Penumbra
Uriel tembló al escuchar los aullidos en la lejanía, rompiendo el sepulcral silencio de la penumbra; el deseo de encontrarse con su amado, le obligó a seguir a paso veloz, pero con mirada gacha, ignorando los cuerpos de los condenados dispuestos en el camino. Temía retar a la suerte, pero si no era esa noche sin luna, otro largo mes debía esperar.
Un amor prohibido en medio de la perenne guerra entre los devotos sirvientes de Dios —quienes con hierro impartían su doctrina— y los considerados herejes por atreverse a diferir. Neko era el más buscado, un escurridizo hechicero; pero también aquel que le robó el corazón.
Uriel creció escuchando atrocidades; por eso sintió escalofríos al verse entre sus brazos luego de casi perecer en gélidas aguas. Le costaba creer que quien la salvó era el mismo macabro ser al que temía.
El tiempo pasó, la curiosidad en Uriel no cesó. A hurtadillas, escapaba de casa para espiarle; así comprendió que, Neko no era un monstruo. El sentimiento en ambos surgió con cada encuentro fortuito y ahora la ansiedad se mezclaba con el dolor de la separación; pero unas horas juntos eran preferibles a nada en absoluto.
—¡Con temor a Dios, sin miedo al hombre! —El viento trajo consigo tal mantra.
Las voces se mezclaron con el trote equino, ganando fuerza conforme se acercaban. Neko sabía que si los encontraban juntos, poco importaría el linaje y ella acabaría en la horca.
—Uri —le dijo en bajo, abrió el manto negro que le envolvía y la apretó con fuerza—, piensa en un lugar seguro desde el que puedas volver a casa. —Su voz era casi una súplica.
El rostro de Uriel mostraba confusión, pero sentir el acelerado latido de su amado le erizaba la piel; por primera vez notaba el miedo en Neko y era por causa suya. Cerró los ojos, ocultó el rostro en el pecho ajeno a la vez que un par de lágrimas contenidas recorrieron sus mejillas.
Cuando los caballeros llegaron, solo vestigios de un humo verdoso quedaron disipados en el aire y una vez más maldijeron al brujo; pero nadie fue consciente de aquella figura escondida entre los arbustos con sonrisa maliciosa por conocer el secreto y quizás debilidad de Neko.
«Recuerda este momento y lo que te digo, lo mejor es amar y ser correspondido, lo he aprendido contigo»
Aquellas palabras resuenan en su mente, intenta comprender; pero siente un cosquilleo en el cuello y adormecido, pide a su pareja detenerse. Una fuerte mordida lo obliga a despertar y erguirse enseguida.
Robert tiembla ante la escalofriante sonrisa que acompaña a esos ojos bicolores, parpadean de manera asíncrona y le provocan más pavor...
—Mi queriiido, Neko —expresa en un espeluznante tono la mujer, permanece a horcajadas sobre él.
Contempla la bóveda del techo, las paredes rocosas del gran salón, también la hilera de columnas talladas en piedra y cada detalle que parece salido de un museo medieval.
Se abofetea fuerte, debe ser un sueño; si no, cómo explicarlo y ni hablar del burbujeante caldero que le hiela la sangre.
El miedo le paraliza.
Una macabra risa es el último sonido antes de ser tragado por la penumbra.
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