La Fisura Espacial
Las alarmas se encendieron incesantes, tiñendo el interior de la cabina de mando con luces rojas. Un desconcertado astronauta había perdido el control de su nave. Cada intento por retomarlo o retrasar la inminente catástrofe resultó infructuoso.
—¡Control de misión, solicito apoyo! —gritó de nuevo en el intercomunicador, presa del desespero; perdió el contacto con tierra desde que el vehículo espacial desvió la ruta trazada, atraído por alguna fuerza magnética desconocida.
Según los cálculos en el centro de operaciones, a su exploración de tres años le restaban meses para finalizar e iba en curso de retorno cuando todo falló. En medio del estruendo de las alarmas y el sanguinolento tono de la cabina, sintió el fuerte deseo de rendirse. Incapaz de comunicarse y con cada sistema caído, lo único que quedó fue sucumbir al abrigo de la muerte.
Se rindió. Convertido en un ovillo y sujeto por el arnés a la silla, observó cómo el medidor de oxígeno en la cabina descendía abruptamente por esa misteriosa falla. La muerte acechaba, lista para reclamarlo.
A la deriva, su nave se deslizaba hacia una fisura azulada, aparentemente responsable de la fuerza magnética que lo atraía. Seguro de su destino final, una amarga sonrisa dibujó en su rostro.
—¿Qué será peor? ¿Morir de asfixia? —se cuestionó mientras miraba nuevamente el medidor y luego enfocó la vista al frente— ¿O ser absorbido por esa grieta hacia un destino incierto?
Encogido de hombros y con cabeza gacha, su mente revivió el pasado, repasó cada momento importante de su vida y encontró solo trabajo, logros en la carrera espacial… ninguno pareció útil en esos instantes críticos.
Fue así cómo desde el rincón más remoto y olvidado de su memoria surgió una imagen, sepultada durante años. Consideró que era un sueño o tal vez fruto de un delirio; aunque al inicio, procuró convencerse a sí mismo y a los demás de su veracidad, con el tiempo desistió.
En ese entonces, el capitán Robinson era un simple piloto más del montón que regresaba a la base tras una misión. Una avería lo llevó a aterrizar de emergencia en un paraje solitario y frío. Incomunicado con la estación de control, esperó, confiando en que su última posición y la señal de auxilio fueran suficientes para obtener ayuda pronto.
En tierra, expresó su frustración con gritos y pateando el tren de aterrizaje. Odiaba esperar y más aún depender de otros. Con las horas, empezó a creer que su equipo lo había olvidado. Aquel solitario paraje, rodeado por un bosque de árboles gigantes, sería su última imagen. Suspiró al sentarse frente a la fogata que intentó mantener encendida desde su descenso y bebió el último sorbo de agua.
Pese a desconfiar de su equipo, no se alejó del avión. ¿Qué pasaría si venían por él y no lo encontraban? No estaba dispuesto a quedar perdido para siempre, incluso si sus escasas reservas de emergencia se agotaban. Sin embargo, tras treinta horas, consideró explorar, aunque siguió renuente.
—Feliz cumpleaños, Jack —ironizó consigo mismo, aunque aún faltaban días para la celebración. Cedió ante la desesperanza—. ¡Ah, sí, y feliz navidad también!
Lo que siguió fue aquello que provocó miradas extrañas y diagnósticos de delirio, estrés postraumático incluso. En la soledad, famélico, sediento y temblando bajo el abrigo, una voz misteriosa rompió el silencio. Sonó extraña, como la de alguien aprendiendo a hablar, pero con una tonalidad diferente a todo lo escuchado antes, una mezcla de susurro y chasquidos.
—Naaa-dad.
Jack se sobresaltó y giró la cabeza, aterrado. Ante él halló una criatura extraña. Vestía un traje similar al de un astronauta, hecho de algún metal o mineral alienígena. Protegía su frágil organismo, delgado y no muy alto, con una combinación de dureza y ligereza. Una burbuja transparente cubría su cabeza lampiña, con un cráneo de considerable tamaño. Sus enormes ojos en forma de almendra lo observaron con atención, y su diminuta boca formó una perfecta "o".
Jack no podía creer lo que veía. La incredulidad mezclada con el miedo lo impulsaron a frotarse los ojos para disipar la visión.
—¿Qué eees Naaadad? —habló de nuevo el extraño ser y un escalofrío recorrió la columna de Jack; aquella visión no parecía ser real.
—¡¡¡Aaaaaaaaaah!!! —un grito de terror le desgarró la garganta; su voz sonó más áspera debido a la sed. A pesar del agotamiento, retrocedió y rodó por una ladera cercana.
Cuando se detuvo, tembloroso y sudoroso, levantó la vista despacio, esperando encontrar la criatura frente a él. Sin embargo, solo vio la inmensidad del paisaje desolado y la aterradora sensación de sucumbir a la locura. Se puso de pie apresurado y regresó cauteloso a su lugar de aterrizaje.
La soledad dominaba el sitio. Se dejó caer exhausto en la arena, sintiéndose aliviado. No obstante, la sensación fue breve; el pánico regresó cuando notó la presencia del ser extraño. Jack cerró los ojos con fuerza, deseó que fuera una ilusión o un sueño, pero la criatura se agachó a su lado y le colocó la espalda sobre sus muslos. Luego, con una mano de cuatro dedos azulados, abrió una parte de la armadura, revelando unas cápsulas alargadas y azules, brillantes como el fulgor de las estrellas. Extrajo una y trató de acercarla a la boca del piloto.
«¡Imposible! ¿Y si es veneno?», se preguntó, intentando forcejear a pesar de su debilidad. Pero la criatura abrió su propia boca y lo obligó a imitar el gesto antes de forzarlo a tragar la cápsula. Por un instante, el pánico invadió a Jack, creyó morir y vio su vida pasar mientras la criatura lo recostaba en el suelo para levantarse. El piloto cerró los ojos y se desvaneció.
No tuvo noción del tiempo, pero al recobrar la conciencia, se sintió renovado. Ya no tenía hambre y la fatiga desapareció. No comprendió lo sucedido, pensó que fue un sueño hasta que, al levantarse, giró la cabeza hacia el tronco que había usado como asiento junto a la fogata y vio a la misteriosa criatura calentándose junto al fuego.
Nervioso, asustado y confundido, se acercó y tomó asiento junto a ella. La criatura lo miró con lo que parecía ser una sonrisa diminuta, así que Jack se atrevió a hablar:
—¿Qué eres?
—¿Qué eeeers? —respondió el ser.
Jack inclinó la cabeza, creyendo entender. Decidió probar con otro método. Se señaló a sí mismo con ambas manos, luego habló en un tono amable y sereno:
—¿Qué eres? Yo, Jack. Soy Jack.
Después repitió la pregunta, señaló a la criatura y esperó. Aunque el ser imitó sus movimientos, la espera fue larga hasta que finalmente habló. Jack solo entendió "yo", el resto fue como un extraño trabalenguas. Rió confundido, intentando detener el parloteo con gestos de manos.
—Lo siento, no entiendo —admitió, y la criatura pareció suspirar.
Jack le observó mientras presionaba su brazo opuesto y extraía un pequeño y extraño dispositivo con luces que intentó acercar a la cabeza del piloto, quien se alejó, pero el ser insistió.
—¿Qué es eso? —preguntó nervioso, notando la actitud de la criatura, similar a la que él tendría con un animal asustado. Aunque al final permitió que se acercara.
La criatura le colocó el dispositivo en la sien y presionó un botón en la muñeca de su traje. Pasaron algunos segundos y el piloto observó cómo el ser cerraba los ojos al entrar en un trance rápido.
—¿Estás bien? —dijo Jack, sin obtener respuesta al principio, pero para su sorpresa, la criatura respondió cuando retiró el dispositivo de su cabeza:
—Estoy bien, Jack. Gracias por preguntar.
Sintió escalofríos al entenderle con claridad. Rax, como el ser decidió llamarse para facilitarle las cosas al otro, le explicó que el dispositivo utilizado estaba conectado a su cerebro y le permitía obtener conocimientos de otras especies; en ese caso, aprendió el lenguaje de Jack.
Rax era un viajero espacial proveniente de Rakata, un planeta ubicado en un sistema a varios millones de años luz de la Tierra; lugar al cual llegó ansioso por aprender y, hasta la fecha, solo había topado con animales no pensantes, pero cada uno hermoso e interesante. Él, Jack, era el primer humano que conocía y le pareció un espécimen fascinante, similar a sí mismo y a otros viajeros de su mundo que utilizan aeronaves para emular a las aves. El piloto siguió sin dar crédito a lo ocurrido, aún así, sonrió.
—Rax, gracias por salvarme —le dijo finalmente el piloto, y el mencionado asintió en silencio con una sonrisa.
La compañía que el uno ofreció al otro hizo más amena la espera; el miedo se disipó reemplazado por la curiosidad, cada uno fascinado por aprender de su acompañante. Jack preguntó sobre el espacio, las galaxias, la vida en otros planetas de su propio sistema solar o simplemente, acerca de los viajes de Rax. Este acumulaba poco tiempo en largas exploraciones como aquella; sin embargo, sació la curiosidad del piloto lo mejor que pudo.
Rax era similar a un niño, deseoso de escuchar las aventuras del piloto. Aquellas enormes almendras negras que eran sus ojos permanecieron de par en par y resplandecientes, es que le interesaba saber sobre los sitios visitados por Jack, a bordo de la aeronave estacionada a unos metros de ellos; deseaba conocer en voz suya cuál sería el más impresionante y quizás el próximo destino. En cambio, tal gesto en su rostro ensombreció rápidamente conforme le oyó hablar de guerra, combate y muerte.
—¿Por qué? —preguntó Rax consternado, la melancolía fue notoria en su tono y expresión, incluso el azul violáceo de su piel lució de repente algo gris— ¡Todos son humanos! Criaturas fascinantes, capaces de volar cual aves con sus aviones y escogen luchar a muerte entre ustedes.
Jack se encogió de hombros. Desde que se unió a la aviación y con cada participación en combate, siempre tuvo presente que “el enemigo” eran aquellos a quienes debían detener por ser una amenaza para el mundo; sin embargo, en cada uno de aquellos enfrentamientos, eran muchos los inocentes atrapados en medio del fuego, mismos que lo veían a él y sus tropas con odio por invadir y destrozar la única vida conocida; encima, pretendían ser héroes por aparecer con alimento o atención médica para los refugiados que gracias a ellos se volvieron tales.
—¿Ambición? —respondió el piloto, y Rax negó en silencio.
—La ambición no es mala, te lleva a esforzarte por tu bienestar o mejorar. No obstante, cuando hieres, lastimas o arrancas la vida de otro ser a cambio de ese propio bien, se convierte en egoísmo.
Jack guardó silencio, un nudo se formó en su interior, por eso decidió continuar a la escucha.
—El hombre en su infinita codicia, no ambición, acaba con sus pares y sigo sin entender el por qué. ¿Acaso no hay suficiente mundo para todos? Mi planeta es más pequeño que el tuyo, pero todos trabajamos juntos por el bien común.
—¡Eso suena utópico! Si es tan genial tu planeta, ¿por qué realizar estos largos y solitarios viajes, Rax?
—El conocimiento es poder y aunque parezca solitaria la travesía, cada aprendizaje lo devuelvo a mi mundo para que sea de libre acceso a todos. —Rax sonrió y por algún motivo, Jack replicó el gesto, quizás porque vio el momento exacto en que el grisáceo tono de piel que había adquirido su acompañante, de repente recuperó el azul violáceo y brilló, lleno de vida—. El motivo es simple: me convertí en explorador espacial porque deseaba conocer más allá de las fronteras, ya sé cada aspecto de mi mundo, quiero ver el resto y debo aprovechar la visita en cada planeta porque no se repetirá.
Jack no emitió ni una palabra, contempló a su interlocutor, atónito. Le escuchó hablar sobre su mundo y gente, las costumbres; le vio reír, también fue contagiado por él más de una vez. Por un instante, deseó tener la misma oportunidad que Rax de surcar otros mundos, sonaba mejor que ir a un nuevo combate.
—A mi regreso, realizaremos una gran ceremonia. Mi dispositivo de sapiencia… —Las palabras de Rax interrumpieron las cavilaciones mentales de Jack y lo vio señalar la pequeña unidad que antes estuvo conectada en su sien—. Se fusionará con el receptor central y toda la información recolectada será transmitida a cada rincón del mundo. —El piloto abrió los ojos, impresionado, pero su sorpresa fue mayor al escuchar el resto—: ¿Crees que algún niño soñará con visitar un planeta donde los hombres se matan por codicia y egoísmo? —Rax negó en silencio con los ojos cerrados y una expresión devastada en el rostro.
El piloto no supo qué decir. Aquel visitante tenía razón, el ser humano llevó el caos a cada rincón de su mundo, movido por la avaricia, codicia y ese egoísmo que alarmó a Rax. Contaminación, guerras, extinción de infinidad de especies e incluso la violencia desmedida con la cual “convivían” entre ellos mismos. Como si no fuese suficiente, soñaban con alcanzar otros lugares del espacio para colonizar, formar nuevo hogar y esparcir los mismos males de la humanidad, en vez de proteger el único sitio con el cual contaban en la actualidad.
Jack suspiró con pesadez, de repente se sintió lleno de agrura.
—¿Qué es navidad?
La pregunta de Rax rompió el largo silencio y Jack le contempló, confundido.
—Cuando te encontré dijiste: “feliz navidad”.
El piloto ladeó la cabeza, algo perdido, hasta recordar ese momento, entonces una risa baja emergió.
—Era solo un decir. Perdí toda esperanza de ser rescatado, pero ahora, no sé si quiero dejar este sitio.
—Ha sido una buena compañía, pero yo también debo seguir mi viaje por tu mundo. ¿Es “navidad” un lugar feliz? ¿Crees que le guste conocerlo a los niños de mi planeta?
—No es un lugar, sino una tradición y sí, en definitiva, le gustaría a los niños de tu mundo. ¡Es la fecha favorita de los pequeños aquí!
Jack comenzó a contarle sobre la cena, las fiestas, adornos, luces, el árbol o los regalos. El rostro de Rax se iluminó al escuchar el mito de Santa y cómo este compartía obsequios con el mundo entero. Al fin, un ápice de la bondad humana salía a flote de aquel relato.
—¿Cuándo es esa, navidad? —preguntó Rax antes de que su traje emitiera un pitido y desconcertara a Jack.
—Falta alrededor de dos semanas, ¿seguirás aquí para entonces?
—Espero que sí, Jack, pero no sé en qué lugar de tu mundo. ¿Cuál recomiendas?
—¡Santa Mónica! —respondió enseguida el piloto sin inmutarse y Rax sonrió—. Digo, si quieres. Además, podría mostrarte todo sobre la navidad y ciertas tradiciones junto al mar.
—Eso es excelente.
El pitido se volvió incesante, Rax abandonó el asiento al erguirse, sonrió y luego de un gesto con la mano, desapareció ante la mirada de asombro del piloto, quien no dejó de preguntarse si aquello fue real. Permaneció perdido en esa escarcha azulada que quedó en el aire hasta ser enjuagada por el viento.
No supo cuánto tiempo transcurrió, pero otro avión amigo apareció a su rescate, la sorpresa en ellos fue enorme por encontrarlo en excelente estado, pese a los días pasados; sin embargo, nadie dio crédito a su historia de “supervivencia gracias a un explorador alienígena que se convirtió en polvo”, aquello sonó más al desvarío provocado por un trauma psicológico que a algo real. Él le concedió razón al diagnóstico cuando esa navidad que esperó ansioso llegó, pero no trajo consigo al visitante de otro mundo.
No obstante, el piloto decidió cambiar de rumbo. Atrás quedaron los combates y enfocó su vida en la investigación aeroespacial. Con el correr de los años, participó en una primera misión a la estación espacial, y a esta le siguieron distintos proyectos. Tal vez Rax fue un producto de su imaginación que lo obligó a mantenerse vivo, pero sin duda, resultó un golpe de timón para plantearse nuevas metas y objetivos, uno de ellos: visitar otros mundos. Logró su cometido en 2050, al convertirse en el primer hombre en caminar sobre la superficie marciana.
Pasaron algunos segundos, tal vez minutos, mientras pensaba en la historia de Rax, y la consciencia de su situación actual se filtró de nuevo en su mente. Decidido, se puso en pie y revisó los sistemas de comunicación, control, vuelo, emergencia. Todo en vano; siguió sin respuesta. Sin embargo, con la determinación a cuestas, volvió a intentarlo. Por segundos, la pantalla del intercomunicador se encendió repleta de interferencia, y aprovechó para solicitar apoyo; solo logró comprender “emergencia” y “navidad”; asumió que dado el desvío, estaría de regreso para tal fecha.
En cuanto el impulsor de emergencia se encendió, se lanzó a presionarlo con la esperanza de retomar el curso de retorno. Respiró hondo conforme la nave ganó velocidad, pero gritó de terror y desconcierto al notar el brillo de la grieta espacial ensancharse mientras la nave se acercaba al misterioso destino que se abría frente a él.
El resplandor azul cobró intensidad; la sensación de magnetismo y fuerza aumentó. Cuando estuvo a escasos metros, la nave tembló y la grieta se ensanchó, emitiendo una luz tan cegadora que tuvo que cubrirse los ojos, en medio de gritos hasta que nada más quedó en ese lugar del espacio.
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En algún recóndito lugar del universo, a millones de años luz de aquel planeta repleto de océanos llamado Tierra, pequeños seres azulados reían a carcajadas mientras se desplazaban de un lado a otro cargados con luces y adornos. Los más grandes portaban fuentes y alimentos hacia enormes mesas.
Hace varios años, un explorador regresó con un dispositivo de sapiencia cargado de información sobre una festividad que tocaba los corazones de cada habitante en aquel recóndito mundo. La magia de las fiestas, con sus variaciones en distintas culturas de ese planeta, contaba con un común denominador: el amor y los deseos de compartir. Más allá de los obsequios, la calidez de las personas conmovió al viajero y, posteriormente, a cada habitante de su planeta que adoptó la tradición.
La Navidad, con su brillo y colores, llegó a Rakata; desde la primera, se volvió especial entre los más chicos, quienes ahora la esperan con emoción. Aquella vez resultó aún más especial.
Todos aguardaban ver el cielo violáceo atravesado por un fulgor dorado. Las inmensas estructuras negras y repletas de luces, que se alzaban imponentes como rascacielos y no alcanzaban a tocar el suelo, resplandecieron de repente ante la bola brillante que empezó a notarse y dejaba una estela de oro tras de sí. Los niños aplaudieron y luego se sumaron los mayores.
Cuando la gran esfera aterrizó, cada habitante ocupó su lugar en las mesas, excepto uno que, vestido con un traje rojo de felpa, se aproximó hacia el lugar del aterrizaje para darle la bienvenida al visitante. Sonrió de emoción, incluso las enormes almendras negras que eran sus ojos lo hicieron.
Cuando la compuerta principal de aquel vehículo se abrió, expuso a un confundido astronauta que ni siquiera sabía si murió o aquello se trataba de un sueño comatoso. Con su traje plateado y casco de cristal, se atrevió a caminar hacia el exterior, sin dejar de contemplar —atónito— los extraños alrededores.
Sin embargo, se llenó de emoción al ver la sonrisa del "Santa" con piel azulada y prominente cabeza que le recibía sonriente. Aceleró el paso hasta darle alcance. Los cuatro dedos azulados en cada mano de Rax sostuvieron una caja roja pequeña como obsequio para el astronauta, quien, pese a sus gruesos guantes, consiguió ceñir las suyas a las muñecas del otro.
—¿Rax? —inquirió el astronauta.
—Hola, Jack —le dijo Rax, sonriente, la emoción fue palpable en ambos.
—¿Por qué vistes de Santa?
—Es Navidad, Jack. Llegas justo a tiempo para la fiesta.
—¡¿Navidad en tu planeta?! —exclamó sorprendido el astronauta.
Abrió el paquete velozmente y descubrió un dispositivo extraño, similar a una gargantilla, el cual Rax le ayudó a colocar después de pedirle que se quitara el casco. Aunque Jack temía, accedió y contuvo la respiración hasta escuchar al otro:
—Funciona como branquias; te permitirá respirar aquí.
Jack sonrió cuando se atrevió a respirar y compartieron una sonrisa. El miedo a morir del astronauta fue reemplazado por alegría; finalmente, se hallaba de nuevo con aquel ser que salvó su vida. Asombrado quedó al saber que la nave no perdió el control y solo fue guiada hacia el mundo de Rax, quien lo invitó a su fiesta navideña como compensación por plantarle años atrás. Pudo experimentar la Navidad en otras partes de la Tierra, aunque no tuvo la oportunidad de hacerlo con Jack porque el tiempo de viaje acabó y le tocó volver a casa.
—Espera, Rax, ¿eras tú en el comunicador?
—Claro que sí, Jack, te dije: “cuando encienda el impulsor de emergencia, presiónalo y estarás aquí pronto para celebrar Navidad juntos, en mi planeta”.
El astronauta siguió asombrado, pero feliz de hallarse a salvo y tan bien acompañado. En aquel mundo se respiraba paz y armonía; solo deseó que nunca fuese alcanzado por la maldad del hombre. No tenía clara la duración de su visita, tampoco si quería dejar aquel lugar algún día; por lo pronto, se aseguró de disfrutar con Rax y aquellos adorables seres que le hicieron sentir bienvenido.
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Bueno, mis dulces corazones multicolor 💛 💚 💙 💜 💖 así concluye esta cosa, mi primer intento de ci-fi, espero haya sido de su completo agrado. Nos leemos lueguito😘 los loviu so mucho💖
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