Necesito más de ti.

La necesitaba, necesita hundirse dentro de ella y moverse con fuerza, con dureza, oírla suplicar que se detuviera para el incrementar su fuerza para lastimarla aun más, para desesperarla, para hacerla llorar y terminar antes de que su impulso por besarla lenta, y dulcemente, le ganara a la poca cordura que aún conservaba.

Albert Wesker la busco desesperadamente por toda la habitación, pero no la encontró. Supuso que si no se encontraba ahí, debía de estar en la planta baja de la mansión, queriendo nuevamente, acercarse al piano. Se giro para salir rápidamente de la habitación, pero no pudo dar ni un solo paso. La presencia de Jill Valentine lo hipnotizo, consiguiendo también que su miembro creciera debajo de su pantalón de cuero negro. Se mostraba ante él con la mirada perdida, recién bañada y cubierta únicamente con una toalla blanca que en pocos minutos arrojaría al suelo junto con su traje negro de cuero.

Camino lentamente hacía ella, analizando como la primera vez, la belleza de su cuerpo, la suavidad de su piel y su aroma embriagador que, a pesar de los experimentos que la había sometido, seguía ahí. Ahora que estaba cerca de ella, lo suficiente para arrebatarle esa molesta toalla que le impedía presenciar, una vez más, el encanto de sus senos, de sus diminutos pezones rosados que, en cualquier momento, se llevaría a sus labios para succionar de ellos con fuerza, con destreza….¡Joder! Si seguía así, fantaseando en vez de tomarla, de hacerla suya, su erección lo mataría.

Él le retiro la toalla húmeda y la dejo caer al suelo, lejos de ellos y, a continuación, arrojo a Jill sin demasiada fuerza al suelo. Jill soltó un diminuto quejido al sentir el frio del suelo de mármol en su espalda, manteniendo su mirada perdida. En otras circunstancias, Wesker le hubiera sentenciado un castigo por haber hecho un sonido que él no le  había ordenado, pero en ese momento, en el momento de ambos, ella lo tenía permitido. Podía quejarse, podía intentar defenderse, podía llorar, podía gemir de placer, de satisfacción, pedirle que lo hiciera con más fuerza o se detuviera. Pero ella no hacía nada de eso. Simplemente, observaba un punto fijo de la habitación, como si tuviera debajo de su cuerpo, a un cadáver.

Como si fuera él un animal salvaje, que no había probado alimento desde hace mucho tiempo, se abalanzo hacía Jill para coger su seno derecho y succionarlo con agresividad para que ella por fin le demostrara una mirada distinta. No le importaba si fuera una mirada de desprecio, de repulsión, de impotencia. Prefería eso que no sentir nada por parte de ella. Recorría alrededor de su pezón con su lengua caliente, hábil, como si la areola rosada de Jill fuera un dulce apetecible que solo en ese momento, pudiera probar y disfrutar. Pero, nuevamente, no había contacto por parte de ella. Ni un sonido, ni un quejido. Nada. Decidió ahora mordisquear su pezón  y, esta vez, no se detendría hasta que ella emitiera una  palabra, una súplica, un suspiro de satisfacción.

Después de estar mucho tiempo provocándole dolor, para así, poder cumplir su caprichoso, sintió la sangre caliente de Jill sobre su lengua y derramándose fuera de su boca. El la aceptaba gustoso, fascinado. La sangre de Jill, aunque fuera poca, era deliciosa, embriagadora, como un exquisito vino…pero estaba perdiendo la paciencia.

Necesitaba oírla, de una u otra forma.

Sin mucha dificultad, Wesker se puso de pie y se quito sus pantalones negros de cuero. Ahora se mostraba orgullosamente desnudo de la cintura para abajo. Su miembro, palpitante y de gran tamaño, estaba ansioso de volver a estar nuevamente dentro de Jill. Sus paredes vaginales lo apretaban exquisitamente y, en algunas ocasiones, lo hacían suspirar de satisfacción.

Volvió a ponerse arriba de ella, guiando su miembro hacía la entrada, ligeramente mojada, casi lista, de Jill. Rozo su erecto miembro repetidas veces en la entrada de Jill, como si no estuviera seguro de penetrarla,  pero lo cierto era que lo deseaba, lo deseaba más que conquistar el mundo y empezar uno nuevo. La observo mientras lo hacía, pero Jill seguía perdida, mirando hacía un punto fijo de la habitación. Fue en ese momento que entro, sintiéndose su único dueño, sintiendo su corazón acelerarse y  su sangre hervir.

La penetro brutal y desquiciadamenté una y otra vez, concentrándose únicamente en causarle dolor.  Un dolor intenso, brutal, que la forzaría esta vez, a soltar un quejido mayormente audible que la haría volver a su terrible realidad. No lo consiguió, al menos no todavía, pero obtuvo una mirada diferente, una mirada llena de sorpresa, de dolor, que lo alentó a seguir.
Wesker sentía que su liberación vendrían, una liberación que el permitiría, fuera vaciada dentro de ella, consciente de las altas probabilidades que tenía Jill para engendrar un hijo que poseería sus habilidades sobrehumanas. La siguió penetrando con fuerza, percatándose de la sangre que rodeaba su miembro a causa de su extrema violencia, pero no le importaba. Estaba cegado por el deseo, por la necesidad de recibir algo por parte de ella. Un sonido, una palabra…una caricia. Su liberación llego, provocando que el exclamara un suspiro de satisfacción, cayendo lentamente arriba de Jill, su amante.

Se quedo arriba de ella por un breve momento, pensando que aunque no había conseguido más que unas breves emociones, era suficiente por hoy. Mañana, que sería la última noche en la mansión para ambos, volvería a intentarlo con mayor fuerza, destreza y violencia. Utilizando esta vez unos curiosos juguetes que nunca pensó que probaría. Tal vez, así, ella aceptaría comportarse como una verdadera mujer, excitada o sufrida, en el acto sexual.

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