Capítulo 6
Me registraron completamente para comprobar que no tuviera nada que pudiera ser utilizado por el sospechoso para escapar o en mi contra antes de permitirme entrar. Respiré profundamente, siendo consciente de lo que había pedido y preguntándome qué demonios había cruzado por mi mente en aquel momento. Lo sabía. La idea de un desafío, la oportunidad de comprobar si realmente había mejorado estos últimos meses. Me había dedicado a observar más detenidamente a las personas, a aprender a leerlas con mayor claridad.
Cada simple detalle, cada expresión, cada gesto. Había observado a los extraños en el bus o a los jóvenes en el instituto. Había aprendido a deslizarme más fácilmente dentro de sus mentes, saber qué habían estado haciendo o qué estaba ocupando sus pensamientos. Y ahora quería comprobarlo, saber sí así había sido realmente, si había mejorado. Mi pequeño encuentro con Bel Ami me había demostrado que así era en parte pero este era un caso totalmente diferente. Aquí realmente no tenía nada más que un hombre esposado a una silla, y debía arreglármelas con aquello.
Sonreí, recordando todos los libros de Sherlock Holmes que había leído, todas las películas o series que había visto sobre él. Siempre había admirado el modo en que descifraba a las personas en segundos. Observé un momento al hombre frente a mí. No era muy alto, tenía un cabello rubio en el que difícilmente se podían distinguir algunas canas. Su piel estaba bronceada, entrecerró sus claros ojos al mirarme. Me examinó de los pies a la cabeza, debía ser un cambio considerable un agente entrenado a una chica de dieciséis años.
—No sabía que era el día de trae a tu hija al trabajo —dijo él.
—Una muy mala elección de palabras, ese no es un buen camino para tomar conmigo —dije y me acerqué hasta estar frente a frente—. No se bromea con mi padre.
—Cinco minutos, Emma —dijo John en el auricular en mi oído.
—Mandaron a una niña a hacer el trabajo de un hombre —dijo él y sonreí.
—Al contrario, yo pedí esto —dije—. ¿Cómo estuvo Brasil?
Sus ojos se abrieron al ser atrapado y el hombre se tensó totalmente. Mi sonrisa tan solo se ensanchó. Este no era un reto, no uno real. Nadie podía esconderse frente a mí ni engañarme por mucho tiempo. Y ahora mismo, era como haber tomado un libro de la estantería y haber comenzado a leer la primera página. Y una vez que había agarrado el hilo, tan solo era cuestión de seguirlo y tirar de él. Ahora nada podría pararme, no hasta que llegara al final.
—Tenemos reacción —dijo una mujer en el auricular—. Su pulso ha dejado de estar estable.
—Mierda —dijo John y la próxima vez su voz fue más lejana, se había sacado su auricular—. Es mejor de lo que pensaba.
—Entonces Brasil —dije estando junto al hombre y eché hacia atrás la manga de su camisa para dejar al descubierto la cinta turquesa atada en su muñeca—. O Senhor de Bonfim. Y en un estado bastante nuevo. Esto no es muy inteligente de tu parte si pretendes esconder donde estuviste pero de todos modos el bronceado te delató del primer instante. He escuchado que Brasil es excelente en esta época del año.
—No estuve en Brasil —dijo él.
—Está mintiendo —dijo un hombre.
—Eso no es lo que dice esto —dije tirando de la cinta atada en su muñeca—. Ni tu bronceado. Por favor. ¿Has visto la época del año en que estamos? Casi no hay sol allí afuera. Cinco libras a que estuviste en Cândido Godói.
—No tienes modo de saber aquello —dijo el hombre.
—Al contrario, estoy tan segura como para doblar mi apuesta. El corte militar, la postura, el fanatismo para estar aquí sin más —dije y puse una mano sobre su omóplato.
—Emma, recuerda que no puedes hacerle daño —dijo John en mi oído pero lo ignoré.
—Deberías ver a un masajista para que se encargue de esta contractura —dije y me incliné más cerca de él—. Entonces dime. ¿Además del nazismo tienes algún otro pasatiempo?
No respondió, pero su reacción lo dijo todo. Eso y las voces en mi oído completamente atentas y alertas mientras describían las alteraciones en los monitores y John intentaba calmarlo y dirigirlo todo. Y el agente no había conseguido nada en siete horas. Suspiré, principiantes. Ahora, esto explicaba e ilustraba a la perfección por qué el MI6 se había desesperado por tenerme luego de ver lo que había hecho en París y descubrir parte de mi potencial. Maldita sea, no era tan difícil identificar el origen del bronceado del hombre. ¿Acaso nadie sabía nada de piel? ¡No era muy difícil! Su corte de cabello y su postura hablaban de disciplina y rigurosidad, aquello era evidente y la contractura en su omóplato era de alguien que levantaba muy seguido su brazo. ¿Y necesitaba realmente recurrir a la apariencia física que se esforzaba por mantener?
—¿Sientes interés por Mengele? —pregunté.
—Eres la perfecta prueba de nuestra raza superior —dijo él y lo miré molesta—. Lo sabes, eres un espécimen magnífico. Si tan solo hubiera más como nosotros...
—Estas enfermo, como cualquier otro de los tuyos.
—La raza Aria es superior. Mengele era un líder que descubrió cómo reproducirnos más rápido y mejor. Lo que él hizo en Cândido Godói es magnífico.
—Y lo que hizo en Auschwitz atroz —respondí—. Inaceptable. Experimentar con niños...
—El sacrificio de la raza inferior es necesario para que la raza superior avance —dijo él y cerré fuertemente mis manos para contenerme—. ¿O me negarás los grandes avances que hicimos gracias a ello? Además, no eran personas, eran sujetos de experimentos.
—Eran niños. Separados de sus padres, que torturaban y experimentaban en ellos sin anestesia de ningún tipo. Al diablo con los avances científicos que hicieron gracias a ellos, lo que les hicieron fue inhumano.
—No importa, ellos no eran personas. Eran individuos utilizados para un bien mayor, el de la raza superior. Pero para que el doctor Mengele pudiera hacer sus descubrimientos era necesario que se rebajara a tratar con individuos de la raza inferior, tener que tratar con niños judíos. Malditos enfermos. Para hacer la obra de su vida tuvo que tocarlos, a ellos, a deformes, a pelirrojos, a niños con heterocromía pero lo consiguió. Basta con ver su obra en Cândido Godói. Fuertes y sanos niños arios, nacidos en masa.
Lo había dejado de escuchar durante su enumeración y ahora estaba segura, las medialunas que mis uñas estaban marcando en mis manos no saldrían por un buen rato. Respiré profundamente para mantenerme bajo control. No podía tocarlo. No podía golpearlo como tanto quería. Me repetí una y otra vez que él no había dicho lo que escuché. Esos experimentos habían sido atroces, un verdadero crimen contra la humanidad. Y este hombre estaba tan demente como la sociedad de ese entonces que había colaborado en ello.
—Escúchame bien —dije—. Puedes irte bien al infierno. Si hay algo que realmente no soporto es a los abusivos, mucho más cuando estos son discriminadores. Escúchame bien. No existe raza superior. Y nadie merece ser víctima de otro por ser diferente. No eres nada más que un maldito demente.
—Es una lástima, no comprendes nuestra superioridad —dijo él—. ¿Me dirás que ellos son personas? Individuos con gustos degenerados, con un oscuro color de piel que los marca como demonios, o con el cabello tan rojo como la propia sangre, incluso individuos tan retorcidos como para tener dos colores de ojos.
Ok, aquella fue la gota que rebalsó el vaso y acabó completamente con mi paciencia. Me tuve que recordar por milésima vez que no podía golpear a este sujeto tanto como quería. Una persona así no debería tener derechos humanos maldita sea. Me arranqué el auricular del oído, de todos modos hacía tiempo que había dejado de prestarle atención a las voces de la sala contigua, y me acerqué tanto al hombre como pude. Él tenía suerte, y tendría aún más si nunca más lo volvía a ver porque entonces quizás no me controlaría de estar en otra situación.
—Puedes estarte seguro de algo, atraparemos a tu célula neo-nazi y entonces todos ustedes terminarán donde deben —dije de un modo tan frío y cruel que el hombre palideció—. No estás trabajando solo, lo sé. No podrías haber planeado esto por tu cuenta pero necesitaban a alguien que pudiera viajar con frecuencia a Brasil y tu trabajo es ideal para eso. Te reúnes a menudo con los otros como tú, no tardaremos en encontrarlos también. Gracias por la información.
Me di vuelta y partí antes que no pudiera soportarlo más. Cerré fuertemente la puerta y cerré los ojos al apoyarme sobre ella. Me aislé del mundo. Ignoré las voces o los ruidos de computadoras, ignoré simplemente todo. Respiré profundamente, recordándome que para eso existía el Servicio Secreto, para encontrar a locos como ese y meterlos donde debían estar. Los agentes se ocuparían de él como era debido, y encontrarían a los demás. No era nada más que un maldito enfermo y tenía suerte de estar protegido por los derechos del hombre. Lo que había dicho, el modo discriminador en que se había atrevido a juzgar como si fuera superior... Maldito degenerado. Él era el retorcido individuo, no los demás.
Por un segundo imaginé a un niño pequeño, con el cabello dorado oscuro y un ojo azul y el otro gris. Y por enfermos como ese hombre, idiotas como su familia que toda su vida lo habían tratado de fenómeno por eso, se habían burlado y abusado de él, ese niño nunca había sido capaz de mirarse al espejo, de sentirse seguro sobre su imagen, de no usar lentillas para emparejar el color de sus ojos. Y los años habían pasado y aquello nunca lo había abandonado. Todo por culpa de estúpidos y malditos ignorantes y discriminadores como el que estaba del otro lado de la puerta.
Algún día los demás comprenderían como una burla, un gesto cruel, un abuso podía afectar realmente al otro. Y solo entonces, cuando comprendieran que no había personas superiores o inferiores, que éramos todos iguales a pesar de ser diferentes, y que eran esas diferencias las que hacían especial a cada uno... Bueno, solo entonces quizás la esperanza de la humanidad no estaría totalmente perdida. Pero mientras tanto gente seguiría sufriendo y pagando por ello, personas seguirían sintiéndose inseguras gracias a los otros.
Conté hasta tres, permitiéndome esos pocos segundos más para sentir, y entonces volví a ordenar mi mente y ponerla en limpio. Dejé todo aquello de lado y caminé hasta reunirme con John. Las personas estaban concentradas en examinar sus respectivos monitores, el agente que antes había interrogado al hombre volvió a entrar ahora que ya se había descubierto qué tipo de sujeto era y su secreto se había revelado. Dejé el auricular sobre la mesada sin desear escuchar nada más y suspiré, sintiendo como si con aquello me sacara un gran peso de encima.
—Será castigado como se debe, no te preocupes —dijo John a mi lado—. Para eso estamos los chicos buenos, Emma, para ocuparnos de locos como estos.
—Dime que encontrarán a los demás —pedí—. No quiero saber de lo que son capaces de hacer luego de lo que escuché.
—Lo haremos —dijo John—. Eres muy sensible en ese aspecto.
—No soporto la injusticia de ningún tipo —dije y John suspiró.
—Lo sé. No puedes ver al grande abusando del pequeño, al fuerte aprovechándose del débil.
—Simplemente no puedo ver abusivos, no me importa qué tipo es. Las palabras pueden llegar a dañar tanto a una persona como la fuerza.
—Eres como mi hermano —dijo John—. Él hubiera estado muy orgulloso de ti, hubiera amado presenciar a la justa joven en que te convertiste. Hiciste un excelente trabajo allí adentro.
—Él también hacía este tipo de cosas. ¿No es así? —pregunté y lo miré—. Mi padre también podía leer a las personas como yo. ¿Cierto?
—No exactamente —dijo John y suspiró—. Vamos, sígueme.
Él sostuvo la puerta abierta para que saliera y lo seguí en silencio por un angosto pasillo blanco. John no dijo nada, y yo sabía que había tocado una fibra sensible para ambos. No solíamos hablar de mi padre, no en voz alta por más que desde que John me había dicho la primera vez cuánto me parecía a él había comenzado a notar aquellas miradas que me daba que significaban exactamente aquello. Mamá nunca hablaba de papá, algún día superaría el gran dolor que él le había causado al rechazarme como su hija sin ninguna explicación. Ella no sabía que él lo había hecho para protegerme, para que no cargara con su apellido y corriera peligro por ser hija de un espía. Ella le había pedido el divorcio luego de aquello y se había refugiado en una falsa historia sobre cómo él la había engañado con una estudiante universitaria. No había hablado nunca de él, y de hecho solo una vez lo había mencionado como mi padre. Seguía herida, y lo seguía amando por más que lo ocultara, de lo contrario no guardaría una foto de ellos juntos años atrás.
Ethan era otra historia. No me atrevía a tocar aquel asunto con él, porque sabía que mi hermano sentía que le había fallado a nuestro padre al permitir que yo me metiera en el Servicio Secreto cuando él había hecho todo lo posible para evitar aquello. Y por más que sabía que Ethan me respondería cualquier cosa que le preguntase con sinceridad, no podía hacerlo. No podía simplemente preguntarle. El Servicio Secreto tampoco soltaba mucha información respecto a mi padre. De hecho, la única persona que lo había conocido y me había hablado de él como si nada había sido Lionel, y por más que lo había hecho con algo similar al respeto y la nostalgia por su antiguo compañero de entrenamiento y posterior enemigo, yo aún seguía dudando de hasta qué punto él realmente se lamentaba por la prematura muerte de mi padre y si no estaba involucrado en ella.
John era el único que me quedaba, que me respondería a pesar de lo duro y fuerte que era el asunto para ambos. Pero a pesar de nuestros problemas, y que nuestra relación de momento no había vuelto a ser la de antes y yo no lo había perdonado del todo, sabía que John me amaba incondicionalmente. Él siempre había estado allí, con sus visitas sorpresas siempre acompañadas de regalos, preocupándose por mi pequeña y fragmentada familia, cuidando de Ethan cuando se introdujo en este mundo y ahora haciendo lo mismo conmigo.
Levanté la vista al ver que nos encontrábamos en una sección de los cuarteles que nunca antes había visitado o sabido de su existencia. El largo pasillo estaba lleno a ambos lados de retratos de diferentes hombres y mujeres. Todos agentes, con sus respectivas placas doradas debajo señalando su nombre, fecha y descripción, y todos con un pequeño florero al lado. Rostro tras rostro, todos mostraban la misma seriedad y valentía, el mismo compromiso con su deber. Y no fue difícil comprender que todos habían caído en acción y que sus grandes obras les habían dado el honor de estar allí.
—Algún día, cuando estés autorizada, te mostraré el salón de los Bright pero de momento esto es todo lo que puedo hacer por ti —dijo John.
Él se detuvo frente a un retrato y tragué en seco al reconocer al hombre que me devolvía la mirada. Era joven, y había sido retratado estando en sus treinta y portando un oscuro uniforme azul marino. Su rubio cabello escapaba de su gorra dándole cierta juventud y aire de travieso, y a pesar de su serio semblante sus ojos brillaban con vivacidad y emoción. Parecía como si apenas si pudiera estar conteniéndose de sonreír al momento de ser tomada la fotografía. Y observando a aquel apuesto hombre, no era difícil saber de dónde había sacado Ethan su buen aspecto, o por qué mamá lo había mirado dos veces cuando se cruzaron por primera vez.
Había una rosa en el pequeño florero junto a él a diferencia de muchos otros agentes que tenían sus floreros vacíos, y la dorada placa se mantenía limpia y en perfecto estado cuando algunas de sus compañeras parecían abandonadas. Se leía claramente: Orlando Bright, 1968-1999. Valiente agente. Honorable hombre. Extraordinario amigo y camarada. Querido hijo y hermano. Amado esposo y padre. Sentí el nudo en mi garganta a pesar que no debía estar allí. No sabía si un año atrás me hubiera sentido del mismo modo frente a él, si me hubiera importado al no saber la verdad ni sentirme tan cercana como ahora.
—Orlando no era como cualquier otro. Él no cargaba con la responsabilidad de ser el mayor, de hacerse cargo de la familia si papá algún día no regresaba, de ser el hombre de la casa cuando él simplemente no estaba, y tampoco tenía sobre sus hombros la carga de ser el orgullo de la familia por ser el primogénito. Tampoco era el menor por lo que no era el mimado como Vivien. Y en ningún momento aquello le afectó. Ni el exceso de responsabilidad que me daban a mí ni el exceso de cariño que le daban a Vivien. Él era feliz encerrado en su cuarto con sus libros, dejando que yo lo utilizara como compañero de entrenamiento o permitiendo que Vivien lo maquillara para sus fiestas de té —dijo John—. Él era especial. Tenía una chispa. Amaba la vida, y la disfrutaba con una eufórica alegría porque decía que ningún segundo era similar al anterior y nada le aseguraba que habría un próximo.
—Quizás tenía razón —dije.
—Crecimos sabiendo el secreto de nuestros padres, ambos eran espías. Estábamos preparados para que uno alguna vez no volviera, para un posible ataque en casa, para seguir sus pasos. Orlando era simplemente la persona más feliz y viva que conocí, y el mejor hermano que pude haber tenido. Siempre estaba sonriendo a pesar que yo lo usara como saco de pelea y siempre le ganara, o que Vivien le pusiera sus vestidos y lo obligara a sentarse en su mesa de juguete junto a sus muñecos. Nunca se negaba a algo. Acompañaba a mamá en las compras, se quedaba sentado y en silencio leyendo en el escritorio cuando papá tenía que quedarse despierto hasta tarde por trabajo. Ahora miro atrás y creo que él lo hacía porque sentía necesidad por compañía, por sentirse útil. Porque Vivien al ser la menor era la niña mimada a la que todos apreciaban y querían proteger, y yo al ser el mayor era el que se esperaba cumpliera con todas las expectativas de nuestros padres. Y quizás por eso, por aquella necesidad de compañía, aprendió a prestarles atención a los demás.
—¿Leía a las personas? —pregunté.
—Sé que lo hacía, pero callaba. Orlando era una persona incapaz de cualquier mal. Nunca me insultó, golpeó, siquiera me levantó la voz. Nunca fue malo. Él siempre tenía una sonrisa para ofrecer, una broma que decir, un gesto capaz de mejorar tu ánimo.
—Él era capaz de mejorar el peor de los días —susurré—. Mi mamá dijo aquello.
—Es cierto. Él tenía un don, era imposible sentirse mal en su compañía. Su alegría y entusiasmo de vivir era contagiosa. Cuando dejé la casa para ir al internado y empezar mi entrenamiento además del ya recibido de parte de mis padres él se hizo cargo de todo. Y luego vino conmigo. Nunca perdió su sonrisa. Los profesores lo amaban, nuestros compañeros lo invitaban todas las noches a salir, las chicas suspiraban cada vez que lo veían. Era sencillamente imposible sentir algo malo contra Orlando. Tan solo había una cosa que él no soportaba y aquello era la injusticia. Sí, había abusivos en el internado, los matones no existen solamente en las escuelas normales, Em. Era como tú.
—No, no debe ser cierto —dije.
—¿Crees que no te conozco? Yo te vi crecer todos estos años. Al igual que tú, Orlando no soportaba aquello, tenía que intervenir y defender al otro. Entonces era el único momento en que no sonreía. Era el único momento en que no callaba lo que veía. No era fuerte como yo, o escurridizo como Vivien, pero él de algún modo preveía los movimientos de su oponente y entonces lo vencía sin que lo tocase. Raras veces levantó el puño primero. Él no tenía necesidad. Lograba con sus palabras que el otro se retirara sin vacilar —dijo John—. Era demasiado justo y honorable, y ganó el respeto y amor de todos por eso.
—¿Tenía un mejor amigo? —pregunté.
—Sí. Siempre estaba con su compañero de dormitorio. Creo que su nombre era Lionel —dijo John y mi corazón falló un latido—. De todos modos, Orlando era muy popular, todo el mundo quería ser su amigo. Era una muy buena persona. Y no presumía ni se creía superior por eso. No miento cuando digo que eres su viva imagen. Y a veces tienes su misma mirada. Te veo a ti y me es difícil no ver a mi hermano también.
—No, yo no me comparo en nada a él. Jamás podría ser como él —dije y suspiré.
—Demasiado humilde en ese sentido. No crees que lo seas pero lo eres. Orlando tampoco creía ser destacable pero al igual que tú estaba seguro que era bueno en lo que hacía. Y al igual que tú me pidió a los quince años que consiguiera que le permitieran interrogar a alguien. Lo hice, convencí a mamá para que lo dejara, y en cinco minutos le quitó mas información a un hombre nivel tres que la que los agentes anteriores habían obtenido en días de interrogatorio. Él leía igual de fácil que tú a las personas, podía descifrarlas a la perfección, relatar lo que habían hecho antes o predecir sus acciones —dijo John y sonrió apenas—. Demasiado Sherlock Holmes creo.
—Supongo —susurré.
—No respetaba mucho las reglas tampoco. Ayudó a criminales solo porque consideraba que era lo debido, los dejó ir o colaboró con ellos. Él tenía un extraño concepto, creía que existían criminales honorables y criminales que debían ser detenidos cuanto antes. De seguir vivo, él también se hubiera negado a participar de cualquier misión que implicara ir contra Alice. Era un irrevocable sentimentalista. Y cuando conoció a Brigitte fue imposible despegarlo de ella.
—Nunca supe cómo se conocieron —admití.
—Tu madre estaba en la universidad, estudiando. Y cuando Orlando la conoció estaba saliendo con un sujeto bastante malo que soñaba con ser el próximo Kurt Cobain. Se conocieron en el campus. Él estaba allí por una misión, el profesor de asuntos legales estaba colaborando con una banda de narcotraficantes. Era la época del rock and roll, las minifaldas y las chaquetas de cuero. Tu madre se había tropezado y todos sus apuntes se le habían caído, lo sé porque mi hermano me tuvo despierto toda esa noche mientras me contaba el episodio una y otra vez. Orlando no había podido resistirse a ayudar a una joven que le resultó hermosa, él tenía cierta ilusión con el amor que quería volver real. Brigitte no había tenido un buen día, había discutido con su novio como siempre y Orlando lo notó por el delineador corrido en sus ojos y por lo sensible que estaba. Él la invitó a tomar algo, le levantó el ánimo como lograba con cualquiera, la hizo reír. Era un tonto completamente enamorado de ella desde el primer instante.
—No creí que a los agentes se les permitiera hacer algo similar —dije.
—No lo tenemos permitido, pero poco le importaban las reglas y los protocolos a Orlando. Se supone que no puedes mantener contacto de ningún tipo con un civil cuando estás en una misión, mucho menos si este está involucrado de algún modo y ella era una estudiante del profesor que él estaba investigando pero esa es otra historia. Intenté sin descanso persuadir a Orlando de lo contrario, convencerlo de no seguir con aquello. Debo admitir que mi hermano sufrió bastante, Brigitte salía con un idiota con quien siempre discutía y la dejaba llorando, ese sujeto le hacía muy mal a ella y Orlando la consolaba pero lo torturaba no poder hacer nada y tener que soportar aquello. Estaba empecinado con seguir intentándolo, creyendo que algún día ella quizás lo amase como él a ella —dijo John—. Si entonces estaba irrevocablemente enamorado no te imaginas lo que fue cuando ella se presentó, luego de haber estado llorando, en la puerta de nuestro departamento, le confesó que finalmente había dejado a su novio y que lo amaba a él. Estuvo incontrolable.
Nunca había escuchado aquella historia, y de hecho me era casi imposible imaginar a mamá de otro modo que como era ahora. No podía verla de otro modo que como la fuerte e independiente mujer que no se dejaba pisotear por nadie y que nadie se atrevía a contradecir. Pensar en que había tenido su momento en que discutía siempre con un idiota que la dejaba llorando era extraño, no era de Brigitte Stonem.
—Era un hombre que quería darlo todo, y creía que era posible eso. No abandonó el servicio al igual que tampoco abandonó a tu madre. Mi hermano tuvo, literalmente, una doble vida. Y en ningún momento aceptó un doble o le mintió a tu madre, simplemente le hizo comprender a Brigitte que existían preguntas cuyas respuestas no quería conocer. Tu madre debe haber sospechado que nuestra familia era demasiado extraña y ocultaba algo pero nunca preguntó. Se amaban locamente. Y por más que yo no estaba de acuerdo porque lo que Orlando estaba haciendo no solo era irresponsable sino que arriesgado, jamás vi a mi hermano tan feliz como lo fue durante esos años —dijo John y suspiró—. Él te amó tan locamente.
—Te escucho ahora, y es siempre la misma historia. Él, mamá y Ethan eran felices juntos hasta que yo nací y entonces por alguna razón sintió la necesidad de abandonarnos —dije—. Yo fui la causa. Es difícil no sentir aquel peso sobre mis hombros. ¿Pero por qué? ¿Por qué yo? ¿Qué hice? Quizás, si no hubiera nacido, nada de aquello hubiera pasado. Tú aún tendrías a tu hermano, mamá no lloraría a escondidas, Ethan no se sentiría responsable de tomar su lugar o se culparía por dónde terminé yo.
—Tienes que saber algo, Emma, y espero que comprendas que aquello no puede salir nunca de tus labios. Tu padre amaba a su familia, amó a tu madre como ningún otro hombre amó a una mujer y amó a tu hermano como jamás nadie será capaz de amar así a un hijo. Y a ti te amó del mismo modo. De haber sido posible jamás se hubiera separado de ti. Te hubiera llenado de regalos, te hubiera contado una de sus historias cada noche, hubiera vivido para tenerte entre sus brazos, y eventualmente te hubiera enseñado algunos de sus trucos como hizo con Ethan —dijo John—. Mi hermano renunció a su familia, y sufrió terriblemente por ello. Lo sé porque yo lo vi hacerlo, dejó de sonreír excepto cuando estaba con Ethan y te espiaba a ti y a Brigitte, y se obsesionó terriblemente con el trabajo.
—Sigo sin tener una respuesta, sin saber por qué yo —dije y él sonrió tristemente.
—¿No es evidente, Em? Creí que a esta altura podrías imaginarlo.
—No puedo —dije—. Ethan me dijo...
—Ethan sabe lo que tiene que saber para estar a salvo pero no lo sabe todo —dijo John—. Orlando jamás lo admitió, pero yo lo sé. Solo aquello explica su repentina decisión y su obsesión con el trabajo luego. Y mintió al decir que no eras su hija y acusar a Brigitte de haberlo engañado creyendo que así podría ponerlos a salvo. Fue amenazado con su familia. Algo lo obligó a hacer aquello, y realmente no le debe haber dejado otra opción porque te juro que de lo contrario mi hermano jamás hubiera sido capaz de algo similar.
—Yo...
—Sé la historia que Ethan te contó, y esa es la que él sabe. No puede saber el resto, no puede saber la verdadera razón detrás porque entonces se obsesionará igual que tu padre con atrapar a quien lo amenazó. Lo cierto es que temo la reacción de tu hermano si alguna vez sabe de esto. Quiero mantenerlo a salvo. No quiero que pases por lo mismo que yo, Emma. ¿Sabes por qué yo sigo con vida cuando mis dos hermanos menores fueron asesinados frente a mí sin que pudiera salvarlos? Estoy con vida para sufrir por ello, pero también para trasmitir la advertencia. Orlando murió por ir tras quien amenazó a su familia. Vivien no soportó su muerte, a pesar de estar retirada investigó el caso, y llegó a algo. Me llamó para hablar de aquello diciendo que no era seguro trasmitir la información de otro modo. Fue asesinada antes que pudiera decirme lo que quería —dijo John—. Mis hermanos se metieron en algo demasiado serio, y fueron asesinados por eso. Y yo, que era el mayor, que debía protegerlos, fallé. No volveré a cometer ese error. Ethan no puede saber la verdad porque entonces irá tras el responsable y será asesinado también. Alice tampoco puede conocer la verdad.
—¿Y entonces por qué me la dices a mí? —pregunté.
—Porque no puedes callar algo así de todos, necesitas al menos un confidente. Y porque ya no hay nada que pueda hacer por ti para protegerte de eso, tú ya estás metida de todos modos en ese asunto. ¿No es así? —preguntó él mirándome y no respondí—. No soy tonto, Emma, no pudiste repentinamente haber decidido de un día para el otro aceptar trabajar para el Servicio Secreto. Cuando Ethan te trajo aquel día y te vi supe que algo había cambiado. No sé qué historia le inventaste a tu hermano para justificar tu repentina decisión pero yo sé que tú descubriste algo.
—Él no sabe, es mejor que no termine metido en eso.
—Dice que no quisiste explicarle lo que pasó, que un hombre te estaba esperando en tu camerino y te quedaste a solas con él luego de mandar fuera al joven Parson. Cuando tu amigo y Ethan fueron a buscarte, estabas sola y entonces le dijiste lo que ambos ya sabemos —dijo John—. Le pediste que te trajera, que aceptabas trabajar para el Servicio Secreto. ¿Qué sucedió esa vez Emma? ¿Quién era ese hombre?
—Alguien que no debería estar libre. Y quien me considera una amenaza.
—Nada hará que te olvides de él. ¿Verdad? —preguntó John y negué con la cabeza—. Lo sabía. Orlando tuvo la misma determinación aquella vez. Al menos quiero que sepas que puedes confiar en mí en eso, que no debes arriesgarte completamente por tu cuenta. No pude salvar a mi hermano, tampoco pude salvar a mi hermana, pero puedo intentar salvarte a ti.
—No tienes por qué hacerlo.
—Al contrario de lo que crees, realmente los amo a ti y a tu hermano. Son lo más importante para mí. Son familia. Cuidaré de los hijos de mi hermano con mi propia vida. Y he hecho todo lo posible por ocupar su lugar y cuidar de ustedes. Jamás los abandonaré, ni siquiera ahora. Ni a Ethan, ni a ti. Y yo sé que tú crees que no es así, que no me importó cuando Ethan estuvo cautivo o cuando fui duro contigo, pero del mismo modo que me repetía que había entrenado bien al chico y sobreviviría me repetí que tú serías astuta y reaccionarías antes de terminar metida en serios problemas por acciones insensatas —dijo John—. No te equivoques Emma, yo fui el primero en defenderte cuando el Servicio Secreto te acusó de haber ayudado a este doble-agente a escapar. Yo moví las piezas para asegurarme que no te metieras en problemas.
—Nunca me creíste —dije.
—Ambos sabemos la verdad sobre ese asunto —dijo John.
—¿Qué crees que hubiera pensado él? —pregunté mirando el retrato de mi padre.
—Ya te lo dije, hubiera hecho lo mismo —respondió John y puso una mano sobre la placa—. Visito cada mañana a mi hermano, me aseguro que siempre tenga una flor. No soy el único. Tu padre era muy querido.
—Me hubiera gustado conocerlo —admití casi en un susurro.
—Era lo que él más quería.
Permanecí en silencio, intentando asimilar todo. Cada vez, cada simple día, aprendía un poco más sobre mi padre y lo conocía mejor. Era increíble como en unos pocos meses había pasado de ser un completo desconocido para mí, alguien que mientras vivió nunca tuvo interés de ningún tipo en mí, a una persona que había renunciado a lo que más amaba, su familia, para protegerla. Y comprendí por qué John callaba la verdadera historia detrás, por qué Ethan no sabía todo y por qué pretendía que yo callara también. Y aún peor que todo aquello, comprendí que, quizás, Lionel hubiera hecho mucho más de lo que yo sospechaba.
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