Sechsundvierzig: No me hagas de rabiar.
¡Hola!, ¿qué tal lo estáis pasando con este maratón final? ¡Me está costando decirles adiós!, pero es momento de cerrar etapas y qué bonito hacerlo a vuestro lado.
NOTA RÁPIDA: Sé que hay ciertos errores de contexto y algunos errores en cuanto a la trama, os pido disculpas y que sepáis que los tengo localizados, pero me he dado cuenta a última hora y no quería retrasar la subida del capítulo, en terminar la historia serán subsanados, perdonad lindas.
Ahora bien, dejad un voto en forma de apoyo si os gusta la historia y no os olvidéis de ir comentando vuestras partes favoritas, me encanta ir leyendo vuestras reacciones!!
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Sechsundvierzig: No me hagas de rabiar.
Habían pasado dos semanas y hoy era un día triste, su cuerpo había luchado con todas sus fuerzas y no lo estaba consiguiendo. La vida de Hugo pendía de un hilo. Algunos días parecía que podía conseguirlo y otros días todos teníamos la sensación de que no saldría del coma al que lo habían inducido.
El único que creía en su recuperación al cien por cien era mi novio y no sabía a ciencia cierta si por necesidad o por creencia real. Friedrich no podía permitirse perder más, así que, por muy negativa que me sintiera al respecto, estaba a su lado; si él me pedía que lo acompañase al hospital, ahí estaba yo; si me necesitaba para que le diera un hombro, también estaba; si prefería estar solo o con Hermann y Thomas, no dudaba en darle lo que necesitara.
No era el único herido, mi padre había peleado cuerpo a cuerpo para reducir a Calum Sanders y lo había logrado, había estado a punto de matarlo a base de puñetazos y sólo la voz de Caroline había conseguido frenarlo. Aun así, él había replicado porque se había atrevido a tocar a lo más valioso que tenía en su vida: sus hijos.
Algunos niños a los que habían traído estaban en paradero desconocido y eso irritaba a gran parte del equipo, en especial a Izima, que la tenía como loca, pues su misión principal era salvar a cada uno de ellos, costara lo que costase. Temía por ellos.
Sin embargo, una parte positiva fue la filtración de la prensa, habían caído muchísimas personas con cargos importantísimos. Lo jodido era, que muchos otros habían conseguido salvar su imagen.
Esta sociedad estaba podrida, Friedrich me pedía que me calmase cuando salían noticias blanqueando algún cardenal o cura que conseguía un lavado de cara o algún político salvando su carrera in extremis, era el pan de cada día de una sociedad corrompida que mira sus intereses por encima del sentido común.
Me seguía jodiendo, a él le parecía adorable mi ingenuidad ante el mundo y me pedía que nunca dejase que nadie ni nada me corrompiera.
—Para ti es fácil decirlo, no es a ti a quien hacen la puñeta cada dos por tres.
—¿Te hacen mucho la puñeta, preciosa?
—Ajá. Tú el primero, ¿sabes, capullo?
Me mira divertido y se incorpora de mi cama.
—¿Acabas de insultarme?
—¡Ni se te ocurra!
Narciso sabía que era cosquillosa, era un punto débil que tenía y, cuando no podía conmigo por las buenas, sólo le hacía falta inmovilizarme y apretujarse contra mí para tenerme rendida a sus pies.
Era mi droga letal. Siempre decía que yo era el aire por el que respiraba; yo no necesitaba de él para vivir, pero lo elegiría mil veces porque es lo que le daba sentido a estar viva.
Le quería, a pesar de mi corta edad, sabía que éramos él y yo.
Quizá había gente que discernía de nuestra relación por intensa, porque no era lo que dos personas que habían sido corrompidas (y una de ellas —él—) había llegado a aterrizar en el infierno necesitaban. Me daba igual.
Estaba completa, irremediable y orgullosamente enamorada de Friedrich Edel Vögel.
—Retíralo ahora mismo, señorita Vögel.
—¡No soy una Vögel!
—¿Vas a negarme ese capricho en diez años?
—Aún me queda tiempo para pensarlo.
—¡Y una mierda, preciosa! Tú harás que este apellido vuelva a tener sentido.
Se sube encima de mí y apoya su peso en sus brazos, evitando aplastarme.
—¿Y si no lo retiro?
—¿El qué?
—El llamarte capullo.
—Puedo pasártelo por una vez.
—Qué poco te gusta consentirme...
Me encantaba poder distraerlo de sus pesadillas, sobre todo de las que tenía cuando estaba despierto.
—Me encanta hacerlo, preciosa, es mi pasatiempo favorito después de...
—¡Friedrich!
Me sonrojo. No hace falta que lo diga, sé lo mucho que le encanta darme placer, con las manos, con la boca, con su miembro... es su forma favorita de dárselo a sí mismo.
Sus dedos suben por mi abdomen, logrando que apriete los músculos del cuerpo. ¿Algún día me acostumbraría a su tacto o siempre tendría ese efecto en mí? Porque yo estaba maravillada.
—No sabes lo mucho que me encantas, Nela, lo que provocas en mí, con solo una caricia me tienes envuelto en ti, joder.
—¿Crees que no siento lo mismo? —Acaricio su barbilla, lleva un par de días sin afeitarse y me encanta la incipiente barba que le va naciendo. Él está guapísimo con el rostro descubierto, pero ese toque..., le da algo, un toque especial—. Me tienes hechizada, Friedrich, tienes el poder de hacer conmigo lo que quieras.
—Y yo sólo quiero hacerte feliz. ¿No te das cuenta de que respiro por y para ti? Formas parte de mí de una manera que me niego a perder —frunce el ceño, sé lo mucho que odia sentirse así, no por mí, sino porque no soporta sentirse débil o ceder su poder.
—Míralo, mi chico romántico.
—¿Y qué? —reconoce de una vez por todas— Si es culpa tuya que me vuelves loco de las mejores maneras habidas y por haber. Es el efecto Nela Schrödez, ¿recuerdas?
¿Y cómo iba a olvidarme de ello?
—A veces me siento perdida, Friedrich, siento que nos perdemos tanto entre nosotros que llegamos a una codependencia emocional que nos hará daño el día de mañana.
—¿Y qué más da? Así funcionamos bien, preciosa.
—¿Y si nos acabamos agobiando?
—Nos daremos el espacio necesario, pero juntos.
—Somos como garrapatas.
—Qué forma tan bonita de describir nuestra relación. —Me agarra un moflete y yo me quejo.
—Sabes a lo que me refiero..., no quiero ni estoy dispuesta a perderte. Nos merecemos ser felices por separado, pero yo prefiero compartir mi felicidad contigo y con nuestra gente.
—No quieres perderte.
Asiento. Ha dado en el clavo.
—Tú hace tiempo que te encontraste, ya te habías encontrado incluso antes de que yo llegara a tu vida.
—Me complementas, Nela.
—... Yo aún estoy descubriéndome a mí misma.
—Y aquí estaré, bueno, estaremos, a tu lado. No necesitas hacer el camino sola.
—¿Me prometes que nunca me dejarás perderme? Tengo miedo a dejar de ser quien soy o a no encontrar el camino.
—Antes morirme que perderte, eres única y me encanta como eres. Sencilla, ingenua, con un corazón de oro, caprichosa, tímida, dulce y bondadosa. El mundo necesita más gente humana, más gente como tú para que vuelva a brillar.
—El mundo necesita gente como tú, Friedrich, más gente que incluso rota, esté dispuesta a amar.
—Bájate ahora mismo de mi hija sino quieres acabar en silla de ruedas, muchacho.
No lo habíamos oído entrar, ni siquiera abrir la puerta. Cuando Jhon quería hacerse de notar venía haciendo ruido, cuando quería molestar, era evidente que podía ser sigiloso como un maldito puma.
—¡A tus órdenes, suegro! —Se levanta de un salto y busca su camisa de fútbol por algún lado de mi habitación.
Noto mis mejillas sonrojadas. No es ninguna novedad, pero me sigue avergonzando que mi padre me pille en una situación íntima.
—¡Papá! ¡Aprende a llamar!
—Mi casa, mis reglas.
—¡Pues déjame poner un pestillo!
—¿Y no saber lo que haces ahí dentro con este sinvergüenza?
—¡Jhon! —le recrimino.
—¡Manuela!
—Ay, por favor...
Ni siquiera puedo usar la referencia de «soy Concha, entro» de Aquí No Hay Quien Viva por mucho que hable español, para enseñarle a tocar la puerta, porque sigue siendo un alemán algo rancio bajo su ley.
—Es fácil, hija, si tu novio quiere desnudarse que sea en la suya.
—Suegro, estoy aquí.
—Por desgracia.
—Me estás dañando el ego.
—¿Por qué sigues en la habitación de mi hija? —Alza una de sus rubias cejas—. Me gustabas más cuando sólo eras el mejor amigo de Thomas y no ahora, que incluyes la etiqueta de «novio de Nela» en la ecuación.
—¿Hablando de matemáticas? Con lo mucho que sabes que me gustan...
—Deja de vacilarme, muchacho.
Mi tía Isabel usaría su expresión favorita —y una de las mías— que creo que es de las mejores que ha dado España a la humanidad «no tengo el chichi para farolillos».
—¡Y ponte la puñetera camiseta de una vez!
Friedrich bufa, pero acaba obedeciéndole con una sonrisa en su cara.
—Papá, que solo se le ve el torso, eh.
—Repito: si Narciso quiere desnudarse, en su casa. En la mía sólo le dejo si quiere darse una ducha.
—¿Y si quiero desnudarla a ella?, ¿me das permiso para hacerlo en mi propia casa, Jhon?
—Cuidadito con el tono, muchacho, no me hagas de rabiar si sabes lo que te conviene. —Mi padre no termina de explotar lo que me resulta algo extraño pues Narciso está llevándolo por dicho camino para saber hasta donde aguanta. Es su tendencia más primitiva, llevar al límite a las personas, ya sea de forma consciente o sin darse cuenta—. Tengo algo importante que comunicaros y necesito que seáis precavidos, porque se vienen muchas preguntas y tenemos que remar todos en una misma dirección.
—Papá... —me incorporo y me peino un poco con la mano. Habíamos tenido una intensa interacción de besos en los que seguramente los dos nos hubiéramos dejado con algún chupetón y prefería no encender demasiado la llama—, ¿qué ha pasado?
Suelta un suspiro y nos mira a ambos con cautela.
—Hugo ha despertado.
¡Hola! ¿Qué tal?, no os olvidéis de votar y comentar vuestras partes favoritas.
Amo cuando Friedrich y Nela interactúan, pero lo que más amo es la evolución de ambos. ¿Y vosotras?, ¿qué es lo que más os gusta de Niedrich?
Me pongo melancólica pensando en todo lo que hemos pasado juntas y en todo lo que habéis creído en mí incluso cuando desaparecía, jo.
Espero de corazón, que esta historia os esté marcando de alguna forma u otra, porque a mí me estáis marcando vosotras con todo vuestro cariño y vuestro apoyo de una forma que jamás voy a olvidar. Os quiero muchísimo.
¡Os leo, lindas!
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