Invitado no deseado
Una boda no deseada. Una boda, que podría ir al desastre nada más empezar. Rias Gremory, no quería casarse, y menos con Raiser Phoenix, el demonio más egoísta y presuntuoso que ella había conocido y al cual no soportaba. Era una hija de nobles, heredera de un clan con poder y prestigio al cual le vendrían bien las llamas inmortales de los Phoenix, así como al clan Phoenix le vendría bien el poder de la destrucción de los Bael que ella y su hermano heredaron de su madre, una Bael. La unión de ambas familias, a lo largo del tiempo, daría un heredero con el poder de ambos lados, o al menos, uno de ellos, siendo más probable el de la regeneración del clan Phoenix. Cada hijo e hija del clan, había obtenido el poder de sus padres, no dejando a nadie fuera por ello. No había exclusiones, como pasaba en el clan Bael. Si no obtenías el poder de la destrucción, no eras más que escoria, un paria. Por ello Sairaorg entrenaba su cuerpo para obtener un poder superior, no contando con el poder de la destrucción, pero sí con unas habilidades físicas muy superiores a las de un diablo promedio, incluso siendo el más destacado por ello. Pocos demonios mantenían la reputación que su primo tenía.
Sairaorg Bael era un rey demasiado especial. No esperaba en la retaguardia. Se mantenía firme y era capaz de salir a primera línea si la ocasión lo ameritaba, no desconfiando de sus compañeros, pero dispuesto a un enfrentamiento para obtener la victoria y no lastimar a sus camaradas. Paso a paso, Sairaorg había llegado a tener una importancia elevada en los Rating Game, así como dentro de la política. Muchos nobles, tanto altos como bajos, daban su apoyo a su primo, colocándolo en una posición que podría derribar al actual Lucifer. Estaba siendo amado por la gente, y respetado.
Rias deseaba poder librarse de aquel matrimonio arreglado. No le importaba llevar ahora un vestido blanco, con el velo llegando hasta por encima de sus hombros, viendo su reflejo con sus ojos marinos. Odiaba vestir de blanco ahora. No quería tener aquellos recuerdos. Ser usada como un simple objeto, un fetiche de alguien a quien no deseaba.
En estos instantes, odiaba a su familia. A sus padres por planear todo esto cuando era un recién nacido o, incluso, antes de nacer y a su hermano por no hacer nada, manteniéndose impasible y neutro en todo. Nunca dijo nada. No se manifestó en contra de lo que hacían con su hermana. ¿Estaba de acuerdo en ello? ¿Él que profesaba un amor hacia ella demasiado molesto?
Se maldecía así misma por haber nacido como una Gremory, una noble, una mujer que solamente era usada como ficha en los movimientos políticos de su familia para mantener contentos al consejo del diablo, aquellos ancianos carcomidos que no sabían donde meter las narices. Solamente era una de tantas piezas en el tablero político de los viejos corderos con piel de lobo.
Rias en cierto grado odiaba ser un diablo, pertenecer al Inframundo, un lugar lleno de egoístas, víboras que reptaban en las sombras para tomar un pedazo de su presa, de todos aquellos que consideraban inferiores. Varias veces pensó en desaparecer, borrar su rastro del mundo y no volver con su familia, aunque tuviera que dejar a su séquito atrás.
Pero no podía.
Akeno. Yūto. Koneko. Issei. Asia. Gasper. Todos ellos eran su familia, sus amigos más queridos y no podía, no quería abandonarlos y dejarlos a su suerte. ¿A caso era egoísta por pensar antes en ellos que en sí misma? Si no hubiera tenido un séquito, habría abandonado el mundo hacía años. Dejaría a su familia y tomaría otro nombre, desapareciendo su rastro del mundo sobrenatural, e incluso habría intentado buscar un refugio para sí misma.
Rias se conocía bien. Sería impropio de ella hacer o ver como sus amigos eran dañados por su culpa. Por ello detuvo a Raiser, se rindió cuando vio a Issei sangrar, ser golpeado. Él no perdió. Ella evitó que muriera. Por más reciente hubiera sido la adhesión de Hyōdō Issei a su séquito, su cariño por él no era menor y no quería verlo muerto.
Por ello, no invitó a Issei a la boda. Lo conocía. Y conocía a Raiser. Sabía de lo que ambos eran capaces. Por ello apreciaba a Issei, quitando su lado perverso, y despreciaba a Raiser Phoenix con todo su ser. Para él, ella solamente era carne, como Yubelluna y las demás mujeres que formaban su séquito.
El diablo era propenso a dejarse llevar por sus instintos, sus deseos más profundos. Algo normal para ellos, que no importaba ni molestaba dentro del Inframundo, siendo uno de los motivos por los que los ángeles los estaban odiando.
Pero, aunque era algo normal, propenso a pasar dentro del Inframundo, Rias lo veía asqueada. Incluso sabía que su hermano despreciaba ciertas actitudes de los nobles y la cámara del consejo. Actitudes que ellos no podían borrar. No eran ilegales y estaban completamente permitidas, por más que uno de los Maō quisiera erradicar dichas actitudes. Respetaba a su hermano y a Ajuka por ello.
Dos personas no pueden cambiar un mundo entero, querida Rias Gremory. Su hermano no podrá, así como Dios no pudo.
Recordaba demasiado bien, grabada a fuego, las palabras que uno miembro del clan Bael le dijo, cuando ella renegó de aquel acuerdo de matrimonio. No fue Zekram, pero aquel hombre, le daba miedo. Sentía su olor rancio, su aliento al alcohol en su boca.
¿Siempre serían así? El Inframundo estaba terminado. No quedaba esperanza para ellos. La guerra civil pasó y las actitudes no habían cambiado demasiado entre los nobles, por más que los Maō hicieron todo lo posible por ello. La crueldad, el egoísmo, seguían presentes en la genética del diablo.
Tal vez...debería cortar con todo...
Rias mantuvo sus ojos sobre unas tijeras. Las miraba fijamente, pensando, intentando calcular cuanto tardaría en cortar sus venas, cuanto tardaría su madre en entrar y detenerla o verla fría como el hielo.
Sería la mejor opción, se dijo así misma, sintiendo una picazón en su mano. Lentamente había levantado el brazo, rozando con sus dedos aquella herramienta que podría evitarlo sufrimientos.
Solo seria un segundo. Uno solo, y desangraría sobre este suelo. Pero no sufriría eternamente. No soportaría a Raiser...a mis padres...al consejo...
Cronk
―Hija, ya están todos abajo. Tu hermano ha dado discurso sobre la unión de ambas casas. Es hora. Tú prometido espera―Venelana declaró, mirando la espalda de su hija, como Rias estaba rozando el mango de unas tijeras, a punto de tomarlas. La mujer apretó los puños, bajando los ojos con tristeza. ¿A esto habían llegado?
Le dije a Zeoticus que era una mala idea, pésima. Pero él siguió las directrices de los ancianos sin rechistar.
Venelana colocó ambas manos sobre los hombros de su hija menor, su querida hija...a la que estaba lanzando a los brazos de un hombre que ella no amaba.
¿Qué podía hacer? Era una mujer dentro de un mundo donde el poder, el estatus y los contactos mandaban. Los ancianos eran los más influyentes, aunque fueran de casas poco conocidas. Habían sobrevivido a la Guerra Santa y mantuvieron su posición por largos años, dejando en claro que no se irían del mundo sin dejar una huella verdadera.
Lo estaban logrando.
―Vamos, Rias...
Rias Gremory, la orgullosa Rias Gremory...solamente suspiró, ahogando un llanto en su garganta y echó para atrás su cuerpo, moviendo la silla y raspando el suelo, desplazando a su madre unos metros y así poder ponerse en pie, dejando que el vestido blanco cayera, rozando el suelo.
¿Qué se podía hacer? Agachar la cabeza. Cumplir con lo designado por el consejo y mantener a los ancianos contentos. Ni los Maō ni nadie podrían hacer nada...a menos que Zekram Bael, el diablo mas influyente, decidiera hacer algo. Poco probable. Era un diablo arraigado a las antiguas costumbres.
Estaba abocada a estar unida a un hombre que no amaba...que despreciaba con toda su alma.
Allá vamos, se animó mentalmente la adolescente, saliendo a la vista de los invitados, de aquellos miembros de las casas nobles amigas de los Gremory y Phoenix...y de aquellos interesados en que esto saliera bien.
Rias pudo ver a un par de miembros del consejo al fondo de la sala, observando todo con sus ojos cansados, su piel arrugada y aquellas barbas blancas como la nieve. Sentía sus auras, como se hacían notar ante los demás.
Y ella se sentía sola.
―¡Oh! Mi querida prometida...¡Rias Gremory!
Inspiró. Expiró. Debía hacer eso. Tomarlo de frente. No podía librarse y debía enfrentarlo por el resto de la eternidad o hasta que alguien la matara, lo que sería un alivio, una salvación a aquel castigo que la estaban imponiendo.
¿Era un castigo divino?
Rias forzó su rostro, cada músculo de su cara, y posó una sonrisa en sus labios, saludando a los invitados de aquella fiesta...aquella encarcelación para ella. Caminó lentamente, bajando escalón a escalón, deslumbrando a las personas presentes, intentando dar un rostro calmado, imitando aquel sentimiento que los demás habían llamado felicidad. Ya no experimentaría aquel sentimiento. Se lo habían arrancado de su ser junto a su corazón y alma. No sería nunca más feliz. No sentiría su corazón latir fuertemente por alguien. Aquel era su castigo, su sino. No se libraría de Raiser hasta que pusiera fin a su vida.
Tomó la mano que le ofrecía su prometido...no, su carcelero, sintiendo aquella piel cálida. Era un Phoenix, alguien afín al fuego. Su piel representaba que era alguien de fuego.
Y aun así, para ella era un tacto helado, no deseado. No quería tomar aquella mano, ver esos ojos que acompañaban a una sonrisa petulante, arrogante y vitoriosa. La había derrotado. Dio todo...pero no dio a sus amigos. Issei no se habría rendido por ella; pero ella no lo quiso ver sufrir. No podía.
Sintió el tirón de Raiser y al segundo estaba sintiendo el otro brazo sobre su cintura, oliendo aquel aroma que desprendía, su perfume. Arrugó la nariz. Incluso odiaba su olor. Sentía nauseas solamente de estar a su lado, de sentir su tacto.
¿Pero que podía hacer?
Respiró, manteniendo la fachada de una mujer alegre, disfrutando de aquel momento. Rias sabía que actuar era lo que tendría que hacer de ahora en adelante, demostrando al consejo de ancianos que no caería fácilmente, que no se doblegaría ante Raiser por nada y que no se quebraría...porque ya estaba quebrada. Sentía el dolor en su pecho. Como no podía sentir nada que no fuera dolor, miedo y un fuerte deseo de salvación, aunque fuera por la vía más fácil. La muerte.
―¡Gracias a todos por asistir a este evento tan deseado!―un hombre pelirrojo declaró, mostrando un hermoso traje blanco, con el cabello rojo similar al de Rias, no aparentando tener más de unos treinta años. A su lado, un hombre rubio asintió, conforme con las palabras de su compañero―. Es un honor que mi hija Rias se casé con Raiser, el hijo mediano de mi buen amigo y compañero―dando énfasis a sus palabras, el pelirrojo golpeó la espalda del otro diablo, suavemente―. Y realmente espero que ambos, mi hija y mi ahora yerno, puedan ser felices, que demuestren que ambas casas pueden estar unidas.
Y esa es mi sentencia.
Rias se estremeció cuando su padre, Zeoticus, besó su mejilla. No lo miró. Mantuvo sus ojos fijos en un punto, completamente sin ver. Ni siquiera notó los preocupados ojos de Akeno y el resto de su séquito, incluyendo a Sōna, quien asistía al evento junto a Tsubaki, su reina.
No oía las palabras de los asistentes. Del padre de su prometido. De su prometido. De su madre, su padre...su hermano. Seguía estando consciente, pero no entendía de lo que hablaban. Veía como movían los labios, como interactuaban entre ellos, como respondían a los asistentes al compromiso; pero ella no entendió lo que dijeron, lo que salió de sus labios, de sus gargantas.
Rias era ajena a todo lo que la rodeaba, como si fuera sorda y ciega, un simple objeto decorativo en la sala. ¿Y no lo era? Era el objeto, el deseo de Raiser Phoenix. No quedaba nada ella nada más que el cascarón. Solo era un recipiente vacío, sin nada dentro. No había nada que guardar. No tenía alma, sentimientos, corazón...no era nada, solo un mero objeto político al servicio de sus padres que era usado para un fin.
Un fin que pronto cumpliría. Se casaría con Raiser. Se acostaría con él. Le daría un hijo, tal vez dos o más, depende de la suerte que tuvieran. Normalmente, un diablo tenía un hijo cada cien años o incluso cada doscientos.
Una vez dado a luz, ella ya no sería útil. Simplemente era una urna para el hijo de Raiser Phoenix, el arma deseada por los ancianos ávidos por el poder.
Pam
―¡Deténganlo!
Pam
―¡Detenedlo, que no pase joder!
Crack
Las puertas de entrada a la sala fueron arrancadas, siendo enviadas contra los invitados, a la vez que varios cuerpos cayeron al suelo, inertes, a los pies de un adolescente jadeante, mostrando un rostro determinado, con un guantelete en su brazo izquierdo.
Hyōdō Issei tomó una fuerte bocanada de aire. Limpió el sudor de su rostro con el brazo derecho, mirando fijamente a Raiser. Pudo ver su sorpresa, su molestia...
―S-siento haber llegado tarde, Buchō―susurró el adolescente, enderezándose.
Boost
Apretó el puño a la vez que la gema verde relucía completamente, creando un intenso brillo frente a los diablos. Sus ojos avellana, mostraban determinación, una seriedad que Rias nunca había visto en aquel chico, su reciente [Peón] dentro del séquito.
―¿Qué hace ese...ese...sucio mestizo aquí?―Raiser dejó salir la ira en aquella pregunta, envolviendo el lado derecho de su cuerpo en llamas, mirando fijamente a Issei con dagas en su rostro. Movió la cabeza, dando una señal a un hombre―. Fujikawa. Ocúpate del invitado no deseado.
Rush
―Si...Phoenix-sama.
Aquel hombre llamado Fujikawa, dio un paso, rebelándose. Vestía un kimono negro, cubriendo su cuerpo ancho y fuerte. Tenía el cabello negro atado en un moño alto, dejando solo unos mechones sobre su frente. Con la mano derecha, apretaba la empuñadura de su katana.
Issei miró a su adversario, dispuesto a luchar contra un espadachín. Lo haría por su Buchō. Para eso fue renacido, ¿no? Para dar su vida en pos de los sueños de su rey...
Rash
Clinck
Otra figura se interpuso entre Issei y Fujikawa, revelandose más baja, demasiado, con el cabello rubio hondeando al viento. Su haori rojo se meció, rozando el suelo, como si las llamas negras de aquella vestimenta fueran reales. Como si el rojo de aquel haori, se moviera en coordinación con los pendientes hanafuda.
―¿Qué?
―Repiración del Agua―susurró el Uzumaki, meciendo su espada, sintiendo la sangre escurrir por la hoja de su Nichirin. No le importó. Solo era sangre―. Séptima Postura: Gotas de Lluvia Penetrantes.
Cloc
Ante los invitados de la boda. Ante los ojos de cada diablo en la sala. Ante la mirada, ahora ligeramente brillante de Rias Gremory, la cabeza de Fujikawa se desprendió de su cuerpo, rodando por el suelo, llegando a los pies de un anciano diablo.
Pam
Uzumaki Naruto miró a cada diablo en la sala, siendo consciente de que todos y cada uno de los pares de ojos en aquel lugar, lo estaban escrutando.
Clink
Tras la caída del cuerpo de su adversario, envainó la espada, limpiando la sangre en el kimono del mismo Fujikawa. No era un samurái desde hacía muchos años. El honor estaba a un lado en lo sobrenatural.
―Espero―lentamente, Naruto comenzó a hablar, colocando la mano izquierda sobre el mango de su katana―; no ser un invitado no deseado. Sentiría demasiada pena el...marcharme.
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