Elige un lado
El Brujo había sido tema de conversación entre los dioses del Shintō durante las últimas semanas, recayendo el sobrenombre en el dios Ebisu de los Shichi Fukujin (Siete Dioses de la Fortuna), debido a su interés por los ayakashi y el control sobre ellos. Ebisu había movilizado a los shinki que estaban bajo contrato con él, muchos de ellos sirviendo a más de un dios en el Shintō o incluso en otro panteón, para ir al peligroso Yomi, con la clara intención de ver a Izanami, su madre, la diosa de la muerte y la creación del Shintō, encerrada en el Yomi para evitar que creara la desesperación sobre el mundo humano y el sobrenatural. Nadie quería un caos que no pudieran manejar, que alguien pudiera criticarles.
Ebisu sabía de los peligros, pero su objetivo estaba claro para él. Quería un mundo mejor, con menos ayakashi sobre las calles que pudieran causar estragos en los humanos, que los pudieran lastimar de algún modo y ningún dios pudiera salvarlos. Era un pensamiento honorable para muchos, pero no para los dioses. Lo que Ebisu quería llevar acabo, podía considerarse como una herejía. Los dioses no podían mezclarse con los ayakashi, por más bondadosos que parecieran o por más problemas que pudieran solucionar manteniendo una correa sobre los espíritus corruptos.
A lo largo de su vida y sus diversas reencarnaciones, Ebisu optó finalmente por descender al Yomi mismo a tomar el Pincel de Ubicación de las manos de Izanami, su madre, no cayendo ante sus palabras o su buen aspecto inicial, mostrando su oscuridad y lengua viperina después, persiguiendo al dios de la fortuna por todo el inframundo, siendo seguido de cerca por el mismo Yato, quien había descendido al Yomi siguiendo las órdenes de su Padre, tomando aquel último trabajo que Nora le había indicado: proteger a Ebisu de cualquier peligro.
Ambos dioses lucharon con las criaturas del Yomi, mientras esperaban poder ser rescatados por alguien. Esperaban que alguien los llamara por su verdadero nombre, su nombre real y no por el nombre dado con el tiempo. Ebisu fue sencillo de convocar...pero Yatogami no lo fue tanto.
Hiyori realmente se esforzó, buscando el nombre de Yato para traerlo del Yomi, mientras Bishamon lidiaba con la Fuerza de Subyugación de los Cielos, grupo de dioses guerreros liderados por Takemikazuchi un dios del trueno poderoso, alguien capaz de destruir todo con su poder. Bishamon dio tiempo a Hiyori de invocar a Yato, gracias a las palabras de una niña de cabello y ojos claros, cubierta para que nadie la viera, como si temiera ser vista fuera de algún lugar.
Usando el nombre de Yaboku, Yato fue salvado y la Fuerza de Subyugación de los Cielos terminó arrestando y sentenciando a Ebisu por sus crímenes como el Brujo, obligando al dios de la fortuna a renacer nuevamente, siendo colocado con otro shinki guía y para mantenerlo bajo control, que no volviera a causar estragos para el Shintō.
Yatogami sabía perfectamente que Ebisu no era el Brujo. Su padre lo era y había usado al dios de la fortuna para obtener el Pincel de la Ubicación, objeto que había desaparecido cuando ambos volvieron al mundo de los vivos.
¿Qué es lo que trama el estúpido?
Que lo hubiera usado bajo amenazas, lo había molestado demasiado. Había roto nuevamente la confianza de Hiyori y Yukine, ocultando el verdadero motivo de su marcha, el dato de que el Brujo seguía vivo, que no era Ebisu como los dioses habían determinado. Pero el miedo se había instalado en su pecho, como la sensación fría de invierno nevado, carcomiéndolo lentamente. Su mente no podía parar de darle vueltas una y otra vez a las palabras de su padre. La felicidad que sentía por ser un dios, estaba siendo opacada por la preocupación. No podía mostrarlo en público ni realmente quería hacerlo, pero el hecho de que su padre estuviera jugando con los dioses como meras piezas de ajedrez...lo estaba preocupando. Tal vez incluso demasiado.
¡Arg! Bastardo Naruto...
Yato tiró a un lado las sábanas, dejando a la vista que incluso dormía con su preciado chándal de color azul oscuro, con el pañuelo claro sobre su cuello. Muchos dirían que el cabello del dios menor era de color negro como la noche. Pero no era negro del todo. Su cabello presentaba el color exacto de la noche, con cierto toque azul extremadamente oscuro, casi siendo negro, aun sin serlo. Muchos lo confundirían, pero en sí Yato era la representación exacta de un dios lunar. Ojos azules claros. Un rostro de piel pálida. Cabello azul extremadamente oscuro, pareciendo realmente negro como la noche sin luna. Si no fuera por el ortero chándal que el dios menor llevaba, tal vez podría haber pasado por Tsukuyomi, el dios de la luna del Shintō. El mismo dios que no había vuelto a dar señales de vida durante al menos mil años, por lo que se sabía.
El dios menor se quedó observando el techo de su habitación, pensando, dando vueltas a la imagen de su padre, aquel hombre que lo había educado como un Dios de la Calamidad. Nació con la misión, con el objetivo de liberar la carga de su padre, aquel que había pensado en él, que había deseado su venganza contra los dioses, dándole la forma a él, Yaboku el Dios de la Calamidad.
Pero después de todo, no soy el único.
Naruto le habló de más dioses de la calamidad, todos llevando una extraña marca que los había mantenido vivos, en el recuerdo. Era como si alguien pensara en ellos constantemente, sin olvidarlos ni durante un solo segundo, dándoles poder para mantenerse vivos. ¿Habría sido su padre? No, solo confiaría en él y Nora para ello. Pero eso solo dejaba un camino abierto: alguien sabía como crear dioses menores de la calamidad.
Yatogami suspiró, pasando la mano por su cara, intentando con ello eliminar los rastros de sueño. Era bastante difícil lidiar con Yukine cuando se levantaba. Si Hiyori estaba por allí, sería incluso mucho más difícil. La última vez que se levantó a esa hora, básicamente sintió un dolor demasiado grande cuando ella lo castigó. Y no quería volver a sentirlo.
Ella es un demonio...una hermosa chica, pero un demonio realmente.
Yato removió las sábanas, sentándose sobre el futón una vez libre. No podía dejar de pensar en el Brujo, en lo que su padre había causado y el caos que cayó sobre el Shintō, obligando a los dioses a movilizar la Fuerza de Subyugación de los Cielos, siendo todos ellos dioses dedicados o entrenados para ser unos guerreros. No veía a Ebisu o Kofuku como miembros de ese grupo de bastardos.
Ni siquiera pensaron en Ebisu, masculló internamente el dios menor, tomándose el rostro. Él quería ser reconocido, un dios que pudiera mantenerse vivo por milenios. Pero ¿a costa de otros? Él no era así. Ya no era así...
Y debía darle las gracias a Naruto. El Uzumaki le había sacado de las garras de su padre, llegando incluso a lidiar con él en una batalla. Recordaba como Naruto había empuñado su katana, envolviendo la hoja en fuego, mirando a su padre con aquellos azules ojos, fríos, echando hacia atrás al hombre que derrotaría a los cielos.
Recordarlo...me hace sentir un escalofrío.
Desde que él conoció a Naruto, Yato jamás vio un lado cruel del joven samurái, a pesar de que por aquel entonces el Uzumaki había perdido a su familia y había sido exiliado de su clan, entregándole todo a su hermanastro por orden de la Primera Generación de dioses del Shintō. Incluso a veces parecía sonreír, o movía la boca para intentar mostrar una sonrisa. Solo a veces.
En ese punto, Yato se había percatado de lo injusto que había sido el Shintō con su amigo, despojándolo de todos sus derechos, sus poderes e incluso de su familia y amigos. Jamás lanzaron una investigación ni le dieron un momento, solo uno, para poder defenderse. Lanzaron a Naruto fuera de sus territorios, como un simple juguete usado.
Ahora, nuevamente, la Primera Generación había demostrado que no permitían a nadie defenderse. Ellos eran la ley de los cielos. Nadie podría objetar.
Esos momentos, le hacían pensar si realmente merecía la pena convertirse en un dios del Shintō o seguir como un Dios de la Calamidad, un dios callejero por el resto de su vida, antes de dejarse manipular por aquellos viejos egoístas.
―Un yen por tus pensamientos, diosecillo menor.
Yato abrió los ojos, levantando la vista. Un hombre estaba sentado en el alfeizar de su ventana, con un cabello rubio eléctrico, llevando su torso desnudo lleno de tatuajes y kanjis cubriéndolo entero, vistiendo únicamente con un hakama amarillo, con un hakama amarillo. Un arco con unos ocho taiko (tambores), estaba flotando tras él, como si estuviera atado a su espalda con cables invisibles.
―¿Quién...quién eres tú?
Aquel hombre deslizó los labios, mirando con sus ojos dorados al dios callejero, dejando sus afilados dientes a la vista.
―Eres Yaboku, el pequeño Dios de la Calamidad reconvertido en un buen chico, en el perrito de Kofuku por lo que veo―expresó con burla, mirando fijamente al dios menor. Yato frunció el ceño, molestándose ante aquellas palabras―. Pero en sí, no es de importancia para mí, pequeño dios menor.
Yatogami comenzó a levantarse. Estaba dudando de si llamar a Yukine. No podía comenzar un enfrentamiento contra ese tipo de pelo rubio con un mechón en forma de rayo.
―No sé quien eres. Pero te voy a...
―Por favor, la hostilidad hacia abajo, Yaboku. Tú padre realmente te enseñó bien, a ser un verdadero Dios de la Calamidad. Es una verdadera lástima que estos tiempos y tu ineptitud te hayan ablandado―él declaró, sonriendo―. Ahora bien, ¿de que lado estas dios menor?
―No sé exactamente a que te refieres―Yato cambió sus ojos, mostrando una seriedad mortal hacia aquel hombre―; pero te pediré que te marches. O me veré obligado a empujarte fuera de este lugar.
―¡Ja!―la risa de aquel hombre, molestó y empujó hacia los cielos la rabia dentro de Yatogami. El rubio chasqueó la lengua, aun manteniendo la diversión en el brillo de sus ojos―. Eres bueno...bueno como comediante, por supuesto. Aun así, te daré crédito por el par de pelotas que tienes, pequeño dios menor.
Yatogami frunció el ceño.
Zoom
Crack
Solo un segundo, y Yato sintió su cuerpo sucumbir a una sacudida, a un latigazo cuando fue empujado por el puño del hombre hacia atrás, estrellándose con la pared detrás de él.
―Pero después de todo, te voy a sacar la respuesta, Dios de la Calamidad.
Mientras, en el piso inferior, un joven de cabello rubio frunció el ceño, sintiendo el jaleo en la guardilla de la casa de Kofuku, la cual compartía con Yato, su dios. Este adolescente, era el Shinki de Yatogami, el joven espíritu Yukine, así como amigo del mismo dios menor.
Yukine estaba centrado en el libro frente a sus ojos naranjas, moviendo la mano y guiando el lápiz sobre el cuaderno a su lado. Tras haberse sentido superado en sus primeros momentos como un shinki, y habiendo caído en la tentación, finalmente el chico había pedido a Hiyori unos libros de estudios de secundaria, intentando con ello llevar una vida lo más normal posible, mientras aun se adaptaba a su tiempo como un shinki y a su estado de muerto.
¿Qué hace ese idiota bastardo?
Frunció el ceño, notando un temblor en la casa. No quería decepcionar a Daikoku por culpa de Yato. Ni siquiera quería decepcionar a Kofuku, quien les había hospedado hasta el momento, salvo por las quejas de su shinki sobre la estadía de Yato. Y molestar también a Hiyori no era una buena idea.
Crash
Crack
Yukine parpadeó, viendo el cuerpo de Yato sobre su mesa, ahora completamente destrozada, con sus apuntes aplastados. Lo que más lo alarmó, fue la sangre que caía por la sien del dios.
―¿Yato? ¿Qué ha...?
A pesar del dolor, Yatogami se levantó a tiempo, tomando a Yukine del brazo y lo sacó de la casa, cubriéndolo con su cuerpo.
Kroom
Grueso, un trueno golpeó el hogar y tienda de la diosa de la pobreza, borrando completamente el establecimiento, dejando solo trozos de madera quemados esparcidos por el lugar, junto a una columna de denso humo negro.
―¿Aún podías moverte, Yaboku?
Yukine sacó la cabeza de los brazos del Dios de la Calamidad, observando como un hombre rubio salía entre el humo y las cenizas, mostrando una sonrisa ligeramente burlesca.
―¿Quién...?
―¿Ho~? ¿Eres el shinki de Yaboku? Un placer, pequeño espíritu. Mi nombres es Raijin, el dios de los truenos y rayos.
―Yu...Yukine―Yato abrió los ojos, rodando por el suelo. Sentía su cuerpo realmente destrozado, como si un camión le hubiera pasado por encima de su cuerpo. Y no uno cualquiera, si no un tráiler de al menos dieciocho ruedas―. Ve...huye...
―¿No mantienes tu shinki activo, Yaboku? Es una decepción―Raijin declaró, señalando a su taiko―. Ellos son mis shinki, mis compañeros. Jamás muestran su forma real. ¿Por qué? Porque soy un dios. No necesito hablar con seres menores y ellos son solamente mis instrumentos. El Shintō se ha ablandado demasiado. Es hora de un cambio, de un reinicio para ellos.
Crash
Raijin alzó la mano derecha al cielo. Un rayo cayó en la misma, formando una espada hecha de rayos azulados, crepitando con los mismos, quemando la hierba cuando la tocaba.
―Ahora, Yaboku. Elige. ¿Estas con Indra-sama...o estás contra él?
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