4.-

Un mes después.

Y así fue como de un día para otro Hayes y yo nos hicimos amigos. Si él no estaba en mi casa, yo estaba en la suya. O íbamos a dar una vuelta por el barrio, o a un parque que está de camino entre las dos casas. 

Elizabeth me estaba cogiendo ya cariño, ya no se sorprendía cuando me veía en la puerta de su casa o cenando en su salón, y había conocido a Sky, que es un cielo, como su nombre indica. Nunca me han gustado los niños pero esta cría es demasiado dulce e inocente.

Marie y Carl estaban encantados de que nos llevásemos tan bien: de todas maneras sigo siendo una borde y mala influencia, pero eso ahora mismo es mi menor preocupación.

Camino hacia la casa de los Grier, ya que Elizabeth me ha invitado a desayunar con ellos. Dice que llevo tan bien a Sky que le encanta que esté en casa. Llamé al timbre y un dormido Hayes me abrió, aún con los ojos cerrados.

-¡Despierta! -exclamé. Sonrió y me abrazó.- Ay, ya. Quita. No sé qué tenéis todos con los abrazos. -dije apartándolo.

-¿Cambiarás alguna vez o serás así para siempre? -preguntó mientras cerraba la puerta.

-Así para siempre. -me encogí de hombros y caminé hasta la cocina, donde se encontraba la mujer de la casa.- Buenos días Eli. -saludé con una sonrisa.

-Hola Naroa, ¿qué tal has dormido? -preguntó con una sonrisa maternal. Echo de menos esas sonrisas.

-Poco, pero bien. -me encogí de hombros y me miró inquisitiva.- Estuve leyendo, no estuve haciendo cosas malas.

-Tienes que dormir más.

-Luego me echaré una siesta. En lo que Hayes tarda en arreglarse para salir recupero el sueño de una semana. -dije graciosa mientras me servía café.

-¡Estoy aquí! -dijo a mis espaldas, pero le ignoré.- ¿Y por qué a ella le dejas tomar café? -amabas volvimos a ignorarlo mientras yo colocaba la cafetera en el fogón.

-¡Mamá! ¡Necesito ayuda! -gritó Sky bajando por las escaleras.- Hola Naro. -saltó encima de mí y me dio un gran beso en la mejilla. Le revolví el pelo a modo de saludo.

-¿Qué quieres, Sky?

-¿Me ayudas a atarme los cordones? -preguntó la pequeña rubia y una oleada de ternura me invadió. Su madre la ayudó.- Gracias mamá, eres la mejor. -dijo y le plantó un gran beso en la mejilla.- Naroa. -me llamó y la miré.

-Dime Sky.

-¿Tu mamá también te ataba los cordones de los zapatos? -preguntó con toda la inocencia del mundo y me atraganté con el zumo que estaba tomando. Hayes y su madre me miraron alarmados. Puede que el día de la enredadera genealógica obviase una parte.

-Sí, lo hacía muy bien, como todas las mamás del mundo. -sonreí como pude, aunque al final sí se volvió una sonrisa real.

-¿La echas de menos?

-Mucho. -respondí sincera.

La pequeña se levantó de su silla, se acercó a mí y puso una mano en mi pierna.

-No te preocupes, la verás pronto. -y acto seguido se fue escaleras arriba, seguida de su madre.

-No lo creo... -murmuré para mí, pero el ojiazul lo oyó.

-¿Por qué no?

-Murió hace unos años. -hice una pausa. Hayes no sabía que decir, sólo me miraba.- Hay unas cuantas cosas que no te he dicho aún, y lo prefiero así.

-Pero tú dijiste que... -empezó confundido.

-Que mi familia materna era italiana. Y lo es. -sonreí internamente al recordar a mis abuelos, tíos y primos.

-Lo siento, cariño. -dijo su madre dándome un rápido abrazo.- ¿Y tu padre?

Esa pregunta me incomodó un poco. Yo no soy famosa porque no quiero, porque la hija de los Diop es un gran misterio. La empresa de mi padre es demasiado famosa, quizás por eso nunca tuvo tiempo para mí, o quizás no quería tenerlo.

El resultado fue un monstruo, de todas formas.

-Digamos que el pasa de mí un poquito. -¿Un poquito? Ni en Navidad pasa por casa, ni te llama por tu cumpleaños, y te ha enviado a la otra punta del planeta contra tu voluntad. Sólo pasa ''un poquito'' de ti.- No nos llevamos bien.

Elizabeth me miró con pena, luego miró a Hayes y se retiró. Hayes estaba de brazos cruzados, apoyado en la encimera en frente de mí, mirándome. Bueno, en realidad parecía que me estaba haciendo una radiografía o algo.

Le mantuve la mirada seria.

-¿Quieres hablar de ello? -preguntó después de lo que pareció una eternidad. Lo pensé, ¿quería? ¿Podía confiar en él? Llevo más de un mes siendo amiga suya, aunque nuestra relación es algo extraña entre que él es famoso y yo una borde de primera, hay veces que parece que no nos aguantamos, pero nos llevamos genial.

Asentí no muy segura. Puede que parezca raro, pero es mi primer amigo desde hace mucho tiempo. Mis únicos amigos eran mis primos de Italia, un profesor particular que venía a casa hace unos años y la que era mi vecina, que tenía un par de años más que yo y sus padres también pasaban de ella, y lo llevaba un poco mejor que yo.

Pero eso era porque ella tenía su propio círculo de amigos en el que refugiarse.

Conclusión: Hayes es mi primer amigo de verdad en mucho tiempo. ¿Puedo confiar en él? Sí, puedo.

Sin esperar invitación, subí a su habitación. Ya había estado ahí más veces y me conocía el camino. Me siguió en riguroso silencio mientras yo jugaba con mis dedos.

Nunca, jamás, he contado esta historia. Y sé que hoy no se la contaré completa, tan solo lo suficiente para que entienda porqué a veces soy como soy, y para que en vez de mandarme a la mierda los días que esté así, me abrace como se pasa el día haciendo o haga algo de mejores amigos como comprar helado. O algo así, ni si quiera sé qué se hace en esos casos.

Me tumbé en su cama boca arriba y me acaricié la barriga mientras miraba el techo.

-Hayes, nadie lo sabe. Sólo mi familia italiana. -dije bajito. Él me observaba desde el suelo de su habitación.

-Puedes confiar en mí, ya lo sabes. -dijo tranquilo. Giré mi cabeza y me encontré con esos ojos azules tan conocidos escaneándome. 

Abrí la boca y hablé. Le conté todo, desde que nunca había ido a un colegio hasta quinto de primaria, hasta todos los momentos traumáticos con mi padre. Todas esas veces que necesitaba sentirme querida y me hizo sentir como una mierda. Todas esas veces que me acurrucaba en mi cama y lloraba, esperando que alguien, aunque fuese alguien del servicio que pasaba por allí, se acercara y me preguntara qué me pasaba o si estaba bien. Todas las veces que lloré porque mencionaron a mi madre. Todas las pelandruscas con las que había estado mi padre después de ella, haciéndome sentir que ella fue otra más, y que yo sólo fui un desliz.

Hasta que con el paso del tiempo construí esta coraza que me separaba del mundo, que me hacía inmune a las palabras. 

Le conté mi etapa rebelde, cómo llegué a sitios a los que desearía no haber ido y conocí a gente que también me gustaría no haber conocido. Cuando empecé a fumar y de vez en cuando a beber... con tan solo quince años.

Y por primera vez admití en alto que eso fue un acto de desesperación, que lo único que quería era llamar la atención, que mi padre llamase para saber cómo estaba, o para regañarme. Ansiaba el cariño de una madre, o el poco que me daba cuando él cuando ella estaba.

Supongo que estar presente en los desfiles de moda es más importante que un berrinche de tu hija.

Solté todo lo que tenía que decir, dejando a un lado que no quería volver a España y que la familia italiana peleaba en juicio por mi custodia. A pesar de que sólo me quedan dos años para la mayoría de edad, supongo que es algo que ellos también necesitan. Pensar que de alguna manera no solo pertenezco a mi padre, si no a la familia que me enseñó su idioma y sus costumbres.

Hayes me miraba atento a cada palabra, y cuando acabé solté un gran suspiro, y luego cogí una gran bocada de aire y volví a suspirar. 

-No sé cómo he conseguido contarlo todo sin llorar. -dije con mi habitual sarcasmo de vuelta.

-Naroa... no sé qué decir... Yo no sé lo que es eso, lo único que te puedo decir es que yo siempre estaré a tu lado, pase lo que pase. -me abrazó y le recibí con gusto. Por primera vez disfruté de un abrazo de Hayes, ya que normalmente eran de saludo o despedida. Esta era real. Uno de esos abrazos que te hacen sentir alegre y libre como una mariposa, aunque estés en la mierda.

-Quiero helado. -dije haciendo un puchero.

-¿Todas las mujeres tomáis helado cuando estáis deprimidas o es cosa mía? -preguntó divertido, ya que no es la primera vez que se lo pido y ya compra mi sabor favorito (vainilla) para que tenga en su casa.

-Es la regla de oro. -me encogí de hombros y le tomé de la mano, para arrastrarlo a la cocina y comer nuestro helado.

Ahora sí, me sentía mucho mejor. Sé que Hayes es un buen amigo por tres sencillas reglas:

1. Siempre tiene helado para mí.

2. Me dijo la clave del Wi-Fi voluntariamente.

3. Da buenos abrazos cuando los necesito.

Hoy puedo decir que Hayes Grier es el mejor amigo del mundo.


¡Hola! Este capítulo ha sido suuuuuuuuuuuper dramático, pero los siguientes serás más gracioso, veréis lo que tengo planeado *mueve los dedos como el Señor Burns*

Gracias por leer, votar y comentar, ¡hasta pronto!


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