Vierzehn: ¿Sí o no?

Capítulo dedicado a Lizmarie459, amo leer tus comentarios y tus reflexiones. Es un gusto tenerte como lectora, gracias por tu apoyo.

Vierzehn: ¿Sí o no?

5 de noviembre, 2019.

Siempre había adorado mi cumpleaños. Mamá y yo solíamos celebrarlo juntas, era una fecha especial. Era el día que nací. No mentiré diciendo que la parte de los regalos era la menos importante porque realmente adoraba los regalos.

Pero hoy es diferente. El único regalo que necesito es uno que no voy a cumplir. Mi primer cumpleaños sin ella. Mañana será su primer cumpleaños muerta, el primero en el que existiendo yo, no estamos juntas.

Mañana tendría consulta con la Doctora Odetta Dabrowska, mis ganas son nulas. Hoy no me encuentro bien. Mañana me encontraré peor.

Recibo varios mensajes y resubo las historias que mis amigos ponen en Instagram. Ellos no sólo me felicitan, también me mandan fuerzas. Ellos se acuerdan de mí.

Dios, como me gustaría oír la voz de mamá sorprendiéndome con alguna canción y animándome a bailar con ella. Cuando cumplí los dieciséis, mamá puso la canción de Dani Martín a todo volumen para despertarme, la de 16 añitos. Fue algo tan bonito...

Este año tocaría Dancing Queen de ABBA, y eso no iba a pasar, porque mamá no estaba para organizarlo, mamá no estaba para darme un fuerte achuchón, mamá no estaba para sonreírme mientras decía que su mayor orgullo se hacía mayor. Mamá simplemente no estaba y eso dolía mucho.

Me está costando llevar el duelo. Adaptarme a una nueva ciudad en un nuevo país con gente que es desconocía para mí es duro. Que sea sin ella, me está matando. Lentamente, para luego mantenerme con vida y recordarme que yo sigo aquí sin ella.

Hay días que me levanto con ganas de luchar y de decir: mamá, voy a hacerlo, por las dos, por lo que no viviremos juntas, porque nos arrebataron nuestro tiempo juntas demasiado rápido y porque lo voy a lograr.

En cambio, otros días, como hoy, tengo ganas de rendirme y de lamentarme y martirizarme por seguir con vida.

Tengo miedo a olvidar su voz, por suerte tengo videos y audios suyos hablando.

Me hacen bien, me animan, me hacen sentirla cercana. No obstante, hay uno que no puedo oír, que duele demasiado, uno de aquella fatídica noche de junio en el que me dijo: "ya voy de camino".

Simple, pero escueto.

No puedo oírlo porque es lo último grabado que tengo suyo antes de despedirme de mis amigos y de subir al coche donde, con alegría íbamos las dos, hasta que se dio la colisión.

Alguien pica a la puerta de mi habitación y me levanto para quitar el pestillo que había estado roto.

Mi cuarto parecía nuevo por completo. Mucho más seguro desde luego e incluso con persianas (algo que en Alemania no parecen existir). También un nuevo escritorio de roble y pulido con barniz, una cama de matrimonio incluso mejor que la otra. 

Todo más seguro o eso es lo que yo esperaba.

Algunas prendas de ropa no habían podido ser salvadas y eso me había jodido, había perdido un camisón de seda que mamá me había regalado y unos pantalones que había comprado con ella.

Por alguna razón, tenía la sensación de que ese tal Sanders sabía todo acerca de mi vida, incluso lo que mi madre me había regalado y lo que era de parte de Jhon.

—Feliz cumpleaños, Nela.

Es Jhon. Mi padre. Joder, cuánto tiempo sin escuchar una felicitación de cumpleaños por su parte y sin que mamá le llamara obligándolo a que se acordara.

Dolía, dolía como nada en el mundo que hubiera tenido que morir mi madre para que mi padre tuviera el valor de acordarse por sí mismo de que hoy hacía diecisiete años que su hija había nacido.

Y, aun así, qué bonito era pensar que por fin Jhon Schrödez, había tenido en cuenta una fecha tan importante para mí como lo era hoy.

Sonrío al verle, no porque esté feliz y mucho menos porque se haya acordado, sino porque se me estaba haciendo ya demasiado habitual verle perfectamente trajeado de buena mañana.

Esta vez, hay algo diferente en él: lleva una tarta de ensueño en sus manos, de esas que encargas en una pastelería y te la hacen a tu gusto.

Tenía forma circular y era de dos pisos, el pequeño tenía el color del mar alicantino y el grande estaba decorado con flores y alguna que otra forma abstracta que le daba el toque ideal.

Mentiría si dijera que no me había hecho ilusión, porque debía reconocer que, por mucho rencor que le tuviera, detalles como esos, me hacían ablandarme un poquito.

No era fácil mirarle a la cara, por mucho que supiera de primera mano, (Candance Baltßun nos lo había confesado a su hija Erlin y a mí) que Jhon defendía a todo tipo de personas a excepción de violadores y maltratadores, pero eso no me hacía más fácil el mirarle a la cara.

Podía entender que un abogado tuviera que hacer su trabajo, si le habían contratado para librar de algún tipo de condena a la familia Müller y, en especial a Hugo Müller, comprendía que tomara el caso. Que saliera absuelto implicaba que Jhon Schrödez había hecho bien su trabajo. Aun así, me costaba mirarle por una razón muy simple: Daniella estaba destruida y Hugo no la dejaba tranquila o al menos, cada poquito tiempo intentaba acercarse a ella.

Ahora entendía mejor a Avery Hedbrandh, probablemente en su situación, yo también me habría repudiado el primer día. Mi apellido estaba marcado y para mal.

Que Daniella Jawer-Pereira me diera una oportunidad denotaba lo gran persona que era; eso no quería decir que otros fueran malos, simplemente dejaba muy claro que Dani era demasiado buena.

—¿De qué es? —Me acerco hacia él.

—Red Velvet. —confiesa y traga saliva permitiéndome notar su nerviosismo cuando su nuez de Adán sobresale algo más de lo habitual.

—¿Red Velvet? —pregunto repitiendo su afirmación y fijándome en el detalle que ha tenido.

Mi padre aún se acordaba de mi madre por mucho que intentara ocultarlo.

Estaba enamorado de Carolina Koch y nadie podía ponerlo en duda. Se estaba esforzando con ella y suponía que estaba evitando cometer los mismos errores que una vez cometió, pero se acordaba de mi madre y lo demostraba mediante detalles.

Quizás tuvieron más de una conversación pendiente que jamás podrían tener y eso le perpetuaba el sentimiento de culpa de una manera casi asfixiante.

Jamás querría verme en esa situación: posponiendo una conversación hasta que ya no puedes tenerla y las palabras se quedan agolpadas en el fondo de tu garganta y convirtiéndote en una persona vulnerable y con el sentimiento de culpabilidad ahogándote hasta quitarte la capacidad para respirar.

—Sí —Entra y la deja en mi escritorio nuevo—, no sé cuál es tu sabor favorito.

—Pero sí que te acuerdas de cuál era el de mamá.

Ese gesto me da mucha ternura, aunque no debería por todo lo que él hace o ha hecho en el pasado, pero que intente acertar conmigo a través de los gustos de mi madre significa que, hasta los detalles más simples de ella, los tenía en cuenta.

Supongo que, intentaba redimirse de alguna manera, no podía juzgarle, en su situación, yo también lo haría.

—¿Quieres desayunar aquí o abajo con Caroline, Thomas y conmigo?

—Abajo estará bien.

—Entonces me la llevo —Toma la tarta de nuevo—, no tardes demasiado en cambiarte; es tu cumpleaños, pero sigues teniendo clase.

—Oído cocina, Jhon. —Llego a decirle antes de que se vaya.

Miro la hora y me doy cuenta de que tengo bastante tiempo.

Me doy una ducha más o menos rápida y chequeo en la aplicación del móvil cuándo me tiene que bajar la regla porque creo que el síndrome premenstrual ya está dando signos de que ya llega.

¡Maravilloso! Mi semana tiene pinta de ser inmejorable: hoy mi cumpleaños, mañana el de mi madre y pasado me tiene que bajar la regla.

Y sé que vendrá porque soy como un reloj, puede que venga 2 – 3 días antes o después. Pero vamos, que no es nada irregular.

Me lavo el pelo porque me da tiempo y mientras me lo seco me permito llorar. Ojalá ella estuviera aquí. Me lavo la cara una vez termino y me hago el eyeliner como puedo y me pongo los vaqueros y el jersey que había elegido para usar.

Desde el incidente con Sanders me da miedo cambiarme en un lugar con ventanas. Cómo diantres él había escalado, cómo había huido, cómo había forzado la puerta de la terraza. Solo de pensarlo tengo el miedo en el cuerpo.

Bajo las escaleras y Caroline abre sus brazos, por favor que no se ponga a cantar el cumpleaños feliz en alemán.

—¡Feliz cumpleaños, bonita! —Me abraza y acepto el gesto encantada.

—Muchísimas gracias, Carol. —Le sonrío una vez me he separado.

—Felicidades, Nela. —Ahora es Thomas quien habla.

Es seco y soso, pero al menos me felicita con educación.

—Gracias, Thomas.

Ambos asentimos con la cabeza.

Recibo un mensaje de WhatsApp de un número desconocido. Sé automáticamente de quien se trata y odio estar sonriendo y sintiendo lo que se denominaría poéticamente hablando como mariposas en el estómago.

+49 178 8573922: С днём рожде́ния!

Nela: si es una felicitación de cumpleaños: muchas gracias.

Nela: si no lo es: pues te deseo lo mismo x2.

Nela: cómo has conseguido mi número de teléfono

Nela: ya sé! Thomas!!

Sí, soy de las que escribe muchos mensajes en vez de ponerlo todo junto.

Guardo su contacto.

Narciso: ¡Cuánta energía desde bien temprano! Es bastante molesto.

Nela: no seas amargado!

Narciso: Bien. Que no se vuelva costumbre. Hasta luego.

En cambio, él es de los que escribe bien incluso por mensaje, con sus signos de interrogación, sin quitar letras ni comas. Una cosa hay que dejar medianamente clara, es muy soso por escrito; pensaba que estábamos haciendo ciertos avances, pero tal vez me equivoqué.

¿Lo peor de todo? No sabía que la buena ortografía en mensajes de una aplicación como WhatsApp me parecía atractivo hasta que él lo ha hecho. Lo más seguro es que, si otra persona tuviera la misma manía, me diera igual.

Nela: jooo, se amable, que es mi cumple!

Narciso: De acuerdo. Schrödez, ya no tienes sólo 16 años.

Pongo los ojos en blanco.

Por alguna razón, que no me hubiera llamado preciosa o que fuera tan distante en algo que cada vez que lo decía me ponía nerviosa y conseguía alterar todo mi ser en el buen sentido de la palabra, me había dejado un poco descolocada.

Nela: que soso eres!!!

Narciso: Disfruta de tu día, preciosa.

Al menos, no me había dejado en visto y me había llamado preciosa. 

A este chico le ha pasado algo.

—¿Quieres soplar las velas? —Propone Caroline y dejo el móvil boca abajo en la mesa—, en España tenéis esa tradición también, ¿no?

—Sí, Carol —Respondo un poco más animada—. Pero es un poco temprano, ¿no?

—Pensé que no querías grandes celebraciones —Jhon entra a la cocina y termina de abrocharse los gemelos—, por eso creímos que era mejor celebrarlo ahora.

—Tienes razón, ¿dónde están las velas?

—¡Guapetona! —Bajo del coche de Thomas y enseguida tengo los brazos de Erlin rodeándome con cariño— Felis cumpaleaños.

Bueno, ella intentó decirlo en español, valoro su esfuerzo.

—¡Muchas gracias! —contesto con toda la alegría que tengo, no es mucha, pero algo es algo.

—¡Te he traído algo! —Rebusca en su bolso escolar—. ¡Toma!

Desenvuelvo el regalo y leo por detrás una dedicatoria muy bonita antes de girarlo y de tener que luchar por evitar llorar.

Le abrazo con fuerza y sé que ella estaba esperando ese momento porque me envuelve en un precioso abrazo que solo rompemos cuando vemos que las dos nos hemos puesto emocionales.

—¡Muchísimas gracias, Erlin!

Observo con añoranza, pero con cierta alegría el marco de la foto: estamos en la playa con 7 u 8 años y también salen mamá, Candance y mi tía Isabel. Supongo que el fotógrafo sería su padre.

Guardo su regalo en mi mochila y le vuelvo a dar un abrazo. Sé que los alemanes no son tan cariñosos, de hecho, hasta ella se sorprende de mi nuevo arrebato, pero sentía la necesidad de hacerlo.

Vamos juntas hasta clase, ella tiene una asignatura que sólo por el nombre me dio miedo y por eso no la escogí cuando Jhon me la recomendó, llamada Politikwissenschaft (aunque luego descubrí que se trataba de Ciencias Políticas), en su defecto, yo había elegido historia, el nombre también dejaba un poco que desear, pero al menos no parecía un insulto.

Suelo sentarme en esta clase con Dian Purhor y es un compañero bastante agradable. Nuestra profesora se llama Silke Hoffmann y da gusto oírla hablar y explicar, lo hace con pasión, con educación. Su acento es puramente berlinés y, después de tener profesores como Heike König de matemáticas (y mi tutor) o la profesora de artes visuales cuyos acentos son muy complicados..., se agradece.

—¡Me han dicho que es tu cumpleaños! —Dian quita su mochila de mi pupitre para dejar mi asiento libre, suele hacerlo para guardarme el sitio—, ¡Felis cunpilianios! —Otro que lo intenta.

—Muchas gracias, Dian. —Le abrazo de vuelta.

—¿Lo dije bien? —pregunta.

—Bueno, ¡puedes mejorar!

—Dime que al menos Erlin lo hizo peor que yo. —Une sus manos haciendo una especie de rezo.

—Más o menos igual. ¡Tal vez el año que viene lo hagas mejor, tú sigue intentándolo!

—Bueeeeeno vale —ríe, tal vez Erlin y él tenían un pique para ver quién pronunciaba peor la felicitación, porque la verdad que muy bien no se le ha dado a ninguno, pero se agradece el esfuerzo—. Seguro que Daniella te felicitará genial, ella eligió español como lengua extranjera y encima es medio portuguesa, algo de pronunciación sabrá.

La profesora Hoffmann entra y nos saluda con un "Morgen, meine lieben Schüler" al que a coro respondemos con un "buenos días".

—Antes de que se me olvide —dice la profesora—, para enero, antes de los exámenes finales del semestre y las vacaciones del Winterferien iremos a Sachsenhausen y daremos allí nuestra clase de historia —Enciende el proyector y vemos en la pantalla el PowerPoint que ha preparado—. Los que tengáis 18 años podréis firmar vosotros mismos vuestras autorizaciones, los que no, se os entregará en diciembre una circular para que vuestros tutores legales os permitan ir.

Una compañera alza la mano y la profesora Hoffmann le da permiso para hablar.

—¿Iremos todos los de esta materia o todos los del curso?

—Todos —carraspea—, pero en diferentes grupos. Los alumnos de Ciencias Políticas y Filosofía irán un día; nosotros y los de Geografía en otro.

Resuelve un par de dudas más y empieza la clase.

—Oye, Dian —hablo bajito para no molestar a la profesora—, ¿qué es Sachsenhausen?

—Oh —contesta con sorpresa de que no lo sepa—, es un campo de concentración...

Sé de primera mano que para ellos es un tema tabú. No puedes abordarles y preguntarles sobre el tema del nazismo así porque sí, lo ven maleducado y les sienta mal. Tienes que prepararlos para poder preguntar, existir una cierta confianza. Su historia les duele, tal vez más de un país debería aprender de ello.

De hecho, para ellos es complicado ir a estos sitios, pero quien no conoce su historia está condenado a repetirla y desde luego que el sistema educativo alemán no tiene intención de que eso ocurra; es por ello por lo que, desde bien pequeños les enseñan todo.

9 de noviembre, 2019.

Me había tomado un ibuprofeno porque no podía más con el dolor de ovarios, poco a poco iba haciendo efecto.

Caroline me mira nerviosa y me pregunta si estoy bien. Le hago saber que mi amiga la roja ha venido hace un par de días y me recomienda que aplique una bolsa de calor en la zona de mi barriga. Todo está controlado.

—Sé que tu relación con Jhon no es del todo buena ahora mismo —Me relamo los labios—, pero necesito hacer esto.

Hoy era el día. Hoy Caroline Koch le pediría matrimonio a Jhon Schrödez.

—Lo entiendo.

Creo que en parte me está pidiendo permiso y, aunque lo considero un buen detalle, no tiene por qué hacerlo, ella es su pareja y ella debería sentirse cómoda para hacerlo sin más. Sin embargo, estoy muy agradecida con los detalles que tiene conmigo.

—Tu operación se acerca y con todo lo que está pasando...

Sí, Jhon ha conseguido su propósito. Me iba a operar en Berlín y la fecha prevista era el 18 de noviembre. Incluso mi tía Isabel iba a venir del 15 al 20, Candance Baltßun y yo iríamos a recogerla al aeropuerto.

—Caroline, es el amor de tu vida y lleváis años juntos. No entiendo qué ves en él, pero lo respeto.

No eran las mejores palabras para decir a una persona que va a pedir matrimonio a otra, pero ya las había dicho; no podía retractarme en algo que realmente pensaba.

Suspira.

—¿Sabes? Siempre he creído que el amor de su vida era tu madre —Obtiene toda mi atención—, pero a quien ha sabido querer es a mí —Asiento—. Por fa —pide—, no me juzgues por estar con tu padre.

Qué palabras más acertadas.

Creo que entiendo lo que dice. A mi madre la quiso con locura, todo el mundo lo dice, ni siquiera mi tía Isabel es capaz de negarlo. Pero no la supo querer. Hay una gran diferencia entre amar y saber hacerlo.

—Caroline, mereces que te sepan querer y si tú dices que mi padre sabe hacerlo, te creo.

Una parte de mí está emocionada. Estoy deseando ver la cara de Jhon cuando los roles se cambien y deba ser él quien diga "sí".

—Fuimos a Colonia porque me faltaba un papel para poder terminar ya con todo lo que tenga que ver con... —Se refiere a Sanders, no puede decir su nombre, no se siente capaz—. Nela, ya soy libre. Ya soy mía. Ya puedo elegir y elijo pedirle matrimonio al testarudo de tu padre. —Se abanica con las manos para evitar que las lágrimas corran por sus ojos y estropeen su maquillaje.

Ya soy libre, ha dicho. ¿Qué infierno ha tenido que pasar para poder decir eso?

—¿Él no intuye nada? Tú podrías haber ido sola a por esos papeles, ¿no?

—Exactamente, le pedí que viniera para que también saludara a mi abuela, está mayor y la tenemos en un centro en el que la cuidan muy bien y está encantada, aunque me gustaría verla más —Se encoge de hombros—, pero la razón principal era que captase algún tipo de indirecta —Sonríe—. Es un hombre, Nela; no entiende nada.

No menciona a sus padres, ¿debería preguntar? Porque realmente no estoy muy segura de hacerlo, no los ha mencionado.

Cojo el vestido y lo toqueteo. Es precioso. Es de color turquesa, con escote americano de encaje y largo con una abertura en el muslo, en el que no tengo cicatrices ni problemas. Ella ha pensado en todo. Cortesía de Caroline, evidentemente.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —El vestido parece estar hecho por y para mí, como si yo fuera la modelo del diseñador.

—Claro, cielo.

—¿Tienes algún tipo de problema con las compras compulsivas? —Trato de no toquetearlo mucho, hace un rato que me han hecho la manicura y me han peinado.

Un distinguido recogido en forma de trenza de varios cabos que armoniza mi rostro. Tapando la cicatriz.

—No, cielo —ríe—, simplemente me gusta la moda y tengo la fortuna de poder permitirme caprichos, pero no tengo la imperiosa necesidad de comprar.

Asiento, estoy satisfecha con su respuesta.

—Y... Caroline. —Me atrevo.

—¿Sí? —Su sonrisa es muy bonita y tierna.

—¿Tus padres...?

No sé cómo abordar la pregunta, no se siente muy correcto por alguna razón y no sé bien porqué es.

—Son a la vieja usanza, Nela —Se encoge de hombros y evita morderse una uña, parece que tenga vicio con ello—. Ellos nunca aceptaron que mi hijo naciera con rasgos asiáticos, lo repudiaban, decían que a pesar de que sus ojos fueran azules, él no era alemán. Tampoco es que aceptaran mucho mi relación con..., quien ya sabes y cuando se dieron cuenta del tipo de hombre que era ni siquiera buscaron consolarme o apoyarme, al contrario, mi madre simplemente se limitó a decir un «te lo dije».

—Eso no es justo...

—No lo es —Está de acuerdo conmigo—, a veces los veo, son mis padres y les quiero, pero prefiero mantener el contacto con ellos de manera telefónica —Tiene una mirada dulce, supongo que no le ha molestado que le pregunte y eso me tranquiliza—. Anda, ve a cambiarte.

Voy al baño y bajo la cremallera y me pongo la pieza única con cuidado. Le pido ayuda con el cierre y me miro en el espejo nada más colocarme unos tacones delgados de ante con punta de color blanco hueso que aún no había estrenado.

Me siento preciosa, bonita, delicada. Como una muñequita.

—¡Qué guapa estás! —exclama Caroline—, sabía que Rocco Pfeiffer sabría diseñar algo perfecto para ti.

—¿El famoso diseñador? —pregunto anonadada.

Sé de su existencia y de su supuesto glamur e importancia ya que Avery y Erlin comparten amor incondicional por sus diseños. ¡Dios mío! Incluso él expone sus diseños en los grandes festivales de la moda.

Es muy bueno en su trabajo, lo reconozco. Al menos los diseños que Erlin se había dedicado a mostrarme y que Avery asentía en todo momento.

—Por supuesto, el mío también es de él —Me guiña un ojo con orgullo—. Es un viejo amigo así que a veces tengo cierta exclusividad en nuevos diseños o ver sus próximas colecciones.

Lleva un vestido de media pierna con un cinturón, la caída es de volante rígido y el escote de pico. El color es naranja quemado, es bastante bonito y elegante. Decir que Caroline Koch está asombrosa se queda corto.

Sonríe con nerviosismo. Está asustada.

—¿Vamos? —Sugiere.

Salimos de la casa y nuestros zapatos repiquetean. De momento no llueve, pero ambas tenemos un paraguas además de abrigos para evitar cualquier desastre.

Se asegura de que todo está perfectamente cerrado y al salir nos encontramos con Donny Schrödez apoyado en el capó de lo que imagino que es su lujoso coche.

—¡Joder, Caroline! —Apremia—. ¡Estás para que mi hermano te coma enterita!

—¡Donny! —Le dedica una cálida sonrisa y acepta la ayuda que le da para subir en el asiento trasero.

—¡Y tu acompañante no se queda atrás!, ¡cómo se nota el gen Garsia haciendo su trabajo y mejorando el gen Schrödez! —Me ayuda a mí también y aprovecho para coger mi vestido y evitar que se arrastre—. Ma mère, estás muy linda.

Arranca antes de que haya abrochado mi cinturón y sube la música a una canción.

—¿Qué es?

—¡La mejor canción del mundo! —Deja de rapear y me mira desde el retrovisor—, Ohne mein Team de Bonez Mc y Raf Camora.

Me quedo igual, pero reconozco que la canción es pegadiza.

—¡Cambias de canción favorita mensualmente, Don! —ríe Caroline Koch.

—¡Y eso es lo mejor del mundo! —dice con orgullo—, ¡tengo 12 canciones favoritas al año y las tengo todas en mis listas de Spotify!

Incluso Caroline se anima a cantar y cuando lleva una de sus uñas a la boca para morderla se corrige rápidamente.

Está muy nerviosa.

—¡Muero por ver la jodida cara de ese capullo que tengo como hermano cuando se sienta humillado!

—¿Humillado? —inquiero.

—Cariño, un Schrödez nunca es segundo en nada. Tu padre se va a sentir entre emocionado y avergonzado por no ser él quien le pida matrimonio y por no haber podido prever esto —Pone el intermitente derecho y gira—. Deberías recordar eso, eres una Schrödez.

Pongo los ojos en blanco, un Schrödez nunca era segundón, claro. Y por eso yo nunca había sido la primera opción para nadie.

—¿Cuál es el plan, Don? —Carol se frota las manos.

—Entras y te lo tiras ahí en medio. —Se encoge de hombros.

—¡Donny! —gritamos tanto ella como yo.

No quiero imaginarme eso.

—Simplemente entráis, charláis un poco; Thomas ya está al tanto y van de camino, él es bueno distrayendo a Jhon. Además, Jhon cree que se trata de alguna cena benéfica y estará un poco reticente porque él necesita dar buena impresión, ya sabes —Suspira—. Tranquila, cuñada, sólo tenéis que esperar a que hagamos nuestra aparición y ya todo irá sobre ruedas.

—Vale —Toma aire cuando el coche de Donny Schrödez ocupa una plaza de aparcamiento—. No tardéis mucho, por favor.

—¿Nerviosa, cuñada?

—Donald, estoy a punto de tener un ataque de nervios. ¡Guarda tus estupideces para otro momento! —Se lamenta.

—¡Está bien! —Cede—. Pero bajad ya, tengo que ir a por Wolfgang, él quiere dar un discurso esta noche y para eso va a tener que beber y ya está esperándome en el bar.

Bajamos y caminamos hacia la entrada del restaurante. Todo está en silencio como si no hubiera nadie.

—Caroline Koch —Se identifica ante el segurata mostrando su tarjeta de identidad—, tengo reservado el local.

¿Acaba de decir que el local lo tiene reservado?

Con la mano, Carol me insta a que la siga.

—Vendrán los Baltßun, Erik es buen amigo de tu padre. Creo que tenéis una amistad, ¿no?

—¿Candance también?

—Supongo, ella es muy buena conmigo cuando coincidimos —Sonríe—, no me juzgó por ser la "nueva chica de Jhon" o algo así. Se lo agradecí.

Accedemos a un lujoso espacio. Con muchísimos camareros moviéndose con bandejas de aquí para allá.

A pesar de lo que pensé en un primer momento, hay unas cuantas personas picoteando y me pregunto si Jhon sospecha algo.

Es decir, ¿no sería raro conocer a todos los asientes de una gala benéfica? No sé cómo funcionan estas cosas.

Empieza a buscar a mi padre con la mirada y aún no hay rastro de él.

—¿Y si no viene? —Se plantea con cierta histeria.

—¡Tranquila, Caroline! —Trato de calmarla.

Se muerde el labio inferior y juraría que está a punto de llorar. Sin embargo, todo cambia cuando su hijo —vestido en esmoquin y pajarita— y Jhon Schrödez aparecen.

En lo que se refiere al físico no se parecen en absoluto, algo lógico. Pero en el aura que ambos desprenden..., eso es otra cosa, en los gestos, la forma de hablar, todo lo que puedas pensar, es congénere. Llaman la atención en cualquier lugar, es como si su simple presencia llamase a los curiosos.

—Ho-hola. —Tartamudea la rubia.

—Hola —Mi padre le besa los labios con cierto recelo, supongo que no quiere mancharse de pintalabios—. Estáis guapísimas las dos, ¿cortesía de...?

—Rocco Pfeiffer. —responde feliz ella.

—Tu favorito. —Besa la mano de Caroline antes de besarla y luego me saluda a mí.

Me sorprende que sepa esos detalles, que escuche. En mi cumpleaños, trajo la tarta favorita de mi madre porque no sabía cuál era la mía, pero fue un detalle bonito; al día siguiente, me acompañó a la psicóloga y se portó bien, todo lo bien que Jhon Schrödez se puede portar, claro. Es decir, no se portó bien, pero no lo hizo mal, algo es algo.

Podía afirmar que mi padre era un hombre detallista y admitir que nunca lo hubiera imaginado.

—Bien —dice Jhon cruzándose de brazos—, hagamos esto.

—Pero mira que eres soso, Jhon. —Me quejo.

—Odio estas cosas. —Se intenta justificar.

Thomas ríe y le da un abrazo a su madre. Él es cómplice de todo y está disfrutando de ello, me alegro por él.

—Mamá, estás guapísima.

Thomas Koch en general me parece bastante impresentable, pero he de reconocer que la adoración que siente por su madre es increíble. Todo el mundo debería sentir ese amor tan puro por alguien que ha dado toda su vida por ti, por sacarte adelante. En eso, precisamente, no tengo nada que reprocharle.

—¡Mi bebé! —Le devuelve el abrazo e ignora a Jhon cuando le pide que no sea tan efusiva.

Una parte de mí siente envidia, yo no volveré a tener esos momentos con mamá y seré sincera: me encanta ver cómo Thomas valora a la suya. ¡Dios! Cómo extraño esos momentos. Sé que no es momento para ello, así que trato de serenarme.

Un par de conocidos se acercan a saludar y reconozco a Erlin y a su madre cuando vienen en nuestra dirección, van con un hombre, imagino que Erik Baltßun.

También me presentan a un tal Fabian Lachenmaier, el hijo de la directora de mi instituto con el que Jhon parece tener buena amistad y también padrino de Erlin.

¿Cómo habrá sido Jhon en su época estudiantil?, ¿era de tener amigos a tutiplén o era más bien solitario? No lo veo en ninguna de las dos categorías. Tal vez en algo intermedio, no lo sé.

Se dan un buen apretón de manos y tomamos un par de copas mientras ellos charlan animadamente. Si, se nota que hay una buena amistad entre ambos.

—¿Estás llevando un Rocco Pfeiffer sin saber quién era antes de que yo te dijera quién es? —Erlin suena celosa—, tienes suerte de que te quiera y te tenga aprecio sino tiraría una de las copas encima de ti. ¡Qué envidia!

—Tú no tirarías una copa en un Rocco Pfeiffer, guapetona. —Le guiño un ojo y brindamos.

—Es verdad —Reímos y se relame los labios—. Jo, Thomas está guapísimo. —Eso último lo dice muy bajito y cerca de mi oído, para que no pueda oírlo nadie más.

Picoteamos algunos manjares de los que no sé ni decir cómo se llaman.

Erlin y yo nos quedamos juntas y vemos cómo va avanzando el percal. A los veinte minutos, más o menos, tras saludar a varios conocidos suyos y mantener una conversación algo reacia, se produce un pequeño apagón en la sala. Me agarro a Erlin y ella a mí, las dos nos hemos asustado.

Algunas personas sacan sus teléfonos móviles para iluminar la sala, pero es en vano. Casi un minuto después, bajo las maldiciones e injurias de Jhon y Thomas, la habitación vuelve a tener visión.

—¿Qué cojones? —pregunta con incredulidad mi padre y me sorprendo, él no suele tener ese vocabulario fuera de casa y si lo tiene es sólo dirigido a mí—. ¿Qué hacen mis hermanos aquí? —Señala a Donny puesto que es el cabecilla del grupo, tras él están Wolfgang y Günther y luego cogiendo cada uno una mano de Louise están sus padres: Mayer y Konrad.

Mi padre se disculpa con Erik Baltßun y un par más con los que estaba manteniendo una charla informal y se adelanta un poco, pues no entiende por qué todo el mundo está parado, sin moverse y casi haciendo un círculo alrededor suyo.

Sigo con mi mirada la suya y puedo reconocer a un par de personas, otras se me hacen algo familiares, aunque no sé de qué. Incluso veo a la directora del instituto acompañada de un señor de más o menos su edad.

Me sorprende mucho ver a Hugo Müller quien quita con molestia la mano que está apoyada encima de su hombro. Creo que es su madre.

Cerca de él está Herman sosteniendo la mano de un niño más pequeño y cerca de un hombre y una mujer, asumo que son sus padres y su hermano.

Narciso también está, pero no tiene acompañantes. Desvío la mirada, sin embargo, siento cómo la suya me inspecciona. De arriba hacia abajo. Sin vergüenza alguna y aprobando mi vestido o eso me parece a mí.

¡Te debo una Rocco Pfeiffer!

—¿Qué hace toda esta gente aquí? —Se da la vuelta y se fija en Caroline, la cual tiene sus manos detrás de la espalda—. Amor, ¿qué es todo esto?

Los dos están en medio del círculo que hemos creado alrededor de ellos.

—Jhon Schrödez —Se relame los labios—. Te amo.

—Carol... —Alza una de sus rubias cejas.

—Bien, te amo, creo que-que es una buena forma de comenzar.

—¿Qué? —interrumpe él.

—Cállate —ordena—. No pienso arrodillarme, pero sí hacer lo que cualquier persona enamorada haría —Traga saliva—. Llevamos muchísimo tiempo juntos, saliendo, formando una pequeña familia e incluso extendiéndola. He soportado tus cambios de humor sin sentido y tú has soportado mi histeria continua; he soportado tu falta de gracia y tú mi necesidad de llamar tu atención en momentos que no corresponden; he soportado tus broncas como si yo fuera una niña de 15 años y no la mujer con la que estás y que soy y tú has tenido que soportar mis celos cuando aún no estaban trabajados. ¡Incluso he tenido que soportar que no quieras tener un bebé conmigo porque según tú es demasiado pronto! Y tú has tenido que soportar que te presione innecesariamente porque así soy, intensa.

Se escuchan un par de risas y ella se calma un poco.

>>A pesar de eso, también somos un buen equipo, Jhon Schrödez; me abrazas cuando lo necesito, no hace falta ni que te lo pida y yo te doy el espacio que sé que te urge cuando no puedes más. Me cuidas como ni yo misma he sabido cuidarme y que gracias a ti he aprendido a hacerlo y yo a ti te estoy mostrando que incluso tras los errores cometidos, hay personas que sí merecen segundas oportunidades en la vida; me has enseñado a liberarme, a saber, que soy mía antes que, de nadie, incluso te quedas despierto viendo mi serie favorita después de un largo día de trabajo para demostrarme que estás ahí, siendo parte de mi equipo. Que somos uno.

>>Con tus virtudes y mis defectos, con tus defectos y mis virtudes, con todo, aún seguimos aprendiendo a cómo funcionar bien, nunca dejamos de aprender y te amo, te amo con locura Jhon Schrödez; eres un cascarrabias, a veces te falta un poquito de humanidad. Pero me da igual, quiero ser yo la que te acompañe cuando mejores, cuando triunfes, cuando fracases... Me da igual todo, me da igual porque estoy enamorada de ti y prometo que siempre te daré lo que necesites, ya sea parte de mi buen humor, de mi sonrisa o de lo que tú quieras y sé que tú harás lo mismo conmigo.

>>Te amo lo suficiente como para hacerte creer que esto es una gala benéfica cuando en realidad lo que estoy tratando de decirte es que quiero casarme contigo.

Jhon Schrödez abre la boca, es evidente que no esperaba nada de esto.

—¿Acabas de pedirme matrimonio? —indaga, para asegurarse.

—Jhon, tú no lo hacías. ¡Y me estaba volviendo loca! —Extiende los brazos y no se lleva las manos a la cabeza porque tiene el peinado demasiado bien hecho como para destrozárselo.

—¿Esto es una broma? —Sigue sin poder creérselo.

—Jhon Schrödez, ¿sí o no? —Coloca las manos en las caderas y frunce el ceño.

Creo que es la pedida de mano más extraña del mundo.

Mi padre se acerca, con media sonrisa en la cara y negando con la cabeza. Con sus manos coge las de Caroline y las enrosca él mismo en su propio cuello, para después situar las suyas en sus caderas.

Dice algo en el oído de la rubia y ella le abraza con fuerza.

—¡No se oye! —vocea mi tío Konrad, creo.

—¡Vete a la mierda, Konrad! —Le saca el dedo del medio—. ¡He dicho que sí!, ¿contento?

La sala empieza a vitorear y a dar aplausos mientras que ellos se funden en un apasionado beso. Sonrío, porque me alegro. De verdad que lo hago.

—Bien —Wolfgang se pone en medio de los dos, separándolos—. ¡Es mi momento!

—No serás capaz, ¿no? —Jhon le mira con desconfianza—. Un momento, ¿todos vosotros lo sabíais? —Examina la sala, incluso su mirada me escruta a mí.

Jhon Schrödez puede ser muchas cosas, pero desde luego, es evidente que es un hombre. ¡Qué lento es!

Creo que todos asentimos a la misma vez.

—No te preocupes, hermanito —Donny habla y le guiña un ojo—, todos sabemos que eres el favorito de Wolfie, no será muy duro.

Hay risas colectivas.

—Bueno, mi discurso es sencillo y lo tengo preparado, no esperes nada largo, emocionante ni elocuente, eso le corresponde al político de la familia y ese es Günther.

—No esperaría nada diferente de ti, Wolfgang. —Vuelve a abrazar a la que ahora es su prometida y acepta que, inevitablemente, el hermano mayor de los Schrödez va a hablar.

—Sólo quiero devolvértela por lo que hiciste tú, no en mi pedida de mano, sino en mi boda —Wolfgang bebe de su copa, a saber cuántas lleva ya—. Así que, cojan sus copas. ¡Vamos a brindar por el Señor Schrödez el abogado y por la futura Señora Schrödez!

—¿Qué estás tramando?

—Tranquilo, Jhon, sólo quiero contar una anécdota que seguramente ni tu preciosa prometida sabe y que tus hijos desconocerán por completo. ¡Dudo que alguien más allá de nosotros 5 lo sepa!

—No te atreverás. —Le señala con el dedo.

—Vas a necesitar unas cuantas copas —Konrad interviene y le da una a cada uno de ellos, luego vuelve a su posición, tomando la mano de su hija y la copa que Mayer le sostiene—. ¡Por Jhon y Caroline! —Subimos nuestras copas de champagne y damos un trago.

—¿Me vais a dejar hablar o tengo que actuar como el hermano mayor que soy y que por eso me debéis un respeto? —Wolfgang parece estar divirtiéndose. Me parece incluso más serio que mi padre, pero es gracioso verle ahora mismo. Cumple con el estereotipo alemán: en cuanto bebe alcohol su seriedad se termina y se vuelve bastante más abierto—. Que sepáis todos que Jhon es con la "h" entre la J y la O porque Steffen Schrödez se equivocó al deletrear su nombre, cosas de disléxicos, cuando tuvo que inscribirlo recién nacido —Otro trago—, en fin, que de todos los Schrödez, eres el menos molesto de hecho a veces parece que ni estés porque no interactúas, aunque nunca nos dejas tirados, siempre estás buscándonos, ayudándonos; el que más nos cuida y, el que más lucha por nosotros. Me alegro mucho por ti, hermano. ¡Salud!

Todos repiten esa última palabra, incluso yo. Pero me quedo un poco paralizada. ¿Ha dicho Steffen? Sería mucha casualidad, ¿no? Steffen Schrödez, mi vecino de España se llama Steffen S. Zimmermann, al menos eso pone en el buzón. No puede ser. Es un nombre medianamente común, ¿no?

No me da tiempo a pensarlo porque un tumulto de gente se aproxima supongo que a felicitar a los prometidos y, sin darse cuenta —o fingiendo indiferencia— nos empujan tanto a Erlin como a mí, pero ella está ensimismada y no consiguen empujarla fuera, al contrario que a mí pues yo ya estoy fuera del círculo.

Alguien tira de mí y con miedo suelto una bofetada que consigue esquivar.

—Preciosa, me alegro de que estés aprendiendo a defenderte —Su sonrisa es preciosa—, pero la próxima vez usa tu pierna y que vaya directa a los huevos, es más eficaz.

Mi corazón da un vuelco. Lleva un traje hecho a medida y una corbata azul cielo le acompaña. Es demasiado atractivo. Sus casi dos metros de altura me hacen sentir diminuta.

Y no puedo evitar sentirme extraña. Él me salvó de Sanders..., pero es amigo de alguien como Hugo Müller y eso no tiene perdón. No sé cómo debería sentarme su indiferencia ante lo que él ha hecho, no lo sé.

—Acompáñame. Quiero fumar.

Narciso Vögel es incapaz de pedir nada con educación, él sólo quiere que cumplas con lo que te ordena.

—Creo que puedes ir tú solito. —Sueno más borde de lo que me hubiera gustado.

—Pero yo te he pedido que me acompañes. —Se pasa la lengua por el labio inferior.

—Ahora mismo no creo que sea lo más adecuado.

Tengo muy reciente lo ocurrido en la noche de Halloween y la conversación con Daniella.

—Pues fíjate que yo creo que sí. Vamos, preciosa, mueve ese bonito culo y vente conmigo.

Me giro y veo a todo el mundo feliz, sonriendo. No quiero crear un numerito y que el nombre de Sanders pueda surgir ahora. Caroline no merece eso.

Me cruzo de brazos y salgo hacia una de las terrazas del restaurante. Tengo frío y me abrazo a mí misma. Noto cómo pasa su chaqueta del traje por encima de mis hombros. Le doy las gracias.

—¿Y bien? —pregunto.

—Deberías dejar de ponerte en peligro, no siempre vas a tener a alguien pudiendo acudir a ti —dice encendiéndose un cigarro—. ¿Rocco Pfeiffer?

Señala el vestido.

—No empieces con tus tonterías, no es el momento. —Adopto una actitud algo insolente, pero honestamente pienso que tengo razón—. ¿Sabes quién es? —Trato de evitar discutir cambiando de tema.

—Sí. Sonja adoraba a ese diseñador, se pasaba el día viendo sus diseños en las revistas de moda, es fácil reconocer uno de los suyos —No está hablando conmigo, lo dice para sí mismo—. No preguntes por ella, no me arruines la noche.

Parece enfadado, está más distante de lo habitual. Pensaba que habíamos avanzado en algo (si es que habíamos comenzado alguna cosa) y de repente, se había convertido en hielo, en oscuridad, en rabia contenida.

¿Qué demonios están alborotando su paz mental y jodiéndole la cabeza?

—Eres tú quien la ha mencionado, borde de mierda...

—Aunque odie tu vestido, estás guapísima, por no hablar del culo que te hace —Da una calada y me observa con una sonrisa enorme—. Algún día te obligaré a traducirme todos esos insultos.

—¿Cómo sabes que son insultos?

—Frunces mucho el ceño  y resoplas con enfado antes de decirlo.

Pestañeo repetidamente ante su confesión. Me observaba hasta el punto de tener hasta mis gestos estudiados.

Él sabía que le insultaba y no le cabreaba. Al contrario, le hacía hasta gracia.

—Deja que te vea. 

Para probar su punto toma una de mis manos y me hace dar media vuelta, para comprobar con exactitud que tiene razón y no se lo ha imaginado.

—Es que eres guapísima —expresa dejándome atónita.

Espera, ¿qué?

Me suelto y vuelvo a ponerme frente a él. Llevo mis manos a su chaqueta, cubriéndome mejor todo lo que puedo, maldito frío.

—¿Estás piropeándome?

—No. Te estoy diciendo la verdad.

—¿Qué pretendes?

Preciosa —Amo cuando pronuncia esa palabra en español con su acento alemán y eso que ahora mismo le estoy odiando más que nunca—, ya no tienes sólo 16 años.

Trago e inspiro hondo.

—Y eso, para ti, ¿qué implica?

Me obligo a hacerme grande a pesar de, a su lado, ser tan bajita. 

Necesitaba saber qué implicaba para él que yo ahora tuviera diecisiete años.

—Que se acabaron los juegos, Manuela Schrödez. —Da una penúltima calada.

—Es Nela.

—Podemos dejarlo en preciosa.

Me sonrojo porque amaba cuando él me llamaba así en español con el deje de su precioso acento alemán.

Y lo sabía.

Y por eso su sonrisa es cruel, victoriosa, incluso algo irónica si se me permite decirlo. No le estoy entendiendo.

—¿A qué viene este cambio de actitud?, ¿qué te pasa? —Me abrazo a mí misma porque lo mucho que me provoca y me asusta a partes iguales no me permite pensar con claridad.

—¿Quieres descubrirlo? —Le quedan pocas caladas, da una y tira el humo cerca de mí.

—¡¿Qué estás haciendo?! —refunfuño—. ¡No hagas eso!

Mira hacia otro lado, permitiendo que le vea de perfil una vez más. Nunca me cansaré de pensar que Friedrich Vögel está esculpido por el mismísimo Miguel Ángel.

¿Qué le está rondando por la cabeza para que se comporte así?

—Mañana juega el Eintracht, iremos a un bar a tomar algo, estaría bien que te unieras y te pusieras nuestra camiseta.

—No cuentes con ello.

—Si perdemos te echaré la culpa —Apaga el cigarro y lo deja en el cenicero—. ¿Cuándo te operan?

—Ya lo sabes, ¿no?

—Dímelo —Me atrae a él pasando su brazo izquierdo por mi cintura y pegándome a él—. Dios, necesito que te quites ese vestido.

No sé si lo dice porque odia al diseñador o por algo más... sexual. Tal vez, por ambas. No sabría descifrarlo.

—Pues fíjate que a mí me gusta tanto que estoy pensando en dormir con él.

No quiero preguntar por Sonja porque él la ha marcado como una línea roja, pero a la vez me gustaría saberlo. Es el segundo nombre de mujer al que me tengo que enfrentar; primero Enia y ahora Sonja. ¿Hay alguna más?

—¿Cuándo te operan?

Pongo los ojos en blanco y me doy media vuelta, no va a conseguir lo que busca.

Me agarra del codo, tirando de mí, casi pegando nuestros cuerpos.

—¿Y bien? —Está esperando una respuesta.

Quizás si se la doy me deje tranquila, hoy se está comportando como un gilipollas.

—¿Por qué quieres saberlo?

Sus largos dedos me toman del mentón y me sonríe de una manera algo tímida que consigue ablandarme por completo. 

—El 18.

—я буду с тобой.

«Estaré a tu lado»

—¿Por qué me da la sensación de que siempre que quieres decir algo importante lo dices en ruso? —Consigo zafarme de su agarre.

—Porque es mi manera de ser honesto. No me pidas que lo haga de otra forma.

—Buscas cómo decirlo en el traductor de Google porque a pesar de ser un poquito ruso, no tienes ni idea de hablarlo.

—A mí me sirve —Parece una confesión y parece sincero—. ¿Algo más?

Admiraba su capacidad para recomponerse tan rápido y fingir que no había mostrado debilidad. Friedrich conseguía que pensaras que te lo habías imaginado todo, pero también tenía muy controlado lo que quería mostrarte. 

Dudaba ser una excepción para él y por eso no creía que fuera casualidad que estuviera dejándome ver algo parecido a su fragilidad.

—Sí —Pongo los brazos en jarra, apoyando las manos en las caderas y buscando distancia con él. Me sentía demasiado cobarde cuando estaba a su lado—. ¿Por qué sabes tanto sobre mí? —Me estremezco un poco por el frío y eso que su chaqueta está haciendo bastante trabajo—. ¿Qué quieres sobre mí?

Reconozco que me fijo en cómo la camisa blanca se ajusta a la perfección en su cuerpo, ojalá empezara a llover sólo para ver cómo se le marca todo.

Me estoy odiando ahora mismo por desear este tipo de cosas incluso con su comportamiento de mierda.

—Antes de que vinieras vi una foto tuya —Se apoya en la barandilla sin importarle si está sucia, húmeda o cómo—, estabas con un par de amigas sonriendo y me llamaste la atención —Cruza sus brazos—. Así que le preguntaba a Thomas por ti y él le preguntaba a vuestro padre.

—¿Por qué viste esa foto?

Se encoge de hombros.

—Tienes el Instagram abierto y te mudabas a Alemania, te estuvimos stalkeando un poco.

—¿Y ya está?

—¿Qué más quieres? —Alza una ceja, retándome tal vez a ser valiente.

No puedo, no ahora mismo.

—¿Por qué eres amigo de Hugo Müller?

—¿Estamos en una ronda de preguntas? Porque si no voy a obtener beneficio a cambio, no voy a responder.

—Da igual —Me quito la chaqueta y se la doy, voy a entrar—. Hace frío, deberíamos volver.

—Nela —Coge mi mano y evita que me vaya, giro para enfrentarle—, si hubiera conocido a Hugo en aquella época, no le habría dejado actuar como un hijo de puta o como mínimo le habría dicho las cosas claras. No se destruye a quien no se lo merece. En el mundo hay demasiado bastardo suelto como para hundir a las buenas personas.

Eso es revelador, ¿desde cuándo está él aquí?

—¿Seguirías siendo amigo suyo?

—Por supuesto y él no habría sido un hijo de puta.

—¿Y si lo hubiera sido igual? —Le pongo en la situación—. ¿Seguirías siendo amigo suyo?

—Sí. —confiesa.

—¡¿Cómo puedes ser así?!

Uy, la regla me estaba haciendo ser un poquito más agresiva de lo normal o tal vez era el momento de justificarme diciendo que me signo zodiacal era escorpio. Ambas excusas me servían.

—A mí déjame tranquilo, Schrödez, lecciones de moral ninguna —Se está enfadando, estoy acabando con su paciencia—. Además, él ya tiene su castigo.

Desde luego que el dicho de "a tus amigos critícalos a la cara y defiéndelos a las espaldas" se aplicaba de lujo en Narciso.

—¡¿Te estás oyendo?! —Tiro de mi mano, pero no consigo soltarme—, ¡él no es el que está sufriendo!

—Pesadita, tiene su merecido. ¡Déjalo ya! —Alza la voz.

Creo que se está empezando a alterar y creo que no quiero descubrir lo que es tener a Narciso Vögel en mi contra y enfadado conmigo. Sin embargo, la rabia que siento ahora mismo es superior.

—¿Ah sí?, ¿y cuál es?

Un momento, ¿me ha llamado "pesadita"?

—Perder al amor de su vida, Manuela, ¿te parece poco?

—Qué romántico nos has salido, Friedrich.

—¿Cómo me has llamado? —Nos da la vuelta y deja mi espalda apoyada en la barandilla, con cuidado. Su azulada mirada está más oscurecida que nunca—, preciosa —Con una de sus manos tira de la trenza para alzarme la cabeza, siempre con cuidado de no hacerme daño—, ni se te ocurra volver a llamarme así.

—Pues a partir de ahora me llamas Nela.

—¿Es eso un reto, Manuela?

—Lo tomas o lo dejas, Frie...

No me da tiempo a terminar su nombre porque junta sus labios con los míos y muerde mi labio inferior, ni muy fuerte ni muy flojo, lo suficiente como para dejarme el recuerdo de que sus dientes han mordido, pero algo flojo para, desde luego, hacerme desear más.

—Estás deseándolo, ¿no? —Susurra cerca de mi oído y muerde el lóbulo de mi oreja.

Me estremezco. Necesito un beso real con él. Necesito sentir su lengua. Conocer si su boca es demandante o no. ¡Necesito descubrirle en todos los sentidos! Ansío conocer si lo que siento por él es meramente físico o si por el contrario estoy cayendo poco a poco y sin chaleco salvavidas.

—Sí...

—Pórtate bien, Schrödez —Lleva sus labios a mi cuello—, y gánatelo. —Deja un par de besos en mi cuello y consigue que me remueva por las buenas sensaciones que estoy teniendo.

—¿Por qué eres así? —Creo que mis mejillas han adquirido un color rojizo debido a la vergüenza.

—Porque puedo, preciosa; no lo olvides.

¡Hola! ¿Qué os ha parecido?

¿Quién creéis que es Sonja?

¿Cuál es vuestro signo zodiacal? ¡Yo soy Aries! 

Si me decís cuál es el vuestro, os digo si tenéis el mismo que alguno de la historia jajaja.

¿Os imaginábais a Jhon siendo detallista? ¡Contadme!

*Recordad que las traducciones que están en negrita están para que sepáis lo que significa y no os corte el ritmo de lectura.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top