Reunión de Paz
Durante cientos de años, desde el nacimiento de Elohim, las tres facciones dentro del Panteón Bíblico (ángeles, caídos y diablos), habían regado el mundo sobrenatural son cuerpos inertes, con la sangre de los caídos en la Santa Guerra que terminó involucrando a los demás panteones, obligando a los dioses a mantenerse en su posición a base de sangre y muerte. Muchos cayeron en una prematura muerte, siendo olvidados por los mortales. Aquellos que se mantuvieron vivos durante el Cataclismo del Mundo Sobrenatural, pudieron seguir creciendo, manteniendo su panteón en lo alto o apenas sobreviviendo. De aquella guerra, el Bíblico se sobre puso a los demás, a pesar de la pérdida de Elohim ante el Trihexa, aquella bestia que barrió con todos los seres en un radio cercano. Dios la enfrentó, sellándola en un poderoso contenedor y la mantuvo oculta de los ojos de los seres sobrenaturales.
Muerte y sangre quedaron grabadas en aquellos que sobrevivieron. Prometieron jamás llevar una guerra nuevamente al mundo, no queriendo romper el sello que Elohim colocó para mantener al Trihexa cautivo, alejado del mundo humano y sobrenatural. Un nuevo cataclismo, podría llevar a la destrucción del mismo mundo o del universo, rompiendo aquellas leyes que se debían mantener para que el mundo no sufriera un colapso.
Dos mil años después de aquella guerra santa que casi llevó a la destrucción de lo conocido por los seres vivos, la paz parecía un hecho alcanzable para los que lo quisieran. Siguiendo su instinto, su falta de sed de sangre, Azazel convocó a la primera reunión tras la guerra a las tres facciones bíblicas, con el claro objetivo de mantener aquella paz por años, viendo que los caídos de Grigori estaban en la cuerda floja, cada vez con menos miembros en sus filas. Kokabiel había sido un arrogante, pero supo usar las palabras, la labia para atraer a sus hermanos a sus filas. Del ejército del traidor, solo quedaban los restos.
Los caídos no eran los únicos con pocos efectivos si una guerra se desatara. Con la caída de ángeles, Michael se había visto realmente forzado a una tregua. No podía mantener su orgullo por delante de sus hermanos. Había visto como, durante aquellos dos mil años, muchos de sus seguidores habían perecido tanto por los pecados humanos como por la mano de algún pagano. Aun recordaba como diez mil de los templarios cayeron en las costas de Japón. Podía oír la voz ahogada de Metatron contándole de las mutilaciones, de la horrible vista que la Voz de Dios estaba observando. Metatron lo había descrito como un mar de sangre. Ellos eran ángeles, debían llevar la palabra de su Padre a todos aquellos que quisieran oírla. No podían dejarse llevar por sentimientos humanos o realmente caerían.
No habían sido los últimos, pero si los más destacables. Los enfrentamientos entre caídos y diablos, habían llevado a los mismos ángeles a debatir entre ellos, observando a sus enemigos, entendiendo que no podían seguir como hasta ahora. Si no, el Heaven caería en la misma oscuridad.
Tras una cruenta guerra civil, los diablos se habían visto obligados a la implantación de los Séquitos y el uso de las Evil Piece en los muertos recientes para poder aumentar el número de diablos en el Inframundo. Este sistema fue llevado por Ajuka Beelzebub, aquel que las inventó, creando de paso las Piezas Mutadas, piezas poderosas que solo los Maō habían usado hasta el momento. Esto generó otra división entre los Setenta y Dos Pilares del Inframundo y los diablos reencarnados, aquellos que eran meros siervos en el Inframundo, que podían usarse para los más oscuros deseos de sus señores.
Aquella división, a veces se veía acrecentada por el orgullo, la petulancia de los nobles. No importaba si eran de una casta menor del diablo. Si estaban dentro de la nobleza, aunque fuera baja, ningún siervo era superior a uno de ellos. Pero incluso hay había un pequeño pero. Las piezas de los Maō, eran consideradas una representación de su poder, de su alcance dentro del Inframundo. Si alguien menor a uno de los Cuatro Reyes Demonio le faltaba el respeto a una de sus piezas, podía verse envuelto en una muerte sangrante, desesperante.
Mientras que los diablos no habían visto mermados sus números gracias a sistema de las Piezas del Mal, los diablos contaban con una gran oposición dentro de los mismos: la Facción de los Antiguos Maō, la cual se mantenía momentáneamente oculta. También estaban los nobles que se oponían a los Maō, encabezados por el mismo Zekram Bael, el más antiguo de los diablos actuales. Pero aquel viejo león, era inteligente. Mantenía una postura neutral, entendiendo que las piezas y los reencarnados eran un bien para su pueblo. Jamás se opondría a los Maō si estos hacían aquello que el Inframundo necesitaba. Y por el momento, Sirzechs había mantenido su palabra, su juramento delante del Consejo de Ancianos.
Así como Sirzechs Lucifer mantenía su palabra de proteger y cuidar el Inframundo y a sus moradores, Zekram Bale mantenía su propia palabra de dar su apoyo a los actuales Maō, evitando los movimientos innecesarios de los miembros del Consejo, llegando él mismo a mancharse las manos de sangre. Era un rey diablo, un ser con un poder y experiencia aterradores. No por ser noble, tendría miedo de mancharse las manos.
Con las tres facciones en un estado casi crítico, el camino de la paz era lo más evidente, evitando de este modo un derramamiento innecesario de sangre, pudiendo lidiar con la Brigada Khaos en batalla y con sus aliados que habían estado causando estragos por el mundo sobrenatural.
A veces, había que dejar el orgullo a un lado para dar paso a la razón. Era difícil, sobre todo cuando te sentabas delante de tus enemigos. Aquel que daba el primer paso, realmente era el más inteligente.
―Entonces...¿no hay alcohol o mujeres?―Azazel arrastró las palabras, apoyando su rostro en su puño derecho, resoplando y echando a un lado su flequillo. Aquel hombre con un traje color café, mostrando en sus ojos violetas una ligera diversión por la situación. Era un arcángel caído, el más poderoso miembro y líder del Grigori, así como un amante de los engranajes sagrados, llegando a crear algunos artificiales para su propio disfrute y que no permitía compartir―. Esperé algo más de una recepción por el lado de lady Rias―enunció, dando una risilla al mirar a la hermana menor de Sirzechs, obteniendo un suspiro de un hombre rubio.
―Nunca cambiarás, hermano―el hombre declaró. Su cabello rubio claro se agitó levemente, mientras en su triste rostro se mostraban dos ojos verdes, claros, que parecían traspasar la misma alma de aquel con el que estuviera hablando. Era Michael, el arcángel al mano del Heaven tras la muerte de Elohim. Mostraba una túnica roja con una gruesa cruz, así como dos hombreras de metal dorado, como una armadura―. Aquellos pecaminosos pensamientos, fueron los que te hicieron caer Azazel.
Azazel resopló. Siempre había sentido la atracción del sexo opuesto. Al contrario que sus estirados hermanos, Azazel realmente se dejó llevar por aquellos deseos llamados carnales por su padre, empañando sus alas blancas y puras con el negro color del pecado humano.
―Oh, querido hermano. ¡Realmente has olvidado vivir!―Azazel recriminó, riendo levemente. Pocos ángeles hablaban a la ligera del sexo. Muchos caídos habían pecado más por deseos carnales que por otros mismos. Kokabiel fue un caso extraño. De sus hermanos, aquel cadre era el único capaz de sentir morbo, excitación con la misma muerte y la visión de la sangre misma―. Dudo demasiado que padre se quedara sentado en el trono sin darle uso a lo que le colgaba entre las piernas.
―No blasfemes, hermano―pidió Michael, con un ligero sonrojo en su delicado rostro a veces confundido con el de una mujer. La belleza era algo innato dentro de los ángeles y los caídos, mostrando sus bellos rostros que podrían hacer pecar a cualquier humano. Un claro ejemplo era Lady Gabriel, la más bella y pura de los ángeles, una arcángel de doce alas blancas y puras como la nieve. La serafín había sido la hija preferida de Elohim, y el mismo Michael lo había declarado muchas veces. Su hermana era capaz de ganarse el corazón de cualquier ser vivo―. Nunca uses el nombre de padre para estos juegos de dialecto.
―Eres algo soso, ¿no?―Azazel gruñó entre dientes, mirando de reojo a su hermano, mostrando un rostro plano. Nunca se habían llevado bien ni mal. Mientras que Michael fue un ciego seguidor de Dios, Azazel prefirió descubrir lo oscuro y lo verdadero del mundo, aquello que no estaba en el Heaven.
―¡Ehem!
Ambos arcángeles detuvieron su diálogo, moviendo sus ojos hacia aquel aclaramiento de garganta femenino. Mientras que Michael mantuvo su rostro impasible, Azazel solo dibujó una perversa sonrisa en su rostro cuando sus dos ojos observaron los pechos de la Maō Leviatán, aquella encargada de los asuntos exteriores.
―Lamento la descortesía de mi lado, Lady Serafall.
Serafall Leviatán, otrora Sitri, era la hermana mayor de Sōna Sitri, heredera de los Sitri y una de las mejores estrategas de su generación. La chica era de cabello negro como la noche, sujeto en dos coletas. Siempre solía vestir con un traje de chica mágica sacada de los cómics y mangas, así como dejaba ver un lado infantil que atosigaba a su hermana menor. Pero en esta ocasión, Serafall había decidido por un vestido granate que cubría su bello cuerpo, reforzado mágicamente por su la situación lo ameritaba. Su lado infantil había sido ocultado, incluso a pesar de la presencia de su hermana Sōna en la sala, junto a su séquito.
―¿Nunca sacas el palo de tú...?
―Por favor, Azazel―gruesa, la voz de Sirzechs Lucifer detuvo cualquiera palabra que hubiera seguido aquella oración. Mostrando un cabello rojo intenso, más que el de su hermana Rias, Sirzechs vestía con una túnica oscura, con hombreras parecidas a las de una túnica de mago de un videojuego. Sus ojos verdes algo intensos, con un toque de azul que hacían pensar en los espumosos ojos de su hermana. Siendo un siscon como solía ser, el Maō Lucifer mantenía un rostro serio, con un brillo calmado en sus ojos. No había desviado su mirada de Azazel en ningún momento, ni siquiera para tranquilizar a su nerviosa hermana y al portador de la Boosted Gear, Hyōdō Issei. Aquel bonachón de Sirzechs, estaba siendo ocultado por su lado Maō―. Hay urgencias mayores que el deseo por follarte a una mujer de esta sala, incluyendo a mi hermana.
―¿Uhm? Eso nunca salió de mis labios―se escusó el caído, dando una fina sonrisa dirigida al Lucifer. Sirzechs cerró los ojos, entrelazando los dedos de sus manos―. Aunque no quita que lo piense...
―Pervertido―masculló Rias, apoyada en una de las paredes de la sala. Estaba rodeada de su séquito, junto al séquito de Sōna y la misma Sōna.
Ambas herederas mantenían un semblante nervioso, más notable en el caso de Rias Gremory. Nunca habían presenciado un evento tan...importante. Su experiencia en aquellos asuntos era completamente nula. En el caso de Rias, era la primera vez que veía a su hermano en modo Maō sin Grayfia a su lado.
Del lado de Michael, Shidō Irina se mantenía cercana a la silla de su señor, manteniendo la mano sobre su espada, dispuesta a usarla en cualquier momento. Durante unos segundos, la chica había buscado a Xenovia, no encontrando rastro de su amiga con los diablos. A su lado, estando algo más relajado, se encontraba un hombre de cabello rojo como el mismo óxido, con una densa barba salvaje. Una sobrevesta blanca con la cruz templaria cubría la conta de malla de aquel hombre. Payens había sido el fundador de la Orden Templaria, su primer Gran Maestre y uno de los primeros Nueve Caballeros. Ahora servía bajo el mando de Michael, quien recompenso al Maestre por sus años al servicio de Dios.
Un joven de cabello gris plateado y ojos avellana estaba del lado de Azazel, apoyado en una de las columnas con los brazos cruzados y los ojos cerrados. Era Vali, portador de la Divine Dividing, el legendario Hakuryūkō y el enemigo del Sekiryūtei, quien era en estos tiempos Hyōdō Issei. Se mostraba tranquilo, calmado, sin mirar al que debía ser su enemigo mortal. Ni un pestañeo. Ni una mirada. Vali había mantenido su rostro sereno y no había incitado en ningún momento al portador de la Boosted Gear a un enfrentamiento, como hizo anteriormente.
―¿Supongo que podemos entonces hablar de lo que nos atañe, caballeros y dama?―Sirzechs preguntó, dando una leve mirada a Serafall. La mujer dio un leve cabeceó, y el Maō Lucifer movió su atención directamente al líder del Heaven y al de Grigori―. La paz entre nuestros respectivos grupos, así como una explicación de lo acaecido por Kokabiel.
―Mi idiota hermano pensaba demasiado en la sangre y la muerte, en traer nuevamente una Guerra Santa y purgar el mundo―Azazel comenzó, observando sus uñas con interés―. Fue solamente un mosquito, una pequeña hormiga que nos ha guiado a su colonia: Brigada Khaos. El grupo terrorista parece estar bajo el mando de la Vieja Facción―el arcángel caído miró a los Maō, dando una siniestra sonrisa―. No parece para nada culpa de Grigori, entonces.
―Mientras que esto de acuerdo con lo que Azazel dice, ya sabíamos de la oposición de los viejos diablos a una paz perpetua―Michael declaró, mirando a Sirzechs―. ¿Propones una caza a tu gente si las cosas se tornan serias? Podría derivar en una segunda guerra civil en el inframundo, manchando tu hogar en sangre. No sabemos quién dirige a la Facción de los Antiguos Maō y eso es algo en nuestra contra.
―Tomar aliados externos es una opción―Serafall declaró, siendo la dirigente de su pueblo en los asuntos externos, como una ministra de exteriores en el Inframundo―. Shintō sería una opción viable dado a que nos dejan estar aquí. Es un buen momento para...
―¿Ho? ¿Shintō?―un brillo extraño apareció en los ojos del líder de Grigori al oíd del panteón japones―. Eso es demasiado interesante, a la vez que poco fiable. Tratar con Amaterasu-sama es peor que tratar con su nieto, a quien debemos convencer de que nos preste ayuda.
―¿Hablas del Undécimo Rey, Menma?―Sirzechs preguntó, con duda. Había estudiado a lo largo de unos años todo sobre el Panteón sintoísta, desvelando todo sobre los Uzumaki, los Uchiha, los Cazadores de Demonios, los Trece Guardianes del Sol...pero aun le quedaba por comprender del sintoísmo y sus miles de dioses.
Azazel sonrió, dejando caer más su rostro en su puño.
―No, no hablo del Usurpador―respondió el líder de los caídos, dando una leve sonrisa más ancha―. Hablo del Décimo Rey de los Uzumaki, alguien que ha estado en Kuoh delante de la nariz de la pequeña Rias y la estirada de Sōna―movió la mano, tomando algo de su bolsillo. El caído deslizó una fotografía al centro de la mesa―. Uzumaki Naruto, también llamado Itan-sha (El Hereje) por los mismos dioses del Shintō de la Primera Generación, aquel que dejó diez mil templarios cercenados en las playas de Japón a lo largo del 1234, según fechas por confirmar. Hablo, de la pieza del rey en este tablero.
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