Neun: A punto de detonar.

Capítulo dedicado a aplicartte. Gracias por todo el apoyo y por subir contenido en TIKTOK relacionado con esta historia. No te puedes imaginar la sonrisa que me nace y lo contenta que me pongo cuando veo el apoyo que le muestras a esta novela. 

¡Muchísimas gracias por tanto!

Neun: A punto de detonar.

6 de marzo, 2020.

Izima me había abrazado, un gesto que me había llenado porque ella era una persona bastante arisca en general, en cuanto me había visto.

Tras eso me había pedido sin miramientos que no la mirara con lástima.

Que estaba feliz de que lo único que le faltara fuera el brazo izquierdo y lo había resumido todo a que aún podía seguir pegando tiros, aunque su equilibrio no fuera tan bueno como antes.

Me había sentido algo avergonzada por mirarla con descaro y un sentimiento de hipocresía me calaba los huesos.

Odiaba que miraran mis cicatrices y me acomplejaba mostrarme con ellas, me aterraba y, aun así, había sido incapaz de ignorar que le faltaba algo más de la mitad del brazo.

—Perdona —Siento la necesidad de justificarme—. Lo siento muchísimo si te he incomodado o algo...

Con Izima siempre habían fluido las conversaciones como si nada y eso que solíamos charlar de cosas serias, pero ahora notaba la situación un poco forzada.

Y es que, ¿cómo le hablabas como si nada a una persona que acababa de volver a la vida?

—No te preocupes —Me sonríe con sinceridad y apoya su mano en mi hombro antes de situarse frente a mí—, no me molesta que tengas reacciones humanas; eres curiosa.

—Pero es de mala educación y...

—No siempre se puede ser correcta, Nela —Alza ambas cejas y me muestra su amparo de alguna forma—; eres una persona, no te obligues a ser una superheroína sin defectos, permítete cometer errores, lo creas o no: meter la pata es lo que nos ayuda a crecer y mejorar.

—Ya... —Miro hacia abajo y suelto un corto suspiro—, pero si puedo evitar hacer daño en el proceso...

—Tú piensa que prefiero que me mires mil veces con ojos curiosos a que me tengas que visitar en un cementerio.

Dios mío, qué bruta es.

—Izima...

—Es la verdad —dice completamente convencida—. Es mejor que estar muerta, aún no me acostumbro a no tener el brazo y creo que sufro del dolor de un miembro fantasma... A veces siento mi mano izquierda y el dolor, te lo prometo —confiesa sin creérselo del todo—. ¿Cómo te va a ti?

No era difícil descubrir que no le gustaba hablar mucho de sí misma. No ponía ninguna objeción en hacerlo si así lo veía necesario, pero evitaba ser el centro de la conversación. Le gustaba más ser personaje secundario que protagonista.

—No estoy segura. —manifiesto.

Estábamos en la cocina de Friedrich mientras que algunos de sus amigos estaban tomando cerveza en el salón.

No había podido evitar sonrojarme cuando había visto a varias personas sentadas en el mismo sofá donde Narciso y yo habíamos follado, así que venir a la cocina a despejarme me había ayudado.

Hasta que había recordado lo que él y yo hicimos en la encimera el día de su cumpleaños y me había obligado a mí misma a no sofocarme porque, al fin y al cabo, eran recuerdos demasiado buenos y que no me importaría repetir.

—¿En qué sentido? —Se sienta en uno de los taburetes y se reclina hacia atrás—. Creo que a veces nos olvidamos de que para ti todo esto es nuevo y nos empecinamos en obligarte a que vayas a nuestro ritmo.

—Quiero ir a vuestro ritmo.

—Y yo quiero evitar que te rebajes a nuestro nivel —Izima se negaba a dejarme ver más allá, ansiaba protegerme de una manera completamente distinta a la del resto—. Nela, conoces la muerte porque la has visto, pero quiero salvarte de ser tú quien arrebate una vida.

—¿A qué te refieres? —Titubeo un poco.

—Es duro observar la muerte a través de los ojos, pero es aún peor cuando eres tú quien decide quién vive y quién no.

—Aún no me creo que esté en esta situación —admito—, no sé..., me siento como encerrada en una burbuja... van sucediendo escenas delante de mí y yo no tengo tiempo de asimilar nada.

—Es comprensible que te sientas así.

—Cuando me voy adaptando... las piezas se cambian y empieza una nueva partida; aparece un nuevo problema que lo pone todo patas arriba.

—La vida es un continuo cambio, pero solemos tener tiempo para acostumbrarnos; el problema es cuando el tiempo juega en contra y no encuentras las herramientas para volverlo a tu favor.

—Es que..., primero fue mi madre, adaptarme a un nuevo país, a la familia de mi padre y descubrir que no era un cretino ausente por gusto, sino que las circunstancias le obligaron a tomar decisiones desesperadas... —Tomo un respiro y consigo por primera vez controlar las ganas de llorar—, luego vino el tema de Sanders y cuando Sanders no tiene nada que ver, entonces es mi relación con Friedrich, si no es mi relación con Friedrich aparecen mis inseguridades y celos injustificados —Sigo hablando y me concentro en lo que quiero decir—, cuando mis celos y mis inseguridades no tienen nada que ver, entonces aparece la que creo que es hermana de Friedrich y...

—¡¿Qué?!

Mi última confesión parece incluso descolocar a la persona con mayor autocontrol que había conocido nunca.

—Izima... —Tomo aire y cuando me siento lista para decir las palabras adecuadas sigo hablando—, creo que he conocido a la hermana de Narciso, pero no estoy segura y no sé qué hacer.

Echa la cabeza hacia atrás y sopesa las opciones.

—¿Tienes pruebas?

Su párpado tiembla y me percato del entrenamiento tan fuerte que había hecho con su propio cuerpo para evitar exteriorizar sus sentimientos.

Habla calmada y tranquila, parecía más curiosa que sorprendida, no obstante, había pequeños gestos que delataban la realidad.

Al fin y al cabo, era imposible fingir y dominarse a uno mismo tantísimo tiempo.

—No, pero es que..., es apodada como rusa, trabaja para Rocco Pfeiffer y te juro que tiene el mismo acento que Narciso y Enia y...

—Díselo.

No se lo piensa dos veces antes de aconsejarme.

—¿Y si no es? —Me entran dudas y creo que lo nota—. Eso le puede destrozar y él está en un momento bastante crítico.

—¿Y tú no lo estás?

—Pero estamos hablando de su hermana, de algo suyo.

Me parecía importante recordarlo porque en esta situación el afectado era Friedrich, no yo.

Estábamos hablando de Sonja Vögel, no de una Schrödez o una García.

La única persona viva a la que Narciso aún consideraba familia.

—¿Quieres mi opinión?

—Sí, por favor. —Necesitaba conocer otros puntos de vista.

—No le digas que has conocido a su hermana, simplemente dile que crees que puede ser ella. Déjale claro en todo momento que no estás segura, que sólo cabe la posibilidad y que crees que es mejor que lo sepa y que lo descubráis juntos.

—¿No debería asegurarme antes?

—Nela, o verificas que tus sospechas son correctas o hablas con él diciéndole que existe esa posibilidad, pero honestamente, creo que debes decírselo.

Noto la tensión disipándose y consigo relajarme.

No sabía que estaba tan rígida hasta que el peso de mis hombros ha desaparecido casi por completo.

—Gracias..., se lo diré —Doy un sorbo al vaso de agua y le digo—. ¿Te puedo preguntar algo?

—Claro —Me da un bote de cerveza sin abrir—, ¿me ayudas a abrirlo?

—¿Cómo te salvó? —Se lo ofrezco una vez le abro la lata.

—Imagino que si me haces esta pregunta es porque Narciso no ha querido decírtelo, ¿estoy en lo cierto?

Asiento.

—Tengo recuerdos un poco difusos, sobre todo recuerdo los instantes previos, cuando había decidido que para salvar a los civiles yo tenía que morir.

Cierro los ojos asimilando sus palabras y vuelvo a abrirlos un par de segundos después.

Decidir en tan poco tiempo tu destino y ser capaz de hacerlo con la mente fría me parecía un acto temerario al mismo tiempo que admirable y peligroso.

» Yo estaba lanzando granadas porque quería asegurarme de que Massimo y Dominik sacaban a todos los civiles posibles —Da un sorbo—, iba a inmolarme y terminé de convencerme cuando vi a uno de los cargos importantes de Sanders cerca, el tercero al mando si no me equivoco, al segundo ya nos lo habíamos cargado...

—¿Qué te frenó?

—Tu prima —reconoce—. Vi que Friedrich estaba intentando salvarla, pero él no podía contra tantos y menos si estaban armados.

—No sé qué decir.

—Nela, esto que te voy a decir es bastante fuerte, te recomiendo que te sientes —Le obedezco y escucho con atención sus palabras—. Narciso me dio la opción de cambiar los roles y ser yo la que rescatara a tu prima con la condición de asegurarse de que tú estabas con vida.

Mi corazón se estruja y agradezco haberme sentado.

—¡¿Qué?!

—Le daba igual matarse con todos dentro si te veía una última vez.

—¿Te... negaste?

—Soy guardaespaldas y estoy entrenada, cariño, era una opción inviable. Si esas granadas explotaban nos íbamos todos a tomar por culo.

Mi labio inferior empieza a temblar al ser consciente de que ese mismo día podían haber muerto muchos más que Günther y otros civiles.

Ese maldito 8 de febrero estuvieron a punto de morir Martina, Izima y Friedrich.

Cierro los ojos y aprieto con fuerza los párpados, no quería llorar, pero se me hacía imposible no soltar lágrimas.

—¿Qué hiciste? —pregunto cuando ha pasado el suficiente tiempo para que encuentre mi propia voz—. ¿Qué decisión tomaste?, ¿cómo... cómo salisteis de esa situación?

—Estallé una granada contra una columna, creando un telón entre esos hijos de puta y tu prima. Mi misión principal era que Martina no fuera secuestrada —Suelta un suspiro antes de decir—, sé lo que esos cabrones hacen porque lo he vivido y no iba a permitirlo.

Algún día me gustaría saber su historia, no por curiosidad ni tampoco por querer conocer ciertos detalles, sino porque Izima era protagonista de una historia de terror inhumana que merecía ser escuchada.

Sin embargo, no iba a presionarla ni preguntarle directamente, si ella quería hablar de esa parte de su vida, yo estaría ahí para escucharla.

—¿Qué pasó después?

—Le ordené a Friedrich que saliera; había ganado tiempo y un boquete en la pared para que Martina y él salieran...

—No lo hizo —Estaba afirmándolo y me alegraba saber que Narciso había seguido su rebeldía habitual y sus intuiciones de que podía salvarlas a ambas—, y me alegro de ello.

Sonríe con tristeza y me doy cuenta de que Izima estaba profundamente herida. ¿Alguien le habría dicho alguna vez que se alegraba de verla con vida? Porque seguramente ella sabría que así era, pero nadie se atrevía a decírselo por miedo a que ella no soportara escucharlo.

—Me encantaría darte más detalles, Nela, pero es que lo siguiente que recuerdo es un disparo que conseguí evitar y una viga cayéndome encima.

Nos quedamos calladas durante un par de segundos hasta que al final me decido y hablo.

—¿Friedrich mató al tercero de Sanders?

—Sí.

No dice nada más.

Sólo confirma la evidencia.

Trago saliva y noto mi cuerpo temblando.

—¿Con una pistola?

¿Por qué tenía que hacer preguntas tan tontas?

—A golpes —revela Izima con tono cansado—. No quieras saber los detalles, Nela, no te harán bien.

—Es que...

—Nela, ya te lo dije una vez: en este mundo se necesitan personas que tengan miedo a disparar armas y matar personas, pero mientras existamos los que no sentimos miedo, la sociedad seguirá cayendo en picado y nosotros seremos responsables de que las cosas no cambien a mejor.

—¿Por qué te incluyes con todos los asesinos?

—Porque soy una asesina, no soy mejor que otros —Me mira con suavidad, dulcificando su discurso todo lo que puede—. Yo mato a gente, Friedrich mata a gente, Hans mata a gente, Massimo mata a gente, Hugo ha matado a gente, Hermann ha matado a gente... —Aparta la mirada antes de seguir hablando—, Kai, Stuart, Ancel y Nils también mataban, podría darte miles de nombres de personas que no conoces que están de nuestro lado, sí, pero que siguen siendo asesinos como lo soy yo.

—¿Y Thomas?

Muestra una sonrisa llena de orgullo.

—Curiosamente, el único que nunca ha matado a nadie es tu hermano.

—Yo lo he visto disparar... incluso sé que disparó a Sanders en la pierna...

—Pero no lleva el peso de haber quitado la vida a alguien.

—¿Por qué?

—Porque es bueno, porque no teme defender a los suyos y herir de gravedad si es necesario, pero tiene una virtud que envidio: le aterra ser el que decida si alguien vive o muere.

—¿Te lo ha dicho?

—Es una conclusión a la que he llegado observándolo; es el que mejor maneja armas y tiene una habilidad para usar una en cada mano excepcional, descifra anatómicamente tan bien a las personas, que sabe el punto perfecto en el que clavar la bala sin convertirse en un asesino.

—Lo hacéis por una buena causa..., matéis o no... estáis ayudando...

—Tenemos las manos manchadas de sangre, no somos mejores personas que los del otro bando, simplemente cumplimos con nuestros intereses.

—Salváis a muchas personas...

—Correcto —concuerda conmigo—, pero también nos cargamos a muchas otras.

—Yo...

—Nela, no se justifica lo que hacemos y no necesitamos que nos excuses. Somos asesinos de otros asesinos, ¿es justo quitar una vida porque otra persona lo haya hecho?

—Pero...

—No te estoy hablando de moralidad ni de ética, porque en eso creo que ambas estamos de acuerdo; te estoy hablando de la balanza de la justicia, ¿es justo quitarle la vida a una persona?

—No.

—Nela —Me sonríe y aunque intento devolvérsela no lo consigo—. Es tu turno, ¿qué te pasa? —Baja el tono de voz y muestra su faceta más cercana—. No tienes esa alegría e ingenuidad que tanto te caracteriza, ¿qué te ha ocurrido? Y no es que esté banalizando todo el dolor que estás sobrellevando, es que mi intuición me dice que hay algo más.

—¿Por qué lo dices?

—Porque parece que quieres saber mucho, pero estás asustada.

—Me ocurrió algo con Narciso. —expreso en voz alta y me abrazo a mí misma.

—Sabes que no voy a juzgarte por muy duro que sea mi tono de voz. Sé que a veces puedo pecar de insolente y mandona, que puede parecer que quiera decidir por ti y muchas veces se me olvida que una cosa es el cómo actuaría yo y otra el cómo lo harías tú y ambas son completamente válidas, ¿de acuerdo?

Tomo aire y por primera vez se lo digo a alguien en voz alta.

Sólo se lo había dicho a Friedrich quien me había dado a entender que nunca hubiera apretado ese gatillo.

—Me apuntó con una pistola.

Alza la mirada y observo sus ojos por primera vez en toda la noche. Se había puesto lentillas rojas.

No necesita escuchar su nombre, sabe perfectamente a quién me refiero.

—Asumo que lo hizo para protegerte porque alguien te tenía, ¿verdad?

—No...

—¿Qué pasó? —Suena ansiosa.

—Estuvisteis desaparecidos un par de días y cuando os encontramos..., él tenía miedo de que Sanders me tuviera.

—¿Y te apuntó?

—No confía en mí... —Decirlo en voz alta es incluso más duro que el simple hecho de pensarlo—. ¿Realmente cree que si Sanders me tuviera le hubiera delatado?, es que incluso si lo hubiera hecho, se lo habría dicho, no le haría eso.

Sorbo por la nariz.

—Los hombres y su tendencia a cagarla siempre... —Aprieta la lata de cerveza en sus manos e ignora que el líquido se desparrame por la encimera—. Voy a matarlo.

Me pongo delante de ella cuando sus intenciones son ir tras él.

—Izima...

—¿Se apuntó a sí mismo?

—Luchó para no hacerlo, pero llegué a tener miedo de que lo hiciera... llegué a pensar que sería capaz de matarse antes de hacer frente a la situación —reconozco—. ¿Por qué me apuntó si según tú estuvo dispuesto a sacrificarse con la condición de verme una vez más?

—Tiene tendencia a la depresión y a veces sufre de brotes que incluso le distorsionan la realidad..., hacía más de un año que no pasaba por algo así —enuncia con claridad y juraría que está preocupada por su amigo—, pero eso no le da derecho a meterte ese miedo en el cuerpo.

—¿Qué vas a hacer? —Me pongo entre la puerta e Izima cuando veo su intención de montar un espectáculo—. Déjalo estar...

—Sólo quiero hablar con mi amigo.

—Es que eres un poco bruta, tú misma lo has reconocido...

—Eso es cierto, pero Narciso es un chico duro, es capaz de aguantar cualquier cosa y ahí estoy yo incluida.

—Si vas a decirle algo que no sea con tanta gente delante.

—Déjame esto a mí, tranquila —Abre la puerta y me guiña un ojo—. Quédate aquí, ahora vuelvo.

Frunzo el ceño y dejo que se marche antes de escucharla pegar unos cuantos gritos que callan a todos y me pongo nerviosa cuando su voz y la de Friedrich suenan cada vez más próximas a la cocina.

—Por si no os habéis dado cuenta, la gente está en el salón —Deja que Izima lo empuje dentro de la cocina y yo me siento pequeña entre dos personas con tan mal genio y tanta experiencia en la vida—. ¿Alguna quiere cerveza?

—No, gracias. —respondo.

Se encoge de hombros, ignorando la razón por la que Izima ha ido a por él y coge un bote de cerveza.

Quería abrazarlo y estar a su lado ahora mismo, pero sentía que nuestra amiga me juzgaría, así que controlo mi necesidad de correr a sus brazos.

Tampoco me parecía justo sentirme así: desestimada por mis sentimientos y, en especial, que no se me permitiera elegir por mí misma lo que quería hacer.

Y así es cómo me hacía sentir Izima ahora mismo: juzgada y haciéndome creer que ella tenía derecho a meterse entre medias.

Sus intenciones me agradaban y se lo agradecía eternamente, la forma de hacerlo, no.

Ella misma había reconocido que pecaba de ser, en cierto modo, un poco condescendiente.

Y, sin darse cuenta, atacaba directamente a mi autoestima y me hacía sentir más pequeñita, como si lo que ella dijera estaba bien y tú tenías que corregir lo que a ella no le parecía oportuno.

—¿Se puede saber qué coño pasa? —Friedrich cierra con fuerza la nevera y se gira cuando ve la posición en la que se encuentra.

Izima saca su arma de las tiras del pantalón y con su boca se ayuda para ponerla a punto.

Joder.

Estaba apuntando directamente a Friedrich Vögel con su única mano y el pulso no le temblaba apenas.

—Izima...

Entendía el efecto que quería conseguir en Narciso y una parte de mí quería gritarle un "gracias" porque la forma en la que él comprendía muchos de sus errores era viviéndolos.

No creía en la terapia de choque, pero parecía que era la forma más eficaz para Narciso.

—¡¿Qué coño estás haciendo?! —Deja el bote encima de la encimera con rabia y con un evidente tono molesto en su voz.

—¿Cómo te sientes, Narciso? —La voz de Izima suena fuera de sí, como si quisiera demostrarle un punto a su amigo—. ¿Cómo cojones te sientes viendo como traiciono la confianza que tenemos y destrozo la seguridad que tenías en mí hasta hace un momento?

—Baja la puta pistola, Izima.

Friedrich no se aminora, sino que se hace más grande.

Él no sentía miedo y en caso de tenerlo, jamás te darías cuenta.

Se fiaba lo suficiente de sus intuiciones y sus creencias como para tener fe en que ella no apretaría el gatillo.

Quizás es que le daba igual si lo hacía o no.

No le temía a la muerte y, por tanto, no esperaba nada de la vida.

—Por favor, basta... —Trato de mediar.

—Cállate, Nela —Izima no me mira al decirlo—, por favor, espera un momento.

Vivir de nuevo esta situación siendo la espectadora me estaba creando ansiedad.

Me parecía muy cruel e injusto que me hicieran revivir esta circunstancia.

Estaba muy harta.

De todo; de todos.

Me consideraba una persona bastante conciliadora en muchos aspectos y la frustración de sentirme inútil o no atreverme a ponerme entre los dos sumado a que la gente de la que me rodeaba acercaba el dedo al gatillo con demasiada soltura y confianza, me superaba.

Me sentía paralizada.

—¡¿Cómo te sientes, Vögel?! —El pulso de Izima tiembla un poco cuando ve que Friedrich se aparta del frigorífico y da un paso hacia delante, tentando a su suerte—. Tú conoces este mundo y aun así noto el dolor de la traición en tu mirada por mucha seguridad que quieras mostrarme.

Su quijada está apretada y su respiración comienza a acelerarse.

Es la sensación de la adrenalina mezclada con el sabor del engaño sin precedentes.

Para Friedrich nada de esto tenía sentido; él le había salvado la vida y ella sólo había temblado un poco cuando había amenazado con pegarle un tiro.

—¿Cómo mierda quieres que me sienta si me estás apuntando con una pistola?

¿Ahora me entiendes?

Siento ganas de gritar y lo hubiera hecho de no estar bloqueada ante la escena que ambos evocaban.

—¡Aleluya! —Izima relaja su postura y respira con cierto alivio—. Que sea la última vez que llega a mis oídos que la has apuntado con un arma, Narciso.

Me señala con un movimiento de cabeza.

Y los ojos de Narciso conectan con los míos.

Sus ojos de color azul se oscurecen y desde la lejanía creo percibir el pánico recorriéndole por todo el cuerpo.

—Joder... —pronuncia con suavidad al salir del trance en el que estaba inmerso.

Por primera vez siento que es consciente del dolor que él mismo me había provocado, que ahora entendía por qué podía estar a su lado como si nada, pero que también comprendía la razón principal de que mi subconsciente le tuviera miedo.

Tanto él como yo sabíamos que nunca hubiera apretado el gatillo en mi dirección. Antes se hubiera disparado a sí mismo; pero el gesto de haber mantenido con firmeza una pistola sin ninguna razón justificada, había sido traumático.

Tal y como Izima acababa de demostrarle.

Se acerca a él y le pide que ponga el seguro de la pistola.

—Narciso, eres importante para mí y te considero clave en mi vida, pero la próxima vez que le apuntes a una de mis hermanas piénsatelo dos veces porque no habrá aviso que valga: te mando directamente al infierno. Si tocas a una, me tocas a mí.

No responde.

Me quedo mirando hacia abajo y sus piernas entran en mi campo de visión.

Me abraza y esconde su cara en mi cuello.

—Nela —Me llama Izima haciéndome levantar la mirada mientras que Friedrich Vögel se rompía por tercera vez en mis brazos—. Tú tienes algo que contarle e imagino que él necesita hablar contigo, creo que es un buen momento para que tengáis una charla.

Friedrich se tensa y juraría que, si no fuera tan fuerte en todos los sentidos, se desplomaría ahora mismo.

—De acuerdo —Logro pronunciar y cuando noto el cálido abrazo de Narciso y la vulnerabilidad con la que solloza casi en silencio, añado—: ¿puedes hacer que todos se vayan?

Le envuelvo con mis brazos y paso la mano por su espalda, tratando de calmarlo.

—Me llevo incluso a Müller a dormir a mi casa, vosotros dos tenéis una conversación pendiente.

Nos quedamos a solas y tomo con mis manos la cara de Friedrich al ver sus ojos hinchados y rojos.

Limpio sus lágrimas con mis pulgares y le sonrío con todo el amor que siento por él pacientemente hasta que oímos la puerta de su casa cerrándose y, después de eso, un silencio total.

—Estoy aquí —Rompo el mutismo que nos envolvía y acaricio la piel de su cuello y mejillas con suavidad—, a tu lado, Friedrich, estoy a tu lado.

Las lágrimas siguen corriendo por su rostro, como si estuvieran en medio de una carrera.

Me sorprende que no emita ningún sonido, ni siquiera un sollozo. Sabía que estaba llorando porque lo estaba viendo, no obstante, no había ningún otro indicio de que eso estuviera ocurriendo.

Narciso había aprendido a llorar en silencio, sin que nadie fuera consciente de que estaba mostrando esa parte de él que le habían hecho creer que era de ser una persona débil.

—Nela... —Junta su frente con la mía y apoya las manos en la encimera, rodeándome por completo—. No me mires así, por favor.

—¿Cómo te estoy mirando?

—Como si fueras culpable de lo que ha ocurrido cuando el único responsable de algunas de tus pesadillas soy yo.

—Es que yo...

—Es que tú nada, preciosa —No habla con un tono de reproche ni tampoco con maldad—. Tienes tendencia a justificar todo lo que hago y yo nunca te corrijo de tu error.

—Eso no es cierto, no del todo.

—Lo es —afirma—. Soy horrible porque incluso sabiendo que no soy bueno para ti, sigues a mí lado y en vez de alejarte, te pido que te quedes.

—Friedrich, basta, ¿vale? —No me responde—. Compadecerte de ti mismo no es la solución.

Acaricio sus húmedas mejillas con mis manos y me impulso para darle un beso.

Me rechaza.

Friedrich Vögel me estaba rechazando.

Lo acababa de sentir como un puñetazo en el estómago.

Se separa para coger fuerzas y cuando se siente preparado me toma la cara con ambas manos y se agacha lo suficiente para acortar distancia entre ambos.

Espero un beso por su parte y ese beso nunca llega.

—¿Qué pasa? —Mi voz tiembla un poco y él sonríe con tristeza mientras pasa su pulgar por mi labio inferior—. Yo...

—Eres la persona a la que más quiero del mundo, y te lo digo en alemán porque quiero que lo sepas, porque no creo ser capaz de decírtelo en otro momento y quiero que se te quede grabado en la mente —Hace una pausa y toca con sus dedos mi cabeza, como si quisiera guardar él mismo esta declaración en mi cerebro—: decir «lo siento» y «te quiero» son las palabras y los sentimientos que más me cuesta pronunciar y demostrar y, a ti, tengo demasiadas razones por las que pedirte perdón y aún más para decirte que estoy locamente enamorado de ti, sin presiones, sin miedos de por medio y en alemán para que nunca se te olvide: te amo, Nela Schrödez Garsia y siempre voy a estar agradecido de que me hayas devuelto a la vida.

—Friedrich...

—¿Sí, preciosa?

—No eres una persona horrible, eres una persona dañada que no sabe cómo hacer las cosas y...

—Y no sé quererte bien, pero te prometo que aprenderé a hacerlo sin destruirte por el camino.

—Creo que no eres consciente de que en muchas ocasiones eres quien me salva y es algo que tengo que trabajar, no puedo depender de ti porque tú no eres un salvavidas.

—Me has dado el poder de destruirte y de sanarte —enuncia en voz alta— y te juro que voy a devolvértelo para caminar a tu lado y no delante de ti.

Envuelvo mis brazos en su cuello y permito que se relaje y que se entretenga dibujando círculos imaginarios en la piel de mis costados.

Ich glaube an dich. —Susurro pegada a su boca y limpiando las pocas lágrimas que aún quedaban en sus mejillas.

«Yo creo en ti».

Und ich glaube auch an dich, Nela.

«Y yo también creo en ti, Nela».

No sé durante cuánto tiempo estamos de pie, simplemente abrazándonos y en silencio, pero no me molesta.

Era de esos silencios en los que podías respirar tranquila porque sabías que estabas segura y él se sentía a salvo a tu lado.

Suelta un largo suspiro y mi cuerpo se tensa al escuchar su confesión:

—Eckbert me pegaba cuando lloraba —No se mueve de su posición y me abraza con más fuerza cuando nota que me he puesto rígida—, decía que los hombres no teníamos que llorar, que eso era de niñas —Empieza a acariciarme el pelo mientras que yo me abrazo a él por la cintura—. Le gustaba usar la piedra de su mechero para marcarme cuando me comportaba como una nenaza y aun así seguía llorando a escondidas.

Se separa y levanta la manga de la camiseta, mostrándome su codo bastante rugoso y que se podía confundir con alguna herida que los críos se hacen cuando se caen jugando.

Pero no era el caso de Friedrich Vögel; él no tenía marcas de la infancia como cualquier niño debería tener.

Sus heridas eran más profundas que una simple anécdota, eran cicatrices de violencia hechas por quien debería haberle amado de la manera más genuina y pura del mundo: el amor de un padre hacia su hijo.

—¿Estás cómodo hablando de esto?

Me aúpa hasta apoyarme en la encimera, colocándose entre mis piernas y mirando hacia el granito de la mesada.

Es incapaz de mirarme a los ojos.

—Nunca voy a estar cómodo hablando de mi infancia, Nela —Deja escapar un suspiro ansioso, incluso me atrevería a decir que un poco asustado—, pero quiero hacerlo si tú quieres escucharme.

No me estaba pidiendo que le insistiera, ni que reforzara su ego mediante insistencias burdas.

Al contrario, me estaba pidiendo con palabras que le escuchara.

—Siempre quiero escucharte, esté más o menos de acuerdo contigo... —Recuerdo algunas de nuestras discusiones al decir eso—, siempre me interesa lo que tienes que decir.

Lo toma como un estímulo positivo para seguir hablando.

—Mi abuelo, por el contrario, me enseñó que a las niñas no se les pegaba y que llorar podía ser debilidad o valentía según la perspectiva que tú quisieras darle.

—¿Estabas muy unido a él?

—Sí y no, ni Kerstin ni Eckbert aprobaban la educación que mi abuelo intentaba darnos, así que evitaban a toda costa que lo viéramos...

—Pero seguíais viéndolo.

—Sí, el abuelo nunca dejó de luchar por nosotros y le daba igual lo que Eckbert o Kerstin dijeran.

—¿Por qué se llevaban tan mal tu madr... Kerstin y tu abuelo?

Se encoge de hombros.

Si sabía la respuesta y no me la quería decir o si simplemente desconocía qué es lo que había pasado entre padre e hija, no era algo de lo que fuera a enterarme.

—Sé que a mi abuelo nunca le gustó Eckbert ni como persona ni para Kerstin, él siempre la engañaba, supongo que después se percató de la clase de hija que tenía y empezó a entender que eran tal para cual.

—Ella... —Se me hace un nudo en el estómago al pensarlo—, ella también... ¿te pegaba?

—A veces —Por fin me mira a los ojos—. Kerstin era más de castigarnos sin comida, sin agua caliente o si se enfadaba nos dejaba durante horas en la calle cuando hacía mucho frío..., pero sí, recuerdo algún puñetazo en los que llevaba anillos y el dolor del golpe en mi cara.

Me estaban entrando ganas de llorar.

—¿Ningún vecino hacía nada?

—Nadie sabía nada y si lo sabían, lo ignoraban. Lo único que evitaba que nos dieran palizas o torturaran, era cuando el abuelo venía a vernos y cuando enfermó fue la excusa perfecta para internarlo en una residencia subvencionada por el gobierno.

—Joder, Friedrich...

—El abuelo se negó —Sonríe con orgullo al recordarlo—, pero seguía estando enfermo y acabaron llevándoselo contra su voluntad.

—¿Nunca denunció?

—Nunca supo hasta qué punto llegaba la crueldad de Kerstin y Eckbert; no eran tontos, sabían comportarse cuando él estaba de visita y por eso odiaban que estuviera bajo el mismo techo que nosotros.

—No podían propasarse con vosotros...

—Exacto.

—Siento tanto que hayas tenido que vivir así, yo... yo...

Besa mi mejilla y se relame al sentir la humedad de mi cara. Imito su gesto y noto lo mismo.

Ambos estábamos llorando.

—Lo peor se lo llevaban Jutta y Sonja, yo era muy pequeño y para que no me pasara nada siempre solían aceptar ellas los castigos.

Vuelve a sonreír, como si estuviera recordando algo feliz en su infancia.

Una infancia marcada por la violencia y el abuso de poder.

—Jutta siempre se duchaba con agua fría para que Sonja y yo tuviéramos la oportunidad de lavarnos con un poquito de agua caliente, cuando Kerstin se enteró nos castigó apagando el termo y obligándonos a los 3 a ducharnos con agua congelada en invierno..., Sonja empezó a bordar mis pantalones para que no tuviera frío y para que los del colegio no se rieran de que siempre iba sucio, cuando Eckbert se enteró, le cortó el pelo como a un chico para que las niñas se burlaran de que era muy masculina.

Se me traba la lengua y soy incapaz de hablar y decirle lo que creo que sé.

Ahora mismo quería ser su apoyo y escuchar cómo se desahogaba.

—Tú..., eh..., ¿cómo te llevabas con ellas?

—Ya sabes que, para mí, Jutta era un ángel, era demasiado buena, muy optimista y una luchadora; me escuchaba y mediaba conmigo cuando me peleaba y lo más importante es que siempre se interesaba por saber mi versión y lo que yo opinaba, aunque también era muy firme y testaruda, era estricta y necesitaba tener la última palabra.

—Viene de familia entonces —bromeo y noto que él lo agradece.

—Y luego estaba Soni..., ella y yo chocábamos mucho, siempre nos peleábamos y discutíamos, pero en realidad nos defendíamos a muerte. Era la típica relación de hermanos en los que os lleváis a matar y al mismo tiempo os queréis con locura.

—¿No os llevabais bien?

—Incompatibilidad de caracteres —Deja un beso en mi cuello y otro en mi mejilla—. Los dos teníamos una personalidad muy explosiva..., Sonja era una bomba a punto de detonar y yo era el que encendía la mecha; me encantaba provocarle, reírme de ella y molestarla y ella adoraba gritarme, esconder mis cosas e imitarme cuando tenía alguna rabieta porque sabía que me sacaba de quicio.

—Eso suena muy a hermanos.

—Si estábamos en un buen momento éramos los mejores partner in crime que podías imaginar; Jutta se volvía loca porque no sabía si prefería cuando nos llevábamos mal o cuando nos aliábamos para putear a otro... Incluso había veces que por molestar un poquito a Jutta fingíamos tener algún secreto o anécdota interna... Nuestros buenos momentos eran muy buenos, pero como tuviéramos algún desacuerdo... —Sacude la cabeza recordando alguna historia del pasado y muestra sus hoyuelos en una tierna sonrisa—, si Sonja y yo nos peleábamos era mejor salir corriendo, qué violentos éramos, joder, arrasábamos con todo.

Hasta él suena sorprendido al recordar vivencias del pasado.

—Hablas de ella en pasado.

—Sé que está viva, pero estoy seguro de que para ella estoy muerto.

—¿Por qué?

—La adoptaron —Un escalofrío me recorre desde la punta de los pies hasta la cabeza—, y yo le eché la culpa y decidí no despedirme de ella.

—Friedrich...

—Fíjate que Jutta intentó por todos los medios convencerme para que fuera a despedirme, incluso usó el chantaje emocional, me dijo que, si no lo hacía por Sonja que lo hiciera por ella, para hacerla feliz..., fue la primera vez que le desobedecí en algo importante —Aprieta la encimera con fuerza, logrando que sus nudillos se empiecen a poner blanquecinos—. Desde que la adoptaron no la he vuelto a ver, tal vez si le hubiera dicho adiós seguiríamos en contacto..., quizás todo sería diferente. Es algo que nunca sabré.

—Pero...

—Se llevó mi peluche, uno viejo y roñoso que le daba asco sólo con verlo, pero que para mí tenía y tiene un valor incalculable —Empieza a acariciar mis hombros, mis brazos y la piel que estaba a su alcance. Tenerme cerca le calmaba—. Me lo regaló mi abuelo cuando nací y cuando quería darle un abrazo a alguien, dejaba que tocara el peluche porque me sentía incapaz de mostrar cariño físico; me ha costado muchísimas horas de terapia comprender que los abrazos sanan y no destruyen.

—¿Por qué se lo llevó?

—No lo sé —responde con sinceridad—, quizás en forma de venganza o quizás porque quería recordarme de alguna manera.

—¿Te gustaría volver a verla?

Se queda pensativo, mirando embobado el vaso de agua mientras se rasca de vez en cuando la barbilla y la punta de la nariz.

—Sí, tenemos varias conversaciones pendientes y un último abrazo que darnos, Jutta me pidió que se lo diera de su parte si algún día nos reencontrábamos y yo quiero dárselo no sólo por mi promesa, sino porque Soni sigue siendo mi hermana y yo quiero sanar, no seguir destruyéndome.

Mis manos sudan y creo que es el momento idóneo para contárselo.

—Friedrich, tengo que hablar contigo.

Joder, vaya manera más de mierda de empezar una conversación cuando se ha abierto tanto.

Nela, eres muy tonta.

Sus ojos me miran con miedo y traga saliva permitiéndome ver cómo la nuez de su garganta se marca mientras me bajo de la encimera y pongo un poco de espacio entre ambos.

—¿Qué? —Está desconcertado y no entiende nada—. ¿Por qué te alejas?, ¿qué coño haces, Nela?

Dios santo, ahora mismo preferiría no tener tacto y evitar el mal trago de ponerle en situación mientras trato de contextualizar.

—Tranquilo.

—¿Qué me tranquilice?

—No sé cómo hacer esto —Abro la puerta de una alacena y me pongo de puntillas para coger un vaso de cristal y llenarlo de agua. Había olvidado dónde había dejado el mío y no tenía intención de buscarlo—. Es que te puedo hacer mucho daño.

Sus alarmas comienzan a dispararse y la tranquilidad que normalmente se veía en su rostro incluso cuando estaba llorando desaparece.

No me pusieron de nombre Manuela-la-torpe porque el registro no lo hubiera permitido, de lo contrario, hubiera sido un buen aliciente para presentarme.

Preciosa —recupera su tono demandante—, tengo que hacerte una pregunta antes de que sigas o más bien, que empieces a hablar.

Apoya las palmas de sus manos en la madera de la isla de la cocina y parece como si su vista estuviera nublada.

—Claro, dime, ¿qué pasa?

—¿Te estás riendo de mí? —Gira el cuello y juraría que me está fulminando con sus bonitos ojos añiles—. ¿En serio estás preguntando que "qué pasa"?

—Eh..., ¿sí?

No entendía por dónde iba esta conversación y eso que era yo la que quería hablar con él.

—¿Vas a dejarme?

—¿Qué? —Estoy segura de que ha sonado como un grito ahogado, ni siquiera sé si lo he dicho en alemán o en español.

—Parece que me estés preparando para dejarme.

No me lo había planteado ni tampoco tenía intención de hacerlo.

Quería que trabajáramos juntos sobre nuestra relación y que ahí decidiéramos qué era lo que nos convenía más.

Estaba cansada de que los demás decidieran por mí, quería ser yo la que por una vez tuviera la oportunidad de ser responsable de intentarlo o tirar la toalla.

Él y yo funcionábamos cuando estábamos en nuestra propia burbuja y eso tampoco estaba bien.

—No quiero dejarte.

—¿Y por qué has dicho la famosa frase de «tenemos que hablar»?

—Espera, ¿estoy conociendo la faceta de Friedrich dramático? Porque me parece incluso divertida.

—No te pases, preciosa —Se acerca de forma sigilosa, acechándome y encerrándome entre sus brazos y la jofaina—. Sabes que me gusta ser bueno contigo, pero que en ciertos momentos disfruto siendo malo.

Por Dios, él no podía decir eso con esa voz tan profunda y grave en contraste de su acento típico de Frankfurt tan suave.

—¿Cómo te planteas que quiera dejarte cuando me dices esas cosas?

Si sólo estás consiguiendo que quiera ponerme de rodillas ahora mismo.

Necesitaba centrarme y una ducha fría. Ambas me vendrían de lujo y más en un momento tan importante como este.

—Deberías —admite en voz alta—, pero voy a agarrarme como un clavo ardiendo a tu voluntad porque quiero dejar de necesitarte y empezar a quererte bien.

Necesitaba que se callara porque si no lo hacía acabaría siendo yo la que le pidiera matrimonio.

Me obligo a concentrarme y una idea surge en mi cabeza:

—Tal vez podríamos ir juntos a...

—¿Terapia de pareja? —Alza una ceja y yo asiento. Él también había pensado en ello—, si es lo que crees que necesitamos, lo haremos en algún momento.

—Sé que te duele escucharlo más que incluso decirlo, pero te quiero, Friedrich, no sé si es un amor para toda la vida o si es temporal, pero es lo que siento ahora mismo y a mí me sirve.

Sus ojos entran en pánico y las comisuras de sus labios tiran hacia arriba. Era el contraste más extraño y cruel que había visto en mi vida.

Lleva su mano a mi mejilla y trata de dulcificar su mirada sin mucho éxito.

—Necesitaba decírtelo, ahora ya puedes olvidarlo.

Me cruzo de brazos y miro hacia otro lado.

—Nunca olvido nada de lo que dices, Nela, para mí todo lo que salga por tu boca es importante.

Sujeta una de mis muñecas y extiende la palma de mi mano hasta apoyarla en su pecho izquierdo, colocándola justo donde se encontraba su corazón.

Era la segunda vez que tenía ese gesto conmigo y notaba lo acelerados que iban sus latidos.

—Ahora que hemos aclarado esto, ¿qué ibas a decirme?

Cambia de tema radicalmente y decido no presionarle. Entendía que para él era complicado y por el momento me servía que no hubiera huido preso del pánico.

—Creo que he conocido a alguien de tu pasado —Me muerdo el labio inferior sintiéndome un poquito insegura con mis próximas palabras—. Yo no sé ni tener tacto ni no tenerlo, dios mío... es que no sé expresarme y..., Friedrich creo que he visto a tu hermana.

Lo suelto de una, sin pensarlo y sin querer alargar el momento.

La presión que me acompañaba desde que había empezado a sospechar desaparece de repente y vuelvo a sentir que puedo respirar sin dolor.

Si ya era blanquito de piel, ahora mismo se le acababa de ir todo el posible color que tuviera.

—¿Cómo? —Se apoya en la encimera de la cocina y le acerco el mismo vaso de agua que acababa de coger—. Nela, ¿has visto a Sonja?

—No lo sé —Le ayudo hasta llegar a la banqueta y lo dejo sentado mientras que me posiciono entre sus piernas—. Creo que sí, porque trabaja para Rocco Pfeiffer, la apodan rusa y tiene tu misma forma de hablar, pero...

—¿Era rubia, extremadamente delgada y los ojos marrones?

Empezaba la batería de preguntas y esperaba ser certera con mis respuestas.

—Sí...

—¿Tiene la nariz más grande que la mía? —Suena terriblemente nervioso y me aparto cuando comienza a caminar de un lado para el otro.

—La tenía rara —respondo tratando de recordar todos los detalles—, como si hubiera recibido algún balonazo o algo..., pero tampoco me acuerdo del todo bien.

—¿Estás segura?

—Sí.

—¿Está en Berlín?

—Según escuché como mínimo se queda hasta que acabe la Fashion Week de Berlín.

—Tengo que verla —Empieza a rascarse el cuero cabelludo y a buscar con desesperación un cigarro—. Joder, joder, joder, tengo que verla.

—Friedrich... —Me interpongo en su camino y le obligo a tranquilizarse—. No estoy segura de que sea ella y...

Preciosa, ni siquiera vive en Alemania, si está en Berlín tengo que aprovechar y hablar con ella.

—¿Cómo sabes que no vive en Alemania?

—Porque Enia está investigando sobre Sonja —Me agarra de la mano y tira de mí hacia el salón—. Es detective, aunque esté empezando y... no me cobra, no tengo dinero para pagar a un detective con experiencia, así que cualquier ayuda me sirve.

Se enciende un cigarro y me mira con una sonrisa.

—Friedrich, ¿y si no es ella?

No quería matar sus ilusiones, pero es que estaba tan contento que me sentía en la obligación de mantenerle con los pies en el suelo.

—Pues seguiremos buscando —Se encoge de hombros e intenta disimular un poco su alegría—. Pero quiero encontrarla, voy a encontrarla —Se vuelve a mí y asiente con la cabeza—. Vamos a encontrarla y si no es en Berlín, será en Ámsterdam.

¡Hola! ¿Qué os ha parecido?

¡Os echaba de menos y echaba de menos los Jueves de Narciso!

¿Qué os ha parecido la terapia de choque de Izima?

Yo sé que a veces es muy bruta, pero es muy necesaria y más dejando bien claritas las cosas y protegiendo a todas sus compañeras. 

Siempre.

¿Entendéis que Nela esté tan saturada? Uffff, yo no sería capaz de llevar con tanta lógica todo lo que está viviendo eh.

¿Cómo os habéis sentido respecto a la confesión de su infancia de Friedrich?

Ufff los hermanos Vögel lo tuvieron difícil en la vida:(

¿Con qué Vögel creéis que os hubieráis llevado mejor?, ¿con Sonja, con Jutta o con Friedrich?

¡Os leo!💞

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top