedor de frescura atravesó sus fosas en medio de la cabalgata más larga. Para Lars podía ser un viaje más a donde los rincones de su memoria pudieran ser capaces de llevarlos, mientras que para la inexperta princesa aparentaba mas que su libertad, sino un sentimiento de melancolía por el abandono del pasado de una forma tan abrumadora como lo que vivió. Fue entonces que miró al frente, apretando el puño con tal de sentir el material del dije clavándose en los surcos delicados de su palma, despertando cada vez mas cerca de su próximo destino en medio de dos peñascos cubiertos de piedra y un poco de hierro, lo que claramente indicaba la entrada a uno de los pueblos mas cercanos al reino, siendo este pequeño pueblo, Cynsir, hogar de los mas hábiles herreros de toda la comarca europea.
El potro completamente agotado comenzó a trotar, pasando pausadamente a caminar entre los pobladores vistiendo de todo tipo de atuendos. Empezando por los mercaderes hasta los viejos campesinos mirando el caballo tan admirados como niños andando detrás de las ancas del jamelgo relinchando vaho por sus fauces. La única persona cuya admiración superaba los limites era Némesis. Ojeando las amplias circunvalaciones de la diminuta metrópolis, sobreviviendo a base de ventas foráneas seguramente a los dos reinos, Ethelconn y Blackcrom. Ambos dentro de las cercanías en cuanto a la resistencia de los cabellos halando de las carretas repletas de valijas, paja y algunas veces también de animales pequeños.
—¿Ves esa ladera de ahí?— señaló sobre el hombro de ella, acercando el rostro por la hendidura de su cuello—. Conozco al dueño de la herrería que esta junto a ese lugar, puedo darle algunas monedas por una de sus habitaciones.
Pocas veces entendía lo que hacia un hombre en casos extremistas como esos, sin embargo, cada vez que se detenía a mirar a Lars comprendía sus aspiraciones, comprendía el cariño que sentía hacia él y finalmente aceptaba lo mucho que lo necesitaba. Él era el mango de su única y más útil espada, capaz de ir en contra de los suyos con tal de no dejarla perecer. Con tal de no abandonarla a su suerte otra vez.
La sostuvo de la cintura, bajándola del caballo una vez que estuvo amarrado a los establos de la ladera bajo el techo de madera hecho por el mismo hombre realizando una impecable pieza de herrería. Bastó con que subiera la mirada hacia el arrogante sonriente desde el umbral, pintando una non grata sorpresa en todo lo que restaba de su expresión agria.
—Si que los tienes bien puestos para venir aquí después de lo que pasó— acusó, relegando a su presencia junto a la hermosa mujer desaliñada posada estratégicamente a sus espaldas.
—Esta vez vengo a buscarte por un favor y es imposible que lo rechaces.
—No haré nada por tus estúpidas ocho monedas de plata, Rakvorsson— espetó dándose media vuelta en un vago intento por regresar su atención al trabajo.
Suspiró profundamente, ladeando para observar la impecable pieza hecha para un guerrero, una formidable espada lo suficientemente afilada como para degollar rápidamente al adversario.
—¿Alguien te encargó una de esas?— indagó.
—La gente de Ethelconn tiene más plata que ustedes los daneses— contestó con un sofión.
Una socarrona sonrisa pintarrajeó las comisuras de su boca, reavivando su espíritu mas allá de las puertas del Valhalla.
—Ya no hay necesidad de que termines— recalcó, llamando inmediatamente la atención del calvo hombre—. Anoche destruyeron por completo todo lo que quedaba de Ethelconn. Todos están muertos, todos menos una.
Némesis se afianzó de la mano de Lars, apretándola justo al erguirse el herrero con mirada desafiante.No le creería a un danés, eso se le notaba a leguas, entonces quien debía decírselo era ella, así que tomó una profunda tocada de aire, apretando los puños a la par de sus palabras.
—Mis padres gobernaron el reino por veintidós años— la voz se le quebraba al hablar—. Y anoche fueron brutalmente asesinados junto al resto. Él le está diciendo la verdad, no queda nadie con vida. Nadie más que yo.
El herrero frunció pronunciadamente el ceño, pasando la mirada sobre los dos, quedándose con la imagen de dos jóvenes mugrientos buscando descansar del hecatombe.
—Te daré diez monedas por una de tus habitaciones— ofreció, sacando de una bolsa de cuero colgando de su pantalón un par de monedas de plata—. Se que estás pidiendo nueve por su alquiler, pero te doy una más a cambio de tu discreción. No puedes decirle a nadie que la princesa esta aquí. Menos aún mencionar mi nombre.
Al principio quise reclinarlas, pero fue hasta que escucho el castañeo de la plata que accedió a brindar ayuda a los dos. Señalándoles detrás de la cortina del despacho la habitación que podrían usar para descansar al menos por un tiempo. Recuperar energías y esconderse de un enemigo en común.
La habitación era pequeña, lo bastante sencilla para ese par. Tenia una cama decente, letrina y un par de cobijas para pasar la noche sin pillar frio en las piernas. Lars cerró la puerta tras de sí, acomodando sus cosas húmedas en el suelo, deshaciéndose del peto de piel junto al resto. Su cuerpo cubierto de cicatrices fue lo primero que llamó la atención de la rubia, que trazó rápidamente sus hombros y abdomen bajo, herido y ciertamente frágil.
—Deberías dejar tus cosas también o te enfermarás— advirtió, posando las manos sobre la cadera, pintando una reconfortante sonrisa—. No miraré. Es más, puedes taparte con una de las cobijas si quieres. Solo esperaré a que se seque un poco la ropa e iré a conseguirte algo limpio.
Némesis sonrió, apenas fue visible pero lo hizo, removiendo el cabello obstruyéndole la vista.
—¿Por qué haces esto por mí?
En verdad lo pensó, vaciló incluso antes de responder tan compleja pregunta, pero al final, las palabras ni siquiera dudaron en salir al aire dirigidas solamente a sus oídos.
—Porque me importas y si algo sucede con mi gente sé que eres lo único que quedaría esperándome al final del camino— asintió, mordiéndose el labio—. Y francamente creo que no puede haber algo mejor que ese sentimiento.
—¿Qué sentimiento?
—El de la compañía.
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