Natural
Colores vívidos, una impasible tranquilidad asomándose con el alba.
El rocío de la mañana había bañado ya todo el pavimento. Norman tuvo especial cuidado al caminar, aquellos senderos lodosos podían ser engañosos y provocarle un resbalón. Lo que menos quería en ese momento era quedar cubierto de tierra, más aún si estaba por ver a la linda chica de cabello azul con la que compartía sus clases.
Sacudió sus manos un poco para relajar sus nervios y siguió las piedras que marcaban el camino. Los fantasmas seguían allí atosigándolo como siempre, pero no les dio importancia. Sabía que su amiga no lo juzgaba por sus habilidades, debido a que ella misma también había pasado por varias experiencias paranormales. No recordaba sentirse así de aceptado y querido desde que conoció a Neil, motivo por el cual Norman quería fortalecer su vínculo con Coraline. Y ahí estaba él, en medio del bosque solitario sólo para ir en su encuentro.
No pasó mucho tiempo hasta que divisó el pálido y característico color del Palacio Rosa. Suspiró de alivio, esta vez no se había perdido por el camino. Bajó la colina y se aproximó a la reja que delimitaba el patio trasero de la propiedad. Sus pupilas se agrandaron, pero no debido a la belleza del jardín, sino a cierta persona que se hallaba entre los tulipanes.
Norman sonrió y se adentró al lugar. Coraline estaba tan inmersa cuidando sus flores como Norman lo estaba al mirarla con detenimiento. La peliazul se agachó para cubrir con tierra un nuevo brote de margarita y luego giró la cabeza.
— Ah, ¡hola Norman! — Lo saludó afectuosamente —. ¿Listo para la aburrida escuela?
— Eso creo — Contestó y rio por lo bajo.
— Okay, dame 7 minutos y estaré lista. Debía hacer unos arreglos por aquí antes de irme. — La joven se quitó los enlodados guantes que portaba y fue hacía el viejo invernadero, con Norman siguiendo sus pasos.
— Debe gustarte mucho la jardinería. No es la primera vez que te encuentro fuera de casa y cuidando las plantas. Por cierto, tu jardín es muy bonito — Agregó, con cierta timidez.
— Lo sé. Soy muy buena en lo que hago — Afirmó, tomó su impermeable y su mochila de la pechera del invernadero —. La verdad siempre me han gustado los lugares con mucha vegetación. No sé, es relajante estar rodeado de tanta naturaleza, ¿no lo crees?
Norman asintió, y con justa razón. Siempre que estaba con Coraline, una sensación agradable se asentaba en su corazón. Los problemas se desvanecían al estilo de un fantasma, las inseguridades quedaban sepultadas, sólo quedaba en su rostro una sonrisa sincera y en sus mejillas un leve rubor.
Ella era natural como una flor, como el viento, como la fragancia a la tierra húmeda. Y estar en su compañía sin duda mejoraba sus días.
— ¿Nos vamos? — Preguntó la chica y le extendió su mano, cubierta con su llamativo guante naranja. Él se sorprendió, pero luego la tomó, y esbozó una sonrisa.
— Estoy listo.
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