...

Hazlo.

No.

Hazlo.

¡No!

¡Te estoy dando una orden!

¡¡No voy a lastimar a nadie!! —grita la joven con firmeza.

La mirada del hombre se oscurece de forma amenazante y una sonrisa maliciosa se pinta en su rostro.

Si no lo haces... —sisea y da media vuelta para comenzar a caminar en dirección al niño que se encuentra hecho bolita en una esquina de la habitación. Se detiene junto al cuerpo tembloroso del infante, lo toma con brusquedad por un brazo y vuelve a mirar a la chica— Él enfrentará tu castigo.

¡¡NI SE TE OCURRA HACERLE DAÑO!! —grita con más fuerza la pelinegra moviéndose bruscamente hacia ellos, haciendo que las condenas que la atan a la pared chillen.

—¡¡AQUÍ EL ÚNICO QUE ALZA LA VOZ SOY YO!! —grita ahora él y su voz grave retumba en todo el cuarto haciendo eco en los pasillos, lo que causa que la chica apriete la mandíbula frustada, tragándose todos los insultos que quiere escupir en su cara. Más su ojos miel y carmín no dejan de lanzar dagas venenosas al ser que amenaza a lo único bueno que queda en ese infierno.

Él vuelve a hablar, ahora con un tono más bajo, pero sin perder autoridad y firmeza:— Hazlo.

El agarre en el brazo aumenta y el niño cierra con fuerza los ojos mientras intenta respirar normalmente y así controlar el grito de dolor que se forma en su garganta al sentir como las garras atraviesan su piel. La sensación tibia de la sangre no se hace esperar y un jadeo es soltado por el chico.

¡Detente! ¡No le hagas daño! ¡¡Él es inocente!! —resalta lo último ya casi suplicando. Si no hace algo es capaz de romperle el brazo.

La risa del hombre no tarda en ser escuchada y deshace el agarre dejando que la sangre fluya con libertad. Le da la espalda a la chica entonces y se agacha con calma para quedar de frente al niño. Quita algunos mechones del rostro del pequeño, quien tiembla ante su tacto y poco a poco abre los ojos para encararlo. La mirada inyectada en sangre del adulto escuadriña su rostro, deteniendose más de lo debido en sus ojos, apreciando las iris de estos.


El derecho de color oliva y el izquierdo celeste...

Iguales a los de...

Una punzada de odio y rencor lo ataca al pensar que aquella herencia de colores también lo condenara y, tomando bruscamente el rostro del niño, lo obliga a mirarlo fijamente. Más se arrepiente en el instante en que aquellas imágenes invaden su mente, torturandolo, así que lo suelta de inmediato y se aleja a sancadas.

Si fuera inocente no estaría aquí... —habla, más para él que para los demás, aunque aún así lo dice lo suficientemente alto como para que la chica de tez clara lo escuche—. Así que obedece, que nadie lo va a lastimar en tu ausencia.

No-o... —intente hablar el pequeño, más su voz sale a penas en un susurro pastoso debido al poco uso. Aún así sigue intentando— No lo hagas —logra decir con voz débil en dirección a la chica.

Ella aprieta los labios y observa al pequeño con duda. Contempla su cuerpecito tembloroso y se detiene un momento en el brazo que se sostiene debido a la herida. El pecho se le comprime en ese instante y se centra ahora en sus ojitos llenos de miedo.

Una sonrisa amarga se forma en su rostro y le responde con tono aterciopelado:— Te lo prometí. No dejare que te vuelvan a lastimar mi cachorro.

Una sensación agridulce atraviesa el pecho del niño al oírla llamarle por ese apodo y una lágrima fugitiva surca su pálida mejilla al pensar en el daño que le harán si no obedece. No puede permitirlo, no otra vez. Así que, con resignación, asiente en aprobación para que se vaya.

Gracias —le dice en un susurro tembloroso, pero sincero—. Ten mucho cuidado.

La chica sonríe enternecida por su preocupación, pero los sentimientos buenos son reemplazados rápidamente por otros de dolor y culpa por tener que dejarlo solo otra vez. Más intenta ocultarlos de inmediato para no preocuparlo más y aparta la mirada. Aunque ya es tarde, él ya noto su cambio, pero antes de que cualquiera pueda decir algo, el sonido de las cadenas liberando a la joven les indica que es momento de separarse.

El hombre de cabellera oscura se posa junto a la puerta y le hace un señal a la joven para que salga. Ella asiente con dureza, más hace un gesto con la mano para que la esperen un momento. Él tarda, pero al final accede de mala gana.

El no entiende.

La chica camina hasta el niño para así arrodillarse frente a él y envolverlo en un suave y cálido abrazo.

No tengas miedo —le pide con tono suave a sentir los espasmos de su cuerpo.

¿Y si vuelve a pasar? inquiere en voz baja. Temiendo ser escuchado— ¿Qué pasa si esta vez no me controlo? ¿Si termino haciendo algo malo? ¿Qué pasa si-

—Y si nada —lo interrumpe de golpe y se aleja un poco para así acunar su rostro, fijando sus ojos en los de él para así hablarle con firmeza y seguridad:— Se que tienes miedo, pero no lograrás nada si sigues temiendo a lo que hay en ti —un suspiro pesado la abandona entonces y una su frente con la del pequeño—. "La naturaleza no se reprime ni se ignora. Se comprende y se controla". Recuerda eso.

De acuerdo... —responde en un susurro. Repitiendo la frase en su mente para así nunca más olvidarla.

Eso es ella deja un corto beso en su frente—. Nos veremos pronto —se despide.

Sin saber que más decir, el niño se limita a asentir y ella le sonríe con dulzura para luego finalmente salir en silencio de la habitación.

Una vez desaparece de su vista, el niño agacha la mirada, pero unos segundos después la sensación de ser observado hace que la levante nuevamente encontrando al hombre de pie frente a él.

No te preocupes pequeño —habla con tranquilidad, más su expresión es vacía—. Pronto tú también me serviras, y a diferencia de ellos, me aseguraré de que cumplas, o si no...

No tuvo que completar su advertencia ya que el ardor en su cuello, muñecas y tobillo, lo hicieron por él. Se siente como sí colocaran hierro caliente contra su piel e hicieran presión, haciendo que el dolor de su brazo sea insignificante.

Más tiene que resistir.

El daño no lo matará. Sólo lo tortura.

La expresión del hombre se contrae al ver que el chico no grita —como ocurría al principio—, por lo que que da media vuelta y sale de la habitación hecho una mezcla de odio y orgullo. Aunque nunca demostraría lo segundo.

El ardor disminuye hasta simplemente ser casi inexistente y el niño vuelve a hacerse bolita. Más la punzada de dolor en su brazo derecho le recuerda las heridas abiertas que tiene, así que toma la sabana en la que está sentado y arranca una tira para envolverse el brazo, hace presión para detener el sangrado para finalmente hacer un buen nudo.

Vuelve a poner las rodillas contra su pecho y las rodea con el brazo bueno. Deja caer su frente entre ellas y, tras dejar salir un sollozo entrecortado, se permite que la impotencia lo embargue, dejando que lágrimas de miedo y dolor fluyan para así dejar salir todo lo que lo consume.

Ser permite romperse en medio de la soledad de ese habitación de paredes blancas para luego recoger sus piezas y ser aquello en lo que todos creen que se convertirá.

Hasta que llegue el momento indicado.

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