Capítulo 41: Todos los días son viernes.

Lo de ser feo no era un problema para Caballo de Oros cuando era pequeño. Era uno más en el Castillo Real del Reino de Oros. Los hijos de los nobles sin feudo que se encontraban en la Corte recibían su instrucción en el castillo. Fue entonces cuando Caballo de Oros conoció a Sota de Oros. Era el hijo de un Caballero del Reino, que a la vez era hermano del Señor de Valturn, al Norte del Reino de Oros. Vamos, que su padre era un noble sin título más allá que el de caballero. A Sota de Oros no le quedarían ni las sobras, pero al menos era noble y eso se cotizaba en la vida de palacio. Mientras tanto, Caballo de Oros no era nada. Bueno, sí, era feo.

Pero lo de ser feo no era importante por aquel entonces. Caballo de Oros era el hijo del chef de Palacio. Sí, el chef de Palacio era noble, pero noble lejano. Vamos, que en una línea muy lejana un familiar directo fue Señor de algo, pero actualmente el título lo tenía un tío lejano al que no había visto en su vida. Pero esas cosas no importaban, en Palacio había muchos pringados en términos de prestigio medieval aparte de él. La cosa es que así era más duro abrirse un hueco en la alta sociedad del Reino.

Los niños del Reino de Oros eran un poco repipis a la hora de hacer amistades. Algunos hasta te miraban el título nobiliario. Pero con Sota de Oros no era así. Es cierto que Sota de Oros tampoco es que fuera nada del otro mundo, pero su tío directo era Señor de un Feudo, era alguien importante. Y aun así hablaba a Caballo de Oros como si fuese un igual. Desde su más tierna infancia surgió una bonita amistad.

Cuando Caballo de Oros se hizo mayor, su amistad con Sota de Oros seguía latente. Ambos habían sido colocados como pajes en el Castillo por sus indudables habilidades (el enchufe de sus papis) y solían verse todos los días para hacer trabajos de lo más variopintos como desatascar las cañerías de palacio (porque en el Reino de Oros había tanto dinero que existía un novedoso sistema de alcantarillas en las mazmorras de castillo basado en evacuarlo todo a la mazmorra y que alguien lo desatascara pasado un tiempo, que para su tiempo ya era demasiado) o buscar al gato de la princesa. La amabilidad de Sota de Oros y su gran gusto por el buen champagne hicieron que Caballo de Oros solo tuviera ojos para él.

El hecho de ser feo ya cobraba más importancia una vez entrada la adolescencia. El aspecto se convirtió en un tema muy importante entre la alta sociedad juvenil de la Capital de Oros. Las fiestas y el celuloide acaparaban la atención de los jóvenes nobles sin título y con él del Reino. Caballo de Oros decidió adaptarse a la sociedad desde que tuvo oportunidad. Si era feo, por lo menos tenía que ser alguien relevante, así que decidió ser simpático, fiestero, extrovertido y divertido para convertirse en uno de los famosos más in de la capital. Obviamente, Sota de Oros pasaba de todo eso.

Caballo de Oros, en el fondo, sabía que a su amigo todo el celuloide no le importaba, pero él pensaba que siendo alguien chic y guay conseguiría llamar su atención y ser de interés para él. Porque era feo. Y siendo feo no captabas la atención de nadie, por lo menos para bien. Ser feo, una vez pasada la infancia, era un drama total en la alta sociedad. Pero bueno, Caballo de Oros, a pesar de su aspecto, consiguió hacerse un hueco como socialité en la noche de la Capital de Oros. Era el alma de la fiesta. Su gusto por la moda y por el buen Don Perignon le avalaban. Además, siempre tenía flyers para las mejores fiestas en los mejores palacios de la ciudad. Y así, se hizo popular.

Sota de Oros, sin necesidad de fiestas, ya era popular entre la chavalada. Era guapo y se notaba. Demasiado guapo. Tanto que contrastaba con Caballo de Oros. La belleza de Sota de Oros era la típica belleza cayetana que triunfaba en los torneos de polo y cricket. Aparte de ello, Caballo de Oros veía algo más en él. Sota de Oros fue el único en tenderle su mano antes de que se hubiese convertido en el rey de la fiesta nocturna de Oros. Y eso le llegaba a la patata. Antes de darse cuenta, tenía un crush en Sota de Oros. "Pero soy hetero y muy hetero", pensó al principio, aunque la verdad es que nunca se había interesado por nadie que no fuera Sota de Oros, así que al final concluyó en su fuero interno que no era tan hetero. Esta reflexión le llevó a definirse como "viersexual", aunque Sota de Oros no solo le interesaba los viernes. Podría decirse que al lado de Sota de Oros todos los días eran viernes. De hecho, la vida de niño rico del Reino de Oros era como un eterno viernes.

Lo que tenía claro es que Sota de Oros le gustaba y hasta tenía sueños subiditos de tono con él. No era para menos, tenía un cuerpo escultural para no hacer nada y pasarse el día dándose descansitos. Y sus rasgos faciales... Sus rasgos faciales eran perfectos. ¿Cómo podía no tener pensamientos impuros con él?

Pero no tenía ninguna esperanza. Probablemente a Sota de Oros le casasen con alguna noble del Reino con la esperanza de hacer prosperar su línea familiar. Y probablemente él estuviera de acuerdo. Lo único que le quedaba era una hipotética relación extramarital. Y las relaciones fuera del matrimonio, se estuviera o no se estuviera casado, eran pecado. Además de que estaban penadas con la tortura y a saber con qué cosas más. Además, era feo.

Entonces, ¿nadie practicaba la fornicación fuera del matrimonio? No, siempre había fornicación clandestina por la vida. La cosa era que la otra persona no te delatara y que no te viera nadie, así que no es como si fuera algo difícil. Caballo de Oros, que ya no tenía ninguna clase de esperanza con Sota de Oros, buscó otras maneras de desfogar su pasión, que permanecía oculta y sellada con llave en su interior. Así que decidió darse una vuelta por los encuentros de los viernes de los bajos fondos del Castillo de la Capital de Oros.

Los encuentros de los viernes de los bajos fondos de la Capital de Oros no eran más que encuentros los viernes en los bajos fondos del Castillo de la Capital de Oros. Claramente, en la nobleza de la ciudad no era el único que tenía deseos que satisfacer. Otros hombres, todos nobles, habían ido llevando a cabo, durante años y años, encuentros furtivos en la noche de los viernes, en la oscuridad de la entrada de la mazmorra del Castillo. Durante esos encuentros debían llevar máscara para que nadie descubriera su identidad. Su existencia era un secreto que todo el mundo conocía en Palacio y fuera y eran famosos porque nadie especulaba sobre la identidad de los asistentes.

Caballo de Oros comenzó a tener su cita semanal con los encuentros de los bajos fondos del Castillo de la Capital de Oros con la esperanza de dar rienda suelta a su pasión y olvidar a Sota de Oros. Mientras tanto, la sociedad jamás se enteraría de su secreto. En los bajos fondos podía ser otra persona completamente distinta y a la vez podía ser él mismo. Un lugar donde nadie le conocía, un lugar donde no tenía que mostrar su rostro, que tanto le acomplejaba... Se convirtió un asiduo del lugar, atraído por el hecho de acostarse cada noche con alguien distinto o, por lo menos, alguien a quien nunca iba a conocer.

Cuando llegó a la cueva de las tentaciones y conoció a Caballo de Bastos pensó lo mismo, que ni le conocía ni le iba a volver a ver. Encima solo le aceptó por el dinero. Realmente no había nadie mejor que Sota de Oros, por mucho que se empeñara en desfogarse con otros. No había forma de poner distancia, a la vez que no tenía ninguna esperanza con él. Este sentimiento le atormentaba por dentro y tener que convivir todos los días con él no le ayudaba. Después de viajar durante un tiempo por todo Naipes junto a su crush decidió confesarse ante un sacerdote.


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Caballo de Espadas aún no podía asimilar todo lo que estaba pasando en ese día. Primero se despertaba contento tras un sueño de alto contenido +18 con su prima, después se intentaba confesar pero se metía en el lado contrario del confesionario, y, por si fuera poco, después se entera de una confesión top secret ajena que resultó ser ni más ni menos de Caballo de Oros. ¿Qué más podía depararle el día? Esperaba ir a dormir pronto, porque llevaba un trote...

"¿Qué debo hacer? Ahora conozco secretos ajenos que no me incumben pero que no puedo dejar de tener en cuenta para comprender las relaciones de las personas que me rodean... Pero no puedo decirle nada a nadie, ni siquiera puedo brindarle mi apoyo a Caballo de Oros como profesional de los amores no correspondidos... Sobre todo porque tengo que respetar el secreto de confesión... Pero no soy cura, no debería estar vinculado por eso... Pero aun así, no puedo decirle nada, no es considerado y yo soy un caballero. Solo me queda apoyarle en secreto desde la distancia. Un amor no correspondido no es moco de pavo y debemos ayudarnos entre nosotros", divaga Caballo de Espadas al salir de la iglesia. Al final consiguió dejar el confesionario muy disimuladamente, sin que nadie se diera cuenta, justo después de la confesión de Caballo de Oros, entre la muchedumbre. Se colocó al lado de sus dos amigos sin que se percataran de dónde había venido.

Sota de Oros: Anda, Caballo de Espadas, si estás aquí. No te había visto.

Caballo de Espadas: Llevaba ya un rato divagando.

Sota de Oros: Ah, hace un momento no estabas...

Caballo de Espadas: A ya, estaba, ya sabes, en el baño.

Caballo de Oros: ¿Hay baño en las iglesias, o sea?

Caballo de Espadas: Eso parece. En esta sí.

Caballo de Oros: Ah, pues me gustaría ir un momento. Hace mucho que no hago pipí.

"Mierda", piensa. Le iban a pillar en una mentira. Tenía que salir del paso como fuese. No había estado en el baño, el confesionario no era un baño, no había baño que valiera en esa iglesia, o por lo menos que él conociera.

Caballo de Oros: ¿Dónde está ese baño, Caballo de Espadas? Tengo ganas de hacer pipí...

Caballo de Espadas: Bueno... Eeeeem... Es que en verdad el baño no es un baño como tal, hay que salir de la iglesia.

Caballo de Oros: Me da igual, quiero hacer pipí.

Caballo de Espadas: Bueno, vamos a fuera, jeje.

"Ya me inventaré algo", piensa. Cuando salen, se encuentran con que no hay nada fuera que pueda pasar por un baño público. Ni unos arbustos ni un callejón oscuro ni nada. Simplemente una plaza del pueblo monda y lironda.

Caballo de Oros: ¿Dónde está ese baño que dices? En serio, tengo pipí...

Caballo de Espadas: Paciencia, paciencia, hay que andar un poco...

Caballo de Oros: Pero es que no me aguanto.

"Yo tampoco te aguanto", piensa. Se sentía identificado con Caballo de Oros, pero hasta un límite, y esta vez estaba acabando con su paciencia. No era un guía turístico del pueblo, si quería mear que mease por ahí, se estaba poniendo muy pesadito.

Caballo de Espadas: Es por allí...

Solo le queda una idea a Caballo de Espadas. Empiezan a rodear la iglesia, que es bastante grande para estar en una aldea tan pequeña.

Sota de Oros: Pero hay que andar mucho... Menudo trote...

Caballo de Oros: Me lo voy a hacer aquí...

"Haber meado antes de ir a confesarte", piensa Caballo de Espadas, que solo espera que en la parte trasera haya algo que pueda pasar por meadero. Cuando llegan sucede lo que, en el fondo de su corazón, Caballo de Espadas sabía que iba a ocurrir. Simplemente hay una parte trasera de iglesia sin truco, sin arbustos. Sota de Oros y Caballo de Oros se le quedan mirando como esperando alguna clase de indicación, respuesta o explicación. Caballo de Espadas tiene que reaccionar de la única manera que puede reaccionar.

Caballo de Espadas: Aquí.

Caballo de Oros: ¿Aquí? ¿Cómo que aquí?

Sota de Oros: Perdona que te diga, Caballo de Espadas, pero, o sea, esto no es un baño público... Yo diría que es la parte de atrás de la iglesia... Y pueden pasar aldeanos.

Caballo de Espadas se sonroja. No había colado.

Caballo de Espadas: Bueno, a ver, es que fuera de Palacio te tienes que buscar la vida como puedas... Fuera de Palacio todo puede ser un potencial baño público. No sé a qué estaréis acostumbrados vosotros, pero a partir de ahora las cosas van a ser así. No podemos estar esperando a tener un orinal a mano en todo momento.

Caballo de Oros y Sota de Oros, que nunca habían salido del Castillo Real, se miran. Aquello podría tener sentido, pero aun así sonaba muy raro.

Caballo de Oros: A ver, o sea, pero es que nos pueden ver. No es lo mismo que un arbusto, que al fin y al cabo está más aceptado socialmente...

Caballo de Espadas: Esto es lo que hay, o lo tomas o lo dejas...

Caballo de Oros: Bueno, en fin... Me hago pipí... ¿Podéis retiraros un rato?


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En otra parte, Caballo de Copas silba feliz después de haber comprado hierbas medicinales a buen precio.

Caballo de Bastos: Oye, Caballo de Copas, una cosa.

Caballo de Copas le ignora y sigue silbando.

Caballo de Bastos: Quería ver si, con eso que haces con las manos podrías...

Sota de Copas silba entre risitas.

Caballo de Bastos: Digo que si podrías fundir el metal de los pines de la Sociedad de Cazarrecompensas que recogí cuando los 100 mercenarios... Me ayudarías mucho, porque si vendo el metal bruto en alguna herrería podría sacar dinero para pagar mi deuda...

Caballo de Copas: ¿Te crees que soy tu criado o algo?

Caballo de Bastos: Es para pagar mi deuda, así me perderías de vista.

Caballo de Copas: Cariño, mi trabajo no es gratis. Si quieres que te funda esos metales o lo que sea, me pagas, chao.

Caballo de Bastos: Claro que te pagaría, con parte de lo que saque o incluso con lo que saque de esta vajilla élfica que robé...

Caballo de Copas: Hmmm... Me lo tendría que pensar, soy una persona ocupada.

Sota de Copas: ¿Tan pocas ganas tienes de perderle de vista? Jiji.

Caballo de Copas: Pues claro que tengo ganas de perderle de vista, pero eso significaría también perder de vista a Sota de Bastos.

Sota de Bastos: Hay que j*derse.

Caballo de Bastos: J*der, antes o después le vas a perder de vista. Asúmelo ya.

Caballo de Copas: En fin, que ya me lo pensaré...

Caballo de Bastos: ¿Y tú, Sota de Copas?

Sota de Copas: Yo es que estoy un poco cansada por lo de los muffins, la verdad. Además, que te lo haga Caballo de Copas, que sois muy amigos.

Caballo de Copas: ¿Muy amigos? ¿Pero tú en qué mundo vives? Yo no quiero tener nada que ver con este señor.

Caballo de Bastos: Yo tampoco, no te creas especial. Simplemente te pedía esto como favor, pero ya veo que voy a tener que buscarme mis propios medios...

Caballo de Copas: ¿Tus propios medios? ¿Ahora también eres herrero?

Caballo de Bastos: Pues no, pero si lo tengo que vender así, aunque cobre menos, pues qué se le va a hacer.

Y parece que siguen discutiendo. Unos pasos alejados de lo que se encuentra el grupo una misteriosa dama y su lacayo tienen una agradable conversación.

Lacayo: ¿Seguro que son estos, Lady Crystal?

Lady Crystal: Sí. Llevamos tiempo siguiéndoles. La que buscamos es la rubia, mira.

Le enseña el típico cartel de Sota de Espadas y su recompensa. El lacayo asiente, no había ninguna duda, a pesar de que se encontraba mucho menos favorecida en el papel.

Lady Crystal: El otro, el tal Varyia, según lo que tengo entendido, es uno de los que entró en la iglesia. Debe ser alguien muy espiritual o lo que sea. En fin, que no podemos perderlos de vista.

Lacayo: Entonces, Lady Crystal, ¿los atacamos ahora?

Lady Crystal: No, mira, me he informado de la situación y la mujer que va con ellos, la de la ropa verde extravagante, hortera y de mal gusto, parece ser que es una poderosa hechicera, por los rumores que he escuchado sobre la aldea en la que cayeron cien mercenarios rendidos.

Lacayo: Pero eran de bajo nivel.

Lady Crystal: Aun así, no podemos arriesgarnos. Para atacar tenemos que asegurarnos de que los Varyia no se encuentren respaldados por la mujer de verde, porque podríamos estar en problemas.

Lacayo: ¿Y que podemos hacer?

Lady Crystal: Tranquilo, está todo bajo control. Simplemente tenemos que ser pacientes, esperar, seguirlos y jugar nuestras cartas. Tengo un plan y lo sabrás cuando lo ponga en marcha. Recuerda que tengo contactos...


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En la parte de atrás de la iglesia, Caballo de Oros echa una ostentosa meada. Se está quedando muy a gusto. Entonces, aparece un señor que parecía tener alguna clase de autoridad en el lugar.

Señor: Oiga usted, ¿se puede saber qué está haciendo? ¡Aquí no se puede mear!

Caballo de Oros: Pero... Me estaba haciendo pipí.

Rápidamente, Caballo de Oros se sube los pantalones con la esperanza de que nadie le haya visto nada.

Caballo de Oros: Le aseguro que no tenía otra opción. De todos modos, ¿usted quién es? O sea...

Señor: Soy Caballero del Reino de Oros y mi labor es mantener un poco de decoro en esta aldea.

"Uf, pues, con el debido respeto, pensaba que los Caballeros del Reino de Oros hacían cosas más, o sea, interesantes. Eso de estar en una aldea perdida del mundo mirando a ver quién se mea donde no se tiene que mear es demasiado. ¿En qué se gasta el dinero el Rey? Cómo se nota que le sobra...", piensa Caballo de Oros, que aún está intentando asimilar el hecho de que justo en esa aldea haya alguien vigilando movidas de orden público. Nunca había meado en la vía pública, pero estaba seguro que en la Capital de Oros si hacías pipí en un callejón nadie te decía nada. Tampoco conocía muchos callejones de la Capital de Oros, porque no salía de la Fortaleza Real, pero se lo imaginaba.

Caballo de Oros: A ver, enséñeme su título.

El señor se saca un pergamino bien dobladito de una de las bolsas que lleva colgando de su cinturón. En efecto, es un Caballero del Reino de Oros y tenía la autoridad para ponerle un multón, en el mejor de los casos, porque por aquellos lares se las gastaban de una forma que podías acabar en la sala de torturas por cualquier cosa.

Señor: Le tengo que poner una multa por comportamiento incívico e indecoroso. Serán tres monedas de oro...

Caballo de Oros: Pero... Oiga, eso es mucho.

Aquellos días en los que escaseaba de dinero tras el robo de Caballo de Bastos hicieron que ahora Caballo de Oros valorara más su dinero, según en qué ocasión. En resumen, que si era para beberse una buena botella de Magnum Don Perignon no le importaba gastarse las monedas que fuesen, pero si era para pagar una multa, el monedero le temblaba un poco más.

Señor: Es lo que hay. Son tres monedas de oro.

El sonido de las voces de Caballo de Oros y el otro señor hace que Caballo de Espadas y Sota de Oros se den cuenta de que algo no va bien. Se acercan a ver qué pasa.

Caballo de Espadas: ¿Qué pasa?

Señor: ¿Usted quién es?

Caballo de Espadas: ¿Yo? Yo soy un amigo de la persona con la que está hablando.

Señor: Parece que no es de por aquí.

Caballo de Espadas: ¿Por qué lo dice?

Caballo de Espadas se pone alerta. Existe una pequeña posibilidad de que este señor tan simpático descubra su identidad. No sabe quién es el señor en cuestión, pero parece que está teniendo un problema con Caballo de Oros, por lo que puede ser alguna clase de autoridad. Y no puede obviar el hecho de que él es una persona conocida por sus grandes hazañas en la guerra contra el Reino de Oros. Si bien parece que por allí se han olvidado bastante de su linda cabeza y no le han puesto ninguna recompensa, es posible que si lo encuentran se meta en problemas gordos.

Señor: Su acento no es de este país. Y sus ropas... Son los colores del Reino de Espadas.

Caballo de Espadas: Bueno, es que soy un turista que ha venido a ver a sus amigos del Reino de Oros. De todos modos, se supone que no estabais hablando de mí.

Señor: Su amiguito estaba haciendo sus necesidades en la vía pública.

Caballo de Espadas mira a Caballo de Oros.

Caballo de Espadas: ¿Eso es cierto, Caballo de Oros?

Caballo de Oros: ¡Pero si tú me dijiste que lo hiciera en este sitio! ¡Recórcholis!

Caballo de Espadas: Oiga, señor, si tiene una necesidad, tiene una necesidad. Déjele hacer sus necesidades en paz...

Señor: Que las haga, pero que pague la multa. Son tres monedas de oro.

Caballo de Oros: Pero, o sea, señor Caballero, ¿no me puede hacer una rebajita? Soy un emisario del Rey y tengo contactos...

Señor: Claro, y me lo tengo que creer. Pague la multa.

Caballo de Oros: Ahora mismo no tengo mi nombramiento a mano (de hecho creo que no tengo ni nombramiento), pero le aseguro que si me perdone la multa se lo diré al Rey...

Señor: Me da igual si es un emisario del Rey o si es el mismísimo Rey de Oros, tiene que pagar tres monedas por hacer sus necesidades en la vía pública.

Entonces, el resto, que estaban buscando a Caballo de Oros, Caballo de Espadas y Sota de Oros porque la misa parecía haber acabado hace tiempo, aparecen por allí.

Sota de Copas: Anda, mira, si estaban aquí.

Caballo de Copas: ¿Quién es ese señor? Tiene entradas.

Sota de Copas: Shhhh, no seas maleducado. No tienes por qué decir todo lo que se te pase por la cabeza...

El Caballero del Reino de Oros, con mala cara, se gira hacia los demás.

Señor: ¿Y quién es esta gente?

Caballo de Espadas: Nuestros amigos. Estamos haciendo un viaje turístico conjunto en compañía de nuestras amistades de todo el continente.

Señor: Hmmmm... Igualmente, tiene que pagar la multa.

Sota de Bastos: ¿Qué c*jones pasa aquí?

Señor: Pues que su amigo estaba miccionando en la vía pública y no quiere pagar la multa.

Sota de Bastos: A. No es mi amigo.

Señor: Pero... Hace un momento... ¿No se supone que estabais haciendo un viaje de amigos?

Caballo de Espadas: Bueno, es que este hombre es nuestro lacayo.

Sota de Bastos: Pero...

Caballo de Bastos le tapa la boca para que no hable de más.

Caballo de Bastos: Qué lacayo insolente. No saben cuándo callarse...

Caballo de Copas: Oye, tú, quita tus sucias y pervertidas manos de la boca de Sota de Bastos.

Señor: ¿Y este criajo quién es?

Caballo de Copas: ¡No soy un criajo! Ya tengo 19 años, para su información, aunque no haya dado el estirón. Un respetito.

Señor: Bueno, ¿alguien va a pagar la multa?

Todos se miran. ¿Por qué tenían que pagar la multa ellos si Caballo de Oros, que tenía dinero suficiente, era el que había meado en la calle? Por mucho que hubiese sido incitado por Caballo de Espadas, este no se veía en la obligación de hacerse responsable. A su vez, Caballo de Oros pensaba que era Caballo de Espadas quien debía pagar por haberle hecho hacer sus necesidades en donde no debía.

Al final, Caballo de Bastos saca un plato de oro de los que había robado en la colonia élfica y se lo da al Caballero.

Señor: ¿Qué es esto?

Caballo de Bastos: Un recuerdo de Grandragón, acéptelo como pago.

El Señor lo coge, aunque parece que no le convence mucho, si bien es cierto que el valor del plato es mayor que dos monedas de oro. Le parece todo muy raro, pero no quiere hacer más preguntas.

Señor: Esta vez lo aceptaré.

Y mira a Caballo de Oros.

Señor: Y recuerde, no vuelva a hacer sus necesidades en la vía pública. La segunda vez no hay multa y se pasa directamente a la tortura.

Caballo de Copas: Ufff, pues me voy a tener que poner a mear en la calle, aunque, claro, si es este señor el que hace la tortura como que se me quitan las ganas...

El Caballero del Reino de Oros se marcha.

Sota de Copas: ¿Qué ha sido eso?

Caballo de Oros: Mejor no preguntes.

Caballo de Copas: Jsjsjsjsj y el cayetanito qué malote, meando en la calle.

Caballo de Oros: Pensaba que se podía, ¿vale?

Y, tras esta pequeña anécdota de la mañana del domingo tocaba partir hasta donde sus fuerzas alcanzaran. Sin que se dieran cuenta, muchos pasos más atrás, Lady Crystal y su lacayo les siguen, pero ellos a sus cosas. Y así hasta que llegan a la siguiente aldea, ya de noche. Lo primero que hacen nada mas llegar es buscar una taberna para cenar. En la taberna, Caballo de Espadas hace algo que deja sorprendido a más de uno de los allí presentes: no intenta por todos los medios sentarse junto a Sota de Espadas. Directamente, se pone en la otra punta de la mesa, sin siquiera dirigirle palabra.

Sota de Espadas, que no se había percatado del cambio de actitud de su primo hasta ese momento. Le parece extraño que Caballo de Espadas no se siente a su lado o al menos lo intente, como lo hace siempre. Y entonces cae en la cuenta de que no han cruzado ninguna palabra en todo el día. No sabe si son imaginaciones suyas o si se ha enfadado con ella, aunque prefiere pensar lo primero. "¿Será por algo que hice cuando el yo nunca? Oh no...", piensa Sota de Espadas, nerviosa porque su primo, a quien en tan alta estima tiene, piense que es una pervertida depravada. "O está enfadado por lo que pasó antes de ir a dormir...". Aunque decide no darle más vueltas.

En otra parte de la taberna, alejados de ellos, se encuentran Lady Crystal y su lacayo, observándolos desde la lejanía sin que se les note mucho.

Lady Crystal: Jujuju...

Lacayo: ¿Qué le pasa? ¿Cuándo vamos a atacarlos? 

Lady Crystal: Paciencia, paciencia, ya he hablado con mis contactos y lo tengo todo preparado. Ya verás, ya verás.

Lacayo: Es cierto, tiene contactos por las aldeas de esta zona.

Lady Crystal: Y en todas partes, lacayo mío, y en todas partes. Ya verás...

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