C A P Í T U L O 6
—¿Qué estás haciendo tú aquí?
—Hay alguien que está ansiosa por verte.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—Debimos intervenir antes. No querías hacerle daño.
(...)
Se incorpora de golpe tras escuchar lo último.
Esas voces...
Una la reconoció de inmediato, era Charis, más no recuerda en qué momento pudieron haber tenido una conversación que involucrara aquellas palabras.
Las otras eran la suya y la de dos mujeres, una más jóven que la otra supone, pero ni idea de quiénes puedan ser las dueñas.
Por inconsciencia, el albino cierra las manos apretando las sábanas contra sus palmas.
Un momento ¿Estoy en mi cama?
De inmediato mira a su alrededor y las pareces blancas con frases pintadas de su habitación lo saludan. Efectivamente se encuentra en su cama, con la pijama puesta y la luz del sol saliente le indica que ya es otro día.
¿Cómo llegué aquí?
Intenta recordar cómo fué que dió a parar a su cuarto, más la inquietud de la situación hace que su mente falle y en su lugar el ritmo de su corazón comience a subir y respirar se le vuelva difícil.
¿Qué está ocurriendo?
Respira hondo una, dos, tres, cuatro veces hasta que su ritmo cardíaco disminuye, más sigue ansioso.
Una incomodidad en sus manos desvía su atención a esa zona, descubriendo que, primero, porta una camisa manga corta que obviamente no tenía antes y, segundo, tiene un vendaje que le cubre la mitad de cada brazo.
—¿Qué demonios pasó? —se cuestiona, con la confusión y preocupación recorriendo su sistema. La voz la a sentido pastosa y un ardor en la garganta le hace saber que ya a pasado mucho desde la última vez que la usó.
¿Cuánto estuve dormido?
Un impulso hace que lleve ambas manos a su cuello en busca de su collar y el temor lo ataca en el instante en que descubre que no está en su lugar.
No, no, no, no, no.
Rápidamente quita las sábanas que cubren la mitad de su cuerpo y baja de la cama de un salto, más enseguida un mareo surge ante el brusco acto por lo que se ve obligado a volverse a sentar utilizando los brazos como apoyo sobre el colchón.
Puede oír su pulso detrás de los oídos y su respiración pesada hace que su pecho suba y baje con cada bocanada. Intenta con todas sus fuerzas el mantener la calma para no sufrir un ataque y afortunadamente lo consigue de a poco. Por ahora.
Respira profundo y cuenta hasta diez. Le indica la voz de su cabeza y de inmediato obedece para intentar calmarse.
Una vez siente que no le dará algo, mira nuevamente la habitación y exhala aliviado al ver el pequeño cofre azul marino que esta sobre la mesita de noche.
De inmediato lo toma y dentro de el encuentra su collar sano y salvo. Lo saca, colocando el cofre de regreso en la mesita, y usa ambas manos para ponerse su tesoro y una vez hecho, sujeta la esmeralda entre sus dedos sintiendo como de a poco recupera el control.
Cierra los ojos entonces e intenta una vez más buscar en su mente los últimos recuerdos, estando ahora más sereno.
Le di un baño a Ember y tuve una charla con Félix.
Llegue al café de Brenda y Charis me presentó a Lyan.
Regrese a casa de noche y me encontré a una chica a quién ayude porque se había lastimado tras una caída y...
«—¿Qué pasa Nicolas? ¿Te sorprendí?
—¿¡Qué demonios eres!?
—Acabas de responderte»
Las imágenes empiezan a llegat una trás otra a su mente, tan claras y nítidas como si regresara a ese instante, y termina atrapando nuevamente las sabanas en puños temblorosos.
«—Pe-pero él, él me dijo-
—Ni tú ni él nos deben de subestimar. Ustedes no tienen ni idea de lo somos capaces»
Abre los ojos pasmado ante el recuerdo que surge. Su corazón se desboca nuevamente y siente que empieza a ahogarse. Sus pulmones no están funcionando correctamente.
Está seguro que la imagen de él, reduciendo a la demonio a cenizas, será otra pesadilla para agregar a su lista.
La diferencia es que esta la recuerda perfectamente.
(...)
—Cierra el ojo izquierdo y mide bien tu objetivo. Estás tensando de más la cuerda, afloja un poco —le indica, al tiempo que le toma los brazos para acomodar su postura—. Coloca la pierna derecha atrás y la izquierda al frente, debes equilibrar tu peso. Suelta la flecha cuando estés totalmente seguro. Recuerda que un mal tiro puede costarte mucho, Nico.
—Lo sé —responde éste con firmeza, conciente de las posibles consecuencias que traeria fallar.
—Entonces no falles.
—No lo aré.
—Demuestralo.
Libera la flecha en ese instante y esta sale disparada hasta dar en el centro del blanco al otro lado de la arena.
Perfecto.
Un fuerte silbido se escucha en ese momento y en menos de un segundo unos brazos delgado lo abrazan de lado con demasiada fuerza.
Un beso ruidoso es dejado en su cabeza y de inmediato voltea para ver quién lo a abrazó encontrandose de frente a tres personas:
Una rubia de ojos cafés, un pelinegro de ojos azules y una pelinegra de tez más clara que los otros dos y de ojos miel con manchitas rojas.
Adara, Demon y Darcy.
—¡Así se hace cachorro! —lo felicita la azabache y él ruedo los ojos con fingido disgusto ante el apodo, causando que la chica ría—. Sabes que amas ese apodo —entrecierra los ojos, retandolo a refutarle.
Nico reprime una sonrisa enseguida y se encoge de hombros inocente.
—¿Para qué negarlo?
La ojimiel sonríe complacida ante sus palabras y el albino le devuelve el gesto junto a una risilla ahogada.
—Nada mal para seguir siendo novato —lo felicita ahora el chico, al tiempo que Darcy lo liberaba, y Demon aprovecha para despeinar su cabello como a un perrito, a lo que el menor le detiene la mano y se aleja provocando una risilla en el mayor—. Aprendes rápido.
—Sin duda —concuerda la rubia y la más mayor de todos, dando un par de aplauso al aire, lo que le sacan una media sonrisa al bicolor—. Impresionante.
—Así es —apoya ahora una vos más grave y mayor a la de los presentes, haciendo que el cuerpo del más joven se tense y el ambiente cambie radicalmente a uno lleno de tensión. Es entonces cuando la atención de todos cae en el hombre vestido elegantemente de negro que se acerca a paso lento, pero seguro hacia ellos—. Eres impresiona Nicolas —felicita, deteniéndose y posando su mirada carmín en el nombrado, el cual se esfuerza por mantenerle la mirada y portar una expresión neutra que esconda el remolino de emociones negativas que le provoca su presencia.
«No le temas. Recuerda que un Dimitriu no se doblega ante nadie»
Debe aguantar.
—Gracias, señor —agradece, usando un tono vacío y seguro. Provocando que el pelinegro se relaje al ver como al jóven ya no le tiembla la voz.
—Parece que ya estás listo —prosigue el recién llegado, y esas simples palabras provocan una revolución en los presentes.
—¡Claro que no! —es la pelinegra la primera en reaccionar, dando un paso al frente para encarar al hombre, el cual sóla la mira indiferencia— Aún tiene mucho que aprender, él aún-
—Iré —la corta el bicolor y de inmediato Darcy gira hacia él teniendo que parpadear incrédula ante la sorpresa. El chico nunca antes la había contradecido. Más no le da tiempo suficiente a procesar sus acciones ya que Nico de inmediato desvía su mirada al hombre de traje y nota el asomo de una sonrisa en su rotro.
Eso provoca que un escalofríos lo recorra. Que él sonría nunca significa algo bueno, más no debe dudar ahora.
—Nico no... —escucha decir a la muchacha, claramente preocupada por su decisión, más ahora es la rubia quien la interrumpe y mentalmente le agradece por hacerlo.
Si la pelinegra vuelve a protestar —por más motivos que tenga—, tendrá un castigo asegurado y sería por su culpa que la lastimen.
Ella ya ha hecho suficiente por él.
—Nicolas está lo suficientemente preparado como para venir con nosotros —apoya con total seguridad la mayor de las dos féminas, mirando fijamente a la primera, la cual aprieta los puños conteniendo sus ganas de refutarle.
—Puedo hacerlo —retoma la palabra el albino, hablando en general—. Estoy listo —afirma, ahora en dirección a la ojimiel.
La mirada de la chica le suplica que no lo haga, pero él trata —aunque entiende su miedo— de decirle con la suya que confie en él.
Darcy capta su mensaje y, aunque duda, termina retrocediendo cabizbaja. Si esa es su decisión no habrá forma de que lo haga cambiar de opinión. Él ya no es un niño y ella debe darse cuenta pronto.
—Yo me encargaré de prepararlo para el siguiente trabajo —declara el segundo mayor de los varones y mira de reojo al menor para luego volver a mirar fijamente al hombre ante a ellos—. Si estas de acuerdo con ello... Padre.
Su tono es natural al decir lo último, pero no es necesario tener el poder de leer emociones o mentes para saber que el muchacho prefiere mil veces un castigo a tener que decirle "Padre" a ese ser.
Él lo odia, y eso nunca cambiará.
—Me parece perfecto —accede el mayor de todos, complacido, pero más de uno logra notar algo oculto en su tono—. Ahora, me retiro. Los dejaré que sigan en lo suyo.
Y en menos de un parpadeo, desaparece envuelto en una nube de humo negro.
—¿Están seguros? —cuestiona la chica de piel clara —después de que se aseguraron de que en realidad han vuelto a estar solos— y los mira a cada uno entre dudosa e interrogante.
—Entre más pronto integremos a Nico, más pronto tendrá su libertad —responde el pelinegro, posando su mirada azulada en la miel con carmín de ella—. Sabes que él podrá con esto y lo que viene.
La chica agacha la mirada pensativa. Ella sabe que Nico está listo para acompañarlos. También sabe la importancia de incluirlo, pero está tan acostumbrada a cuidarlo que teme que algo pueda salir mal como ya a pasado antes, más también sabe que la mejor forma de cuidarlo es dejarlo avanzar por si sólo.
Es por eso que, rendida, exhala despacio y se gira de regreso para mirar al menor.
—Confio en ti —cede, y él le sonrie agradecido.
Nico baja entonces la mirada hasta su arco de práctica y lo aprieta con fuerza.
—Que comience el juego —proclama.
(...)
Unos ruidos ligeros lo traen de vuelta a la realidad y gruñe molesto porque lo han despertado de su tranquilo sueño.
Con lo que me cuesta dormir.
—¿Nico? —una voz femenina y mayor causa que frunza el ceño al no reconocerla.
El muchacho abre los ojos de a poco y se incorpora de espacio sobre la cama. Su mirada cae primero en las sabanas azules que lo cubren con extrañeza y su ceño se profundiza.
¿Dónde estoy?
¿Acaso ya..?
—¡O por Dios! ¡Mi niño! —la voz de la mujer hace que mire hacia la entrada notando por fin a la señora de cabello castaño canoso, baja estatura y ojos cafés que lo miran con sorpresa, alivio y alegría.
Angie... Susurra la voz de su subconsciente.
Algo hace click en ese momento en su cabeza y parpadea varias veces como si acabara de despertar de un sueño.
—¡Angie! —reacciona finalmente y la mujer acaba con la distancia que los separa para abrazarlo fuertemente.
—Gracias a Dios todo poderoso mi niño, al fin despiertas —la mujer ahoga un sollozo en su hombro y el corazón del chico se estruja al oírla—. Estábamos tan preocupados.
—¿Qué paso Angie? ¿Cómo llegué aquí? —interroga, en voz baja, mientras la aleja un poco para poder mirarla a la cara y limpiar las lágrimas con delicadeza de su rostro— ¿Qué me pasó?
—Ay Nico... —suspira la señora, acomodandose en su lugar para quedar sentada frente a él, al mismo tiempo que respira hondo para calmar así sus nervios, permitiéndose un momento antes de hablar— Una pareja amiga de tus te encontraron en el callejón, ese que queda a unas cuadras —comienza a relatar—. Según se, venían caminando cuando comenzaron a escuchar unos ladridos incesantes y decidieron ver dentro del callejón para averiguar qué sucedía, fué entonces que encontraron a Ember parada junto a ti, y al verte estabas inconsciente. Llamaron de inmediato a tu padre y te llevaron al hospital.
Angie agacha la mirada con tristeza recordando lo preocupados y mortificados que estaban todos ante la idea del menor de la familia de regreso a un hospital, al mismo tiempo que los recuerdos de lo sucedido golpean a Nico como una ola gigante que amenaza con ahogarlo.
—Maldita sea —masculla ante las imágenes que llegan, consiguiendo un regaño por parte de Angie, más él la ignora y en su lugar cierra los ojos con fuerza para intentar concentrarse en el ahora— ¿Qué dijeron en el hospital? —indaga, algo inseguro de querer saber la respuesta.
—Tú padre dijo que lo más seguro es que hayas tenido otra crisis y tu mente no lo soportara, causando que te desmayaras —responde, con la voz llena de compasión, y toma entonces sus manos para alzarlas ligeramente y mostrarle los notorios vendajes que van de su codo a sus muñecas—. Tenias cortes desde tu codo hasta tus palmas que sangraban, por lo que... —se detiene, tomando una bocanada de aire, el cuál luego libera de forma temblorosa, y aprieta las manos del chico temerosa de decir lo siguiente, más no le queda de otra— Lo que significa que tu... Que tu ataque fué tan grave qué... Empezaste a hacerte daño mi Nico.
El dolor en su mirada ante lo dicho le parte el alma al muchacho y un nudo empieza a formarse en su garganta junto a una presión en su pecho. Más traga grueso para así alejarlo y luego inhalar todo lo que puede dejando salir después el aire con pesadez.
No es la primera vez que pasa.
Los ataques, crisis, episodios o cómo quieran decirle, le son costumbre para el chico. Su primer año estuvo lleno de ellos y parte de segundo también. Así fué como comenzaron sus viajes a terapia y las pastillas.
Los primeras en especial fueron bastante fuertes. Hubo gritos, golpes y tendía a pasar las uñas por sus brazos hasta dejar marcas en medio de su desesperación. Sus padres decían que a veces, en medio de la noche, pedía a gritos volver a casa y aseguraba que todo era una ilusión, que ella estaba jugando con su mente.
De hay salió el rumor de que estaba trastornado o enfermo de la mente. Practicamente que era un loco con todas las letras. Lo cuál no era del todo una exageración, pero es que ellos no entienden.
Aunque, lo curioso es que muy pocas veces logra recordar esos ataques. Su mente siempre se nubla y después solo quedan retazos borrosos e incoherentes.
—¿Cuánto... Cuánto tiempo estuve dormido? —prosigue, casi en un susurro, evitando la mirada de la mujer y tratando de ignorar el hecho de que ella cree que se volvió ha hacer daño.
La verdad es que ni él sabe cómo fué que se hirió. No lo recuerda.
—Hoy se cumplen cuarto días.
—Cuatro días... —repite el albino, sintiendolo irreal— Sentí que fueron unos minutos.
—El tiempo vuela cuando duermes —intenta bromear Angie, para así relajar el ambiente, y él medio sonrie para tranquilizarla y hacerle creer que logró su objetivo, lo cual funciona ya que le regresa el esto más tranquila—. Bueno... Debo decirles a tus padres que ya despertaste —le hace saber, posando su mano en la mejilla del chico e inclinándose para besar su frente en un gesto materno.
Nico asiente entendiendo y la mujer se levanta para caminar hacia la puerta y, trás echarle una mirada, salir, dejándolo solo en la habitación.
Y una vez hoye los pasos desvanecerse escalera abajo, deja caer su cuerpo sin fuerzas, con los brazos abiertos y dejando salir todo el oxígeno de sus pulmones.
Permanece sin respirar por unos segundos en donde puede sentir a su corazón latir de espacio, y es hasta que este comienza a acelerarse que deja entrar al aire de nuevo.
Cierra nuevamente los ojos y trata de ponerle un orden al caos que hay en su mente.
Yo quería encontrar algo más, pues aquí está.
Definitivamente no soy normal.
¿Entonces... qué soy?
(...)
Un pasillo amplio con paredes de piedra negra se extiende ante él, siendo iluminando únicamente por los rayos de luna que entran gracias a los ventanales despejados.
Se lleva el vaso con agua que fué a buscar a la boca y le da un tragos. Cruza a la izquierda y entra al pasillo donde está su habitación y la de Darcy.
Demon tiene una aparte en otra ala especial para él, aunque mayormente se la pasa a esa hora deambulando por la mansión al igual que Nico desde hace ya mucho.
Todo gracias la traidora.
Un sollozo ahogado desvía su atención en ese momento y se detiene en medio del pasillo. Aguardando un momento a espera de volverlo a oír, pero nada.
Extrañado, agudiza su oído para buscar el origen del sonido y afortunadamente el sollozo se repite, más entonces su corazón da un vuelco a descubrir que este proviene de la habitación de la pelinegra.
Preocupado, se encamina a la puerta y se detiene frente a esta, más el temer de abrirla y encontrar algo horrible lo paraliza. Miles de escenarios surcan su mente y, aunque está acostumbrado a los pensamientos fatalistas, pensar en que algo malo le pudo haber pasado a la chica le aterra de sobremanera.
Últimamente un mal presentimiento lo a acompañado la veinticuatro horas del día, y cualquier cosa, por más insignificante que sea, lo altera al un punto de parecer paranoico.
Tal vez no es tan malo. Intenta tranquilizarse. Puede tratarse nada más de una pesadilla y sólo debes despertarla.
Convencido de eso, respira hondo para disminuir sus nervios y, dejando el vaso a un lado de la puerta, toma la perilla, la cual cede de inmediato al girarla. Empuja la madera despacio y medio mira hacia dentro.
La oscuridad lo recibe y sólo la tenue luz de la luna que atraviesa las cortinas le permite distinguir las cosas.
Le extraña no encontrar la ventana abierta como suele dejarla la ojimiel cada vez que sale por la noche para tomar asiento en la zona más alta del techo y leer sus libros de contrabando hasta el alba.
Termina de entrar al cuarto, aún inquieto, y cierra la puerta con cuidado para encaminarse ahora hasta la ventana y ver si esta está cerrada o simplemente puesta. Corre las cortinas contemplando en bosque seco y oscuro que los rodea, más se centra en empujar el vidrio para ver si cede, más no lo hace.
Se relame los labios entonces sintiendo como la mala sensación se arraiga en su interior. Por lo que se aleje de la ventana y gira sobre su eje para revisar el cuarto, paralizandose en el instante en que encuentra la figura de la chica en la esquina junto a la entrada hecha una bolita.
Darcy tiene las rodillas contra su pecho, abrazadas, trae puesto un camisón negro que está rasgado en la falda como si lo hubiera roto las garras de un animal, su cabello oscuro cae como cortina ocultando su rostro hundido entre sus piernas, pero lo que lo deja sin aliento es ver que sus hermosas alas color plata están a expuesta y la poca luz que entra le permite distinguir el color rojizo de las manchas oscuras en su piel y el aro negro en uno de sus tobillos.
—¡Darcy! —la llama, saliendo de su shock momentáneo, y corre hasta dejarse caer de rodillas junto a ella.
Nico intenta acerca su mano para quitar el cabello que cubre el rostro de su amiga, pero una de las alas de ésta la cubre de golpe como si fuera una barrera.
—Vete Nico —le pide ella, en un susurro roto, y se oculta aún más si es posible.
No quiere que la vea así.
—Pe-pero Darcy, estás... Estás herida —señala el muchacho, con la voz temblorosa debido al remolino de emociones que le provoca verla así.
—Si algo malo me pasó fué porque yo me lo busque —declara la ojimiel, en medio de un sollozo ahogado.
Se siente miserable, sucia y rota.
Sólo desea desaparecer.
En ese momento no existe la Darcy fuerte y guerrillera que él conoce. Y le parte más el alma que su cachorro la vea así.
Más Nico se mantiene inmóvil en su lugar y ella decide usar su ala para alejarlo, más al hacerlo, deja al descubrierto la sangre que emerge de la zona donde surge la otra.
—¡Tu ala! —exclama el bicolor, horrorizado, y sin importarle si ella quiere o no, acerca sus manos a la herida y enseguida de estas emergen una leve luz azúl que comienzan a sanarla.
La herida no es muy profunda y afortunadamente tampoco es de gravedad, así que no le toma mucho cerrarla.
Una vez listo, se aleja aún de rodillas y ve como Darcy revisa su ala, moviendola un poco. De inmediato la chica cubre su boca con las manos al ver que esta reacciona sin dolor y en menos de un parpadeo se abalanza sobre el chico para abrazarlo con fuerza.
—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! —repite, entre sollozos llenos de alivio, y se aleja un poco para mirarlo con los ojos rojos y cristalizados, pero llenos de gratitud.
Más lo que pronuncia Nico no es lo que ella esperaba.
—¿Fué él?
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