Siebenunddreißig: Reuniones en el servicio.

Capítulo dedicado a angel_dicaprio. Siempre estás mostrando apoyo a mis historias y creo que era justo devolverte de alguna manera todo ese cariño que me das. ¡Mil gracias por leer todo lo que escribo y por estar siempre en mis notificaciones! Gracias por creer en mis novelas♥.

Siebenunddreißig: Reuniones en el servicio.

Llegamos y bajamos del coche tal y cómo lo habíamos hecho el lunes, sólo que hoy era sábado, había nevado durante toda la madrugada, el parking estaba casi al completo y había demasiados periodistas intentando conseguir alguna exclusiva independientemente de quién fuera el entrevistado.

Un micrófono apunta directamente hacia Caroline Koch quien se agarra con fuerza al brazo de mi padre mientras mostraba cómo se debía manejar la situación muestra una sonrisa ensayada.

Ella sí llevaba una creación de su diseñador de moda —y creo que amigo— de confianza. Una pieza de la nueva colección de Rocco Pfeiffer en el que, sin duda, parecía una princesa de un cuento de hadas y una mujer atrevida al mismo tiempo.

Era increíble y envidiable lo bien que le sentaban los trajes elegantes, finos y exclusivos a Caroline.

Juraría que era un vestido de tul y que el escote del traje sin mangas era el llamado corazón. Además, se ajustaba como anillo al dedo a su cintura y dando una apariencia de una figura de reloj de arena perfectamente estilizada.

Era algo totalmente nuevo e innovador para la línea que el modista creaba, por alguna razón, me resultaba más rockero.

—¿Es verdad que cazó al prestigioso abogado para que su hijo extranjero tuviera los papeles? —Una periodista apunta con el micrófono a Caroline—. ¿Quién es el padre?

—Yo. —Se limita a responder Jhon sin mostrar ni simpatía ni hostilidad. Estaba empleando el tono más neutro con el que una persona podía hablar.

Vaya pregunta más de mierda.

Thomas había nacido en Alemania y por tanto era alemán, pero es que incluso si sus rasgos eran asiáticos por la genética que había heredado de su padre biológico, su madre era del país teutón.

—No pongas los ojos en blanco —Me recomienda—, esta vez no tendrán compasión si consiguen sacarte la peor foto.

—Con permiso —Pide Jhon con una amabilidad fingida y asegurándose de que Hans y Dominik fueran detrás nuestra—, agradeceríamos que se limitaran a preguntar sobre el acto político que hoy nos ocupa y, por favor, ahórrense las preguntas que todos sabemos que están fuera de tono.

—Señor Schrödez, ¿cómo se siente al tener por fin una hija a su lado?, ¿considera a su futura esposa como una sustituta de su difunta madre?

Doy un traspiés y noto la presión en el pecho al escuchar la pregunta tan cruel. ¿Cómo se podía tener tanta maldad sólo para conseguir una estúpida respuesta en primicia?

¿Dónde había quedado la ética y la profesionalidad?

Thomas aprieta los puños y me ayuda a estabilizarme. Una corriente de angustia me había calado por completo y estaba luchando por no ponerme a llorar mientras batallaba con mis propios pulmones para seguir respirando.

Nadie iba a sustituir a mi madre y jamás vería a otra mujer como la figura materna que había supuesto la mía durante casi diecisiete años de mi vida.

Ni Caroline Koch buscaba ser su recambio ni yo quería que lo fuera.

—Os acompaño —Stuart toma la delantera y camina delante nuestra, tapando las cámaras de los fotógrafos y obligando a los periodistas que estaban invadiendo nuestro espacio personal a alejarse—. Seguidme.

Hace una seña con los dedos y me doy cuenta de que mi visión se hace más pequeña al verme rodeada de varios seguratas.

Había coincidido pocas veces con Stuart y juraría que no había hablado de tú a tú con él, pero sabía que era alemán aun cuando tenía un nombre inglés.

No me había atrevido a preguntar, sin embargo, su acento berlinés le delataba como alemán o a lo mejor es que se había mudado al país germano hacía demasiado tiempo como para estar camuflado como uno más.

Cuando conseguimos entrar, me doy cuenta de que Caroline me pide que me ponga detrás de ella para que Izima nos cachee.

Massimo se encargaba de registrar a los hombres.

Me estaba acostumbrando a ser inspeccionada en cualquier lugar y eso me hacía gracia y a la vez curioso. Cualquiera que contara todas las ocasiones en las que habían revisado si tenía el teléfono pinchado o algo escondido pensaría que la criminal era yo.

Bellissime —dice Massimo una vez que ha terminado con los chicos y opta por aprobar nuestra ropa—. Nela, sei così bella.

«Bellísimas / Nela, estás muy guapa».

—Los piropos te los guardas para tu mujer, Massimo —determina Jhon alzando una de sus rubias cejas—. Luego tengo que hablar una cosa contigo y con Izima, os necesito con todos los sentidos en alerta.

Mi dispiace —Entona con suavidad y con una sonrisa sincera—. Sin problema, jefe.

«Me disculpo».

No notaba ningún tipo de maldad en las palabras de Massimo Tagliaferri, pero no me gustaba que alguien a quien no le había dado ese permiso me piropeara.

O al menos me daba la sensación de que es lo que había hecho.

Tal vez estaba juzgando erróneamente, pero es que el idioma me resultaba extrañamente empalagoso a la vez que romántico.

En cambio, el alemán, me parecía tan rudo que le veía un atractivo peculiar. En especial si estaba acompañado del acento más suave del país: el hessisch.

Tampoco es que fuera a reconocer en voz alta que parte de la culpa la tenía Friedrich porque, en realidad, no hacía falta decir lo evidente.

—¿Cómo nos vamos a sentar? —pregunto tras saludar a mis tíos y buscar sin éxito alguno a Erlin o a Friedrich.

—Hugo, tú, Narciso, yo, Hermann, Erlin y Martina en la misma mesa —aclara Thomas—. Papá y mi madre con Konrad, Mayer, Louise y los padres de Hermann y su hermano en otra —Señala una cercana a nosotros—. Y los Müller con Donny, Ayelén, Wolfgang, Till y Ben y los padres de Erlin.

—O sea que van en mesas de seis a ocho personas.

—Más o menos, sí.

—¿Por qué esa distribución tan rara?

Thomas sonríe y se coloca bien la corbata.

—Nadie quiere aguantar en la misma mesa a los Müller...

—¿Tan horribles son? —pregunto sintiendo lástima hacia los Baltßun y el resto de mis familiares—. Parecen unos estirados, pero no creía que fueran para tanto...

—¿Has escuchado alguna vez la expresión «Sie Scheißlangweiler sind»?

—No...

—Es la forma más vulgar de decir que son insoportables.

—¡Aaaah! —exclamo—. En España diríamos «ser un coñazo».

—¿Conatzo?

Río con disimulo porque sabía que estaba feo mofarse de alguien a quien no le salía pronunciar bien una palabra, pero es que me había hecho demasiada gracia.

—Coñazo. —decreto antes de darme la vuelta y ver a los tres amigos de Thomas—. La verdad es que como grupo no pegáis.

Hermann Rabensteiner estaba tatuado de pies a cabeza y no sabía si alguna parte de su cuerpo estaba libre de tinta, tenía varios piercings visibles entre los que se encontraban el de la ceja y la lengua y alguno que otro en la oreja. Era la segunda vez que le veía con traje y el contraste de esa aura macarra con ropa elegante me parecía maravillosa.

Hugo Müller era el niño pijo de ciudad con el pelo rubio y sedoso que todo el mundo desearía acariciar, siempre llevaba la mejor ropa que una se podía imaginar y sus pecas alrededor de la cara le daban una falsa apariencia de inocencia.

Friedrich Vögel, estaba en un punto medio y yo, que no era objetiva con él, podía seguir afirmando sin miedo que era el que más presencia tenía de todos. Sus rasgos estaban bien definidos y aunque su nariz era un poco más puntiaguda de lo normal y sus ojos azules normalmente parecían apagados, tenía unos ricitos que resultaban adorables y que en su conjunto y por separado le hacían ser demasiado guapo. Simplemente tenía ese algo que te hacía querer mirarle y nunca pasaba desapercibido.

Y por último estaba Thomas Koch, hijo de un estadounidense de origen surcoreano y de quien había sacado la mayoría de sus rasgos faciales a excepción del color índigo de sus ojos.

—¡Espérame! —exijo no queriendo quedarme sola.

Se gira, aguardando a que llegue hasta él y sigue caminando hacia sus amigos sin permitirme que me agarre a su brazo para ir igual de rápida que él.

Qué borde era a veces.

—¡Españolita! —Hermann abre sus brazos y me da un achuchón tan fuerte que por un momento pienso que me voy a desintegrar en sus brazos—. ¿Sabes qué? —Aplaude con entusiasmo una vez me suelta y Narciso aprovecha para pegarme a su pecho y abrazarme por la cintura—. ¡He aprobado los exámenes físicos de bombero! Ya sabes a quién llamar cuando necesites que te apaguen el fuego.

—¡Enhorabuena! —Intento soltarme del agarre de Friedrich para volver a abrazarle sin mucho éxito—. ¡Oye, no seas un neandertal!

Ríe y se me sube el color a las mejillas, es que no me acostumbraba a estar tan cerquita de él en público y recibiendo toda su atención.

—Imposible, españolita, Alemania Occidental sigue ganándome y no me permite conquistarte. —dice bromeando el tatuado.

Un carraspeo hace que nos demos la vuelta y vemos a una mujer con un hijab de color blanco y algo bajita acompañada de un hombre casi tan alto como Friedrich y un niño rubio muy repeinado.

Era evidente que Hermann tenía los rasgos más característicos de ambos y que su hermano sólo había sacado los genes tudescos de su padre.

Merheba, Ghaaliya —saluda Friedrich con un asentimiento de cabeza—. Un gusto verle de nuevo, Josef —Se dirige al hombre alto sin necesidad de agacharse—. ¿Cómo estás, Max? —Me suelta para saludar al hermano pequeño de su amigo.

Merheba —dicen tanto Thomas como Hugo.

—Mamá, te presento a Nela.

—Mucho gusto —Sonríe con ternura—. Si se te hace difícil decir mi nombre puedes llamarme Gali sin más.

—Igualmente, Gali.

Parecía una mujer dulce, pero detrás de sus oscuros ojos se escondía el terror de una guerra y el sufrimiento de una persona que había perdido toda su vida tras haber tenido que huir de un país al que un día había podido llamar hogar.

—¿Dónde puedo encontrar a los Schrödez? Nos gustaría agradecerles la invitación y que nos hayan dado un hueco en la mesa con ellos y no con...

Se queda en silencio y mira con tristeza a la vez que afecto a Hugo.

—Perdón por eso... —interviene el rubio agachando la cabeza con vergüenza—. Ojalá no se sintiera incómoda por la presencia de mis padres...

—No te preocupes, Hugo —La voz de Josef me aporta calma y no sé por qué me produce cierta ternura—, tú no tienes la culpa de cómo son ellos.

Era obvio que los Müller y los Rabensteiner no se llevaban bien.

—Creo que nunca seré capaz de quitarte las manos de encima, preciosa.

No sabía cómo habíamos conseguido escaquearnos y cómo habíamos acabado así, pero no iba a quejarme precisamente.

Estar besándome con Friedrich en los baños mientras que sus manos viajaban por todo mi cuerpo amenazando con rasgar las medias que me refugiaban un poco del frío no era una gran idea.

Pero es que me daba completamente igual.

Me tenía apoyada en el mármol de la jofaina y yo me estaba deshaciendo de esa corbata que combinaba con el color de sus ojos.

En el suelo estaba la cara chaqueta a la que no le había quitado el precio y que, seguramente, con todo el descaro del mundo, habría pensado en devolver tras usarla.

Tira de mis muslos hasta posicionarse entre mis piernas y obligarme a que note la dureza dentro del pantalón. Cualquiera que le viera ahora mismo desearía descubrir lo enorme que era.

Desabrocho el cinturón como puedo mientras su boca va directa a mi cuello, dejando besos húmedos y besando el centro de mis pechos antes de morder con cuidado y maestría uno de ellos.

—¿Vas a dejar que te folle? —pregunta con su desparpajo natural—, ¿vas a dejarme que vea lo bonita que eres cuando te corres en el mismo baño donde me la chupaste el lunes?

Noto todo el calor subiendo a mis mejillas al recordar ese momento y asiento deseosa de volver a sentirle dentro de mí.

—Sí...

Sonríe y pasa su pulgar por mis labios, antes de agacharse y recoger su americana del suelo. La pasa por mis hombros y me levanta al vuelo, llevándome hasta uno de los baños y cerrando con pestillo.

Deja que apoye los pies en el piso y tras arremolinar la tela del vestido en mi cintura, baja con rapidez las medias y uno de los tacones antes de volvérmelo a poner.

Aflojo los botones de su camisa y manoseo con mis frías manos sus músculos, consiguiendo que la piel de su torso se erice bajo mi toque.

Preciosa... —Oigo cómo suspira con anhelo cuando arrastro mis uñas hacia su vientre y palpo con ganas su longitud—, nunca dejes de acariciarme.

Lleva una de sus manos a mi cuello, alzando mi cabeza y apretando el punto correcto para darme placer sin obligarme a sentir ahogamiento.

Su otra mano se cuela por dentro del tanga sin costuras que me había puesto y por una vez podía reconocer sin vergüenza alguna que me excitaba la desesperación con la que estaba intentando retirar la tela para tocarme con total libertad.

La necesidad que sentía por tocarme era tal que se estaba volviendo loco y, a mí, me encantaba la sensación tan poderosa que sentía gracias a ello.

Gimo cuando lo consigue y me pide que busque en el bolsillo de su chaqueta que aún estaba sobre mis hombros.

Saco un condón y hago un mohín con los labios al sentirme obligada a soltarle para poder abrir el envoltorio y colocárselo bajo sus órdenes para evitar que se rompiera.

—Esto será rápido —advierte subiendo mi pierna derecha con cuidado de no hacerme daño y posicionando su miembro entre mis pliegues—. Ni se te ocurra gemir.

Estaba tan mojada que hasta yo sentía la humedad de mi entrepierna, pero él seguía siendo demasiado grande en todos los sentidos posibles y eso seguía tensándome incluso cuando hacía todo lo que estuviera en su mano para evitar que sintiera algún tipo de dolor.

Entra con cuidado, estirándome y besándome para impedir que suelte algún gritito de placer.

—¿Todo bien?

—Sí... —susurro contra su boca mientras clavo mis uñas en su trasero—. Quiero más...

Sabía que no estaba dentro del todo y mis palabras le avivan para sacarla y girarme.

—Muérdeme la mano si quieres gritar —Me obliga a colocar la mano en una de sus nalgas y habla con la voz ronca antes de empezar a meterse dentro de mí—, pellízcame si es demasiado intenso y necesitas que pare.

—Friedrich... —Noto cómo tira mi cuerpo hacia delante para acomodarse mejor y me mantiene en el sitio sujetándome con la mano libre de la cadera—, hazlo.

Fóllame, por favor.

Juraría que me había leído la mente o tal vez es que me necesitaba tanto como yo a él porque su mano cubre mi boca al completo y empiezo a sentir todo el placer recorriendo cada parte de mi cuerpo cuando empieza a salir y entrar con rapidez.

No se oía nada más que nuestras respiraciones y el choque de su cuerpo contra el mío. Y yo me sentía tan frustrada de no poder expresar el placer que me estaba dando que notaba algo de sudor mezclado con las lágrimas por mi cara.

Ahora entendía su advertencia y me estaba encantando.

Llevo la mano libre hacia mi cuerpo y comienzo a acariciarme a mí misma, no era la primera vez que lo hacía, pero desde luego que sí era la primera vez que me tocaba mientras era follada hasta conocer cuál era el verdadero paraíso.

—Joder, Nela... —Sus embestidas aumentan al verme reaccionar explorando mi propio cuerpo—, no eres consciente de lo bien que te sientes... —Se calla cuando escuchamos cómo una puerta se abre y me coloca recta antes de sentarse en el aseo y colocarme encima de él—. Necesito que te corras —dice pegado a mi oído.

Levanta mis caderas hacia arriba y hacia abajo, rápido, profundo y matándome del placer mientras yo lucho contra mi propio cuerpo para evitar gritar presa del gusto que me estaba llevando al límite.

Ni se te ocurra gemir...

Necesito que te corras...

La necesidad de gritar me lleva a morder mi labio inferior con tanta fuerza que sabía que lo más seguro es que estuviera sangrando.

Pero me daba igual.

No quería que esta sensación se acabara nunca.

La fricción entre nosotros es simplemente deliciosa y acabo rompiéndome en un orgasmo sin saber si he conseguido mantenerme callada o no y recibiendo unas cuantas estocadas más antes de ser besada con tanta desesperación por su parte que juraría que no sabía si me había vuelto a correr al mismo tiempo que Friedrich.

—Creo que podría acostumbrarme a esto —murmuro pegada a su boca mientras se sale de mí y toma un poco de papel higiénico para limpiarme—. Tú realmente sabes cómo follar.

Intento hablar lo más bajito que puedo y hacerme entender con la respiración agitada.

Niega con una sonrisa en la cara y seguramente con el ego aún más complacido.

Qué podía decir, es que se había ganado con creces que se lo dijera.

Se lleva el dedo índice a los labios mandándome callar y se levanta demostrándome una vez más lo alto que era.

Friedrich era un hombre con presencia en todos los sentidos y quien lo negara es que tenía la realidad distorsionada.

Se quita el codón y lo anuda bajo mi atenta mirada mientras lo envuelve en papel.

—¿Qué? —pregunta con un tono de voz ronco y bajito—. No vuelvo a dejar uno a la vista en la vida.

Se encoge de hombros y me ayuda a arreglarme la ropa, incluso frunce el ceño mientras desenreda mi pelo enmarañado en una coleta casi deshecha.

—¿Cómo estoy? —cuestiono haciendo un círculo imaginario alrededor de mi cara.

—Recién follada y preciosa, como deberías estar siempre.

—Hablo en serio...

—Y yo también.

Un golpe se escucha proveniente de otro baño y me asusto.

—¿Qué ha sido eso?

—No sé... —Entrecierra los ojos y se coloca bien la ropa—. ¿Quieres que vaya a ver?

—Estamos en el baño de chicas...

—Entonces te toca ser mi heroína y salvarme la vida.

Me guiña un ojo y doy media vuelta para abrir el pestillo. Me tomo un par de segundos antes de sentirme preparada para caminar dignamente y sin parecer un pato mareado.

Me acerco al lavamanos y empiezo a limpiarme cuando soy sorprendida por una Daniella más despeinada que yo si cabe y con el uniforme de camarera mal puesto saliendo del baño contiguo.

—Joder, Nela —Se lleva la mano al pecho al verme. Creo que no se esperaba que fuera yo la que estaba dentro de uno de los baños—. ¡Qué susto!

—Dime que no has oído nada —Me muerdo el labio inferior cuando veo desde el espejo a Narciso salir del cubículo terminando de abrocharse el cinturón y con la americana colgada en su brazo—. ¡Ni una palabra! —advierto al alemán.

Había que reconocer que, aunque pareciera algo insólito, estaba aún más guapo con los labios algo hinchados, los rizos totalmente despeinados y las mejillas sonrosadas del esfuerzo que había realizado mientras me follaba.

Friedrich Vögel era un maldito monumento con vida que había decidido venerarme como a su deidad.

—¿Y tú? —pregunta sin atreverse a mirar a Narciso—. ¿Has oído algo?

—¿Yo?

—¿Puedo salir ya o qué?

La voz masculina viene de dentro del baño más grande, el que se usaba normalmente para cambiar pañales o para gente con movilidad reducida.

—¿Ese es Hugo? —curiosea Narciso sabiendo ya la respuesta—. Qué cabrón...

Ríe y le da una patada a la puerta de al lado, consiguiendo que el rubio pegue un grito y abra la puerta para enfrentarse a quien le ha molestado.

—¡Hijo de puta!

—Cállate y péinate, Hugo.

La cara de él pasa de la calma al agobio.

—¿Tan mal estoy?

Sus ojos se abren con preocupación y sale del baño olvidándose de meterse la camisa por dentro del pantalón, mirándose al espejo y evaluándose.

—Pareces una persona normal y corriente.

Se pone detrás de su amigo y le revuelve aún más el cabello, consiguiendo que se sofoque incluso más de lo que ya lo estaba si es que eso era posible.

—Imbécil. —responde dándose la vuelta y tratando de empujar a Narciso sin éxito alguno para acabar riéndose ante la situación en la que estaban.

Me gustaba verlos como lo que eran: dos jóvenes amigos con sentido del humor y que se estaban picando mutuamente. Era bonito observar el cariño que se tenían cuando en realidad, tenían caracteres y formas de ver la vida muy diferente.

Desconocía cómo habían entablado amistad, si había sido por pura supervivencia o porque no habían tenido más remedio que aliarse al tener a Thomas y a Hermann como amigos en común, pero desde luego que, en el fondo, se tenían muchísimo cariño.

Me fijo en Daniella quien tenía las palmas apoyadas en el mármol del lavamanos y trataba de relajarse.

Supongo que, se sentía culpable de haberse vuelto a enrollar o follar-una-vez-más-y-encima-habiendo-testigos-que-habían-hecho-lo-mismo con su exnovio.

—¿Estás bien?

Me mira y finge una sonrisa al escuchar mi pregunta.

—Un momento —Me pide antes de girarse hacia Hugo y señalarle con el dedo en forma de acusación—. ¡Te he dicho que esperaras dentro hasta que yo te avisara, Müller!

—Si tenía que esperar a que dijeras algo nos daba el 2021...

—¡¿Por qué siempre haces lo que te sale de los cojones?!

—Si hiciera lo que me sale de los cojones ahora mismo seguiríamos ahí dentro y yo estaría arrodillado sin que me importara manchar mis nuevos pantalones de Sandro Paris —Señala el amplio baño en el que se habían metido a hacer las mismas cosas que Friedrich y yo—. Que, si no recuerdo mal, eres tú la que me ha arrastrado ahí dentro...

—¡Cállate, Müller! —exclamamos las dos mientras Narciso termina de vestirse sin poder dejar de reírse.

Espero a que Friedrich salga del baño e ignoro cuando alguna persona que no me suena me saluda, obedeciendo a la petición que mi padre me había hecho horas atrás.

—¿Por qué has tardado tanto? —Me intereso cuando por fin aparece.

—Porque me estaba haciendo un trío con tu amiga y mi amigo —ironiza llevándose una peineta por mi parte ante su ocurrencia—. Estaba revisando la chaqueta, tengo intención de devolverla, ¿ves algún desperfecto?

La sacudo un poco por si acaso y le doy mi aprobación.

—Mira que eres avaro...

—Es lo que hay —Se encoge de hombros—, a ver si te crees que soy tan gilipollas de gastarme más de mil euros en una prenda de ropa.

—Pero ¿cuánto te ha costado? —pregunto horrorizada.

—Cero porque pienso devolverla —Tira de mí y nos dirige hacia mi padre y Carol—, pero de haberla comprado, casi 1.500.

Nos acercamos hacia ellos y me doy cuenta de que están hablando con un hombre con el pelo teñido de azul y con ropas demasiado excéntricas para mi gusto.

—Hola —saludo tomando las riendas y decidiéndome a interrumpir la conversación que los tres estaban teniendo—. ¿Todo bien?

Daniella me había ayudado a arreglar un poco el desastre que habíamos creado Friedrich y yo con mi ropa y maquillaje, salvando mínimamente el look y haciendo todo lo posible para que no se notara demasiado que había estado haciendo guarrerías —otra vez— en el baño de un restaurante.

—Hola, hija —Jhon se mueve hacia atrás para que me posicione a su lado y refunfuña cuando me decanto por colocarme entre el desconocido y Carol, con Narciso pegado a mi espalda—. Friedrich.

—¡Hola, suegro! —bromea él—. Si me permites decírtelo, Caroline, estás guapísima con ese vestido.

—¡Siempre tan encantador! —presume ella.

Aunque la voz de Narciso sonaba totalmente relajada sabía de primera mano por la presión de sus dedos en mi cuerpo que estaba completamente tenso.

Su agarre en mi cintura era demasiado fuerte, como si necesitara romper algo y no fuera consciente de que estaba usándome a mí.

No sabía quién era el hombre que estaba frente a nosotros, pero Friedrich lo había reconocido y no parecía ser algo positivo.

Clavo mis uñas en la piel de su mano, rogando que se diera cuenta de que tenía que aflojar esa fuerza que estaba ejerciendo y me percato de que estaba paralizado sin quitarle los ojos de encima al tipo que era un total desconocido para mí.

—Tú debes ser Manuela —Me ofrece su mano y se la estrecho como puedo—. Y por lo que he oído, tú debes ser su novio.

Me giro y el movimiento de afirmación que hace Narciso está demasiado mecanizado, como si lo hubiera ensayado o no hubiera escuchado la pregunta.

No podía emocionarme con su respuesta porque creo que ni él mismo era consciente de lo que estaba pasando.

—Nela. —corrijo automáticamente sin pensarlo.

—Es un honor para mí haberte podido vestir en diferentes ocasiones. Me entristeció que esta vez sólo una de las dos fuera a presumir de mis diseños.

Coge la mano de Caroline y le hace dar una vuelta de bailarina en el sitio, mostrando su creación con orgullo.

Yo sólo podía pensar que acababa de conocer al diseñador de moda.

Rocco Pfeiffer estaba aquí.

Y era él.

—Jhon —La voz del modista era de las más graves que había escuchado nunca y me resultaba un contraste absoluto entre su apariencia y su tono—. Permíteme decirte que tienes un yerno guapísimo, ya estoy deseando trabajar en una línea masculina para vestiros a tu hijo, a ti y a él —Señala a Friedrich quien se relaja al notar mis caricias en su mano—. Estoy seguro de que tendrás los nietos más guapos de toda Alemania... ¿Puedo ir pensando en una nueva colección para bebés? —Aplaude emocionado.

—Ni lo sueñes. —masculla algo incómodo mi padre.

—Estábamos hablando de la nueva colección de Rocco —comenta Carol reconduciendo la conversación—. Es maravillosa, más atrevida y saliéndose un poco de su línea habitual.

—¡Conseguirás que me sonroje, amiga!

—¡No mereces menos!

—Siempre tan dulce y amable... —Se lleva los dedos a la barbilla, pensativo—. Aunque debo dar crédito a mi ayudante. Hemos trabajado en esta nueva línea codo con codo. Es una joven talentosísima y estoy tan encantado con sus aportaciones que le permití nombrar la compilación de estos vestidos.

—¿Y qué nombre le ha puesto?

El entusiasmo que sentía Caroline por la moda me resultaba curioso y no llegaba a comprenderlo, pero me parecía fascinante por su parte la emoción que sentía al hablar de ello.

—Entre nosotros —dice pidiendo que nos acerquemos y cerremos un poco el círculo—. Aún no lo hemos anunciado, pero os lo contaré siempre y cuando guardéis el secreto.

—¡Por supuesto!

—Es la colección Bennington.

La presión de su agarre en mi cuerpo vuelve y opto por apretar con la punta del tacón su pie.

Se queja y nos llevamos una mirada de Jhon. Como no me soltase pronto me iba a poner a gritar auxilio sin ningún tipo de reparo.

—¿Tu ayudante está aquí? —Finge interesarse mi padre.

—No..., tal vez para la próxima.

—¿Y tiene nombre esa joven? —Ahora Narciso mostraba una inquietud nueva—. Es una carta de presentación muy buena.

Bufo.

Él odiaba a Rocco Pfeiffer.

¿Qué estaba pasando por su cabeza?

—Sofiya Ptitsa, creo que es de origen ruso —responde sin mucha convicción—, o quizás es búlgaro.

—Necesito un cigarro.

Su agarre desaparece por completo y sin mediar palabra se abre camino.

—Voy con él... —anuncio e ignoro cuando mi padre me llama.

Consigo alcanzarle y me lamento cuando me doy cuenta de que no estamos solos en la terraza y que me encantaría poder estar más cerca de él.

Aunque parece tan tranquilo como siempre, le conocía lo suficiente como para saber que algo estaba trastornándolo.

—No deberías haber salido —Da una calada y apoya los codos en la barandilla haciéndome observar su perfil izquierdo—. Hace demasiado frío.

—No es algo que nunca te haya importado.

Tira la ceniza del cigarro antes de volver a fumar, obligándose a consumir ese veneno al que era adicto y que tantas veces había prometido que iba a dejar, sin que se desperdiciara ni un poco.

—Normalmente me he asegurado de darte yo ese calor.

—¿Y por qué no lo estás haciendo ahora?

—Porque estoy fumando.

Se encoge de hombros y algo frustrada tiro de la tela de su camisa, dándole la oportunidad de que decida si montábamos un numerito digno de una nominación a los Oscar o si por el contrario dejaba de apartarme cuando los demonios dentro de su cabeza le destrozaban.

Entendía y respetaba que necesitara su espacio, lo que no podía permitir es que él quisiera ser partícipe de todo lo bueno y malo que a mí me rodeaba, pero que me alejara cuando algo malo le estaba rompiendo el corazón.

—Vale, pues tienes dos opciones o me cuentas qué te ocurre o tendré que entrar en calor y como tú no estás dispuesto y ni siquiera me ofreces la chaqueta para que no me congele... —Estaba mal amenazarle, pero no veía otra opción—, tendré que..., pedir un cigarro e igual eso me ayuda a no tener tanto frío.

Frunce el ceño y sin mirarme responde:

—Antes te corto las manos.

Mi yo de hace meses se habría acojonado y paralizado.

Ahora me sentía tan cómoda a su lado que lo que antes habría asustado a cualquiera, a mí me parecía incluso tierno.

—Pues habla.

—¿Y qué gano yo con eso?

Narciso era incapaz de cambiar. Siempre necesitaba un beneficio independientemente de con quien negociara. Si no lograba algo, no se hacía cargo de nada.

—A mí.

—A ti ya te tengo, pesadita —Vuelve a dar una calada y gira su cabeza, haciéndome ver la mirada más letal y enfurecida que había visto en la vida—. Ni se te ocurra amenazarme con perderte por una niñatada de las tuyas porque te juro por las personas que más quiero y más he querido que estarás mandando a tomar por culo nuestro pacto y ahí descubrirías por qué digo que soy peor que el mismísimo diablo.

—¿Me estás coaccionando?

Me cruzo de brazos y me obligo a fingir que no me siento abrumada con su respuesta.

—Si quieres dejarme, que no sea con una amenaza, que sea porque ya no quieres estar a mi lado, Nela.

Tira el cigarro al suelo y lo aplasta con la suela del zapato.

Una idea me cruza por la mente.

—Es tu exnovia, ¿verdad? —Temía por la respuesta e incapaz de mantenerme calladita, sigo hablando más de la cuenta—. Por eso estás tan hundido y afectado..., porque es tu exnovia a la que eres incapaz de olvidar...

Dar por hecho las cosas no era algo que recomendara, pero si era la única forma de averiguar la verdad, seguiría haciéndolo una y otra vez.

Sobre todo, porque necesitaba descartar ese miedo que acababa de nacerme.

Para mi sorpresa suelta una carcajada que me hace sentir la persona más estúpida del planeta y consigue que se me erice la piel y no por el frío.

—Eres demasiado bonita cuando confundes a cualquier mujer de mi vida con una novia del pasado o amante.

—Se llaman celos y no es algo que me guste sentir... —reconozco siendo incapaz de mirarle.

No consideraba que fuera algo tóxico ser una persona celosa porque al fin y al cabo todos lo éramos en mayor o menor medida. Lo que me preocupaba era ser incapaz de gestionarlos y acabar siendo nociva.

Aunque sonara ridículo, creía firmemente que la mejor opción era hablarlo con él incluso temiendo que pensara que estaba loca y que no valía la pena intentarlo conmigo.

¿Por qué Narciso no tenía esos problemas de inseguridad?

Suspira, dándose por vencido y cuando pienso que va a dar por terminada la conversación, me sorprende con su pregunta.

—¿Cuál es mi grupo favorito?

—¿A qué viene eso ahora?

—Contesta.

—Linkin Park.

—¿Y su cantante?

No-sé-qué-Cheese-Benton.

—Chester Bennington —corrige sin ser capaz de aguantar la risa—. ¿Y la colección de Rocco Pfeiffer? —Se acerca y me sujeta por la cintura antes de susurrar en mi oído—: te doy una pista: igual que el cantante de Linkin Park.

—Vale, una fan de Linkin Park como tú..., ¿y eso qué significa?

—No es fan de Linkin Park —asevera con total convicción—. Ptitsa es una palabra rusa, pero no es un apellido ruso.

—¿Y qué significa?

Sonríe mostrando los dientes sintiéndose superior a cualquiera al unir ciertos puntos que ni yo ni nadie lográbamos comprender.

—Vögel.

Me quedo petrificada.

Vögel era un apellido germano, pero también era la palabra que los alemanes usaban para decir pájaro.

Sonja Vögel.

Asiento como respuesta.

—¿Crees que ella... está intentando contactar contigo?

—No —niega—. Simplemente se está dando un nombre. Las personas tendemos a relacionar nuestros éxitos con nuestras vivencias pasadas sin darnos cuenta porque en algún momento de nuestras vidas han sido lo único que hemos conocido.

—¿Qué vas a hacer?

—Luego llamaré a Enia, necesito su ayuda.

Una punzada se clava en mi pecho. Enia me caía muy bien, pero me daba cierto respeto. Temía que confiara más en ella que en mí, aunque lo viera lógico porque al fin y al cabo eran mejores amigos, pero por qué Enia y no Thomas, por qué Enia y no yo.

—Creo que deberíamos ir entrando. —Controlo mi voz y me intento serenar.

Este miedo era mío y en este caso no creía ser nadie para pedir explicaciones.

—Sí —Camina delante de mí, tomando la iniciativa como en muchísimas otras ocasiones y coge mi mano antes de darse un momento la vuelta—. Nela, confío en ti más que en nadie, pero hay cosas en las que no puedes ayudarme...

—Pero..., es que siempre hablas de Enia y no sé..., ¿por qué no Thomas?

Sonríe y me tranquiliza saber que mis celos no le molestaban, sino que los tomaba como algo a mejorar y trabajar conjuntamente.

—¿Qué estudia tu hermano?

—Una palabra muy rara.

Friedrich siempre intentaba razonar conmigo haciéndome preguntas para ayudarme a entender las situaciones y que yo sola conectara los puntos.

Como si todo fuera una especie de enigma y quisiera que lo resolviera yo solita y él sólo se dedicara a darme pistas.

Era algo muy característico de Narciso que podía sacar de quicio a las personas, pero que a mí me parecía único y algo muy-de-él.

Friedrich Vögel era el spoiler andante, pero eso no significaba que fuera a darte la respuesta a todo.

Volkswirtschaftslehre —Me recuerda riéndose.

Cierto, economía política o algo así porque, en realidad, la forma alemana de decirlo parecía más una invocación-demoniaca que otra cosa.

—¿Y?

—Condescendiente —Enarca la ceja—, y preciosa.

—¿Y bien?

Estaba empezando a tiritar de frío.

—¿Recuerdas cuando fuimos a Potsdam y cotilleaste la carpeta de encima de la cama?

—Sí...

Me sentía avergonzada porque realmente no debí haber tocado sus cosas sin permiso.

—No te acuerdas de qué trabaja Enia, ¿cierto?, creo que me comentó que te lo dijo...

—No...

Tal vez pude haberle prestado más atención, pero ese día fue el cumpleaños del hombre que tenía mirándome a los ojos ahora mismo y yo estaba más interesada en conocer cómo había sido de niño que de la vida profesional de su mejor amiga.

—Es criminóloga, sólo está empezando, pero me está ayudando.

—¿En qué?

—Quiero encontrar a Sonja, tengo una cuenta pendiente con ella.

Ahora me cuadraba todo un poco más.

Por eso había estado tan desesperado cuando habíamos visto a Rocco Pfeiffer. En un primer lugar, le había tensado por los recuerdos que le traía de su hermana. Y ahora que tenía la sospecha de que estaba más cerca de lo que en algún momento podía llegar a imaginar, necesitaba aferrarse a ese rastro que parecía ir desvaneciéndose a cada segundo.

—Quiero estar a tu lado...

—Me gusta escuchar eso —Entrelaza nuestras manos y entramos al gran comedor—, porque pienso mantenerte muy cerca de mí.

—¿Incluso delante de Jhon?

—Debería ir asumiéndolo ya.

Se encoge de hombros cuando localiza nuestra mesa y nos lleva hacia ella.

Echa la silla hacia atrás y se sienta.

Bueno, no iba a quejarme, Friedrich nunca había sido un caballero por muy alemán que fuera y no pensaba exigírselo ahora.

Saludo a Erlin con entusiasmo y me da mucha alegría que mi prima Martina se levante para abrazarme y saludarme.

Me consideraba parte de su familia y eso me tocaba el corazón con mucha alegría.

—Mierda... —dice Hugo tragando saliva.

—¿Qué pasa? —Se interesa Hermann dándose la vuelta—. No me jodas, Hugo...

Todos nos giramos y vemos a los Müller acercarse con decisión hacia nosotros.

—¡Hola! —Charlotte Müller finge saludarnos con afecto, caminando hacia el asiento de su hijo y apoya la mano en su hombro sin permitir que Hugo la quite—. Hemos decidido que queremos sentarnos con nuestro hijo y no ha habido inconveniente por parte de los demás comensales en mandar dos personas para allá...

Busco con la mirada a mi padre y desde lo lejos puedo percibir la tensión en su cuerpo y que es incapaz de disimular su desagrado ante ese cambio de última hora.

Él, el gran abogado que necesitaba aparentar que todo iba bien y que parecía impenetrable e inaccesible a ojos de la sociedad y del resto del mundo estaba ignorando la razón por la que estábamos aquí y parecía incapaz de apartar la mirada de nuestra mesa.

—Por qué será. —responde Hermann con asco.

—Madre, aquí estamos bien... —contesta Hugo—, por favor, no hagáis nada..., ¿por qué estáis haciendo esto?

—Según tenemos entendido a esa camarera que tanto le gustas se le ha encargado que se ocupe de esta mesa, como padres queremos que te sientas cómodo y como comprenderás vamos a evitar que se aproveche de ti.

Suspiro en total desacuerdo.

—Se llama Daniella... —farfulla él.

Si ella supiera que su hijo hacía un buen rato se había acostado con esa-camarera-mimimi y que había confesado que estaba dispuesto a manchar su nueva ropa con tal de arrodillarse para ella, tal vez se le caería la cara de vergüenza por tratar con tanto desprecio a una persona tan maravillosa como lo era Dani.

—Señora —El tono condescendiente que emplea Hermann nos hace sonreír tanto a Erlin como a mí—, ¿tenemos que irnos dos?

—Sería lo adecuado —La voz de Theodore Müller me causa escalofríos y soy incapaz de dejar de mirarle. Había algo oscuro en sus ojos—. ¿Algún problema?

Agacho la cabeza cuando sus ojos conectan con los míos.

Tal vez estaba juzgándolo mal, pero me daba muy mala espina.

Gut! —celebra el tatuado—. Vamos Martina, que nos vamos con tu familia a pasar un buen rato.

—¿Y este abandono? —Se queja Narciso—. ¿Dónde queda esa democracia que a ti tanto te gusta, Hermann?

Miro a Hugo y me doy cuenta de que está resoplando y con la cabeza agachada, avergonzado por el numerito que estaban creando sus padres y, quizá, porque sentía que ni siquiera sus mejores amigos podían disimular el odio que Charlotte y Theodore Müller causaban.

Me daba un poco de lástima y desde luego que no me gustaría estar en su situación.

—Jódete, Friedrich —Palmea la espalda de su amigo—. Esta vez gana Alemania Oriental.

—¡Jesús! —Charlotte se lleva una mano a la boca ante las palabras de Hermann—. ¿Nadie te ha enseñado que esos temas no deben hablarse en público?

—Que se calle, coño. —Hace un aspaviento con la mano, menospreciando lo que dice la madre de su amigo—. Lo siento, Hugo —Se acerca a él mientras que Martina se levanta y los padres de su colega se apartan al ver cómo se aproxima—, no soporto a tus padres. No eres tú, son ellos.

—¡Qué desagradable! —habla con total indignación Charlotte.

Ríe y aprovecha para coger la cara de Hugo y plantarle un pequeño beso en la boca y mira con orgullo la cara horrorizada de los padres de él.

—¿Cómo decís en España cuando los novios se casan? —pregunta Narciso.

—«¡Viva los novios!», ¿por qué?

Eins, zwei, drei... —cuenta con los dedos de la mano mientras se mira fijamente con Thomas.

Algo estaban tramando estos dos.

—¡Viva lus bonios! —gritan ambos a la vez mientras que todos los de la mesa, incluyéndome, comenzamos a aplaudir al mismo tiempo que el resto de los comensales en otras mesas y sin comprender qué ocurre se unen incluso con silbidos.

No me lo podía creer.

Estos dos juntos eran un espectáculo.

—¡Adiós mis amorcitos! —Hermann se despide lanzando besos y guiando a Martina hacia su nueva mesa—. ¡Os quiero!

—Traidor...

Acababa de pasar un momento divertidísimo, pero ahora venía la peor parte: una comida acompañada de los Müller.

—Nela —chista Erlin—, ¿crees que seremos muy malas si le pedimos a Dani que les escupa en la comida?

—Erlin, por favor, no digas esas cosas...

—Por una vez me declaro demócrata —Narciso echa la silla hacia atrás y habla con mi amiga mientras yo me llevo las manos a la cara temiendo lo peor—. Yo voto sí, ¿y tú, preciosa?

—¡No!

—¿No votas o votas que no? —pregunta Erlin siguiéndole el rollo a Friedrich.

—¡Voto que no!

—Bah —Se encoge de hombros—, no esperaba otra cosa de ti con lo moralista que eres...

—¿No te parezco bonita siendo moralista?

—No, es cuando más fea estás —Le saco la lengua y él decide ignorarme no sin antes dejar su mano apoyada en mi rodilla—. ¿Thomas?

—Sin miedo.

—Oye..., no os paséis.

Preciosa, has votado, por lo tanto, has legitimado estas elecciones.

—¿Qué? —Niego rápidamente—. Yo no me hago cargo de nada.

—Ya lo has hecho —Me guiña un ojo—. Bienvenida a la democracia.

Scnecke —Me llama Erlin—. ¿Vienes conmigo a las cocinas?

Ella estaba disfrutando de esto.

Los Müller sacaban la arpía que llevaba dentro Schmetterling Baltßun.

—Sois un peligro...

—Venga, pesadita, tienes una misión.

¡Hola! Por fa, no os olvidéis de votar y comentar si os ha gustado el capítulo jeje.

¿Qué os ha parecido? Os juro que he estado a nada de cortar el capítulo por la mitad porque me ha parecido demasiado largo, pero es que no quería hacer eso porque nos faltan sólo dos jueves para decir adiós a esta primera parte:(

Real que he intentado hacerlo más corto, pero es que no quería quitar nada jdfhgrreñgñjrjfbtngr (sí, soy yo dando golpes contra el teclado, pido perdón).

¿A alguien más le da muy malas vibes Thedore Müller o sólo a Jhon y Nela?

¿De qué creéis que quería hablar Jhon con Izima y Massimo? Ah bueno sí, ¡sorpresa! el italiano está casado jajajja.

¿Qué asunto creéis que tiene pendiente Narciso con Sonja? ¡Se aceptan teorías!

¿Cuál ha sido vuestra parte favorita del capítulo?

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