Fase 5:
—¡Jemery! ¡Jemery! -gritaba una madre orgullosa para llamar a su hijo.
Un niño aparece de entre los árboles, cayendo como si fuera un pequeño mono.
—Mamá -gritó él corriendo hasta ella. La mujer lo abrazó y lo apretó contra su pecho.
—Estás todo sucio de nuevo. -la mujer le revisó la cara y las manos —Tienes suciedad hasta en las orejas. ¡Voy a tener que lavarte de nuevo!
—¡No! No quiero baño. -dijo Jemery queriendo llorar.
La madre se rió de la actitud de su hijo y entraron a la casa.
Ambos vivían prácticamente solos, el padre aparecía de vez en cuando para dejar y mantener dinero en la casa, la cual se encontraba en un pueblito en alguna montaña de Agharta.
La madre sentó a su hijo en la mesa.
—¿Chocolate o marshmellos? -preguntó la madre sacando dos cajas de cereal. El niño ladeo la cabeza al comprender algo —Sé que es hora del almuerzo pero a menos que quieras ir al pueblo es lo que hay; además, tu amas el cereal.
—El de chocolate. ‐corrigió él.
—Amas el cereal de chocolate, entendido. -asintió la mujer colocando el cereal en un tazón.
Ambos almorzaron cereal.
Al terminar su comida Jemery salió de nuevo a jugar con sus amigos los animales. Él solía salir todo el día, ensuciando sus manitas y pies mientras corría descalzo detrás de un conejo o atrapando insectos con las manos.
Para la madre, el niño había sido un regalo del cielo ya que su esposo había sido estéril por mucho tiempo. Ahora lo dejaba ser libre y feliz tanto como podía, se merecía toda la naturaleza del mundo si así lo deseaba. A la madre no le importaba tener que limpiarlo más de tres veces al día, su piel morena ayudaba a disimular las costras de tierra y barro que aveces quedaban en su piel. No iban mucho al pueblo y se quedaban ellos solos alejados de todos los humanos, viviendo como dos ermitaños amantes de la naturaleza viva y cambiante, agradeciéndole por el regalo de la vida y la libertad de alma.
Mientras corría trastabillando con cada rama de los árboles Jemery vio una niña muy extraña pasar por entre los arbustos, parecía tan sucia como él, tanto que Jemery no notó las pequeñas orejas peludas que se escondía en la melena revoltosa que traía en la cabeza.
El niño se escondió entre los arbustos más lejanos para mirar por donde la niña caminaba. Se quedó un rato observando desde la distancia mientras la niña recogía algunos frutos.
En un momento la niña se puso en cuatro patas y empezó a correr con mucha velocidad. El curioso de Jemery trató de imitar su postura extraña mas, no lo logró. Se cayó de cara varias veces sin lograr dar muchos pasos. Él se enojó mucho y volvió con su madre llorando y contándole lo que había visto.
La madre se alegró creyendo que la chica debía ser alguien del pueblo y que eso de caminar en cuatro patas debía ser imaginación de Jemery.
Esa noche él soñó con la niña de cabello revoltoso. Ambos jugaron y corrieron por el bosque, tanto la niña como Jemery iban en cuatro patas.
Los días que siguieron Jemery practicó su caminata animal, su madre se reía de él cada vez que lo intentaba; él se enojaba con ella y le sacaba la lengua. Luego, si se encontraban afuera, él le lanzaba con todas sus fuerzas un poco de tierra a su madre. Ella reía con más ganas.
Unos meses después ya podía andar como todo un animal, colocando sus plantas de manos y pies contra la tierra.
Jemery volvió a ver a la otra niña pero esta vez no estaba sola, ahora habían otros niños mucho más grandes; además que la niña que antes parecía ser de la misma edad que Jemery ahora le llevaba varias cabezas de ventaja. Había crecido demasiado en solo unos meses.
Esta vez él quiso acercarse pero cuando estuvo cerca los chicos volvieron a desaparecer. Salieron corriendo y de nuevo dejaron a Jemery atrás.
Él volvió llorando donde su madre, quien le explicó que quizá ellos le tuvieran miedo.
Jemery no entendió a lo que se refería su madre, por lo que se lo preguntó. Ella contestó:
—Puede que esos niños no sepan que no les harás daño.
¿Daño?
Esa palabra en la cabecita del niño estaba relacionada con todas las veces que se había caído de algún árbol o se había encontrado con animales que lo habían atacado. No le gustaba pensar en el dolor que sentía cada vez que se hacía daño.
Luego una idea extraña pasó por su cabeza. Él corriendo detrás de los niños y ellos con miedo de Jemery. Eran como animales del bosque que corrían para no ser atrapados por él. Pero las cosas no eran así, ellos no eran animales y no debían porqué tener miedo.
Miedo. No le gustaba tener miedo. Tampoco quería que nadie lo tuviera, su madre lo tenía cada vez que apagaban la luz de la vela por la noches.
—Mamá. ¿Podemos ir a su casa?
La mamá se rió y Jemery arrugó la nariz.
—No creo que sus padres nos dejen entrar. -dijo entre risas —Además que ellos no viven en una casa como la nuestra.
—¿Existen casas que no son como esta? -era demasiada información para un niño tan pequeño.
La madre negó con la cabeza y lo acurrucó. Jemery se quedó dormido por tanto pensar.
Desde ese día Jemery no volvió a encontrarse con los niños sucios y de cabello revuelto. Aunque se esmerara en buscarlos por todo el bosque ellos no aparecían por ninguna parte. Llegó un punto donde se aburrió de buscarlos. Era un juego de las escondidas terrible; su alma aventurera y de sentido revoltoso y libre no aguantó la decepción de repetir una rutina día tras día. Lo único que podría hacer todos los días sin aburrirse era comer cereal de chocolate en cada comida, no se cansaba de comer animalitos de chocolate sumergidos en un océano de leche blanca y fría.
Para un niño tan pequeño recuerdos como el de una niña con tierra en el rostro se esfuman con facilidad; estos mucho menos suelen llegar a la adultez, el cerebro los elimina por considerarlos solo un poco de tierra en el bosque de los pensamientos.
Así fue como, mirándola después de años con desmemoria hacia ese sentido animal, Jemery se encontró a la misma chica que lo había dejado atrás dos veces; pero esta vez, y sin saber el porqué, no la dejó marcharse en cuatro patas. Tuve miedo, una presión en su estómago lo impulsó a actuar. Su madre aún viva se sorprendió y rió cuando los miró juntos, él tomándole la muñeca y ella queriendo correr libre otra vez.
—Ay Jemery. Sabía que no eras mío.
Un deseo de libertad y curiosidad proveniente de la tierra. De lo desconocido dentro de este gran suelo que pisamos todos los días y pocas veces queremos en nosotros.
El color marrón o café me hace sentir libre, me recuerda lo enigmático que puede llegar a ser este orbe que pisamos a diario. También me da miedo porque me recuerda que en lo profundo se esconde algo que constantemente olvidamos está ahí, y hace falta un solo avistamiento una vez cada olvido para que se nos venga a la cabeza ese sentido que nos provoca un desconocido familiar.
Volver a la tierra, aún sabiendo que esta no nos pertenece ya que no estamos solos.
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