El Dios de los Cinco Yenes

Dioses. Los dioses son creados por as plegarias de los mortales, de los deseos mundanos para crear un mundo perfecto para ellos, un mundo egoísta que les beneficiara completamente, que les diera aquello que necesitaban y lo que requerían para sobrevivir con muchos más lujos, estar por encima de los demás. Por eso, dioses de la fortuna eran creados para obtener riquezas, poder ganar dinero. Pero así como los simples humanos creaban a los dioses, los mismos obtenían su poder de aquellos humanos que los rezaban, sus fieles seguidores. Así era como el Shintō se había creado y fundamentado tras el nacimiento de Amaterasu, Susanō y Tsukuyomi, los principales dioses, los reyes del Shintō y aquellos con los que no te gustaría meterte, los más poderosos dentro de los dioses de Japón y quienes mantenían un perfil bajo dentro de los dioses, no inmiscuyéndose a menos que lo creyeran completamente necesario.

Por ello, los Dioses de la Primera Generación, formaron un Consejo para controlar los problemas venideros, manteniendo un control seguro sobre los siguientes y no creando discordia...al menos aparentemente. Incluso los dioses eran egoístas, llenos de maldad que usaban contra los humanos muy a menudos, llegando a castigarlos injustamente, arrebatándoles la vida o incluso el alma misma a los que ellos consideraban como simple basura, sus juguetes, cuando ellos mismos habían sido creados por las plegarias, los ruegos de los mortales. Solamente los Tres Reyes podrían considerarse inmortales. Nadie se olvidaba del sol, de la luna o los mares y las tormentas. Estaban siempre presentes y nadie dejaría a un lado cosas obvias, que tenían delante. Si ves una hoja caer, quedará en tu mente por un tiempo, pero finalmente desaparecería por completo hasta que se volviera a ver otra nuevamente. En cambio, el sol te acompaña, te sigue durante horas y luego da paso a la luna, acompañada de las estrellas y la noche.

Aun con todo eso, los dioses creen en la inmortalidad y en su inmunidad. Olvidan para lo que fueron creados y se llenan de riquezas, se vuelven más egoístas y creen ser intocables. Después de todo, un dios renace, perdiendo sus recuerdos, sus poderes... y pueden ser manejados por otros, creando un caos en el mundo.

Mientras que los dioses mayores mantienen la paz en su inmortalidad, aquellos que fueron creados en un momento exacto, quedando en el olvido después, siempre intentan mantenerse en el recuerdo de una sola persona, seguir vivos un poco más.

Era difícil.

Yato era uno de estos dioses. Su historia estaba llena de sangre, de muertes. Fue creado en una guerra, en un tiempo donde los dioses de la calamidad abundaban, donde solamente la muerte era necesaria y el baño de sangre era necesario.

Un dios de la calamidad era justamente eso, un dios guerrero, un asesino que vagaba por el mundo cuando la muerte era necesaria. Cientos de ellos habían sido creados durante las guerras, llegando a enfrentarse entre ellos por sobrevivir.

Pero cuando el conflicto termina, el dios comienza a caer en el olvido.

Casi todos los dioses de la calamidad cayeron en el olvido, desapareciendo de la faz de la Tierra, cayendo en el olvido y no quedando ni un mísero recuerdo de aquellos dioses que habían ayudado a miles de personas, que crearon caos y muerte en el mundo entero. De ellos no quedó nada. Fueron borrados.

Algunos intentaron mantenerse vivos. Intentaron entrar en la mente de los mortales para seguir vivos, para obtener poder y sobrevivir solamente un día más, una hora más, un minuto...un segundo más. Nadie quería morir, ni siquiera los dioses.

Yato, quien había sido un dios de la calamidad más, se mantuvo por años en la mente de las personas, intentando sobrevivir un día más, no caer en el olvido. Muchos lo habían hecho. Se habían olvidado de Yaboku, el dios de la calamidad, aquel que manchó su espada, sus manos por su simple supervivencia, para mantenerse vivo y cumplir su cometido. Fue educado para ser un dios guerrero, un asesino que se manchara las manos de sangre sin temor a las mismas.

Después, cuando terminó cansado de la sangre, cuando vio que los humanos no lo necesitaban, se llenó de miedo al comprender que podría desaparecer completamente del mundo, como sus compañeros. Y no quería desaparecer. No quería quedar olvidado, no aún, sin haber dejado huella en el mundo.

Y dejó a un lado su papel como un dios de la calamidad.

Yaboku pasó de la sangre, de las muertes y se centró en ayudar a las personas, crear un círculo de seguidores y poder construir un templo que estuviera dedicado a él, al dios Yato, el rey de los dioses con una gran magnitud de seguidores que lo adorarían. Era un buen sueño. Pocos dioses tenían un sueño. No había dioses ambiciosos por obtener algo demasiado...¿banal? ¿Mundano? Los dioses no querían rodearse de los humanos y se alejaban del mundo terrenal lo más que podían, solo dando pequeñas bendiciones cuando realmente era necesario y para mostrarse al mundo, manteniendo a sus creyentes.

Yato era un caso distinto. Al ser un dios menor, no le importaba demasiado estar al lado de los humanos, poder ayudarles y desenvolverse en el mundo terrenal. Era un dios y vivía para servir a los humanos. Hacía trabajos cobrando la mísera cantidad de cinco yenes, la cantidad de las ofrendas en los templos. Quería construir un templo, su templo y poder quedarse como un verdadero dios sin desaparecer y poder quedarse en el mundo.

Era el sueño de cualquier dios menor.

—¡Yato! ¡Yato, ya despierta, idiota!

Pam

El joven dios fue sacado de su cama, quedando estrellado contra la pared, parpadeando un poco, sorprendido del golpe, mirando a una chica de cabello castaño oscuro, largo, cayendo hasta su espalda. La adolescente de ojos café llevaba el uniforme de la secundaria, con una bufanda sobre su cuello, con los brazos en la cintura, como si fuera una jarra, mirándolo con un ceño fruncido, molesta.

—¡¿Pero a ti que te pasa, Hiyori?!—Yato masajeó su nuca, removiendo su cabello oscuro como la noche, mirando con cierto gesto airado a la muchacha.

—¡Ya deja de ser un vago, Yato!—Hiyori regañó al dios, moviendo un dedo frente al mismo, presionando la frente del chico hacia atrás, obligando a Yato a quedar contra la pared, sin poder moverse—. ¡Ve a trabajar!

—¡Pero ya hice demasiado ayer!

—¡Ni siquiera has terminado mi encargo aun, Yato!—refutó la adolescente, alzando la mirada sobre el dios. Yato se achicó un poco, solo un poco. Realmente las mujeres eran temerosas cuando se enfadaban...y ella no era muy distinta. Hiyori podía ser el diablo mismo si se lo proponía.

—Tsk. Estoy con eso—declaró el dios menor, apartando la mano de la muchacha de su frente, poniéndose de pie. El dios vestía con un chándal de color negro, con un paño en su cuello de color celeste claro, algo desgastado, probablemente por el tiempo. Era de estatura media, no demasiado alto, con una complexión atlética—. Ahora, tengo otras cosas que hacer.

—¡Pero dijiste que no tenías nada!

Yato parpadeó, comprendiendo enseguida que había caído en el juego de Hiyori, descubriéndose así mismo. Suspiró, masajeando su cuello y miró decaído a la adolescente.

—Pero...

—Kofuku ha dicho algo sobre un visitante para ti, Yato. Sería bueno que lo recibieras al menos—dijo la chica, relajando su postura y deshaciendo el gesto de enfado en su rostro, tomando una cara más relajada, dando menos miedo al dios menor—. No seas descortés con un amigo del pasado, ¿vale? Al parecer Kofuku-san lo conoce demasiado bien. Creo que lo besó en los labios. ¿Oh fue mi imaginación? En fin, levántate. Hay visita. Y debes de trabajar.

—Pero Yukine no está aquí. Y necesitaría su ayuda por si aparecen Ayakashi—expresó el dios, mirando suplicante a la joven. Ante los ojos de cachorrito de Yato, Hiyori suspiró, pero negó, tomando del brazo del joven, tirando de él hacia el piso inferior—. ¡O-e oe! ¿Qué haces? ¡Suéltame!

Entre quejas y forcejeos, Yato terminó cayendo de bruces en pleno salón, siendo observado por una chica joven de cabello rosado (Kofuku) y un hombre alto, fuerte, de piel bronceada y cabello oscuro, mirando duramente al joven dios callejero. Este hombre era el Shinki de Kofuku.

—Maldito bastarde. Ni te dignas a presentarte cuando un amigo viene, ¿verdad? Solamente eres un vago—se quejó el hombre, mirando con cierto tic en su ojo a Yato.

Yaboku masajeó su nariz, quedando sentado. Se había comido completamente el suelo por el movimiento de Hiyori y estaba algo molesto, adolorido por el golpe. Movió la cabeza, mirando al visitante de la tienda, encontrándose sorprendido.

—Mierda.

—Hola, Yato. Hace años que no sé nada de ti—Uzumaki Naruto dio una sonrisa al dios menor, divertido con la interacción de la adolescente medio espíritu.

Yato apartó la mano de su rostro, mostrando un poco de sangre, solamente unas pequeñas manchas.

—¿De verdad es real? Creí que moriste.

Naruto dio una pequeña sonrisa ante esas palabras, dejando ver su tristeza, la melancolía. Después de abandonar su hogar, de ser tachado como un traidor, de haber sido marcado como tal...dejó su vida pasada completamente abandonada. Hasta hacía tres meses, no se había acercado a nada relacionado con lo sobrenatural, con el Shintō y abandonó a los cazadores enterrándose en una vida normal, de estudiante, dejando todo atrás, su entrenamiento, su formación. Su poder se había reducido increíblemente quedando al poder de un simple peón, un humano con un aura de humano normal.

—Yo también lo creí—reconoció el rubio, tomando su cuello con la mano derecha, acariciándolo. Dejó escapar una suave risa, ligera, llena de sentimientos—. No debería estar aquí. Tengo prohibido socializar con personas del Shintō o, en general, de cualquiera ligado a la mitología japonesa.

—Entonces, ¿qué te ha traído aquí?—Yato preguntó, cruzándose de brazos—. Hace cuanto, ¿cien años? Desde que fui aquel dios, no te volvía a ver. Despareciste completamente del mundo, dejando a tus amigos atrás.

—¿Cien años? Exageras—rio el Uzumaki, apartando mechones de su cabello, dejando que los tres presentes vieran sus orbes de zafiro—. Pero el juico fue llevado por...por ellos, sin consentimiento de ella.

Kofuku bajó la vista, apretando su falda con las manos, mostrándose arrepentida, sabiendo de quien hablaba Naruto.

—Meh, dejemos esos temas a un lado—Yato declaró, señalando a Hiyori con el pulgar—. Hiyori Iki. Es una medio Akayakashi desde que se cruzó conmigo tiempo atrás.

—¿Sigues con tu trabajo como dios de los cinco yenes?

—¿Sigo aquí, no?—devolvió la pregunta el dios menor. Naruto sonrió, dando un cabeceo.

Uzumaki suspiró, relajando un poco su postura. Desde la aparición de aquellos dos dioses de la calamidad, su interacción con los sueños había sido mucho más profunda, llegando a sentir el dolor que su contraparte sentía. Olía la sangre. Sentía el sudor. Se estaba dejando llevar por los sueños y estaba cansado de ello.

—Dos dioses de la calamidad fueron tras de mí.

Kofuku se atragantó. Daikoku frunció el ceño severamente, cruzando los brazos sobre su pecho. Hiyori mostró confusión. Y Yato se tensó, tomando un rostro serio. Sus ojos relucieron, mostrándose por unos segundos completamente helados, casi llegando a ser el mismo polo norte. El Inframundo habría quedado helado con esos ojos, aunque solamente duró unos segundos.

—¿Dioses...de la calamidad?

—Y no llevaban Shinki normales—declaró el cazador. Naruto llevaba la ropa de instituto, dejando presente que era un estudiante. Tenía las mangas subidas, llegando hasta los codos, mostrando sus brazos. Pequeñas cicatrices quedaban presentes, como un recuerdo—. Exudaban un poder oscuro, maligno, como si hubieran sido Shinki errantes. Podía sentir la esencia de dioses, de otros, en esos Shinki.

—¿Por qué es extraño?—Hiyori preguntó. En su tiempo con Yato, sabía sobre Nora y la relación que ambos habían tenido, como estuvieron ligados y su historia—. Yato tuvo un Shinki errante.

—Nora—Naruto suspiró, dejando escapar el nombre del anterior Shinki de su amigo, recordando la niña de cabello oscuro y kimono rojo y blanco. Se la había cruzado un par de veces más y no podía olvidad cara palabra que la Shinki dejó escapar.

Tú no eres normal, Uzumaki. Eres el que promoverá el cambio.

Masajeó el puente de la nariz con dos dedos, dejando escapar un suave suspiro. Era frustrante pensar en los errantes, en aquellos Shinki que renegaban de sus maestros.

—No eran como Nora, ¿cierto?

El rubio negó, mordiendo la uña de su pulgar. No, no habían sido como el anterior Shinki de Yato. Tenían una esencia más oscura, mucho más fuerte, pero diluida, por lo que perdían ligeramente su eficacia.

—Estaban imbuidas por poder divino, del Yomi mismo, de los más profundo—dejó caer, mirando a Yato.

—Espera, espera. ¿Estás diciendo que él ha escapado? ¿Cuántos años han pasado?

Uzumaki bajó la cabeza, tomando su rostro con la mano. Dejó caer la sonrisa en su rostro y fue sustituida por un semblante serio.

—Han pasado...mil años.            

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