UNO
24 diciembre 2004
A Naka le gustaban las fiestas de fin de año, le gustaba ver a la gente borracha porque pensaba que en algún punto estaban felices gracias a ello, y en algún momento, años más tarde, lo iba a confirmar. Le gustaba que festejen y que, a pesar de la situación financiera de la familia, se abrieran muchos regalos. Eran algo así como las siete de la mañana, quedaban pocos, Alma y Valentín, que eran sus hermanos, la madre, que quería ir al baño pero que si se levantaba de la silla se caía al suelo, y Naka. Alma, hermana mayor, le ofreció vino blanco y ella bebió, tenía catorce años y de alcohol había probado sólo cerveza que en un cumpleaños le robó al padre. El vino le gustó, le encantó y quiso más. Pero la hermana le dijo que no.
Se hicieron las nueve de la mañana. Era ella y Luzbelito de fondo con un solazo que le partía la espalda. Pensó en lo bien que la había pasado en la noche, en las zapatillas blancas y en las sábanas negras que le regalaron, que tanto deseaba. Pensó en ponerse a limpiar, la casa y el patio eran un desastre por donde lo mirasen. Pero pensó, que mejor no.
Curiosidad, podemos llamarle, no se me ocurre otra cosa. Robó un cigarrillo de la mesa y se encerró en el baño. Fue como por inercia, lo hizo rápido, no lo pensó mucho, miró a su alrededor fijándose que nadie la haya visto. No había moros en la costa, estaban todos durmiendo plácidamente. Se había olvidado el encendedor, estaba nerviosa. Desde que tiene memoria, su madre, Alma, Valentín, su padre y una compañerita del colegio en el baño del colegio, fumaban. Quería sentir la nicotina en su paladar, entender por qué le gustaba tanto a la gente. E intentar cómo se siente la gente en unos años le iba a traer problemas.
Salió del baño y de la cocina robó un encendedor rojo. Directo al bolsillo y al baño nuevamente. - ¿Lo hago? - pensó. - A la mierda, ya fué. -
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