Neunundzwanzig: Un pacto.

Capítulo dedicado a laraalvvarezz por todo el amor que le da a esta historia, por querer tanto a los protagonistas y por todo el apoyo que me da. Me hacéis sonreír con cada reacción, cada comentario y cada vez que te veo por mis notificaciones. ¡Mil gracias por todo el cariño!

Neunundzwanzig: Un pacto.

9 de enero, 2020.

—Voy a ir a Potsdam y Nela viene conmigo.

Los gritos se escuchan desde el piso de arriba y jamás pensé que estaría oyendo la voz de Thomas revelándose en contra de su madre y muchísimo menos de Jhon.

En este caso, Caroline no estaba.

Thomas le había dado a mi padre el poder; lo había consentido hasta el punto de no rebatirle jamás o, al menos, saber hasta qué punto podía intentar ganar la discusión.

Y ahora pretendía quitárselo.

No era la primera vez que eso ocurría; su manera de llegar a acuerdos era extraña. Jhon hacía y deshacía a su manera y Thomas acataba. A veces uno de los dos cedía y la balanza se posicionaba la mayoría del tiempo a favor de Jhon.

Al fin y al cabo, Thomas seguía teniendo 19 años (y en septiembre haría 20) y la juventud le llamaba a querer cometer locuras.

Y por supuesto, yo con mis 17 añitos había decidido posicionarme a su favor.

Si me hubieran dicho hace 5 meses que estaría viviendo en casa de mi padre, con un hermanastro que me había odiado en un principio y que ahora nos hacíamos los amiguísimos para luchar contra la falsa tiranía de Jhon, me hubiera reído en la cara de cualquiera y desde luego preguntado si se dedicaba a la comedia.

—¡He dicho que no! —La voz de Jhon es clara y alta, tiene algo de cabreo encima y no duda en mostrar su autoridad.

—¡Soy adulto!

—Pero sigues viviendo en mi casa y eso implica que estás bajo mis normas.

¿Había alguna frase más cliché que un padre pudiera decirle a sus hijos? Apostaba a que no.

Daba igual si era en Alemania, en España o en cualquier rincón del mundo, el "mi casa mis normas" servía para todos los que ejercían de padres.

Bajo con cuidado las escaleras, queriendo oír en todo momento cómo se desarrolla la conversación.

Porque claro, a fin de cuentas, yo era cómplice de Thomas y habíamos trazado un plan. ¿Mi motivación? Ver a Friedrich.

Me sentía tan cómoda a su lado que quería volver a verle y aunque entendía las razones de Jhon para luchar en contra de nuestra libertad, seguía queriendo estar al lado de Narciso.

Y, cuando Thomas me había propuesto ir a pasar el día con su grupo de amigos a Potsdam había dudado un poco; cuando me había dejado caer que Narciso se lo había pedido, me había intentado hacer la interesante, porque bueno, había que hacerse de rogar, pero no mucho.

La conclusión era que había acabado aceptando y tener que ocultar la sonrisa de felicidad delante de Thomas había sido imposible.

Le había preguntado que si nos íbamos a escapar y me había mirado como si estuviera loca.

—¡Si quieres danos a alguien de seguridad!

Se queda pensativo, sin saber qué decir. Jhon había decidido trabajar hoy desde casa, tampoco es que tuviera mucha opción; la policía estaba cercando la zona de su despacho y no podía permanecer allí. Sólo serviría para entorpecer la investigación policial.

Y, aunque Jhon sospechara de Sanders, él mejor que nadie sabía el proceso que debía hacerse en estos casos.

—¿Cuál sería el plan? —Muestra interés.

Llego hasta ellos, ya estoy cambiada de ropa —me había decantado por unos leggins de invierno y una sudadera cómoda como abrigo— y me posiciono al lado de Thomas, quien no duda en pasar un brazo por mis hombros y sonreír satisfecho al recibir mi apoyo.

—Iríamos al club de campo de Hugo, donde tiene el terreno para practicar tiro y pasaríamos allí el rato, no es como si fuéramos a exponernos y aunque lo hiciéramos sabes que sé disparar muy bien.

—¡Ni una palabra de eso! —Me señala con la mirada.

—Pero sí ya lo sabe —El tacto de Thomas era más inexistente que el de Jhon y el de Narciso juntos y eso era decir mucho—. Va, papá, por fa. Si Nela está deseando venir.

Era el momento de activar el Plan-rogación-con-carita-de-pena. Las culpas del nombre al que lo había ideado, yo sólo era cómplice.

—¿Tú quieres ir? —me pregunta directamente.

No reacciono y recibo un pequeño codazo en el costado por parte de mi hermanastro.

—¡Oye! —protesto—. ¡Si, sí quiero! —reproduzco automáticamente la respuesta que habíamos preparado Thomas y yo.

Mentira no era.

—¿Quién estaría?

—Hugo, Hermann, yo, Nela, Enia, Friedrich y si quieres te sigo diciendo nombres de gente que no vas a saber, pero yo te los digo para tu tranquilidad.

—Pues sí, dame todos los nombres.

Jhon no era de los que se rendían fácilmente, pero Thomas conocía a nuestro padre tanto como a mí me hubiera gustado conocerle alguna vez y sabía la respuesta a la perfección.

A Jhon se le podía traicionar con facilidad porque su punto débil es que confiaba en muy pocas personas, pero en quienes lo hacía, daba todo. Tenía casi cuarenta años y era una lección de vida que no tenía asumida.

—Joshua creo, Emmanuel y tal vez Erlin.

Otra parte del plan. Decir gente conocida como Erlin —sin confirmarla por completo— para que hubiera familiaridad entre las personas.

Joshua y Emmanuel eran nombres que no me decían nada y que podrían ser inventados perfectamente, pero eso nuestro padre no lo sabía.

Erlin no, Erlin era la hija de uno de sus mejores amigos y la mujer de la que su hijo estaba enamorado.

Jhon no era fácil de engañar, pero confiaba en nosotros.

Y, supongo que, a mí, me veía una ingenuidad que le daba esperanzas de que no fuera a mentir.

Se le olvidaba que los españoles éramos conocidos por la picaresca, además de por otras cosas.

—¿No tienes clase?

—Día libre —Sonríe mostrando los dientes—. Y Nela ha dejado el instituto definitivamente, ¿no?

Mierda. Se me había olvidado decirle a Jhon la decisión que había tomado.

—Ya veremos —advierte hacia mi dirección—. Eso tenemos que hablarlo.

Asiento varias veces y con rapidez.

—¿Pero para qué queréis ir?

Jhon Schrödez era un hueso duro de roer.

—¡Porque queremos ser gente normal! —razona Thomas.

—¿Gente normal? —Se pellizca el puente de la nariz—. ¿Estás hablando en serio?

El tono con el que lo dice me hace creer que se ha callado algún improperio; era demasiado educado como para perder los papeles en una negociación absurda.

—Por fa, Jhon —Pongo mis manos juntas, como si estuviera rezando—. Te prometo que Thomas no hará ninguna tontería.

Veo la intención del asiático, queriendo quejarse, pero le miro de tal manera que logra entender que le conviene mantenerse calladito.

—Izima —Se lleva la mano al oído como si llevara algún tipo de dispositivo para comunicarse con la seguridad de fuera—, haz relevo con Dominik, Kai y Timo, llévate contigo a Hans, a Stuart y a Massimo. Quiero un coche delante del de mi hijo y otro detrás.

—¿Nos das a tus personas de mayor confianza? —A Thomas se le escapan esas palabras.

—¿Lo dudas? —Alza una ceja—. Si se la juegan a alguien que sea a mí, no a mis hijos.

Se me encoge el corazón al escucharle hablar. ¿Por qué parecía que su mundo giraba sobre nosotros —incluyéndome a mí— si hacía años que había sido un padre ausente?

Algo escondía y era un tema que tendríamos que tratar en algún momento porque a mí había cosas que no me terminaban de cuadrar.

—Sabía que eras un padre razonable. —Thomas se frota las manos y me devuelve a la realidad.

—No es momento para bromear; una más y os quedáis aquí.

—Jhon, no va a pasar nada —Intento tranquilizarle—. No nos va a pasar nada.

—A Thomas sé que no, de ti es de quien tengo miedo.

Entendía a lo que se refería. Thomas sabía defenderse, todos los que íbamos a estar ahí sabían defenderse.

Todos menos yo.

Tal vez Enia tampoco, pero ese no era el problema de Jhon.

—Oye —Thomas frunce el ceño—, que si pasa algo yo la protejo.

—No lo dudo, hijo.

Jhon señala las escaleras y Thomas levanta el brazo, sintiéndose victorioso y me anima a coger algo más de abrigo cuando sube a cambiarse rápidamente.

Le pido por favor que vaya él, para no tener que subir y está tan contento de que acepta sin rechistar.

—Manuela —Me giro para observar a mi padre, los años le están empezando a hacer mella y el cansancio continúo no le da ningún respiro—, Izima me comentó que tal vez te viniera bien aprender defensa personal. ¿Te ves dispuesta a ello?

—¿Me estás dando a elegir o sólo quieres mi opinión?

—Tu opinión.

Sonríe. Le gustaba cuando conseguía ser perspicaz, le hacía sentirse como un padre orgulloso.

—No lo sé —contesto con sinceridad—, supongo que tendría que verme en la situación.

—Perfecto, porque esa es la condición: si vas, vuelve sabiendo sujetar un arma —Su voz es un claro ejemplo de que odia tener que estar en esta tesitura, supongo que a nadie le gusta decirle a su hija que es momento de que aprenda a disparar—. Si quieres libertad, aprende a manejarla.

El viaje a Potsdam es entretenido, sobre todo cuando Thomas grita con euforia e intenta vacilar a los de seguridad.

Tengo claro que a Izima, Hansito y al resto, no les está haciendo tanta gracia. A mí, en cambio, sí.

La razón era simple: me estaba entendiendo con mi hermanastro y me gustaba el hecho de no ser hija única.

Y en unos meses —unos cuantos— seríamos tres.

Teníamos cosas que aclarar, por ejemplo, su absurdo comportamiento cuando me obligó a ir de copiloto y el odio irracional que le tenía a mi madre.

Pero, su poca capacidad a aguantar la frustración tenía un motivo y yo quería saber cuál era.

—¡Canta, Nela! —Acelera un poco y sube el volumen de la radio—. Tienes que aprenderte la canción favorita de Friedrich y una de las que más me gustan.

Pongo los ojos en blanco y me pregunto a mí misma si Friedrich estaría dispuesto a aprenderse Go for more de BG.5 o Alive de Sia por mí.

Yo, desde luego, que por él sí aprendería todo el rock, el blues, el pop y el arte más pagano que le gustara sólo por volver a verle sonreír.

—¿Y eso que compartís canción favorita?

—Porque de una manera u otra —comenta alegre y olvidándose de todo lo que no sea la carretera—, tenemos una misma historia.

—¿A qué te refieres?

—¡Canta! —insiste—. Haz que nos sintamos orgullosos.

Vale, no quería que siguiera preguntando. Mensaje captado y sólo porque estaba curiosa acerca de la canción favorita de Narciso, decido no insistir.

Creo que Thomas no sabía lo pesada que podía llegar a ser con tal de conseguir información y, si quería saberlo, sólo tenía que preguntarle a su mejor amigo.

—¿Cómo se llama? —Me apresuro a preguntar.

—¡Numb de Linkin Park!

Busco la letra en el móvil mientras suena a todo volumen.

Creo que había conectado su móvil y su Spotify con el reproductor de música del coche.

I've become so numb; I can't feel you there —No puedo distinguir su voz de la del cantante de lo fuerte que está la radio— become so tired so much more aware I'm become this all I want to do is be more like me and be less like you...

«Me he convertido en algo tan insensible que no siento tu presencia, estoy tan cansado y mucho más consciente de que me estoy convirtiendo en esto. Todo lo que quiero hacer es ser más como yo y ser menos como tú».

Me estremezco mientras escucho la canción y la voz del difunto Chester Bennington y leo la letra en una página de Google.

Duele.

Can't you see that you're smothering me holding too tightly afraid to lose control because everything that you thought I would be has fallen apart right in front of you...

«¿No ves que me estás asfixiando? Me aprietas demasiado fuerte, (estoy) con miedo a perder el control. Porque todo lo que pensaste que yo sería, ha caído en pedazos justo delante de ti».

Es demasiado duro.

Y ni siquiera conozco la historia de Thomas Koch y Friedrich Vögel a grandes rasgos o al dedillo como para saber lo que han tenido que vivir.

Pero una cosa tengo clara: si ambos comparten el dolor y amor por una misma canción, por algo es.

Y me compadezco por ellos y me uno a su tristeza porque poder identificarse con unas líneas tan duras no puede hacerlo cualquiera.

Es un grito de auxilio, un grito de: "estoy harto de que controles mi vida, se acabó". Un grito de: sufro por dentro y tú no eres consciente hasta qué punto".

Y en parte, me aterraba poder conectar con algunas partes de la canción.

Y, por otro lado, me lamentaba por lo que hubieran tenido que pasar ellos dos.

—¿Cuál es tu canción favorita? —pregunta él.

—Una de BG.5.

—Menuda obsesión tenéis con esos chavales... —Pone los ojos en blanco—. Erlin es igual.

—Ah sí —Había mantenido alguna conversación con ella sobre el grupo, yo era muy de Ethan y ella...—, Erlin está perdidamente enamorada de Doug McQueen y yo de Ethan Jones.

—No —Niega—. Erlin está enamorada de mí.

—¿Celoso, Thomas?

—¿De un británico? —Hace el sonido de alguna burla y dice un insulto en alemán que no conozco—, ya os gustaría ya...

—Bueno, pon La Suerte de mi vida de El Canto del Loco.

—¿Qué? —Mira desde el retrovisor de dentro del coche.

Bueno, yo qué culpa tenía de que un alemán no hablara español. ¡Ninguna!

—¿Puedo? —pregunto señalando su móvil.

Pone el intermitente izquierdo para adelantar y cuando el coche de delante se da cuenta, nos guía. Jhon realmente había movilizado a cuatro personas para que nos escoltaran.

Una vez se produce el adelantamiento, me deja su móvil.

—Ya sabes 61219. —dice, recordándome su contraseña.

—Tal vez podrías decirle a Erlin que, para ti, si tenéis una fecha especial.

No recordaba los dígitos, pero sí la razón: su contraseña se debía al primer beso que se había dado con Schmetterling Baltßun.

—No voy a decirle eso —puntualiza—. No hace ni un mes que ocurrió, no me metáis tanta prisa.

Me quedo callada. Algo le estaba frustrando y yo no iba a ser la que le puteara, pero tal vez, si le daba la confianza suficiente, él podría hablar conmigo sobre ello.

—¿Va algo mal?

—Todo.

Se vuelve algo reservado. Era difícil conseguir que hablara y contara sus problemas. Thomas Koch solía guardarse todo para sí mismo y no le gustaba parecer ser débil.

Desconocía el tiempo que llevaba enamorado de Erlin, pero ahora que la tenía a su lado, dudaba que fuera a rendirse. Pero claro, estábamos hablando de Thomas y no de otra persona.

A Thomas sí que le importaba la opinión que pudieran tener sobre él por mucho que intentara disimularlo, a Thomas le daba miedo perder a la gente que quería y eso le volvía algo agresivo y comedido.

Thomas era, en el fondo, un niño asustado.

—Ella no sabe nada, ¿no?

Y con ello, no estaba hablando de que supiera o no sobre la infancia de Thomas o sobre sus miedos más ocultos. Sino sobre el presente, a quién nos enfrentábamos y qué había implicado en su vida.

—Y por mi parte, nunca lo sabrá.

—¿Y si quiere saber? —Erlin estaba muy ilusionada con Thomas, era su primer amor y la persona que le había hecho confiar en que su cuento de hadas podía existir—. ¿Vas a ocultárselo de por vida?

—Sí.

—No creo que puedas hacer eso...

—Tengo intención de que todo esto acabe antes de que Erlin tenga que enterarse de algo. No voy a ser el responsable de romper su ingenuidad.

—Pero estás dispuesto a romperte tú.

—Yo estoy casi completamente roto y Erlin tiene sueños, tiene metas, quiere irse a vivir a Estados Unidos en un futuro, Nela —Baja el volumen de la radio—. ¡Aspira a ser alguien en la vida!

—Talento tiene para comerse el mundo. —concuerdo.

—Y yo jamás podría darle eso.

—¿Por qué?

—Porque Sanders es de allí, aunque tenga ascendencia asiática, Sanders es estadounidense y no hay nada que me atemorice más que un chalado con una pistola y que sea legal.

>>Si Erlin quiere cumplir sus sueños, tendrá que ser sin mí. No voy a cortarle las alas, pero que no me pida que yo me termine de romper.

—Si le cuentas tus miedos, ella podrá entenderte. Erlin es razonable.

—Dame tiempo, sólo llevo un mes con ella —Suspira—. Dadme tiempo para que encuentre la solución a todos los problemas, tengo que arreglar las cosas.

Si algo admiraba de Thomas Koch era la esperanza que tenía en un futuro mejor. Podía parecer todo lo contrario, pero él siempre luchaba esperando a que el porvenir mejorara y fuera bueno.

—¡Al fin llegáis, princesas! —Hugo sonríe con alegría y muestra su perfecta dentadura.

Lleva un polo de Mytheresa con más valor que cualquiera de los que estamos aquí su cabello rubio está engominado a la perfección.

Hugo Müller era un niño de clase acomodada y nadie podía negarlo. La vida estaba fabricada para gente como él: gente adinerada y que no tenía que sufrir por problemas reales.

Pero era amigo de gente común y se había enamorado de una alemana con origen portugués y que se ganaba la vida en eventos como camarera.

El destino era caprichoso.

Estábamos en una especie de mansión de Potsdam y notaba el frío colándose por las paredes a causa de la antigüedad de este lugar.

Habíamos aparcado en uno de los preciosos jardines que habían sido adaptados como aparcamiento y me había permitido observar un poco el lugar.

Más que una mansión, parecía un castillo medieval reformado. Había hasta estatuas de caballeros por la zona y escaleras que llevaban a lugares recónditos e inimaginables.

—¡Nela! —Me sorprende el efusivo abrazo de Enia y me quedo por un momento algo descolocada—. ¡Perdón!

Acabo respondiéndole el gesto.

—¡Españolita! —Hermann me abraza y tira de mí para luego abrazar a Izima, quien le rechaza y cachea, comprobando que está limpio—. Si quieres tocar, tienes todo el permiso del mundo.

—Qué mal ligas, Rabensteiner —Uno de los que desconozco se quita las gafas de sol y deja ver unos preciosos y muy expresivos ojos almendrados—. Massimo Tagliaferri —Besa mi mano y luego la de Enia—, vengo dalla Piacenza, Italia.

Me quedo embelesada al oírle hablar en italiano y eso, que no es un idioma que me provoque nada como a otras personas, pero su voz es realmente bonita.

Creo que soy la única que puede entender un poco a qué se refiere por la familiaridad de nuestros idiomas.

Es guapo. He de reconocerlo.

Tiene el cabello castaño y un poco de melena recogida en una coleta. Se le ve fuerte y ejercitado. Sus facciones faciales están bastante marcadas y, aunque tiene una nariz propiamente italiana, no le afea ni nada de eso; al contrario, le da cierta elegancia a su fría cara.

—Hola, preciosa —Sus manos pasan por mi cintura en una especie de agarre protector y deja un beso en el hueco que hay entre mi clavícula y mi mentón.

Quiero girarme para verle directamente a esos preciosos ojos azules y que me contemple con su oscura mirada, pero no me deja.

—Massimo, un gusto volver a verte. —La voz de Narciso no suena ni recelosa ni en alerta.

Es como si él tuviera muy claras sus posibilidades de victoria y no se viera inferior a nadie.

Era una de las cosas que más me gustaban de Friedrich Vögel: la seguridad que tenía en sí mismo hacía que cualquiera de su alrededor brillara a su mismo compás o se apagara por no estar a la altura y, a mí, siempre me hacía brillar como si él mismo me hubiera creado para ser una de las estrellas más hermosas del firmamento.

—¿Conoces al resto? —se interesa.

—¡Hansito! —exclama Hermann, ganándose toda la atención.

—No estás borracho, Hermann. No voy a permitirte esta mierda.

—Creo que está algo avergonzado —indica Enia mientras señala a Hans—, ¿qué le has hecho?

—Ni una palabra —habla algo furioso el de barba frondosa—. Ni una puta palabra si quieres mantener los cojones debajo de la polla.

—¿Alguien va a aclarar esta situación? —interviene Thomas y me ofrece una cerveza sin alcohol—. Porque cualquiera diría que vosotros dos habéis follado.

Hans gruñe y se esclarece la voz.

—Hubiera preferido eso antes de que este capullo se tirase a mi hermana mayor. —acaba confesando el crimen de Hermann.

—¡Es que me gustan mayores!

—¡Es una mujer divorciada!

—Piénsalo, Hansito, ahora más que nunca somos bros.

—El tatuaje que tenemos en común te lo voy a arrancar yo mismo como no te calles.

Me río por la situación y disfruto del momento. Desconocía cuánto pasaría hasta que volviera a sentirme tranquila y a salvo con todo lo que estaba ocurriendo.

Siento que alguien me arrastra hacia atrás y sé que es Narciso aprovechando el momento para mantenernos a solas.

Me da la vuelta con cuidado y me apoya en una pared, escondiéndome del resto y dejando que sólo se le pueda ver a él.

Si alguien miraba hacia nosotros, sabría de nuestra cercanía y podría hacer conjeturas; pero yo no sería visible a ojos del resto, sólo lo sería él.

—Menos mal que has podido venir —Sus ojos muestran algo de humanidad y yo me agacho para dejar el bote de cerveza en el suelo—. Ya estaba pensando en cómo volver a pedirte matrimonio delante de tu padre para poder vernos.

—¿Tantas ganas tenías de liarte conmigo que te la jugarías a que volviera a rechazar tu propuesta? —Me atrevo a preguntar porque siento que tengo ese derecho y porque él me lo ha dado.

—No hagas que nos castigue por ser una atrevida —bromea y aprovecha para plantar una mano en mi trasero y palmearlo—. Afectarás a mi ego y conseguirás que tenga que fijarme en otra española.

Sería un momento maravilloso para decir que ha roto la magia, pero no es algo que permita.

Ni él ni yo.

Porque por alguna razón ambos entendíamos que estaba bromeando.

Llevo mis manos a su cuello y las uno en su nuca, acercándolo a mí y dejando nuestras bocas muy cerca.

—¿Y exclusividad? —Le miro esperanzada y me acerca hacia él, buscando que note el efecto que le causo—. Porque a mí de momento me sirve con e-eso. —titubeo al decir la última palabra.

Se balancea y noto la presión que tiene dentro del pantalón. No creo que fuera a ser capaz de abarcar algún día lo que se supone que se escondía dentro de ese envoltorio llamado calzoncillos.

Se muerde el labio inferior y pasa su mano por mi cuello, presionando un poco y haciéndome respirar por la boca y la nariz.

Joder.

Me encantaba tenerlo tan cerca y tan pendiente de mí.

—¿Quieres exclusividad?

—Sí.

Le gusta mi respuesta y lleva sus labios a mi cuello, dejando una serie de besos por mi piel y consiguiendo que me estremezca.

Con Friedrich siempre era demasiado y siempre quería más. Nunca era suficiente.

—Entonces te daré exclusividad.

Ataca mis labios sin control ninguno y decide que es buen momento para pasar su otra mano por mi trasero, buscando el contacto directo con cualquier parte de mi zona íntima y obligándome a luchar por no hacer ningún sonido revelador.

—Mírame, preciosa —Lleva su mano a mi mentón y me obliga a ver sus preciosos ojos—. Acabas de firmar un pacto con el diablo y voy a demostrártelo.

Me carga en brazos y camina hacia algún lugar que desconozco.

¡Ni siquiera me han enseñado la casa!

Él en cambio, parece que conoce bien el sitio.

Abre una puerta y me sorprende ver la claridad de la estancia. Además, es evidente que hacía unos años había sido reformado.

Me deja en medio de la cama y me quita el abrigo, el jersey y todo lo que hay cubriéndome a excepción del sujetador. Se deshace de su sudadera y la tira al suelo.

Quita mis zapatos y me posiciona en un lugar perfecto y estratégico para poder maniobrar como quisiera.

Apoyo mis codos en la cama y me recreo viendo cómo se desnuda delante de mí. Es rápido y desesperado. Algo torpe por la necesidad de terminar de retirar su ropa.

—Quiero-o verte...

—¿El qué exactamente?

A Friedrich le gustaba hablar sucio y un poco vulgar. Se había controlado desde el principio porque temía asustarme, pero una vez ya habíamos pasado a la siguiente fase y nos habíamos conocido un poco mejor, había decidido hablarme como él se sentía más cómodo.

Eso. —indico señalando el creciente bulto dentro de su bóxer.

Me relamo y no puedo evitar dejar mi mirada más tiempo de lo normal en su paquete.

Sonríe complacido y mete la mano dentro de la tela, tocándose un poco y sin obsequiarme con el posible espectáculo que podría ser ver a un hombre como él acariciándose a sí mismo.

—Deja que te vea.

—¿El qué? —Vuelve a preguntar.

—Tu pene-e.

Se muerde el labio inferior y noto mis mejillas arder.

No es que no me gustara llamar las cosas por su nombre, es que sentía un poco de vergüenza porque no estaba familiarizada con algo más allá de lo que podría ser un mete-saca.

Friedrich era generoso en cuanto a su cuerpo y en cuánto cómo dar placer a una mujer. Era una bendición que no cualquier podía disfrutar.

Toma la cinturilla de su ropa interior y la baja con rapidez, sin permitirme la opción a prepararme para el momento.

Está completamente empalmado y yo creo que me he quedado con la garganta seca. Dios santo, a mí eso no me va a entrar en la vida.

Me paso la lengua por el labio inferior, deseosa de él y planificando qué puede ocurrir entre nosotros dos cuando se mueve con gracia y algo de arrogancia hacia mí.

Es perfecto.

Tira de mis tobillos y pego un pequeño chillido cuando se coloca entre mis piernas.

Su gran longitud chocando con mis pantalones.

—¿Puedo? —Alza una ceja.

—Sí.

De un rápido movimiento se deshace de mis leggins y deja a la vista un tanga negro que me había puesto.

No iba a volver a cometer el mismo error de llevar unas braguitas de algodón.

Deja un beso en mi vientre y me incorporo un poco cuando noto una de sus manos impidiendo que cierre las piernas y la otra escarbando por dentro de la ropa interior.

—я хочу трахнуть тебя.

«Quiero follarte»

—¿Qué? —Tiro de las hebras de su cabello y le obligo a levantar la cabeza—. A mí no me hables ahora en ruso.

—Cállate y deja que te coma —ordena—. ¿O es que tienes algún problema con ello?

Me encantaba que, a pesar de ser tan exigente como siempre, no dudara en asegurarse de que yo estuviera cómoda con lo que quería hacerme.

Friedrich me hacía sentir que la opinión respecto a mi propio cuerpo era válida y eso me daba tanta confianza en mí misma y en lo que pretendía hacerme que sólo quería decirle y mil veces .

—Hazlo, por favor.

Aparta el tanga hacia un lado y noto cómo presiona sus labios en mi ingle y cómo su lengua decide conocer la parte más íntima de mi cuerpo.

—Joder —Su voz hace una especie de vibración y me lleva a empujar las caderas hacia arriba en un gesto instintivo—, siempre tan mojada, preciosa.

Su pulgar juega con mi hinchado clítoris y pierdo la fuerza de mis brazos cuando a su boca se unen dos dedos jugando dentro de mí.

Primero uno y luego otro, acostumbrándome a la intrusión que ya había conocido hacía unos días.

Me tortura con lentitud y me agota poco a poco llevándome a lo más alto y sin permitir que alcance el orgasmo.

Juega con mis sentidos y descubro lo mucho que me gustaría hacerle lo mismo a él.

—Friedrich... —Levanta la cabeza nada más escuchar su nombre—, quiero tocarte.

No titubeo y eso le da la confianza suficiente para levantarse y besar mi boca mientras lleva mi mano hacia su polla.

Es enorme y suave.

Me ayuda a encontrar el ritmo y me enseña cómo le gusta que lo haga mientras sus dedos se ocupan de hacerme chillar.

Quiero correrme y quiero que él se corra conmigo.

—Por favor... —ruego cuando vuelve a dejarme al límite del orgasmo.

—Tranquila —me acalla con un húmedo y profundo beso—, déjame hacerte disfrutar.

Me mantiene en el sitio, mientras me insta a que siga moviendo mi mano para darle placer y él juega con mis sentidos.

Muerde su labio inferior, creo que intentando no gemir en voz alta y yo llevo mi mano libre a su boca, reclamándole que me deje escuchar el placer que le estoy dando.

Mantiene su mirada fija en mis ojos y por inercia los cierro.

Es demasiada la intensidad y el placer del momento que soy incapaz de permanecer con los ojos abiertos.

Vuelve a llevarme hasta el punto en el que me debato entre caer muerta por un orgasmo o suplicar que por favor me permita tenerlo.

Y él lo sabe.

Él tiene demasiado poder en su cuerpo, en sus manos y en su esencia.

Y cuando gruñe y gime casi pegado a mi boca y noto como mi mando se llena de su corrida, entonces es cuando se permite hacerme gozar en todos los sentidos y venerarme como si de una divinidad me tratara.

Ni siquiera sé si soy ruidosa o no, pero me da igual.

Correrse gracias a Friedrich Vögel debería considerarse un derecho y un deber gubernamental y universal.

Él realmente sabía lo que hacía.

Me ayuda a limpiarme en la sábana y hago una mueca de disgusto.

—No te preocupes, ya las cambiaré.

Me abraza y me cubro como puedo algo sonrojada. Mete su cabeza en mi cuello y su respiración me hace cosquillas.

—¿Crees que debería ir al baño a limpiarme?

Valora la situación y con resignación, asiente.

Él quería mantenerse a mi lado.

Me levanto sin nada para cubrirme y le pregunto dónde está.

Señala una puerta dentro de la habitación y me tranquiliza saber que no tengo que hacer ningún paseo delante de nadie para llegar al servicio.

Me miro al espejo y me doy cuenta de que estoy jodida, en todos los sentidos: mi corazón le pertenece y mi cuerpo quiere más y más de él.

Se había quedado mirando a través del paisaje y yo me había tapasdo con las mantas cuando me había sentido preparada para volver a la habitación.

Hacía muchísimo frio y, aunque él iba sólo con calzoncillos y calcetines, necesitaba ese momento de paz y frescura golpeando su desnuda piel.

Adoraba ver su cara y su cuerpo por delante, pero es que por detrás tampoco estaba nada mal. Además de tener un culo maravilloso y unas piernas más que entrenadas, su espalda era otra parte de su cuerpo que me había conquistado por completo: tenía distinguidos lunares y los trapecios y otras zonas del lugar ejercitadas.

—Este es mi lugar favorito del mundo.

Se acerca a la mesilla de noche y se enciende un cigarro. Hacía tiempo que no le veía fumar.

—¿La cama? —pregunto con un deje de diversión y me enternece oír su suave risa.

—Ese es mi lugar favorito si estás tú —aclara y me sonrojo—. Me refería a Potsdam, es una ciudad que tiene magia —Se gira y me mira alzando una ceja—. Ven. —extiende su brazo y me levanto tapándome con la manta.

Me doy la vuelta y me pongo lo primero que pillo del suelo: su sudadera.

—Mira —dice cuando estoy ya lista para ver—. Siempre que vengo aquí me imagino los bailes medievales, las fiestas que se harían y la música del siglo XV. Me gusta pensar que este lugar estuvo alguna vez vivo y lleno de historias y mitos relacionados con criaturas mágicas.

—¿Qué posición hubieras tenido tú en esa época?

—¿Yo? —Se ríe entre dientes, como si hubiera hecho una pregunta estúpida—, todos estos jardines y palacios pertenecieron alguna vez a Friedrich der Große, sería justo que alguien llamado como él tuviera todo el poder, ¿no?

—¿Quién fue Friedrich der Große? —pregunto llena de curiosidad.

Sabía que la traducción era Friedrich el grande, pero ¿por qué?

—Fue el tercer rey de Prusia y gracias a él Prusia se convirtió en una máquina de guerra, duplicando así los territorios en Europa.

—Colonialismo, ¿no?

—No lo sé. No es que Alemania tenga una historia digna de ser admirada, ningún país europeo si nos hablamos seriamente y, si nos ponemos a pensar en Prusia, creo que entraríamos en una gran depresión. Prefiero pensar que eran otros tiempos.

—Pareces muy familiarizado con este sitio. —Cambio de tema.

—Cuando no tenía adónde ir ni dinero con el que pagar un alquiler, Hugo me dio una copia de la llave. De vez en cuando vuelvo, sabe que necesito mis momentos de soledad y aquí fui muy feliz con Jutta.

—¿Esta era tu habitación? —Miro todo el lugar.

—Lo sigue siendo —me corrige—. Es mi lugar seguro.

Y él me había permitido conocerlo.

—Friedrich —Verle tan relajado me trae paz y sé que puedo romper este momento entre ambos, pero me negaba a seguir construyendo una historia en la que sólo era protagonista yo—. ¿Qué somos?

Expulsa el aire del cigarro y deja que se mezcle con el vaho del frío. Cómo podía tener tanta resistencia a las bajas temperaturas.

Es como si se hubiera entrenado para ello.

—Un pacto —Se sienta en la cornisa de la ventana y dobla sus rodillas—, yo te cuido y tú no me abandonas.

Mi corazón se estruja y me acerco a él.

—Mírame —Esta vez me toca ser la fuerte y la exigente—, Friedrich Vögel, mírame —exijo—. Por favor.

Niega.

Y entiendo la razón.

Siente vergüenza y, sobre todo, está en un momento de debilidad.

Una solitaria lágrima cae de su mejilla y ni siquiera busca borrarla de su rostro. Simplemente permite que se escape.

—¿Qué te pasa? —Poso mi mano en una de sus desnudas rodillas y busco traerle de vuelta. Ha conectado con algún recuerdo doloroso y necesito saber si quiere que me quede o que me vaya, si quiere algo de soledad o qué necesita—. ¿Necesitas que me vaya?

Termina el cigarro y lo apaga con un pequeño charco de lluvia que se había formado en la ventana.

—Nada —Deja que le mire y su mirada vuelve a estar igual que siempre. Lo único diferente es la punta de su nariz pues ha obtenido un rojizo color que se podía camuflar perfectamente por culpa del frío—. Todo está bien.

—Si quieres llorar, puedes hacerlo —Sujeto su rostro con mis manos y le hablo con sinceridad—. Estoy aquí.

Aparta con cuidado mi toque de su cara y baja de la repisa. Deja un beso en la comisura de los labios y sonríe como si estuviera bien y nada de esto hubiera ocurrido.

Como si todo fuera fruto de mi imaginación.

—Nela —Me sujeta del pelo y tira hacia arriba para que pueda mirarlo—. Yo no lloro.

Mentira.

Era la segunda vez que lo hacía delante de mí.

—Narciso...

—Desde pequeño me enseñaron a que los hombres no lloramos y yo soy un hombre.

—Eso no está bien y no es cierto.

—Pero es lo que me ha mantenido con vida.

Podría quedarme en la visión de que ese comentario era retrógrada, anticuado y que estaba equivocado. Pero el tono de su voz ya me había confesado que sabía del error.

No estaba intentando darme una lección; al contrario, estaba mostrándome sus sentimientos sin ser consciente de ello.

O tal vez, sí que era consciente y era su manera de ofrecerme algo de su pasado: le habían prohibido a ser humano.

—Bueno parejita, no me habéis dejado disfrutar mucho de vuestra presencia. —Hugo se está colocando la chaqueta y hace burla cuando nos ve.

Habían pasado horas desde que nos habíamos adentrado a una de las habitaciones y no nos habían echado de menos.

Estaban entretenidos mientras jugaban a algún videojuego y otros practicaban tiro en uno de los jardines.

—Pero ¡qué ven mis ojos! —Un chico delgado y que toma una cerveza mira con curiosidad a Friedrich—. ¿Narciso Vögel con una mujer de la mano?

Nos soltamos de manera automática, creo que aún no estábamos preparados para eso y no nos habíamos dado cuenta de que íbamos agarrados.

—Cállate, Joshua. ¿Dónde está Emmanuel? Hace tiempo que no le veo.

—Cocinando tu comida con tu amiguita —Se encoge de hombros—. Yo realmente pensaba que tenías algo con la rubia, pero ya veo que no.

Sé que se refiere a Enia.

Narciso no dice nada, simplemente se limita a mantenerme sujeta por la cintura y quedándose a mi lado. De momento, era suficiente para mí.

Algunos habían comido ya y Narciso aprovecha para darme un cuenco de puré que los mencionados habían preparado.

—¿Adónde vas? —pregunto buscando escapatoria en Hugo.

—A vigilar a Daniella —Alza el mentón y borra la sonrisa de su cara, listo para atacar y ponerse a la defensiva—. A diferencia de todos nosotros, ella no tiene seguridad y si alguien la ataca, no dudaré en matar a esa persona.

Me estremezco.

Esta gente hablaba de la vida de los demás como si fuera un simple pasatiempo. No le daban importancia ni sentido y desde luego, no tenían remordimientos.

—Sigo diciendo que podrías contratarnos a alguno de nosotros, tienes dinero —replica Izima—. Eres un puto niño pijo de ciudad.

—No, ahí te equivocas —defiende Narciso cruzándose de brazos—. Sus padres tienen dinero y revisan cada céntimo que Hugo se gasta. Él dinero es de los Müller, no del hijo que tienen.

—Gracias. —apremia el alegato de Friedrich.

—Cuando te comportas como un imbécil te lo digo, pero cuando tienes razón te la doy —Palmea el hombro de Hugo— y sabes que tengo razón.

—¡Qué buen amigo eres! —ironiza—, siempre tirando la pullita.

—Yo os shippeaba. —participa Enia en una especie de confesión seguida de un chico de piel algo bruna y media cara tatuada.

Me ofrece un cuenco de puré y empiezo a comer.

—Bueno, la que faltaba —Acaba suspirando Hugo—. Emmanuel, Joshua, ¿os llevo o no? —Ambos asienten—. Stuart, ¿me mandas a uno de los tuyos?

Se levanta de golpe y le hace saber que sí. No era de los que hablaban mucho.

Nos despedimos de los cuatro antes de que se vayan.

—Nela —llama Thomas entrando por la puerta con una pequeña pistola e Izima sonríe porque el momento que tanto llevaba esperando se acerca—. Tu turno.

Trago saliva y miro a Friedrich en busca de comprensión.

No me la da.

Él estaba pendiente de otra cosa.

Schatzilein —Odiaba realmente cuando llamaba así a Enia, no podía remediarlo—, tenemos que hablar.

Creo que me ve un poco cohibida, por no declararme en estado de celos y aprovecha para acercarse a mí y darme un pequeño beso.

Delante de todos.

—Tenemos un pacto y exclusividad, no te pongas celosa. —susurra para evitar que el resto le oiga.

—No estoy celosa.

Mentirosa, que eres.

—Bien, porque no tienes razones para estarlo; lo sabes, ¿no?

Asiento.

Pero a Friedrich no le sirve.

Él esperaba una respuesta de mi parte y no iba a permitir que el tiempo siguiera transcurriendo hasta tener una contestación.

—Sí.

No le miento, sé que no tengo motivos para ponerme celosa, pero eso no significa que no pueda llegar a estarlo.

Yo sólo quería que esto funcionara, estaba apostando por él y por un posible nosotros. Y creo que Friedrich Vögel por fin se había decidido por mí. Ahora faltaba que también se atreviera a apostar por un nosotros.

¡Hola! ¿Qué os ha parecido?

¡No os olvidéis de votar y comentar para que la novela siga creciendo y llegando a más gente!

Recordad que las traducciones que están en negrita es para evitar cortar el ritmo de lectura y que entendáis todo. 

¿Os gusta BG.5?, ¿cuál es vuestro integrante favorito? ¡Reconozco que me declaro fan acérrima del Darlisverso y que soy Ethan girl jajaja!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top