17
Luego de un merecido descanso, su estómago comienza a rugir, por lo que despierta al sentir un agradable olor en la habitación. Él ve a su ama comer junto a la gata y al perro.
—Ya despertó —dice Izaro mientras levanta sus orejas.
—Debe tener hambre —comenta ella con la boca llena.
—No quiero verduras —responde al mirar a un lado, sin embargo le enseña un plato con un gran filete asado en sus propios jugos. Deja el plato sobre su regazo, junto a un trozo de pan.
—Como Mirrey está herido debemos esperar a que se recupere para continuar —habla mirando a los otros dos.
—Genial, las habitaciones son muy cómodas y la comida... —Izaro no acaba la frase porque llena su boca con comida.
—No podemos hacer eso, las hienas de las que hablaste pueden buscarnos aquí —protesta Mia al cruzarse de brazos.
—Es cierto, quedarnos es una estupidez porque pueden encontrarnos. Conocen el lugar —comenta el león antes de darle un gran bocado a su filete.
—Por eso es el último lugar en el que buscarán, nos movimos de habitación y con eso debe estar bien —le dice su ama—. Si nos encuentran yo me encargaré de ellas.
—El león sólo nos trajo problemas —señala la gata mientras lo mira de reojo.
—Ya veo quién es la malhumorada del grupo —comenta él al momento de cortar la carne con un cuchillo. Al contrario de lo que ellos creían Mirrey come tranquilamente en lugar de enloquecer por el delicioso filete—. El cachorro era el macho de la manada y ahora que estoy aquí puede ser la mascota —agrega al mirar a Izaro, al cual calla sus gruñidos al enseñarle los grandes colmillos que posee.
—No somos mascotas.
—Son domésticos, es parte de sus instintos obedecer —los demás guardan silencio, entonces su ama le pide que le explique—. Los domésticos vivían muy estrechamente relacionados con los humanos, eran sus mascotas y dependían de ellos completamente. Por eso casi se extinguieron cuando ellos desaparecieron. Todo el mundo sabe eso, ama.
—Nosotros estamos aquí porque somos más salvajes que domésticos —lo enfrenta Mia para un segundo después agachar sus orejas y mirar a un lado.
—No te enojes gatita —habla Mirrey con una sonrisa de lado—. Son un poco diferentes al ser amigos de una simio. Ellos usualmente son escla... servidumbre de animales más grandes e importantes.
—¿Eso es cierto? —pregunta mirando a Mia e Izaro, los cuales asienten en silencio—. Pues de donde vengo todos somos iguales —comenta cuando termina de comer. Ella suelta un pequeño eructo luego de tomar agua, entonces llama a servicio a la habitación para que retire las bandejas y platos sucios.
Mirrey ve a un trabajador llevarse todo, entonces mira como los domésticos dejan el cuarto mientras le desean una buena noche. Él se pregunta cuánto tiempo ha estado dormido, entonces siente movimiento a su lado.
—¿Ya es de noche?
—Estuviste dormido todo el día —responde mientras se quita los zapatos. La ve soltar nuevamente su larga trenza y parte de su cabello le golpea en el rostro.
—Tú-
—Gracias por rescatarme —le dice al levantar las sábanas para acomodarse en la cama—. Al principio creí que era imposible pero parece que sí te gusto —murmura mientras mantiene la vista al techo.
—Yo nunca te mentiría.
—Puedes ser muchas cosas pero nunca faltarías a tu palabra —habla al darle unas palmaditas en su cabeza—. Voy a dormir, no hagas nada indebido.
—Claro que no, ama. —Ella gira mientras se cubre con las sábanas, por su parte él mantiene su mirada fija.
Maldición, quisiera poder... destrozarla. Y ese cabello, se parece a una melena, ¡¿para qué quería la mía?!, piensa al apretar sus puños con fuerza, incluso se hace un poco de daño con sus garras.
Guiado por sus emociones levanta su pata para colocarla sobre el cuello, con sólo sacar sus garras podría terminar con su humillante teatro. Sin embargo al último momento niega y cierra los ojos con fuerza. Se maldice una y otra vez mientras siente el calor contra sus almohadillas.
Creyó que tocar a un animal sin pelo sería desagradable. Pero la piel se siente tan suave al tacto. Con curiosidad aparta un poco la cabellera descontrolada para ver hasta donde llega.
—Sólo su cabeza —susurra para sí mismo al observar la nuca, con cuidado estira un poco el cuello de la camisa para ver la espalda—. Tampoco tiene cola, ni siquiera una corta.
Él aparta un poco las sábanas para observar sus pies, los cuales ya le habían llamado la atención antes. Son pequeñitos y con cinco dedos, nada raro en los simios aunque la forma es diferente.
En eso ella se acurruca debido al frío que siente, alertándolo, entonces la arropa de nuevo para que vuelve a estar cómoda.
Al día siguiente, luego de dormir unas horas en la madrugada, él despierta al sentir movimiento en la cama nuevamente.
—Buenos días ama —la saluda para luego soltar un profundo bostezo.
—Hum, buenos días —responde mientras trenza su cabello.
—¿Por qué ocultas tu belleza así? Es como una melena y para un león significa salud, fortaleza y estatus.
—No soy un león —habla cuando termina de atar la punta—. A veces me estorba pero no lo cortaré porque te gusta mucho, anoche estabas acariciando mi cabello.
—¿Anoche? Es que... —Ella lo mira con una ceja arqueada—. No hice nada indebido —se defiende al desviar la mirada.
—No sé, estaba dormida —comenta al subir y bajar los hombros—. Ven, cambiaré tus vendajes —habla al acercarse para comenzar a quitar las gasas un poco manchadas.
—Antes de eso me daré un baño. —Él toca su hombro, sintiendo las costuras entonces se pone de pie para ir al cuarto de baño. Y le tocaba darse un baño luego de tres días, además la sangre seca en su espalda lo incomoda.
En el camino se quita su ropa, dejando un rastro sobre la alfombra y la simio la levanta para enviarla a la lavandería del hotel. Mientras tanto agrega otro colmillo a su collar, esta vez se trata de un colmillo de hiena. En eso golpean la puerta y Mia entra a la habitación con cautela.
—¿Estás bien? —pregunta mientras se acerca, ella huele un poco a su alrededor y toma el lugar a su lado.
—Si, ¿por qué?
—Es la segunda vez que duermes con el león —señala al fruncir el ceño —. ¿No tienes miedo?
—Dijo que no me hará daño —contesta de manera calmada.
—¡¿Y le crees?! —alza la voz, indignada por su despreocupación—. Ya te lastimó una vez.
—Me dio su palabra esta vez —habla para tranquilizarla, aunque no lo consigue. Mia le recuerda que es un criminal, además no le gustó para nada lo que él había dicho sobre ellos.
—Su relación me inquieta.
—¿Por qué? —se pregunta ladeando la cabeza.
—No puedo creer que preguntes eso... Son de d-diferentes especies y... y... ¿qué tan lejos llegaron?
—No entiendo.
—¡Agh! —suelta la gata, ya harta de no conseguir ordenar las ideas para expresarse.
—Estaba cansada de hacer mal tercio con ustedes, ahora debes estar feliz por tener mucho más tiempo con Izaro —con esas palabras consigue que Mia se sonroje rápidamente.
La felina tiene un colapso al no saber qué responder, la vergüenza es demasiada pero para su fortuna o mala suerte, Mirrey sale empapado del baño. Ni siquiera se molestó en cubrirse con las toallas.
—¿Y mi ropa? —pregunta al ver que ya no está dónde la dejó.
—En la lavandería —contesta Ella.
—¡Ah, está desnudo! —exclama Mia para luego huir de la habitación.
—Siempre ve a Izaro desnudo —susurra la simio para sí misma—. Ya pedí nueva ropa para ti —habla al dirigirse hacia Mirrey. Quien comienza a secar su cuerpo con un secador, ella supone que es una herramienta indispensable para el aseo por el pelaje de todos ellos.
—Gracias ama —responde él mientras peina su melena, debe admitir que ahora que no es tan larga es más fácil secarse y se siente fresco—. Mmm, eres bastante atrevida —murmura al ver que no aparta la mirada.
—Estás cubierto de pelo, no veo nada.
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