Neununddreißig: Vuelve, por favor.

Capítulo dedicado a todas las personas que estáis leyendo esto, independientemente de cuándo llegásteis, cuánto tiempo habéis estado esperando a que este momento llegue o incluso si conocistéis esta historia allá en 2016 cuando todo era tan distinto y aun así os quedastéis o si llegastéis en esta última y definitiva versión porque le visteis algo a esta novela.

Gracias por creer en mí y en estos personajes, gracias por llorar conmigo, reír conmigo, enfadaros conmigo y con los personajes e incluso gracias por odiar a algunos de ellos (espero que a mí no, al menos no mucho).

Gracias de todo corazón por este apoyo desde cada rinconcito de vuestras casas.

Os quiero mucho.

Neununddreißig: Vuelve, por favor.

10 de febrero, 2020.

Nunca había estado en un funeral antes porque nunca había tenido la oportunidad de estar en uno, ni siquiera en el de mi madre ya que había sido 3 días antes de que yo despertara.

Supongo que había sido un capricho de la vida o simplemente casualidades que me habían roto un poco más.

¿Se suponía que la vida era un ciclo en el que se sumaban experiencias? Porque yo lo que estaba viviendo era una especie de caída libre en el que no llevaba un arnés de seguridad. Eso, o es que soy la reencarnación del ser humano más vil, cruel y sin corazón que ha existido en el planeta Tierra.

Y lo más curioso de todo, si es que esa palabra era la adecuada, es que ahora me encontraba en un funeral, el último de todos a los que habíamos asistido.

Un fin de semana que debía haber sido de celebración y de planificar estrategias políticas en las que yo estaría presente y que sólo me dedicaría a asentir porque hola-no-entiendo-nada-de-lo-que-habláis-pero-seguid-haciéndolo-que-yo-finjo-escuchar, se había convertido en el tormento y había paralizado al país por completo y que había hecho que mi tía y mi abuelo dejaran de lado su odio, su enemistad o lo que les impidiera reconciliarse con su pasado para hacerle frente al suceso que había roto hasta la coraza más dura.

Y Konrad, cuando había visto a su padre, Steffen, había olvidado todo el rencor que parecía tenerle sólo para llorar y abrazarle.

No sabía que había pasado entre ellos dos, ni tampoco con el resto de los hermanos. Me hacía una idea y suponía que tenía que ver con Manuel: el cuarto hermano de los seis Schrödez y, ahora en vez seis, quedaban cuatro.

Me fijo en Steffen y me doy cuenta de que todos tenían el pelo rubio como él, aunque de diferentes tonalidades, pero todos tenían ese algo que, una vez los conocías, veías la semejanza familiar que todos ellos tenía con su padre. En especial los gemelos.

Al menos el que quedaba.

Dios santo.

Era demasiada gente allegada a mí la que estaba perdiendo la vida.

—Voy a darle el pésame a tu tío Donny.

Mi tía me da un último achuchón antes de caminar con nervios hacia Donald Schrödez.

Donny le sonríe y hace algún tipo de comentario que no consigo escuchar, pero que lleva a Isabel a hacer su momento dramático sin poder evitarlo y que, tal vez, debería haberse ahorrado, pero que ni siquiera mi tío le tiene en cuenta y muestra una sonrisa demasiado sincera.

Y se abrazan.

Y entierran por un instante el hacha de guerra que llevaba en disputa durante años.

Y lo hacen con tanta fuerza y desesperación que no sé decir quién es cada uno de lo unidos que están y juraría que, si no supiera el odio de Isabel a Donny y que estábamos en un velatorio, me creería perfectamente que se trataba de un reencuentro entre dos examantes que volvían a darse una oportunidad.

—Lo siento mucho, Steffen —Le doy el pésame cuando se acerca a mí y me da un pequeño apretón en el hombro—, de verdad que lo siento...

Había sido mi maestro de alemán y estaba acostumbrada a hablarlo con él y eso que él, dominaba la lengua española a pesar de su marcado acento teutón.

—Tal vez debería darte yo el pésame —No estaba familiarizada con esa coraza, al contrario, siempre me había parecido realmente entrañable, pero aquí, en tierras germanas, se transformaba en un hombre serio y distante—, al fin y al cabo, has tenido tú más contacto con mis hijos que yo en años.

Carraspea, curiosamente, sintiéndose fuera de lugar en el país donde había nacido y crecido y junto a la familia que un día decidió formar.

Era curioso cómo el destino te hacía sentir tan ajeno a lo que un día pudiste llamar hogar. Y Steffen, estaba en esa situación.

—Era tu hijo...

—En eso tienes razón —Ahí estaba esa actitud cercana que tan familiar me resultaba—. ¿Dónde está tu padre? Aún no lo he visto...

Mueve el bastón nervioso y preocupado.

—Hablando con periodistas... —Me muerdo el labio inferior cuando veo a mi padre acercándose con la quijada apretada y las manos cerradas como si estuviera preparándose para pegar algún puñetazo—. Ahí viene...

Jhon había tenido que compadecer en los medios porque de alguna manera tenía que justificar el ataque de Wolfgang hacia un reportero, también había dado su versión de los hechos porque temía que la policía berlinesa estuviera contaminada por lo que había denominado traidores y porque quería hablar, por primera vez y siendo valiente del acto terrorista.

Y yo me había sentido orgullosa al recordar cómo había dejado claro al país que las muertes habían sido planificadas por un grupo terrorista dedicado al tráfico de personas y prostitución, en especial, niñas menores de dieciocho años.

Y también había mandado un mensaje de esperanza cuando su sobrina estaba desaparecida y había conseguido profiriendo con una oratoria perfecta y envidiable que el foco mediático recayera en Callum Sanders, consiguiendo que su cara estuviera empapelando las calles de toda Europa y señalándolo como el responsable a él y a los suyos de la muerte de su hermano y otros civiles.

En cambio, ahora estaba viendo el rostro de un Jhon sin vida, sin carisma y sin esperanza. Era un hombre derrotado que había sido consciente de cómo una decisión podía encadenar miles de finales.

Steffen me mira con ternura y su piel se arruga al sonreír como siempre me había sonreído.

—Eres un tesoro para mí, Nela —Admite en voz alta cuando mi padre aparece y veo a Isabel asintiendo y mirándome mientras señala la puerta seguida de Donny, iban a tener una conversación—. Eres la única persona a la que nunca he fallado.

—Qué haces aquí, Steffen.

Mi padre no me da opción a responderle y pasa su brazo por mis hombros en señal de protección.

—Jhon... —Le doy una pequeña reprimenda—, era... su padre y... también es el tuyo...

—Ah —contesta con orgullo Steffen, tenía la misma mirada déspota con la que Jhon miraba a ciertas personas—. Ya veo que se está convirtiendo en una costumbre familiar llamar por el nombre propio a quien se le debería llamar "papá".

—No eres bienvenido, Steffen. —Jhon me abraza de forma paternal con los ojos vidriosos y la corbata mal puesta—. Y que sea yo quien te lo tenga que decir, manda cojones.

—Te has ganado ese derecho, hijo —concuerda él—. Tienes todo el derecho a odiarme y señalarme con el dedo, pero no te olvides que yo tengo derecho a despedirme de mi hijo.

—¿Derecho? Mis cojones, Steffen —Nunca había visto tan enfadado a Jhon y siendo tan malhablado, no era algo que le caracterizara, ni siquiera cuando él y yo discutíamos y eso que yo tenía ese efecto que conseguía hacerle rabiar un montón—. Limpia tu conciencia si eso te hace ser más feliz, pero no hables de derechos cuando siempre te has avergonzado de nosotros y has sido una basura toda tu puta vida.

Era cruel.

Jhon era dañino y tenía muy poco tacto por no decir ninguno cuando hablaba.

No me sorprendía que se le calentara la boca, lo que si que me sorprendía es la hipocresía con la que a mí me había llegado a exigir que le respetara por el simple hecho de ser mi padre y él era incapaz de mostrar ni un ápice de humanidad con Steffen.

—¿Podemos hablar de esto en otro lado? —Pido cuando veo que se van a enzarzar en una discusión—. Os recuerdo que en estas cuatro paredes hay una persona... que... pues eso... los dos sabéis que está... que... que... que está el cuerpo... pues eso... de una persona... fallecida.

Mi mente vuela rápidamente a imaginarme lo que Friedrich me diría, que era una moralista.

Y una presión en el pecho se hace latente con la suficiente fuerza que tengo que agarrarme del brazo de mi padre para no perder el equilibrio.

Dos días y aún no sabía si estaba vivo o muerto, si había conseguido salvar a Martina o si había hecho alguna locura por no conseguir ponerla sana y salvo.

Aprieta la quijada y asiente, ayudándome a salir de la sala y obligando a Steffen con una mordaz mirada a que nos acompañe.

Jhon Schrödez no iba a dejar escapar la oportunidad.

—¿Estás bien? —preguntan ambos a la vez.

—Sí..., ha sido un momento.

Respiro lentamente y apoyo la espalda en la pared.

—¿Necesitas un vaso de agua o algo?

Jhon se mostraba preocupado mientras que Steffen mostraba su parte más comedida y emancipada, dándome una idea de lo diferentes que llegaban a ser.

—Si necesita algo, te lo pedirá, déjala que sea independiente y aprenda por sí misma. —interviene mi abuelo.

—Es mi hija y me preocupo por ella..., no vengas a dar lecciones de paternidad cuando has tenido seis hijos y ninguno daba un puto duro por ti.

—Tienes razón —Acepta con cautela Steffen—. Aunque me parece un poco injusto, siempre me he portado bien con Nela.

—Qué hijo de puta eres —Niega con tanta rabia que me obligo a ponerme en medio por miedo a que la agresividad verbal traspase fronteras y se convierta en algo físico—. Tú eres responsable de que ella no sea capaz de llamarme "papá".

—No lo he negado.

Las manos de Jhon tiemblan y le señala con el dedo, mientras que se obliga a tranquilizarse y no estallar.

Se toma poco tiempo, era realmente bueno regulando sus propias emociones y lo de ahora podía considerarse únicamente como un desliz.

—Si no fuera porque tengo el respeto que tú nunca tuviste por Günther y por los demás y mi prestigio estuviera en juego, te partiría la cara, Steffen y me da exactamente igual que seas mi padre y que seas un hombre mayor.

—Me tienes demasiado rencor y lo entiendo, pero ¿estás seguro de que quieres hablar de esto con Nela delante?

—Sí, si quiere —interrumpo—. ¿Por qué ha dicho que tú eres el culpable?, ¿a qué te refieres, papá?

Mi padre sonríe, como si hubiera estado esperando que llegara este momento durante mucho tiempo y los tres sabíamos que no iba a dejarlo pasar.

Jhon Schrödez no era de esos, no era de los que daban esas segundas o terceras oportunidades. Al contrario, si podía aprovecharse de un momento de debilidad, aunque fuera de forma inconsciente, lo haría.

—¿Realmente crees que intenté separarme de ti durante cuatro años?, ¿realmente crees que no intentaba hablar contigo de alguna forma? Por el amor de Dios, Nela, por supuesto que lo intentaba —declara con sosiego y exponiendo su versión con una seguridad envidiable—. Soy tu padre y me comporté como tal hasta que cumpliste los 12 años y, creo que llevo demostrándote desde que vives conmigo, incluso con nuestras discusiones y peleas, lo mucho que te quiero y lo feliz que me hace que estés a mi lado.

—Las llamadas, Jhon...

—No podía hablar por teléfono —Detiene mi réplica para seguir hablando—. ¿Y si teníais los móviles pinchados?

—¿Qué hiciste, Steffen? —pregunto con el corazón encogido y a punto de un ataque de nervios.

—¿Vas a hacer esto, Jhon? —Ni siquiera me mira, toda la atención se la lleva mi padre—. ¿Vas a hacerme esto? He sido la peor figura paterna del mundo y ahora pretendes que mi nieta se decepcione también...

—Una de tus nietas está desaparecida —Apunta con el dedo mi padre—. No tienes una única nieta, tienes cinco más.

—Eres cruel, Jhon y eres el que más se parece a mí.

—Fuiste mi figura paterna, tampoco te hagas el sorprendido.

Mueve la cabeza de arriba hacia abajo y me mira a mí con tristeza y con los ojos algo iluminados en señal de emoción. Una emoción triste.

—Robaba las cartas que te mandaba de vuestro buzón y las tiraba a la basura, creía que era lo mejor cuando empecé a ver toda la seguridad del edificio... Tu padre me llamó para informarme de algunas cosas y...

—¿Por qué?

Eran demasiadas emociones, demasiada información y demasiado por digerir.

Siempre era demasiado.

No había tranquilidad.

Mi vida parecía un maldito tiroteo de información en el que yo estaba en medio, justo en el punto exacto para ser la diana.

—Porque estaba claro que no sabía cómo cuidar a su familia si estaba gastando todo su dinero en escoltas y...

—¿Cómo te enteraste de que no recibía las cartas, Jhon? —Corto el discurso del hombre al que debería llamar abuelo y me giro hacia mi padre, señalándolo.

—No recibí nunca una respuesta, ni una sola, ni tuya ni de Carmen.

—Entonces me llamó para preguntarme si podía vigilar lo que ocurría y le conté la verdad. —Steffen habla con un tono bastante neutro, no había ni arrepentimiento ni orgullo en su discurso.

—¿Durante cuánto tiempo? —Aprieto los dientes y me obligo a no llorar, no esta vez, necesitaba tiempo para asimilar cada palabra que estaba escuchando—. ¿Por qué no dijiste nada, Jhon?

—¿Me hubieras creído? —interpela de forma retórica.

Nos quedamos mirándonos. En esta ocasión no se trataba de una lucha de poder entre mi padre y yo, no estábamos enfrentando el azul contra el marrón de nuestros ojos, era diferente. Estábamos compartiendo una tristeza común en la que todos habíamos perdido.

—¿Por qué no viniste a vernos... a verme?

—Te he dicho muchas veces que soy un cobarde, Manuela...

—¡Pero yo seguía siendo tu hija por muy mal que tu padre lo hiciera! —Alzo un poco la voz antes de controlar mi tono—. ¿No merecía la pena ser un poco valiente para recuperarme o más bien no perderme?

—Creo que ahora mismo no debería estar aquí —Carraspea Steffen con intención de alejarse—. No he venido a discutir, he venido a llorar la muerte de mi hijo.

—¿Y por qué la de Manuel no la lloraste?

Eran unas palabras durísimas y en vez de parecer compungido, su cuerpo se relaja. Juraría que llevaba guardándose esa declaración desde que había visto a su padre en el velatorio.

Y no había podido callarse más.

No estaba dispuesto a dejar pasar esa conversación que al parecer tenía tan pendiente con Steffen.

Jhon necesitaba hablar y decirle lo que, probablemente, había estado callándose durante años.

Y eso era muy peligroso.

Callar tanta rabia y tanto dolor durante tanto tiempo, podía hacernos actuar de la manera más voraz y mortífera del mundo.

—Hijo... —Comienza a hablar Steffen sin darse cuenta de que Jhon no quería excusas ni explicaciones, sólo quería desquitarse de toda la angustia que en su momento él le había producido—. Tu madre había muerto pocos años antes y me había dejado con seis hijos, viudo y desamparado... Y de repente me encontraba con un hijo enfermo y...

—¿Y uno maricón? —Termina la frase por Steffen—. ¿Es eso? Porque lo sea o no, déjame recordarte que eso es lo que le dijiste a Konrad cuando sacó el valor de confesarte que era gay —Ríe con inquina y sin gracia antes de seguir hablando—. Y tú le dijiste entre risas y mientras te emborrachabas una vez más, que te daba igual tener un hijo maricón, pero que no lo dijera en voz alta, que se lo guardara de puertas para dentro.

—Eran otros tiempos...

—Los tiempos cambian cuando las personas hablan, por algo se les llama cambios y por eso las personas como tú pueden escudarse en esa estúpida creencia.

—Jhon, por favor...

—¿Dijiste eso? —intervengo con tristeza posicionándome del lado de mi padre—. Puedo entender que tu mentalidad fuera distinta, pero usar palabras así..., no...

Y esto no era moralismo, no en mi opinión, era ser una persona decente.

Y nunca lo había llegado a pensar porque yo también era de las que creían que alguien podía justificarse con lo de que eran otros tiempos. Pero es que Jhon, tenía razón.

—Nela..., estaba pasando por un mal momento, estaba con graves problemas de salud...

—No mientas, Steffen —Me sorprende la calma con la que habla Jhon, como si ya no sintiera esa cólera desbocada y ahora sólo sintiera indiferencia—, faltaste al funeral de mamá por irte de copas, fallaste a Manuel cuando más te necesitaba, hiciste que Konrad tuviera miedo de decir abiertamente que era gay, faltaste a la boda de Wolfgang y cuando te dignaste a aparecer estabas borracho, apoyaste abiertamente al contrincante político de Günther, me quistaste a mi hija durante cuatro años y llamaste fracasado en innumerables ocasiones a Donny por no ir a la universidad —Se desquita consiguiendo que la coartada de mi abuelo se cayera por su propio peso—. No tenías problemas de salud, no en aquel entonces, ahora lo desconozco, pero lo que siempre has tenido y por lo que estoy viendo sigues teniendo es la cara muy dura.

—Cometí varios errores...

—Siete en concreto: uno por cada persona a la que supuestamente deberías haber amado, empezando por la madre de tus hijos y sin olvidarte de ninguno de tus hijos, ni uno solo.

Los ojos de Jhon se humedecen como si su conciencia estuviera tranquila después de todo lo que ha dicho, como si se hubiera quitado un peso de encima y ahora pudiera seguir con su vida.

Suspira y revisa su móvil antes de volver a centrarse en Steffen y en mí.

—Jhon...

Lo abrazo.

Por primera vez soy yo la que da ese paso y él suspira mientras acoge mi gesto de buen agrado.

—Tengo que atender a un amigo, ha venido de urgencia desde Estados Unidos en cuanto se ha enterado, voy a darle las gracias por tomarse las molestias.

—Yo me quedo un momento aquí. —Le indico cuando veo la intención de pedirme que vaya con él.

—Bien.

Se aleja sin despedirse de su padre y me giro para ver los ojos cansados de Steffen.

Siempre me había parecido entrañable y de buen corazón y que era mi abuelo, me miraba con los ojos vidriosos y con el miedo de ser repudiado hasta por alguien que siempre le había acogido con cariño.

—¿Tú me odias? —pregunta con un pequeño tembleque en la voz—. Al menos he conseguido que sea valiente... —dice refiriéndose a mi padre.

Niego intentando ocultar una risa ante su ocurrencia, tenía el mismo sentido del humor que Donny: demasiado inoportuno y desafortunado.

—Me incomodan algunas cosas y me siento bastante triste, no puedo ni mirarte a la cara, Steffen... —Reconozco—. No tenías ese derecho.

—Quería hacer algo bien por mi familia y creí que alejarte de tu padre sería la mejor opción.

—Pero es que no tenías ese derecho —Vuelvo a apoyar la espalda en la pared y me fijo en el suelo—. No importan tus razones..., es que no tenías ese derecho.

—Te pareces mucho a Carmen y no sólo en el físico.

—Creo que no es el momento de hablar de mi madre...

—Yo no le caía bien y nunca tuvo miedo ni vergüenza de echarme la bronca, estoy seguro de que si me hubiera visto registrando vuestro buzón me habría gritado y dado una charla sobre lo mal que estaba hacer eso, pero también sé que era una mujer demasiado empática y que me hubiera dado una última oportunidad, siempre había una última nueva oportunidad.

—Eso lo dirás por ti —Sonrío al recordarla—. A mí cuando me castigaba no había vuelta atrás...

—A ti te estaba educando, Nela...

Sonrío al recordarla y el hecho de pensar en ella consigue relajarme, como si aún tuviera ese poder de calmarme y apaciguar mi mente.

—¿Realmente quieres que te perdonen? —cuestiono fijando mi vista hacia el frente, no me sentía capaz de mirarle porque no sería justa con él y acabaría con la conciencia intranquila.

—Sí.

—¿Por qué?

—Me han detectado cirrosis hepática—menciona con voz temblorosa.

—¿Qué es eso?

—Un grave problema en el hígado, en mi caso producido por el alcoholismo —confiesa—. Y por primera vez en mi vida, he tenido miedo de morir solo y odiado. No sabes el pánico que me da morir y ver que he sido tan mala persona que nadie iría a funeral..., ni siquiera por cortesía.

—Es egoísta pensar así.

—El mundo se mueve por egoísmo, Nela —Suspira—. A veces, las personas necesitamos darnos cuenta de la peor manera posible lo miserables que hemos sido y seguir siendo egoístas y yo no quiero morir siendo odiado por los cuatro únicos hijos que me quedan.

—Lo tienes complicado... —Se me escapa decir y me llevo las manos a la boca, reprendiéndome a mí misma por un pensamiento que no debería haber verbalizado—. Lo siento...

Se ríe y hace un gesto con la mano restando importancia a mis palabras.

—No te preocupes, es el comentario menos dañino de todos los que me han dicho hoy.

Me sorprendía la capacidad que Steffen tenía para soportar todas las hirientes palabras que había recibido y estaba segura de que no sólo Jhon se había animado a desahogarse.

De hecho, ponía la mano en el fuego de que el único que había dejado todo el rencor y odio al lado había sido Konrad.

—Puedes empezar reconociendo a tus nietos —Le aconsejo—, empezando por el que tiene rasgos asiáticos, es el más difícil de todos y es bastante gruñón, pero si te ganas su corazón, tienes la mitad del trabajo hecho.

—¿Y después?

—Pidiéndoles perdón a tus hijos, uno a uno y de corazón.

—¿Y tú crees que me perdonarán?

—Son tus hijos.

—Y tú los conoces más que yo.

Y eso me parecía extremadamente triste porque no los llegaba a conocer del todo por muy bien que me hubieran tratado y aceptado había que ser realistas: nos habíamos reencontrado después de muchísimo tiempo y eso se notaba.

—Ayúdanos activamente a encontrar a Martina y a... —Me quedo callada antes de seguir hablando—. Simplemente demuestra que tienes un corazón debajo de tanta... ¿maldad?

—¿Quién más está desaparecido?

Sacudo la cabeza y hago un gesto torcido.

—Nadie, no es importante.

Mentirosa.

Pero a veces las personas no queríamos dar explicaciones y, aunque para mí Narciso lo fuera todo, ahora mismo necesitaba mantener la mente tranquila o por lo menos, evitar estar tan alterada y con el corazón encogido, como si alguien lo tuviera en una de sus manos y estuviera apretando con tanta fuerza que iba a conseguir partirlo.

—Desde luego que es importante, tienes esa mirada Garsia.

—¿Qué mirada? —Busco la suya y me quedo pensativa—. ¿A qué te refieres?

—Es la misma ilusión con la que Carmen miraba a Jhon e Isabel a Donny, es la mirada Garsia.

11 de febrero, 2020.

Las autoridades buscaban sin descanso a Martina Schrödez Quiroga y a Friedrich Vögel. Mi prima era una prioridad y Alemania entera estaba volcada en encontrarlos.

A los dos.

Y, curiosamente, algunas personas hablaban de Narciso casi como un héroe que había decidido poner en riesgo su vida por salvar a Martina.

Y no ponía en duda lo segundo, pero lo primero me hacía sonreír a pesar de todo el dolor que tenía dentro porque me lo imaginaba escuchando esas declaraciones y riéndose de todos los que pensaran así, creyéndose el más listo y el mejor y elevando su ego hasta extremos insólitos en los que disfrutaba de haber hecho creer al mundo que era un chico bueno.

Y a mí me encantaba imaginarlo de una forma tan humana, tan real, tan cercana y alejada del mundo criminal al que pertenecía.

—¿Has vuelto a pasar la noche aquí? —La televisión estaba encendida a todas horas y entre mi padre y Carol hacían turnos para vigilar sí se decía algo—. ¿Cuántas horas llevas sin dormir?

Jhon había hecho guardia durante más de veinticuatro horas, tapándose con una manta de lana y acaparando la sala de estar.

No espero respuesta alguna de su parte cuando se asusta al escuchar mi voz, sus reflejos estaban mermados y su energía cada vez era más baja.

Camino hacia la cocina para poner el hervidor de agua en funcionamiento, había tenido un fuerte episodio de parálisis del sueño, como si las pesadillas no fueran suficiente y ahora me tocara vivir con miedo a estar dormida.

Agarro dos tazas y coloco los sobres con la tila, esperando tranquilamente a que se acabe el tiempo y acompañar a mi padre en el sofá.

—Toma —Le ofrezco y me fijo en las marcadas ojeras que tiene—. Te vendrá bien.

—Gracias —Lo acepta y da un sorbo, quemándose la lengua y maldiciendo en alemán—. ¿Has dormido?

—Sí —Me siento a su lado y me tapo con la manta—. Pero no he descansado una mierda.

—Habla bien, Manuela...

Hago de nuevo la excepción que llevaba haciendo estos días y no le corrijo, mientras que ambos nos quedamos algo embobados viendo la pantalla.

Se estaba obligando a ser fuerte, pero no podía, no podía seguir siéndolo porque se sentía culpable de todo.

Se sentía responsable y lo había escuchado maldecir una y otra vez que nunca debió meter las narices en los asuntos de Callum Sanders y que debían haber sido otras personas los que jugaran a ser héroes.

Yo no estaba de acuerdo, si había algo que me hiciera sentir orgullosa de tenerlo como padre era todo el trabajo que había hecho y seguía haciendo para desmantelar y hundir a una de las organizaciones más peligrosas de Europa.

Y no había fracasado, no del todo, en Austria y en Luxemburgo habían prácticamente desaparecido. Y siendo abogado, había hecho mucho más que los que debían haberse hecho cargo y no haberse corrompido.

Se echa hacia delante, apoyando los codos en los muslos, tensando los hombros y escuchando con atención lo que decían en el informativo matutino.

El abogado Jhon Schrödez califica el ataque del pasado 8 de diciembre como acto terrorista, algunos responsables como el jefe de máxima seguridad del evento, Theodore Müller lamenta lo ocurrido, pero se posiciona, según ha declarado en un comunicado oficial, en contra de las palabras del ilustre abogado, llamando a la serenidad y pidiendo que no se hagan alarmismos. Aunque también reconoce que entiende que está hablando desde el dolor, manda un mensaje directo al letrado berlinés rogándole que no se deje llevar por el dolor y que intente pensar con la cabeza fría... —Jhon sube el volumen y aprieta el mando de la televisión con las manos con fuerza, como si estuviera imaginándose que es el Señor Müller el que recibe esa asfixia—. Se ha generado un debate político y diferentes posiciones en las que muchos diputados y cuerpos de seguridad apoyan la definición que Schrödez ha ofrecido y alientan a la población del país a seguir manifestándose y buscando a Martina Schrödez Quiroga y Friedrich Vögel...

—Jhon, vas a hacerte daño.

Le quito el mando de mala gana y le amenazo con apagar la tele.

—Voy a matar a esa sabandija con mis propias manos.

—¿A Friedrich? —pregunto sorprendida y soplando para evitar quemarme.

—No, a Theodore... —Deja el mando de mala gana sobre la mesita y hace una mueca—. A Friedrich le doy permiso para que se case contigo si trae con vida a Martina...

—¡¿Qué?! —Escupo el té y me levanto del sofá cuando Jhon me mira alzando la ceja y con cierto reproche—. Perdón, pero ¿he oído bien?

—Te lo has imaginado todo —Se levanta y dobla la manta con mucho cuidado, siendo tan pulcro como siempre—. Voy a la ducha y a poner a lavar esto...

Se cruza con Thomas quien se despereza y se queda sorprendido al ver a Jhon levantado del sofá y en movimiento.

Espera a que suba las escaleras y se acerca rápidamente para preguntarme. Thomas Koch amaba los chismes y pecaba de ser demasiado curioso, algo que a mí me encantaba en algunos momentos porque así me enteraba de los rumores y cotilleos.

—¿Qué has hecho para conseguir moverlo del salón?, ¿cuál es el truco?

—Manchar las mantas con té.

—Tendría que haberlo pensado antes —Se encoge de hombros y apaga la televisión—, está demasiado obsesionado con la limpieza como para dejarlo pasar por alto.

Concuerdo con él y nos miramos con cierta complicidad.

—¿No crees que se enfadará por apagar la televisión?

—Estoy hasta los huevos de oír a la gente opinando sobre la desaparición de mi mejor amigo y de mi prima, de que culpen a la inmigración de lo que ha sucedido y que gasten el tiempo en hablar gilipolleces en vez de invertirlo en buscar a Martina y a Friedrich.

Thomas, a diferencia de Jhon, sí se mostraba fuerte porque lo era y lo estaba siendo. Llevaba el peso de una casa destruida, sostenía a Erlin aun cuando le seguía ocultando muchas verdades y se refugiaba en sí mismo a la par que estaba consiguiendo que su madre no se derrumbara con pensamientos intrusivos en los que se culpabilizaba.

Y me daba ánimos, a mí y a todos.

Desconocía cómo era capaz de llevar tanta carga emocional sin derrumbarse, pero es que había crecido con la esperanza de que todo su infierno al lado de Callum Sanders acabara y ahora no iba a perder la esperanza.

Era la razón que le había mantenido vivo hasta ahora: la esperanza.

—Una vez me preguntaste que cómo de definiría el dolor, ¿cómo definirías tú la esperanza?

—Estudio economía política, no tengo ni puta idea de filosofía.

Seguía siendo un gruñón y eso nunca cambiaría, era parte de su esencia.

—Da igual... —Miro hacia el techo y me quedo pensativa—. Pensándolo mejor..., no da igual, ¿cómo definirías la esperanza?

Bufa y se cruza de brazos, sentándose a mi lado y revolviendo mi pelo para molestarme.

—Te jodes por intensa. —Me da un pequeño pellizco que le devuelvo con un manotazo en la espalda y me llevo otro pellizco—. ¡Para!

—¡Oye! —Me quejo—. ¡Has empezado tú!

—¿Y qué? Soy el mayor, deja que me aproveche de ese poder y cállate si quieres que te responda, estúpida.

Le saco la lengua en forma de burla y me cruzo de brazos.

—¡Es injusto! —balbuceo—, pero me callo porque quiero saber cómo definirías la esperanza porque...

—Calla y deja que hable —interrumpe el inicio de mi monólogo—. Creo que igual que hay personas que tienen fe y hay otras que tenemos esperanza...

—Ya, pero yo te estoy preguntando cómo definirías vivir con esperanza.

Hace un poco de burla e imita mi tono de voz antes de ponerse serio.

—Diría que es una herramienta para encontrar las soluciones a las putadas que nos pone la vida. La esperanza consigue que busques mil maneras de solucionar el problema porque, si no encuentras la manera de arreglar las cosas, sabes que de algún otro modo encontrarás la salida ya que, la esperanza hace que te muevas, que sigas luchando y que sigas explorando una y otra vez...

—¿No es comparable a la fe?

—No, la fe es esperar que suceda un milagro mientras evitas dar lo mejor de ti. A mí la fe no me hubiera salvado de Sanders, a mí lo que me salvó fue la esperanza de que mi madre dejara de tener cada vez más cicatrices en el vientre por su culpa.

—¿Sabes? Me pareces admirable, Thomas —Revelo bajo su sorpresa—. Creo que has sido bastante gilipollas en algunas ocasiones, sobre todo conmigo y en ciertos momentos me has hecho muchísimo daño, pero el amor que muestras por tu madre..., cómo la cuidas..., cómo darías tu vida por ella, por Jhon, por Erlin, por tus amigos..., esa fidelidad que le muestras a los que te importan..., creo que eres de esas personas que..., en serio..., que todo el mundo pues... eso, jope, que todo el mundo desearía tener como... amigo.

—A veces también mataría por ti...

—¡Ay, Thomas vas a hacer que me emocione y todo!

Me inclino para darle un abrazo que él rechaza con el ceño fruncido.

—¿Por qué los españoles interrumpís tanto? —Niega como si estuviera exhausto—. Tu tía igual, parecía un loro, joder con la señora, no callaba...

—¡Eh! —protesto aun sabiendo que no era del todo mentira lo que estaba diciendo—. Bueno, a ver qué ibas a decir.

—Que, aunque a veces también mataría por ti, a veces sería a ti a quien mataría y ahora es una de esas veces.

Y-ihiri-is-ini-di-isis-vicis-mimimi —Me bufoneo un poco—. Peeeero, me parece justo, me lo gano a pulso.

Ambos nos reímos y él me muestra esa tierna sonrisa que sólo le nacía cuando estaba cerca de Caroline o Erlin.

—Él va a estar bien, Nela, y estoy seguro de que ha conseguido salvar a Martina.

Sabía que no lo decía por decir, que no eran palabras simplemente de aliento o para calmarme, Thomas realmente creía que iban a volver y que lo harían con vida.

—Ojalá tener la misma esperanza que tú..., pero llevan tres días desaparecidos, no van a estar escondidos en cualquier lugar esperando a que alguien les encuentre, sabemos que Narciso no es así y que eso... probablemente... no ocurra... y pues...

—¡Eso es!

—¿Qué?

—Hermanita... ¡Eres una puta genio!

—¿Qué dices tú ahora?

—¡Qué esa es nuestra nueva esperanza!

—¿Qué? —repito sin poder cambiar de reacción.

—¡Qué están escondidos!

—¿Lo afirmas o lo deseas?

—Nela, si tú fueras él..., dónde huirías con una niña que iba a ser secuestrada y sabiendo que te quieren muerto.

—A un sitio seguro...

—¡Exacto! —exclama—. ¡Papá! —grita con tan alto que Jhon no tarda en aparecer en un pantalón de chándal y la toalla colgada en sus hombros.

—¿Ha pasado algo? —cuestiona preocupado y bajando los escalones de dos en dos—. ¿Quién ha apagado la tele?

—Sé dónde están Friedrich y Martina.

—Thomas..., no... —interrumpo.

—Su rincón de seguridad —dice él con tanta esperanza que hasta a mí me hace creer que tal vez no esté errado—. Sabes a lo que me refiero, ¿verdad?

Algo se me ilumina en la cabeza, una idea, una corazonada o tal vez como a Thomas le gustaba llamarlo: una esperanza.

—Potsdam...

—¿Los jardines de Friedrich der Große? —interviene mi padre.

—Su lugar favorito en el mundo —concluyo.

Era un lugar que conocía a la perfección.

Allí me había demostrado que podía matar sin miedo y sin que le temblara el pulso.

Allí se había atrevido a llorar mirándome a la cara y mostrándose vulnerable.

Allí me había hecho la promesa de que éramos un pacto en el que él me cuidaba y yo no le abandonaba.

—Voy a ponerme en contacto con Wolfgang, Donny y algunos guardaespaldas... —Asiente con rapidez Jhon—. Vosotros os venís conmigo, ve a avisar a tu madre, Thomas y no se lo digáis a nadie.

¿Alguna vez te has planteado que harías si te encontraras con la persona de la que te estás enamorando, apuntándote con un arma mientras protege con su cuerpo y con su vida a una de tus primas?

Yo tampoco.

Jamás me hubiera imaginado estar en semejante situación y menos cuando hacía menos de dos horas había recuperado la esperanza de volver a ver a Friedrich Vögel y que estuviera con vida.

Pero, claro, tampoco imaginé otros aspectos triviales que me habían ocurrido el último año.

Podía incluso hacer una lista: mi madre asesinada, amenazas, un loco haciéndome fotos, mi padre y yo reconciliándonos, tener un hermano —aunque no compartiéramos lazos sanguíneos—, perder al hermano que venía en camino, ver el cuerpo de uno de mis tíos sin vida, reencontrarme con una amiga del pasado y presenciar más muertes que gente con ganas de vivir.

Para lo que nadie te prepara, sin embargo, es para ver cómo la persona que te provocaba quebraderos de cabeza, la necesidad de parar el tiempo e incluso te daba fuerzas para vivir estuviera apuntándote con un arma.

Tal vez era un aviso caprichoso de la vida que me estaba diciendo: amiga, la próxima vez que decidas aventurarte a conocer a alguien, plantéale si en algún momento tiene pensado alzar la mano con una pistola cargada y si está decidido a meterte un tiro entre las cejas.

Si la respuesta es sí, deberías dar el comienzo de esa relación por terminada.

Si se queda en blanco, te recomiendo que huyas.

Y, quizás y solo quizás si niega, permítete conocerle.

Yo no había tomado esas precauciones y ahora me encontraba en esa situación.

—Friedrich... —No es capaz de mirarme a los ojos—, estamos aquí.

No sabía cómo había conseguido convencer a mi padre para que me dejara entrar sola, pero lo había hecho.

—¿Quiénes?

Estaba cubriendo el cuerpo de mi prima con el suyo propio y me asustaba que tuviera el brazo tan firme y no temblara ni un segundo al apuntarme.

—Jhon, Thomas, los padres de ella —digo señalando a Martina—, incluso algunos amigos tuyos...

Él no iba a escucharme.

—¿Te tienen? —Su pulso tiembla por primera vez y me da la sensación de que se estaba obligando a apuntarme—. Dime que no estás secuestrada, dime que no es una trampa, dime que no te están usando para encontrarme.

Doy un paso hacia delante confiada en que mi cercanía le tranquilizaría.

Error.

Quita el seguro del arma y se asegura de mantener con tenacidad el brazo en alto.

Si tenía que dispararme, él lo haría.

¿Lo haría?, ¿realmente sería capaz? 

Creía que no, pero me había apuntado con firmeza por mucho que hubiera dejado de hacerlo directamente cuando había quitado el seguro del arma.

Me indica con la mano que me quede quieta y desvía la pistola hacia arriba, como si quisiera apuntarse a sí mismo, pero sin llegar a hacerlo porque su orgullo no se lo permitía.

—Friedrich, nadie me tiene —Tenía que ser delicada, pero no sabía cómo enfrentarme a esta situación y no sabía sí sería capaz de disparar—. He venido para estar contigo, estamos bien.

Omito la parte en la que Izima se sacrificó por nosotros, lo traumático que fue ver a Günther tirado en el suelo y los ojos abiertos tras ser brutalmente asesinado, cómo uno de sus mejores amigos, Hermann Rabensteiner se salvó de milagro, que fue Thomas quién descubrió el sitio dónde se había escondido, que Hugo arriesgó su vida y lo consiguió para salvar a Daniella o que yo misma había llamado a Enia y la había traído por mucho dolor que sintiera el pensar que ella podría ser más útil que yo, por si él no veía la realidad gracias a mí y tenía que ser su mejor amiga quien lo hiciera entrar en razón.

—Demuéstralo —ruega—. Si Sanders te tiene dímelo, porque te voy a meter los tiros que hagan falta con tal de evitar que vivas esa tortura y luego me encargaré de matarlo a él aunque sea lo último que haga.

Estaba suplicando.

Y por muy extraño que pudiera sonar, mi respiración se estabiliza y sonrío.

Friedrich Vögel no quería asesinarme. Pero no estaba tan segura de que él fuera capaz de mantenerse con vida.

Quería asegurarse de que yo no estaba en peligro, que Callum Sanders no me había raptado y, sobre todo, no iba a permitir que nadie me tocara sin mi permiso.

Era su manera de protegerme, ciertamente algo enfermiza, pero era su manera y yo había caído hasta el punto de verlo incluso como un gesto de amor cuando, en realidad, debería salir corriendo.

—¿Confías en mí?

—Lo suficiente como para darte el poder de traicionarme.

—Tú y yo tenemos un pacto.

—Y eso hago, cumplirlo... —Estaba trastocado y no era capaz de seguir un razonamiento lógico—. Te estoy cuidando, si ellos te tienen... —Sacude la cabeza al imaginarlo—, mi forma de cuidarte es esa.... —Niega y su brazo tiembla, estaba obligándose a no llevar la pistola a su propia sien—. No sé cómo cuidarte, Nela y no puedo vivir si tú estás en peligro.

—Deja que sea yo la que te cuide ahora y no me abandones, por favor.

El miedo que había sentido cuando me había apuntado, se había convertido en un miedo atroz a que él se quitara la vida. Porque Friedrich Vögel era suficientemente egoísta como preferir estar muerto antes de que mi integridad peligrase.

—¿Por qué debería creerte?

—Porque sabes que no te traicionaría..., sabes que te pediría ayuda..., lo sabes, joder, Friedrich...

Preciosa..., quiero creerte.

Sus claros ojos estaban oscuros, sin vida, sin ilusión. Nunca los había visto tan apagados como ahora mismo.

Su orgullo no le permitía mantener la pistola en su cabeza, pero parecían sus intenciones. Estaba luchando consigo mismo para no llevarlas a cabo.

—Pues baja el arma, dame la mano y cree en mí.

—¿Quiénes han muerto?

No sabía sí decírselo, no sabía si Friedrich soportaría la idea de saber que Izima y Stuart habían muerto.

Y no era capaz de decir delante de Martina que Günther había sido asesinado.

—Prima... —Martina asoma su cabeza mostrando sus ojos llenos de ojeras—, decilo. —Me pide en español con su marcado acento argentino.

Ambos estaban desesperados por saber qué había ocurrido y me estaban dando esa responsabilidad a mí.

Preciosa —Me estaba quebrando ver cómo me apuntaba con una pistola sin que el pulso le temblara mientras decía ese apodo en español que tanto me gustaba junto a su destacado acento de Frankfurt—. Habla.

—Izima y Stuart —Me muerdo el labio inferior y noto cómo su agarre en el arma era más flojo—. Por favor, deja de apuntarme, me estás destrozando.

—No.

—Friedrich..., por favor.

Suspira y en un rápido movimiento guarda la pistola, acercándose a mí y cuando pienso que ha cedido me sorprende la fuerza que ejerce, dándome la vuelta y doblando mi brazo izquierdo detrás de la espalda.

Me obliga a apoyar con cuidado la frente en la pared e imposibilita que haga ningún movimiento al sujetarme la parte trasera de la cabeza y enredar sus dedos en mi cabello.

—Dime que no te tienen —Juraría que está llorando por cómo estaba hablando y mi corazón se debilita al palpar el miedo que sentía de que me estuvieran usando como cebo, del miedo obsesivo que le había nacido al imaginarse que yo estaba sufriendo—. Júrame que estás a salvo.

—Estoy a salvo y te necesito —mascullo entre dientes intentado girar y librarme de su agarre sin éxito—. Te necesito y necesito que me lleves a Bielefeld para que pueda cumplir mi promesa y te necesito para que sujetes a Thomas porque con el único que es capaz de derrumbarse es contigo, te necesito para que hables con claridad a tu amigo Hugo cuando haga el gilipollas, te necesito para que Hermann no pierda esa inocencia que tanto esconde, te necesito para que le digas a tu mejor amiga que de ti no se libra fácilmente y también te necesito para que me sujetes por las noches cuando tengo pesadillas, cuando ves que me infravaloro y me ayudas a sentirme mejor. Te necesito porque quiero cuidarte y que seas tú el que no me abandone.

Mi labio inferior empieza a temblar y me siento destruida al sólo recibir su respiración como respuesta.

—¿Mis papás y hermanos están bien? —Se atreve a preguntar Martina.

—¿Qué ha dicho?

—Calma, Friedrich —Le pido—, sólo quiere saber si su familia está viva. —traduzco.

—Contéstale en alemán.

Me tomo un momento para respirar sin agobiarme aún más de lo que ya lo estaba.

—Till, Ben y tus padres están bien —respondo con cansancio—. Ellos están buscándote y deseando verte.

—¿Y tus tíos? —interroga Narciso—. ¿Y los demás?

Niego con la cabeza y me pongo a llorar.

Dejo de notar su agarre y me atrevo a darme la vuelta, notando el brazo algo cansado y entumecido.

—Que sea la última vez que me tocas sin que te dé permiso, ¿te ha quedado claro? —Le amenazo, ignorando que tiene la mano cerca de la pistola por si se siente obligado a actuar—. ¿Me has oído?

—Quién más ha muerto.

Es lo único que responde.

Imbécil —Mi arrebato le hace sonreír con ternura mientras alza una ceja y me exige una respuesta—. Günther.

Juraría que mi mirada era fría ante la punzada de dolor que sentía en mi pecho. Friedrich estaba llegando a un punto de locura del que temía que no tuviera retorno.

—Izima está viva —confiesa y mi corazón da un vuelco.

—No... Ella... —Me costaba hablar porque aún no había digerido lo que había sucedido. Su cuerpo aún no se había identificado entre tantos que habían acabado calcinados—. Izima... ella..., por favor, no me hagas decirlo en voz alta.

—Está viva —musita apretando la quijada y hablando con rabia—, yo mismo levanté una puta viga para sacarla con vida, no me digas que está muerta cuando sé perfectamente que sigue respirando.

La noticia debería haberme alegrado, pero el cómo lo dice me da tantos escalofríos que soy incapaz de reaccionar con felicidad.

Suspiro y temblorosa acabo preguntando:

—¿Dónde está?

—Dormida, está débil y necesita un médico —Mantiene a Martina detrás de él, protegiéndola con su propio cuerpo—, dime que no te tienen, dime que esto no es una trampa.

—¡No me tienen, joder! —chillo entre lágrimas mientras hago aspavientos de desesperación con los brazos—. He venido a por vosotros, por Dios, deja de ser tan... tan... tan... tan neurótico, ¿qué tengo que hacer para que me creas?

—Nela... —Sus ojos azules vuelven a tener un poco de vida, no mucha, pero sí lo suficiente para mostrarme algo de luz en toda esta oscuridad—, no me falles, voy a creer en ti.

Me hubiera encantado escuchar algo más, algo que me diera las fuerzas necesarias para apostar por él, por nosotros, por algo que dijera que todo iba a estar bien.

Pero si algo definía la manera de ser de Friedrich es que hablaba poco. Sus sentimientos eran para él.

Y que los hubiera mostrado una vez por completo no significaba que fuera su manera de actuar habitual.

No temía decirte la verdad y ser claro, pero nunca decía más de lo necesario.

Nunca.

Era reservado. Lo suficiente como para hacerte dudar y de un momento a otro volver a creer.

Glauben.

Eso significaba creer y yo necesitaba creer en él.

—¿Vamos? —Me acerco a él con las piernas temblorosas y coloco mis manos alrededor de su cabeza—. Friedrich, vuelve, por favor.

Me había apuntado con una pistola y había luchado con sus demonios internos para no pegarse un tiro a sí mismo.

Lleva sus manos a mis caderas y se agacha para apoyar su frente en la mía y mueve la cabeza de un lado a otro, haciendo que nuestras narices se junten varias veces, consiguiendo que un cosquilleo de paz me llene por dentro ante la ternura e inocencia de su gesto.

—Eres demasiado bonita como para estar enamorada de algo tan horrible como yo.

—¿Quién te ha dicho que esté enamorada?

Preciosa... te he apuntado con una pistola y tu reacción ha sido venir a abrazarme.

—Tú y yo tenemos una conversación pendiente después de esto —Aseguro—, pero no ahora, ahora vamos a sacaros de aquí y vamos a llevar a Izima al hospital y lo vamos a hacer juntos.

—¿Y después?

—Vas a ir a ver a tu terapeuta porque no estás bien de la cabeza..., y yo también voy a ir... —Me muerdo el labio inferior en un intento de evitar llorar—, joder, porque voy a acabar loca y tú estás casi neurótico.

—¿Juntos? —Aprieta su agarre, como si temiera perderme—. Nela, si decides no estar a mi lado, lo entenderé...

—Friedrich no hagas esto ahora...

—Escúchame, pesadita —Para mi sorpresa sonríe y lleva sus manos a mi cara, sujetándola—. Si no quieres seguir conmigo está bien, pero voy a seguir protegiéndote con mi vida, estés o no a mi lado.

—Se enamoró de vos, me lo dijo ayer —confiesa Martina con dulzura y noto cómo el calor empieza a aparecer por mis mejillas.

—¿Lo hago sufrir? —respondo en español.

—Pero después, sacame primero de acá.

—Luego te traduzco. —Le tranquilizo para evitar ponerlo nervioso, no sabía cómo iba a reaccionar.

Asiente y Martina lo nota como señal para acercarse a mí antes de girarse hacia Friedrich y susurrarle un gracias.

—Nela —Tira de mi brazo y niega bajo un suspiro—. No me puedo creer que vaya a hacer esto...

Me quedo paralizada.

—No irás a pedirme matrimonio, ¿no?

No era el moment para estar tonteando con él, pero no podía evitarlo. Cuando estaba a su lado me sentía a salvo y eso carecía de lógica.

Él y yo teníamos varios asuntos pendientes antes de decidir si nuestros caminos iban a seguir juntos o si, por el contrario, lo mejor sería separarnos.

—¿Volverías a rechazarme?

—Ya veremos.

—¿Cómo que ya veremos?

¿Cómo podíamos estar tan cómodos y hacer como si nada hubiera pasado después de todo lo que habíamos vivido?, ¿cómo era posible complementarnos tan bien cuando todo iba tan mal?

—Friedrich... —Suspiro—. ¿Era eso?

Creo que mi corazón empieza a bombear con fuerza. No sería capaz de decirle que sí, no mientras él tuviera el poder de disparar y que la bala fuera a su cabeza.

—No.

—¿Entonces?

Por un momento juraría que le ofende que mi cuerpo se relaje ante tanta tensión. 

—Que si me das permiso para besarte.

Me acababa de quedar en blanco y no sabía qué decirle. Quería que lo hiciera, pero me temblaba demasiado la voz y el pánico estaba dentro de mí. 

—¿Me estás pidiendo permiso?, ¿tú?, ¿Friedrich Vögel? —Consigo responder y delíneo con el pulgar sus labios—. ¿Desde cuándo pides permiso para hacer lo que quieres conmigo?

Mis ojos estaban llenos de lágrimas y sabía que algo entre los dos no estaba bien, pero al mismo tiempo nos comprendíamos de una manera cruel, pero sincera.

—No hagas que me arrepienta de esto.

Pongo los ojos en blanco y sorprendiéndole junto mi boca con la suya con tanta desesperación que no me importaba tener a mi prima de espectadora o a gente esperando a que saliera y, con suerte, con ellos dos a mi lado e incluso con Izima.

Pero necesitaba hacerlo porque no sabía cuándo volvería a sentir sus labios acariciando los míos y no sabía lo que nos depararía el futuro o si estaríamos preparados para ello.

Porque para Martina todo había acabado, para mí estaba comenzando y para Narciso sólo era parte de su día a día.

Matar o ser asesinado.

No había otra.

Pero Friedrich y yo habíamos emprendido juntos un billete de ida y esperaba que pudiéramos tener un mismo billete de vuelta.

¡Os prometo que ahora mismo estoy temblando! Perdón si no era el final que esperabáis, pero es el que tenía planeado y yo me siento muy contenta aunque con mucho vértigo.

¡No os olvidéis de votar y comentar para que la novela siga creciendo y llegando a más gente!

¿Qué os ha parecido?

Necesito sbaer todo lo que está pasando por vuestras cabezas ahora mismo.

Sé que hay muchas cosas que aún no se han resuelto, soy consciente, pero este era el final que tenía que darle para la segunda parte de la historia que: subiré aquí, en este mismo libro, así que no quitéis la novela de la biblioteca.

Que por cierto, si no habéis visto la portada y el título de la segunda parte de Narciso podéis ir a mi instagram (eridemartin) y ver mi último post donde está desvelado jeje.

¡Apuntad la fecha del 24 de febrero de 2022 porque vuelven los jueves de actualización!

Estoy pensando en subir curiosidades y algún extra sobre algunos personajes para que no se haga muy lenta la espera, ¿de quiénes os gustarían?, ¿alguna escena en especial?, ¿algo que haya ocurrido a lo largo de la historia y que os gustaría ver narrado por Narciso?

Que sepáis que Izima sigue viva porque la canción Never Give Up de Sia la salvó, algunas ya sabiáis que había un personaje al que le había perdonado la vida y pues esa es Izima jeje.

Bueno me callo que lloro que estoy muy nerviosa por vuestras reacciones, chillo.

¡Lo dicho! No quitéis el libro de biblioteca porque estaré subiendo cositas por aquí y obviamente la segunda parte: Billete de vuelta.

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