Einunddreißig: La valentía a través de la cobardía.

Capítulo dedicado a n11n33s, ayer me confesó que esta historia era de sus favoritas y la ilusión que me hizo recibir ese mensaje no tiene precio. ¡Gracia por tanto!

Einunddreißig: La valentía a través de la cobardía.

14 de enero, 2020.

Los guardaespaldas que nos habían asignado no se me hacían demasiado conocidos. En cambio, Caroline les saluda con total normalidad.

Como si fueran parte de la familia o como amigos de toda la vida.

Me había pedido que la acompañara a la universidad para entregar la baja por su embarazo. Estaba siendo más complicado de lo que podría parecer y el estrés con el que estábamos lidiando habían llevado a su médico a decretarlo como un embarazo de riesgo.

Ella no quería ir sola a su trabajo y, como yo había pausado mis estudios, me había parecido muy buena opción. Además, respirar aire puro y no estar encerrada en casa siempre era una opción que iba a tener en cuenta y que desde luego iba a tomar.

La universidad en la que ella impartía clases estaba casi en el centro de la ciudad berlinesa y era preciosa.

Tenía ese aura estudiantil y revolucionario al mismo tiempo que la elegancia que una institución con prestigio siempre iba a ofrecer de cara al público.

Me había quedado frente a uno de los seguratas porque Carol tenía que entrar sola al despacho de su jefa.

—¿Y a ti cómo puedo llamarte?

Me aburría no tener privacidad y que Jhon no me permitiera hacer amistad con según qué guardaespaldas.

Él estaba al corriente de que conocía a Izima, a Hans, a Massimo y a Stuart algo más de lo que conocía al resto y quería que mantuviera distancias con los demás.

El guardaespaldas que nos había acompañado dentro era bastante callado, tenía los labios finos y las orejas un poco puntiagudas.

Dominik y Hans se habían quedado fuera.

Al igual que mucho de sus compañeros, tenía el cabello en corte militar y era rubio oscuro. Era grande y robusto y llevaba un traje impoluto a juego con las gafas de sol incluso cuando oscurecía.

—Schwarz.

—¿Y cuál es tu nombre de pila?

—Kai.

Vale, no era muy hablador. Pero por lo menos me contestaba.

—¿Me puedes hacer un favor?

—Depende.

—¿Me dejas tu móvil?

—No.

Se llamaba Kai Schwarz porque no-sé-decir-más-de-una-palabra-en-cada-frase-que-pronuncio no existía.

—Por fa, sólo quiero llamar a un amigo.

—¿Qué amigo?

Uy, había causado su interés o simplemente estaba haciendo su trabajo.

—Pues un amigo...

—Erlin Baltßun, Isabel Garsia Moreno, Daniella Jawer-Pereira, Caroline Koch, Thomas Koch, Hugo Müller, Hermann Rabensteiner, los Schrödez, Jhon Schrödez o Narciso Vögel.

—¿Qué es eso?

—Una lista de las personas a las que puede contactar.

—Ah, que hay una lista.

Y el tío se la sabía de memoria. Me sentía como si yo misma fuera un hashtag de Twitter con las letras formando la palabra «impactada».

—¿Necesita que se la repita, Señorita Schrödez?

—Narciso, Narciso Vögel.

Saca un teléfono de prepago que sólo creía que existían en las películas y marca el número de teléfono.

Bueno, sabía que existían, tonta no era. Pero no pensé que me vería jamás utilizando uno porque en mi cabeza: esas cosas a mí, no me pasaban.

—¿Te lo sabes de memoria?

—Es parte de mi trabajo.

Qué señor tan soso, tan alemán.

Me ofrece el teléfono y escucho cómo el habitual sonido de una llamada esperando a ser respondida suena.

—Quién.

Friedrich no era de los que respondían con un "¿sí?" o un "¿diga?". Él iba directo al grano y quería saber de quién se trataba.

—Hola-a.

Escuchar su voz siempre me removía el cuerpo, no era vergüenza o timidez lo que me hacía titubear, sino el poder que emanaba de todo lo que viniera de él.

Sabía hacerse respetar y ganarse la admiración de unos cuantos.

Preciosa —Su voz suena más calmada y todos los miedos y dudas que en algún momento pude haber sentido se disipan—. Estoy fuera de la ciudad, he tenido una emergencia, le dije a tu hermano que te avisara.

—Supongo que se le olvidó decírmelo...

—¿Necesitas algo?

A ti.

—¿Todo-o bien?

Friedrich era capaz de modular su voz de tal manera que no fueras consciente de lo que sus palabras querían transmitir.

—Es complicado y no quiero hablarlo por teléfono —Se hace un pequeño silencio y lo único que escucho es su calmada respiración—. Me temo que tendré que pedirte una cita.

—¿A mí o a Jhon? —No puedo evitar sonreír como una tonta a la pared y sonrojarme levemente al mirar cómo me observa de reojo el guardaespaldas—, porque la que tiene que aceptar soy yo.

—A tu padre tengo que recordarle de vez en cuando que me voy a casar contigo —Suelto una carcajada y él también—, para ese tema es un poco olvidadizo.

—Entonces cuento con que me pedirás una cita cuando vuelvas.

No suenes ansiosa, no le preguntes cuando vuelve, dale su espacio.

—Y a todo esto..., ¿cuándo vuelves?

Tonta, enamorada y con hormonas revolucionadas.

—Aún no lo sé, preciosa.

No utiliza el sarcasmo, no saca a relucir su buen sentido del humor y tampoco intenta vacilarme como el buen spoiler andante que es diciendo algo como «¿tantas ganas tienes de verme?».

Me quedo en silencio, sin saber bien qué decir.

—Nela —me llama—, estoy en Frankfurt, volveré en unos días y sabes dónde encontrarme para tener esa cita conmigo.

Cualquiera diría que se refería a la dirección de su casa, pero tanto él como yo, sabíamos que se trataba de su rincón de seguridad: Potsdam.

—¿Todo bien?

—Todo lo bien que se puede estar después de tantos días sin meter mis manos dentro de tus bragas.

—¿Y por lo demás?

Algo en su voz me obligaba a mantenerme en la conversación, sin dejar pasar sus intentos tan buenos para distraerme.

Das Spukhaus.

Era el nombre del recorte de periódico que había empezado a leer sin su permiso poco después de nuestra discusión.

Seguía sin saber su significado, pero algo importante debía representar para que Narciso lo usara como concepto clave y un artículo se titulara así.

—¿Me lo contarás?

—Siempre que me des algo a cambio y me saques de quicio siendo tan jodidamente pesada como para agobiarme, ya lo sabes.

¿Era su manera de decir sí-confío-en-ti-y-es-algo-muy-nuestro-por-eso-quiero-que-actúes-como-una-intensita? Porque yo lo había entendido así.

—¿Estamos bien?

Quería saberlo porque si él no estaba bien, necesitaba asegurarme de que lo que teníamos, era un espacio seguro para los dos.

Haberle sujetado mientras me confesaba quién era Sonja no era razón para olvidar la crueldad con la que me había hablado. Quería estar bien con él, pero no perder quién era yo. No obstante, necesitaba mantener la seguridad de que íbamos hacia la misma dirección.

Teníamos una conversación pendiente, mas este no era el momento para ello.

Preciosa, nuestro pacto está mejor que nunca.

Era su manera de decirme que no me preocupara y su manera de explicarse podía parecer algo difuminada, pero a mí me parecía una forma de hablar muy nuestra, algo que sólo nosotros dos entendíamos.

Antes de contestar escucho la voz de Caroline devolviéndome a la realidad y sé que tengo que cortar la llamada.

—Tengo que colgar, voy a casa.

Vaya conversación más mecanizada.

—¿Dónde estás?

No puedo verle, pero intuyo que tiene el ceño fruncido.

—En la universidad con Carol —La miro y me hace una seña para que la siga—. ¿Me avisas cuando vuelvas o me contestarás a los mensajes con algo más que likes en Instagram o monosílabos por WhatsApp?

—Sólo si te portas bien, pero tendré en cuenta tu petición —Sé que está sonriendo y yo tengo que mirar hacia otro lado para que nadie me vea imitar ese gesto—. Tened cuidado.

—Tú también.

Cuelgo y le devuelvo el teléfono a Kai Schwarz.

Salimos y el frío me golpea por completo, me abrazo a mí misma y me coloco los guantes y el gorro.

Me daba igual que el coche estuviera cerca, realmente tenía frío.

—Vamos a casa —Indica Carol para que los guardaespaldas estén atentos—. ¿Mi prometido ha llegado ya o sigue en la reunión?

Que Jhon tuviera a la policía rondando por su bufete y hubiera decidido no utilizar su despacho para trabajar no significaba que no estuviera dando lo mejor de sí en los juicios y reuniones que tenía con sus clientes.

El tiempo no se había detenido y eso no iba a cambiar para un abogado, al contrario, incluso se revalorizaba cada segundo un poco más si es que eso era posible.

Hasta donde yo sabía, había alquilado una pequeña oficina en una dependencia vecina a su gabinete.

—No, señora Koch, pero casi ha terminado. —alude otro de los seguratas.

Abro la puerta del asiento trasero mientras la prometida de mi padre se comunica con los escoltas.

—¿Lista para ir a casa? —Dejo de teclear un mensaje a mi tía y asiento a la vez que le muestro una cálida sonrisa a Carol cuando entra al coche—. ¡Hoy hace frío hasta para mí! —bromea haciendo uso de un habitual tópico que se tiene sobre los alemanes.

—Estoy deseándolo —confieso—. Por cierto, ¿qué significa Das Spukhaus?

—Es la palabra que decimos cuando una casa está maldita o llena de fantasmas, ¿has estado leyendo a Kicki Stridh?

—¿Quién? —pregunto sin hacerle mucho caso mientras ella aprovecha para meter la llave en la ranura y tratar de encender el auto—, ¿me lo recomiendas?

—Es un autor de novela corta.

No consigue encender el motor, pero un sonido muy extraño nace del interior del coche.

Vuelve a intentarlo.

Nada.

—Qué raro...

Alguien toca la ventanilla de copiloto y yo me muerdo el labio para no gritar del susto.

—Señora Koch —Creo que es Dominik el que habla—, los motores de los automóviles no funcionan correctamente.

—Me he dado cuenta... —Ambas fruncimos el ceño. Que uno se rompiera podía tener sentido y podríamos achacarlo a la mala suerte, que dejaran todos de funcionar al mismo tiempo, no podía ser casualidad—. Nela, cielo, baja del coche.

Abro la puerta y odio que el frío me golpee. Debería haber cogido la bufanda.

—Tendremos que ir en metro —Carol apoya su mano en mi hombro—. No te separes de mí, por favor.

Habla con los guardaespaldas y con nerviosismo acaba quitándole el teléfono a Massimo y empieza a discutir ella misma con Jhon.

Hacía muchísimo frío y estábamos tiradas en mitad de la calle, con protección, pero en mitad del frío berlinés.

Nos apartamos de los automóviles cuando Dominik lo pide y se agacha para comprobar algo. Hace un gesto con la mano que sólo Kai, Hans y Stuart entienden y nos piden que nos vayamos del recinto.

—¿Qué ocurre? —le pregunto a Caroline mientras me abrazo a mí misma a causa del frío mientras caminamos—. ¿Por qué no esperamos a que venga Jhon y nos recoja?

Carol llevaba un moño alto para evitar que el viento moviera su cabello hacia su cara, quitándole visión y se da calor en la barriga acariciándola.

—Jhon nos estará esperando en la parada del metro cuando lleguemos, no es seguro que coja su coche...

—Pero ¿qué está pasando?

La observo con detenimiento y, aunque obedezco sin rechistar su petición (siguiéndola y quedándome a su lado), no puedo evitar sentir la necesidad de conocer cuál era el problema y por qué no funcionaba ningún coche.

Lo único que se me podía ocurrir era que alguien hubiera puesto algo dentro de los motores de todos los coches, pero es que era algo imposible por la simple razón de que se suponía que había seguridad controlando tanto fuera como dentro.

—No te separes de mí —Engancha su brazo con el mío y me coloca muy cerca de ella—. No sabemos qué está pasando.

Delante nuestra está el agente Schwarz y Hans, detrás se encontraban Stuart y Dominik.

No dudaba de la lealtad de Hans y no porque fuera una persona confiada, sino porque sospechaba que también él tenía algo contra Sanders.

—Señora Koch —La voz profunda y tranquila de Hans suena con firmeza y lo suficientemente alta como para poder escucharle mientras manteníamos cierta distancia con él y su compañero—, nos dividiremos en dos grupos, revise las indicaciones.

Estira sin darse la vuelta el brazo hacia atrás y le da un trozo de papel a Caroline.

Me deja ver lo que pone y comprendo la jugada del guardaespaldas al instante que leo la nota.

Los coches habían sido hackeados, no modificados manualmente y, por ende, podía ser que tuviéramos los móviles intervenidos y no sólo por Jhon o el equipo de seguridad de mi tío Günther.

Las instrucciones eran claras: nos separaríamos en dos vagones: Kai, un tal Florian (al que no conocía), Dominik y Jhon.

Hans, Stuart, Massimo, Caroline y yo iríamos en el otro.

Los metros de Berlín estaban unidos por puertas contiguas, pero el habitual tumulto de gente en cada vagón no te permitía llegar de un lado al otro con facilidad. Era una misión bastante complicada.

Estaríamos cerca, pero a la vez en diferentes puntos.

Jhon era un estratega y bastante calculador, tenía que serlo por su trabajo y era algo que no sólo se le daba bien, le gustaba —aunque no lo admitiera en voz alta— tener esas capacidades.

Y contaba con un equipo de seguridad de un alcalde.

Y, había decidido que los escoltas en los que más confiaba irían conmigo y Caroline.

Otra cosa no, pero el afán y necesidad que mi padre tenía con proteger a los suyos era digna de admirar.

No sabía si era para redimirse de acciones del pasado en las que pudo hacer algo más o si simplemente era un instinto que siempre había tenido y que cuanto más mayor se hacía, más ansiaba hacerlo, pero desde luego que luchar por lo que él consideraba su familia, lo hacía.

Nos abren paso mientras caminamos y los enormes cuerpos nos quitan la visión de todo, sólo podemos fiarnos de ellos porque sólo podemos ver el color negro de sus uniformes.

Caroline lleva su mano a su vientre y se frota con delicadeza.

—Cuando veamos a tu padre no podemos acercarnos a él, tenemos que mantener la distancia todo el rato.

—¿Por qué?

Empiezo a respirar con algo de dificultad. Me estoy agobiando y necesito calmarme si quiero retrasar un posible ataque de ansiedad.

Es lo último que necesito ahora mismo.

Ser una inútil y un impedimento cuando una mujer está embarazada a mi lado y mi padre está confiando su vida a dos guardaespaldas en los que no tiene tanta familiaridad para protegernos a su futura mujer, su futuro hijo (o hija) y a mí.

—Ojalá tener respuestas para todo, cielo —Sé que me habla con el corazón y que está intentando ser fuerte—. Ojalá esto acabe pronto.

Me mira con los ojos algo iluminados y rojos. Es increíble lo idénticos que eran el color azul de su iris y las de su hijo.

Entramos juntas al vagón seguidas de Hans, Massimo y Stuart y vemos a mi padre y a los otros tres entrar en el de al lado.

No puedo dejar de buscarle con la mirada y querer al menos un gesto para decirle que todo está bien, todo lo bien que puede estar.

Si no conocías a Jhon Schrödez pensarías que era un hombre frío, no como el hielo, sino aún más y eso era difícil de pensar.

En cambio, por dentro, era un hombre que había sufrido.

Y que seguía sufriendo.

Jamás definiría a mi padre como una persona sensible porque no lo era.

Tenía mucho clasismo arraigado y era el que más lo mostraba dentro de la familia, es como si los padres de Caroline le hubieran criado a él y no a ella.

Pero mi padre tenía un corazón y yo lo había aprendido a aceptar a su manera. Aunque no me gustara, aunque odiara muchos de sus comportamientos y aunque adorara discutir con él porque en el fondo, toda mi adolescencia le había echado tanto de menos, que pelear con él, me daba cierta vidilla.

Trato de enfocar cuando veo a varias personas salir del metro y un señor con gabardina y sombrero al estilo fedora se queda en la puerta, sin moverse ni siquiera con el vaivén del transporte.

Ni siquiera cuando un borracho que canta animadamente Moskau del mítico grupo alemán Dschinghis Khan y le intenta convencer para que le haga los coros se altera.

Trago saliva y toco la espalda de uno de los guardaespaldas sin quitar mi vista de la siniestra figura.

—¿Todo bien, Nela? —Es la voz de Hans la que responde.

Inclino con disimulo la cabeza en dirección del señor y Hans capta enseguida el gesto. Estaba realmente entrenado para este tipo de detalles y los captaba a la perfección.

Asiente y llama la atención, sin que nadie se entere, de sus compañeros.

Este último le pide a Caroline que se sitúe a mi lado y se coloca creando una barrera humana respecto al resto.

Desde el megáfono se anuncia la siguiente parada correspondiente, Möckernbrücke, queda una parada más antes de llegar a Prinzestrasse, pero no hacíamos parada.

Se abren las puertas —del lado donde está el señor— quien levanta la cabeza y colocándose el sombrero correctamente nos saluda antes de bajarse.

Es él.

Es Callum Sanders y algo tramaba al subirse en este mismo transporte que nosotros y sabiendo que estábamos sin coche.

Un chillido nos hace mirar hacia la derecha y es cuando veo la imagen que jamás esperé encontrarme y que nunca me hubiera gustado ver.

Jhon Schrödez acababa de golpear al asesino de mi madre y ahora acababa de recibir la réplica.

Me tranquiliza ver a los guardaespaldas que le acompañaban apuntando con una pistola al enemigo de mi padre, pero mi preocupación vuelve en el momento en el que Caroline clava sus uñas en mis brazos, traspasando la tela de mi ropa y obligándome a observar y comprender lo que realmente había ocurrido:

Sanders no tenía que habernos visto porque él no sabía que estábamos aquí, su objetivo era Jhon.

El problema es que no estaba sólo y la pistola que se clavaba en la espalda de Caroline Koch había obligado a retroceder incluso a nuestros guardaespaldas para evitar que ella fuera dañada.

La sujetaba un hombre joven, no tendría muchos más años que Thomas o Friedrich, iba rapado y con un par de piercings adornando su cara.

—¡Tiene un arma! —vocea una pasajera—, ¡qué alguien haga algo!

—¡¡Silencio!! —abronca el desconocido manteniendo presa a Caroline—. ¡Silencio o la mato!

—Yo que tú, bajaba el arma —La voz de Stuart suena con cierta monotonía, pero con la firmeza de un hombre que también estaba apuntando con una pistola a otro—. No hables, descarga el arma, déjala en el suelo y suelta a la señorita.

Se oye a un par murmurar, un adolescente se ríe pensando que es algún tipo de película o serie que están grabando.

Y eso, le cuesta la vida cuando en un movimiento pasa su brazo por el cuello de su rehén, ahorcándola y con la mano libre, dispara un par de veces a bocajarro contra el chaval.

Y Jhon ve todo a través de la puerta del otro vagón mientras intenta desbloquear la puerta.

Y yo tengo que luchar contra mis instintos más primarios y la reacción que siempre tenía mi cuerpo frente al miedo para evitar vomitar.

—Suelta a la señorita Koch si valoras tu polla —Hans no se anda con tonterías y le amenaza.

No duda en dispararle en un muslo, justo como Friedrich había querido enseñarme y teniendo tanta maestría que no roza a Carol en ningún momento.

El esbirro de Sanders aguanta el dolor a pesar del grito y agarra con fuerza a la rubia.

—Suéltala, no pienso repetírtelo y a ti te pagan por entregarla con vida, muerta no te sirve de nada.

Nunca había escuchado tanta rabia y tanto control en una voz, hasta ahora. Hans sabía lo que estaba haciendo y estaba haciéndole recordar al sicario novato de Sanders las órdenes que le habían dado para que no dañara en ningún momento a Caroline.

—¿Y tú que sabes? —Sonríe creyéndose victorioso y pensando que tenía el control de la situación—. ¿Creéis que tengo algún tipo de miedo o que trabajo para alguien?

Apunta a Massimo, quien estaba utilizando su cuerpo para mantenerme alejada de convertirme en una diana.

Se hai le palle per premere il grilletto, e una cosa ancora da vedere —Escupe con toda la cólera que puede el italiano en su lengua materna, consiguiendo que la gran mayoría se quede pensando en qué puede haber dicho y siendo una muy buena técnica de distracción—. Sei solo un maledetto vigliacco, tedeschi di merda!

«Tendremos que ver si tienes cojones para apretar el gatillo / Eres un maldito cobarde, alemán de mierda»

—¡Tú! —Apunta a una chica que lloraba histéricamente mientras rezaba—, ¡tradúcelo!

Non ha paura... perché sei un novellino —Vuelve a captar la atención, consiguiendo que la joven deje de correr peligro en ese instante—. Te lo digo en tu idioma —Comienza a hablar en alemán—: o la sueltas o atente a las consecuencias.

«No tengo miedo porque eres sólo un novato»

Las fosas nasales del captor de Carol se ensanchan y tira de su cabello haciéndola gritar de dolor.

Tengo miedo y siento ganas de vomitar, me sujeto al poste de metal que hay para las personas que van de pie y veo el enmudecimiento de las personas que se sienten impotentes de hacer nada.

Jhon sigue luchando por abrir la puerta y pega un par de patadas contra el cerrojo.

La mano del muchacho tiembla y es evidente que Massimo tenía razón: era un simple aprendiz al que Sanders había mandado como peón, ignorando si después de hoy, seguiría con vida o no.

Aprieto el metal y caigo en la cuenta de que tal vez podamos hacer una parada de emergencia y detenernos en Hallesches Tor.

Quizás no fuera fuerte, quizás llevara la cobardía por bandera y me asustara sujetar un arma descargada con las manos.

Pero yo no era como ellos, yo no mataba, yo no hacía daño, no de forma intencionada y desde luego, siempre haría lo que estuviera en mi mano para salir adelante.

Porque la cobardía también podía hacerte ser valiente y el simple gesto de presionar un botón podía llegar a evitar una masacre.

Cierro los ojos y me sobresalto a la vez que más gente cuando el tren comienza a frenar de golpe y dando tumbos, haciendo que todos nos meneemos de un lado a otro y lanzándome contra la pared de al lado de la puerta del vagón.

Me doy un pequeño choque en la cabeza, pero el sonido incesante de alguien queriendo abrir me termina de despejar. Levanto la mano y pruebo a abrirla.

Bingo.

Estaba cerrada desde dentro.

A causa de la distracción, Caroline presiona su mano en el muslo del chico y se libra y en cuanto las puertas se abren, todos salen corriendo sin mirar.

Empujándose unos a otros y luchando por escapar de una masacre fallida en la que podrían haber muerto.

No les importa si alguien se queda en el suelo, no hacen caso al charco de sangre que maquilla ahora sus zapatos. Sólo quieren huir y les da igual si tiran a Carol al suelo o si alguien grita por ayuda.

Más de diez policías entran armados, inmovilizando al joven y ganándose el aplauso de todos los que aún estaban dentro.

—Nela... —Mi padre me abraza—, dime que estás bien.

No me había llamado Manuela y su voz era la de un hombre roto y destrozado por haber sentido que había vuelto a fallar a quien debía proteger con su vida.

—Estoy bien.

No lo estaba y él lo sabía, pero sabía que necesitaba escucharlo.

Giro mi cabeza y observo su rostro: sus ojos están hinchados y su pómulo brillaba con un color púrpura cada vez más definido.

—Te vi golpearle —admito—, ¿qué pasó con él?

—Le empujé contra los barrotes de metal antes de que sus hombres se revelaran, estaba el vagón lleno —reconoce—, lo bueno es que tiene una contusión en la cabeza, espero que Florian y Kai puedan hacer algo antes de que escapen; Dominik está herido.

—¿Tú estás bien? —me intereso con sinceridad.

—Gracias a ti —Sus ojos se iluminan y no puedo apartar los ojos de mi padre. Azul y marrón, pero esta vez jugaban en un mismo equipo—. Yo tenía que protegerte, hija y en cambio tú eres nuestra heroína. Eres una guerrera, Manuela Schrödez García y cada vez te pareces más a tu madre y no sabes lo orgulloso que estoy de que seas tan como ella y tan poco como yo.

Eso último me lo dice en alemán. En su idioma materno, la lengua que siempre evitó hablar conmigo.

—Jhon...

Me entra un escalofrío y la emoción tiñe todas mis entrañas. Jamás imaginé escuchar esas palabras por su parte, jamás pensé que alguien pudiera sentirse tan orgulloso de mí.

Y mucho menos que fuera mi padre.

—Stuart —Jhon le llama mientras se incorpora y me ayuda a levantarme—, quiero informes y saber por qué este ataque contra mí y mi familia ha sido posible.

—Sí, señor.

Suponía que estaban avergonzados por no haber estado a la altura de la situación. Se les pagaba por mantenernos a salvo y, en estos casos, los errores humanos y los pequeños fallos podían costar vidas humanas.

—Quiero que los agentes Kai Schwarz y Florian Gödden vuelvan con vida y con Sanders a su lado y quede esposado en el primer cuartel de policía de la zona y que alguien se haga cargo de transportar al agente Dominik Freitag a un hospital —determina sin oscilar en ningún momento—. Lo que no puede ser es que mi prometida, mi hija y mi futuro hijo corran peligro y no lo voy a permitir.

—Sí, señor.

—Ponte en contacto con Izima y el servicio de inteligencia y me buscáis las grabaciones de las cámaras de seguridad tanto del tren como del metro como del recinto universitario.

—Sí, señor.

—Ah, y otra cosa, Stuart —destaca con su solemne voz—, voy a abrir un expediente porque lo que no es lógico es que mi hija sea la que nos haya salvado y que personas cualificadas y a las que se les paga un muy buen sueldo no hayan hecho correctamente su trabajo. ¿He hablado con claridad o tengo que volver a repetirlo?

Alza su ceja, esperando una vez más que Stuart asienta.

Sin embargo, Hans carraspea, evitando la respuesta afirmativa de su compañero. Lleva las manos ensangrentadas completamente y la manga derecha de su uniforme arrancada como si hubiera realizado un torniquete.

—Jefe, hay que ir a un hospital.

—¿De quién es esa sangre? —Se pasa la mano por la corbata, desanudándosela un poco del cuello, como si le faltara el aire—. ¡He preguntado de quién es esa sangre!

Nunca le había oído tan desesperado.

Me sujeta con fuerza por el antebrazo para no separarse de mí y avanza hacia el lugar donde se encontraban varios policías. Entre ellos, había un par de uniformados típicos de los sanitarios de emergencias.

—No pierdas la calma, tu mujer te necesita.

La imagen que se abre delante de mí me hiela el corazón.

Está tumbada en el suelo y siendo atendida cuando sus ojos llenos de lágrimas conectan con los de mi padre: la sangre venía del cuerpo aún con vida de Caroline Koch.

 Kicki Stridh: autor de novela corta que publicó un libro en 1993 con un título parecido al mencionado (Das unheimliche Spukhaus).

Os he puesto las traducciones de Massimo en el texto y en negrita para que sepáis lo que significa y no se os rompa el ritmo de lectura.

¿Os gusta la nueva portada y los cambios estéticos que le estoy haciendo a la historia? ¡Voy cambiando los capítulos poco a poco, de momento podéis ver lo bonito que se ve en los primeros 7 capítulos!

¿Queréis que os cuente en el capítulo del jueves que viene una noticia sobre la historia? Hay otra que aún no puedo contaros y que sólo saben dos personitas, pero que pronto os comentaré.

¿Qué creéis que va a pasar con Caroline?, ¿cómo pensáis que reaccionará Thomas cuando se enteré?, ¿por qué creéis que han fallado los guardaespaldas?, ¿habéis sentido orgullo por Nela como su padre?, ¿y qué creéis que hará Narciso cuando conozca lo ocurrido?

Confieso que es la vez que más me ha costado escribir un capítulo porque quería probarme a mí misma escribiendo acción, estoy un poco malita y me pone muy nerviosa saber qué pensáis.

¡Os leo!

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