19. Agente Venom

Lluvia caía sobre la ciudad de Nueva York. Las calles estaban completamente vacías. Presos de La Balsa y miembros de Silver Sable International ocupaban las calles, llenándolas de enfrentamientos constantes, de destrucción que obligaba a la policía a movilizarse. Asustado por al atentado de Sr. Negativo, Norman Osborn había hecho uso de los recursos de Oscorp para contratar a la empresa mercenaria dirigida por Silver Sable, un grupo de guardias/mercenarios reconocidos en todo el mundo y que ahora llenaban las calles de Nueva York sustituyendo al Departamento de Policía de Nueva York, relegando a estos a meros limpiadores de desastres. La fuga de la prisión de máxima seguridad solo había tensado mucho más la cuerda y había aumentado los enfrentamientos en las calles. Silver Sable International estaba dispuesta a proteger y seguir las ordenes de su empleador Norman Osborn, mientras que los presos liberados por el Doctor Otto Octavius en su incursión a La Balsa, estaban dispuesto a hacer Nueva York su reinado del terror, una ciudad sin ley dentro de los Estados Unidos.

La desaparición de Spiderman no ayudó a que las cosas se calmaran.

Los enfrentamientos constantes habían obligado a las personas normales a ocultarse en sus hogares, a intentar llamar la atención lo menos posible. Cuando alguien salía a la calle, podía ser asaltado por los reos que habían huido de la prisión o golpeados por no seguir las directrices que los miembros de Silver Sable International habían implementado en la ciudad, creando fricciones entre los habitantes de Nueva York y los empleados de Norman Osborn.

Aunque algunos como J.J Jameson aun mostraban su punto hacia el actual alcalde de la ciudad. Siendo el principal detractor de Spiderman, Jameson no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. Él tenía la razón. Él era quien hablaba con la verdad: Spiderman era una amenaza y Norman Osborn eran el mejor alcalde, siempre dispuesto a proteger a los habitantes de Nueva York incluso usando los fondos de su propia empresa para contratar a la galardonada Silver Sable International.

Era un hombre que siempre erraba.

―¡Suelte a mi hijo!

Furiosa, una madre intentó arrebatar a su niño de las manos enguantadas de uno de los mercenarios de Osborn. La mujer mostró la ira en sus ojos verdes y la decisión guio sus palabras.

―Manténgase en la fila.

Los cañones apuntaron directamente hacia la mujer. Esta reculó, tragó saliva con fuerza, pero mantuvo su rostro alzado, con una mirada segura de sí misma. Su mano no se apartó del antebrazo de su hijo, no lo soltó.

―No tiene derecho a esto.

―Son órdenes. Mantenemos Nueva York bajo control por orden del acalde Osborn. ¡Ahora manténgase en la fila, aléjese del niño!

―¡No voy a hacerlo!

Un disparo de advertencia. El ruido detuvo la discusión entre la mujer y el mercenario. Otro de los compañeros del segundo, probablemente el líder del puesto, había disparado hacia el cielo para detener aquella discusión sin sentido. Ellos tenían ordenes y la mujer se estaba oponiendo a las directrices que el mismo alcalde había implementado para todas las partes de la ciudad. No queriendo matar a una civil, disparó hacia el cielo para detener la disputa.

―Señora. Aléjese del niño. No lo repetiremos por segunda vez. Siga las normas establecidas. Los medicamentos escasean. El Aliento del Diablo no solo los ha afectado a ustedes―el capitán miró al grupo de personas reunidas―. Ahora, sigan el protocolo.

Las personas escucharon detrás de la mujer. El hombre habló con seguridad. No les daría una segunda oportunidad. Si la mujer no reculaba, no se retractaba...podría ser asesinada y nadie podría hacer nada.

―Suelten a mi hijo.

La mujer tiró de su hijo. El niño fue arrebatado de las manos del mercenario y quedó detrás del cuerpo de su madre.

Los seguros fueron quitados de los fusiles.

―Señora...

El atronador sonido de una moto cortó el discurso del mercenario. El derrape de las llantas contra el asfalto, alertó a los mercenarios. Pero no tuvieron el tiempo necesario para reaccionar, pues una barra se incrustó directamente contra la cabeza del teniente.

―Prefiero que los niños no vean esto.

Salpicadura y chapoteo acompañó al movimiento del piloto. Atlético, con una capucha cubriendo su rostro, el piloto de la moto mostró una segunda barra de hierro en su mano diestra.

―¡Apunten!

El tipo inclinó el cuerpo hacia el frente. Las personas corrieron, alejándose del enfrentamiento.

―¡Disparen!

Estallidos acompañaron a aquella orden. Los disparos siguieron hacia el frente, viajaron contra su objetivo. El piloto se movió en consecuencia a la orden dada por el segundo al mando. Pasó entre los disparos como si se guiara por un sexto sentido y golpeó el estómago del líder con su bastón, derribándolo con un solo movimiento.

―¡Capitán! ¡Teniente!

El resto se movió ante la amenaza. Apuntaron hacia el piloto, lo dispararon. Pero el hombre se movió. No estaba allí para dejarse matar. Reaccionó a los disparos y golpeó a cada uno de los mercenarios con su única arma: un bastón de hierro que obtuvo en su escape de La Balsa hacía un día atrás.

Movió el brazo izquierdo. Tomó el rostro del mercenario y lo estrelló contra el suelo. Giró sobre sí y lanzó el bastón contra la cara del siguiente. Mientras su arma volaba por el cielo, asestó un jab directo contra la mandíbula del hombre. Tomó la pistola de su funda y disparó al tercero justo en la pierna, haciéndolo caer.

El hombre levantó la mano. Cerró los dedos entorno al mango del bastón. Lo bajó y golpeó la cabeza del cuarto mercenario, entrando en un ángulo que obligó a los compañeros de este a no disparar.

Cuando el mercenario cayó sin sentido, lo atrapó por la cintura y lo usó como un escudo humano.

Pasando el brazo izquierdo por debajo del diestro del mercenario, el piloto disparó al resto del escuadrón con la pistola robada de la cartuchera de otro de los mercenarios, deshaciéndose así de todo aquel puesto de Silver Sable International.

Lanzó el cuerpo inerte contra el húmedo suelo. Dejó caer la pistola desde su mano.

Ojos azules miraron alrededor. Las personas lo miraban, expectantes. Sin demasiada preocupación, caminó hacia el último de los mercenarios del grupo contratado por Norman Osborn. Se acuclilló frente a este. Lo tomó del borde del chaleco táctico.

―Tratar a las personas como lo que son. Eso es algo que el dinero hace que se olvide de las mentes la educación de los padres―no hubo arrepentimiento. El grueso dedo desnudo apretó en la herida, obteniendo un gruñido del hombre―. ¿Cuántos puestos hay por toda Nueva York? ¿Cuántos hombres ha desplegado tu jefa por la ciudad? ¿Cuántos de vosotros estáis en la nómina de Osborn?

―¡Vete a la mierda, bastardo!

No fue la respuesta correcta. El hombre respiró hondo. Miró sobre su hombro. El niño lo estaba mirando, sujeto por la mano de su progenitora.

―Sugeriría que toméis cualquier medicamento de este puesto y os marchéis. Esto no es algo que un niño deba ver, señora. No quiero ser quien le arrebate la infancia, la inocencia...

―G-gracias señor.

―No soy un "señor". Eso me hace viejo―una sonrisa apareció en el rostro del hombre, brillando sobre la sombra que proyectaba la capucha―. Ahora, marchaos. No quiero que los mercenarios o presos la tomen con vosotros.

La infancia era la etapa más hermosa de una persona. La infancia era donde se aprendía, donde se descubrían las cosas del mundo, donde todo era nuevo y recién descubierto. Cualquier cosa que otra persona supiera lo que era, un niño lo veía como algo extraño, algo que debía descubrir y saber para que funcionaba. El hombre no pensaba destruir la etapa de ese niño. Lo encontraba repulsivo.

―¡Gracias!

No respondió. Sacó el dedo del agujero y centró su mirada en el hombre bajo su control. Desde su posición dando la espalda a los civiles, oía perfectamente como estos removían las cajas, buscando los medicamentos que necesitaban. Por culpa de Osborn, ahora el Aliento del Diablo estaba sobre la ciudad.

―¿Puedes centrarte completamente en mí?―con una mano, obligó al mercenario a mirarlo―. Así, así. Ahora, ¿cuántos hombres se han desplegado por Nueva York?

―...

―El silencio es algo que otorga, pero como no he dicho un número...

Un dolor punzante recorrió la espalda del hombre. Este apretó los dientes, sintiendo un latigazo corriendo desde su brazo hasta su cabeza haciéndole perder los sentidos por varios segundos.

―Oscorp es una empresa millonaria, una empresa con bastante capital. Norman Osborn es el alcalde de la ciudad, el hombre que mantuvo El Pozo por varios años. He luchado junto a los hombres del Kingpin, he sido el Kingpin―sangre goteó desde el apéndice―. Y por lo que me han contado, Silver Sable International es una empresa con demasiados hombres y mujeres trabajando para Silver. Todos mercenarios, con posibilidad de tomar trabajos propios.

―...

―Tomando esas cosas para formar el rompecabezas, puedo deducir que Osborn ha tomado el plan Deluxe, el plan de los millonarios...multimillonarios. Diría que Silver ha desplegado a un total de diez mil efectivos sobre la ciudad, con aumento según la peligrosidad. Contando a los presos escapados, el número ascendería a más de cincuenta mil. ¿Tal vez cien mil? Eso son muchos mercenarios, demasiado dinero invertido.

El roce de la tela lo alertó. El hombre detuvo el brazo diestro con su mano siniestra. A centímetros, un cuchillo estuvo a punto de atravesar su yugular, de matarlo con una simple punción.

―Eso no ha sido muy inteligente.

―¡Gnha!

El crujido siguió al quejido. La mano del mercenario quedó muerta, inmóvil, completamente flácida. Este sintió un dolor constante recorriendo su extremidad, llegando a su pecho.

―He roto tu muñeca. No me gusta que me ataquen en medio de una conversación, ¿sabes? Pero como has intentado quitarme del medio, deduzco que he acertado con los números. Bien, creo que ya no me sirves y las pobres personas se han marchado con las cosas que Norman no les otorga.

―¿Qu-qué vas a hacer?

―Voy a...

Un chapoteo constante detuvo las palabras que hubieran salido de su boca. El hombre se levantó. Fijó su mirada en un callejón, un punto completamente oscuro que le impedía ver lo que se estaba acercando.

Cada segundo que pasaba, los pasos se hicieron más fuertes, el eco se hizo más incisivo llegando a los oídos del encapuchado.

Gracias a la luz de las farolas, el hombre vio el brillo del objeto que le fue lanzado. Reaccionando al mismo, atrapó un enorme vial con ambas manos.

Trastabilló unos pasos.

―Quinientos millones de dólares por una cosa viscosa. Tomar esto de SHIELD es mucho más molesto que pelear con ellos. Detuve el convoy y detuve los movimientos de los activos dentro del camión. Has gastado mucho dinero por obtener esa...cosa.

―¿"Cosa"? Es un simbionte.

Un picoteo le hizo mirar el vial. Aquella masa oscura como la misma noche, golpeó el cristal con ira contenida, como si quisiera escapar de su pequeña prisión, como si estuviera vivo. Los simbiontes necesitaban de un cuerpo para poder vivir, de otro ser vivo con el que coexistir para él existir en el mundo.

Y ya lo había tenido.

―De todos modos, gracias por enviarme la segunda mitad del pago.

Un número brillaba en la pantalla del teléfono: dos cientos cincuenta millones. Eso hacía un total de quinientos millones. Reconociendo el símbolo detrás del último cero, una persona podía deducir que ese número correspondía a una enorme cifra de dólares.

Blanca, la máscara de calavera cubría completamente el rostro del hombre, ocultando el mismo de cualquier mirada indiscreta. La capa ondeaba detrás del mercenario siguiendo el movimiento del viento. Calada, la capucha proyectaba una ligera sombra sobre el rostro del hombre, sobre la sombra, oscureciendo el lado siniestro del mercenario y dejando solamente uno de sus ojos a la vista.

―Taskmaster. Gracias por tu buen trabajo, por obtener esto para mí por un precio tan bajo.

―¿Bajo?

―Hubiera pagado incluso un billón por obtenerlo de vuelta.

Una mano desnuda cayó sobre la tapa del vial. Con un poco de presión, el hombre hizo fuerza y comenzó a desenroscar la tapa, produciendo un "plop" cuando fue retirada por el hombre.

Pequeña, la sonrisa apareció en los labios del encapuchado.

―Venom. '

La masa negra comenzó a subir por el brazo del hombre. La capucha se removió revelando su rostro afilado, su cabello dorado. El color negro cubrió completamente el cuerpo del preso y una enorme araña blanca apareció en su pecho.

[Después de días, al final he salido de esa cosa]

Aquella forma oscura se redujo hasta compactar completamente con el cuerpo de su portador. Ligeros protectores aparecieron sobre sus hombros, con unas botas oscuras en los pies.

―¿Qué es esta forma?

[Cuando Flash Thompson me usaba, tomaba esta forma. Él la denominó Agente Venom]

―Agente...Venom...

Degustó el nombre. Agente Venom sonaba genial para él. Era una forma firme de definirse así mismo, aunque tuviera que utilizar el alter ego de otra persona. Pero muchos héroes tomaron los mantos de otros y usaron sus nombres. ¿Por qué él no podría hacer lo mismo? Agente Venom era mucho mejor que simplemente Venom. No era un luchador desarmado. Utilizando todo su cuerpo y todo su conocimiento de armas, le quedaba mucho mejor Agente Venom, aunque no trabajara para nadie.

El nuevo Agente Venom flexionó los dedos de ambas manos, sintiendo como el simbionte lo había fortalecido. Sus huesos, sus músculos...cada una de sus articulaciones fue enviada a un nivel superior. Su cuerpo era mucho más fuerte ahora. Y con lo que aprendió sobre los simbiontes, con ese conocimiento...

[¿Te ha gustado el nombre? Le das muchas vueltas]

Uzumaki Naruto dejó escapar el aire de sus pulmones, dejando ver un vaho que se desvaneció a los pocos segundos de abandonar el cuerpo.

―Agente Venom suena bien. Mejor que solo Venom. Tal vez así podemos ser uno completamente, identificándonos a los dos al mismo tiempo como un solo ser. Es hora de que el Agente Venom vuelva un poco a la acción amigo.     

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