C A P Í T U L O 12
Lo siguiente que ve son fragmentos de momentos que a la primera parecen ser al azar, pero que de a poco logra reconocer cuando, cómo, dónde y por qué sucedieron sin necesidad de ver más a fondo. Simplemente cada pieza se encaja en su respectivo lugar dándole un poco de forma al extraño rompecabezas revuelto que era su mente, permitiéndole unir los hilos de sus recuerdos.
Después de aquel encuentro con Demon los tres comenzaron a interactuar más. Pusieron en marcha el plan del mayor y el primer paso era reunir a los demás, de eso se encargaron Darcy y Nico. Demon se encargaría de mantener todo en las sombras.
Encontrar aliados fué complicado, aunque con algunos fué más fácil que con otros. Entre los primeros elegidos estaban Roy y Adara, quienes compartían su deseo de libertad y justicia para todos.
Lo segundo era convertirse en favoritos. Si lo hacían, obtendrían beneficios que les eran necesarios.
Costó. Pero tanto el menor como el mayor lo consiguieron.
Más no podrían decir lo mismo de la chica.
(...)
—¿Fué él?
La alegría se esfuma del rostro de Darcy en cuento esas palabras abandonaron al albino, provocando que el dolor regresara. Aunque ya no era dolor físico, sino un dolor más profundo y penetrante.
La pelinegra se aleja nuevamente quedando de rodillas frente a Nico. Convirtiendo sus manos en puños sobre su regazo, agacha la mirada.
—Sí —responde en un hilo.
La rabia recorre con fuerza el cuerpo del chico, y su odio por aquel ser que a atormentado sus vidas desde hace años aumenta a niveles peligrosos.
Ahora es él quien convierte sus manos en puños conteniendo las ganas de ir ante aquel monstruo y castigarlo por haber tocado a su familia. Y sin ser consciente líneas oscuras empiezan a crecer desde sus palmas subiendo por sus brazos.
—Lo pagará —masculla, incorporandese de golpe haciendo que Darcy se sobresalte y clave los ojos en él.
—No puedes enfrentarlo, lo sabés.
—Yo no, pero Demon sí.
—¡¿Estás loco?! —grita exaltada, incorporándose de golpe también, pero a diferencia del bicolor, la ojimiel se encuentra tan débil que tambalea a punto de caer, más el chico actúa rápido y la sostiene ayudándola a ir hasta la cama para que se siente— No puedes decirle —prosigue, una vez a tomado asiento, manteniendo un tono firme a pensar de su estado vulnerable—. No dejaré que arruines nuestros planes por un error mío.
—¿Qué error? ¿Qué clase de error pudiste cometer cómo para que intentara arrancarte un ala? —reclama molesto, parándose frente a ella con los puños aún apretados—. Pudiste haberte desangrado o agarrado una infección horrible. Tú carne estaba expuesta —le señala, molesto por que minimice el daño.
—Sabes que puedo sanar...
—No, no puedes —refuta, sintiendo como su enfado aumenta. Él vió el aro en su tobillo, ella no se le puede ocultar—. No estaba sanando. Se iba a infectar y luego a podrir. Ibas a perder tu ala.
—Claro que no —refuta ahora ella, y la incredulidad se refleja por un instante en los ojos de Nico.
Si se atrevió.
—¡Tienes un maldito grillete en el tobillo! ¡No puedes usar tus poderes! ¡¡No me mientas en la cara!! —el grito del albino deja muda a la pelinegra. Él nunca había tenido un arrebato así, nunca le había alzado la voz. Más aacude la cabeza enseguida para sacarse la impresión, volviendo rápido a concentrarse.
—Eso no importa, Nico —le contesta con neutralidad—. No puedes decirle a Demon, sabés cómo es cuando se molesta. Mis alas no son nada comparadas con nuestra misión, maldita sea, ¡Yo ni siquiera soy un ángel! —recalca, casi desesperada por hacerle desistir.
—¡Si lo eres! —protesta sin dudar el chico, sintiendo un dolor punzante en su pecho— ¡Eres buena, bondadosa, justa y valiente! ¡Eres más ángel que cualquier nacido en el cielo! ¡Te ganastes esas alas! ¡Te las mereces y nadie puede quitartelas!
—No dejaré que arruines todo —asevera ella. Intentando reprimir todo aquello que las palabras del chico le provocaron. Aunque eso no evita que sus palabras surjan ahogadas.
—Y yo no dejaré que sufras en silencio.
Y antes de que ella pueda seguir protestando, él desaparece envuelto en niebla.
Darcy enseguida intenta levantarse, más un dolor agudo en su espalda ante su brusco movimiento la hace volver a sentarse.
Sus respiración se intensifica y apretando las sábanas con fuerza, ahoga un grito de frustración.
Nico molesto es impulsivo, Demon molesto es peligroso.
Y juntos son una amenaza.
(...)
24 horas después
Aunque desea seguir acostado, no puede, su cuerpo le exige movimiento. Así que de a poco abre los ojos y lo primero que ve es el techo de madera.
Parpadea un poco hasta acostumbrase a la luz e intenta incorporarse sobre el colchón, más un dolor de cabeza lo ataca enseguida, por lo que se ve obligado a volverse a recostar y cerrar de nuevo los ojos por el mareo.
Los latidos de su corazón van pausados, una fina capa de sudor frío le cubre la frente y se siente sumamente agobiado mentalmente.
Más ya lo recuerda todo.
Respira hondo por la nariz y deja salir el aire con calma por la boca. Cubre su rostro con los brazos para taparse de la luz que sólo aumenta su dolor de cabeza y muerde su labio inferior con tanta fuerza que no tarda mucho en sentir el sabor metálico de la sangre.
—Maldita sea... —masculla entonces y procede a pasar la lengua por esa zona sintiendo un ligero ardor.
Vió muchas cosas y está seguro que aún faltan detalles. Lo puede sentir.
Aún hay ciertas lagunas y hoyos que lo inquietan.
Vió parte de su origen, sus padres, amigos, tías y algunos recuerdos de su escasa niñez. Vió su vida encerrado y finalmente le puede poner nombre a aquellos dos seres que lo pribaron de crecer con su familia.
Ahora por fin a logrado ponerle un orden a muchos de los sueños que tuvo durante los tres años que vivió en Londres.
Londres.
Un suspiro pesado lo abandona al pensar en eso. No puede evitar preguntarse que habrá pasado con su familia haya.
¿Lo recordarán?
Lo duda. Seguramente ni sabrán que existe.
¿Le afecta?
Por supuesto. Ellos fueron la única familia que conocia en esos años. Lo ayudaron, cuidaron, apoyaron y quisieron.
Siempre les estará agradecido.
Pero al final de cuentas nunca llegaron a entenderlo. Nunca comprendieron su situación.
Al menos estarán más seguros sin él.
De repente, aquél pensamiento se ve abruptamente interrumpido por la imagen de... Un cuchillo ensangrentado.
Nico se incorpora de golpe en ese instante, ignorando el malestar ante su acción y centrándose únicamente en lo que acaba de ver.
¿De donde salió eso?
Intenta buscar el origen en su mente, más una fuerte punzada hace que pare y respire con fuerza.
Está agotado tanto mental como físicamente.
Dejando de lado aquella extraña imagen, vuelve a retomar el tema inicial de su interés. El cuál es que, pese a que toda está nueva información es mucho que procesar... Está que llora de la felicidad.
Por fin recuerda.
Por fin sabe la verdad.
Por fin volvió a su hogar.
Vuelve a respirar despacio, sintiendo como su pecho sube y baja. Una vez más calmado, finalmente puede ver con claridad su alrededor, descubriendo que está de vuelta en la misma habitación donde despertó antes, pero ahora hay una muda de ropa al final de la cama y un vaso con tapa sobre la mesa de noche junto a un pedazo de papel doblado.
Estira el brazo hacia la mesa y toma el papel para abrirlo.
"Tomalo si sientes dolor.
C."
Tal vez sea la tía Cati.
No le presta mucha atención a la firma y decide agarrar el vaso retirando la tapa. Dentro contiene un liquido transparente y un sutil aroma a limón llega a su nariz.
Bebe un poco del líquido como prueba y, aunque tiene un sabor fuerte, le resulta bastante dulce, así que no lo piensa más y se lo termina todo. Una vez vacía el contenido, regresa el vaso vacío donde lo encontró y procede a apoyarse sobre la cabecera de la cama dándole tiempo al remedio para que haga su efecto. Lo cual no tarda mucho y poco a poco el dolor de cabeza comienza a disminuir junto a la pesadez de su cuerpo.
Una vez se siente mejor, estira sus extremidades para despertar sus músculos y articulaciones algo tiesas por sus horas seguidas de sueño, y se acomoda mejor en la cama meditando lo que hará ahora.
Como suele pasarle, todo rápidamente se aglomera en su mente y lo menos que quiere es otra jaqueca.
Comencemos por algo tranquilo. Sugiere su subconsciente. ¿Que tal un baño?
Decide hacerle caso a la voz de su cabeza y se estira hasta la orilla de la cama para revisar la ropa que le dejaron: Un pantalón gris, una camisa roja y un suéter negro. Eso estaba en su antiguo armario.
Sin duda se encargaron de borrar todo rastro de mi existencia en la casa de los Baker.
Toma todo sin darle más vueltas al asunto y se encamina hasta donde creé es el baño el cual efectivamente lo es, así que entra echando seguro para finalmente quitarse la pijama y así entrar a la ducha para quitarse las lagañas de los ojos.
Su cuerpo protesta al comienzo al sentir el agua fría, más esta le ayuda a despertarse por completo, así que permanece un buen rato bajo la fría lluvia artificial, más las marcas en su hombro, muñecas y tobillos comienzan a arder debido al helado contacto haciendo que sisea en reacción para luego cambiar al agua tibia.
Algo también arde en su cuello, por lo que lo coloco bajo el agua para intentar calmar el ardor. Al principio le pica un poco, más luego desaparece tras un par de segundos.
Intenta no pensar en nada mientras se ducha y gracias al cielo consigue relajarse... Por el momento.
Una vez listo, sale de la ducha y envuelve una toalla alrededor de su cadera mientras que otra más pequeña la pasa por su cabello y su rostro deteniéndose en medio del baño, frente al espejo, haciendo que por inercia mire su reflejo, notando por fin lo que ardía en su cuello.
—Oh demonios —suelta entonces, viendo las marcas que ahora rodean su cuello.
Marcas con forma de cadenas.
Enseguida se aproxima al espejo apoyándose en el lavado con una mano, mientras que con la otra toca la marca con las yemas de los dedos y traza los bordes con cuidado.
Si mal no recuerda esa marca era la peor de todas. No sólo te quemaba, sino que también te ahogaba. Era el castigo al que todos le temían.
Y sí, a sido castigados con ella un par de veces, más desaparecía a los segundos ya que su efecto era constante. Si la tiene ahora mismo debería sentir que se asfixia, pero no es así.
¿Por qué la tiene? ¿Por qué no duele?
Tal vez no sea esa marca, quizás pueda ser la marca de...
¡Espera! ¿¡Dónde está mi cadena?!
Dejando la nueva marca de lado, procede a vestirse a toda prisa y abandona la pequeña habitación a la vez que se ponía el suerte. Y justo a medio proceso de ello, se topa de frente con un visitante inesperado.
Una joven como de su edad se encuentra sentada en la orilla de la cama con su cadena entre los dedos.
—En verdad es una pieza hermosa la que posees —comenta la chica antes de que él pueda tan siquiera procesar su presencia, y antes de que llegue a hablar, le extiende la mano con la cadena en ella—. Cuidala bien.
Nico mira de la chica a la cadena y viceversa un par de veces, hasta que finalmente termina de acomodarse la ropa y a paso dudoso toma con rapidez su pertenencia procediendo de inmediato a ponérsela, sintiendo enseguida esa paz que tanto disfruta.
Un silencio se hace presente tras eso. Algo incómodo para él, pero normal para ella.
Ambos se analizan con la mirada, ella curiosa y él desconfiado.
Nico le calcula diecisiete o tal vez dieciocho años a la chica, no es muy alta, aunque tiene una buena condición física, es atlética. De piel ligeramente bronceada, cabellos del más puro carmesí hasta la mandíbula, corto del lado izquierdo y más largo del derecho, tiene estilo. Con los labios carnosos pintados de cereza, pestañas largas e igual de rojas, posee unos ojos café suave con un ligero aro miel que se encuentran fijos en su cuello observando con suspicacia.
—Surgió otra marca... —musita, mirando con extrañeza aquello. Más no es la extraneza de algo que no conoces, sino de algo que no esperabas. Pero antes de que pueda decirle o hacer cualquier cosa, ella nuevamente se adelanta regresando a sus ojos— ¿Te duele? —interroga, a lo que él decide mover la cabeza en negación— ¿Desde cuándo la tienes?
—Desde ahora —responde, en tono bajo, aún mirándole con desconfianza. Más no puede evitar hablarle ya que su apariencia y su forma de actuar le recuerdan a Alva fuertemente. Por lo que inevitablemente su Don se activa y sin ser del todo consciente, trata de entrar a su mente.
Sí. Resulta que puede hacer eso.
Y mucho más.
—Seguramente madre sabrá algo —piensa la chica, aunque más bien lo dice para ella misma ya que desvía la mirada al suelo al decirlo—. Ah, y si sigas intentando entrar en mi mente, el que terminará con dolor de cabeza serás tú —le advierte, regresando a él con una sonrisita que expresa todo menos inocencia.
Ante sus palabras, Nico se detiene inmediatamente, y sorprendido por que pudiese detectar su acción, musita una disculpa en verdad avergonzado y temiendo causar una mala impresión, a lo que ella simplemente le quita importancia con un gesto junto una media sonrisa que ahora es en verdad afable.
—Volviendo a lo anterior, ¿En verdad no te duele? —insiste, sonando en verdad preocupada—. Según sé, esa marca es una tortura horrible —hace una mueca ante ello.
—No, no lo hace —le asegura el albino, llevando una mano hasta su cuello a la vez que niega con seguridad—. No sé por qué la verdad —agrega, igual de extrañado que ella—. Sólo apareció y ya.
—Bueno... No te preocupes, averiguaremos el por qué pronto —le asegura ahora la de orbes café, para así animarle—. Confía en mí, Nico.
—Supongo que... —corta— Espera, ¿Cómo sabes mi nombre? —cuestiona, entre cerrando la mirada interrogante— ¿Quién eres tú? —hace finalmente la pregunta que ella esperaba.
Los labios de la chica se curvan en una sonrisa cereza y sus ojos adquieren un brillo peculiar.
—Mi nombre es Lizbeth Heredia —se presente, colocándose de pie y dando un par de pasos hacia él—, soy hija de Alva —se detiene a cierta distancia y extiende su mano hacia un, ahora, perplejo chico—, un gusto por fin conocerte primito —finaliza.
—¿Q-Qué? —suelta Nico en un tartamudeo, recuperándose a penas un poco de su impresión— ¿Eres hija de tía Alva...? ¿Cómo es eso posible? —cuestiona—. Tía Alva es un... Espíritu — frunce el ceño, notoriamente confundido, hasta que algo hace click en su mente y resuelve el enigma— A menos que seas...
—¿Adoptada?, Así es —le confirma Lizbeth, completando su suposición—. Aunque fácilmente podría pasar como biológica, ¿No lo crees?
Él asiente despacio. La verdad es que hasta lo pensó en un comienzo.
—Sin dudas... Lizbeth —musita, aceptando el saludo.
—Ñeh, llamame Liz —le pide, terminando el apretón para así posar una mano en su pecho y la otra en su cintura—. Y vaya que tú sabes de parecidos, es que ¡Mírate! —lo señala con la mano que antes tenía en el pecho— Sin dudas Dalia y Jade tienen la sangre fuerte. Tú y Demon son sus copias.
Una sonrisa ladeada se forma en el rostro del chico sin evitarlo.
—Eso es cierto —reconoce, ahora con un tono un poco más amable.
Alva ahora tiene una hija, ¿Qué sigue?
—Hablando de padres, los tuyos te esperan y yo aquí haciendo que pierdas el tiempo —se da un ligero golpe en la frente por distraída.
—¡Mis padres están aquí! —el albino no puede evitar alzar la voz ante las palabras de Liz, más ella sólo le asiente con una sonrisa dulce ante la emoción de su primo— ¡Vamos a verlos entonces!
Ahora es ella quien asiente y así juntos salen de la habitación, recorriendo el pasillo que antes vio junto a Charis y llegando nuevamente al recibidor.
Nico se mueve inquieto y retuerce sus dedos impaciente mientras bajan las escaleras. Una vez en la primera planta, Liz camina hacia la puerta media a la derecha, a lo que él la sigue quedando junto a ella. Enseguida, la pelirroja toca la puerta dos veces y como paso la última vez, esta se abre en respuesta.
—Adelante, entrarás tú sólo —le indica entonces, a lo que él albino no necesita más para terminar de abrir la puerta y entrar de una vez.
Estas se cierran detrás de él una vez dentro y no necesita buscar mucho ya que de inmediato su mirada cae en los dos adultos sentados en uno de los dos sillones alargados que hay en la estancia.
La mirada de sus padres se posan en su persona de igual forma, y de forma casi automática se ponen de pie sin dudar para así acabar con la distancia y poder envolver al chico en un fuerte abrazo que medio les devuelve ya que lo tienen atrapado entre sus cuerpos.
—¡Oh, cariño! —exclama au madre eufórica, aún abrazandolo, más rápidamente se aleja un poco para poder acunar su rostro como si quisiera verificar que en verdad se trata de su hijo— Al fin estás aquí, en verdad estás aquí.
Él pecho del joven se oprime al volver a escuchar la suave voz de su madre, la cual resuena con calidez en su interior, a la par que le observa con el cariño y la emoción reflejada en sus iris bicolor, haciendo que sonría de forma inestable debido a la conmoción.
Se ve igual a la Dalia de sus recuerdos, un poco más madura si, díez años son diez años, ahora tienen la misma estatura y sigue siendo igual de bella como una reina invernal, con su cabello tan largo recogido en una trenza perfectamente hecha que dejaba algunos mechones sueltos a los costados de su rostro de forma estratégica, donde un suave maquillaje sutil hece resaltar sus llamativos ojos, iguales a los suyos.
—Estoy de vuelta... Mamá —musita entonces, con la voz ahogada en emociones, y posando sus manos sobre las de ellas—. Volví a casa.
Una sonrisa crece en el rostro de la mujer haciendo que su mirada se cristalice y brille aún más. Y tomando por sorpresa al chico, se inclina para besar su frente y luego sus mejillas con desbordante cariño.
Nico ríe encantado, apartando el rostro un poco, pero sonriendo al ver la felicidad reflejada en el rostro de la mujer que lo trajo al mundo.
En verdad... Es ella.
—No sabes cuanto te extrañamos cachorro... —musita Dalia, con la voz igual de ahogada, mientras que las lágrimas empiezan a fluir sin poder evitarlo, haciendo que se le estruje el corazón al menor—. Más de una década separados. En verdad no creí poder soportarlo más... —confiesa, trazando con sus dedos el rostro de su hijo.
—Ya no tendrás que esperar más. No voy a ir a ningún lado —le asegura, intentando consolarda para así evitar que la tristeza corrompa su alegría—. Yo también los extrañé. Enserio, enserio que los extrañé muchísimo.
Sin poder contenerse, ahora es él quien la envuelve en otro fuerte abrazo que ella le devuelve con la misma añorancia.
—¡Pero no me dejen por fuera! —clama el hombre de mirada oliva, quien se había alejado un poco para darle espacio a su esposa, pero que ahora se une nuevamente al abrazo apretando a ambos albinos.
Este abrazo se prolonga más que el anterior, y Nico se deja envolver por el calor, las emociones, el cariño y aquel peculiar aroma distintivo de sus padres, sientiendo por un momento que es nuevamente aquel niño que cada vez tenía una pesadilla era abrazado por ellos haciéndole sentir que todo lo malo desaparecía.
Y así se siente ahora.
Todo lo malo, el dolor, la pena, las heridas y el miedo simplemente se esfuman quedando sólo el amor de una familia reunida.
No creé estar listo para soltarlos.
Más nada es eterno, y finalmente tienen que separarse. Alec entonces se acomoda junto a su esposa y Nico sonríe al verlos juntos. Pequeños momentos pasan fugaces ante sus ojos del escaso, pero preciado tiempo que estuvo con ellos de pequeño.
Su padre tampoco ha cambiado mucho, sigue siendo más alto que ambos y como su esposa se ve más maduro, marcando aún más sus rasgos de forma elegante, dándole un aire de clase alta con ese traje que porta —ojalá herede esos genes—, pero sigue siendo igual a como lo recuerda, con ese brillo jovial en su mirada vibrante, y con una sonrisa cómplice que resalta su personalidad juguetona.
—Hola, papá —lo saluda finalmente, a lo que éste le sonríe cual gato ante un premio, y ahora es el turno de Dalia de darles su espacio, el cual el brujo mayor no duda en aprovechar para envolverlo con más fuerza de la que al menor le gustaría.
A diferencia de su madre a quien iguala en tamaño, Nico a penas le llega por el hombro a Alec, haciéndolo sentir verdaderamente como un niño.
—No sabes cuanto me alegra verte de nuevo, hijo —habla el ojiverde, separándose un poco, pero sin soltarlo aún— ¡Mirate!, Eres casi un hombre ya. La última vez que te vi podía cargarte con un brazo, pero ahora... En verdad no creí que pasaría tanto hasta que volvieras a casa... —su sonrisa flaquea, más el brillo se mantiene en su mirada.
—Ni yo —admite Nico, con un poco de tristeza que rápidamente oculta.
Un movimiento a espaldas de los adultos capta la atención del albino, por lo que termina desviando la mirada de su padre a los muebles encontrándose con un chico de unos once o doce detrás de estos y mirando hacia ellos.
—¿Y él quien es? —pregunta a sus padres, pero manteniendo la mirada puesta en el menor.
—Él es Finn —responde Dalia, con un tilde de emoción en su voz que no puede ocultar—, tú... Hermano.
Oh cielos...
Finn mira hacia Dalia y luego hacia Nico, notando el fuerte parecido que posee con su madre. Y en realidad él no se queda atrás, es una copia casi exacta de su padre, y sería idéntico si no fuera por el tono ligeramente más claro del castaño de su cabello, el cual cubre gran parte de su frente por su flequillo, pero aún así posee el mismo tono de ojos verdosos vividos, y con las pestañas y cejas siendo también más oscuras en contraste con la piel blanquecina herencia de ambos progenitores.
—Hermano... —susurra entonces el peliblanco, entre sorprendido y entusiasmado, más su padre no le da tiempo a procesar la noticia correctamente cuando ya lo toma por los hombros y casi que lo empuja para que vaya con el chico.
A Nico no le queda otra más que acercarse nervioso y ansioso al menor. Respirando hondo para calmarse hasta quedar frente al pre-adolescente.
—Hola... —dice entonces, dudoso.
Con Félix las cosas habían sido al revés.
—Hola... —responde Finn de la misma forma insegura que el mayor, más a diferencia de él el chico de inmediato se aclara la garganta—. En verdad te pareces mucho a mamá —agrega, ahora con un tono más seguro.
—Y tú a papá —señala ahora él, usando un tono algo más casual y menos forzado al ser algo obvio.
Unos ladridos se hacen escuchar en ese momento haciendo que mire de regreso a los muebles y ve a Ember salir de trás de los sillones con una pelota en lo boca y corra hacia él.
—¡Nena! —el pequeño ojiverde le da espacio y Ember sin dudar apoya sus patitas delanteras sobre las rodillas de el chico bicolor— Ya me preguntaba donde estabas princesa —Nico le acaricia la cabeza a lo que ella lame su mano en respuesta sacandole una sonrisa.
—¿En verdad es tuya? —indaga su hermanito, y él le asiente bajando a la cachorra de sus piernas.
—¿Te gusta? —le pregunta, y ahora es el turno del menor de afirmar— Pues ahora es de ambos, ¿Te gusta la idea?
Finn sonríe agradecido y asiente sin dudar.
—Cariño, porque no vas a jugar con Ember en el jardín —le pide Dalia en ese momento al ojiverde menor, más en orden que petición.
Éste parece querer protestar, pero su padre posa una mano en su hombro y le sonríe afable.
—¿Por qué no dejemos a mami y a Nico hablar solos un rato mientras tú y yo bajemos a jugar con la cachorra? —le propone.
Finn mira dudoso a su padre, y luego a su madre y hermano, más al final termina cediendo.
—Perfecto, vamos a jugar pequeño. Los vemos abajos —se despide Alec, saliendo de la habitación junto al niño y la Husky.
Una vez quedan solos. Tanto su madre como Nico toman asiento en uno de los sillones.
Veamos que sigue ahora.
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