Einundzwanzig: Lirios, crisantemos y el concepto de libertad.
Capítulo dedicado a maria_jose99, mil gracias por todo tu apoyo, por dejar tu cariño de cualquier forma a esta historia y acompañar a los personajes. ¡Muchísimas gracias!
Einundzwanzig: Lirios, crisantemos y el concepto de libertad.
Sus palabras me descolocan y me dejan paralizada. ¿He oído bien?
Si es una broma de mal gusto, no es algo de mi agrado. No está bien jugar con esas cosas.
—Mi madre murió en un accidente de coche. —Mi voz suena con casi total seguridad mecanizada, ya había dicho demasiadas veces esas palabras y más que doler, me tenían hastiada.
—¿Segura?
La incertidumbre ya la había sembrado. Friedrich Vögel era capaz de hacerme dudar de todo, no había manera de creer en algo que no fuera en él. La determinación y desgana con la que se dirigía a las personas era demasiada contundencia como para querer rebatirle.
Él sabía de lo que hablaba, no se le había hecho fácil hablarme de lo de su hermana, había tenido que insistirle tanto que hasta yo me había tensado a mí misma.
—Es lo que se determinó. ¿Por qué iba alguien a mentir en algo así? —Aun así, trato de razonar con él o de convencerme a mí misma de que la versión oficial era la cierta.
—Se determinó que un camión os arrolló y se fue a la fuga —Su quijada está apretada, él tiene demasiada rabia interna—. ¡Un camión! ¿No hubo manera de localizar el vehículo o al conductor?, ¿ni una cámara? Sé que en España vais un poquito más atrasados que aquí —Contengo las ganas de pegarle un puñetazo porque sería una pérdida de tiempo—, pero, joder, que sois del primer mundo.
—¡En España hacemos muchas cosas bien!
—Bueno —Se encoge de hombros, si busca mosquearme va por muy buen camino—. Entonces dame una razón convincente por la cual ni el camión ni el conductor aparecieron por ningún lado si realmente fue un accidente.
Suspiro. Aunque odie su actitud ególatra, narcisista y presuntuosa sé que, en este caso, tiene razón.
La tiene.
Es que no hubo manera de encontrar nada relacionado con el conductor que llevaba el camión, ni una pista, ni una foto captada por las cámaras de tráfico. ¡Nada! No hubo nada.
Del vehículo, hasta donde yo sabía, tampoco se encontró nada, ni siquiera el camión y no es que estemos hablando de una bicicleta, es que estamos hablando de un medio de transporte dedicado a cargar toneladas de peso.
Pero ¿por qué alguien iba a querer matarnos a mí y a mi madre? Y lo más importante, ¿cómo sabía Narciso que se trataba de Sanders?
¡Es de locos! Es el ex de Caroline Koch y el que ayudó a que Thomas naciera, biológicamente su... padre..., ¿qué cosas tan horribles han tenido que vivir Carol y Thomas? ¡Es demasiado!
Demasiado para ser real.
¿Era por eso por lo que todos tenían la necesidad de proteger a Thomas y a Caroline?
Ahora mismo sólo me imagino a un niño pequeño luchando por escapar con su madre por una vida mejor. No quiero ni pensar qué infierno han tenido que vivir los Koch para que la situación haya llegado hasta ese punto.
Siento lástima por los dos, por Caroline y por el niño que en su día tuvo que ser Thomas y que, por culpa de un hijo de puta, nunca pudo ser y nunca pudo tener una infancia.
Que Thomas sintiera adoración por Jhon implicaba que con él se sentía seguro y sentía lo que era tener una figura paterna que no le hiciera daño. Me jodía justificarle, pero lo hacía, al menos esta vez.
—Narciso, pude haber muerto. —No sé por qué digo eso, pero es lo único que me nace.
—Pudiste haber sido asesinada —Hace su aclaración y se acerca, su altura es impresionante—. Tú lo sabes tan bien como yo.
Si era cierto lo que decía, entonces entre Friedrich Vögel y yo existía una conexión más allá de la atracción mutua.
Él tenía miedo por mí. ¿Por qué?
—¿Y qué quiere de mí?
Se da la vuelta y busca algo entre los armarios. Consigue dar con ello y se enciende un cigarro.
—Manuela...
—¡Es Nela! —Le advierto—. O empezaré a llamarte por tu nombre.
Me mira, pero no dice nada. Deja que el cigarro se consuma lentamente sin posarlo en su boca.
>> ¡Narciso! —Le llamo—. ¿Qué quiere de mí? —Empiezo a sentirme histérica.
Está indeciso y yo sólo me temo lo peor.
—No lo sé.
—¡Dime la verdad!
—Te la estoy diciendo —No le creía—. Lo único que se nos ocurre es algo terrible..., no vas a pasar por eso —Apaga el cigarro sin haber dado más que una calada. Era algo que hacía mucho—. спасу тебя. —Es lo último que dice, odio cuando hace eso para evitar decirme las cosas tal y como las piensa.
«Te protegeré»
—No es momento de hablarme en ruso —Se encoge de hombros—. ¿De qué estás hablando?, ¿a qué le tienes miedo?, ¿qué puede ocurrirme?
—Frauenhandel.
Trata de blancas.
Otra vez esa palabra. Me bloqueo, incluso me obligo a serenarme lo máximo que puedo y no lo consigo en gran medida.
—¿Por qué? —Mi voz sale casi inaudible.
Apoya las manos en la encimera y noto cómo los músculos de su espalda se contraen. Niega y cuando ha recobrado fuerzas vuelve a mirarme.
—A mí no me corresponde hablar de esto contigo, preciosa.
—Fried...
—¡Ni se te ocurra decir mi nombre! —Me sobresalto cuando estampa su mano contra el refrigerador.
—¡Lo llevas tatuado!
—¡La inicial! —Me señala con el dedo—. ¡Tengo la inicial!
—¿Por qué lo odias tanto? ¡Déjame conocerte! —Le ruego—. ¡Déjame ayudarte!
—¿Quieres conocerme? —Asiento con algo de miedo, su mirada está oscura como el mismísimo infierno—. Dame algo a cambio.
—Tiene que nacer de ti, permíteme conocerte...
—Deja las gilipolleces de Disney Channel. ¿Quieres conocerme? Es fácil, gánatelo. ¿Qué tienes para ofrecerme?
Se acerca y levanta mi mentón con su mano izquierda.
Sé que lo está pasando mal, pero eso no le da derecho a hablarme así.
Acabo de hacerme otro Spoiler sobre Friedrich Vögel: es más temperamental de lo que creía y realmente su nombre es un límite infranqueable.
—No me beses. —Le apunto con el dedo, no es momento para sus jueguecitos.
Le veo las intenciones y él se ríe.
Deja un beso en mi mejilla y un pico en mi boca. Respira hondo y me atrevería a decir que está intentando calmarse.
Por alguna razón juraría que mi cercanía le trae paz, le calma. Aunque le parezca insolente y más pesada que una vaca en brazos.
—¿Qué te apetece hacer hoy, pesadita?
Aunque me he ganado ese apodo a pulso, no me termina de gustar y mucho menos cuando él me había malacostumbrado a oír cómo me llamaba preciosa en español con su acento alemán.
—Vete a la mierda —Me quejo en mi lengua materna porque no quería hacerle sentir mal en un día que significaba algo importante para él—. Dame un momento.
—Yo a ti te doy toda la vida —Me guiña un ojo, burlándose un poco de mí y tratando de provocarme—. Qué bonita estás cuando te sonrojas, ¿te lo han dicho alguna vez?
—¡Basta! Me llevo las manos a las mejillas, notando el calor en mi piel.
Ríe y veo cómo dos pequeños hoyuelos nacen de las comisuras de sus labios.
Parece que hemos dejado atrás el encontronazo. Habla con cierta placidez, controlándose un poco, él nunca está sosegado y aplacible. Vive en alerta continua.
—Enséñame alguna de tus canciones. —propongo.
Necesito calmarme, procesar todo esto.
—¿Y después?
Me está dando opción a elegir siendo el día que es para él.
—¿Qué sueles hacer tú?
—Ir al cementerio —Casi me atraganto con el café—. No me gusta ir el día en el que todo pasó, ese día lo necesito para mí, ¿te parece buen plan o prefieres que te deje en casa?
—¿No te importa que te acompañe?
—No. Si te lo ofrezco es por algo, lumbreras.
—Voy contigo.
No lo pienso dos veces, no sé por qué, pero acepto de una. Siento la necesidad de estar hoy a su lado. Y él es demasiado cambiante como para darle opción a agotar su paciencia.
—Bien —concuerda—. ¿Nos duchamos juntitos o prefieres mantener espacios?
—Si quieres ducharte conmigo, tendrás que pedirme una cita antes.
No sé por qué he dicho eso. Pero de perdidos al río, o como dirían los alemanes: Von verloren zum Fluss. Que es básicamente lo mismo.
—Borracha, estás en tu mood de borracha sin una gota de alcohol en tu cuerpo. Lo tendré en cuenta.
Me carga en brazos, sus zancadas son más grandes y rápidas.
—¿Y ahora qué? —pregunto una vez estamos en su habitación.
—Alexa, pon By the way de Red Hot Chili Peppers.
Standing in line
To see the show tonight
And there's a light on
Heavy glow.
—¿Me llevarás de cita? —Insisto, ahora quiero molestarle yo.
—Oh sí, será la próxima canción que cantemos juntos en el karaoke, así que apréndete bien la letra.
—¿Vas a llevarme a una cita de verdad? —cuestiono incrédula.
—¡Todo sea por tenerte desnuda conmigo en la ducha! —No sé si habla en serio o si está vacilándome—. By the way I tried to say I'd be there... waiting for. —canta al mismo tiempo que la voz del cantante suena por en el altavoz.
—¿No ibas a ducharte? —Pruebo a subir una ceja y, como es evidente, no lo consigo.
—Ya me duché nada más levantarme, pero si aceptabas, no iba a negarme una segunda ronda.
Noto el calor subiendo por mis mejillas.
—¿Cuál es tu grupo favorito? —le pregunto al mismo tiempo que le veo ponerse una camiseta interior.
—Tengo muchos, Red Hot Chili Peppers, The Cure, Green Day, Aerosmith, Oasis, Scorpions, Radiohead, The Doors, Revolverheld, Rammstein... —Se queda pensativo y se pone una sudadera que a mí seguro que me vendría enorme—. Pero sin lugar a duda mi favorito es Linkin Park.
—¡Oh! —exclamo—. Scorpions me gusta mucho...
Conocía algunos grupos que había dicho, pero no era gran fan de ellos, si eso de algunas canciones sueltas.
—Es un muy buen grupo, rockeros de baladas románticas, un clásico —Se acerca y se sube la camiseta, mostrándome un cuarto tatuaje, esta vez diminuto y debajo de su pectoral izquierdo, en la zona del corazón, había que fijarse mucho para percibirlo y estar a centímetros de su piel para distinguir lo que ponía—. Send me an angel. —Señala.
Amaba esa canción, me recordaba a mi madre. Suponía que a él le recordaba a su hermana.
>> ¿Y a ti?, ¿qué música te gusta?
Me sonrojo. Él es demasiado rockero y de heavy metal para lo que a mí me va.
—Puesssss —Alargo la palabra—. Me gusta mucho el pop y pop-rock español, también me gusta One Direction, Katy Perry, BG.5 [1], Sia... Y también me gusta la música española, aunque da igual, no la conocerías.
—Una chica pop —ríe entre dientes—. Tendré que enseñarte lo que no se escucha en la radio, lo que es poco convencional.
—¡No te metas con mis gustos! —Me defiendo.
—No lo hago, como te has podido dar cuenta, la música es muy importante para mí... —Se pellizca el puente de la nariz—, cuando quieras puedes ayudarme a descubrir los clásicos del rock español.
—No conozco mucho rock español...
—Pues entonces tendremos que descubrirlo juntos —Se pasa la mano por el pelo—. ¿Te cuento un secreto? —Le pido que lo haga—. Me gustan muchas canciones de Sia y las de One Direction no están mal, pero si dices que lo he admitido, lo negaré —No le pega para nada, pero me alegra saber que no se cierra a escuchar algo más allá del rock que no suena en la radio—. ¿Tienes más piercings?
Le hago saber que no.
—¿Te avergüenza que puedan saber que escuchas a One Direction?
—No, pero no es algo que escuche de normal y ya sabes lo que dicen..., los rockeros no oímos pop.
Se ríe y me gusta que esté a mi lado bromeando.
—¿Cuántos tatuajes tienes?
—Siete —Sonríe y se pasa la lengua por el labio inferior—. Aún te quedan tres por descubrir.
Estoy deseando hacerlo.
El cementerio está en medio de la ciudad. Es algo que me chocaba muchísimo. En España solían estar un poco alejados, en cambio en Alemania estaban muy céntricos. Era un choque cultural algo fuerte para mí, ya que, al menos en mi caso, lo notaba como algo lúgubre y siniestro. Los alemanes no compartían mi visión de vista, desde luego.
Deja el coche en el aparcamiento del camposanto y me abre la puerta, ayudándome con la muleta.
Bien, hagamos esto.
Me arrepentía un poco de haber aceptado su invitación porque quizás eso le servía para no adentrarse en sus sentimientos y en su hermana.
Asimismo, si él me lo había pedido era porque lo necesitaba y que él me necesitara cerca en un momento especial, me gustaba. Quería que contara conmigo.
Llevaba una sudadera suya —que obviamente me venía enorme—, y los mismos pantalones de ayer. Le agradecía el detalle.
Él se había puesto una sudadera gris, con un bolsillo central y una capucha, camuflándose en parte. Si yo llevara esa, me quedaría aún más grande que la que me había prestado.
—Pensaba que eras de Frankfurt —Intento romper el hielo ante el silencio sepulcral que nos acompaña—. ¿Desde cuándo vives en Berlín?
—Desde los 16 —No me mira, me va indicando hacia dónde ir y girar mientras él está un par de pasos por detrás—. Me mudé a la capital cuando abandoné el orfanato.
—¿No te gustaba Frankfurt? —insisto.
—Demasiados recuerdos malos —Echo un vistazo hacia él y se encoge de hombros, tiene tendencia a hacerlo cuando no quiere hablar más y cuando decide no hacerlo—. Gira hacia la izquierda.
Me llamaba la atención la cantidad de cementerios que había en la ciudad germana y capital del país, algunos incluso se habían convertido en memoriales, otros eran exclusivamente para judíos, ortodoxos, musulmanes y un largo etcétera de las diferentes religiones que se aceptaban y convivían en la zona, incluso algunos estaban reservados para personas célebres y la élite intelectual alemana.
Una cosa debía reconocerla: eran lugares preciosos, había cascadas, riachuelos, incluso el cantar de los pájaros se oía. No eran como en las películas hollywoodienses podían señalar. No eran cementerios que dieran miedo, al contrario, traían paz y tranquilidad, algo que se buscaba para la persona fallecida.
—Mi hermana está aquí enterrada porque es el único lugar donde fuimos felices o al menos lo más cercano a lo que las personas decimos que significa esa palabra —Me aclara cuando llegamos a una sepultura y señala el sitio—. Algún día me gustaría estar aquí con ella, espero que, dentro de muchos años, pero a su lado.
No había flores, no habíamos traído ningún ramo. Pero no lo necesitaba, la tumba estaba rodeada de una hilera de crisantemos y otra de lirios. No es que sea buena en el mundo de la floristería, es que Friedrich Vögel me había dicho qué era cada cosa.
—¿Las pediste poner tú?
—Las planté —Se cruza de brazos—. El tiempo es bueno para que crezcan y yo sólo vengo una vez al año, así no me tengo que preocupar de que esté cuidada.
—¿Por qué crisantemos y lirios?
—Los lirios simbolizan la delicadeza, la belleza, el amor y la pureza. Jutta Vögel representaba todo eso.
—Es algo muy bonito...
—A mí no me gustan, son pétalos demasiados quebradizos, pero es que Jutta era todo lo que estaba bien y el significado del lirio es exactamente lo que ella era —Habla motorizado, como si fuera un discurso que se ha aprendido de memoria. En mi opinión, sólo quiere evitar conectar con el dolor—. Los crisantemos sí me gustan más.
No dice nada más. Apoyaría mi mano en su hombro, pero es que no llego. Opto por acercarme a él y me sorprende cuando pasa su brazo por mi hombro.
—¿Quieres que te deje un momento solo? —propongo.
Quizás necesite su espacio, a mí no me importa alejarme unos cuantos metros y darle su desahogo si es eso lo que necesita.
—No.
Es lo único que dice antes de adelantarse hacia la lápida y arrancar una de las flores. Carraspea y creo que dice varias cosas que no consigo entender.
—Jutta —Habla para ella, pero yo recibo el mensaje, soy la única que puede oírle—. Si hubiera elegido un nombre para ti, hubiera sido libertad, porque era lo que representaba tu alma y lo que tanto ansiabas y nunca pude ofrecerte.
>>Tú eras la hermana mayor, pero era mi responsabilidad salvarte porque sufriste demasiado y me confiaste a mí el hacerte libre —Se sorbe un poco la nariz y creo que maldice con alguna expresión alemana que no comprendo—. Ojalá no haberte fallado, ojalá no haberte dado las alas que te cortaron tan pronto. Debí haberte enseñado a cómo ponértelas tú solita, pero hasta en eso te fallé.
>>Si mantengo este apellido, si mantengo este nombre, si nos llevo a los tres tatuados en mi piel por mucho que lo odie, es por ti, ya lo sabes. Porque tú pensabas que la familia iba por encima de todo, porque tú creías que el amor lo podía todo y jamás olvidaré cómo me mirabas hace casi 2 años y me decías: te lo dije.
>>Sabías que hubiera dado mi vida por ti y que daría todo porque tú fueras la que está hoy aquí y no yo. Pero siempre me dijiste que para ser el pequeño era el valiente y te demostraré que no estabas equivocada.
>>Hasta siempre, Jutta. Ojalá algún día, alguien me vea con los mismos ojos con los que tú me veías. Cuídate en el cielo, aquí en la tierra aún tenemos mucho por lo que luchar.
En ningún momento dice te quiero, ni menciona a esa tercera persona que dice llevar tatuado. Pero no hace falta más, él ha dicho todo. Él ha vomitado las palabras que tanto necesitaba decir.
Me toma la mano, nos acerca a la lápida y veo dos nombres grabados en ella:
Oleg Bogdanov. 1935 – 2010.
Jutta Vögel 8.12.1993 – 8.12.2017.
—¿Quién era? —Señalo el nombre que no es alemán.
—Mi abuelo materno —Suspira—. Él me enseñó a pronunciar ruso y algunas frases útiles, murió cuando yo tenía 10 años. Cuando me mudé a Berlín, pedí el traslado de su cuerpo aquí; Jutta y yo veníamos a verle.
Decido no preguntar más, tiene los ojos rojos e hinchados, ha estado llorando en silencio. ¿Desde qué edad estuvo en un orfanato?, ¿dónde estaban sus padres?
Su abuelo no era a quien llevaba tatuado, él no tenía una S en su nombre.
—¿Y se perdió su apellido?
—El apellido de soltera de Kerstin era Bogdanova —Decide que es momento de salir del cementerio y volver al coche, está empezando a llover y creo que es buena idea—. Cuando se casó con Eckbert tomó el apellido Vögel.
Sabía que en Alemania las mujeres adoptaban el apellido del marido, no era algo que me pareciera bien y por suerte mi madre había mantenido sus dos apellidos: García Moreno.
—¿Te refieres a tus padres?
—A Kerstin y a Eckbert.
No me da opción a réplica. Pero me da la sensación de que sí, que esos nombres corresponden a su madre y a su padre. O al menos a los que deberían haber ejercido como tal.
9 de diciembre, 2019.
Ayer le había mandado un mensaje a Narciso mostrándole mi apoyo, me había dejado en visto. Por suerte no me había dolido, entendía que no se sintiera con fuerzas.
Por supuesto me hubiera encantado recibir algo suyo, aunque fuera un emoji o un "ok", pero era una utopía que no iba a pasar.
Me había tranquilizado que Thomas avisara de que pasaría el día con él, no estaría sólo. Por alguna razón y sin conocer su historia, comprendía algo mejor la actitud de Thomas Koch.
No le justificaba su odio hacia mí, ni siquiera le veía un sentido común, pero desde luego entendía que fuera algo retraído y cruel con las personas que no le importaban.
Hoy me reincorporaba a las clases, había estado recibiendo por parte de Erlin y Dani apuntes y mi tutor se había mantenido en contacto con Jhon para ver cómo funcionaría durante el semestre.
Había perdido muchas horas escolares, un mes de retraso respecto al resto y casi otro al completo por culpa de la operación.
No quería ni plantearme el repetir el curso, no quería, me negaba, podía ser la mejor opción, pero no quería ni que existiera esa posibilidad.
No.
Camino hacia la clase que me toca ahora, ni siquiera recordaba mi horario escolar. Nunca había sido mala alumna, pero desde luego que ahora mismo me definiría como tal.
Ya voy sin la muleta, iba cojeando un poco, mas trataba de evitarlo. Me daba un poco de vergüenza, para qué mentir.
—Vamos. —Su voz eriza todos los nervios de mi cuerpo, desde el punto más cardinal al más ordinal.
—Tú sólo vienes los viernes —Frunzo el ceño, perder más clases sería un error—. ¿Qué haces aquí?
—Necesito hablar contigo —Se encoge de hombros, señal que me indicaba que no era momento para preguntar—. Sígueme, pesadita. —Me había ganado ese apodo a pulso.
Me muerdo el labio inferior, tengo serias dudas sobre lo que hacer. ¿Quiero ir con él? Sí. ¿Debo faltar a clase? No.
—¿Jhon sabe que me estás coaccionando para que falte a clase?
Frena en seco y da media vuelta. Está sonriendo, tiene la sonrisa más traviesa que jamás hubiera imaginado.
Se acerca hacia mí y toma un mechón de mi pelo.
—Si Jhon supiera lo que quiero hacerle a su hija, probablemente ya tendría una orden de alejamiento y me hubiera tenido que exiliar en algún país como Madagascar.
Trago saliva y me mantengo en silencio porque lo único que quiero decirle es por-fa-tú-haz-lo-que-quieras-conmigo-si-total-Madagascar-suena-exótico-y-si-hace-falta-yo-me-voy-contigo.
Me indica que le siga, bueno más bien lo ordena.
Es Friedrich Vögel y es un Spoiler andante, cualquiera que le conozca sabe que él no pide nada, él manda y tú obedeces.
Y es lo suficiente intrigante como para que te convenza en menos de lo que dura un abrir y cerrar de ojos.
—¿Adónde vamos? —Le pregunto mientras salimos del recinto escolar y nos encaminamos hacia su coche—. ¿No trabajas?
—No —Abre la puerta trasera para mí—. Sino no estaría aquí, ¿no crees?
Le hago un par de muecas en forma de burla y se agacha antes de dejar una breve presión en mi boca.
Suspiro. A mí este chico me vuelve loca.
Conecta su móvil a la radio del coche y pone una canción del grupo alemán que me enseñó y que me gustó bastante.
Tararea y se incorpora al tráfico. Es un poco brusco cuando cambia de marchas, pero tiene una elegancia al volante que hasta el mejor conductor del mundo envidiaría.
—¿Adónde me llevas?
—¿Has ido alguna vez a Potsdam?
—No...
Había oído hablar de la ciudad aledaña a Berlín, era famosa por sus paisajes y el palacio de Sanssouci, pues había sido la casa de verano del rey de Prusia Friedrich der Große —o como diríamos en español Friedrich el grande—.
Siempre había querido ir porque era considerada una de las ciudades más bonitas de Alemania y, al parecer, hoy sería el día.
—Ponte cómoda, preciosa —De los dos apodos que ha elegido para mí, el que suele pronunciar en español con su suave acento alemán, es mi favorito—. Te espera casi una hora de viaje.
Cuando llegamos decide que tomaremos antes algo, son las 10 de la mañana y tomar un café por muy aguado que estuviera sabría que me vendría bien.
Nos sentamos en una especie de pastelería y nos atienden con relativa velocidad. Él chequea su móvil continuamente y yo estoy nerviosa porque me gustaría saber qué hago aquí con él.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
O tal vez varias, tengo demasiadas en la cabeza.
—No —Ni siquiera levanta la vista de su móvil—. Aquí, no.
Decido que me da igual y que voy a hacerlo de todas formas.
—¿Por qué me has traído aquí?
—Preciosa... —Me encanta cuando me llama así—, ahora no —No da opción, es que a nadie se le ocurriría llevarle la contraria—. Cuanto antes acabes, antes sabrás cosas.
Me apresuro a comer el trozo de pastel casero que me correspondía y hago de tripas corazón para beberme de una el café acuoso-alemán.
Se toma su tiempo en tomarse el suyo, cuando ha terminado, paga y nos dirigimos al coche.
Conduce en silencio hasta un arbolado colindante al palacio que tantas ganas tengo de ver y apaga el motor del coche. Me pide que me ponga un momento de copiloto y lleva el coche durante unos minutos más.
—No conduzcas más conmigo aquí, por favor.
Es una súplica, ojalá ser valiente y dejarle al mundo claro que, si algo no me gusta, que no lo hagan; que, si tengo un trauma, que no me obliguen a revivirlo; que, si no quiero hacer algo, que no me obliguen. Pero no soy capaz, sólo me siento capaz de rogarlo, por así decirlo.
Deja el coche medio escondido entre la maleza y unos árboles que nos camuflan en medio de un descampado.
—Descuida —Es su manera de pedirme perdón, creo. Señala al frente—. ¿Ves a ese señor? —Asiento tras conseguir enfocar, está en la lejanía, buscando algo o a alguien—. Trabaja para Sanders.
—¿Por qué me has traído aquí, Narciso?
—Estás llena de vida, Manuela —Me toma por el mentón—, y las personas como tú creen que pueden salvar a las personas como yo.
Me besa, me besa como nunca antes había decidido hacerlo. Con suavidad, maestría, agresividad, rabia, dulzura... con muchos antónimos que deciden convivir durante un momento para permitirme recibir el mejor beso de mi vida.
Le miro implorante. ¿A qué se refiere?
—Pero...
—Ojalá pudieras salvarme, pesadita, pero mi alma hace años que se hizo añicos y mi corazón está corrompido.
—Narciso...
—Me encanta cuando me llamas como a mí me gusta —Está satisfecho y tranquilo. Ojalá tener un sexto sentido que me indicara que el peligro se acerca, pero creo que yo nací sin eso—. Abre la guantera.
Obedezco.
—¿Y ahora? —Mi voz sale casi como un susurro.
—Revuelve un poco lo que hay —Vuelvo a hacerle caso. Ahora mismo me siento como un gato y por una vez mi instinto cobra vida y me indica que estoy a punto de quedarme con sólo seis vidas—. Saca lo que hay al fondo y ten cuidado.
Le miro tras su advertencia y meto mi mano dentro de la guantera, agarrando el mango de algo. Extraigo el objeto y lo dejo caer en mi regazo nada más verlo.
Es una pistola.
Una maldita pistola.
—¡¿Estás loca?! —La coge con maestría, no es la primera vez que maneja una, puedo notarlo—. ¡Imagina que hubiera saltado el seguro!
—¡¿Qué cojones haces con una pistola?!
Sonríe cuando me escucha soltar una maldición y alguna que otra palabra malsonante.
—Pronto empezará la jornada de tiro del día, es un buen momento para unirnos a ellos.
—No tiene ni puta gracia, Narciso. —Mantengo mi mirada fija en el frente, no puedo verle, no me siento preparada para verle cargar con una pistola.
—¿Preparada? —Alza una ceja.
—¡Llévame a Berlín ahora mismo! —le exijo.
¿Qué locura es esta?, ¿por qué quiere que le vea haciendo esto?
—Eso no va a ser posible.
—¡Estás loco! —le chillo y él aprieta el volante—. ¡Abre la puerta! —le pido a sabiendas de que el seguro está colocado—. ¡¿Vas a manchar tus manos de sangre?!
Empieza a impacientarse y es evidente que no quiere fumar ahora mismo para evitar llamar la atención de nadie y menos del hombre canoso que está a unos cuantos metros.
—Mírame —Habla calmado, demasiado sosegado y eso, viniendo de una persona como Friedrich Vögel nunca es algo positivo—. Mírame, preciosa —Vuelve a intentarlo, pero no quiero hacerlo, no quiero ver cómo sostiene una pistola con sus propias manos—. ¡Mírame! —El grito cala por todo mi cuerpo y como la cobarde que he descubierto que soy acabo obedeciéndole—. Conmigo tú estás a salvo —Mis ojos siguen el recorrido desde su cara hasta su mano, donde lleva la pistola—. A salvo, significa a salvo, ¿me has entendido?
—Sí.
—Sí qué.
—Sí que te he entendido, otra cosa es que te crea.
—Bueno, te toca confiar en mí.
Confiar en él.
Confiar en una persona que acababa de sacarme del instituto para llevarme a otra ciudad, para pedirme que le pasara una pistola y que pretendía que viera cómo mataba a otra.
Hace frío, mucho frío. Estoy asustada y creo que las lágrimas empezaban a picar por mis ojos, dejándome una visión emborronada.
—Por favor —le pido cogiéndole del brazo—, no lo hagas.
—Quédate en el coche, pero es algo que tengo y que voy a hacer.
—¿Por qué? —Razonar con Narciso no era fácil, él pensaba que tenía la razón en todo, actuaba de manera mecanizada y no te daba opción a hacerle recular—. ¡Estoy segura de que tienes más opciones!
Exhala e inspira un par de veces, dudando entre sí darme información o mejor callársela. Creo que todo sería más fácil si abriera la boca y contara con detalles qué está pasando.
—Si tanta intriga tienes, busca Leonard Naesemann o pregúntale a tu padre quién es. Por desgracia Jutta lo conocía demasiado bien y no por gusto propio.
Venganza. Quería vengarse de una persona que había violado a su hermana.
—¡¿Y el cuerpo?! ¡Van a meterte en la cárcel!
Sonríe con dulzura, haciéndome palpitar por completo y devolviéndome el aire a los pulmones.
—Qué bonita te queda la ingenuidad, te da vida —Lo dice a modo de confesión y consigue que me olvide por un momento de su plan—. No la pierdas nunca.
Quita el seguro y me quedo quieta, no por gusto, sino porque estoy paralizada, no es que fuera a salir corriendo —tampoco llegaría muy lejos estando medio coja—, pero mi cuerpo y mi cerebro por una vez se han puesto de acuerdo y han decidido no hacer ninguna estupidez y obligarme a mantenerme tranquilita en el asiento del coche.
Mi mayor miedo ahora mismo es que algo fuera de sus planes sucediera, que le dispararan a él.
Ni siquiera me atemoriza que tuviera que arrancar el coche a prisa y corriendo conmigo de copiloto dentro.
Me asusta que le pase algo a él.
Desbloqueo mi móvil y borro todas las notificaciones emergentes que me aparecen y abro la aplicación de notas, consigo escribir el nombre correctamente que Narciso me ha dicho a pesar de que mis dedos tiemblan y no parecen querer funcionar.
Oigo el seguro del coche, me ha dejado encerrada. No se escucha nada más, ni siquiera soy capaz de distinguir el sonido del aire o de cualquier cosa.
Estamos en plena luz del día y debería percibirse como mínimo el sonido estruendoso de la ciudad a pesar de la lejanía.
Pero no es el caso.
No escucho nada, todo está en silencio y la falta de ruido es algo ensordecedor, diabólico, cruel, incluso humillador.
De pronto, dos disparos se escuchan. Luego un tercero.
Aprieto los puños y cierro los ojos dejando que las lágrimas cubran mis mejillas al completo.
Creo escuchar un cuarto disparo, quizá ese último es fruto de mi imaginación.
No lo sé y no me importa.
Tengo miedo y estoy terriblemente asustada.
Este no es el spoiler andante que yo conocía y que iba con aires de chico malo cuando sólo era un niño perdido, este no es el chico que a pesar de tener mal humor y ser agresivo se apiadaba de mí y me cuidaba a su manera.
Este es Friedrich Vögel y es peor que el mismísimo diablo.
Este es Friedrich Vögel y es un asesino.
BG.5: grupo musical ficticio de la autora Darlis Stefany.
¡Hola!
¿Os esperábais esto?
¡Contadme!
¿Qué pensáis del discurso de Narciso a su hermana Jutta?, ¿qué os ha parecido que haya querido que Nela le acompañe?
¿Quién creéis que era Leonard Naesemann?
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