Capítulo 4
Dim Mak. Si no sabes lo que es, o si te toma tiempo recordar que alguna vez tu hermano te habló al respecto como es mi caso, se trata de un antiguo arte oriental (nada sorprende aquella parte, antiguo y oriental parecen estar ligados siempre) conocido como el toque de la muerte. No sabía si aquello era cierto, en todo caso Ethan no lo había afirmado, pero sí podía confirmar que mi brazo y mi pierna no eran más que partes sin utilidad para mí. Parecían dos spaghetti, y no podía moverlos de ningún modo. Tuve que sentarme en la cama ya que sostenerme con un solo brazo de la cómoda estaba empezando a ser difícil. Intenté recuperar de algún modo la movilidad de mis extremidades, nada.
Dim Mak, toqué de la muerte o no estaba bastante cerca de eso. Lo poco que sabía, que recordaba de una rápida y casual lección de Ethan como eran la mayoría (pequeñas conversaciones donde él lanzaba datos al azar y me enseñaba un poco de lo que sabía), era que consistía en golpear ciertos puntos sensibles en el cuerpo. Tres rápidos golpes con dos dedos y mi pierna era tan inútil como si no la tuviera.
Enzo volvió minutos después con una pequeña, vieja y frágil taza de té. El borde estaba cascado en una parte, y parecía más de un antiguo juego de té para muñecas que una taza real, pero tendría que servir. La tomé con mi mano buena sin dejar de dedicarle una mirada de odio y entonces la olfatee. El dulce aroma logró relajarme y mi nariz no muy entrenada no percibió ningún tipo de veneno o calmante. De todos modos, no bebí. No bajaría la guardia del todo y no era tan estúpida como para aceptar tan fácil una taza de té de parte de un criminal.
—Sabes, realmente no tienes fundamentos para estar molesta conmigo. Eres tú quien irrumpió en mi departamento, yo tan solo hice lo que cualquiera hubiera hecho —dijo él sentándose detrás de mí.
—Si me vuelves a poner una mano encima clavaré mi tacón de siete centímetros en tu garganta hasta que salga del otro lado —dije observando el oscuro líquido.
—Entonces estarás así por unas buenas horas, y algo me dice que tú no puedes permitirte estar parcialmente lisiada —dijo él y puso una mano en mi omóplato izquierdo, haciendo apenas la presión necesaria y masajeando suavemente de modo que la sensación volvió a mi brazo lentamente—. Hablas francés de un modo perfecto lo cual significa que lo hablas desde niña o tuviste una rigurosa educación sobre la lengua los últimos años.
—Origen italiano, pero creciste en París desde pequeño, por eso tu perfecto francés sin acento —dije.
—He escuchado que el instituto francés de Londres es excelente, es bueno comprobar el nivel de sus estudiantes —dijo Enzo y luché por no tensarme—. El modo en que sostienes la taza. Una inglesa, y una acostumbrada a moverse en alta sociedad y de la cual se espera cierta educación superior. Y el té no tiene nada.
—No te creo —dije y él arrebató la taza de mi mano antes de tomar un largo sorbo.
—A pesar de lo que creas, mis manos están limpias, agente —dijo él y le arrebaté la taza antes de volver a darle la espalda—. Solo un agente secreto puede ser tan desconfiado.
—Te equivocas si crees poder leer a través de mí tan fácilmente —dije y bebí un poco, el té se sentía limpio pero de nuevo mi lengua no estaba experimentada en sustancias sospechosas—. Estudiante de la Sorbone, filosofía y sociología. Y tal vez algunas clases de arte también dada tu pequeña pasión por el arte y la falsificación perfecta de este. ¿Entonces qué le sucedió a ella?
Fue entonces su turno de tensarse completamente al escuchar aquellas palabras. No pudo ocultarlo, la mayoría de las personas no podía mantenerse indiferente cuando tocabas una fibra sensible, si no fuera una perfecta actriz gracias al intensivo y cuestionable entrenamiento de Maurice posiblemente no hubiera podido pretender que sus palabras no me afectaban. A fin y a cabo, estaba tratando con alguien que se dedicaba a lo mismo que yo: descifrar personas. El ensayo a medio hacer sobre la cómoda con citaciones de Rousseau y Voltaire además de su casual apariencia delataban fácilmente a un estudiante universitario de la Sorbone. Alguien que pintaba arte de Louvre no podía conformarse con menos. Internamente sonreí, yo había ido más lejos que él, había pasado la identidad para llegar a lo sentimental.
—Eso es más privado —dijo Enzo.
—Lo sé —dije simplemente—. Escucha, tan solo dame el anillo y entonces podremos pretender que esto nunca ocurrió.
—No sé de lo que hablas.
—No tienes idea de con quién estás tratando. Sé que tienes el anillo que le robaste a la novia de Giorgio Difaccio hace unos días. ¿Esta taza? Dice más de lo que crees, veo cosas al igual que tú —dije levantándola a la altura de mis ojos y examinándola—. Veo la historia detrás. ¿Me dirás que no tienes unos euros para una taza decente y en buen estado? Existe un ella detrás y por alguna razón no está aquí. Por eso robas objetos sentimentales a criminales de los más peligrosos y prestigiosos que existen.
—Deberías tener cuidado, no sabes con quién estás tratando.
—No conociste al último chico con el que salí. Créeme, ya nada me sorprende.
—No debió haberla pasado nada mal contigo.
—Creo que eso depende del punto de vista y el momento. Quiero el anillo que robaste.
—No fui yo —dijo Enzo.
—Si me lo das entonces partiré y podremos pretender que nada de esto sucedió —dije y suspiré—. Sé que lo tienes. No me hagas decir que tú eres el responsable de aquel robo porque no creo que Giorgio reaccione muy bien si llega a saber aquello. Es mucho más fácil y mejor tratar conmigo, mis manos están casi limpias.
—No es por nada, mademoiselle, pero personas como yo no tienden a confiar en personas como tú —dijo él—. ¿Y cuál es tu interés en ese anillo?
—Negocios —respondí.
—¿Aprobados por tus superiores? —preguntó él.
—Mi relación con los hombres de traje es bastante abierta. ¿Ahora vas a darme el anillo?
—No —dijo Enzo.
—Pero lo tienes —dije molesta.
—Me siento halago en que creas que yo, una simple rata callejera, fui capaz de robarle a Giorgio Difaccio una posesión tan preciada para él, sobre todo sentimentalmente, y huir con vida además de salirme con la mía. Pero eso no implica que realmente lo haya hecho.
—Entonces dejaremos que él lo decida.
Me di vuelta y le sostuve seriamente la mirada. Él realmente no tenía idea de con quién estaba tratando o cuan inflexible podía llegar a ser yo. Me mantuve firme, indicándole con mi mirada que no dudaría en hacer esa llamada y señalarlo frente a Giorgio. Él estaría complacido, y yo sabía que Enzo mentía. Una de las ventajas de ser una actriz era que resultaba sencillo saber cuando el otro estaba actuando, cuando mentía deliberadamente en mi rostro. Y Enzo no era un buen actor en comparación a mí. Podría haber engañado a otro, pero no a mí, y debió notar aquello en mi mirada.
—¿Cómo reaccionarían tus superiores de saber esto? —preguntó él.
—Los hombres de traje tienen una regla bastante simple —respondí acercándome a él tanto como fue posible y dije lentamente las palabras a solo centímetros de su rostro—. Todo sea por el éxito de la misión.
—Eres una Bright —dijo Enzo y sonreí.
—Así es. Supongo que sabrás entonces que no es nada bueno tratar conmigo.
—Entonces es cierto lo que dicen, tan hermosas como peligrosas. Algún día haré una tesis sobre cómo ustedes son las nuevas sirenas del siglo veintiuno.
—Me aseguraré de tener una copia. Sé que me estás mintiendo y sé que fuiste tú quien tomó el anillo. Lo quiero. Ahora.
—Es una lástima, ya no lo tengo —dijo Enzo—. Esa cosa vale millones.
—Unos millones que no veo aquí.
—¿Qué puedo decir? Soy un hombre peculiar. Me gusta invertir y planear para el futuro.
—Consigue ese anillo de regreso.
—¿Por qué? Ahora la pelota está mi cancha, mademoiselle. Y no puedes hacer nada, porque te puedo asegurar que si me delatas no diré ninguna palabra y moriré sin revelar una pista sobre dónde está el anillo ahora.
—No vas por buen camino si intentas desafiarme —Dije y él sonrió con diversión.
—Tú no vas por buen camino si pretendes tener poder sobre mí —dijo.
Ok, quizás Diana podría haberme advertido un poco más al respecto sobre con quién trataría. Era astuto, debía ceder en ese punto, y lo que era peor: era muy parecido a mí en algunos aspectos. Y fue eso lo que me bastó para saber la verdad. Lo miré, y luego miré la pequeña taza en mi mano. Estaba viendo, de algún modo, un reflejo de mí meses atrás. Yo me había atrevido a discutir del mismo modo frente a un agente. Conocía el origen de su determinación, sabía cómo se sentía y también sabía que no mentía cuando aseguraba que moriría sin decir nada sobre el anillo si ese era el caso.
—¿Desapareció? —pregunté y su mirada se endureció, no respondió—. Sí, eso fue. Y no sabes quién fue el culpable. Tampoco la has encontrado o sabes qué le sucedió. Lamento lo de tu hermana.
—No es cierto —dijo él—. No sabes lo que se siente.
—Sí lo sé —dije—. Mi hermano estuvo desaparecido en acción. Cada maldito día fue una agonía. No sabía si lo encontraría vivo, solo sabía que debían estar torturándolo.
—Días —dijo él y casi rió—. No tienes idea de cómo se siente. Intenta con años. No te haces una idea de cómo se siente, llegas a preferir que haya muerto y saberlo para no sufrir cada día por no saber nada.
—He visto las marcas de eso en otro, y sé que aún hoy en día sigue buscando a quien perdió y sufre por ello. No creas que no sé cómo es.
—Debiste haber sido muy cercana con tu novio para que te confiara aquello —dijo él sonriendo astutamente y mi corazón falló un latido.
—No era mi novio —dije manteniéndome impasible, al menos pretendiendo.
—Eso no es lo que dice tu corazón. Tus palabras pueden asegurar lo contrario pero tu voz te delata. Tú lo dejaste, y te arrepientes de haberlo hecho. Piensas en él a menudo, no lo has olvidado. ¿La cinta roja en tu muñeca es compromiso?
—Contra la envidia —dije.
—Está tan fuera de lugar en ti, sabes que yo tengo razón —dijo Enzo—. Él quería compromiso, pero no te atreviste, tuviste miedo. Sabías lo que el compromiso significa para alguien que juega en tu terreno. Y por eso lo dejaste, seguramente lo heriste al hacerlo, y ahora sufres en silencio y cargas tu pena por eso. Te sientes culpable. Porque lo que sentías era real, y sabías que eras correspondida del mismo modo.
—Quiero el anillo de vuelta.
—Ahí está. Sabes lo que un objeto así, tan insignificante para otros pero tan importante para los involucrados por los sentimientos que representa, puede llegar a significar —dijo él y la próxima vez que habló lo hizo lentamente, imitándome—. Devolveré todo lo que robé cuando tenga a mi hermana de regreso.
—Trato hecho —dije.
Lo tomé completamente por sorpresa, logrando salir de aquella trampa mortal, y antes que pudiera hacer o decir algo más tomé su mano y la estreché como si todo estuviera sellado. Le sostuve la mirada seriamente. Estaba lívido, posiblemente no había esperado para nada aquella respuesta de mi parte. Si lo que él quería era jugar entonces aceptaría el juego, el desafío. Lidiaría con alguien que era mi reflejo si era necesario pero Alicia recuperaría su anillo. Y al menos, la sorpresa del momento, logró que dejara de lado lo otro.
—En una semana, debes presentarte en Londres. Si quieres mi colaboración entonces no faltarás a la cita —dije—. Y no dudes que soy capaz de cumplir, no me conoces, no sabes de lo que soy capaz ni los contactos que están a mi alcance. Ahora, necesito mi pierna de regreso, tengo un tren que tomar.
—Eres realmente una caja de sorpresas —dijo él.
—Espero que cumplas con tu parte porque de lo contrario me aseguraré que termines encerrado por todos tus crímenes.
Lo ignoré y bebí mi té tranquilamente. ¿Cuándo me había convertido en uno de esos serios personajes de películas? En poco tiempo terminaría usando traje al igual que el agente Scarlet. ¡Horror! Tendría que pedirle a Ethan que jamás permitiera que llegara a ese extremo. Genial, había terminado metida en medio de una cadena de favores. Mi misión había pasado de conseguir un código para que alguien pudiera infiltrarse en una reunión de la mafia a encontrar a una chica que había desaparecido hacía años. Bien, podía con eso. Al menos volvería a mi ciudad y estaría trabajando en mi área, poniendo mis propias reglas. Y si este ladrón realmente quería que lo ayudase entonces necesitaría información.
Recuperé el control sobre mi pierna luego de un rápido masaje. Me quedé quieta, aún sentada sobre la cama mientras tomaba lo que quedaba de mi té, y él tomó su ensayo filosófico y continuó escribiendo. Era simplemente inusual lo normal que parecía la escena, dos estudiantes simplemente reunidos. Nunca antes había tratado con alguien que, al igual que yo, dividiera su vida entre la normalidad y sus estudios, y la otra parte que nadie más conocía. Y tampoco, nunca antes, había tratado con alguien que me había descifrado tan fácilmente como yo hacía con los demás.
—El viernes por la tarde. No puedo y no quiero ausentarme mucho a clases por lo que no pretendas que lo haga, tendrás que aceptar mis tiempos —dijo él mientras su bolígrafo seguía rasgando el papel—. Y si lo que estás intentando es engañarme entonces puedes despedirte de nuestro trato y también del objeto que más valor tenga para ti.
—Si te atreves a robarlo te perseguiré hasta el fin del mundo. No me preguntes cómo, miserable rata, pero me aseguraré de encontrarte y hacer que te arrepientas —dije—. Y si vuelves a jugar con mi vida yo haré lo mismo con la tuya.
—¿Tienes algún alias? No, seguro no, te basta con ser una Bright.
—No me llames así.
—No tengo ningún nombre por el cual llamarte.
—Emma.
—Lindo nombre —dijo Enzo—. ¿Y por qué trabajas para el Servicio Secreto?
—¿Por qué robas y falsificas arte además de tus resentimientos personales hacia la mafia? —pregunté.
—Es un modo de hacer mucho dinero y rápido, no es algo que realmente haga por placer como crees.
—Hay un hombre que quiero detener.
—¿Él te hizo algo? —preguntó Enzo.
—No lo sé —admití—. Pero sí sé que le hizo cosas horribles a muchas personas y que no puede andar suelto haciendo de las suyas, es una amenaza.
—Parece algo más personal —dijo él.
Suspiré, no cedería en eso. Ese hombre... Él había conocido a mi padre, ambos habían sido compañeros durante su entrenamiento pero mientras que mi padre había jurado lealtad y proteger con su vida a su nación él había cruzado la línea. Había preferido el dinero y el poder al honor. Mi padre había intentando detenerlo y había fracaso, su lucha interrumpida por su prematura muerte. Y por más que no tenía modo de saberlo, algo me decía que Lionel había tenido algo que ver en aquello. El modo en que se había parado a hablar de mi padre y su muerte como si fuera un hecho insustancial pero digno de recordarse, la advertencia en su voz al decirme que me mantuviera fuera de su camino o terminaría como él... Y todo el mal que él le había hecho a su hijo. Aquellas eran razones más que suficientes para mí para intentar concluir lo que Orlando Bright no pudo.
—En cierto modo, supongo —dije—. Lamentablemente, no me veo encontrándolo en un futuro cercano. Mi padre lo intentó durante años y no pudo, y él definitivamente debió haber sido un espía mejor que yo.
—Entonces se trata de un asunto familiar —dijo Enzo—. Quieres terminar lo que tu padre comenzó. ¿A quién buscas?
—Un hombre llamado Lionel —dije y él se tensó completamente.
—No podemos estar hablando de la misma persona.
—Al parecer conoces a todos los grandes criminales y disfrutas de robarles, seguro que estamos pensando en la misma persona. He aquí una pista, ha estado con demasiadas mujeres creo.
—No podemos estar hablando de ese Lionel. No sabes tras quien estás yendo. Ni siquiera yo me he atrevido a considerar la idea de robarle algo.
—Al contrario, sé perfectamente tras quien estoy yendo, y es por eso que sé no lo atraparé en un futuro cercano. Ya he tenido la oportunidad de lidiar con algunos de sus hijos, o hijastros, lo que sea.
—No te conozco, pero me siento en la obligación de decirte que ese es posiblemente el criminal más peligroso que existe en la tierra.
—Él y yo tenemos un asunto pendiente. Simplemente eso. No eres un crim como cualquier otro.
—Tú tampoco cumples con los parámetros normales de un agente —dijo Enzo—. La pregunta es: ¿puedo confiar en ti?
—La primera lección que aprendí cuando me metí en este mundo es que nunca se puede confiar en nadie, ni en uno mismo. Pero sí, supongo que puedes confiar en mí, soy una persona honorable y respeto lo justo y bueno sobre lo demás —dije—. Sino no hubiera hecho aquel trato contigo. ¿Y yo puedo confiar en ti?
—Dejando de lado el asunto del robo soy como cualquier otro chico —dijo él.
—Eso no es muy tranquilizador, conozco a los hombres. Y tu alias no es muy alentador.
—He hecho las cosas que consideré necesarias para conseguir lo que quería, Emma, pero eso no significa que soy una basura de tipo rompiendo corazones y aprovechándome de mujeres. Al contrario, hago favores —dijo Enzo sonriendo.
—No veo lo que haces como un favor.
—¿Tienes alguna referencia de mi tipo? —preguntó él.
—Conozco al Chat Noir.
—Te puedo asegurar que yo no soy nada como ella —respondió Enzo—. Tómalo como un servicio, una vez sin compromiso de ningún tipo. Todos necesitan un momento de locura, liberación, distracción para olvidarse de alguien o vengarse. Yo ofrezco eso, a cambio de una paga.
—Perfecto, un gigolo. ¿Cobras por hora o por noche? —pregunté.
—¿Realmente quieres saber? —preguntó él con malicia y sonrió al mirarme—. Puedo pretender ser él si quieres, o al contrario. Puedo hacerte olvidarlo.
—Una semana. Londres. Preséntate o nuestro trato queda anulado —dije levantándome y alejándome sin mirarlo—. De un modo u otro, conseguiré ese anillo.
—Bright —dijo él.
Me detuve en la puerta sin poder evitarlo. Mi traicionero corazón falló un latido. Mi mente me jugó una mala pasada al confundir su voz con la de un otro. Sabía que no era real pero por alguna razón, por ese pequeño instante creí escucharlo a él y no al ladrón que estaba detrás de mí. Y mi cuerpo se detuvo completamente al creer que se trataba de su voz. Luché contra los recuerdos, contra la necesidad de saber algo. ¿Dónde estaría ahora? ¿Qué estaría haciendo? ¿Seguiría pensando en mí o me había olvidado tal como le pedí que hiciera?
—Así te llamaba él, por eso no quieres que otro lo haga —dijo Enzo—. Ahora tan solo queda saber si se trataba de un agente o un criminal.
—Te deseo suerte con esa, nunca la adivinarás —dije.
—Te daré un consejo, gratis, solo por esta vez —dijo Bel Ami—. ¿Has pensado que quizás lo que crees sentir es una ilusión? La primera vez que realmente sentimos puede parecer incomparable, mágico, pero es solamente porque tenemos la ingenua creencia que aquello nunca terminará. Por eso es inolvidable, por nuestra inocencia. Y el dolor que le sigue es aquella ilusión rota. ¿Se te ha cruzado por la cabeza que estás imaginando lo que sientes? Deberías intentarlo con otro, te sorprendería saber que en realidad no es tan terrible.
—¿Por qué debería seguir el consejo de alguien como tú? Y, realmente, no sabes mi historia así que abandónala.
—Al contrario, Emma, la puedo imaginar bastante bien. Dices ser una persona noble, eres valiente por lo que me has demostrado. No temías correr peligro, temías ser utilizada en su contra. Este es un mundo muy difícil para nosotros. Las armas no son suficientes para herirnos, las personas despiadadas y sin honor querrán herirnos a través de quienes nos importan. Eras su debilidad, porque realmente le importabas, y él a ti por lo que creíste que lo mejor sería dejarlo. Era algo sencillo de hacer.
—¿Es eso lo que te tortura cada noche? —pregunté y él no respondió—. Los medicamentos sobre la mesa de noche, tomas pastillas para dormir porque no puedes por tu cuenta. Temes que la estén dañando a ella. No eres libre, no puedes simplemente olvidarte de tu hermana y no pensar en su actual estado desconocido. Este puede llegar a ser un juego interminable, Enzo.
—Es curioso, debes admitirlo. Nunca antes había conocido a alguien que también viera a través de los demás, nunca antes había experimentado lo que se sentía ser descifrado por otro apenas unos pocos minutos después de conocerlo.
—El sentimiento es mutuo.
—Sin embargo estoy en desventaja, ya que estoy en mi departamento y me tomaste con la guardia baja. Me gustaría saber cómo serían las cosas si estuviéramos en tu habitación. Entonces tendría cosas mucho más interesantes para decirte.
—Y yo sobre ti —respondí—. Podemos seguir cuanto quieras.
—Debes admitir que es interesante —dijo él—. Y entretenido en cierto punto. Debimos haber compartido el mismo tipo de soledad para aprender a observar a los demás. Es extraño.
—¿Qué cosa? —pregunté.
—Lo mucho que nos parecemos en realidad. Haber encontrado un igual. Nunca antes imaginé algo similar, nunca antes pensé que podría ser posible —dijo Enzo—. Espero ansioso el viernes.
Él dejó su tarea de lado y se levantó para acompañarme a la puerta principal, como si en realidad fuera un caballero. La abrió y la sostuvo para mí. Lo miré una vez, siéndome fácil comprender por qué las mujeres caían tan fácilmente por alguien como él. La predisposición natural había estado de su lado y aún peor, sabía cómo lucir bien. Si aquello se le agregaba su habilidad por descifrar a las personas, le tomaba una simple mirada y quizás algunas palabras saber qué decir o cómo actuar para conseguir una chica. Y no podía decir nada al respecto, porque yo también sabía jugar de ese modo.
Tomé un bolígrafo de mi bolso y rápidamente escribí mi número en su mano. No me despedí, simplemente le di la espalda y me alejé mientras sus palabras seguían repitiéndose en mi cabeza. ¿Así se sentía lo que yo le hacía a los demás? Tendía a guardar mis deducciones para mí misma, callarlas. Recibir una probada de mi propio chocolate no se había sentido nada bien. ¿Realmente era tan fácil de leer? Había sido demasiado extraño que alguien más, un completo desconocido, hubiera sabido todo en cuestión de minutos y el amargo sabor en mi boca era a causa del pasado removido en mi interior.
Me mantuve completamente bajo control, indiferente, y no mostré ninguna prueba de que me había afectado aún cuando salí del edificio. No fue hasta que estuve en el metro y este arrancó que quise soltar una maldición y pasé una mano por mi cabello. Por tan solo un instante, mis ojos escocieron, pero no permití que fueran más lejos. Odiaba llorar, nunca lo hacía, y no lo haría por un hombre o por un dolor que yo misma me había causado. Me había prometido que ninguna lágrima más sería soltada por su causa.
Enzo no se había equivocado en nada, la historia realmente había sido así. Sí, él había querido más, había deseado un compromiso que yo rechacé a pesar de siempre haberlo estado buscando por lo que aquello implicaba. Había sido la decisión correcta. Sentir algo por mí casi le había costado demasiado, y yo no había deseado ser vuelta a utilizar en su contra. Había sido su debilidad, hubiera cometido errores por mí y terminando pagando por ellos, y los errores podían ser mortales en esta vida. Así que no me había quedado otra opción más que dejarlo, asegurarme que no volviera a estar en peligro por estar relacionado conmigo.
Mi corazón me odiaba por aquello, y Alicia posiblemente me reprocharía de saber. Según ella la mejor decisión no siempre era la correcta sino aquella de la que no te arrepentías. ¿Me arrepentía? No lo sabía. ¿Había sido la mejor decisión? Eso era bastante discutible. Pero había sido la correcta. ¿No? ¿Hubiera preferido volver a pasar por lo mismo? ¿Lo hubiera soportado? Mi vida había dado un cambio de ciento ochenta grados en aquel momento, habían sido muchas cosas por tratar. No podía simplemente tratar con el Servicio Secreto y un chico que realmente me importaba y al cual le importaba a la vez. Hubiera sido demasiado, deshacerme de uno definitivamente había aligerado la carga pero el traicionero órgano que latía en mi pecho ahora estaba ofendido con mi decisión y no se mostraba muy colaborador desde entonces.
Recuperé mi equipaje, y conseguí un boleto para el siguiente tren a Londres. Si iba a tratar con alguien como Enzo la mejor manera era con mi mente en orden y despejada, y el método más efectivo que conocía para aquello era seguir con mis ensayos.
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