Vierunddreißig: Jaque mate.
Capítulo dedicado a PurpleJupiterrr por todo su apoyo hacia la novela y por sus comentarios y amor hacia esta historia. Me encanta dedicaros capítulos y más cuando me ofrecéis tanto cariño. ¡Espero que lo disfrutes!
Vierunddreißig: Jaque mate.
Si pudiera describir el silencio diría que los matices importaban.
Siempre.
No era lo mismo un silencio donde un grito se ahogaba y el dolor te destrozaba con tanta contundencia que rompía algo dentro de ti que otro tipo de silencios.
Existía el matiz del silencio tras una noticia fatídica y que te desquebrajaba hasta tal punto que tenían que pasar horas, días, meses e incluso años para que pudieras asimilar lo que había sucedido y, aun así, una parte de ti, por muy pequeña que fuera, aún dudaba de la veracidad de lo ocurrido.
Estaba ese silencio cómodo que te hacía sonreír automáticamente porque estabas compartiendo tiempo con una persona especial. Ese silencio que podríamos definir como el silencio de dos personas conectando su alma con una mirada, con tanta intensidad y amor que es que las palabras sobraban.
No todos los silencios eran malos o buenos, también existían los silencios traviesos, por ejemplo, cuando hacías alguna diablura y te obligabas a ti mismo a quedarte bien calladito porque si hablabas conseguirías algún tipo de reprimenda.
Estaban los silencios llenos de orgullo, donde por mucho quisieras hablar, la sonrisa que surgía en tu rostro, no te permitía decir nada coherente. Y para mí, era uno de los silencios más bonitos y puros que alguien podía recibir.
Y luego estaba el silencio triste, un silencio duro de digerir porque era un silencio que no tenía consuelo. Que dijeras lo que dijeras, era inútil e inservible. Ese tipo de silencios donde querías ser interrumpido por cualquier ruido porque no había palabra en el mundo que te hiciera escapar de esa situación.
Y yo estaba en uno de esos silencios tan incómodos.
—Toma —Me ofrece el folio de nuevo, tomando las riendas de la situación antes de que alguno de los dos nos sintiéramos superados—. Tu madre hablaba de mí —Se limpia las gafas en la camisa, descolocándose el perfecto traje y mostrando una imagen de sí mismo más humana—. Y creo que ella sabía que había algo fuera de lugar, y por eso decidió mandarme ese tipo de señales. Al menos intentarlo.
—No tiene sentido, si Sanders estaba en España, cómo iba a impedir que te llegaran las notas o cartas o lo que fuera.
—Hija, ¿aún no te has dado cuenta de la mafia que hay detrás del nombre de Callum Sanders? Además, tu zona es..., ¿cómo llamáis a los extranjeros europeos y estadounidenses?
—Guiris. —Le ayudo a encontrar la palabra.
—Tu ciudad es de eso —Me causa ternura que no sea capaz de decir la palabra—. Y Sanders es sólo el cabecilla, ahora mismo podría darte como mínimo quince nombres de proxenetas, raptores, asesinos a sueldo, peones y un largo etcétera.
—¿A qué te refieres?
Me asusta la seriedad con la que habla y el darme de bruces con la realidad: el negocio de Sanders no se limitaba a unas pocas personas, había una guerra abierta contra él y su gente. Una organización que podía permitirse el lujo de corromper incluso a los eslabones más débiles de la policía, que estaban en búsqueda y captura y que tenían a sus pies a la peor calaña de la sociedad.
Jhon nunca bromeaba. Era un hombre serio, calculador y, aun teniendo muy poco tacto, te preparaba para ofrecerte información.
—Creo que estoy recibiendo... —Deja de leer—. Esa es la primera nota, «correrá peligro. Es nuestra hija y por culpa de las decisiones de su padre, estamos en peligro. Nela está en peligro».
Cierro los ojos y hago memoria de las otras notas que tantas veces he leído y juntado como si fueran un puzle para darles un sentido y un algo en común.
«Creo que estoy recibiendo amenazas. Dile que le amo, pero que no aguanto más. No puede seguir haciendo esto, el destino está escrito. No quiero irme, pero no me han dado opción. Si no me alejo, ella correrá peligro. Es nuestra hija y por culpa de las decisiones de su padre, estamos en peligro. Nela está en peligro.»
—Carmen era inteligente y supo protegeros todo lo que yo no fui capaz.
Había cosas que empezaban a cuadrarme, por ejemplo, la obsesión de mi madre por mantener siempre la llave y tres cerrojos puestos antes de ir a dormir. Su manía de mirar cada rincón de la casa después de volver de trabajar o de hacer recados. Amaba el gotelé porque decía que era más complicado estropear la pared. Y desde luego, todas las noches llamaba a mi tía Isabel antes de irse a su habitación a dormir.
—No —A pesar de todo, sigo sin poder creerle, no porque dude de su palabra, sino porque me resulta inverosímil—. ¿No hubiera sido más fácil llamarte? Tenía tu número, lo recuerdo bien porque durante cuatro años te estuvo recordando que tu hija cumplía años.
No quería sonar como una pulla, pero las palabras nacen de mi boca sin poder evitarlo.
Sabía que Jhon nos había protegido todo lo que había podido, pero también había reconocido ser un cobarde.
Y, por mucho que quisiera creerle, no me cuadraba que de todas las opciones que existían, si mi madre tenía miedo y, sobre todo, temía por mi vida, jugara a escribir cartas y tener la esperanza de que la situación mejoraría.
Carraspea y me da una sonrisa torcida. Como si tuviera guardado un As en la manga.
—Rodrigo Medina, tu vecino del 5ºD.
—¡¿Qué?! —Echo la silla hacia atrás, impulsada por mis manos al escuchar el nombre de uno de mis vecinos—. ¿Cómo sabes eso?
Si Jhon nos espiaba, estaba muy tentada a denominarle red flag por muy padre mío que fuera.
—Antonio Núnez —Evito corregirle y decir que es Núñez porque realmente era un apellido complicado y porque estoy atónita ante el conocimiento que tiene sobre mi vida en España—, tu vecino del 2ºA.
Tengo el corazón algo acelerado al darme cuenta del control que tenía y toda la información que podía manejar.
Sabía hasta los nombres de vecinos con los que a lo mejor no había cruzado la palabra en años.
—Luis Benítez del 6ºB, ¿quieres que siga?
—6ºC, en el B vivíamos nosotras... —corrijo ante el pequeño despiste del momento y sacudo la cabeza—. ¿Por qué sabes quienes eran todos mis vecinos?, ¿sabes qué es denunciable acosar a tu exmujer?
—Porque eran guardaespaldas y agentes secretos.
—Aaaaah —Es lo único que logro decir mientras me masajeo la cabeza y me planteo la situación—. ¿Mamá lo sabía?
—Más o menos.
Tiene una sonrisa triunfante. Le gustaba descolocar a las personas, incluso a su propia hija y, con esta nueva información, me había demostrado que, ni mi madre ni yo, habíamos sabido nunca la magnitud de la situación.
Y, sobre todo, lo mal que se podía sentir por haber intentado protegernos y no haber sabido hacerlo.
—Pero hay algo que no entiendo, Jhon...
—¿No puedo pedirte que vuelvas a llamarme papá?
—Tal vez cuando empiece a escuchar que me llamas Nela —Vuelvo a acercar la silla y ambos hacemos un gesto de desagrado cuando hago chirriar la patas contra el suelo—. Perdón... —Apoyo los codos en su escritorio—. Necesito saber por qué Sanders tiene esa obsesión contigo, conmigo y con mi madre. ¡Con todo lo que te rodea!
Suspira y se toma un par de segundos que a mí se me hacen eternos.
—Conocí a Callum Sanders en una ponencia de la Universidad sobre el derecho de extranjería y migración. En aquel momento el Muro de Berlín aún no había caído, los inmigrantes no estaban muy bien vistos y Alemania se dividía en la parte Occidental y la parte Oriental. Pero, en concreto, Berlín estaba dentro del bloque soviético, aunque la mitad de la ciudad pertenecía al bloque capitalista...
—¿De qué iba la conferencia?
Conocía la historia de Alemania —más o menos— y, aunque pudiera ser algo impertinente por mi parte, la impaciencia y necesidad de entender me había obligado a interrumpirle el discurso y que se centrara en la pregunta.
No iba a pedir perdón por ello, la verdad.
Se levanta y busca en su estantería, colocándose de cuclillas y tomando una pequeña carpeta antigua y con algunos costados rotos de color azabachado.
—"Ser descendiente de inmigrantes asiáticos en Estados Unidos y la Unión Europea". Es una rama del derecho muy poco estudiada porque está en continuo cambio y siempre me había interesado. Sobre todo, la migración.
—Pero si tú eres experto en derecho corporativo de ese, el de las empresas, ¿no?
—Sí —Se sienta de nuevo en la silla—, pero también estoy especializado en otros temas del derecho privado, aunque reconozco que el derecho dedicado a la migración y yo no acabamos funcionando del todo bien juntos.
—¿Qué? —No estaba entendiendo el punto al que quería llegar y eso me estaba impacientando más de lo que ya estaba—. ¿Y cómo una persona que da conferencias en una universidad acaba siendo buscado por la policía y siendo el responsable de una organización que hace tanto daño?
—Porque esas charlas eran su coartada para entrar legalmente a los países y secuestrar a tantísimas adolescentes y desapariciones, Nela. Hace 10 años no es como ahora y costaba muchísimo encontrar la forma de dar con los culpables, imagina hace 20 años.
—Pero se sabe ya quién es...
—Si cae Sanders, se está más cerca de desarticular la banda, hija —Apoya los codos en la mesa—. Hay muchos eslabones dispuestos a dejarse atrapar o coaccionados para que se dejen agarrar y salvar a los cabecillas.
Me estaba empezando a doler la cabeza con tanta información. Era demasiado.
—Es terrible lo asquerosos que llegan a ser, ellos hacen cosas inhumanas con las mujeres...
—Estoy de acuerdo contigo...
—Están enfermos. —añado.
—No te creas —Me contradice—, muchos de ellos son personas tan sanas como tú y como yo. Reducir su comportamiento a que neurológicamente algo no les funciona, es minimizar la maldad del ser humano.
Wow. No lo había pensado así...
—¿Y por qué tú?, ¿por qué de tantas personas va a por ti?
Es como si hubiera estado esperando esta pregunta, como si quisiera desvelarme la razón.
—Es bastante simple: supe ver que no era trigo limpio.
—¿Cómo?
—Me interesé muchísimo por su especialidad en cuanto a migración. Y quise trabajar en mi proyecto final con información suya, investigué y me puse en contacto con él. Eran todo palabras vacías de un discurso que ni él mismo comprendía la magnitud de sus palabras... —Se queda pensativo—. No sabía ni cómo responder a muchas de mis preguntas o incluso me mandaba verme de nuevo sus conferencias para salir del paso. Y eso empezó a mosquearme.
—¿Por qué?
—¿Un experto en derecho migratorio que es descendiente directo de inmigrantes surcoreanos que no conoce las leyes y sólo habla desde un discurso pensado para dar pena? Eso se lo dejo a los políticos, los juristas no tenemos opinión a no ser que sea en un juicio y queramos ganarnos la opinión pública. Alegar a los sentimientos en una ponencia en la que se habla de leyes en respecto a las crisis migratorias no existe la justicia: existen los decretos.
—O sea que era un inútil en la materia.
—Simplemente nadie se había atrevido a plantearse por qué era un discurso tan vacío y tan poco educativo. Yo no me di cuenta —reconoce sin vergüenza alguna—, Sanders es un hombre..., manipulador y embaucador, sabe cómo ganarse a las personas en corta distancia.
—¿Te... pidió que entraras en su... organización?
Tal vez mi padre se había negado y había hecho eco a los medios y fuerzas de seguridad que algo estaba sucediendo...
—¿Yo? —Intenta contener la risa—, eso no se pide, te ves inmerso sin darte cuenta, seas víctima o verdugo y acabas creyéndote tu rol o muerto por ser un rebelde.
—¿Entonces por qué tiene esa fijación en ti?
—Cuando tienes una organización de trata de blancas montada y un simple estudiante que te ha elegido modelo para su proyecto final empieza a ver actitudes que no cuadran, falta de conocimiento en la especialidad que manejas y, en especial, encuentra un hilo del que tirar y además, no sólo se lo comunica a la universidad sino a la policía..., acabas quedándote con su cara, su nombre, quién es y todos los datos habidos y por haber de esa persona.
—¿Y tú encontraste ese hilo del que tirar?
Jhon se tenía demasiada estima a sí mismo.
—¿Honestamente? —Alza una ceja, demostrando la superioridad que creía tener respecto al resto de las personas—. Dudo que se supiera tantísimo sobre esa organización y su cabecilla si yo hubiera pasado del tema y no lo hubiera denunciado.
—¿Y nunca has... tenido miedo?
—Soy cobarde, Nela —remarca mi nombre como si hubiéramos firmado una especie de pacto entre los dos—, pero nunca dejo que el miedo me paralice.
20 de enero, 2020.
La puerta se abre y veo a Izima Ndayizeye sonriéndome con cierta picardía. Esta vez lleva lentillas de color rojo, haciendo que su rostro se viera algo sanguinario y a la vez bastante dulce por las facciones de su cara.
Tenía un cutis perfecto y envidiable y siempre llevaba el pelo recogido en una coleta alta para que no le estorbase en la cara, aunque hoy tenía un look totalmente diferente, se había puesto trenzas por todo el cabello, desde el centro de la cabeza y cogiendo la raíz del pelo, luciendo un tipo de trenza llamado laberinto cornorw.
Detrás de ella, estaba Friedrich Vögel. Y desde el primer momento lo había visto llegar cuando la guardaespaldas había abierto la puerta.
No era difícil verlo puesto que su altura y su presencia siempre destacaban.
Y no lo decía porque estuviera jodidamente pillada o la-verdad-que-enamorándome-por-no-decir-que-ya-lo-estaba sino porque era imposible no verlo.
Medía casi dos metros según yo misma había calculado por las posibles cabezas que me llevaba, le gustaba ejercitarse y esa aura que le rodeaba entre misterio y pasotismo le hacían ser un spoiler andante que te obligaba a girarte si te cruzabas con él.
Lo curioso es que, en realidad, Narciso poseía más plot twists que spoilers propiamente dichos.
—Señorita Schrödez, es su día de suerte —Izima lleva una pistola en el cinturón de su pantalón y sonríe con diversión—, voy a enseñarle a cómo cachear a un hombre.
Mis mejillas se vuelven levemente coloradas y me levanto del sofá a la vez que me peino con las manos.
Lejos de molestarse, Narciso muestra esa faceta risueña que todo el mundo se sorprendía al descubrirla y da una fuerte carcajada.
—¿Vas a cachearme tú o vas a ir dándole órdenes? —pregunta señalándome y con la intención de acercarse hacia mí—. Es un fetiche que nunca me ha llamado la atención, pero bueno, si quieres dirigir la escena y a ella le pone, os doy todo el permiso del mundo.
—¡Alto ahí, Vögel! —Izima le prohíbe el paso—, yo dirijo y hago una demostración.
Friedrich pone los ojos en blanco y me guiña un ojo cuando ve que intento ponerme lo más presentable posible aun cuando llevaba unos leggins de invierno viejos y la parte de arriba de un pijama del Primark.
Cómodo y calentito, pero muy alejado de ser un atuendo sexy. ¡Es lo que había!
—¿Qué haces aquí? —Me acerco arrastrando los pies por el suelo, sin levantar la planta del parqué haciendo un efecto algo resbaladizo.
—¡Hola a ti también!
Friedrich de buen humor era uno de mis Friedrichs favoritos.
—Holi. —saludo con cierta vergüenza cuando llego a colocarme a su lado, mirando hacia arriba para poder verle a los ojos.
Tenía el pelo algo alborotado, húmedo y los ricitos del flequillo estaban enredados, probablemente, por culpa del viento y la lluvia.
Olía a tabaco y a una colonia que no conseguía descifrar, porque, si era sincera conmigo misma, tampoco prestaba mucha atención a ese tipo de detalles.
Izima no nos pierde de vista e impide con su brazo que podamos si quiera abrazarnos. Se lleva la mano a la oreja, como si estuviera hablando por el pinganillo con alguien y enseguida vemos el trajeado cuerpo de Massimo Tagliaferri hacer presencia.
—¿Me necesitabas, Izima? —Sonríe y levanta las dos cejas, él no tenía la habilidad de elevar sólo una—. Narciso —Estrecha su mano con la del alemán y luego toma mi mano, haciendo una reverencia y besándola—. È un piaccere rivederti, Nela.
«Es un placer volver a verte, Nela».
—No te recomiendo que me hagas enfadar, Tagliaferri —advierte Narciso en un tono que indica seriedad y diversión al mismo tiempo—, y es algo que sabes.
—Me gusta llevarte al límite, amico —Se lleva la mano al pecho, disculpándose—. Mi dispiace si te he molestado por ser educado, no sabía que en 2020 le donne necesitaban un caballero andante que las mee para marcarlas.
«Amigo / me disculpo / las mujeres»
Friedrich enrosca su mano en la camisa de Massimo, apretando la quijada y haciéndome dar un grito ahogado cuando apoya al italiano en la pared y con una cara de pocos amigos.
—No me fío de los italianos y menos cuando fallan a su gente...
Narciso le dice algo más que no logro escuchar e Izima mantiene su mano cerca de la cadera donde está la pistola, manteniéndome detrás de ella.
El problema de que hubiera traidores es que, si llegaban a desquiciarse entre ellos, no podrían confiar en nadie, ni en su propia sombra. Y desestabilizarse entre ellos, era lo peor que podía ocurrir.
—Si estás insinuando que soy un traidor, más te vale que lo retires adesso —No hace movimientos bruscos y tampoco intenta quitárselo de encima—. A diferencia de ti, yo siempre he tenido clara la mia lealtà.
«Ahora mismo / mi lealtad»
Agradezco internamente que tenga problemas a la hora de dominar con fluidez el idioma germano porque sabía que, si Narciso llegaba a entender lo que había dicho, ambos acabarían a peleándose físicamente y no sólo en una disputa verbal.
Se estaban dando golpes bajos, la diferencia es que Friedrich le hablaba todo el rato en alemán y, por cuestiones lingüísticas, Massimo expresaba ciertos comentarios en su lengua materna.
Si Narciso descubría que Massimo le había recordado que durante un periodo de tiempo había pertenecido al bando de Sanders, empezaría a temer por la vida de Massimo.
—Tienes más de treinta años, Tagliaferri y ella cumple los dieciocho en noviembre, no vas a tocarla —Su cara está en tensión y por un momento tengo miedo de que alguno de los dos se ponga agresivo—. Aunque ella quisiera que lo hicieras, mírame a los ojos, italiano —Narciso agacha la cabeza un par de centímetros para conectar su mirada directamente a la de Massimo—, no te lo permitiría, tendrías que pasar por encima de mi puto cadáver.
—Sólo dices eso porque quieres tocarla tú —Para mi sorpresa, Massimo muestra una sonrisa triunfante—. Y sabes que te mataría por dentro que fuera otro el que la tuviera —Pone su mano encima de la de Friedrich, buscando aflojar el agarre que aún mantenía en él—. Eres torpe y cualquiera que vea cómo la miras sabe que es tu punto débil.
—Cállate. —gruñe y lo zarandea un poco.
—Sí la tocan a ella —Me señala e Izima se endereza para mostrar que, pasara lo que pasara, ella estaba para protegerme—, te hunden.
Trata de empujarle y lo mueve ligeramente, sin conseguir desprenderse por completo del aprisionamiento del alemán.
—No me hagas pegarte un puñetazo, Massimo.
—En mi país tenemos una expresión para tu situación: Scacco matto, gin e Yahtzee, amico mio. ¿Quieres saber su significado?
«Jaque mate, tocado y hundido, amigo mío».
Atrapa su garganta, presionando todo lo que puede y haciendo que la mirada victoriosa del segurata cambie por completo a una de miedo.
—¡Vale ya! —exclamo—. ¡Vas a matarlo!
El agarre de Friedrich titubea un poco al oírme, pero sigue presionando con fuerza, marcando seguramente el cuello de Massimo.
—Significa que te han hecho jaque mate, Vögel —Sigue provocándolo a pesar de todo—. Te han tocado y te han hundido.
—Narciso —llama Izima con algo de preocupación—. Suéltalo, sabes que le gusta provocar y que no eres el único con quien lo hace, sabes que es imbécil y que con Ancel y Nils actuaba así, también lo hace a menudo con Hans e incluso con Hugo.
Por suerte, afloja el agarre, haciendo que Massimo tosa y se aparte para recuperar la respiración.
—Lezione imparata: no tocarle los huevos a Narciso Vögel.
«Lección aprendida».
Vuelve a respirar con tranquilidad y, mostrando una sonrisa, se coloca bien el traje.
—¿Habéis terminado ya de dar este espectáculo? —decreta su compañera de trabajo, poniéndose en medio y separándolos—. Massimo, quítate la chaqueta voy a cachearte.
—Si quieres tocar, devi solo chiedere.
«Sólo debes pedirlo».
—A mí no me hables en italiano que me pongo yo a hablar en ruandés y verás tú la risa cuando tu minúsculo cerebro piense que estoy invocando a algún demonio.
Coge de los hombros a Massimo y le da la vuelta contra la pared.
—Schrödez —Señala a Friedrich quien, con una sonrisa en la cara, fingiendo que nada había pasado y como si la conversación no hubiera existido, se da la vuelta, colocándose cara a la pared—, las manos a sus hombros y empiezas a palpar y a agarrar, como si estuvieras pellizcando, pero sin llegar a hacerlo.
—Eeeeeeeh —Me coloco detrás de Narciso y no puedo evitar fijarme en su culo, esos pantalones deportivos de su equipo de fútbol me estaban ofreciendo unas muy generosas vistas—. No llego. —reconozco al ponerme de puntillas y perder un poco el equilibrio hacia delante.
La sonora carcajada de todos consigue relajar un poco el tenso ambiente que se estaba respirando hasta hace un momento.
La cabeza de Friedrich se gira, permitiéndome ver sus hermosas facciones faciales y hacerme suspirar por lo mucho que me gustaba su cara.
—Preciosa, ¿quieres que me agache? —Muevo mi cabeza de arriba hacia abajo con lentitud—, ¿prefieres que me arrodille o por dónde quieres que te llegue?
Empiezo a notar el rubor que crece por mis mejillas ante la insinuación que ha hecho.
—De rodillas —exige Izima—, los dos.
—¿Por qué te has comportado como un energúmeno? —Sube detrás de mí y me da la vuelta, colocándome contra la puerta de la habitación cerrada de Thomas—. Podías haberlo matado.
—Le habría hecho un favor al mundo. —insinúa por lo bajini.
—No entiendo por qué te has puesto así —Pongo las manos en su pecho y me muerdo el labio inferior—. Es como si no confiaras en mí, como si no te creyeras que eres el único que quiero que me toque.
—¿Quieres que te toque, preciosa? —Lleva su mano derecha hacia mi cadera, dando un pequeño pellizco.
—Hablo en serio, Narciso —Me había acostumbrado a llamarlo por su nombre y no su apodo y hasta a mí se me hace extraño usar su sobrenombre—. Ha estado bastante feo por tu parte...
—Ya empezamos con los moralismos —Me interrumpe mientras pone los ojos en blanco y desliza su mano hacia la parte baja de mi espalda—. Una cosa es que tú no quieras que te toque y otra que él respete tu decisión.
—Son acusaciones bastante graves por tu parte.
—¿Por qué lo defiendes? —Frunce el ceño—. Tiene más de treinta años y tú aún tienes diecisiete. No te ofendas, a mí me pones muchísimo —Para demostrar lo que dice, toma mi mano y la lleva hacia la parte baja de su vientre, haciéndome palpar por encima de su ropa la creciente erección que le estaba naciendo—, pero él sigue teniendo más de treinta años, es asqueroso que pueda pensar en una niña de diecisiete.
—No estoy defendiéndolo —Le tomo la cara con las dos manos y acerco su boca a la mía—, sólo te estoy diciendo que no seas tan así..., tan sobreprotector...
—Pesadita, ni aunque me quisieras fuera de tu vida dejaría de protegerte, ya lo has oído, eres mi puta debilidad.
—¿Y eso te tensa tanto como para querer pegarle un puñetazo?
—Si juegan con mis debilidades significa que juegan contigo y yo eso, te guste o no, no pienso permitirlo.
Estampa su boca con la mía, abriendo la puerta y sujetándome para evitar que pierda el equilibrio y me caiga para atrás.
Es un beso ávido de necesidad, violento, agresivo, desesperado.
No me da tiempo a llevarle el ritmo y muchísimo menos a corresponderle como es debido, aunque eso no parece ser un problema para él.
Le encantaba someter mi boca a sus ataques hasta el punto de obligarme a querer imitarle y no quedarme atrás.
—¿Qué es lo que quieres? —Cierra la puerta detrás de mí, dejándome apoyada en ella y consiguiendo alterar todos mis sentidos y mi cordura al notar la presión de su erección en mi vientre—. ¿Qué necesitas?
—A ti...
Apoyo las palmas de las manos contra la puerta y me impulso para ponerme de puntillas y ser yo la que inicie un nuevo beso.
Juntar mi boca con la de Friedrich Vögel implicaba no sólo ser besada por un hombre que sabía cómo volverte loca y hacerte disfrutar con sólo usar su lengua y sus labios como arma.
También implicaba la sensación de sentirte deseada como si fueras una diosa de alguna mitología antigua en la cual te convertías en el epicentro de su mundo porque eso era lo que ansiaba: darte placer como si lo único correcto en la vida fuera conseguir llevarte al éxtasis.
—¿El qué exactamente?
Muerdo su labio inferior con cuidado de no hacerle daño y enrosco mis manos por detrás de su nuca a la vez que él lleva las suyas a mi trasero, apretándolo y dando algún pellizco que otro que me hace suspirar por más.
—¿Es necesario que lo pida? —No tenía inconveniente en expresar cuánto deseaba tenerlo todo de él, el problema es que me asustaba sonrojarme hasta el punto de bloquearme y perder la magia del momento—. Ya sabes que te quiero a ti.
Nos hace girar y me arrastra hacia la cama, acostándome con delicadeza en el colchón y subiéndose encima de mí mientras se desabrocha el nudo del chándal.
—Sólo dime cómo y dónde me quieres —Acaricia con ternura mi mejilla y sonríe al ver cómo mi lengua se pasea por mi labio inferior sin poder evitarlo, codiciosa por volver a notar su boca pegada a la mía—. Dentro, con las manos, con mi boca o con mi polla —Presiona sus caderas con las mías y cierro los ojos automáticamente al notar la electricidad que me recorre desde la punta de los pies hasta mi cabeza—. ¿Qué es lo que quieres?
—A ti —Trago saliva y llevo una de mis manos hacia su pecho, apretando la tela y sintiéndome suficientemente cómoda con él como para bajar la que tengo libre hasta la cinturilla del pantalón y rozar con mis dedos su erección—. Necesito que me lo hagas.
Para asegurarme de que comprende a qué me refiero, saco la valentía y la fuerza que tengo dentro de mí y mientras le miro acaricio su miembro.
Mi respiración se agita y los latidos de mi corazón se aceleran, nerviosa e impaciente por conocer su reacción.
—¿Segura?
Evalúa mi rostro y deja pequeñas caricias en mis mejillas y algún que otro beso húmedo desde mi barbilla hasta el centro de mi garganta.
Tomo su cara con mis manos, asiento y le beso.
No me sentía capaz de decirlo con palabras, pero desde luego que podía dar mi consentimiento y quería transmitírselo a través de mis gestos.
Sonríe y me advierte de que en cualquier momento le avise si algo está mal.
Siento que me falta el aire cuando baja sus manos a mi viejo pantalón y lo retira a la vez que toca mi piel desnuda con sus manos, poniendo cuidado extremo en no tocar demasiado la cicatriz del muslo y se lo agradezco.
Apoyo los codos en la cama y observo cómo se va quitando las prendas de ropa, quedándose prácticamente desnudo para mí.
No había visto en persona al David de Miguel Ángel para hacer tal comparación, pero sin duda, aún con la pequeña cicatriz que acababa de descubrir bajo su ombligo, en la parte derecha de su vientre, me parecía un cuerpo perfectamente tallado.
Si Friedrich Vögel hubiera nacido en el siglo dieciséis, me atrevería a afirmar que había servido de inspiración para crear semejante escultura.
—¿Me ayudas? —pregunto sin poder diferenciar el calor de la timidez del de la excitación—. Si quieres, claro...
Me incorporo como puedo y levanto las manos, esperando a que Narciso me quite la parte de arriba del pijama.
Mi pecho sube y baja con nerviosismo y él no duda en ayudarme a calmar las ansias tomando mi boca y pegándome a él.
Físicamente sólo nos separa su ropa interior.
—Un momento... —Susurra en mi boca antes de tomar aire y abrir el primer cajón de la mesilla de noche, rebuscando—. ¿Fresa?, ¿en serio?
Una carcajada nace de su garganta antes de volver a ponerse serio y elegir otro tipo de condón. Desde luego que su mejor amigo tenía una colección para decidir cuál era el más apropiado.
Baja su bóxer y un suspiro ahogado se queda atrapado en mi garganta al ver su pene erecto.
Creo que es demasiado.
Más de lo que podría abarcar.
—Estoy asustada...
Había perdido mi virginidad demasiado pronto y hacía casi dos años. Ambos éramos inexpertos y habíamos querido adelantarnos al tiempo, pero ahora estaba en una situación diferente.
Estaba nerviosa y no por el dolor, sino porque quería descubrir la magia que podíamos tener los dos cuando nos conociéramos de la forma más carnal y humana posible.
—No te preocupes —Se muerde el labio inferior mientras se coloca el preservativo—. Si no quieres, dímelo.
—Estoy deseándolo.
Creo que sueno incluso ansiosa, pero realmente me sentía preparada y excitada por conocer todo lo que Friedrich podía ofrecerme y quería darme.
Empieza a mover su mano por toda su longitud, creando la imagen más erótica que cualquier persona podía imaginar.
Narciso sabía cómo dar placer con sólo tocarse y se aprovechaba de esa ventaja, haciendo que su ego creciera aún más si es que era posible.
Se tumba sobre mí y me ayuda a abrirme un poco más.
—Deja que te toque... —Lleva sus dedos hacia mi entrepierna, acariciándome los labios y el monte de venus y sin olvidarse de tocar con maestría mi clítoris—. Joder, preciosa, no te imaginas lo bonita que estás mientras esperas a que te folle.
Sus palabras me avivan y le pido que me toque sin pudor alguno. Quería que me demostrara con hechos lo que sus palabras decían.
Mete dos dedos, sin olvidar de seguir masturbándose.
Podía afirmar que Friedrich era un amante generoso, al que le gustaba dar placer y disfrutaba contemplando cómo lo conseguía.
—¿Quieres? —Busca mi aprobación, necesita saber que le estoy dando mi consentimiento.
—Hazlo, por favor.
Saca los dedos y apoya su mano derecha al lado de mi cabeza mientras con la otra se guía para entrar.
Nuestras narices se tocan y siento la necesidad de besarle para calmar mi miedo.
Noto la intrusión en el momento en el que va entrando y estirándome.
—Espera... espera...
Necesitaba un momento para continuar recibiendo todo lo que su pene tuviera para darme.
—Tranquila, tranquila.
Una gota de sudor cae en mi frente, haciéndome notar el gran esfuerzo que estaba realizando para no meterla de golpe. No se estaba quejando y no tenía intención de pedirme que me acostumbrara más rápido para seguir y eso, consigue darme el coraje necesario para ello.
—Más... —Pido.
No deja de mirarme mientras sujeta con la mano ahora libre mi cabeza y me mira con tanta pureza que yo misma levanto las caderas y tomarlo entero.
—Ya está, tranquila, ya está casi todo —Besa mis labios cuando nota que me quedo sin aire por un momento y sonríe con picardía cuando un gemido se escapa de mi boca al ajustarse y hacer un movimiento con su pelvis—. ¿Quieres más?
—Quiero todo, Friedrich.
Comienza a moverse, no sólo de arriba hacia abajo, sino también haciendo círculos con las caderas y cambiando de ritmo continuamente hasta descubrir cuál me proporciona más placer.
Me levanta por la espalda y se sienta en sus rodillas, apoyando la espalda en la fría pared y haciéndome subir y bajar, dándome cierto control superficial con la nueva posición, pero siendo él quien conduce mi cuerpo todo el rato.
Da una sonora palmada en uno de los mofletes de mi trasero haciéndome soltar un gemido en forma de aprobación.
Sonríe y me tumba de nuevo y haciendo más rápidos sus movimientos, mientras que masajea con su dedo pulgar mi clítoris y me anima a crear un ritmo de jadeos y gritos que nos vuelve locos a los dos.
Si el paraíso existía debía ser la imagen de Friedrich Vögel mientras te follaba.
Mantiene un ritmo bueno y abre algo más mis piernas, besando mis pechos y cuello, sin olvidarse de mi boca mientras consigue acallar un sonoro gemido que amenazaba con surgir desde lo más profundo de mí.
Da un par de estocadas más mientras consigo calmar el temblor que siento por todo mi cuerpo y levanta la cabeza, gruñendo y permitiéndome sentir la satisfacción que daba el escuchar a un hombre gemir tu nombre.
Se sale con cuidado mientras agarra el condón y me abrazo a su cuello, sintiéndome tan en paz, tan tranquila y tan cómoda a su lado que mi reacción es romper a llorar.
Por un momento, toda la tensión, el dolor y la presión habían desaparecido.
—Eh, eh, eh —Busca mi cara y sus ojos me miran con preocupación—. ¿Estás bien?, ¿te he hecho daño?
El miedo que nace en su mirada me da la fuerza para hablar y abrazarme con más fuerza a él, enterrando mi cabeza en el hueco de su cuello.
—Qué tonta... —Sorbo por la nariz—. Es..., simplemente, me siento..., liberada. G-gracias... —aclaro con rapidez.
—¿De verdad?
Toma mi barbilla con su mano y apoya su frente en la mía.
—Friedrich, me siento mejor que nunca —Muerdo mi labio inferior—. Me duele un poquito, pero ha sido una explosión de paz..., no sé cómo explicarlo.
Su rostro se calma y respira con normalidad otra vez, abrazándome con fuerza y haciéndome sentir en casa, protegida y sobre todo, sin sentirme juzgada.
—Me habías asustado —Su respiración cerca de la piel me eriza por completo y le abrazo con más ganas—. No me perdonaría hacerte daño, no de ese modo.
—¿Y en qué modo sí? —Frunzo el ceño, separándome un poco y sintiendo cómo vuelvo a recuperarme.
—Si me lo pides, a mí no me importa.
Su enigmática sonrisa vuelve a aparecer en su cara, consiguiendo que me vuelva a ruborizar al recordar los dos o tres azotes que me había dado.
—¿Te... ha gustado? —pregunto tapándome la cara con la almohada.
—Reconozco que me la pone dura lo vergonzosa que te pones después de follar, es una faceta tuya que acabo de descubrir.
Se incorpora, dejando un besito en la punta de mi nariz y haciéndome suspirar cuando veo sus tonificadas piernas y su culo más que bien puesto.
—¿No necesitas un tiempo de recuperación? —pregunto con desconocimiento mientras alcanzo el pijama que me lanza y me sonrojo aún más si es que se puede.
—Sí, por eso mismo no vamos a por una segunda ronda —Me guiña un ojo y se sube los calzoncillos tras quitarse el condón—. A la ducha, preciosa o prefieres que te lave yo.
—Calla —digo recordando que realmente acabo de mantener relaciones sexuales con el mejor amigo de mi hermano en su habitación—. Por cierto —comienzo, necesitando hacer un cambio de tema—, ¿por qué tienes esa cicatriz? —Señalo la parte baja de su ombligo, al costado derecho.
Se sorprende ante mi pregunta, aunque consigue reaccionar y sonríe.
—Apendicitis —Se toca la cicatriz y me mira con pillería—. Quedaría mejor si te dijera que fue peleándome a punta de navaja, pero es por una operación de hace años.
Pongo los ojos en blanco.
—De hecho, queda mejor saber que es de apendicitis y no por una pelea callejera.
—Qué aburrida eres cuando te pones moralista.
Revuelve aún poco más mi pelo, como si no estuviera ya lo suficientemente enredado y hago un mohín con los labios pensando en que me toca desenmarañarlo.
—Y tú que bruto eres a veces. —Me defiendo.
—No te lo voy a negar —Busca en uno de los cajones y encuentra unos calcetines, supongo que la amistad entre Thomas y Friedrich era tan grande como para robarse condones y calcetines—. También estás guapísima con esa cara de recién follada.
—¡Narciso! —Estaba empezando a usar su apodo para recriminarle y me gustaba tener ese poder de decidir cómo llamarle—. A todo esto... —Me muerdo el labio inferior, mirando directamente la cama—, tenemos que cambiar las sábanas...
—Tranquila —responde carcajeando y recogiendo su móvil del suelo, antes de mandar un audio—. Hans, sube con ropa de cama limpia, te necesito.
—¡¿Qué?!
—Dos son más eficaces que uno —Se encoge de hombros—. Vete ya si no quieres que me escaquee y seas tú la que haga la cama.
¡Hola! ¿Qué os ha parecido?
¿Qué pensáis de las confesiones de Jhon y la conexión por la que Sanders le odia?
¿Qué os ha parecido el momento NEDRICH? NECESITO SABER.
¿Y el momento de Massimo y Narciso peleando?
Recordad que lo que está en negrita es la traducción para que vosotras lo comprendáis y no se os arruine la lectura.
Quiero mucho a Nedrich no me escondo no puedo:(
¿Tenéis alguna amistad donde podáis compartir condones y calcetines? Os juro que ha estado a punto de ser el nombre del capítulo JAJAJAJAJJA
¡Necesito saber vuestra opinión sobre todo lo que ha pasado jeje!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top