1. Dos caras de la moneda

Esta historia será dedicada a uno de mis escritores favoritos de Wattpad: C_Fics el cual me enteré hace unas horas que nos había abandonado debido a su enfermedad ocasionada por el virus que nos está martirizando desde hace dos años ya y que se ha llevado a miles de personas. Probablemente esta historia no será muy apoyada o sí, no lo sé, pero será una dedicatoria por su trabajo en El Shinobi Vengador, conociendo que el autor es un fan del UCM y Naruto con ese crossover y que probablemente le hubiera gustado esta historia si la llegara a leer. Sé que tengo otras tantas historias por terminar, otras tantas por escribir, pero tras enterarme de esto y ya que estaba escribiendo esta historia, he querido que fuera un tributo para él y mi trabajo para todos aquellos que, probablemente, nos han dejado y no nos hemos dado cuenta. 

Lamento, de verdad, mi egoísmo humano y ineptitud por ver vuestros problemas, por intentar ver si todos vosotros estáis bien. Debería preocuparme, como escritor, que todos vosotros estuvierais bien y no lo hic, ni hice nada para amenizaros como tal este oscuro tiempo que estamos viviendo ni sé si me preocupe por vosotros. 

Por todo ello, os pido perdón.

Espero que este capítulo sea de vuestro agrado, un fuerte saludo e iniciemos.

Las ciudades no están libres del mal y Nueva York no era la excepción a esa regla. Criminales y mafiosos abundaban por los suburbios de la ciudad, ocultos y amparados de todo mal, moviendo sus hilos por debajo de la mesa sin que nadie los viera, ocultos a la vista de todo el mundo. Como toda ciudad del mundo, el crimen se extendió por Nueva York desde que la ciudad estadounidense fue fundada y habitada por sus primeros inquilinos. La ciudad había pasado por varios tipos crueles a lo largo del tiempo y, con el pasar de los años y el engrose de sus habitantes, Nueva York había terminado por refinar a los criminales que podrían incluso atemorizar a un hombre poderoso, porque el poder residía en como las personas percibían el poder en la figura representativa.

Inmensa, la Torre Fisk se erigía sobre Nueva York e imponente, con el nombre Fisk escrito en inmensas y gruesas letras doradas que brillaban con los últimos rayos del sol que se perdía en el horizonte, tornando así el color dorado de uno más naranjo intenso, como el del color del bronce brillante bañado por el mismo sol dorado del medio día, siendo así el letrero Fisk lo más representativo del mismo edificio mientras la oscuridad abrazaba la edificación blanquecina y llena de ventanales.

En uno de los muchos despachos de aquel inmenso y ostentoso edificio, un inmenso hombre se mantenía de pie observando la ciudad a sus pies. Este hombre era, identificado con una palabra, gigantesco. Cuerpo ancho, bracos gruesos y piernas duras, todo ello oculto por un traje de Armani dividido en diferentes partes. La chaqueta blanca cubría lo que parecía ser un chaleco amarillo dorado, mientras que un pantalón color vino cubría la parte inferior de su cuerpo siendo completado por unas zapatillas negras. Cubriendo su cuello, un blanco y alargado cuello de camisa comprimía la papada del hombre haciendo parecer su cabeza mucho más redonda de lo normal.

Aquella ropa era, a palabras de los enemigos del hombre, ciertamente estrafalaria. Pero no sería una palabra que usarías con el dueño de la Torre Fisk ni con el Rey del Crimen de Nueva York si querías salir vivo del lugar y con todos los órganos en su sitio.

Wilson Fisk no había llegado hasta donde estaba por suerte. Viajó, se instruyó y se preparó conciencia para tomar el control de la ciudad que se lo había arrebatado todo en un tiempo en el que él no fue el hombre que se necesitaba. Perdió lo único que a él lo ató a aquel mundo y lo único que lo mantuvo cuerdo. Ahora sin aquel bello y delicado grillete, podría hacer polvo la ciudad con sus propias manos al mismo tiempo que se hacía ver como una buena persona.

"Doble Cara". Todas las personas ocultaban algo detrás de la máscara y Fisk no era una persona distinta a las demás. Mientras que las personas mundanas solo esconderían su envidia u odio hacia sus compañeros de fatigas o incluso amigos, Fisk escondía algo mucho peor que un simple sentimiento de envidia u odio hacia alguien. Si Fisk tuviera envidia de alguien, simplemente lo eliminaría y tomaría aquello que hubiera captado su atención. Si Fisk tuviera odio hacia alguien, simplemente lo tomaría para hacerlo pedazos y esparcirlos por toda la ciudad, dejando tras de sí una marca que todos verían y nadie cuestionaría.

No, Fisk no ocultaba sus sentimientos mundanos. Él los explotaba y los usaba para sus fines. Pero aquello no era su "segunda cara de la moneda" como dirían algunos. Lo oculto detrás de Wilson Fisk, empresario y persona desinteresada, era su propia maldad y deseo del control total de Nueva York, algo que logró cuando se alzó sobre el resto de familias mafiosas de la ciudad, colocándose como un pilar fundamental para la crueldad de la misma ciudad que nunca duerme.

Kingpin lentamente se había alzado sobre sus rivales por el poder de la ciudad. Contaba ahora con personas como Tombstone trabajando para él y con Hammerhead siendo uno de sus fieles seguidores. El dinero llenaba completamente sus bolsillos y todos lo temían como si fuera el mismo demonio encarnado, sabiendo lo que pasaría si alguien le llevaba la contraria.

Y ambos, Wilson Fisk y Kingpin, eran las dos caras de la moneda que era la figura de Fisk en el mundo, uno complementando al otro. Fisk era generoso, dando dinero a orfanatos y sacando a gente de la indigencia. Kingpin era cruel, usando a las personas de las calles para peleas clandestinas donde sus peleadores ganarían todo para él sin recibir nada a cambio, llegando incluso algunos a morir.

Y ambos eran una misma persona.

―Disculpe, señor Fisk.

Wilson Fisk interrumpió sus pensamientos ante la dulce y femenina voz de una mujer. Aclaró su garganta con un carraspeo y giró su inmenso cuerpo usando sus pies como apoyo, pasando todo el peso de su cuerpo (o la mayor parte permitida) hacia el bastón que usaba como tercera pierna para poder caminar. Aunque en sí esto era una artimaña.

―¿Qué necesita, señorita Sharon?―Fisk preguntó, mirando la figura curvilínea de la mujer y como las pestañas se movían con cada uno de sus pestañeos―. Creí que las reuniones quedaron canceladas. ¿Algo de urgencia?

Los ojos de Fisk se entrecerraron cuando la pregunta salió de su gruesa boca. Sin mucho esfuerzo caminó hacia la enorme silla que usaba cuando era Wilson Fisk y se sentó, dejando que la madera crujiera levemente bajo el peso de su inmenso cuerpo.

―Señor. Usted me ordenó que lo avisara para el reportaje de la mano de la sorita Watson.

Una entrevista. Aquel periódico conocido como Daily Bugle lo había estado acosando para una "entrevista". Wilson Fisk no era un hombre idiota y no había llegado hasta donde estaba simplemente confiando en las acciones de las personas. Todas escondían una segunda intención bajo la mano y él no era una excepción a la regla. De hecho era un hombre con una completa segunda intención bajo la manga, tanta que tenía una segunda vida detrás de la máscara de Wilson Fisk que mostraba al mundo cada segundo del día.

El Bugle probablemente buscaba algo de él más allá de las triviales preguntas a las que estaba acostumbrado, y que enviaran a una joven promesa del periodismo como Mary Jane "MJ" Watson a aquella entrevista, dejaba completamente boca arriba las cartas usadas por el periódico dejándolos desprovistos de las armas suficientes contra él.

―Hazla pasar.

Fisk no esperaba demasiado de aquella entrevista. Ni siquiera esperaba que la novata periodista fuera los suficientemente valiente como para hacer las preguntas que todos los demás callaron. ¿Quién, de todos modos, lo abordaría con preguntas que podrían enviarlo a la muerte misma? Nadie podría ser tan idiota...

―Señor Fisk.

Cabello rojo como el fuego mismo. Ojos verdes claros, con un toque de gris. La periodista Mary Jane "MJ" Watson entró al despacho de Wilson Fisk con pasos seguros, el cuerpo erguido y la mirada más dura que nadie había dirigido a Fisk en aquellos años que pasó siendo el Rey del Crimen de Nueva York, lo que sin duda captó la atención del mismo Fisk.

―Señorita Watson―el hombre hizo un gesto leve hacia la silla frente a él. Moviendo su cuerpo grácilmente, Mary Jane ocupó el asiento frente a uno de los hombres más importantes de Nueva York como si fuera una persona cualquiera, sin poder detrás de si figura―. Es un honor tener a una representante del Bugle en mi oficina. Sin embargo, ¿por qué? Muchos otros periódicos ya han hecho entrevistas conmigo. Han obtenido la información que usted va a obtener de mí. Nadie hace nuevas preguntas y a todas respondo lo mismo―las manos de Fis se movieron sobre la mesa y se unieron. Mary Jane se vio obligada a alzar la cabeza ligeramente, mirando aquellos oscuros ojos de un inmenso hombre―. ¿Por qué está usted aquí, señorita Watson?

Fisk esperó que aquella intimidación echara para atrás a la joven mujer que tenia frente a él. Miró sus ojos verdes por unos segundos, esperando encontrar lo que otros ojos le devolvían: miedo, terror. Incluso cuando mostraba su aspecto como Wilson Fisk, era capaz de causar terror en las personas que hablaban con él cuando así lo quería. Sin embargo, contrario a lo que esperaba, nada apareció en aquellos dos jóvenes ojos que lo miraban directamente.

Fueron las palabras de Mary Jane las que lo sacaron finalmente de aquel pequeño momento hipnótico, o más bien su pregunta directa.

―¿Qué opina sobre las peleas clandestinas que se han llevado en Hell's Kitchen durante los últimos años?―Mary Jane habló con seguridad. Ninguna de las sílabas vaciló en su boca, llegando claras a los oídos del empresario.

Wilson Fisk reconoció el valor en la pregunta lanzada hacia él. Como Kingpin, había establecido un "coliseo" donde peleadores callejeros le daban algunas ganancias. Estableció las peleas clandestinas de Hell's Kitchen ante la falta de su defensor acérrimo y las mantuvo en secreto el mayor tiempo posible, siendo desligadas de su vida como Wilson Fisk y asociadas completamente con su figura del Kingpin.

―Va directa al grano, señorita Watson―Fisk echó su cuerpo hacia atrás. La silla que ocupaba su inmenso cuerpo, chirrió ante el movimiento de su dueño, quejándose por la musculatura del hombre.

Desde pequeño, Wilson Fisk fue acosado y abusado por su enorme y obeso cuerpo. Aun ahora recordaba como lo golpeaban, como lo dejaban de lado por su cuerpo, como lo señalaban. Había logrado (con el tiempo) cambiar todo eso para ocupar un puesto en la alta sociedad neoyorkina como Wilson Fisk, un empresario inmobiliario. También cambió todo eso para encontrar su rostro como Kingpin, el Rey del Crimen actual dentro de Nueva York y la mayor parte de los Estados Unidos que no estaba controlada por Maggia, el mayor conglomerado de familias mafiosas de todo el mundo.

―Suelo hacerlo. Directa y concisa―Mary Jane devolvió la mirada hacia el gran hombre. Wilson Fisk no era un hombre señalado por la sociedad, a menos que fuera para cosas buenas. Ella como periodista del Bugle conocía de primera mano lo que Fisk había hecho y hacía por Nueva York y sus habitantes; pero secretamente también conocía el lado oscuro de aquel hombre que tenía en frente―. ¿Va a responder a mi pregunta, señor Fisk? ¿O prefiere que le haga las preguntas de rigor que todo...?

―Está bien señorita Watson―Wilson Fisk alzó la mano y golpeó la mesa con la mesa. Ante el golpe, la piel de Mary Jane se erizó por completo, sabiendo de la fuerza del hombre que no estaba a más de un par de metros de ella―. Las peleas clandestinas de Hell's Kitchen, ¿no? Si no recuerdo mal, ese es el lugar del Diablo.

Hell's Kitchen no era una de las zonas favoritas de Fisk por un solo motivo: Daredevil. El diablo rojo de la Cocina del Infierno había frustrado (más de una vez) sus actividades en la zona y sus trabajos de intimidación sobre las personas de ciertos edificios, lo que había hecho que sus ingresos se vieran débilmente mermados.

―Así es...

Wilson carraspeó.

―Como puede ver por las infinitas entrevistas de otros compañeros suyos de profesión, señorita Watson, no soy un hombre que ame la violencia innecesaria. ¿Unas peleas clandestinas en Hell's Kitchen? Mis manos están completamente limpias de eso―Wilson Fisk habló con completa calma, mirando los ojos de la mujer que tenía justo en frente. Había esperado alguna reacción de ella, un mínimo atisbo de miedo o compresión de la situación. Pero o bien Mary Jane Watson era realmente valiente o realmente estúpida. Ella solamente asintió ante sus palabras y apuntó algo en su cuadernillo, justo delante de sus ojos―. Y si en algún momento hubiera realmente esas peleas, ¿no sería Daredevil o Spiderman nuestros salvadores del día?

Mary Jane sintió la burla en aquella pregunta ligera. Conocía perfectamente la relación entre ambos héroes con el criminal que estaba justo frente a ella. Daredevil había sido un luchador incansable frente a los envites del Kingpin por tomar Hell's Kitchen hasta que su identidad como Matt Murdock fue completamente desvelada obligando al héroe a huir de aquella vida heroica.

Por otro lado, su relación con Spiderman la conocía de primera mano. Desde que ella se enamoró de Peter Parker y descubrió como su amado no era otro que Spiderman, el héroe insignia de Nueva York, lo había visto incontables veces herido de gravedad por sus enfrentamientos con Wilson Fisk usando su máscara del Kingpin, llegando a estar al borde de la misma muerte.

Por ello las palabras de Fisk la hicieron apretar ligeramente los labios y anotar tranquilamente en su pequeño cuadernillo, moviendo el bolígrafo sin parar ni un segundo, recordando una de aquellas veces en las que Peter apareció en el jardín delantero de su hogar completamente herido por una espada usada por el mismo Fisk. Fue en aquel momento en el que ella cortó toda relación con Peter y su insana obsesión con ser Spiderman en todo momento.

Aunque también lo comprendía.

―¿Entonces porque se vio al señor Fiorenti, uno de sus accionistas, en la zona en la que tienen estas peleas?―la chica movió la cabeza, levantando la mirada para clavar sus ojos verdes sobre los oscuros de Fisk―. Y ha sido avistado más de una sola vez.

―¿Lo que haga cada uno de mis accionistas es culpa mía, señorita Watson? Siguiendo esa simple lógica, entonces cada palabra que saliera de la boca de su jefe, cada artículo publicado, sería también (por extensión) culpa suya―Fisk habló. Lo hizo con la calma de una persona que controlaba completamente la situación―. Cada acción solo puede ser reprochada a la persona que la hace, señorita Watson. No podemos echar la culpa a todo aquel que esté asociado a la persona que comete el error, por más que nos guste tirarlo del puesto donde está.

―¿Cree que quiero tirarlo de su posición, señor Fisk?

―No. Creer eso sería prejuiciarla desde mi lado y no es algo que haga abiertamente. Puedo tener opiniones negativas sobre su empleador actual, señorita Watson, pero jamás pondré esas opiniones sobre usted cuando no es su jefe.

―Eso es algo admirable de su parte, señor Fisk. Lo distingue un poco sobre el resto de los ocho millones de neoyorkinos―ella respondió con la misma calma con la que Fis habló. Sabía que estaba caminando por un hielo demasiado fino como para darse el lujo de resbalar y pisar mal. Una mala pisada y ella simplemente desaparecería del mundo.

―¿Eso es todo lo que necesita saber? No tengo nada a favor de las peleas clandestinas. En muchos de mis alberges e instituciones he inculcado a las personas a no usar la violencia. Me considero un buen samaritano que intenta mantener la paz en una ciudad consumida por el caos de los héroes y criminales que la abundan―Wilson habló con naturalidad. Sus ojos vagaron brevemente sobre el reloj que había en la pared de la izquierda, viendo como las manecillas se movían ligeramente―. Ahora si me disculpa, debo atender otro asunto urgente. No creí que ya fuera esta hora, señorita Watson. Pero puede pedirle a mi secretaria otra cita para terminar esta fructuosa charla entre ambos, si gusta y para completar su artículo en su periódico.

Mary Jane "MJ" Watson tomó la tarjeta que Wilson Fisk le tendió con amabilidad y calló cada palabra e insulto que aparecieron en su mente como un torrente. Wilson Fisk había mostrado, para ella, como podía jugar a la doble cara y como ocultaba demasiado bien sus intenciones delante de desconocidos. Ella sabía quien era gracias a su relación anterior con Peter; ¿pero y el resto de personas?

Agarró la tarjeta y la guardó en el bolsillo de su chaqueta, asegurándose de no perderla. Iba a pedir una segunda cita con aquel imponente hombre y se iba a asegurar de obtener algo más de todo lo que rodeaba a Wilson Fisk para mostrar a sus lectores.

―Ha sido un placer, señor Fisk.

―Puedo decir lo mismo, señorita Watson―el hombre mostró una sonrisa cálida ante la despedida―. Asegúrese de concertar una segunda cita.

Hell's Kitchen/Noche

Hell's Kitchen nunca fue un lugar para caminar por la noche. Había cientos de lugares a lo largo de Nueva York donde una joven podría estar mucho mejor que en el peor barrio de la ciudad; pero eso no era algo que preocupara completamente a Gwen Stacy, la hija de uno de los tantos miembros del departamento de policía de Nueva York y que había sido educada desde niña para no mostrar un miedo real a situaciones peligrosas, todo gracias a su padre y la influencia que el hombre tuvo sobre ella desde niña.

De cabello rubio a media melena y ojos azules como dos bombillas eléctricas, Gwen podía ser considerada como una de las adolescentes más bellas e inteligentes de la ciudad, una pequeño genio en potencia aficionada a la ciencia.

Pero, sin embargo, incluso ella tenía un lado que otras personas no conocían.

Entrenamiento en cientos de cursos de defensa personal. Clases de distintas artes marciales. Ella siempre fue una verdadera fanática de los deportes de contacto, tal vez por la influencia de su padre a la hora de los entrenamientos y de cómo su progenitor parecía desear que ella fuera una policía como él.

Todo eso la llevó a aumentar sus habilitades físicas y usarlas mucho más que las mentales, aunque no dejando estas últimas de lado en ningún momento y sus espectaculares notas eran una muestra completa de que no dejaría de ser inteligente por más deporte que practicara.

Y fue su afición la que la trajo a Hell's Kitchen.

Gwen Stacy detuvo sus pasos frente a una puerta de madera desvencijada. Donde debería estar el número y la letra indicativa del piso, ahora solo quedaba una oscura marca de que algo realmente estuvo allí en su momento pero que ahora había desaparecido completamente y que no volvería pronto.

―¿Hola?

Delicadamente, empujó la puerta cuando vio una pequeña rendija que la indicaba que estaba abierto. Normalmente ella hubiera llamado y luego alguien le abriría la puerta. Pero hoy estaba abierta y eso de cierta forma la llenó de angustia.

―¿Hay alguien?

Tal vez debería estar asustada. Tal vez debería dar media vuelta y salir de aquel piso maltrecho de Hell's Kitchen y correr lejos del lugar para llamar a su padre, sobre todo cuando su pie golpeo algo que reconoció como un cuerpo humano tendido en el suelo.

No percibió sangre. La piel del hombre se mostraba grisácea, como si llevara algún tiempo en aquel estado o que estuviera en algún tipo de enfermedad cuando cayó al suelo. Las posibilidades eran varias y su tiempo limitad.

Un gemido la hizo girar la cabeza hacia el fondo de la habitación y abrir los ojos completamente.

Apoyado contra la pared, con su cuerpo cubierto completamente de sangre y la cabeza inclinada hacia su pecho, un joven se mantenía con dificultades para respirar, soltando pequeños quejidos con cada toma de aire.

―¡Naruto!

Gwen reconoció a su amigo incluso con el rojo sustituyendo el brillo dorado de su cabello.

―¿G-Gwen?

Habló con dificultad. Sintiendo como las costillas parecían acariciar sus pulmones, el chico levantó la cabeza y abrió ligeramente uno de sus ojos, fijándose solamente en la chica parada a unos diez metros de donde estaba él.

―P-perdón por no darte...algo para tomar―él habló con dificultad mientras Gwen corrió a su lado, agachándose en un momento―. Pero como verás...no puedo ni moverme.

Cerró los ojos nuevamente. Mantenerlos abiertos le costaba una energía que ahora no tenía. Prefería estar en la oscuridad que poder ver a Gwen preocupada por él...de nuevo.

―¡Mierda, Naruto!―Gwen Stacy no contuvo su voz enojada. Como una adolescente más, frunció el ceño ante el estado de su amigo y lo miró bien, encontrando que ninguna parte del cuerpo del chico estaba exenta de algún tipo de daño o mancha de sangre―. ¿Nuevamente?

―Je―Naruto rio ligeramente. Una tos escapó de su garganta, áspera y cruel, manchando sus piernas con su propia sangre―. Él...él no necesita luchadores...débiles...solo, me lo merezco.

Gwen rodeó el cuello de Naruto sin importarle que su remera fuera manchada con su sangre. Como la adolescente que era, simplemente lloró en el hombro del chico durante varios y eternos minutos.

Cuando la policía irrumpió en el lugar tiempo después, aquella fue la imagen que encontraron. 

  

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