Vierzehn: Una infusión de melatonina.
Capítulo dedicado a insaf_02. Sé que te ha puesto triste/ frustrado llegar al final de las actualizaciones y tener que esperar (I feel you jajaja), pero aprecio mucho tu apoyo y que dejes tu cariño a la historia, así que espero al menos sacarte una sonrisa<3
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Vierzehn: Una infusión de melatonina.
30 de marzo, 2020.
No soportaba la frialdad y el distanciamiento, no cuando estaba acostumbrada al calor de esa persona y no había hecho nada para perder esa cercanía.
—¿Te aburres? —pregunta sin prestarme por completo su atención.
Suelto un bostezo y lucho para no quedarme dormida mientras mi cabeza estaba apoyada en su hombro izquierdo.
—Sólo estoy cansada.
—Puedo poner otra cosa si quieres.
Friedrich hace ademán de incorporarse para quitar el capítulo de Anatomía de Grey. Se había enganchado a esa serie y me había contado con cierta emoción las primeras temporadas por encima.
—No te preocupes —Alzo la cabeza buscando el calor de sus fríos ojos y me entristece no encontrarme con su mirada—. Yo sólo voy a cerrar un poquito los ojos.
Le abrazo por la cintura e impido que se levante y coja el mando para apagar la televisión.
—Bien.
—¿Adónde has mandado a Hugo?
Lo que me gustaba de su paciencia-infinita-conmigo-porque-al-resto-del-mundo-no-le-permitía-que-le-molestaran-ni-un-poquito es que no se tomaba a mal cuando le hablaba en medio de un capítulo o cuando sentía la necesidad de comentar la película que estábamos viendo.
Era una manía que sacaba de quicio a muchísima gente. Lo entendía y aceptaba.
Y aunque a él se le escapaban suspiros de vez en cuando, no se quejaba de mi necesidad por dialogar continuamente.
Friedrich apreciaba el silencio por encima de todo y a mí me agobiaba que no me rodeara el ruido.
Se encoge de hombros.
—Se está quedando con Izima —responde mientras me aparta con cuidado y alcanza el mando de la televisión—. Le he mandado allí un par de días.
—¿Por qué? —Consigo decir entre bostezo y bostezo.
—Porque necesito mis momentos de soledad.
No había querido comentar el encontronazo que habíamos tenido Thomas y yo en el cementerio hacía poco más de una semana.
Le había dado su espacio porque tenía tendencia a invadir su espacio y ser algo intrusiva. Estaba trabajando para mejorar ese comportamiento.
—Friedrich...
No sabría decir si estaba nervioso, cansado en general o cuál era su estado anímico. Me encantaría saberlo, pero no era adivina y eso me estaba frustrando.
Narciso era comunicativo a su manera. Hablaba mediante el silencio y se expresaba con pocas palabras que lo decían prácticamente todo.
Pero ahora mismo estaba bloqueando todo lo que pasara por su mente, ni siquiera era capaz de descifrar qué es lo que su cuerpo trataba de decir.
—¿Qué? —Suelta con brusquedad y llevándose una de las manos a la sien, como si le doliera la cabeza.
Me toma por las caderas y me sube encima de él antes de intentar besarme.
Niego, rechazándole antes de cruzarme de brazos y mostrar una falsa indiferencia.
Gruñe como un niño pequeño al que acaban de negarle un capricho y busca una vez más con su boca la mía.
Quería distraerse y lo iba a conseguir porque era débil ante él, pero antes quería saber qué le estaba atormentando.
Su agarre en mis caderas se afianza un poco más.
—Preciosa... —Suelta con un tono serio y demandante—, no me rechaces...
Joder.
A mí me encantaba cuando se ponía así de mandón.
—Ha pasado más de una semana y no has dicho nada...
—No vamos a hablar de esto ahora, Nela.
Cuando usaba mi nombre y no con uno de los dos apodos que solía utilizar era una clara señal de que estaba avisándome de que no cruzara ciertas líneas rojas para él.
Una señal que había decidido ignorar.
Me acerco a su rostro y le doy un beso en la mejilla antes de decir:
—Estás evitando el tema.
—Se te da bien pillar indirectas —Sonríe con esa suficiencia que tanto le gustaba mostrar y que tan agradecida estaba de que no usara conmigo—. ¿Algo más?
Trata de levantarse, pero aprovechando que estoy encima de él, aprieto las rodillas y le dificulto el movimiento.
—No seas así. —Le advierto mientras que le señalo con el dedo.
Este sofá me iba a traer los mejores y peores recuerdos que tuviera con él. Lo tenía claro.
—¿Cuándo vas a entender que no me apetece hablar del tema?
—Friedrich, han pasado ocho días...
—Nela, llevo ocho días visitando la tumba de mi hermana con la esperanza de que Sonja volviera y me he dado cuenta de que tengo pavor de que eso ocurra porque salía corriendo como un puto cobarde cada vez que escuchaba algún ruido.
—Es normal que tengas miedo...
—La he visto en una foto por primera vez en 5 años y el cuerpo me ha temblado como a un hijo de puta por miedo e ilusión y he llegado a la conclusión de que no quiero hablar de esto, no quiero presionarme, no quiero ponerme en situación de que Sonja no quiera saber nada de mí o que sea demasiado tarde.
Tomo su cara con mis manos y presiono mis labios contra los suyos, ayudándole a relajarse debajo de mí y permitiendo que intensifique lo que ahora se había convertido en un muy buen beso que nada tenía que envidiar a los muchos otros que nos habíamos dado.
—La vas a ver —Nuestras respiraciones están algo agitadas, pero no era nada nuevo para ninguno de los dos—. El día 6 tendrás la oportunidad.
Traga con fuerza y observo el movimiento de la nuez de su garganta más marcada de lo habitual.
—Al final vendrá Hermann —anuncia en voz alta y redirigiendo la conversación—. Se lo propusimos a Hugo, pero como tendría que reutilizar algún traje, prefiere no ir.
Sonrío al pensar en la frustración del hijo de los Müller. Era un problema de ricos que me hacía muchísima gracia y a la vez me daba lástima.
—No te vas a rajar, ¿cierto?
—Estaré allí.
Algo parecía haber cambiado entre los dos. Al menos por su parte.
Parecía más distante, como si algo más hubiera ocurrido y no quisiera que yo me enterara.
No era algo habitual en nosotros. Dudaba mucho de que estuviéramos cayendo a un vacío insalvable.
Es que algo había ocurrido.
—¿Qué ha pasado?
—Nada.
—Friedrich, no te caracterizas precisamente por ser muy hablador, pero a tu manera eres muy comunicativo y por alguna razón siento que has puesto una barrera entre los dos que no estoy dispuesta a pasar por alto.
La incertidumbre me mataba, la consideraba una de mis peores enemigas. Me destrozaba por dentro y me quemaba el alma.
Si algo no soportaba era el distanciamiento que estaba viviendo ahora mismo con Narciso. Me creaba un nudo en el estómago y me producía escalofríos.
Físicamente estaba a mi lado, pero su cabeza estaba en la lejanía. Su mente estaba en otro sitio, en uno más allá que lo que tenía que ver con Sonja Vögel.
Desconocía por completo qué estaba ocurriendo dentro de sus pensamientos, pero por su forma de comportarse y lo cerrado que se mostraba, sabía que algo estaba rumiando.
Algo grave.
—Está todo bien, Nela —Parecía que intentaba convencerse más a sí mismo que a mí—. ¿Quieres ir a dormir?
—Narciso —Me mira con su habitual cara recriminatoria y la esperanza vuelve a despertarse ante su reacción—, normalmente no puedo ni llegar a la cocina porque te lanzas sobre mí y hoy me has abierto la puerta sin mirarme.
—Porque estaba viendo un episodio de Anatomía de Grey.
—Has incluso dejado de ver un partido de fútbol por mí, no me creo lo que estás diciendo.
—Me has rechazado —Alza una ceja tratando de darme a mí la responsabilidad—. ¿Cómo quieres que actúe?
—Te he rechazado horas después de vernos, joder. ¡Hazte responsable de tus actos!
—Estoy cansado, Nela...
Bien, eso podía aceptarlo.
—¿Mañana me dirás qué te pasa?
Resopla, como si le doliera tener que romper la ilusión que me hacía conseguir saber qué le estaba ocurriendo.
—No lo creo —Me abraza por la cintura y deja un corto beso en mi cuello—. Confías en mí, ¿verdad?
Era tan habitual que intentara desviar la atención hacia otro asunto que ya ni me sorprendía cuando lo hacía.
—Claro que sí —No dudo ni por un momento en responder—. La pregunta que deberías hacerte es si tú confías en mí.
—Nunca lo dudes, preciosa —Da un pequeño pellizco en el puente de mi nariz y suelta un suspiro antes de levantarse y obligarme a mirar hacia arriba debido a su gran altura—. Te prometo que te lo contaré, pero ahora mismo no puedo.
—Eso suena como la mierda, ¿sabes?
Ni siquiera dudaba sobre qué es lo que podía estar ocultando porque tenía muy claro que él no me engañaría.
Confiaba lo suficiente en Narciso como para saber que no era de esos y, en caso de que tuviera algún desliz, tomaría la decisión de no seguir a su lado.
Me consideraba una persona muy insegura y con muchas debilidades, pero me daba el valor que merecía para no permitir que me traicionaran, no de esa forma.
No dice nada y poniéndome de pie para acortar un poco de distancias vuelvo a tomar la palabra.
—Si me necesitas estoy aquí, Friedrich —Me separo un poco de él y me hago una colecta con la goma de pelo que llevaba siempre en la muñeca—. No estoy solo para tus buenos momentos, también estoy para sostenerte cuando se te caiga el mundo encima.
—Lo sé.
Lleva un cigarro en la mano y esa era una evidente señal de que no quería seguir hablando sobre su vida.
—Pues a ver si empiezas a creértelo.
Tal vez estaba siendo un poco más dura de lo que debía después de los acontecimientos que estaban ocurriendo en su vida, pero necesitaba que se diera cuenta de que también podía contar conmigo.
Que sí, que yo estaría a su lado siempre que lo necesitara y celebraría con él todo lo bueno que le ocurriera, pero también quería sostenerle como él lo hacía cuando la desesperación me inundaba.
—¿Adónde vas? —Tiene el ceño fruncido y el cigarro se va consumiendo entre sus dedos.
Apaga la televisión y da un par de caladas antes de dejar el pitillo en el cenicero.
Pongo los ojos en blanco y le doy la espalda de camino hacia su habitación.
—Te he hecho una pregunta. —Está apoyado en el marco de la puerta de su habitación, sin impedirme el paso, pero usando su gran altura para ocupar casi todo el espacio.
—A lavarme los dientes —Me acerco después de agarrar el cepillo de dientes y una compresa de mi neceser— y a cambiarme, ¿quieres verlo o qué?
Suelta una risa, relajándose por completo y apartándose del todo.
Por un par de segundos había vuelto a ser el Friedrich Vögel que conocía y que tanto me gustaba.
—Si quieres hasta te ayudo. —Me guiña un ojo, provocándome con sus palabras porque sabía que era algo que iba a repudiar por completo.
—Qué imbécil eres a veces.
—Y yo que pensaba que lo era siempre...
Se acerca hasta a mí y levanta mi mentón con una de sus manos, buscando que nuestras miradas se conecten.
Era un azul frío como Alemania frente a un marrón cálido como el Mediterráneo. Una lucha que podía acabar o muy bien o muy mal.
—Puedo reformular mis palabras con gusto.
—Adelante, me las merezco.
Se inclina hacia mí mientras que yo me pongo de puntillas para intentar ayudarle un poco.
—Qué imbécil que eres.
—Gracias.
Deja un beso en una de mis comisuras y trago saliva.
La expectación ante un beso suyo siempre me pondría nerviosa en el buen sentido de la palabra.
—¿Puedo ir ya cambiarme?
—El baño es tuyo, preciosa. Pega un grito si necesitas ayuda.
Pongo los ojos en blanco y acepto con gusto el beso que tiene para darme.
Porque sí, a mí me encantaba que Friedrich me besara y eso no significaba que no estuviera mosqueada.
No lo veía incompatible.
Sabía que algo no andaba bien, algo estaba carcomiéndole por dentro y temía que se cerrara tanto en sí mismo que se negara a abrirse a tiempo.
Tenía un pálpito, una sensación, había algo que me hacía creer que Friedrich se estaba usando a sí mismo como escudo para protegerme y mi mayor miedo era no saber quién le protegía a él y que no me dejara ser yo la que lo hiciera.
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31 de marzo, 2020.
Abro los ojos y lo único que encuentro es oscuridad.
Noto la ansiedad recorriéndome al no ver luz ni nada y empiezo a asustarme hasta que soy consciente de que puedo mover las manos con total libertad.
Me palpo la cara y me tranquilizo al darme cuenta de que llevaba un antifaz puesto. Me lo quito con cuidado y me froto los ojos para quitar algunas legañas que me impedían enfocar con destreza.
Me incorporo intentando no hacer mucho ruido y apoyando mi espalda en el cabezal de la cama. Friedrich estaba sentado en su silla mientras anotaba alguna cosa a mano, miraba de vez en cuando la pantalla de su ordenador y hablaba en voz alta.
Estaba segura de que se trataba de un ordenador bastante viejo por el ruido que emitía la torre.
Pero le funcionaba y suponía que, a él con eso, le parecía suficiente.
En realidad, Narciso no era de gastar en lujos porque no podía permitírselo y porque lo veía un despilfarro de dinero innecesario.
Sólo tenía dos excepciones: su coche y las camisetas de fútbol.
—¿Qué hora es?
Mi voz suena algo ronca debido a que me acabo de despertar y noto que las palabras salen algo pastosas.
Por su parte, él no se esperaba que me hubiera despertado o en tal caso desvelado y era evidente que se había sorprendido debido a la reacción de su cuerpo ante mi voz.
Se gira y me ve algo confundida mientras me levanto y hago una mueca de disgusto ante el dolor y la incomodidad del período.
—Las cuatro y siete de la mañana.
—¿Qué estás haciendo? —Me acerco hasta donde él se encuentra y se echa hacia atrás, permitiéndome que me suba a su regazo—. ¿No conseguías dormir?
—Estudio —Me quita el pelo de la cara y aprovecha para hacerme de nuevo una coleta improvisada—. Dentro de poco empiezan los exámenes y estoy preparándome para la asignatura que me queda.
—¿Necesitas hacer eso? —Acaricio con mis dedos la incipiente perilla que le estaba saliendo y que pronto se afeitaría—. Eres un genio en el mundo de las matemáticas.
—Lo sé —concuerda—, pero si quiero una nota que lo acredite tengo que demostrarlo.
Sabía a la perfección sobre sus capacidades.
Era una maldita calculadora humana y entendía como nadie las fórmulas y los teoremas que se le presentaban.
—¿Y te pones a estudiar a las cuatro de la mañana?
—A las dos —Me corrige mientras se contagia de mi bostezo—. Llevo un par de horas ya.
—¿Siempre tienes que sobresalir de alguna manera? —Apoyo mi barbilla en su clavícula y le doy besitos en el cuello, consiguiendo que la piel de esa zona se le erice ante mi contacto—. ¿No puedes estudiar a horas normales como el resto de los mortales?
Siento su risa pegada a mi cuerpo y me entran ganas de reír también.
Su mano se cuela dentro de la camiseta ancha que me había dejado para dormir y acaricia con delicadeza la piel de mi espalda mientras que traza con sus propios dedos la forma de mi columna vertebral.
—No soy de dormir mucho —Empieza diciendo—, tengo que trabajar y me gusta disfrutar de lo poco cotidiano que tengo en mi vida.
—¿Por ejemplo? —pregunto con voz algo adormitada.
Me acurruco y le abrazo por la cintura mientras que él impide que me resbale de sus piernas.
Era una posición terriblemente incómoda y más si teníamos en cuenta que estábamos sentados en una silla de oficina y que él no llegaba a medir 2 metros por un centímetro. Lo que significaba que nuestro movimiento estaba completamente limitado.
—Me gusta hacer ejercicio, salir a tomar algo de vez en cuando, ver partido de fútbol y pasarme horas escuchando Linkin Park, Red Hot Chili Peppers y compañía.
—¿Y yo no entro dentro de esa rutina que tanto te gusta disfrutar cuando puedes?
Aprovecha para acercar la silla hacia el escritorio y con su mano derecha me abarca la forma del culo mientras que con la izquierda toma el bolígrafo para seguir estudiando.
—Tú y yo algún día llegaremos a tener una vida algo rutinaria, pero me niego a que lo nuestro se convierta en un hábito que nos haga estar juntos sólo por costumbre.
—Qué manera tan romántica de decir que no ves un futuro tranquilo conmigo.
—Pero si me paso el día pidiéndote matrimonio —Palmea con cuidado una de mis nalgas—, ¿cómo no me voy a ver en un futuro contigo?
—Te pasas el día exigiéndolo. —puntualizo.
Él no era de pedir las cosas, Narciso era más de informar lo que creía conveniente.
—La cuestión es que me voy a casar contigo y que no puedo pedírtelo porque me rechazas.
—Yo no te he rechazado.
—¿Entonces te vas a casar conmigo?
—Aún no.
—¿Y cuándo sí?
—Pregúntame en 10 años.
—Mejor te lo recuerdo diariamente.
Me gustaría contestarle, pero lo único que sale de mi boca es un molesto hipo y un bostezo que me da hasta vergüenza.
—Venga, vete a dormir —Me intenta quitar de su regazo mientras que me aferro con fuerzas a su cuerpo. Ahora mismo yo era un koala y Friedrich era el bambú—. Preciosa, estoy estudiando.
Suelto otro hipido y con fingida tristeza acabo cediendo, bajándome de sus piernas.
—¿No crees que deberías dormir un poco?
—Lo he intentado —confiesa sabiendo que no iba a parar hasta conseguir una mínima explicación—. Últimamente no me siento capaz de hacerlo durante muchas horas seguidas.
Entendía esa sensación.
El agotamiento extremo que producía estar cansado tanto de mente como de cuerpo, pero sin encontrar las herramientas que pudieran despejarte lo suficiente como para ser capaz de conciliar el sueño.
Era prácticamente una tortura y más cuando se tenía miedo a quedarse dormido por los posibles trastornos nocturnos.
—¿Tienes pesadillas? —indago un poco.
—¿Quieres una infusión? —Suelta el bolígrafo mientras que ignora mi pregunta—. Sé que estás tomando melatonina para dormir.
Y me había comprado té para que pudiera descansar bien.
—Friedrich... —Me sentía incapaz de no mirarle con cierta lástima y eso me hacía sentir algo mal. Narciso odiaba dar pena—. ¿Estás evitando quedarte dormido a mi lado?
—Somos dos personas a las que los traumas se les despiertan cuando intentan dormir —Se encoge de hombros antes de levantarse de la silla y estirarse—. Mis pastillas están prescritas.
Él tomaba medicación para dormir.
Y ya no podía hacerlo.
—Pero...
—Sufro de parálisis del sueño diario y terrores nocturnos.
—¿Qué es eso?
—La parálisis del sueño es una afección en la que no puedes ni moverte ni hablar, no tienes el control de tu cuerpo mientras vives algo terrorífico y tu cerebro está totalmente despierto y respecto a los terrores nocturnos te diré que los sufro desde pequeño, a veces me despierto gritando el nombre de Eckbert o de Kerstin mientras lloro y les pido que no me hagan más daño... a veces me dan taquicardias, descargas automáticas o incluso trato de defenderme si siento que me están atacando.
—¿A qué te refieres con lo de defenderte?
—Suelo pegar puñetazos o patadas al aire cuando estoy solo, no me quiero imaginar qué sucedería si estoy con alguien al lado.
Tenía miedo de sí mismo.
—¿Y cómo lo sabes?
—Me hicieron un estudio neurológico hace años.
—Tú nunca has tenido un ataque cuando estabas conmigo...
—Al principio tenía medicación, pero desde hace unos meses cada vez que te quedas a dormir conmigo me aseguro de mantenerme despierto.
Que Friedrich me hubiera estado ocultando todos sus problemas nocturnos y preocupándose de los míos, me hacía sentir un poco apartada.
Se preocupaba por mí, pero no me daba opción a que yo lo hiciera por él.
—¿Por qué tienes la medicación prescrita?
Por primera vez en mucho tiempo es él quien se sonroja delante de mí, como si le estuviera dando vergüenza la razón principal.
—Los psiquiatras y psicólogos son caros y la medicación también, Nela —reconoce al final en voz alta—. Tuve que elegir entre seguir mi tratamiento psicológico o medicarme y he elegido lo primero.
—Friedrich, ambas son importantes, si estás medicado..., no puedes dejarlo así porque sí.
—Bueno, vivimos en un mundo que piensa que, si no tienes dinero para pagar a tu terapeuta, en vez de darte una ayuda, prefiere cortarte la medicación de raíz.
—¿Y no puedes hacer nada?
—No puedo trabajar más horas porque por ley al ser estudiante tengo permitido media jornada, no puedo pedir un aumento porque tu tío me paga muy bien. El problema viene en que me han subido el precio del alquiler y de la luz.
—No es justo.
—No, no lo es —coincide conmigo—. No te puedes ni imaginar la de gente que abandona sus tratamientos por falta de recursos económicos y no porque el médico considere que debe hacerlo.
Me quedo pensativa, sin saber muy bien qué decir porque Narciso ya lo había dicho todo. Quien más frustrado se encontraba por no poder descansar bien o de encontrarse en una situación precaria en la que el dinero le limitaba parte de su vida, era él.
—¿Y por qué te han prescrito los medicamentos?
—Porque mi psiquiatra no puede valorarme si no me atiende y hasta que la seguridad social me dé cita, pueden pasar meses y meses.
Hurgar en la herida no le haría ningún bien.
—¿Quieres tomarte una infusión conmigo? —Tampoco quería darme por vencida del todo.
Se queda pensativo, sin estar muy seguro de mis intenciones.
Este chico era desconfiado por naturaleza.
—Vale.
Me acerca a él, una vez más y me besa.
Primero apoya sus labios en mi frente y luego me besa como a mí me gusta en los labios.
Era uno de esos besos que a mí tanto me apasionaban, de los que reclamaba mi boca como suya, con posesividad, dureza y al mismo tiempo asegurándose de que yo también lo estaba disfrutando y que quería esto.
—¿Por qué no me habías dicho nada?
Gira la cabeza, sintiéndose un poco culpable.
—No lo sé.
—No tiene nada de malo ser un poco menos fuerte o tener miedo, Friedrich.
—Para mí es terrible.
—¿Por qué?, ¿por Eckbert? —Asiente sin ser capaz de mirarme—. Métetelo en la cabeza, Friedrich Vögel: ese señor solo metió mierda en tu cerebro, puedes ser débil, puedes ser fuerte y puedes apoyarte en los demás.
—Ojalá fuera tan fácil dejar los miedos y los traumas detrás, escondidos en un cajón y no dejarlos salir.
—Sé que lo estás intentando, sé que lo vas a lograr.
Sonríe y sé que mis palabras le afectan de forma negativa. A él le dolía que se preocuparan por él porque no sabía cómo lidiar con el cariño y el calor humano.
Pero también había un brillo en sus ojos que me mantenían con la esperanza de que poquito a poco le iba haciendo sentir bien que mostrasen interés hacia él.
Era cuestión de perseverancia.
—¿Te pondrás traje el 6? —pregunto intentando ayudarle a pensar en otra cosa.
—Y pajarita —Sonríe con coquetería—. Me he cansado de usar corbata.
Nos miramos con cariño y brindando de forma silenciosa nos tomamos la infusión.
No estábamos en un buen momento, pero tampoco nos iba tan mal.
Había que tener un poco de fe y, sobre todo, confianza en el otro; el problema sería si uno de los dos se descolgaba y dejaba de ir a la par.
Deseaba con todo mi corazón que no llegáramos hasta ese punto; destruirnos mutuamente hasta hacernos nocivos era cuestión de tener buena comunicación.
¡Hola! ¿Qué os ha parecido?
No os olvidéis de votar y comentar si os ha gustado.
¿Echabais ya de menos la aparición de Friedrich con Nela?
¿Cuál ha sido vuestro momento favorito?
¿Os gusta que Nela ya vaya sacando su carácter y poniendo las cartas en la mesa sin perder su esencia?
Sé que algunos capítulos en general pueden parecer relleno y todo eso y que se puede hacer un poco tediosa la historia, pero quiero terminarla antes de ponerme a editarla y quitar o añadir.
Os doy las gracias por todo el cariño que dais siempre a esta novela.
¡Os quiero muchísimo!
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