Capítulo 11: Contra el ejército de Calormen.


Eustace golpeaba las riendas de su caballo para que fuera lo más rápido que sus cuatro patas le permitieran al animal. Las fuerzas del príncipe Calormeno se acercaban cada vez más a la capital de Archendland, Anvard, y solo él y la princesa Acacia sabían de ello, debían llegar cuanto antes al campamento de Caspian y los reyes de antaño para advertirles del ataque.

– ¿Aún puedes ver las antorchas? –le preguntó Eustace a Cacia girando un poco su cabeza para poder verla.

Acacia giró su mirada hacia el lado sur de la colina dónde había visto antes las antorchas del ejército de su tío; al verlas esta vez se dio cuenta de que se movilizaban hacia dentro del bosque.

– ¡Sí, se dirigen al bosque a tu derecha! –exclamó Acacia apuntando la dirección para que Eustace supiera a dónde dirigir el caballo.


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El bosque tembloroso, en el campamento del ejército de Telmar.

Sentado en aquel tronco hueco con sus piernas flexionadas y sus brazos rodeándolas contra su pecho, Rilian miraba hacia el cielo estrellado pensando en todas las veces que miraba en la misma dirección preguntándose si todas aquellas estrellas eran parte de su familia, la familia de su madre.

No recordaba la última vez que su madre le había hablado de su abuelo, el hechicero Ramandu, pero sí que recordaba como ella le narraba cuentos sobre el basto espacio oscuro que ella habitaba cuando era una estrella y sobre el hermoso paraje de descanso que era la isla de aquel hechicero cuando Caspian IX, su abuelo, aún reinaba.

Se decía que los reinos de Telmar, Narnia, Calormen, Archendland y Sahjar vivieron en armonía hasta el deceso de la reina Gálatas I de Telmar al dar a luz a su segundo bebé y única hija; como si se tratara de un efecto dominó, todas las alianzas que su abuelo, Caspian IX, había hecho con los años se desmoronaron luego de la muerte de su esposa, fue por ello que su abuelo quedo solo al final, pudiendo confiar solo en su traicionero hermano.

Rilian escuchó pasos acercándose a dónde él estaba, pero no se molestó en ver quién era. No se sentía bien para hablar con nadie y no tenía idea de cómo se levantaría para pelear en una guerra que ni siquiera pidió.

La joven reina de 18 años recién cumplidos se sentó en el tronco hueco a un lado de su reciente amigo, se suponía que debía decirle que los soldados ya estaban listos para partir hacia la ciudad más cercana, Anvard, y que movilizarían el cuerpo de la reina en una camilla de madera y pieles.

Pero al ver a Rilian con mirada perdida hacia el cielo, los ojos hinchados y sus brazos abrazando sus piernas, Lucy se dio cuenta de que no sabía que podía decirle.

– Lamento molestarte –fue la primera cosa que le vino a la mente luego de preguntarse a sí misma: "¿qué querría escuchar una persona que acaba de perder a un ser querido?"

La respuesta que le llegó fue un recuerdo del funeral de su tío Desmond, un hermano de su padre, que había fallecido hacía un par de años. Su tía viuda no quiso escuchar pésames ni lamentos, tampoco hablar con nadie antes ni después del funeral, solo quería estar en una habitación sola y en silencio. Supuso que así se sentiría un hijo que acaba de perder a su madre.

– Solo quería decirte que... no es seguro que nos quedemos en el bosque mucho tiempo, por lo que deberíamos seguir adelante hasta Archendland –pero el chico no contestó. Al ver que Rilian no contestaba supuso que lo mejor sería dejarlo en paz, así que solo se levantó del tronco y regresó al campamento.

Cuando ya le había dado la espalda, el príncipe volteó parcialmente hacia ella, queriendo agradecerle por venir a acompañarlo pero sintiéndose sin fuerzas para hacerlo.

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Al salir de la tienda dónde estaba el cuerpo de su esposa, lo primero que recibió a Caspian fue su hermana menor envolviéndolo en un abrazo, por supuesto él le devolvió el gesto, más tuvo que sacar toda su fuerza de voluntad por no desmoronarse en brazos de Gálatas, no podía darse el lujo de parecer "débil" o "tambaleante" frente a sus generales y amigos, pues aún estaban en alerta de guerra.

– ¿Cómo te sientes? –le preguntó Gal una vez que ella rompió el abrazo para mirar a su hermano a los ojos.

– Como si me hubieran arrancado una parte de mí –dijo Caspian en voz baja para que solo su hermana pudiese escucharlo, y Gálatas sabía que no estaba "exagerando" o mintiendo al respecto.

Liliandil había estado con su hermano desde inicios de su reinado, protegiéndolo de sus enemigos dentro de los muros del castillo y como "la estrella azul" durante sus viajes. Solo ella podía recordar todo lo que Caspian había atravesado y enfrentado para finalmente volver a verla, luego para enamorarla y finalmente para que aceptara ser su reina y madre de su futuro hijo, con la única condición de que él siempre la amaría y la respetaría como su esposa y amiga.

Caspian alzó la frente y respiró hondo, sabía que si se quedaban en aquel bosque serían blanco fácil para una siguiente emboscada y quizás no podrían con un segundo batallón Calormeno, así que lo mejor sería movilizar a sus hombres hasta Anvard y pedir asilo temporal a su rey.

– ¿Qué quiere hacer, majestad? –preguntó uno de sus generales con mirada seria.

– No podemos quedarnos aquí, estamos expuestos –dijo Caspian y giró a ver a su general– cuenten a los muertos, carguen a los heridos si es posible, debemos llegar hasta Anvard dónde estaremos resguardados. Gal, aún conservas los cuervos Ahab, ¿verdad?

– Sí, ¿quieres enviar un mensaje? –preguntó la reina acercándose a su hermano.

– Sí, al rey Lune de Archendland. Quiero decirle que iremos a su capital en son de paz –dijo Caspian girando hacia su hermana.

– Bien –dijo Gal y fue a su carpa dónde están los "cuervos Ahab"

"Los cuervos Ahab" son cuervos Narnianos con la capacidad de hablar y entender cualquier mensaje que les dieran. La familia de Primus y Una los han criado para llevar mensajes de un reino a otro durante generaciones.

– ¿Dónde está mi hijo? –preguntó Caspian girando a izquierda y derecha buscando al chico.

– El príncipe caminó colina arriba, supusimos que quería estar solo –respondió su general.

– Sí, nosotros enviamos a Lucy a decirle que avanzaremos –dijo Peter cuando divisó a su hermana regresando de a dónde la había enviado– ahí está ella –dijo apuntando a su hermanita.

– Lucy, ¿hablaste con Rilian? –le preguntó Caspian una vez estuvo frente a él.

– Le dije que seguiríamos hasta Archendland, pero no quiso hablar conmigo. Lo entiendo –dijo ella siendo comprensiva. Recordó a las familias recibir a sus esposos, hijos y/o hermanos de la guerra, estuvieran estos vivos o no. Recordó que muchos hermanos e hijos tenían la misma conducta que mostraba el hijo de Caspian en ese momento– tal vez tú deberías ir con él.

– Sí, iré a decirle.

Caspian no había dado ni tres pasos hacia la colina cuando uno de sus soldados llegó corriendo llamando la atención de todos los presentes.

– ¡Majestad! –exclamó el soldado al apenas estar a la vista del rey– ¡la princesa Acacia está aquí!

– ¿Qué? –preguntó el general Telmarino a su soldado.

– ¿Dónde? –preguntó Caspian acercándose al soldado con el rostro inundado de gran esperanza.

– Al Norte del campamento, majestad.

– ¡Avísale a la reina Gálatas! –le dijo Caspian al soldado y fue junto con Peter y Edmund al lugar dónde estaban Acacia y Eustace.

Al ver a su tío luego de tanto tiempo, Acacia solo pudo correr desenfrenada hacia él y abrazarlo con todas sus fuerzas, feliz de volver a ver a su familia.

En cuanto Peter y Lucy vieron a Eustace también corrieron a abrazarlo. No recordaban un momento en que hayan estado más feliz de verlo que en ese instante.

– ¿Dónde está mamá? –le preguntó Cacia a su tío.

– ¡Acacia! –gritó Gal al ver a su hija a la distancia.

– ¡Mamá! –devolvió la princesa el gritó y ambas mujeres se fundieron en un abrazo.

Peter pudo ver a la hija de Gálatas por primera vez y se dio cuenta de que era igual a su madre: el mismo cabello rojo, los mismos ojos azules, incluso la misma forma de la cara y labios de ambas. No había duda de que ella era su hija. Y Peter se halló triste de repente, al pensar que Gálatas y Primus debían ser muy felices junto a su hija.

Caspian tenía una mirada de ternura mientras veía el momento de reencuentro entre su hermana y su sobrina, pero su mirada cambió a una de sorpresa y tristeza al ver a su hijo parado a un lado de ambas mujeres, tan solo viéndolas con tristeza.

Cacia volteó hacia él y lo vio parado detrás de su madre, entonces se separó poco a poco de ella y se acercó a Rilian para abrazarlo también. El chico, al sentir el primer abrazo honesto que le daba su prima, dejó que una lágrima se resbalara y que su labio temblara un poco antes de devolverle el gesto con la misma fuerza.

– Tal vez no me creas, pero sí te extrañé mucho –le dijo Acacia aun sin separarse de él y dejando que sus propias lágrimas se escaparan de sus ojos desde que abrazó a su madre.

– Yo también te extrañé –le respondió Rilian con voz quebradiza– tanto que no me importa que estés apestosa –claro que, su humor y bromas son algo que ni siquiera una pérdida podría vencer.

Acacia se separó de él con una sonrisa y lágrimas de felicidad en sus ojos antes de volver a los brazos de su madre. Ella y Eustace tenían mucho que contarles a sus familiares y amigos.


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A las puertas de Anvard, capital de Archendland.

Los espías de Rabadash regresaban a caballo al campamento, luego de recorrer a lo largo las murallas de Anvard. Contaron cada guardia y cada torre de los muros de la ciudad el tiempo suficiente para conocer sus rutinas.

Rabadash ya los esperaba en su carpa, viéndolos aproximarse a velocidad sobre sus caballos, en cuanto llegaron a su presencia, bajaron de sus corceles e hicieron una reverencia antes de acercarse.

– Mi señor –dijo el líder de sus espías acercándose a él para decirle lo que vieron– en total hay cuatro torres ubicadas en cada borde de la muralla y siete guardias que las custodian. Los muros son de casi 30 metros, pero si logramos infiltrar a uno de los hombres él podría abrir la puerta desde adentro.

– ¿Dijiste siete guardias en los muros? –preguntó el príncipe.

– Sí, mi señor –respondió el guardia.

– Eso es sospechoso –dijo uno de los generales Calormenos al príncipe– una muralla de esa magnitud no puede tener solo siete guardias.

– ¿Seguro que no viste a más Archelanos alrededor? –preguntó Rabadash al líder de sus espías.

– Muy seguro, señor. Mis hombres y yo recorrimos la muralla dos veces –aseguró el hombre.

– ¿Entonces por qué todo se ve tan tranquilo? –preguntó dando dos pasos hacia la muralla.

– Desde afuera –dijo uno de los espías y de inmediato todos voltearon a verlo.

– ¿Cómo dices? –le preguntó Rabadash.

– Se ve tranquilo desde afuera –aseguró el hombre apuntando a la muralla– pero por dentro no se sabe. Podrían tener una especie de celebración en el castillo, por eso no hay casi guardias en las murallas.

– ¿En serio? –preguntó Rabadash mirando hacia las murallas pensativo.

– Bueno, es mí hipótesis –dijo el espía.

– Rabadash inmediatamente se acercó al líder de los espías y le dijo– necesito que tú y tus hombres busquen una forma de infiltrarse en la ciudad y descubran dónde están los demás guardias, cuando hagan eso envía a uno solo de tus hombres a informarme, mientras que tú y los demás abrirán la gran puerta para mí y mi ejército –le dijo Rabadash apuntando a las dos enormes puertas de roble que conformaban la "única" entrada a la ciudad de Anvard.

– No le fallaré, señor –afirmó el espía.

– Yo sé que no lo harás –dijo Rabadash sonriéndole con malicia– por qué si me fallas, yo mismo cortaré tu cabeza.

Los espías subieron a sus caballos y partieron nuevamente rumbo a las murallas de Anvard, todo mientras Rabadash y su general los observaban a lo lejos. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que la incógnita de "¿dónde estaban todos los soldados de Archendland?" fuese contestada.

Las sagradas campanas de la ciudad resonaron con una hermosa melodía a lo lejos y una voz lejana pero fuerte anunció:

– ¡Una hija!, ¡la reina Hatise ha dado a luz a una hija para el trono de Archendland! –anunció con gran alegría aquella voz proveniente de lo alto de la ciudad, e inmediatamente los gritos de euforia y alegría del pueblo de Archendland se escucharon como rugidos en la distancia.

Rabadash sonrió complacido. Con la emoción del nacimiento de la heredera al trono de Archendland, ni el rey ni sus generales le pondrían atención a lo que pasara en los muros o fuera de ellos... era el momento perfecto para atacar.


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De vuelta en el bosque tembloroso, campamento Narniano-Telmarino.

– Déjenme ver si entendí –dijo Peter dando vueltas por la carpa de Caspian hasta sentarse en una silla– ¿Rabadash planea invadir Archendland con su propio ejército y de ahí llegar a Narnia y a Telmar?

– ¡Sí! –afirmó Acacia.

– Sí, más o menos –dijo Eustace.

Gálatas ordenó que su hija fuera llevada a su tienda y limpiada, al igual que Eustace, luego de eso les dieron ropa a ambos y todos los involucrados se reunieron en la tienda de Caspian para escuchar lo que los dos recién llegados tenían para decir.

– ¡Entonces ya perdió todo el juicio! –dijo Caspian con toda seguridad mientras tomaba la mano de su hermana. La noticia de la muerte de Primus, su esposo durante 15 años y su mejor amigo por más de 20, le había caído como una patada directo al estómago. Ahora ambos hermanos son viudos y sus hijos huérfanos de un padre– ¡los muros de Anvard son tan impenetrables como los de Telmar! –afirmó– nuestro abuelo, en persona, intentó tomar Anvard por la fuerza una vez y regresó con menos de la mitad de su ejército, y se sabe que el ejército Telmarino en ese entonces tenía el doble de filas que el ejército Calormeno hoy en día.

– Eso a él no le importa –habló Gálatas por primera vez con voz quebrada– solo le importa una cosa.

– Madre, por favor no me digas que tú –dijo Acacia sonando pesimista.

– Su ego y su orgullo –dijo la reina mirando hacia su hija– ambos fueron heridos por un hijo de Archendland y una hija de Telmar en el pasado, y Rabadash no es de los hombres que dejan pasar las cosas.

– Entonces él está haciendo todo esto para... ¿castigarlos? –preguntó Lucy con extrañeza.

– No lo sabemos –le dijo Caspian.

– ¡Claro que lo sabemos! –le dijo Gálatas a su hermano sonando y viéndose ahora rota y enojada– quiere venganza y su ambición es el poder. Es un niño malcriado bajo la protección de su padre, el rey, eso le hace creer que puede hacer lo que quiera, tomar lo que quiera y lastimar a quién quiera sin consecuencias... a menos que alguien lo detenga –dijo la reina de Sahjar con odio en su mirada y desbordando desdén y tristeza en sus palabras.

– Nosotros lo detendremos –aseguró el príncipe Rilian que hasta ese momento se había quedado callado y detrás de todos. Sus palabras, por supuesto, hicieron que todos los presentes en la carpa giraran a verlo– mi tía dijo que no se detendrá a menos que alguien lo detenga. Bien, lo detendremos nosotros.

– Sin ofender –dijo Eustace alzando su mano para hablar– pero, ¿cómo piensan detenerlo?

– Bueno, si hay algo que mi padre me enseñó, es que para ganar un enfrentamiento hay que tener una ventaja –dijo Rilian avanzando hasta el frente de la carpa– Rabadash no sabe que nosotros sabemos cuál es su plan maestro, usemos ese elemento sorpresa a nuestro favor –dijo y apuntó hacia Gálatas– la tía Gal le envió recientemente un cuervo al rey Lune, lo que significa que él nos debe estar esperando en la capital.

– Suponiendo que ya haya leído el mensaje –dijo Caspian.

– Los cuervos solo tardan horas en llegar a su destino, y si Rabadash partió hace dos días hacia Archendland...

– Significa que ya debe estar ahí –dijo Acacia.

– Planeando atacarla –dijo Eustace.

– Pero primero debe averiguar cómo pasar sus "impenetrables" muros –dijo Rilian sonando un poco burlón a la palabra que utilizó su padre.

– Lo que nos da tiempo de ventaja –dijo Caspian viendo lo que su inteligente hijo quería decir.

– Exacto, ahora debemos decidir: movilizar a las tropas e ir hasta Anvard tomando por sorpresa al ejército de Calormen o, y esta es mi opción favorita por darnos más probabilidades de ganar, enviarle otro cuervo al rey Lune diciendo que hay "un lobo hambriento afuera de su puerta" y que debe sacar a su ejército para espantarlo y luego de hacer eso, movilizar a las tropas hasta Anvard y flanquear el ejército de Calormen –explicó el joven príncipe poniendo sus manos como si fueran dos frentes.

– Acorralarlos –dijo Edmund entendiendo el plan– quieres acorralar a los Calormenos entre nuestro ejército y el de Archendland.

– Más bien quiero "aplastar y sepultar" a los Calormenos entre los dos ejércitos, pero "acorralarlos" también funciona para mí –dijo Rilian recuperando el cinismo y el sarcasmo que lo caracterizan.

– Y para mí –dijo Gálatas para luego mirar a Caspian.

– Es un plan brillante –dijo Caspian mirando orgulloso a su hijo– escríbele al rey Lune lo que dijo Rilian, Gal. Acabaremos con este asunto este día.

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