C A P Í T U L O 31
La casa de sus abuelas es acogedora y hogareña. Posee ese estilo y escencia de un verdadero hogar.
Según le explicaron, este es el hogar original de la pareja, donde criaron a su tíos y tiempo después a su madre. Pero al darse cuenta de quién era en realidad Dalia, Alva los llevó a origen donde comenzaron a vivir en la casa en la playa, la cual es propiedad de la familia de su abuela Amara y donde vivió antes de venir al mundo humano y conocer a Crista, cuya familia es mayormente de personas comunes.
La casa en la playa a pasado por varias generaciones, igual que el hogar de los Lobato, y actualmente le pertenece a Demon y Rocío, como regalo de Jade quien tiene su propio hogar en Sorium junto a Bastian.
Y añadiendo el hecho de que sus padres viven en la Capital y Darcy con Matteo en Luz de Plata. Las palabras de su abuela cobran más fuerza.
«Ya no son niñas, cada quien a elegido su camino y formado su vida»
Sus padres y tíos eligieron un rumbo hace mucho, y actualmente cada uno posee su hogar y su familia. Sus primos poco a poco van tomando uno, y él también tendrá que hacerlo.
Pero todo su futuro dependerá de cómo terminen las cosas.
El final será su inicio.
Inhala ondo y deja salir el aire con pesadez.
Puede oír movimientos en la cocina a su izquierda, donde Crista prepara bebidas para todos, la frisa de la tarde golpea su espalda gracias a la entrada abierta por donde salió Finn hace unos minutos, y finalmente en la estancia a su derecha se encuentra el resto de su familia charlando animadamente con Amara, quien parece estar entreteniendo a sus primos contándoles sobre las travesuras de su madre, provocando que este replique cada tanto para no quedar más en vergüenza frente a sus hijos.
Y mientras todo eso ocurre, él se dedica a explorar la propiedad en busca de recuerdos del pasado de su madre y tíos. Y que mejor ayuda que las fotos enmarcadas que descienden por las escaleras formando una interesante línea del tiempo.
Una fotografía de sus abuelas jóvenes frente a su nuevo hogar inicia la historia. Un gran felino negro con pequeñas manchas grises en su pelaje humeante junto a la pelinegra, y un colibrí de tamaño moderadamente grande sobre el hombro de la rubia, delatan su naturaleza como Maestras de las Sombras.
La siguiente fotografía muestra a Crista acostada en la cama sosteniendo a un bebé envuelto en una manta azúl, y junto a ella otra foto de un pequeño de cabellos negros, piel clara y ojos cafés le confirma que se trata de su tío Desmond.
Seguidamente ahora está éste con unos tres o tal vez cuatro años parado sobre un banco, junto una cuna blanca donde duerme tranquilamente una beba envuelta en una mata amarilla, su tía Jade.
Después del nacimiento de los bebés, las fotografías que le siguen son de la pequeña familia en distintas actividades.
Como una donde Desmond ayuda a su hermanita a caminar. Su primer día en la escuela. Jade sosteniendo a un pequeño polluelo. Ella liberando al ave ahora más grande.
Las dos siguientes fotografías tienen un tema en común: Los niños cumplen ocho años.
¿Y cómo lo sabe?
Porque en estas aparecen ambos con sus dijes y sus sombras.
Una Lechuza jóven de grandes ojos grises se encuentra sobre el antebrazo de Jade mientras que con la otra mano la niña sostiene su inconfundible dije dorado con el rostro del ave esculpido y dos cristales redondos de un azúl glaciar como ojos.
Si no se equivoca el nombre de la sombra es Misty.
Y en la segunda fotografía está Desmond con la sombra en su hombro teniendo también la forma de un ave, aunque en su caso siendo lo que puede identificar cómo un Halcón, mientras que colgando de su cuello se encuentran un grupo de plumas plateadas bien detalladas donde destaca un cristal verde ovalado en la unión.
¿Qué habrá pasado con él?
No conoce mucho sobre los Maestros más haya de lo básico. Por lo que no está muy seguro de lo que pasa con los dijes o las sombras cuando sus portadores mueren.
Ni siquiera recuerda en nombre del ave que acompañaba a su tío a pesar de haber oído muchas historias de él. Extraño.
Dejando el tema para una interrogación a sus padres después, prosigue con la revisión llegando finalmente al punto en la vida de sus abuelas cuando un nuevo miembro se une a la familia.
Una pequeña de unos nueve años se encuentra de pie entre un Desmond de catorce y una Jade de díez. La jóven albina destaca inevitablemente entre sus hermanos con su piel pálida, cabello platino y ojos bicolor.
La falta de compatibilidad sanguínea se hace relucir dejando bien en claro que ella no nació en esa familia, sino que fué acogida por ella.
Es hija adoptiva... Así cómo él lo fué hace poco.
Una sensación agri-dulce lo hace formar una sonrisa amarga.
El paralelismo que posea con su madre le es tanto inquietante como reconfortante.
—¿Estás bien Nico? —consulta Amara, apareciendo a su lado.
—¿Ah? Sí, si —logra responder, saliendo de sus divagaciones y girando hacia la mujer—. Sólo veía las fotos.
—Eso veo. Estabas tan concentrado que Crista pasó junto a tí con una charola de jugos hace un momento y yo llevo un par de minutos a tú lado, y ni cuenta te diste hasta que te hablé.
—¿De verdad? Que pena, perdón —se disculpa, rascando su cuello avergonzado. Le es normal perderse en su mente, pero aún así le avergüenza que eso pase cuando hay personas a su alrededor ya que tiende a olvidarse de su presencia o, como en este caso, no notarla.
—Tranquilo —le calma la mayor, con una sonrisa amable—. A veces también me pasa, es normal. Aunque ¿Podría saber qué te tenía tan pensativo?
—Nada del otro mundo —responde con simpleza, encogiéndose de hombros para restarle importancia.
—¿Seguro? Te veías muy centrado —señala ella, mirándole con una ceja enmarcada haciéndole saber que no se conformará con una respuesta tan vaga.
—Solo... Pensaba en unas palabras que me dijo papá hace varios días —se sincera entonces, desviando la mirada de regreso a las fotografías.
—Alec siempre tiene algo que decir, ¿Puedo saber qué fué? —curiosea su abuela, y aunque podría resultar molesto su interrogatorio por algo tan trivial, su forma de hablar sencilla y educada le hace saber que su intención sólo es charlar con él y ya.
—Sobre el parecido que poseemos con mamá y los tíos —responde, aún en un tono de simpleza, aunque algo forzada en esta ocasión ya que para él no es un tema tan simple—. Ya sabes. El orden de edades, las personalidades, y cosas así —aclara, nuevamente quitándole relevancia.
—Creo que eso es algo que todo aquel que los hayas conocido piensa —apoya Amara, con cierto grado de complicidad en su voz.
—¿Tan así?
La mirada oscura de su abuela se posa entonces sobre la fotografía de sus tres hijos, y aunque su tono fué ligeramente cómico al preguntar, la sonrisa rota que se forma en su rostro le quita toda la gracia que sintió por un momento.
—De verdad —susurra ella, casi como si estuviera pensando en voz alta— Verlos a tí, a Darcy y a Demon... Es como volver a ver a mis niños juntos —ante su tono melancólico el chico supone rápidamente un porqué obvio, pero algo en la mirada de su abuela provoca que cierta inseguridad surja, como si desconociera de cierta información—. Pero ustedes también son diferentes a ellos. Caen y aprenden a su manera. Pero estoy segura que al final harán que todo valga la pena —declara, recuperando la seguridad, para así dedicarle una sonrisa suave y una mirada llena de sabiduría y cariño como sólo alguien como ella podría poseer—. Sin duda su tío estaría orgulloso de los tres.
El muchacho sonríe agradecido ante sus palabras, intentando dejar la intriga a un lado, pero poco a poco su sonrisa flaquea dando paso a una expresión confundida.
—¿Los tres? —ahora no puede evitar cuestionar, e instintivamente mira de reojo hacia el pórtico donde su hermanito se encuentra sentando en los escalones.
—Finn es pequeño. Él aún tiene la oportunidad de escoger un destino diferente —señala la pelinegra, mirando directamente al menor.
—Pero... Él también es de la familia. Todo esto lo involucra tanto como a nosotros —alega el albino, sin entender del todo porqué excluye al menor.
—¿Pero es necesario que participe? —le cuestiona ahora ella, adquiriendo un tono serio. Dejándole en claro que no está para discusiones— No quiero que más de mis pequeños tengan que pagar por el pasado.
Su tono se ablando un poco al final, intentando hacerle entender que lo que está haciendo no es excluir a su hermano, sino tratar de protegerlo de los males que acechan a su familia.
Nico agacha la mirada meditando sus palabras.
Entiende su preocupación. Quiere evitarle sufrimientos y heridas. Como las que ellos poseen.
Pero Finn ya a sido afectado.
Él ya está herido. Ya es tarde para intentarlo.
Pero aún puede evitar que termine como él.
—Tienes razón... —acepta, regresando la mirada de vuelta a la foto. Los rostros sonrientes de sus tíos y su madre capturados en la imagen hacen que su corazón se estruje— No tiene que ser igual —susurra, más para sí que para ella, pero aún así la mayor asiente, y dándole un apretón en el hombro le indica que mejor vaya por su jugo y que de paso le lleve el de su hermano, a lo que él asiente de regreso.
Sigue a la mujer a la estancia, y trás borrar su mala cara para saludar a los demás con más ánimo, toma dos vasos y regresa sobre sus pasos dirigiéndose a la entrada.
Finn sigue en el mismo lugar en una posición cabizbaja, por lo que se acerca con cuidado y se asoma a su lado para ver qué hace, descubriendo así a un pequeño pajarito de plumaje rojo entre sus manos.
—No es lo que parece —habla el chico, haciéndole saber que a notado su presencia.
—¿A qué te refieres?
—Que esta ave no es lo que parece.
—¿Cómo?
Los ojos oliva de su hermano conectan con los suyos, mostrando una expresión indescifrable en su rostro, causándole intriga.
—Mira —pide, y procede a ponerse de pie.
Lo observa caminar hasta estar a un par de metros de la casa y deja al pájaro sobre el camino de tierra, mientras él bebe de su jugo a la espera de lo que sea que vaya a pasar.
—Miau —maulla Finn, y antes de el otro pueda cuestionar, lo que al comienzo era un ave, se deforma hasta adquirir la forma de un pequeño gato.
Nico se ahoga, viéndose obligado a toser antes de poder hablar.
—Eso sí que no lo ví venir... —admite, mirando con impresión y asombro al ahora felino que su hermano tranquilamente recoge y regresa al pórtico con este en un brazo, mientras que con su otra mano toma el vaso intacto de jugo y le da un gran trago— ¿Me vas a decir qué es?
Aguarda un momento a que el menor se termine por completo su bebida.
—No tengo la menor idea —le responde, una vez a vaciado el contenido—. E pasado la última media hora intentando averiguarlo, pero lo que viste es todo lo que he logrado hacer.
—Entonces vayamos con los demás.
(...)
Las hojas secas crujen bajo sus pies. Las ramas y hojas de los árboles lo protegen de los rayos del sol de la tarde mientras que la frisa cálida mantiene su temperatura estable.
Mira con atención sus pasos al andar. La zona en la que se encuentra el hogar de sus abuelas está llena de vida, tanto vegetal como animal, lo que significa que es bastante común toparse con algún animalito silvestre al caminar.
Su objetivo es llenar a la zona de nidos que descubrió en su anterior visita. Se encuentra algo alejada, pero el camino es todo recto, por lo que no corre el riesgo de perderse. Y si sus cálculos son correctos, en esta época del año deben haber más habitantes plumiferos rondando por los alrededores del pequeño lago oculto junto a los árboles frutales.
Con su teléfono listo para tomar todas las fotografías posibles para su álbum de aves, continúa su marcha oyendo cada vez más claro los cantos.
Falta poco.
Todo va a salir bien.
O así pensó.
Movimientos en la dirección opuesta a su comido lo hacen detenerse de golpe. Una criatura se encuentra a sus espaldas y el hecho de no haberlo notado antes lo pone inquieto.
Respirando hondo y armandose de valor, gira sobre su eje para así descubrir a su acompañante inesperado.
Un pequeño zorro.
Seguramente se vió atraído por el sonido de las aves y su instinto de depredador se vió activado. Y la idea de que indirectamente lo a estado guiando hacia su futuro almuerzo, lo perturba.
—Vete de aquí pequeño. Shu, Shu, sale —intenta alejarlo, usando el patentado truco de espantarlo como a un perro—. Anda a buscar comida en otro lado —le ordena, pero obviamente el animal no obedece.
En su lugar, el pequeño zorro comienza a caminar hacia él, provocando que de inmediato retroceda.
—Te dije que te fueras. No busques que te lance un palo —intenta asustarlo, tomando dicho objeto de uno de los tantos que abundan por el suelo, y comenzando a sacudirlo frente al animal.
Pero nuevamente sus palabras son ignoradas y en su lugar consigue que el zorro se acerque aún más.
El canto de las aves a sus espaldas llama la atención del pequeño ser, provocando que el chico se tense.
—Te lo advertí. No dejaré que lastimes a ningún ave indefensa —alza el palo listo para lanzarlo. No quiere lastimarlo, pero lo más probable es que termine cenando a algún polluelo, lo cual es inevitable aún si logra espantarlo. Más prefiere que lo haga en algún momento donde no tenga que contemplar cómo se cumple el doloroso ciclo de la vida.
Y justo cuando está listo para actuar, ocurre algo... Inesperado.
Los ojos del zorro conectan con los suyos y... Se paraliza.
Dos pequeños orbes morados lo observan directamente. De una forma tan intensa y profunda que pareciera poder ver dentro de su alma y descubrir que en realidad no es capaz de lastimarlo.
Eso lo asusta.
La mirada del zorro no es igual a la de otros que a visto. Y más aún la forma tan segura en la que se acerca a él hasta quedar sentado frente suyo. Todo eso sin dejar de verlo directamente.
La rama cae de su mano débil en un golpe seco, pero el animal se mantiene inmóvil en su lugar. En cambio Finn si reacciona, e intenta retroceder, pero la impresión de aquellos ojos lo tiene tan desconcentrado, que termina tropezando con sus propios pies y cae sentando sobre la tierra, pasto y hojas secas.
—¿Qué... Qué eres tú? —interroga, contemplando casi sin parpadear cómo el zorro ladea la cabeza ante sus palabras— ¿Eres un simple zorro o... Algo más? —el animal no se mueve— Si-si eres otra cosa entonces... Entonces te pido que me muestres qué.
El zorro reacciona enderezando la cabeza y poniéndose de pie. Finn se sobresalta ante su acción, no sólo por lo repentino de esta sino porque justo en ese momento las aves comenzaron a cantar con más fuerza.
La mirada del zorro vieja entre las aves a lo lejos y el chico en el suelo. Y el jóven brujo podría jurar que las iris violaceas del animal adquirieron motas doradas de un momento al otro.
Pero antes de que tan si quiera pueda detallarlo bien, la criatura frente a él empieza a deformarse de una forma lenta y dolorosa si se toma en cuenta que toda su anatomía se está alterando, lo cual se confirma con el ligero sonido de huesos quebrándose y rearmamdose.
Pero más rápido de lo que pensó, lo que en un comienzo era una bola de pelos negra y naranja, ahora es una pequeña ave de plumaje rojizo que identifica como un cardenal, el cual no tarda en emprender un corto vuelo hasta terminar sobre su abdomen.
—¿Pero qué..? —musita, incrédulo, y el ave suelta un pequeño canto en respuesta.
(...)
—... Luego estuve viendo si tenía alguna marca o alguna otra cosa llamativa a demás de sus ojos, pero nada. Intenté ver si podía comunicarse, y sólo llegué a la conclusión que puede entenderme, más no obedece mucho que digamos. Y por último intenté hacer que volviese a cambiar y descubrí que es capaz de adquirir la forma de un animal que ve o escucha, aunque no sea uno realmente —finaliza.
—Entonces... Si ladras o pías ¿Se convertirá en un perro o un pollito? —inquiere Darcy, observando atentamente a la criatura sobre el regazo del chico mientras se mantiene a gachas frente a ellos.
—Finn maullo y ahora es un gato, así que es probable —le responde Demon, de pie a su lado, igual de curioso—. En verdad tiene ojos de un violeta llamativo —su hermana asiente de acuerdo.
—¿Tienes idea de qué puede ser? —interroga Nico, de pie tras su hermano, hacia su padre que revisa una libro grueso que hizo aparecer cuando pidieron su ayuda.
—Dame un momento Nico, existe una gran variedad de criaturas divididas en distintas categorías, clases y tipos —explica, pasando las páginas demasiado rápido posible, pero sin saltarse ningún nombre—. Pero creo haber leído sobre una criatura así por... ¡Aquí! —se detiene, más frunce el ceño tomándose un momento para leer— Es un Camihaly. No hay una descripción física exacta o foto, pero estoy 100% seguro de que es éste. Aparentemente estos chicos nacen cambiando su apariencia. Son de la clase Cambiante del tipo de Camaleón, ósea, que cambian su apariencia para pasar desapercibidos, así que es muy difícil distinguirlos de un animal ordinario. Pertenecen a la categoría Doméstica debido a lo dóciles y sociables que son, pero sólo si se les cría desde que son huevos, de lo contrario serán evasivos y buscaran cualquier forma de escapar de quienes consideren peligrosos.
—Los he visto antes... —comenta en ese momento Bastian, sentado junto a Jade en el sillón grande de la estancia, ganando la atención de todos de inmediato; su expresión es pensativa y su mirada está fija en el gatito— Conocí a un Domador que los criaba para que fueran familiares. Si mal no recuerdo me contó que son seres muy inteligentes e intuitivos, y mayormente escogían ellos mismos a sus amos.
—¿Cómo habrá llegado uno hasta aquí? ¿A caso... Querrá que Finn sea su amo? —divaga entonces Jade, con un gesto de incógnita.
La mujer no le habla a nadie en específico, pero consiguió que todos se preguntarán lo mismo.
—Hace poco en el pueblo hubo una venta nocturna donde ví que alguien ofrecía distintas criaturas como mascotas —habla ahora la rubia presente, ojeando el libro que Alec a extendido para que todos puedan ver la descripción y el dibujo a mano de un huevo modernamente grande de color oscuro—, entre ellas ví una cesta de huevos morados que según el hombre eran la mascota ideal para todo aquel que no se pudiera decidir qué quería. Seguramente este chiquito se le escapó y a estado vagando hasta que vió a Finn.
—Esa es una buena teoría, ¿Tú qué dices Dali? —pregunta Amara, hacia la peliblanca sentada junto al menor.
La mirada bicolor de la albina está fija en la pequeña criatura, quien se la devuelve con sus intensos ojos violetas como si intentará decirle un millón de cosas.
—Finn... ¿Te gustaría tenerla? —suelta entonces, sorprendido al aludido.
—¿Puedo... Puedo tenerlo..?
—Este pequeño te siguió por un motivo. Ya sea por curiosidad o por algo más, al final parece que le gustas. Y si lo que dicen tú padre y tío es cierto, entonces no veo porqué no podrías.
—¿De verdad? —duda el chico, inseguro de que en verdad su madre le esté dando permiso.
—Siempre has querido tener una mascota. Y si Nico tiene a Ember, ¿Porqué no puedes tener tú una? Sabes que no se nos complica tener a un par de amiguitos en la casa —apoya Alec, haciéndose espacio entre sus sobrinos quienes de inmediato se retiran para que ambos padres puedan quedar junto al menor.
Finn mira aún inseguro a los mayores, pero al no ver rastro de duda, mentira o broma en ellos, una inmensa felicidad lo llena de inmediato.
—¡No lo puedo creer! ¡Molte grazie! —«¡Muchas gracias!» agradece, apretando al gatito contra su pecho, y este maulla suave en respuesta.
—De nada cariño —le abraza Dalia, envolviendo sus hombros—. Me alegra verte feliz.
(...)
Ya están de regreso. La visita a las señoras Dimitriu terminó en una agradable tarde para todos, y en una promesa por parte de las hermanas de volver pronto.
Ahora la familia de Nico se encuentra en su respectivo hogar, donde Lizbeth los esperaba con una inquieta Ember ansiosa por regresar con su dueño.
Finn aprovechó para presentar ante la pelirroja a "Eco" y vaya sorpresa se llevaron cuando la chica reconoció rápido a la criatura, y más aún con el dato que les compartió.
«Cuando los Camihaly's escogen a un amo, la primera forma que adquieren es la de su "animal espiritual", como la sombras. Así demuestran que han hecho una conección»
Eso los llevó a la conclusión de que el animal que representa a su hermanito son las aves. Y por consiguiente, Nico recordó aquella visión que tuvo la tarde anterior.
La de Fanny.
Pensar en la pequeña le causa un sabor amargo en la garganta. Ya sea por las lágrimas de Cameron, la culpa de Alec, o el dolor latente de Finn. Recordar la muerte de la pequeña de orbes pardo es sin duda un detonante de emociones para nada agradables.
Necesita disculparse con su hermano por hacerlo recordar.
Y sí, puede que no sea tan necesario y que tal vez pueda provocar una situación peor. Pero no podrá estar en paz consigo mismo si no se disculpa con el menor por el mal rato.
Es por eso que ahora se encuentra frente a su puerta y... Se queda inmóvil.
Okey, una cosa era pensarlo, y otra hacerlo... Debí imaginarlo.
—Vamos Nicolas, ya estás aquí, no puedes echarte para atrás —intenta darse ánimos, pero por más que se esfuerza, no es capaz de tocar la puerta—. Doy pena...
—¿Qué estás haciendo? —habla entonces Finn, apareciendo a sus espaldas, provocando que el mayor pegue un brinco del susto y gire de golpe.
—¡Cielos! —exclama, llevándose una mano al pecho sobre su corazón acelerado— Pensé que estabas en tu cuarto.
—¿No me viste en la sala?
—Ehh...
—Déjalo, no importa —le quita importancia al caer en cuenta de lo distraído que anda su hermano—. ¿Qué necesitas? Tengo que mostrarle el cuarto a Eco —la susodicho suelta un suave canto en respuesta, encontrándose nuevamente en forma de cardenal sobre el hombro del castaño.
—Yo quería... —duda el albino, pero ahora que ya tiene al chico en frente no puede echarse para atrás— Quiero disculparme por... Lo de ayer.
—¿Te refieres a... Nuestra charla? —él asiente, y el chico ladea la cabeza alzando una ceja en incógnito— ¿Por qué tendrías que disculparte?
—Por... Haberte hecho recordar a tí también.
Su tono baja. Eco vuelve a emitir sonido de forma suave hacia el ojiverde y éste le mira como si comprendiera lo que quiere decirle para después regresar a su hermano.
—¿También? —repite, en un tono igual de bajo.
Nico aprieta los labios, comenzando a creer que le hubiera salido mejor irse a dormir.
—Hablaste con nuestros padres antes... —asume Finn ante su silencio, y el bicolor no sabría decir si su tono fué molesto, sorprendido, o algún otro sentimiento que no logra identificar.
—Con papá, sí, pero fué Cameron quien me lo contó primero —responde, en un tono cauteloso, a la vez que aparta la mirada—. Pero lo importante es... Que a los tres los he hecho pasar un mal rato, y por más que digan que no es mi culpa, la verdad es que pude haberme frenado o... No sé, sólo... Sólo me siento mal por ello, y quiero decirte que no volveré a sacar el tema si no quieres —regresa la mirada al frente, encontrando nuevamente una expresión que no logra descifrar, aunque no parece molesto, más bien... Pensativo—. Puedes tomarte todo el tiempo que creas necesitar y cuando te sientas listo podemos hablar de ello. También... Podemos ir a alimentar aves, si quieres.
Lo último lo dice en un tono cohibido. Sabe que aquella propuesta significa más para el menor que para él.
Ahora es Finn quien aparta la mirada. No se esperaba nada de eso, pensó que el mayor dejaría el tema trás ver su reacción la tarde anterior, y aunque sí imaginó que querría saber más y que lo más seguro es que acudiría con sus padres, nunca se le ocurrió que vendría a disculparse después.
Aunque, si habló con Cameron primero, no es de extrañar que la información le haya afectado a tal punto de sentir culpa por tan sólo preguntar.
Él y la jóven han sido a quienes más le a tomado superar el dolor de lo ocurrido a tal grado que no han podido hablarlo con nadie.
Pero por lo visto ella si fué capaz de revivirlo... ¿Eso significa que él también podrá?
—Lo tendré en mente... —musita entonces, aún sin encarar a su hermano, pero siente como éste se aparta de la puerta sin decir nada, así que decide mejor apurarse en entrar a su habitación.
Nico es un tumulto de sentimientos y no quiere hacer nada que empeore su situación.
Ya a tenido suficiente. Él no seré la causa de más pesares para su hermano.
—Eso quiere decir que... ¿Me perdonas? —pero justo cuando tiene un pie dentro del cuarto, lo escucha decir eso con cierto temor en su voz.
Nuevamente no lo vió venir.
No la pregunta, sino, el miedo.
Su corazón se estruja ante eso, y nuevamente Eco emite sonido, tocando su mejilla con su pequeño pico para que reaccione.
—Tú no... No hiciste nada malo —logra hablar, y se esfuerza para mantener la voz estable—, pero si en verdad lo sientes, entonces, te perdono.
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