Achtzehn: Dulce o borracha.
Capítulo dedicado a Directionergirl2nmr. Siempre voy a estar agradecida por todo el cariño que le das a esta historia, por los votos, los comentarios y siempre ser de las primeras personas en aparecer en mis notificaciones en cada actualización semanal.
Achtzehn: Dulce o borracha.
2 de diciembre, 2019.
Jhon y yo salimos de la consulta de la psicóloga y nos dirigimos hacia la consulta de fisioterapia de Erik Baltßun.
Habíamos hablado de su confesión sobre Manuel Schrödez y, Odetta Dabrowska se interesó bastante en saber cómo le afectaba a él y cómo se sentía después de habérmelo dicho. Lo que más me gustó es oírle hablar con orgullo de su hermano, no paró de llamarle luchador en todo momento y juraría haberle visto el amor que sentía (y aún mantenía) en sus ojos.
También he de decir que se cerró un poco en banda y dijo sin miramientos que él no venía a ser analizado.
Jhon Schrödez tenía una coraza bastante grande y en mi opinión impenetrable.
Al menos fue un respiro para mí, ya que me sentía un poco agobiada en general.
—Tengo una llamada muy importante para un juicio internacional en un rato —Conduce fijándose en todos los detalles de la carretera y sin perder el control en ningún instante. Una cosa que admiro de Jhon Schrödez es su versatilidad al volante, es un gran conductor, otra cosa no, pero jamás me sentiría asustada si es él quien lleva el control del auto—. ¿Te importa si te dejo en la consulta de Erik y luego viene Thomas a recogerte?
—¿Tengo otra opción? —Intento una vez más lo de alzar una ceja y no lo consigo, ambas son las que suben—. ¿Y eso que tienes un juicio internacional?
—Gian McMahon [1] es un importante empresario estadounidense con empresas repartidas también por Europa.
—¿A qué se dedica?
—En Europa tiene una importante cadena publicitaria y sus anuncios están al alcance de muchos países.
—¿Y en Estados Unidos?
—Se dedica más al sector publicitario de editoriales. ¿Quieres que una novela, un cuento o un libro escolar salga publicitado en pancartas, anuncios de televisión o incluso por la radio? Entonces debes acudir a él.
—¿Y por qué él recurre a ti si estás en Alemania?
—Porque Schrödez & Co se encarga de la legalidad y el buen funcionamiento de sus empresas en todos los países germanoparlantes y eso implica que mi equipo está además de Berlín, Múnich, Düsseldorf y Stuttgart, en Austria, Suiza, Liechtenstein, Bélgica y Luxemburgo.
—¿Y cómo es que estás en todas partes si no te mueves de Berlín?
—Bueno, me considero muy eficiente en mi trabajo y en contratar a gente más que válida.
—Jhon, no siempre pueden salirte las cosas bien.
Sonríe, está en desacuerdo con mis palabras. Qué engreído.
—Si me veo más capacitado que otra persona para tomar el caso, entonces me lo apropio y lo llevo yo mismo. Ventajas de ser el jefe.
—No creo que sepas todos los casos que pasan por la empresa...
—Desde luego que sí, paso gran parte del día desechando y aceptando citaciones y juicios. Sé quiénes son los indicados para juicios penales, mercantiles, administrativos, civiles... Si veo que mis trabajadores o que yo mismo no puedo hacerme cargo de algo, no lo llevaremos, no representaremos a esa persona o a esa entidad. No voy a explotar a los míos. Sería contraproducente querer abarcar más de lo que podemos.
Habla en modo trabajador, modo abogado, y honestamente no comprendo de que está hablando.
—No entiendo a qué te refieres, Jhon.
—Si un abogado está especializado en derecho mercantil, no le voy a asignar un juicio penal.
—¿Y cuál es la diferencia?
En verdad no sé por qué me intereso tanto, pero el modo en el que lo explica me parece bastante fácil de entender y consigue captar mi atención.
—El derecho civil se especializa en temas como divorcios o la obtención de una nacionalidad, por ejemplo. El derecho penal es el que se encarga de los hurtos, robos, violaciones..., el administrativo ya te lo dice el nombre y..., luego está mi favorito, el derecho mercantil: de empresas a empresas. Si por ejemplo una empresa estafa a otra, si una empresa se inscribe de una manera y luego resulta que se encarga de otro tipo de funciones...
—Pero tú has atendido todo tipo de juicios.
Las palabras de Daniella Jawer-Pereira aún resuenan en mi cabeza. Él fue el abogado de Hugo Müller en el juicio y estaba bastante segura de que él se encargaría de defender a Friedrich Vögel.
—Sí, tengo varias especialidades. ¿Algo más?
—¿Qué se supone que ha ocurrido para que tengas el juicio internacional?
No es que Jhon y yo tengamos mejor relación a raíz de nuestra conversación, de hecho, para mí, no cambiaba nada. Su forma de ser no estaba justificada, su crueldad seguía sin tener sentido y el que hablara mal continuamente de las cosas que para mí eran mínimamente importantes me hacía daño.
Pero también se me hacía más fácil empatizar con él. El amor que alguna vez había sentido por su hermano Manuel, las promesas que le hizo y que decidió mantener, el sufrimiento que llevaba en silencio, para mí, le hacían una persona más digna.
No era la única que lo pensaba. Wolfgang se lo había dejado entrever en su cutre discurso —también hay que admitir que, después de la pedida que se había currado Caroline Koch, cualquiera que se hiciera después siempre sería peor—, cuando dijo que, a pesar de ser una persona medianamente ausente, él era en parte el punto de unión.
Siempre había pensado que esa era la función de Donny, la de unir. la seriedad recaía en Wolfgang, la alegría la aportaba Konrad y los buenos modales eran asignados a Günther. Nunca entendí cuál era el cometido de Jhon Schrödez, ni siquiera en la pedida de mano.
Ahora lo entendía mejor.
Jhon era el punto de unión, Donny era la diversión personificada, Konrad la templanza; por lo menos con Wolfgang y Günther creía haber acertado.
—Un supervisor de una de las empresas de aquí ha tenido problemas con McMahon, al parecer estaba enviando menos beneficios de los ganados. Tras una profunda investigación, han llegado a la conclusión de que es un timador.
—¿Y eso a ti en qué te afecta?
—Que uno de los procuradores con los que trabajo y yo representaremos a Gian McMahon en el juicio —Gira hacia la derecha, no queda mucho para llegar—. Como comprenderás no va a venir desde Los Ángeles hasta Alemania, para algo nos paga.
—¿Y eso es un juicio mercantil?
—Nop —Busca aparcamiento—. Juicio laboral, no vas a denunciar a tu propia empresa, Manuela. Denuncias al trabajador que está en tu empresa.
Vale, creo que lo he entendido, al menos a grandes rasgos. Sigue pareciéndome algo aburrido, pero con la pasión y determinación con la que lo explica, consigue al menos llamar mi atención y que me interese por lo que me cuenta.
Erik Baltßun había decidido atenderme personalmente y no delegar mi recuperación a algún compañero o compañera suya del consultorio. Le había prometido a su buen amigo Jhon Schrödez que él se encargaría de todo y que le tendría a su total disponibilidad.
Tiene el pelo canoso y algunas entradas (me parece un poco joven para ello, pero la genética es un mundo) y los ojos un poco pequeños, del mismo color que su hija —una buena amiga mía, Erlin Baltßun—. Siempre había creído que Erlin era la viva imagen de su madre (y no es que estuviera equivocada), pero el color de ojos tan bonito que ella poseía se lo debía a su padre.
Lleva los brazos completamente tatuados y no es la primera persona con un buen rango que lleva el cuerpo visiblemente lleno de tinta. Es algo que admiraba bastante de Alemania, no se juzgaba por el aspecto físico; podías ver a muchísima gente variopinta con altos rangos en empresas o incluso llevando negocios de éxito. Aquí primaba la calidad, no el aspecto.
—Vamos a hacer el primer ejercicio de apoyo —dice tras revisar que todo esté bien y de realizar unos cuantos ejercicios que ya habíamos practicado durante estos días—. ¿Preparada?
—Qué remedio, ¿no? —No intento sonar maleducada o irónica, simplemente estoy asustada.
Consigo hacerle reír y eso me tranquiliza un poquito. No sé cómo será con el resto de los pacientes, pero desde luego que conmigo es muy afable y profesional.
Me coloca entre dos barras y una cinta de andar que va a una velocidad muy reducida.
—Nela —Me llama—, quiero que apoyes el pie en la cinta y que dejes el mínimo peso en ella, ve caminando con la pierna buena y ayúdate de las barras.
Trago saliva y empiezo a sudar un poco, tengo miedo. ¿Y si me caigo?, ¿y si pierdo el equilibrio?, ¿y si no soy capaz de avanzar?
—¿Y si no puedo? —Hago la pregunta reduciendo todos mis miedos en esa cuestión.
—Sólo necesito que des un par de pasos.
Asiento.
Me cuesta un poco arrancar, estoy bastante asustada. Pero Erik consigue darme la fortaleza para ello. Doy 4 pasos y me anima a continuar.
No es tan difícil como creía que sería. De hecho, me sorprende cuando me dice que me esté quieta y me ayuda a salir de la cinta.
Me indica que lo mejor es no forzar, que poco a poco iremos aumentando el tiempo aquí y que si todo sigue yendo sobre ruedas en 1 semana podré usar sólo una muleta, en 2 semanas estaré lista para caminar sin ellas y en un mes podré empezar a correr.
Es un muy buen avance.
Creo que ha sido la sesión de fisioterapia más dura hasta el momento, pero no me siento muy cansada ni con mucho dolor. Estoy bastante bien.
Me despido de Erik con la mano y camino con mis muletas hasta la entrada y espero a que me atiendan.
El secretario que permite la admisión y resuelve los problemas que puedan surgir coloca el sello en una especie de boletín que me entregaron el primer día y que cada vez que vengo marcan.
—¡Nos vemos el 5! —Se despide de mí.
Eso suponía que libraba hasta ese día o que su turno era de tarde. La verdad es que los 3 secretarios que me habían atendido eran muy buenos y simpáticos conmigo.
El 5 de diciembre coincidía en que sería la última sesión por la mañana con Erik Baltßun antes de que me retiraran los puntos y revisaran; después intentarían que me apoyase con una sola muleta.
Poco a poco lo íbamos logrando, poco a poco podía sentir que mi pierna se mantendría donde debía estar, en su sitio. Sin embargo, un nuevo complejo iba naciendo en mí: esa cicatriz enorme y que rodeaba casi por completo mi muslo.
Un recuerdo más de aquél fatídico día donde mi madre había actuado para salvarme la vida y ella no lo había conseguido.
A veces me inundaba la tristeza y eso conseguía ponerme fatal; otras era el enfado, me encantaba estar enfadada porque la rabia permite que las personas actuemos, nos permite avanzar de alguna manera, hay tanta concentración de energía que nos permite trabajar como si fuéramos una bala recién disparada de una bola de cañón.
El problema viene cuando llega la culpa, cuando esos "¿y sí...?" te carcomen por dentro y te follan el cerebro consiguiendo que tu alma se rompa, porque a sabiendas de que no había nada en tu mano, siempre crees que podías haber hecho algo más, que podías haberlo evitado si no le hubieras pedido que viniera a por ti, o cualquier cosa.
Las personas necesitamos tener bajo control todo, en mayor o menor medida, pero necesitamos tener todo a nuestro alcance y tener todas las respuestas. El problema es que se nos olvida que la vida y la muerte trabajan a su manera, que nunca van a ir de la mano contigo, que ellas hacen y deshacen a su gusto, que tú eres un mero peón de su tablero de ajedrez y, cuanto antes lo aprendiéramos, mejor.
Me despido del que atiende y me dirijo a la entrada. Me quedo quieta antes de salir y maniobrando como puedo me apoyo en la pared para escribirle a Thomas que venga a por mí. Realmente espero que no tarde porque desayuné muy temprano para ir a la psicóloga y no había almorzado nada. Eran las doce y media del mediodía y yo ya me había acostumbrado al horario alemán para las comidas.
No espero su respuesta cuando veo entrar a Friedrich Vögel por la puerta mientras se quita las gafas de sol y juega con un pequeño rulo salvaje de su flequillo. Hoy llevaba el pelo rebelde, medio despeinado y sin gomina. Mi favorito.
Evito mirarle, sigo enfadada con él. El problema es que me sigue afectando, mucho. Demasiado.
Se ha convertido en una debilidad.
—¿Vamos? —Me habla y bufo.
—Estoy esperando a Thomas.
Ojalá poder cruzarme de brazos, pero teniendo en cuenta que sólo me apoyo en una pierna, eso sería terrible.
—Y Thomas me ha delegado esa misión a mí.
—¿Por qué?
—Porque está en una conferencia de la universidad y yo hoy tengo el día libre en el taller.
Le sigo a un paso bastante lento, él es muy alto y sus zancadas son el cuádruple de las mías.
—¿Podrías ir más despacio?
Pone los ojos en blanco y me recoge del suelo al estilo princesa, tiene muchísimo cuidado con mi pierna y me pide que ponga las muletas a un lado para no molestarle.
—El 5 de noviembre dejaste de tener 16 años, preciosa.
—¡No me digas, Sherlock! —Es mi turno de rodar los ojos.
—No seas sarcástica, no es tu estilo.
—¿Y cuál es mi estilo?
Me deja con cuidado en el suelo y abre la puerta trasera para mí, muy educado por su parte, una pena que eso se vaya a acabar cuando deje de estar tullida.
Me abrocha el cinturón y cierra la puerta para poco después abrir la de conductor, sentarse y empezar a conducir.
—Dulce o borracha.
—¿Qué?
—Tu estilo, tienes dos.
—Vaya, qué manera más cutre de simplificar a una persona.
—Es que me lo pones fácil. Por si te interesa, me gustas de ambas maneras —Gira hacia la izquierda—. Ya me llegó la citación de la denuncia.
—Ojalá pierdas. —Se lo merecería.
—¡Gracias! —No parece afectado—. ¿Tienes hambre?
—Sí.
—¡Perfecto! Hoy es lunes —ríe—, y antes de que vuelvas a decir algo con sarcasmo, que sepas que es el momento ideal para que pruebes el mejor kebab de Europa. 2
Se acordaba. Narciso se acordaba de que quería probar ese famoso kebab.
—¿No habrá mucha cola?
—No, no creo y en caso de que haya nos ponemos delante y nos ahorramos la espera.
No tenía vergüenza. Creo que Narciso no conocía lo que esa palabra significaba. ¿Cómo nos íbamos a colar en medio de la gente?
Aparca el coche en el distrito berlinés de Kreuzberg y me ayuda a bajar. Es bastante incómodo moverse con muletas por la ciudad, pero al menos está bien asfaltada. El problema es que me canso y mis manos duelen un poco.
—No conocía este barrio. —Le comento, mirando el pintoresco lugar.
—Me lo creo —Se coloca las gafas de sol, hoy no llovía, pero estaba un poquito nublado—. No podría perdonarte que hubieras pasado por aquí y no haber probado el kebab.
Algo que me encantaba de Berlín es que todos los distritos tenían algo diferente, en todos aprendías algo nuevo, todos tenían un trocito de historia que mostrar. Este lugar tampoco se quedaba atrás.
El extenso barrio de Kreuzberg vivían estudiantes, artistas y, una amplia comunidad turca se había situado aquí. No era un barrio caro, de hecho, en una parte del barrio se encontraba la peculiar área de Bergmannkiez, famosa por sus tiendas de segunda mano y sencillas cafeterías, además de un parque ajardinado bastante concurrido.
En la zona más sobria del barrio, se encontraban pequeñas comunidades de artistas callejeros y bares informales.
Era un barrio conocido y simplificado como el barrio turco y dese luego tenía su encanto. A mí, desde luego, me estaba maravillando.
Narciso era de Frankfurt, pero llevaba bastante tiempo en la ciudad berlinesa para no recaer en estos detalles, tal vez en el pasado sí se había fijado, pero ahora mismo no se comportaba como buen guía turístico.
Para ser justa con él, debía reconocer que nunca se ofreció a ser mi mentor en las visitas que hiciera en la ciudad.
Llegamos hasta una calle, no está muy abarrotada, pero hay unas cuantas personas comenzando a hacer la cola.
Veo un gran cartel en un puesto y se llama Mustafa's Gemüse Kebab, al lado hay otro de la típica gastronomía berlinesa: salchichas con curry.
—¿Por qué dicen que es el mejor kebab de Europa?
—La población de este país se divide en: alemanes y turcos y el resto de las nacionalidades, hay una gran migración turca al país, ellos han traído su gastronomía sin adaptarla a lo que la población germana consume, simplemente han traído la comida turca original.
—Juraría que no hay tantos como siempre se ha dicho.
No es que me importara, pero se decía que mucha gente alemana tenía familia otomana y a mí no se me hacía tan común, tal vez porque el origen de una persona me daba igual, pero no se me hacía tan exagerado.
—Bueno —Se encoge de hombros y avanzamos un poco—. Tu amiga Avery Hendbradh es de origen turco, los abuelos maternos de la que me ha denunciado también y Herman ya no es que sea de origen turco es que su madre lo es.
No sabía esos detalles, me sorprendía el control que Narciso tenía con todo, esa necesidad de ir un paso adelantado a todo el mundo.
—Creo que no llevo dinero. —Le digo algo avergonzada.
No puedo revisar mi cartera porque perdería el equilibrio, es lo que tiene funcionar con una sola pierna.
—Da igual, preciosa —A mí realmente me afecta cuando habla con su voz profunda y grave, pero cuando encima pronuncia esa palabra en español con su suave acento alemán, me gana por completo—. Tómalo como tu regalo de cumpleaños tardío.
Friedrich Vögel tenía razón cuando decía saber en qué momento venir y qué día. Detrás nuestra se empieza a hacer una gran cola.
Se encarga de hacer el pedido y de pagar, el vendedor se apiada un poco de mi situación y me ofrece un refresco gratuito, le pregunto si puede ser una botella de agua sin gas y me dice que sin problema. Lo acepto encantada.
A ver, soy española, si me vas a dar algo gratis pues no te voy a decir que no. ¡Picaresca le llamamos!
Guarda los kebabs envueltos en papel de aluminio en una bolsa de plástico y pide una botella de agua (con gas) para él. Caminamos en silencio hasta un parque con banquitos y mesas con sillas de piedra y nos colocamos ahí.
Algunas están ocupadas, pero al ser lunes la zona no está muy concurrida.
Él se sienta a mi lado y eso me pone nerviosa en el buen sentido de la palabra. Estiro la pierna y la apoyo en el asiento de enfrente.
—Toma —Me ofrece la botella de agua sin gas y el kebab—. ¡Qué aproveche!
—¡Igualmente!
Comenzamos a comer y gemiría si estuviera sola y en casa porque esto está delicioso. ¡Dios! Ahora entiendo el hype que tiene. Es que vaya maravilla, la explosión de sabores es brutal. ¡Me encanta!
Narciso come en silencio y disfruta al verme gozar a mí. Se limpia con la servilleta y tengo la intención de copiarle cuando me indica que tengo salsa en la comisura de un labio.
No me deja.
Con su gran mano gira mi cabeza para que me quede mirándolo. Estamos ambos sentados y, a pesar de que pierde altura cuando no está de pie, sigue siendo enorme y más cuando yo también estoy sentada.
Pasa su pulgar por la comisura de mis labios y se lleva el dedo a la boca, limpiándose así la salsa que poco antes estaba en mi boca.
Voy bien abrigada y aun así un escalofrío me recorre por todo el cuerpo. Tengo un sinfín de sensaciones recorriéndome por dentro y por fuera.
Su comportamiento me descoloca.
Es egoísta, agresivo, vanidoso y violento. Un día es tierno y se preocupa por mí y al otro se aleja y me descuida.
No sé si tiene novia, si tiene 2 amantes o si está soltero.
Es impaciente, pero sabe mantener la compostura. Le gusta sacar de quicio a las personas por diversión y tiene algún tipo de fijación en mí que no consigo entender.
Y a mí él me gusta.
Me gusta lo suficiente como para querer conocerle más y llegar a sentir por él algo más allá que atracción física y curiosidad.
A pesar de todo lo que Narciso le hace a la gente, él me gusta. No puedo remediarlo y cada vez quiero alejarme menos de él.
¿Me hace eso ser una persona horrible? Porque así es exactamente cómo me siento.
No sé cómo lo hace, pero me agarra con cuidado y me pone entre sus piernas, dejándome sentada encima de él. Aprieto con mis puños las mangas de la sudadera que llevo puesta.
—No voy a besarte, Schrödez. No me podría conformar con un solo beso.
Narciso cree que sólo él puede dar el primer paso, está equivocado. ¿Y si quiero darlo yo?
Sin alcohol encima soy menos valiente, pero eso no significa que las ganas sean pocas. Llevo queriendo un beso suyo desde la segunda o tercera vez que le vi.
Tenemos química y yo quiero saber si somos compatibles.
Dulce o borracha. Me había simplificado a esas dos palabras. Tal vez debería mostrarle otra faceta mía, tal vez porque yo realmente quería hacerlo.
Paso mi brazo derecho por detrás de su espalda, me da igual que haya gente en la calle o que alguien pueda vernos. Ahora mismo no pienso en nada más. Acaricio su pelo, me encanta lo suave que es.
Me acerco a su boca, si él me rechaza incluso cuando estoy sobria, me rendiré, no volveré a intentarlo.
Rozo mis labios con los suyos, pidiendo permiso, creo.
No hace nada, ni se aparta ni se junta a mí. Está evaluando los movimientos que puedo hacer o que pueden rondar por mi cabeza.
Presiono mi boca en la suya y él gruñe en bajito. Su lengua pasea por fuera de mis labios, delineándolos.
Necesito que me bese.
Gira la cara cuando nota mis intenciones de profundizar el beso y opta por morder el lóbulo de mi oreja.
—¿Tienes novia? —Le pregunto sin querer saber una respuesta afirmativa.
—No, ya te lo dije. —Apoya su frente en la mía y mueve su cabeza de un lado a otro para que nuestras narices se rocen y se den lo que se llamaría un beso esquimal.
—No recuerdo eso.
—Entonces es cuestión de mala memoria por tu parte, no es culpa mía.
Friedrich Vögel alias Narciso sabía cómo manipular para que creyeras que tu culpa o que el error lo habías cometido tú; era experto en darle la vuelta a la tortilla y tú ni te enterabas de ello.
Sin esperármelo me recoge a modo princesa una vez más y me pide que recoja todos los restos y los ponga en la bolsa de plástico.
Cojo las muletas y aún en esa posición me lleva hasta la primera papelera que vemos y tiro ahí las cosas.
—Puedo caminar, Narciso.
—¡Se me había olvidado! —exclama con la ironía impregnada en su voz.
Antes de dejarme en el suelo me da un pico. Me frustra. Parece que de ahí no avanzamos. Yo necesito conocer lo que es besar a una persona como Friedrich Vögel.
Lo necesito casi tanto como respirar y ese pensamiento me asusta un poco.
Deshacemos el camino que hicimos a medio día y vamos hacia su coche. Ojalá me hubiera besado, era el momento. A pesar de estar en la calle, me daba igual.
Era el momento idóneo.
No habrá más ocasiones, me rindo.
Y no vamos a volver a tener una oportunidad así básicamente porque creo que mi cupo de rechazos ha llegado a su límite.
A veces pienso que quiere darme un beso tanto como yo a él, pero es que ya no tiene la excusa de que tengo sólo-16-años; en cualquier momento es capaz de poner la excusa de que sólo-tengo-17-años. Y la verdad es que esto me cansa ya.
No deja de mirarme y ver que voy bien mientras chatea por el móvil y se ríe por alguna cosa.
—Una pregunta, ¿cuál es el apellido de Herman? —Espero no sonar afectada por lo ocurrido, esa sería la última bala para perder por completo mi dignidad.
—No te lo voy a decir —Su sonrisa es hipnótica y su mirada algo oscura—. Perderíamos nuestro As en la manga.
¿Para qué quería exactamente él un As en la manga? No tenía sentido. Estaba claro que la química que yo había sentido que teníamos era cosa mía. Él sólo estaba jugando.
Cuando llegamos me pide que me siente en el asiento del conductor mientras guarda las muletas en el maletero. Estoy girada hacia la puerta y con la pierna apoyada con cuidado en la carrocería del coche.
Apoya sus manos en la puerta del coche abierta y se agacha bastante para poder mirarme; le llego por la zona de los abdominales.
Abdominales que sé que tiene porque los he tenido muy pegados a mí las dos veces que hemos dormido juntos. ¿Su excusa? Que le doy calor por las noches.
—¿Me haces un hueco? —Él también sabe alzar la ceja como hace mi padre, qué envidia.
—Si vas a ponerte a conducir prefiero que no.
No quería ir de copiloto. No iba a ir de copiloto.
—Tranquila, preciosa.
Algún día le obligaría a llamármelo sólo en español. Tal vez cuando le conociera un poco más. O quizás le rogaría que dejara de llamarme así, me afectaba ya de por sí lo suficiente como para que encima de sus continuos rechazos me afectara más.
Echa el asiento hacia atrás, dejando bastante hueco con el volante.
—No vamos a caber. ¡Eres un chico grande!
Le da igual, me echo hacia un lado y el me vuelve a colocar encima de sus piernas, sin cerrar la puerta. Ahogo un gritito porque no me lo esperaba.
Cierra los ojos y veo como su marcada nuez de Adán se mueve. Nunca pensé que sería de esas chicas que admiran la belleza de un hombre, pero parece que lo soy un poco. Qué culpa tengo yo si es que me siento bendecida de estar sentada encima de él.
Me nubla la mente.
Está tan relajado que ni siquiera parece él.
El cardenal de su pómulo es casi invisible, sigue ahí, pero apenas se nota. Debería temerle y en cambio me siento bastante segura a su lado, no sé por qué.
Se había portado mal con Dian Purhor y ahí seguía yo, más afectada por su rechazo que por su indiferencia hacia sus propios actos.
Lleva su mano a mi nuca y obliga a nuestras frentes estar pegadas. No va a hacer nada, ya me lo ha demostrado. Sabe tentar muy bien, pero nunca finaliza la jugada. Este spoiler de Friedrich Vögel ya lo conozco demasiado bien.
Muerde mi labio inferior y tira con suavidad de él. Cierro los ojos por inercia y me preparo para que se ría de mí.
Eso no ocurre.
Empieza dándome cortos besos en los labios, jugando a acabar con la paciencia que con él ya no tengo. Su agarre en mi nuca se afianza.
Me tiene donde quiere.
Saca al terreno de juego lengua, ¡lo que daría yo por conocer cómo la mueve!
Profundiza el beso y yo me quedo paralizada. Se aparta y le miro directamente a los ojos. Estoy totalmente perdida en ellos.
Asiente con la cabeza y le imito. No sé a qué se refiere, sólo puedo cerrar los ojos.
Creo que le acabo de dar vía libre para que haga lo que quiera conmigo.
Repite el proceso y una vez más empieza con picos cortos, para seguir tentándome con su lengua.
Cuando su lengua trata de invadir mi boca ya me siento algo más preparada. Para lo que no estoy preparada desde luego es para averiguar lo bueno que es besando.
Dios santo. Este señor es un pecado.
Friedrich Vögel no pierde el tiempo cuando te besa, sabe cómo llevarte al mismísimo cielo cuando su lengua roza la tuya. Es generoso, sabe seducir y llenar de placer.
Juraría que jamás me han besado cómo él me está besando.
Su mano derecha abandona mi nuca y la desliza desde mi cuello hasta la parte más baja de mi espalda, sus largos dedos acarician el comienzo de mi trasero.
Creo que ambos estamos odiando esta posición porque no tiene posibilidad de maniobra y yo me voy a quedar con las ganas.
Su mano izquierda baja hacia la pierna que tengo bien y va subiendo poco a poco, a pesar de ser por encima de la ropa. No se detiene y sigue subiendo hasta llegar a mi ombligo para volver a bajar. No tiene intención de tocarme, sólo intenta provocarme y desde luego lo está consiguiendo.
Mis manos actúan a sus anchas y como puedo las paso por su nuca, por su cuello, por sus abdominales... por todos los lugares donde puedo.
El beso se torna más intenso y algo más descontrolado.
Tira de mi cabello, dejando expuesto mi cuello.
Cuando sus labios hacen contacto con mi cuello y su lengua camina a sus anchas por toda la zona siento que me voy a morir de placer. No sé dónde prefiero que esté su lengua, si en mi boca, en mi cuello o en todo mi cuerpo.
Creo que voy a estallar y ni siquiera me ha tocado.
Muerde un poco y creo que incluso succiona, él va a dejar marca ahí y ahora mismo no me importa.
—Eres jodidamente fácil de marcar —Succiona un poco y busca mis ojos para conectar nuestras miradas—. Tan delicada...
Su aliento me hace cosquillas y no puedo evitar reírme. Él, al entender lo que ocurre, deja una línea de besos entre mi clavícula y mi mejilla.
Narciso podía intentar seducirme y desde luego lo conseguiría. El poder que él tenía sobre mí y mi cuerpo en tan poco tiempo, me asustaba.
Pero si era honesta, ahora mismo me daba igual.
—Deberías llevarme a casa.
—Y eso voy a hacer, después de besarte una vez más.
—Parece mentira que digas eso después de todas las veces que me has rechazado...
Se ríe.
—Sólo tenías dieciséis años.
Vuelve a besarme y esta vez puedo llevar el ritmo al mismo tiempo que él, pero es evidente que su boca es más demandante que la mía y a mí me está volviendo loca.
—Deberías sonreír más a menudo. —Le digo sujetándole el rostro con mis manos.
—¿Por qué?
—Me gusta tu sonrisa.
—Conozco partes de mi cuerpo que sé que te gustarían más.
—Engreído...
Creo que me sonrojo. Estoy segura de que tiene razón. Una parte de su cuerpo la estoy notando y a mí me está convirtiendo en gelatina.
—No sé qué has dicho, pero te doy toda la razón. —comenta ironizando y sin dejar de acariciar mi espalda.
—¿Y ahora qué? —Le pregunto.
—Ahora os ayudo a ti y a tu maravilloso culo a poneros en el asiento trasero y te llevo a casa.
—Y... —No quiero preguntar si hay un "nosotros" porque obviamente es muy temprano para hablar de eso, pero me gustaría saber en qué punto nos deja esto que acaba de suceder—, ¿después?
Los alemanes eran sinceros. Ellos te dirían qué querían después de liarse contigo, si algo más o no.
—Después seguimos con nuestras vidas y si en algún momento queremos divertirnos, nos divertimos juntos.
—Vale —No estoy de acuerdo, yo no quiero ser un solo lío para él, pero no podía hacer otra cosa, no ahora mismo—. Está bien.
Creo que puedo sonar algo decepcionada y eso me convierte en un manojo de nervios. Friedrich Vögel sabe lo mucho que me afecta, pero dejárselo en una bandeja de plata era casi un suicidio. Y yo lo estaba perpetuando.
—Por cierto, preciosa —Me da un pico—. No hemos tenido una cita, lo sabes, ¿verdad?
—Bueno, vale.
Sus palabras me sorprenden, ¿a qué se refería exactamente?
—Schrödez, yo no tengo citas, tener citas implica un compromiso que yo no estoy dispuesto a tener.
Cultura alemana.
A partir de las dos citas ya te presentaban como pareja. No entiendo por qué ahora quiere marcar distancias.
¡Me acaba de comer la boca!
Maldito aguafiestas egocéntrico y con complejo de superioridad.
—Me alegro por ti —Intento incorporarme, pero él me tiene bien agarrada—. ¿Me ayudas a ponerme detrás?
—Y en cuatro si quieres.
Pongo los ojos en blanco y siento el rubor nacer en mis mejillas.
—Creo que eso no hará falta...
Me ayuda a bajar y me sostengo en la puerta abierta.
—Bueno, la propuesta está ahí, no la voy a retirar —Cierra la puerta y me apoya en ella—. Nunca me cansaré de decirte que eres preciosa.
Vuelve a besarme y me toma por el cuello, con delicadeza eso sí.
—Narciso...
—Dime, preciosa. ¿Qué puedo hacer por ti?
Y sé que esas palabras están cargadas de erotismo, secretos y promesas que aún no me ha hecho y que quiero descubrir ya.
No obstante, necesito despejar la cabeza porque está claro que él hace lo que quiere conmigo.
—Llévame a casa, por favor.
¿Por qué un momento con él que se estaba sintiendo tan bien ahora se siente tan mal?
Ah sí, porque me acabo de besar con el mayor hijo de puta que he conocido nunca y estaría dispuesta a repetirlo una y otra vez.
—Nela —Su voz suena como un susurro—, no es que no quiera, es que no puedo.
Parece sincero y por primera vez no se atreve a hacer contacto directo con mis ojos, como si estuviera haciéndome una confesión y pidiéndome que lo comprendiera por arte de magia.
¿Qué?
Acababa de decir que no quería y ahora que no podía.
—¿Qué ocultas, Narciso?
Alza una ceja y me doy cuenta de que he hablado en castellano.
—Me gusta tu voz en español, no sé qué dices, pero suena lo suficientemente dulce como para ser bonita sin llegar a ser empalagosa.
Gian McMahon: personaje literario perteneciente a Liberté - ErideMartin, disponible en mi perfil.
Sólo os digo que vais a CHILLAR y que habrá un RIVALS TO LOVERS, el cliché de JEFE - EMPLEADA y una protagonista MUY empoderada.
¡Hola! ¡YA IBA SIENDO HORA QUE TOCARA UN BESO!
¿Qué os ha parecido esa última confesión por parte de Narciso?, ¿pensáis que es más por que no quiere o porque no puede?
¿Podemos hablar de la foto de multimedia? JEJE.
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