Dreiunddreißig: El efecto Nela Schrödez.

Capítulo dedicado a _caathycabrera. Siempre estás leyendo, votando, dando tu amor a la novela y haciéndome muy feliz por recibir tu apoyo. Mil gracias por leerme, por el cariño a la historia y por hacerme sonreír cuando veo una notificación tuya.

Dreiunddreißig: El efecto Nela Schrödez.

—Friedrich —interviene Jhon acercándose a nosotros—, llevaba tiempo sin verte —Sé que está fijándose en la postura que tengo al lado de él y le escucho suspirar—. Estoy demasiado cansado como para amenazarte —dice con un tono de rendición—, ya hablaremos sobre eso otro día. Ahora tengo que ocuparme de toda mi familia, pero las manos las mantienes donde pueda verlas, muchacho.

—Como tú quieras, suegro.

Lucha por no soltar una carcajada puesto que no era ni el momento ni el lugar sin llegar a separarse de mí, pero ofreciendo cierta sumisión a mi padre. Como si fuera un niño bueno que nunca había roto un plato y que esperaba órdenes para cumplir.

La realidad era muy distinta, ni era un chico bueno ni aceptaba que nadie le diera las normas que seguir.

Jhon permite que las comisuras de sus labios se eleven un poco, permitiéndonos observar un gesto casi imperceptible, pero que estaba ahí.

—Va, papá —Se burla Thomas—, no seas tan anticuado.

Thomas y Friedrich no parecían ni conocidos a simple vista porque no les gustaba mostrar el cariño que se tenían en público. No obstante, eran mejores amigos, tenían una complicidad que con sólo una mirada llegaban a entenderse y, lo que más admiraba de ellos es que a las espaldas se defendían y a la cara se sinceraban.

Entre ellos la falta de comunicación no era un problema y, como espectadora, me declaraba fan de una amistad tan sana.

—Lo siento mucho —Narciso decide no soltarme cuando con sinceridad muestra su apoyo—. ¿Se sabe algo más?

¿A qué se refería?

—Si no se reclama la herencia de Oleg Bogdanov se la quedará el Estado, en cuanto a tu padre...

—Eckbert —corrige sin miedo al que ahora era estaba ejerciendo de abogado—, se llamaba Eckbert.

—En cuanto a Eckbert Vögel, la herencia es algo más complicada.

Narciso asiente.

—¿Y sobre lo ocurrido? —Comienza a acariciar con disimulo mi espalda, haciendo círculos imaginarios por encima de la ropa y siendo muy cuidadoso con sus movimientos—, Donny me ha puesto más o menos al tanto.

Habla con rabia y aprieta el puño que tiene libre, negando con la cabeza.

—Alguien nos la ha j-jugado. —informa Thomas.

Quiero ser partícipe de la conversación, pero enterarme de que había personas dispuestas a traicionarnos (si es que podía incluirme dentro de ese núcleo) me deja con la sangre helada y el corazón en un puño.

—Quién era el traidor.

La dureza en la voz de Narciso me hace respirar hondo, desde luego que nada estaba saliendo como debería y no lograba entender la situación.

—Traidores —puntualiza Jhon—, tenía comprados a algunos policías —Mi padre habla con rabia y dolor, lo había tenido tan cerca y a la vez tan lejos que hasta yo siento una presión en el pecho imposible de ignorar—. Florian le debe lealtad a Sanders —Eso último lo susurra para que nadie más que nosotros podamos oírlo—. Kai ha sido asesinado.

Una mueca de dolor cruza el precioso e impasible de Friedrich.

—Kai era mi amigo —Juraría que sus ojos se nublan, perdiendo la vista por un instante—, nuestro amigo.

Dice apuntando con la barbilla hacia Thomas y con esa confirmación silenciosa termino por derrumbarme.

Esto era una puta masacre y no había hecho más que comenzar.

—Una cosa más —Mi padre nos mira a los tres, en especial a mí—. Hay otro traidor que ha estado dando información, tengo mis sospechas porque soy una persona intuitiva, pero es sólo eso, un simple presentimiento sin pruebas.

Podía afirmar que Narciso era ese tipo de persona que odiaba hablar cuando estaba desayunando. Le molestaba el ruido y más de una vez me había pedido que le dejara comer tranquilo y que luego ya hablaríamos.

Incluso en una situación como en la que nos encontrábamos, eso no cambiaba. Parecía mentira, pero era un chico de costumbres y rutinas; necesitaba el orden dentro de su vorágine interna.

Era especial y él mismo lo sabía y, desde luego, le encantaba que se lo recordaran. Le encantaba que alimentaran su ego y autoestima cuando de por sí, le sobraba de ambas.

Estaba sentada enfrente de Friedrich, observando cómo tomaba un cappuccino y miraba su móvil sin gesticular ni mostrar ninguna mueca más allá de parpadear de vez en cuando. Su rostro permanecía estático y sosegado, aportándome la calma que creía haber perdido. Era curioso cómo me podía dar tanta serenidad una persona que era caótica como la vida misma.

Pero así era Friedrich Vögel, un spoiler andante con más giros inesperados que ni él mismo sabía en qué consistía su propia trama.

—¿No vas a comer nada? —Deja la taza de café en la mesa y deja el móvil boca arriba—. Qué hambre tenía, joder.

—Tengo el estómago un poco cerrado.

Y había dormido fatal, eso también, pero no iba a hablar de mis pesadillas y lo mal que descansaba cuando no dormía a su lado.

—¿Estás bien? —Alza una ceja y hace que su móvil dé vueltas apoyando la yema de su dedo índice en mitad de la pantalla—. Estaba preocupado por ti.

Parece un poco aburrido, pero sobre todo muy cansado. Imaginaba que el viaje se le había hecho largo.

—No estoy tan mal, supongo —Trato de sonreír, aunque dudo haberlo conseguido por su ceño fruncido—. ¿Por qué tuviste que irte a Frankfurt?

—Temas de herencia, ya has oído a tu padre —Se queda mirándome y por la expresión de sus ojos sé que va a darme una orden—. Bueno, no me hagas meterte la comida en la boca, hazlo tú solita. Advertida quedas para la próxima.

Hace unos cuantos meses me hubiera tomado muy en serio esa amenaza y le hubiera mirado con algo de respeto infundado. Ahora, sólo me nacía sonreír ante su preocupación por mí.

—Luego —Hago un mohín con los labios y consigo que esboce una sonrisa—. Qué ha ocurrido, sabes que puedes contar conmigo.

—Y con eso para mí es suficiente.

Alargo mi mano para hacer contacto con la suya y obligarse a estarse quieto. Tenía que reconocer que me estaba poniendo de los nervios que no parara de mover el teléfono de un lado a otro.

—¿No quieres hablar de ello?

—Ah no —Aprovecha para mostrarme sus dientes en una de sus enigmáticas e infantiles sonrisas que tan enganchada me tenían a él—, tienes que darme algo a cambio. Ya sabes lo mucho que me gusta que me ruegues.

—Pero qué mentiroso eres —Pongo los ojos en blanco—. A ti te gusta que te insista, lo de rogar no nos va a ninguno de los dos...

—¿Y a qué esperas, pesadita?

—Va, no seas caprichoso...

Por alguna extraña razón mi voz suena coqueta o eso creo y me reclino un poco más en la silla.

—No me pidas imposibles y menos si tú estas incluida en esa ecuación.

Se pasa la lengua por los labios, fijando sus preciosos ojos azules en mi boca para después elevarlos y mirarme con anhelo.

Como si necesitara tocarme o acabar con la escasa distancia que hay entre los dos. Como si estar a mi lado se estuviera convirtiendo en una necesidad.

Como si tuviera que recordarse a sí mismo que estábamos en el comedor de un hospital y como si se le hubiera olvidado toda la gente que había a nuestro alrededor murmullando sobre sus propios problemas personales.

—Ni que yo fuera una fórmula matemática. —Termino respondiendo y obligándome a no pensar en las locas ganas que tenía de volver a besarle—. ¿A qué tipo de herencia te refieres?

—Insiste una vez más, permíteme ese capricho.

Niego, haciendo una mueca divertida.

—Pídemelo diciendo «por favor».

Friedrich nunca usaba esas palabras. Podía hablar con educación porque al final del día seguía siendo alemán y estaba intrínseco en sus costumbres. Pero jamás le escucharías pronunciar una súplica.

Él ordenaba y tú obedecías.

—Pienso vengarme cuando estemos solos, preciosa.

—¿Me estás amenazando? —Abro la boca, fingiendo sorpresa y tapándomela con la mano.

—Eso es, tú sigue practicando, que espero pronto conocer cuánto te cabe.

Me guiña un ojo, consiguiendo que me sonroje por fuera y me convierta en una bomba-de-hormonas-que-se-estaba-imaginando-la-escena-y-había-conseguido-que-yo-misma-me-quisiera-poner-a-prueba.

—¡Friedrich!

Nadie le había oído, pero aun así miro a los lados, asegurándome.

—Son dos herencias, la de mi abuelo es íntegramente mía —Apoya los codos en la mesa, mostrando algo de aburrimiento—, al fin y al cabo, soy el único heredero directo...

—Pero y... —Hago una mueca, es un tema que le duele—, ¿qué pasa con... Sonja? —Bajo un poco la voz cuando digo su nombre, no quería hacerle daño.

—Perdió ese derecho cuando fue adoptada.

—Oh...

Habían adoptado a su hermana, ¿había tenido que crecer sin ella?, ¿por qué no los adoptaron a todos juntos?

Estiro las manos, sujetando las suyas con más fuerza que nunca y siento unas ganas inmensas de abrazar a ese pequeño Friedrich que tuvo que ver a su hermana irse, pero sobre todo quiero sostener al Friedrich de ahora y demostrarle que no estaba solo y que yo estaba a su lado.

—El problema es la herencia de Eckbert... —Suelta una de sus manos de mi agarre y se rasca el pequeño rastro de barba que lleva—. Ese hijo de puta sigue jodiendo incluso muerto. —Baja el volumen para decir lo último, como si no quisiera que la gente supiera de su pasado.

—¿Por qué?, eres el único heredero.

Echa la cabeza hacia atrás y empieza a reírse como si hubiera contado algún tipo de chiste.

—Eckbert era un putero, Nela —Se vuelve a serenar y carraspea antes de seguir—, somos como diez o doce Vögel.

—¡¿Qué?!

—Aunque si hablamos de hijos legítimos, sólo quedo yo de los tres —Se queda pensativo—. No tengo ni puta idea de quienes son los otros bastardos, pero me alegro de que no hayan conocido a Eckbert, aunque claro, tenemos que ver si a ellos también les toca parte de la herencia y deudas o sólo a mí. Y para lo poco que tenía ese cabrón, pues no me voy a hacer cargo de las deudas, así que renunciaré a ese derecho.

Me había dado información bastante importante respecto a él y a su familia o lo que fuera que Friedrich lo llamara, pero no podía asimilar lo que había confesado.

¿Cómo que diez o doce hijos?

—¡¿Te estás riendo de mí?!

Echa la cabeza hacia atrás y una gutural carcajada nace de su garganta.

—¿Yo? —pregunta con picardía—. ¡No se me ocurriría hacer tal cosa!

Me estaba vacilando o tal vez era un te-digo-la-verdad-pero-me-siento-tan-cómo-a-tu-lado-que-me-permito-bromear. Me gustaba esa segunda opción, pero pensar en que podían ser tantos hermanos, era demasiado.

—¡Sí! —exclamo con más fuerza de la que me hubiera gustado y llamo la atención de algunas personas—. ¿Es una broma?, ¡¿en serio tienes diez o doce hermanos y lo dices tan tranquilo?!

—Nah, son ilegítimos, ni a ellos les intereso ni a mí ellos, ni que fuéramos todos de la misma madre...

—¿Cuántas madres hay?

—Yo qué sé... —Frunce el ceño, como si nunca se hubiera planteado esa cuestión—, ¿ocho o nueve? La verdad es que no tengo ni puta id...

—¿Los conoces? —Corto el final de su frase, intrigada por completo.

—No, ¿y tú? —Alza una ceja, provocándome.

—Yo qué voy a conocerlos, qué pregunta es esa.

—¡Yo tampoco! —aclara una vez más, riéndose.

—¿Y quieres... no sé... conocerlos?

—Para qué —Sus dedos tamborilean en la mesa, no puede quedarse quieto—. Son demasiados y lo único que sé de ellos es que son unos hijos de puta afortunados, seguramente no lleven ni el apellido Vögel, ni se conozcan entre ellos.

—¿Afortunados?

Esa respuesta no me la esperaba.

—Ellos no tuvieron que vivir con un tirano —Se encoge de hombros, cerrándose. Le conocía lo suficiente como para saber que no quería seguir hablando de ese tema—. ¿De dónde crees que salió esa parte de mi personalidad?

—Excusas baratas —Trato de molestarle un poco—, tú no soportarías parecerte a él.

—Pero qué bonita eres cuando demuestras lo bien que me conoces.

Tonto... —pronuncio en español.

—¡Gracias! —dice antes de guiñarme un ojo sin saber qué le he dicho, o eso esperaba porque si no mi chollo de poder hablar en castellano se iba a acabar.

Mete su mano libre en uno de sus bolsillos y saca un paquete de tabaco sin abrir. Señala la puerta y me pide-ordena que le acompañe.

—¡Llegó la hora del recreo! —informa.

Quería pasar tiempo a su lado. Así que le alcanzo en poco tiempo sin pensarlo dos veces.

Uno de los guardaespaldas al que Friedrich saluda e informa viene con nosotros y, bajo la atenta mirada de mi tío Donny —quien se ríe sin que yo llegue a comprender de qué—, salimos del edificio.

Atravesamos la puerta trasera y nos escondemos en una esquina para que nadie pueda abroncarle por fumar en un sitio prohibido.

—Qué putas ganas tenía de esto. —declara.

Tira de la manga de mi chaqueta y me estampa con todo el cuidado del mundo en una de las paredes de granito.

Sin importar que sea plena luz del día y sin vigilar que alguien pueda ver su pequeña travesura.

Levanta mi cabeza tomándome de la garganta y presionando lo suficiente como para sujetar y controlar mis movimientos, pero sin llegar a hacerme ningún tipo de daño.

Friedrich Vögel era delicado a través de la firmeza de sus actos.

—¿Ganas de qué? —Llevo mi mano a su nuca y le acaricio el pelo—. ¿De fumar?

—De ti.

Miro hacia un lado, algo sonrojada y recordando que no estábamos solos, que teníamos a un segurata controlando, aunque estuviera de espaldas a nuestras acciones y que uno de mis tíos nos había visto.

Lleva su otra mano a la parte baja de mi espalda y se aplasta contra mí, dejándome que le note por completo un poco más arriba de mi vientre.

No estaba en reposo.

Friedrich estaba teniendo una erección en medio de la calle y estaba consiguiendo que, en plena luz del día y, sabiendo que la situación era complicada, quisiera entender hasta qué punto me deseaba y que él descubriera cuántas ganas le tenía yo.

Deja caer sus labios contra los míos y tira de mi pelo para tenerme justo donde quiere: controlada, buscando saciar su necesidad de mí y ofreciéndome la generosa oportunidad de redescubrir lo buen besador que es.

Lucho contra mi propia necesidad de respirar porque quiero responderle con la misma intensidad y quiero estar a la altura de ese beso.

No le gustaba ser dulce cuando besaba a pesar de que sus labios eran esponjosos, tampoco le gustaba dar demasiados picos porque prefería la lucha entre nuestras lenguas. Lo que sí le encantaban y me había demostrado eran los mordiscos, ya fueran en mi labio inferior o en mi cuello.

Y a mí me gustaba así, siendo tan agresivo que llegaba a parecerme suave la calidez y necesidad con la que me trataba.

Se separa y se agacha un poco para juntar nuestras frentes un momento. Su respiración está casi más agitada que la mía y adoro ver en su rostro la gran necesidad que me tiene que le impide controlarse.

Friedrich nunca mostraba cómo se sentía, físicamente era casi imposible descifrar sus sentimientos o emociones. Sabía cómo ponerse una máscara que evitaba que vieras más allá de su hermosa cara. Había aprendido a ocultar el dolor tan bien, que nadie sabía nunca cuándo estaba mal.

Y en cambio, conmigo, carecía de dominio sobre sí mismo.

—Te echaba de menos, preciosa.

Parpadeo un par de veces sin poder creerme lo que acaba de decir.

Un momento, lo ha dicho en alemán o es que yo de repente soy hablante nativa de ruso. Porque oye, no me importaría tener ese don por arte de magia.

—¿Puedes repetirlo?

Necesitaba volver a escuchar esas palabras de su boca, que nacieran de su garganta y saber no me lo había imaginado, que realmente Friedrich Vögel había dicho con claridad y en un idioma que ambos entendíamos que me había echado de menos.

—¿Quieres recrearte ante mi debilidad? —Lleva una de sus manos a mi cadera, tocando mi piel por debajo de la ropa—. ¿Te gusta ver que soy yo el que se doblega ante ti?

Podría preguntarle que por qué decía eso, que por qué consideraba una debilidad echar de menos a alguien o insistirle en que volviera a decirme lo mucho que me había extrañado. Sin embargo, el mood de borracha —como a él le gustaba llamarlo—, aparece de la nada y haciéndome sentir algo poderosa.

Me pongo de puntillas y le obligo a que se agache un poco más antes de susurrarle lo más cerca que puedo al oído:

—Me encanta.

Se muerde el labio inferior y me doy cuenta de que tiene los labios cortados a causa del frío.

Y yo, en cambio, podría decir que estaba congelada, pero es que incluso con tan bajas temperaturas, estando a su lado, ni siquiera lo notaba.

—No tienes ni idea de lo mucho que me afectas, Nela —Tira mi cabeza hacia arriba, hablando directamente en mi boca—, en todos los putos sentidos.

Para demostrarme que tiene razón no sólo me aprieta contra él, haciéndome notarle y querer volver a sentirlo.

Sino que hace algo que me descoloca y me llena por completo: lleva mi mano a su pecho, permitiéndome notar lo aceleradas que estaban las pulsaciones de su corazón.

—Friedrich...

—Esto eres tú, es el efecto Nela Schrödez.

Se obliga a separarse de mi cuerpo y se enciende un cigarro.

Habla incluso agitado.

—Llevo tantos días pensando en ti —Niega y se ríe al sentirse algo estúpido—, te necesito, preciosa.

—¿Cómo me necesitas?

Doy un paso hacia él al mismo tiempo que un trueno retumba y el cielo de Berlín nos da una señal de que en nada empezará a llover.

—Cerca de mí.

Ignora el cigarro y lo tira al suelo, tragando saliva y dejándome ver su nuez de Adán sobresalir.

—¿Cómo de cerca?

Doy otro paso hacia adelante, ignorando las gotas que comienzan a caer poco a poco entre nosotros.

—Lo suficientemente cerca como para que cuando estés lejos no te importe que me masturbe pensando en ti o viendo tus fotos, lo suficientemente cerca como para sentirte siempre bajo mi piel.

—Eso es muy cerca. —confirmo.

—Y eso que aún no te he demostrado lo cerca que voy y quiero tenerte.

—¿Y a qué esperas?

Sus labios muestran una sonrisa ladeada, como si estuviera prometiéndose internamente algo en lo que me haría partícipe.

Aparta el pelo de mi cara y masajea con dos de sus dedos mi nuca.

—A que me lo pidas, preciosa —Muerde mi labio inferior, ignorando la lluvia que cae entre ambos y el llamado del guardaespaldas—. A que me lo pidas.

17 de enero, 2020.

—Entonces estás diciéndome que ahora mismo confías más en Friedrich que en otros guardaespaldas.

Jhon y yo habíamos ido a cambiarnos de ropa y darnos una ducha, mientras que Carol descansaba en casa de mi tío Donny.

Había intentado sacar la conversación cuarenta veces hasta que por fin había tenido el valor de decirme que había decidido dejarme pasar tiempo a solas con Narciso.

Le había costado y yo me había reído muchísimo al ver al gran Jhon Schrödez balbucear como un niño pequeño.

—Sí —Pone el freno de mano y desbloquea las puertas—. Él sabe cómo cuidarte y ya traicionó a Sanders una vez, no tiene opción de cambiarse de bando.

—Tu lógica a veces me resulta aplastante —ironizo poniendo los ojos en blanco y abriendo la puerta del coche—. ¿No crees que lo estás utilizando y dando demasiada responsabilidad?

Saludamos a Izima y a Massimo. Ellos habían estado custodiando lo que ahora era mi hogar.

—No se la estoy dando toda —Deja la chaqueta en el perchero e imito su acción—. Además, ese chico siente algo por ti, algo le mueve más que el dinero y como eso es precisamente lo que le falta para poder pagarme, puedo hacer un pequeño trato con él.

—¿Tan mal le paga Donny?

—No, simplemente soy un hombre caro.

Se había puesto en la faceta de abogado sin escrúpulos que tan nerviosa conseguía ponerme y que tan mal llegaba a caerme.

—¿No estás siendo un poco clasista?

—¿Un poco? —Jhon se ríe como si hubiera contado algún tipo de chiste—. Hija, es parte de mi esencia.

—¿Y a Friedrich le parece bien?

—Vas a cumplir dieciocho años, vas a hacer lo que te dé la gana te lo prohíba o no, le gustas y le estoy dando vía libre para que pase tiempo contigo, ¿crees que le va a parecer mal?

—O sea que tengo permiso para estar con él.

Se gira y me señala frunciendo el ceño.

—Con ropa —habla con claridad y sin mostrar alguna mueca que me haga entender que está bromeando—. Permiso para estar con él con ropa.

—¿Y tan seguro estás de que va a cumplir?

Ahora comprendía a la perfección el afán de Narciso por sacar de quicio a mi padre en ciertos temas. Jhon balbuceaba cuando algo se salía de su control y de sus ideas.

—Si quiere seguir teniendo lengua para llamarme «suegro» y seguir dando órdenes, le conviene.

—No conocía esa faceta tuya de matón.

Resopla y noto la tensión en su cuerpo.

—No sé si lo sabes —Alza su ceja derecha antes de seguir hablando—, pero en su día... —Resopla, como si no quisiera que me enterase de lo que estaba a punto de decir—. Friedrich trabajó para Sanders, Manuela..., y lo traicionó..., no tiene más remedio que estar conmigo.

Voy detrás de él y entramos a su despacho cuando quita la cerradura. Olía a cerrado.

Por primera vez no parecía tan impoluto como siempre, pero estaba tal cual lo recordaba.

—¡Ah! —exclamo encogiéndome de hombros y restándole importancia a algo que debería darle bastante trascendencia—. Eso ya lo sabía.

—Pero ¿tú lo sabes todo o qué? —Se pasa la mano por la cara, intentando ocultar su poca tolerancia a perder el control—. No puede fallarme, no tiene opción.

—Lo estás utilizando...

Sabía que mi padre le tenía cierto aprecio como amigo de su hijo y persona con la que había trabajado para sacarlo de ciertos suburbios.

Podía decir que Jhon le respetaba mientras que Friedrich, por mucho que lo negase, sentía cierta admiración hacia mi padre y, tal vez, lo veía como una buena figura paterna.

Pero eso no quitaba que fueran dos personas independientes y que tuvieras valores totalmente contrarios en algunas ocasiones.

—Y él no tiene ningún reparo en que lo use para ello.

—Hablas como si supieras su opinión.

Me cruzo de brazos y me siento algo desconsolada por la falta de ética y moral de las personas que me rodeaban.

Eran personas que no sentían escrúpulos al quitarle la vida al de al lado y que llevaban el dolor tan dentro, que parecía que se habían olvidado de esa cualidad humana que nos llevaba a la culpabilidad y a no cometer ciertas atrocidades.

Me parecía algo escandaloso.

—De hecho, es algo que tengo hablado con él.

Cómo no, Jhon y Narciso siempre iban dos pasos por delante. Ocultándome información y llevándome por caminos que, en muchas ocasiones, prefería evitar.

Pero mi opinión, con la excusa de que era por y para mi protección, no les importaba.

Eran egoístas por naturaleza.

—¿Algo más? —Abre la ventana, dejando que una corriente de aire helado entre en la habitación—. Tengo que enseñarte una cosa.

Camino y cierro la ventana bajo su atenta mirada.

—¡Hace frío!

Veo una de las carpetas en las que pone Hugo Müller y antes de poder controlarme, acabo preguntando.

—Quiero saber por qué defendiste a Hugo en el juicio, quiero entender por qué la gente te quiere y te admira tanto cuando has hecho cosas imperdonables.

Se toma su tiempo para responder.

—Le defendí porque su padre es el propietario de la empresa de seguridad que protege a Günther y que ahora nos está ayudando a nosotros, no tuve elección.

—Por supuesto que tuviste elección.

Siempre hay una segunda opción.

—El hijo de los Müller quería aceptar todas las peticiones de los Jawer-Pereira —Se rasca la barbilla—, me pareció curioso que él mismo diera una copiavisual del acoso que recibía la chiquilla por parte de cuatro o cinco macarras.

Eso era algo que no sabía.

—Él no se portó bien con ella.

Jhon señala hacia la silla, pidiéndome que tome asiento, pero prefiero mantenerme ahora mismo de pie.

—Todo lo que sé de Hugo es que es uno de los mejores amigos de mi hijo y que cuando se metían con él por sus rasgos asiáticos el primero que le defendió fue Hugo, cómo haya actuado con otras personas, no es de mi incumbencia.

Si a eso le llamaban madurez entonces no me interesaba seguir creciendo.

» Mira, cuando eres abogado, criminalista o te dedicas a cualquier rama asociada al derecho y tienes un caso que defender no puedes hacer juicios de valor, todos merecemos dar nuestra versión.

—Entonces estás de acuerdo, por ejemplo, con que Sanders el día de mañana tenga un abogado.

Me cruzo de brazos y niego ante su falta de escrúpulos.

—¿Personalmente? No —Mi cejo se arruga al escuchar sus palabras—. ¿Cómo abogado? Sí. Y eso es lo que yo tengo que hacer: separar la profesionalidad de la persona que soy. Cuando conseguí abrir mi propio despacho de abogacía puse la norma de no defender ni a violadores ni a maltratadores.

—¿Has defendido a alguno?

—Una vez, cuando estaba empezando —reconoce agachando la mirada—. Y nunca más.

—¿Y no pudiste, no sé, rechazar el caso?

—Sí, pero si mi familia no tiene para comer y es o aceptar el caso que se me ha adjudicado o no poder pagar las facturas, pues es lo que toca.

La vida adulta era una auténtica mierda.

—O sea que tu razón para aceptar la defensa de los Müller es que el padre de familia es el dueño de la empresa de seguridad de Günther.

—Teniendo en cuenta que por culpa de las tonterías y boicots de Hugo estuvimos a punto de perder el caso, pues sí. La única motivación era evitar que la prensa perjudicara a mi hermano de cara a las elecciones.

Llegaba a comprender un poco mejor por qué había decidido aceptar defender a los Müller, pero seguía sin estar de acuerdo.

Y, aunque la personalidad chulesca y fatua de Hugo no era el tipo de carácter que a mí me caía bien, ahora podía mirarle con otros ojos.

—¿Y eso no te hace sentir mal o condicionado?

—No es momento de hacer juicios de valor, Manuela —Me ignora y carraspea antes de comenzar a hablar de otra cosa—. Hans interceptó una nota, ya sabes a qué me refiero y quién era la destinataria.

Yo.

La respuesta era yo.

Mierda. Jhon Schrödez me estaba mirando con ambas cejas alzadas.

Era el momento de hablar sobre algo de gran relevancia.

—¿Hace cuánto la interceptó? —Me siento en la silla de enfrente de su escritorio mientras espero a que termine de buscar dentro de una carpeta forrada de color rojo—. ¿Has descansado algo? —pregunto al notar algunos movimientos torpes en su manera de actuar.

—No lo necesito ahora mismo, ya tendré tiempo para eso.

Se coloca las gafas de ver y se sienta en la silla libre.

—Pues yo creo que necesitas relajarte un poco, agotado dudo que seas de gran ayuda...

—¡Aquí está! —Pone frente a mí una fotocopia de la nota interceptada—. Al principio llegué a pensar que era una carta y que juntándolas hacías una que yo nunca recibí. Me parecía extraño, hasta que comprendí que tu madre nunca la escribió para mí, sino que hablaba de mí y lo hacía en español. ¿Cómo llegaron a Callum Sanders esas notitas y cómo pudo mantenerse tanto tiempo oculto en Alemania si estaba siendo buscado por la policía nacional? ¡No puedes tener comprados a todos!

—¿Qué?

No estaba entendiendo demasiado. Hablaba rápido y con torpeza, como si hablar español se le estuviera haciendo difícil.

—Sanders vivía en Alicante.

Se queda callado, evaluando mi reacción y recostándose en la silla para no perderse ningún detalle.

—¿Estás diciendo que se ha pasado cuatro años de vacaciones en la playa mientras tenía un negocio de secuestros y prostitución en el centro de Europa y tenía que encargarse de que no se fuera a pique?

Tal vez debería tomarme más en serio lo que Jhon trataba de decirme, pero es que no tenía ni pies ni cabeza la explicación que me estaba dando.

Mi ciudad era conocida fuera de España por ser una zona donde veranear, tomar el sol, un par de cubatas y montar fiestas a diestro y siniestro.

Y mi padre estaba diciendo que un proxeneta se había pasado viviendo la vida en Alicante. Como si esto fuera la película The Hangover y Sanders fuera un Leslie Chow de la vida real.

—No, pero os tenía vigiladas. Por eso aquí tuvimos tanta tranquilidad en ese aspecto.

—¿Qué me quieres decir con eso?

—Llamé a mi padre, al que ahora es tu vecino, porque necesitaba comprender la información que estaba recibiendo por parte de los detectives privados que tengo trabajando para mí porque no éramos capaz de unir puntos. Se sorprendió de la llamada y al principio creo que no sabía que era yo, lógico si tenemos en cuenta que la última vez que hablamos fue en tu primera comunión, pero cuando le mencioné los escritos..., se tomó en serio la situación y pudo hablar conmigo.

Ah sí, por aquél entonces mis padres ya no estaban juntos. Podíamos decir que la relación con Jhon había tenido tres fases: la de bebé cuando todo estaba bien, cuando se divorciaron y aún manteníamos contacto y la de a partir de mi preadolescencia, cuando se olvidó que tenía una hija.

—¿Por qué os lleváis mal todos los hijos con él?

Tal vez no era un buen momento para preguntarle sobre Steffen, pero era un 'ahora o nunca'.

—Porque es un embustero, dejó en la ruina a los Schrödez en un escándalo financiero y cuando a uno de sus hijos le detectaron leucemia, no supo cómo llevar la situación y se alejó. No le culpo por ello porque cada uno lleva el duelo como puede y quiere, pero no se portó bien y ni siquiera se presentó en el funeral y nosotros eso, no podemos olvidarlo.

—¿No vas a contarme nada más?

—No es el momento —Se reclina en el respaldo de la silla y deja escapar un par de improperios en alemán—. Quiero que leas la última nota y me ayudes a comprender todo el párrafo.

—¿Por qué?

—Hablo español —Obviamente sabía que lo hacía, estaba haciéndolo ahora mismo y casi siempre me hablaba en mi lengua materna—, pero no soy nativo, tal vez haya algo que esté dejando pasar...

—Necesito saber más sobre Steffen y cómo es que mi madre actuaba tan normal con él sí es cierto todo lo que estás diciendo.

Suspira y se quita las gafas un momento para frotarse los ojos. Estaba cansado y lo entendía perfectamente. Pero era tan terco que no iba a hacerle caso a nadie por mucho que le dijéramos que también tenía que descansar.

Jhon también había perdido y él se obligaba a verse a sí mismo como el ganador. Esa tozudez tan suya le estaba haciendo más daño de lo que creía.

—Carmen cuidó mucho a mi hermano durante su enfermedad, no juzgaba cómo se comportaba, ni ciertos caprichos que pudiera tener en un momento dado. Y Manuel adoraba que alguien más allá de sus hermanos, le tratara como una persona normal porque ni siquiera su propio padre lo hacía —Se toma un momento para sí mismo—. Al final del día el único abuelo que te quedaba era Steffen e imagino que querría redimirse de sus errores y estar cerca de ti y por eso tu madre aceptó que formara parte de tu vida.

—Pero nunca me dijo que era mi abuelo..., ni ella ni él ni nadie.

—Es el trato al que llegamos —Se incluye en la afirmación, como si Jhon también hubiera sido partícipe de ese compromiso—. Ni tu madre ni yo queríamos que Steffen fuera parte de tu vida, pero supimos aceptar que no éramos nadie para quitarte la posibilidad de tener un abuelo. Y hasta donde yo sé, siempre te trato con cariño, te cuidó cuando se le pidió y supo mantener las distancias que le pusimos.

—¿Crees que mi madre le escribía esas notas a Steffen? Él habla español...

Su acento alemán era inconfundible, pero se defendía en español como si lo hubiera estado hablando toda la vida y no llevara una década como mucho viviendo allí.

—No —Niega y se pellizca el puente de la nariz—. Sé que eran notas para Manuel. Él no hablaba el idioma y tu madre sabía que él me las iba a dar.

—¿Por qué?

—Supongo que era su manera de castigarme, siempre me mantuvo al día sobre ti, pero no me dirigía la palabra salvo excepciones —Cruza las piernas y mira hacia arriba—. Todo esto son especulaciones mías, por supuesto.

No quería hablar de ello, no porque acabaría discutiendo con él y remover cosas del pasado a mí me hacía daño porque no estaba preparada para ello.

Tal vez, él lo necesitara ahora, pero para mí era demasiado.

—¿Cuántos años lleva acosándote Sanders?

—Eso es lo que no logro entender, Manuel murió mucho antes de que esas últimas notas fueran escritas.

Entonces mi padre pensaba que mi madre seguía escribiendo o qué.

» Probablemente Carmen seguía mandándolas, esperando que yo las recibiera —resuelve mi duda no expresada—. Al fin y al cabo, tu madre era muy inteligente y sabía que Manuel me daría opción a leer esas notas.

—Demasiado romántico para ser algo que mi madre haría...

—No te puedes imaginar lo novelera que llegaba a ser tu madre —Se queda mirándome sin casi pestañear, evaluando mi reacción—. Carmen sabía que al final del día, Manuel seguía siendo mi hermano —Sonríe al recordar alguna vivencia con mi madre que yo seguramente jamás conoceré—. Y, Manuel pensaba que los problemas con tu madre tenían solución.

—¿Y por qué no las hubo?

Sabía que estaba mal hurgar en esa herida, sobre todo cuando él ya había formado otra familia y estaba en un momento difícil.

Pero no podía evitarlo.

Las palabras, el aturdimiento, no saber qué ocurrió y la necesidad de conocer agolpaban mi voz en la garganta, obligándome a hablar y perder la prudencia y el tacto que debía tener en este instante.

—Porque soy un cobarde, Manuela.

—¿A qué le tenías miedo, papá?

Ni yo misma soy consciente de que le he llamado así hasta que una triste sonrisa nace de sus labios y un par de lágrimas me sacuden el corazón.

—A que me vierais como un monstruo —reconoce, como si el hecho de escucharme llamarle papá tras más de cuatro años sin hacerlo, le hubieran dado la fortaleza que una vez creyó perder—. Y lo único que conseguí fue que Carmen muriera pensando que el padre de su hija no tenía corazón y que tú llegaras a pensar que me avergonzaba de ti.

Alicante: ciudad española.

The Hangover: película del 2009 estadounidense de comedia.

Leslie Chow: personaje de The Hangover.

¡Hola! ¿Qué os ha parecido? 

Qué ganas tenía yo de estos doosssssss. #Nedrich.

#RIPKai:(

¿Qué os ha parecido la confesión de Friedrich?, ¿os esperábais lo de Hugo?, ¿y la conversación entre Jhon y Nela?

¿Y que le llamara papá? Aaaaaaaay.

Varias cositas: mil gracias a las que estuvisteis en el directo de instagram la semana pasada, me sentí súper arropada.

Una cosa, ¿os gustaría que creara un grupo de TELEGRAM para que habláramos y todo eso? 

Y..., creo que va siendo hora que lo diga... ¡NARCISO tendrá segunda parte! (La subiré aquí mismo y todo eso, no os preocupéis). Y ya os contaré más sobre eso jeje.

Ah, y si vais al apartado de esta novela donde pone Playlist + personajes, veréis los aesthetics de algunos de ellos.

PD. Feliz cumple, Lara, aunque sé que fue ayer.

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