01

Era oficial, Mariam odiaba a su vecino.

Ella no iba - podía tolerar otro momento de escuchar la estruendosa música que se filtraba en el apartamento. Había estado a punto de romper su lápiz en agravación porque cada vez que una nueva canción comenzaba, la asustaba a mitad de morir con el agresivo, discordante sonido.

Tomando una respiración profunda, Mariam se enderezó en su sitio.

"Mariam", se orientó a sí misma. "Todo lo que tienes que hacer es pedir - gentilmente, para que ellos bajen el volumen." Era una tan manejable - simple - solicitud, no del todo entrometido. Sin embargo, era más fácil dicho que hecho. Ella nunca realmente tenía el coraje de ir a la puerta de al lado y pedir.

Pero su mente se desplazó y suscitó un pensamiento de que su vecino - quien él o ella sea, era un asesino y había estado esperando por la oportunidad cuando ella por fin se hartara y fuera a reclamarle para que sea un fácil asesinato.

Era sólo su fastidiosa paranoia. Si muere, al menos no tendrá que vivir con toda esa algarabía. Con nueva convicción, Mariam decidió que después de su constante irrupción de paz, mejor sería expresar sus quejas hacia su vecino, siendo un asesino o no. Salió de su apartamento y tocó la puerta. Ella sabía que el suave golpe de sus nudillos contra la madera era inútil contra la bulliciosa bulla del otro lado, así que esperó hasta que el ruido cesara.

Parecieron años antes de que el clamor o música se dispersara y finalmente golpeó, otra vez. Ahí estaba el sonido de pasos del otro lado y Mariam estrujo su puño en caso de que tuviera que defenderse a sí misma de un asalto.

La puerta se abrió y un hombre joven, tal vez una cabeza más alta que ella, y completamente sin camisa se paró en el umbral, cejas fruncidas al mirarla con azules ojos oscuros.

"U-uh... yo," ella titubeó con sus palabras y evadió su mirada. Extraños tatuajes empezaban desde la curva de su cuello y descendieron hasta sus dos brazos, su torso y sus lados. Sus ojos se centraron en sus pezones. "T-tú-"

"Escúpelo."

Tomando una profunda respiración, ella se armó de valor y lo miró. "¡Podrías por favor bajar el volumen de tu música!" Sonó muy alto para su gusto y precipitadamente añadió, "por favor..."

Él se recostó contra el margen de la puerta, cruzando sus brazos por su torso desnudo. "¿Tú eres mi vecina, verdad?"

Ella asentó. "Yo... Uh, yo t-tengo este-"

Él suspiró y agitó su mano despectivamente. "Bien."

"¿B-bien?"

Asentó y agarró la perilla. "Bien," dijo y con eso cerró la puerta. Mariam se sonrió a sí misma, sintiéndose exitosa. ¿Ves? No era tan difícil. Hizo su camino de regreso hacia su apartamento-

-sólo para encontrarlo cerrado. "Oh dios, no." susurró, tratando de abrir la puerta, impaciente girando la perilla, pero era infructuoso. Presionó su frente contra la puerta y suspiró miserablemente. Desafortunadamente para Mariam, su teléfono estaba justo al lado de sus llaves en la mesa de la cocina, por lo tanto no pudo llamar a nadie.

Analizando sus opciones y decidiendo que molestar a su vecino no era una de ellas, se deslizó contra la puerta y abrazó sus rodillas. Echando su cabeza hacia atrás repetidamente, Mariam maldijo su suerte. "¿Por qué a mí?" gruñó.

El mesonero no estaría de vuelta hasta la mañana siguiente, ella simplemente tendría que esperar hasta las ocho de la mañana. Sin embargo, recordando la hora apenas presionando las nueve en punto de la noche hacía su estómago batir.

Descansando su cabeza en sus rodillas, Mariam comenzó a reflexionar acerca de su vecino. Él tenía una ridícula cantidad de tatuajes, ¿tal vez era adicto a ellos? Era justamente atractivo también, si lo recordaba, y sus pezones no llevaban vello en ellos - lo cual... ¡era algo de lo que en verdad no debería estar pensando!

Ahora que lo meditaba, él era el único vecino al que había conocido, bueno algo así. Ella nunca en realidad dejaba su apartamento aparte del trabajo, compras del supermercado, y escuela.

Entonces una helada brisa sopló haciéndola temblar. Frotó sus desnudos brazos. Sólo vestía una camiseta y pantalones de dormir y sus pies estaban descalzos ya que se descuidó en ponerse pantuflas antes de salir de su apartamento. Estupendo. "No puede empeorar más que esto," murmuró.

De repente la puerta de su vecino se abrió y él salió, completamente vestido en una sudadera negra con capucha y jeans rotos ajustados. Ojos cobalto cayeron sobre ella al acurrucarse en sí misma contra la puerta. Él cerró su puerta, sus llaves tintineando.

Mariam cerró sus ojos y deseó poder desaparecer. Esto es tan vergonzoso.

Entonces el peso de un pesado material cayó sobre su cabeza y Mariam jadeó en asombro.

Por un momento pensó que era una bolsa de basura y la había confundido con el bote de desperdicios, hasta que sintió la tela de algodón. Levantando el material de su cabeza, sus ojos encontraron a su vecino, ya desapareciendo por el corredor.

Observó de vuelta la sudadera en sus manos. Olía agradable, de una forma masculina a pesar del tenue aroma a cigarrillos.

"Eso fue algo bueno de su parte," ella dijo y se lo puso.

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