Dreißig: Ver, oír y callar.

Capítulo dedicado a RobelyP. Mil gracias por darle la oportunidad a esta historia, me hace muy feliz tener tu apoyo♥.

Dreißig: Ver, oír y callar.

—Lo primero que tienes que hacer es mantener la postura, los hombros rectos y una pierna hacia delante.

Izima me indica la posición antes de nada y agradezco que no me obligue a coger una pistola nada más estar en la zona de tiro.

—¿No puedes hacerme una demostración?

Mis manos sudan y no me siento tan segura de poder hacer esto. Es una locura que mi libertad dependa de saber manejar o no un arma.

¿En qué momento he acabado así?

Thomas estaba preparando diferentes tipos de pistolas en una mesa en medio del jardín, mientras que Hermann practicaba también a su manera.

De todos, Hermann era el menos hábil con un arma, pero el más inteligente a la hora de utilizarlas, él se sentía más cómodo empleando otro tipo de escudo, o eso creía.

Sabía sus carencias y las cubría con su astucia y visión a la hora de entrar en una guerra, al menos, eso es lo que me pareció en el tiroteo. Aunque no es que recordara grandes momentos y lo que más había ocupado mi mente de aquel día me mantenía con pesadillas por las noches.

Él mismo lo decía y lo llevaba con orgullo: era hijo de un alemán, pero también de una mujer de la resistencia kurda y, suponía que, el ser hijo de una inmigrante que había huido de un lugar para tener una vida mejor después de haber combatido y perdido, te daba una educación diferente.

Recordaba a su madre por la pedida de mano de Caroline y sabía que tenía un hermanito pequeño, pero nunca me había interesado por descubrir más de su vida.

—Hermann, ¿de qué trabajan tus padres? —Me acerco a él y observo cómo falla el primer tiro en la diana.

—Siempre se me ha dado mejor el tiro con arco —Justifica el haber errado el primer disparo sin responder a mi pregunta—, pero todo es seguir practicando.

Enfoca su mirada y yo doy un par de pasos hacia atrás. No había vivido rodeada de armas y no tenía mucha experiencia en verlas en persona (a excepción del tiroteo en diciembre), pero había visto algunas películas y un poco de instinto me quedaba: alejarse del recorrido de la bala cuando iba a ser disparada era una opción a tener en cuenta.

—Mi padre es Waffenschmied.

—¿Y eso qué es?

Se gira y se queda mirándome, sin saber qué decir.

Lo piensa un par de veces, disparando y acertando a casi todas.

—Pues... —Coloca el seguro en la pistola y se muerde la mejilla interna—, el que se dedica a las armas. No sé cómo explicarlo..., las vende y también las monta, sobre todo las arregla. Tiene una tienda.

No solía tener problemas para entender el alemán puesto que lo hablaba y dominaba con soltura, pero había conceptos, expresiones y palabras que nunca había escuchado o no se me hacían comunes y necesitaba que me lo explicaran.

—¿Y tu madre?

—Es ama de casa y a veces le gusta tejer, ella no puede trabajar por culpa de la espalda —Se encoge de hombros—. Aunque cuando se encuentra mejor, nos lleva a mi hermano pequeño y a mí a practicar tiro con arco.

—¡Eh, Nela! —La voz de Izima nos interrumpe—, basta de cháchara, necesitas aprender cómo sujetar una pistola.

Trago hondo y con paso dubitativo me acerco a ella.

Su color de piel era oscuro, sus labios gruesos y su mirada era el propio de una gacela. Llevaba el cabello recogido en una trenza de varios cabos y el respeto que producía era el suficiente como para no querer desobedecer una orden suya.

Me fijo en sus ojos y me doy cuenta de que hoy los lleva amarillos. Ella adoraba las lentillas de colores o tal vez lo hacía para que nadie supiera a ciencia cierta cómo era su auténtica mirada.

Se dedicaba a proteger a las personas y tal vez, esa era su manera de defenderse a sí misma.

—Va, si papá lo ha pedido es porque te cree capaz.

Asiento sin mucho convencimiento y le muestro una sonrisa a Thomas. No es una sonrisa sincera, pero es lo más noble que me nace.

Sabía que el resto de los que habían venido eran guardaespaldas y que estaban vigilando la zona. Por otro lado, Friedrich y Enia llevaban demasiado tiempo a solas.

Y no es que no confiara en ellos, simplemente era insegura y tenía muchísimo miedo de haberme imaginado lo que había ocurrido entre nosotros dos.

No me sentía cómoda conmigo misma porque me aterraban las cicatrices que él parecía ni darse cuenta de que existían.

También me horrorizaba no saber controlar mi inseguridad y transformarlo en celos sin sentido. Yo no quería eso y sabía que no sería justo ni para mí, ni para él ni para un posible futuro en el que pudiéramos llamarnos «nosotros».

—Te explico —Carraspea Izima para captar mi atención—. No voy a hacer que dispares todas estas armas, pero sí quiero que sepas cómo sujetar cada una de ellas.

Levanta la tela que cubría una de las mesas y me atraganto con mi propia saliva cuando veo como mínimo seis o siete tipos de pistolas y lo que imagino que son bloques de proyectiles para cargarlas.

—Nela, tranquila —Thomas apoya una de sus manos en mi hombro izquierdo y vuelvo a respirar con normalidad—. No están cargadas, sólo tienes que saber cómo coger una.

Tenían esperanzas puestas en mí y sabía que se iban a decepcionar cuando noto la bilis subir por mi garganta.

Mierda.

¿Por qué mi cuerpo tenía que reaccionar ante la adversidad y el miedo con ganas de vomitar?

Hago de tripas corazón y me obligo a mantener la serenidad y a escucharla con atención. Si quería hacer uso de la práctica en algún momento, primero tenía que ser capaz de comprender la teoría.

—Empieza con las más pequeñas —recomienda Massimo vigilando desde la puerta y manteniendo la compostura—. Le será más fácil a la piccolina si empieza por lo más sencillo.

Su acento italiano está presente en su manera de hablar alemán y debía reconocer que entendía a la perfección lo mucho que gustaba su idioma. Las lenguas romances me parecían bastante bonitas, pero debía reconocer que mi parte alemana prefería la agresividad con la que sonaba el lenguaje germano.

—Bien, hermanita —Thomas da un paso hacia delante y coge una pequeña pistola que está en la mesa—, la estoy agarrando desde la empuñadura —aclara y me demuestra que no hay balas—. Sólo tienes que sujetarla en tus manos, como si fuera un juguete.

Suspiro y con manos temblorosas la agarro.

—¿No pasa nada si se cae? —Intento asegurarme.

—La recoges del suelo y listo —Hermann responde y se coloca unas orejeras antes de ir a por una escopeta—. Es que no me quiero hacer daño en los tímpanos.

Juraría que se sonroja un poco, pero no le doy mayor importancia.

Me siento cómoda al saber que no lleva ningún tipo de bala y me tranquilizo cuando van mostrándome cómo se sujetan, haciéndome una demostración.

No es que me sienta a gusto con ninguna en mis manos, pero le voy restando importancia a cada momento que pasa.

Llegamos a otra mesa e Izima suspira con algo de nerviosismo antes de levantar la tela que cubre a unas cuantas armas largas.

—Esto es un rifle. —Toca la punta del arma y me mira con ojos curiosos.

Imagino que quiere evaluar mi reacción y ver si necesito un momento o estoy lista.

Observo el objeto al que señala y comprendo que su nombre es rifle porque llamarle máquina-de-matar-que-cuando-lo-veas-en-persona-por-primera-vez-te-vas-a-hacer-caquita-encima-y-como-te-apunten-con-uno-vas-a-ponerte-a-llorar es demasiado largo.

—No pretenderás que lo sujete, ¿no? —pregunto de forma automática cuando Thomas me lo ofrece.

—Es justo lo que debes hacer.

Extiende sus manos hacia mí y yo noto mi voz apagada y la garganta seca.

No puedo hacer esto.

—¿Qué mierda estáis haciendo? —Su voz me sirve para recuperarme y girarme hacia él.

Friedrich tenía el pelo algo mojado y juraría que se había duchado.

—Fue idea tuya —Izima replica—, y el señor Schrödez ha ordenado que aprenda a sujetarlas. No es como si fuéramos a hacerle disparar, Friedrich.

—Le estáis dando como si nada, armas de fuego a una persona que vomita cada vez que se asusta —Eso había sido un golpe bajo, pero no se había confundido, Friedrich observaba mis movimientos y me cuidaba—. Stuart, ¿puedes llevar a Enia a la estación de tren?

—Ha sido un placer compartir tiempo con vosotros —Se despide con la mano—. Nos vemos en una semana si el idiota de mi mejor amigo quiere.

Sujetaba con la otra mano una maleta. Enia se había estado quedando aquí y no con Narciso.

Ella no había dormido en su casa, no lo podía asegurar al cien por cien, pero tenía una corazonada.

—Esperemos que quiera —recrimina Izima—, Nela y yo vamos a necesitar presencia femenina con tanto troglodita por el medio.

—Eso está hecho. —Nos sonríe a ambas.

—Calla y vete ya, Schatzilein. —dice en un tono de broma.

Cuando se va acompañada de Stuart, Narciso vuelve a ponerse serio.

—Repito: qué mierda estáis haciendo. —Me señala y se acerca con paso decidido.

—¿Y qué pretendes que hagamos si no es que sujete una pistola? —Izima se encara a Friedrich.

Niega y la ignora.

Él solía desdeñar lo que el resto decía cuando consideraba que tenía razón y que la conversación debía terminar.

Se acerca a Thomas y deja el rifle en la mesa.

—¿Vas a practicar un poco? —Se interesa él, colocándose delante de mí y evitando que pueda ver nada.

—Era la intención después de ayudarla a ella. —asevera mi hermanastro.

—Izima —llama Narciso—, Thomas es el mejor manejando una o dos armas, da igual lo que le des, es el mejor, pero necesita reforzar el cuerpo a cuerpo.

El de rasgos asiáticos bufa y, aunque no le gusta la decisión de su amigo, asiente intuyendo que tiene razón.

—Vamos, preciosa —Se gira hacia mí y me sujeta por las caderas—, voy a enseñarte a cómo disparar.

—Pero..., Jhon sólo dijo sujetar un arma...

—¿Y qué sentido tiene que sepas la posición si no sabes hasta dónde te puede llevar el retroceso del disparo?

—¿Retroceso? —cuestiono angustiada.

Se pasa la mano por el pelo húmedo y sisea alguna expresión alemana que no alcanzo a escuchar.

—¿Confías en mí?

—Sí, pero...

—¿Confías en mí? —repite—. No quiero «peros» de por medio; es fácil: sí o no.

—Sí.

—No lo olvides, pesadita —Alza mi mentón y apoya su frente en la mía—: yo te cuido y tú no me abandonas.

—¿Qué me quieres decir con eso-o? —Me paso la lengua por el labio inferior en un momento de nerviosismo.

—Que voy a cuidarte y para eso necesito que aprendas a disparar.

—Tengo miedo. —confieso.

—Genial —sonríe, descuadrando mis pensamientos por completo—, no te olvides que el miedo nos mantiene con vida.

Toma una de las pistolas más cortas y coloca con maestría un bloque de balas.

—Es una pistola semiautomática —explica sin mirarme y con una técnica envidiable—. Está asegurada, pero hay que tener cuidado de que no se suelte si haces movimientos bruscos.

—No puedo. —Niego con rapidez sin importarme la reacción que pueda tener.

Se coloca detrás de mí y me sitúa en una línea imaginaria, acortando las distancias entre nosotros y una diana algo agujereada en forma de cuerpo humano.

Toma una de mis manos y me estremezco cuando hago contacto con el frío metal y su piel.

—No pasa nada si no te sientes capaz —susurra en mi oído—, ¿quieres que te cuente un secreto?

—Si me va a ayudar, soy toda oídos.

Ríe y me doy cuenta de que el sonido de su risa es mi sonido favorito del mundo.

—Qué guapa estás cuando te pones contestona.

Aprieto las piernas en una evidente muestra de desasosiego. Si quería tranquilizarme, estaba consiguiendo el efecto contrario volviéndome gelatina.

—¿Y ese secreto tuyo?

No sabía responder a los piropos. No es algo que me gustara de por sí, porque yo no era un perro al que silbar para llamar la atención. Pero a Friedrich Vögel le había dado ese derecho y no me estaba arrepintiendo.

—La primera vez que tuve que coger un arma estuve a punto de mojar mis pantalones.

—¿Cuántos años tenías?

—La mitad de los que tengo ahora.

Dios santo. Le había tocado sostener una pistola con solo diez añitos. ¡Cualquiera se hubiera meado encima! Era un milagro que sólo hubiera estado «a punto».

—¿Por qué?

—Era un mechero —Baja el volumen para que nadie más le escuche—. Eckbert quería probar mi valía. Me dejó mi primera cicatriz.

Nunca me había dado cuenta de esas heridas en su cuerpo. Tal vez eran visibles, pero para mí pasaban completamente desapercibidas, como si mi cerebro decidiera no fijarse en esos detalles porque me asustaba que los demás se dieran cuenta de las mías.

Me quedo bloqueada y él aprovecha para empezar con la lección.

—Cuando apuntas a tu enemigo —Eleva los brazos al frente manteniendo bien sujetas mis manos—, no puedes mostrar miedo ni indecisión, puedes tenerlo, pero nunca lo muestres.

—Creo que te has dado cuenta de que soy bastante insegura —Trato de excusarme—, no sé cómo hacer eso.

—Pero es que el resto no tiene por qué saber tus debilidades, eres inteligente y confío en que sabrás ocultarlas.

—¿Y cómo sé a dónde tengo que dispararle?

—Mi consejo es que apuntes siempre a uno de los muslos; eres diestra: apunta al izquierdo.

—¿Por qué al muslo?

Inclina nuestras manos hacia la derecha y las baja un poco, nos hace mantenerlas en el aire y realmente me doy cuenta del esfuerzo físico que supone aguantar con los brazos en una misma posición durante un buen rato.

—Porque algunos hijos de puta llevan protección en la polla, es lo que más valoran de sus miserables vidas —Su respuesta y su conocimiento en el tema me resultan sorprendentes—. Los muslos, en cambio, nunca van protegidos y nunca esperan que ataques ahí.

—¿Cómo sabes si estás apuntando bien?

—Algunos lo hacen por intuición, otros pueden verlo dependiendo del arma que lleven e incluso hay quienes atacan a la desesperada y les sale bien. Cuestión de práctica en la mayoría de las ocasiones.

—¿Y tú? Es imposible que aciertes siempre...

No quería cuestionarle, pero se me hacía raro que nunca fallara.

—Matemáticas —Mueve un poco las manos y desbloquea la seguridad de la empuñadura—. Todo depende del ángulo, la distancia entre los puntos y lo certero que pueda ser.

Cierro los ojos cuando quita la seguridad del pulgar.

—Vamos a darle al monigote en el que está practicando Hermann para gastarle una pequeña broma-susto, ¿sabes por qué? —Le indico que no—. Porque no estamos midiendo bien los puntos ni el ángulo para darle a nuestro verdadero objetivo.

Friedrich quería demostrarme que tenía razón y que acertaba en todos sus disparos.

Abro los ojos y antes de que responda aprieta el gatillo o más bien mi dedo y el suyo lo aprietan juntos.

Doy un pequeño gritito y...

Bingo.

La bala impacta en el centro del monigote, donde se encontraría la frente de una persona y donde una bala acabaría atravesando por completo a un ser humano.

—¡Friedrich, tío! —Se queja Hermann bajando su arma.

—¡Ha sido Nela! —Se defiende y cualquiera que no hubiera visto la realidad acabaría totalmente convencido de que Narciso había dicho la verdad. Incluso me hace dudar a mí por un segundo—. ¡A mí no me mires!

—Españolita... —reniega—, con cuidado... —pide antes de volver a centrarse en su diana.

—¡Pero serás mentiroso!

Quiero girarme para enfrentarlo, pero no me da opción ni siquiera a bajar los brazos y poder descansarlos.

—Calla —reprocha con un tono jocoso—, es nuestra broma.

Imbécil —insulto en español, pero acabo riéndome también—. ¿Podemos descansar?

—No —Vuelve a llevar nuestros brazos a otro punto, con un control absoluto en sus movimientos y en mi cuerpo—. Ahora te enseñaré cómo las matemáticas van a conseguir que le demos en el muslo izquierdo.

Y así lo hace.

—Vale, ¿algún consejo para alguien a quien sabes que se le dan fatal las matemáticas?

—Piensa, preciosa —Odiaba cuando no me lo decía en español con su suave tono alemán—. ¿A ti no te gustaba la fotografía?

Que Friedrich Vögel me hubiera escuchado hablar con tanta pasión sobre uno de mis pasatiempos favoritos y al que me gustaría dedicarme en algún momento de la vida y que hubiera estado atento a cómo le hablaba de la luz necesaria para cada momento, los ángulos más favorecedores y las posturas en las que un fotógrafo debía colocarse para sacar la mejor foto, me emocionaba y me encantaba.

Narciso me escuchaba y no sólo eso, a él le interesaba lo que tuviera que decirle.

—Sí..., pero es diferente, ¡estamos hablando de capturar una imagen, de hacer una foto!

—Un consejo —Deja un beso en mi cuello—, cambia el click de la cámara por el disparo de una pistola.

—No es tan fácil..., estamos hablando de inmortalizar un momento épico a herir a una persona.

—No pienses en eso.

—No puedo evitarlo. —corrijo antes de que dé por zanjada la conversación.

Me quita la pistola de las manos y vacía el cargador.

—Es gente que no dudaría en matarte si pudiera.

—Eso es lo que me diferencia a mí de ellos —exclamo, llamando la atención de algunos—. Que yo, sí dudaría en hacerles daño porque no soy así.

Levanta mi cabeza con cuidado tirando de mi cabello y me obliga a mirarle a los ojos.

—Pues empieza a ser más como «nosotros» —Señala a todas las personas presentes—, porque si quieres sobrevivir, es tu única alternativa.

—¿Por qué?, ¿no puede haber una segunda opción?

Cierra los ojos, como si esas palabras le hubieran afectado más de lo necesario. Como si al decirle esa simple frase en forma de pregunta, algo le hubiera hecho reaccionar.

—Pesadita —Me sonríe y no puedo evitar imitar el gesto de su cara—. A veces hablas como mi abuelo.

Ambos nos ponemos a reír y adoro que se sienta tan cómodo conmigo, porque me hace sentir segura a su lado.

—Ahora en serio, ¿no hay una segunda opción?

Niega.

—Si la hubiera, me aseguraría de que la tomaras —Se encoge de hombros en señal de que no va a hablar mucho más y eso consigue alertarme; quería entenderlo todo—. No sería yo quien rompiera tu inocencia si hubiera una segunda opción.

—¿Por qué todos creéis que soy tan inocente e ingenua? —Me señalo—. El día que mi madre murió, mi vida dejó de ser un cuento de hadas, Friedrich.

Me muerdo la mejilla interna porque no quiero meter a Jhon en esto, pero su abandono también había sido algo que me había roto.

—No vayas por ahí, Nela. Tienes todas las de perder.

Es una amenaza por su parte, al menos yo la siento así y eso hace que me enfurezca un poco.

Me ve con intención de discutir y se adelanta.

—Cállate y céntrate, por Dios. —Señala la diana y luego se cruza de brazos, cerniéndose sobre mí y haciéndome sentir más pequeña.

—¿Las de perder? —Doy un paso hacia atrás poniendo distancia entre nosotros—. Es algo que me destroza y lo haces ver como si fuera una puñetera competición.

Eso me había cabreado. La poca importancia que le daban a la muerte de mi madre conseguía sacar lo peor de mí.

No pedía que comprendieran mi situación y tampoco que se apiadaran o sintieran lástima, lo único que exigía era respeto hacia una persona que ya no estaba y que no tenían derecho a juzgar.

—Nela... —Con la mirada me ordena que me calle.

—Para ti, mi madre fue un puto número más, a mí me destrozó la vida no poder ni asistir a su funeral.

—No sabía que no habías podido ir a su funeral. —confiesa y se relaja un poco.

Friedrich nunca preguntaba por qué. No había que confundir su pasotismo generalizado con falta de interés.

Era parte de ser un spoiler andante: a él realmente sí le interesaba conocer, lo que no hacía era presionar si consideraba que tú se lo dirías antes.

Se tenía en tan alta estima que pensaba que hablarías sin más, sin que él mismo tuviera que preguntar.

—¿Sabías que estuve en coma? —Mira hacia otro lado haciéndome comprender que él realmente se había creído que mi vida era un camino de rosas porque él no sabía lo que era sentir el amor de una madre—. ¿Acaso saber eso cambia la percepción que tienes sobre mi sufrimiento? Ahora que voy, ¿en cabeza? —Cruzo los brazos, volviéndome inaccesible—. ¿Cuál es mi premio?

—¿Te quieres callar de una puta vez? —Se acerca y me agarra de los codos, haciéndome sentir pequeña y con la mirada más apagada que nunca.

—¿Por qué? —He entrado en un bucle y reconozco que ahora mismo no sé cómo parar, le empujo y él se aparta—. ¿Acaso no estamos compitiendo por ver a quién han jodido más?

—Debería haberte jodido, igual estabas lo suficientemente cansada como para no soltar las gilipolleces que estás diciendo.

Imbécil.

—No sabes lo que es vivir en un puto infierno —Levanta el dedo índice y señala a Hermann—, su madre cruzó la frontera desde Asia Menor y perdió a un hijo por el camino, no conoce a su familia materna porque están todos muertos menos su madre y los que siguen vivos no saben ni de su existencia —Ahora señala a Izima—, a ella la han violado tantas veces que no soporta que ningún hombre la toque sin sentir miedo y el único que se ganó su confianza ahora está muerto —Es el turno de señalar a Thomas—, y tu hermano, joder tu hermano es la persona con más valentía que he visto en mi puta vida; cuando lo conocí por primera vez tenía tanto miedo de su padre biológico que era incapaz de decir una frase sin tartamudear y míralo ahora, el hijo de puta es capaz de llevar una pistola en cada mano y usar las dos simultáneamente y si no fuera porque en el tiroteo consiguió herir a Sanders ahora mismo estaríamos todos muertos. ¿Y te cuento un secreto? El mayor miedo de Thomas se llama Callum Sanders.

—¿Y tú? —Pongo mis manos en las caderas—. Cuál es tu historia para que te creas que tu dolor es peor que el mío, para que compares la valía de las personas según lo mucho o poco que hayan sufrido —Me acerco a él y, a pesar de sentir mis ojos vidriosos, sigo respondiéndole— ¡Háblame de ese baremo tuyo para decidir si mi historia es lo suficientemente impactante como para que la tengas en cuenta de una puta vez o no!

—No tengo ningún baremo... —Se pasa la mano por el pelo, frustrándose y queriendo alejarse de esta escena.

Por curioso que pudiera parecer, a Narciso sólo le gustaba el conflicto si la violencia iba incluida o sí él podía ganar.

Desde luego que, las discusiones de pareja o de somos-un-pacto-con-exclusividad no eran lo suyo ni buscaba que lo fueran.

Él no estaba dispuesto a ceder y una relación, fuera del tipo que fuera, siempre debía tener un aporte por ambas partes.

—Mi historia aún no ha terminado, preciosa —Sus ojos brillan y sé que está controlándose para no hablarme con crueldad—, pero la tuya aún puede tener un final feliz. Es la diferencia entre nosotros.

—¿Crees que puedo tener un final feliz sabiendo que soy la más débil y el eslabón más fácil de destruir y que no paráis de repetírmelo? —me apunto con el dedo—. Tienes demasiada fe, Vögel.

—Ya estamos con el apellido... —El control que está ejerciendo sobre sí mismo para no estallar en mi contra me parece bastante destacable—. ¿Por qué piensas que eres la más débil? —responde con incredulidad—. Eres la única que no se mueve por venganza o esperanza en un mundo mejor.

Está enfadado, pero creo que habla con sinceridad.

—Tú eres vida y lo que transmites es que el resto también queramos una —habla con resignación y la tensión me demuestra el cabreo que lleva encima—. Tú te haces débil porque tú te lo consideras y hasta que no seas capaz de mirarte en un puto espejo y ver la valía con la que los demás te vemos, seguirás siendo la niña frágil que necesita ayuda.

—Yo no quiero que me veáis así —grito con tanta frustración que hasta Hermann deja de practicar y se acerca para ver qué está pasando—. Quiero que me consideréis como una igual —Gesticulo bastante y trato de bajar el volumen cuando veo que se acercan para ver qué ocurre—. Sí, soy insegura y le tengo miedo a todo, pero eso no os da el derecho a llevarme por donde queráis sin preguntar mi puta opinión.

—¿Y qué hago? —Se señala—, ¿qué mierda quieres que hagamos? —Señala al resto—. ¿Quieres que dejemos que te maten?, ¿qué me quede sin ti? Eres realmente estúpida.

Grito y le empujo.

—¡Quiero que me valores como a algo más a lo que cuidar ! —Sé que hablo con frustración y molestia—. ¡Como alguien con quien crecer y ser mejor persona!

—Tú tienes demasiadas expectativas —Lo dice en un susurro y por un momento no sé si me lo estoy imaginando o si realmente está hablando—. Tienes la creencia de que la gente es buena o mala y que no existen matices y yo no puedo ser mejor persona porque supondría dejar de ser la persona que soy.

—¡No has entendido nada!

Estaba obcecado y yo muy cabreada.

Friedrich era incapaz de comprender que hacer pequeños cambios o mejorar ciertas actitudes no te hacía ser otra persona, simplemente te hacía crecer.

—Creo que está tan enfadada que podría acertar cada uno de los disparos que quisiera. —interviene Thomas sin saber por qué ha venido todo esto.

Me doy media vuelta y le pido a Massimo que me deje entrar en la casa. Había sido demasiado para mí.

Piccolina —Me llama y le miro—. Sei sicuramente preziosa.

—No te entiendo.

Ya era suficiente con la bromita del ruso, no me apetecía aguantar ahora el chiste del italiano.

No estaba de humor y no sabría disparar un arma, pero ni yo misma quería probarme a la hora de pegar puñetazos.

—Eres valiosa para él.

—Y tú qué sabes.

En algún momento tendría que pedirle perdón por pasarme de borde.

Vedere, sentire e tacere.

Hace el gesto de taparse los ojos, los oídos y la boca y comprendo a qué se refiere.

Pongo los ojos en blanco.

No había controlado mi temperamento, nunca lo hacía cuando se trataba de mi madre. Indirectamente se le había hecho de menos a su muerte y yo con eso no podía lidiar, no me sentía capaz ni quería hacerlo.

No sabía dónde estaba nada de esta casa, así que busco a tientas la habitación donde había estado hacía unas horas con Friedrich.

La corriente me hace tener un escalofrío y decido cerrar las ventanas en vez de la puerta. Desde aquí tenía una muy buena visión del jardín trasero y verle desahogarse pegando tiros no era algo que me llamara especialmente la atención.

Estaba en su rinconcito de seguridad y eso me hacía sentirme algo cohibida. Me acerco a la cama y me doy cuenta de que hay una carpeta de cuero encima de las mantas.

Miro hacia atrás, como buscando alguna regañina o algo por su parte y no encuentro a nadie.

Tengo el corazón a mil. Yo no debería hacer esto, pero la curiosidad me puede y me aproximo hacia el archivo.

Abro la carpeta y veo recortes de periódicos antiguos.

Frunzo el ceño al ver el titular de uno de ellos: Das Spukhaus.

No sabía el significado de la palabra, así que opto por leer un poco:

"La localidad de Frankfurt está sin palabras, según nos cuenta nuestro reportero. Si hace unos años la casa de los Vögel había adquirido el apelativo de «la casa maldita» a causa de un incendio mientras la familia (tres hijos y los padres) dormía y dejando únicamente como único superviviente al padre de familia, Eckbert Vögel, las autoridades nos cuentan que ha vuelto a ocurrir [...]. Los vecinos están asustados y temen por sus vidas ante la crueldad y frialdad del asesinato".

—Lee en alto. —Su voz hace que me sobresalte y me llevo la mano al corazón.

—Yo..., no tendría que haber tocado esto —Reconozco algo avergonzada—. Perdón.

Cierro el porfolio y me quedo mirándole.

Está apoyado en el marco de la puerta y me mira impasible, esperando que acate su orden.

—Lee en alto.

—Mira, Friedrich —Me levanto de la cama para ganar un poco de altura y no sentirme tan pequeña—. A mí no me hables así, no me hables con esa frialdad con la que le hablas a todos porque duele y me hace sentir que te estás alejando de mí y que vienes a por más pelea.

Y porque te quiero y no quiero que estemos mal.

Había invadido su privacidad, por muy enfadada que estuviera con él, no tenía ese derecho.

Su cuerpo se destensa, cierra la puerta, dándonos intimidad y se acerca hacia la cama, ignorando mi presencia y tomando el archivo en sus manos.

—¿Cuál estabas leyendo?

—No hagas esto, por favor.

Me sentía mal y culpable porque había invadido su privacidad y tenía miedo de que se estuviera vengando o quisiera castigarme de algún modo.

Suspira y va mirando las páginas hasta que da con el recorte de periódico que había decidido leer y lo encuentra un poco movido. Él tenía una especie de obsesión en que todo estuviera ordenado.

—¿Por dónde te has quedado?

Extiendo la mano, pidiéndole que me devuelva el archivo y señalo cuando encuentro por dónde me había quedado.

—Lo mató la gente de Sanders.

—¿Por qué?

No me había sorprendido su respuesta, pero quería saber la razón.

—En forma de gratitud hacia los trabajos que yo realicé en su momento.

Gratitud.

—Ahí pone que hubo un incendio.

Deja la carpeta encima de las mantas y me toma por las caderas, apoyándome en el pequeño muro de la ventana.

Mantengo las distancias, pero le permito tocarme superficialmente.

—Si hubieras seguido leyendo habrías descubierto que sólo se encontró el cuerpo de Kerstin.

—¿Qué pasó con los demás?

Sus pulgares acarician la piel de mis costados y me acerca a él.

Enrosco mis piernas en sus caderas y me sorprende notarle incluso estando en reposo.

—Yo sigo vivo.

—¿Y el resto?

—Ya sabes que Jutta, no, pero por otros motivos.

—¿Quién era la otra persona?

Se levanta la camiseta y me deja observar su torso desnudo. Sus oblicuos se marcan a la perfección y me encanta ver lo definido que está su cuerpo.

Toma mi mano y me permite acariciar las letras del tatuaje de sus costillas.

F. S. J.

—Sonja.

Trago hondo, Sonja era su hermana. Joder, él tenía dos hermanas. O al menos las había tenido.

—¿Ella está...?

No quiero decir la palabra, no me atrevo y no creo que se lo merezca.

Le abrazo y aprieto para que note mi calor y mi cercanía. Si no podía ayudarle, al menos me quedaría a su lado.

Me daba igual haber discutido con él hacía un rato. Se estaba abriendo y me necesitaba. En otro momento hablaríamos de lo que nos habíamos dicho, pero ahora tenía que estar para él como yo esperaría que me respaldaran si estuviera en esa situación.

En otro momento, hablaríamos sobre nuestra discusión.

—No lo sé, la adoptaron cuando yo tenía once años.

Él no sabía dónde se encontraba su hermana y, si mi intuición no fallaba, él quería encontrarla.

—¿Quieres hablar de ello?

Sonríe con picardía y me levanta al vuelo antes de intentar besarme y recibir una cobra por mi parte.

No iba a hacer esto, no porque no quisiera, sino porque necesitaba pensar en todo lo que me había dicho y yo había descubierto por chismosa.

—No, he venido a que me pidas perdón.

—¿Yo? —Intento empujarle y él me deja caer un poco hacia atrás obligándome a sujetarle con fuerza—. ¡Friedrich!

—Vamos, preciosa, pídeme perdón por tu insolencia.

—¿Y tú no vas a pedirme perdón por actuar como un idiota y decir cosas hirientes?

—No, no he dicho nada malo —Juraría que hablaba en serio—. Estoy esperando, descarada.

—¿Hablas en serio?

—Mira que eres insolente, pesadita.

—Y descarada, ¿algo más?

—Leal, divertida, algo borracha, dulce, atrevida y con un corazón muy poco rencoroso, aunque de palabra seas una resentida.

Me quejo e intento apartarlo. Alza la ceja en modo de disgusto y decido ponerme un poco altanera.

—¿No era que me ponía bonita cuando luchaba?

—Y también guapísima cuando sacas ese orgullo que llevas dentro.

Me sonrojo, pero decido seguir adelante con mi dignidad.

—Así no vas a conseguir meterte dentro de mis bragas.

Pero si lo estás deseando, tonta.

—Dame un poco de tiempo y te demostraré lo equivocada que estás.

¡Hola! ¿Qué os ha parecido?

¡No os olvidéis de votar y comentar para que la novela siga creciendo y llegando a más gente!

¿Os atrevéis a hacer un ranking de vuestros personajes favoritos?, ¿cuáles serían? 

¡Ay madre la discusión de Nedrich!, ¿quién creéis que tiene razón? #TeamNarciso, #TeamNela o #TeamAmbos, ¡contadme jeje!

¡Os leo!


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top