Capítulo 37: La triste historia del legendario caballero ninfómano de Bastos

Hace muchos muchos años, la nieve caía sobre una recóndita aldea del Reino de Bastos. En esa aldea vivía Sbrensbeve, hijo de una joven muchacha que llegó hace siete años al pueblo, justo cuando fue a parir a su hijo. La mujer era madre soltera, nadie conocía al padre de Sbrensvebe, que sufría constantes burlas en el lugar por ser "bastardo", un "niño no deseado", porque "su padre le había abandonado".

La madre de Sbrensbeve sufrió mucho al llegar a la aldea. No conocía a nadie, no estaba hecha al lugar y ni siquiera hablaba el idioma de las gentes de allí, un dialecto del bastense antiguo que no se podía escuchar en ningún otro lugar del Reino de Bastos. Aun así, debía huir de algo, porque eligió la aldea más recóndita y de más difícil acceso de todo el país. Los habitantes del lugar se extrañaron mucho al ver a alguien por allí, porque nadie solía acercarse a la aldea, que no se encontraba en ningún lugar de paso y era bastante difícil llegar.

Las habladurías llegaron junto a la joven mujer, que estaba esperando a un hijo, faltando poco tiempo para el parto. ¿Por qué había llegado una mujer embarazada sola al pueblo? ¿Huía de algo? ¿De quién era ese hijo? La gente enseguida empezó a sacar conclusiones imaginativas sobre la vida de la mujer.

Desde los primeros años de vida, Sbrensbeve sufrió burlas constantes de los habitantes más mayores y más jóvenes del pueblo. El niño bastardo que había llegado de tierras lejanas, o cercanas, porque nadie sabía sobre su origen. Con el paso del tiempo, tanto Sbrensbeve como su madre se fueron adaptando al lugar y las burlas disminuyeron, el origen de ambos se olvidó con el tiempo. La mujer encontró un grupo de amigos que se convirtió en su nueva familia, y también la de Sbrensbeve. Poco a poco, la aldea se convertía en su hogar.

Siempre había alguien que seguía con la cantinela de "bastardo" y demás, pero Sbrensbeve lo llevaba lo mejor que podía. No le importaba lo que unas pocas personas dijeran, mientras pudiera estar allí con su madre.

No se vivía tan mal y aquello era lo único que conocía. Y no pedía más. Tenía el amor de su madre y el de aquellos que se convirtieron en su familia elegida. Ni siquiera tenía la más mínima curiosidad por conocer a su padre. ¿Por qué conocer a una persona que nunca ha estado allí? Probablemente abandonara a su madre cuando se enteró que estaba embarazada. Gente así, mejor lejos.

Un día, cuando Sbrensbeve tenía siete años, su madre lo mandó al bosque que se encontraba a las afueras, muy a las afueras, de la aldea. Había que andar un buen rato. A Sbrensbeve no le hizo ninguna gracia tener que darse tal paseo. La nieve caía muy fuerte. Iba a ser un verdadero tostón salir de la aldea y andar hasta el bosque de las afueras. Pero la leña era necesaria si no querían morirse de frío. No le quedaba otra que ir.

Le llevó un buen rato coger un pequeño montón de leña que sacó de ramas caídas de los árboles (todavía era pequeño para ponerse a cortar), pero finalmente acabó su tarea y podía volver a su casa. Con la leña iba a estar muy a gusto. Eso lo iba a compensar todo. Y probablemente comieran potaje... Se le hacía la boca agua. Le encantaba el potaje. No era su plato favorito, pero en los días de más frío se agradecía y mucho.

Pero cuando llegó a la aldea se encontró algo muy distinto a lo que tenía pensado. La nieve caía sobre la recóndita aldea, pero esta vez se posaba sobre los cadáveres de los lugareños. El suelo estaba manchado de sangre. Todos los allí presentes estaban cubiertos de sangre. Tenían cortes por todo el cuerpo y yacían sobre un lecho de nieve y sangre. Sbrensbeve no tenía palabras, no sabía qué decir, qué hacer. Soltó la leña sobre el suelo y cayó sobre sus rodillas sin asimilar lo que tenía frente a sus ojos. Su aldea había sido masacrada.

No supo bien como reaccionar. Al cabo de unos segundos en trance empezó a buscar a su madre por toda la aldea, con la esperanza de que estuviera bien. Esperanza que fue en vano. Al llegar a la casa donde vivía con su madre, tanto ella como todo el vecindario estaban en las mismas condiciones que el resto (muertos y ensangrentados).

Sbrensbeve gritó todo lo que pudo. Pero nadie podía oírle. Todos estaban muertos. Y la aldea estaba lejos de todo. Todo su mundo se acababa de derrumbar sobre él.

Después de asimilar todo lo que acababa de ocurrir, Sbrensbeve se dedicó a enterrar a todos los cadáveres y a darles un funeral digno. Evidentemente, le llevó mucho tiempo, porque toda la aldea había fallecido y él era solo un crío de siete años. Tiempo que le sirvió para caer en un detalle. Un importante detalle que cambiaría el rumbo de su vida.

Todos los cadáveres sin excepción tenían en alguna parte de lo que quedaba al descubierto de su cuerpo una extraña marca. Unos pequeños y minuciosos cortes formaban una especie de clavel. Le pareció muy extraño. ¿Quien había causado esa masacre se había dedicado a hacer esa marca en todos ellos? ¿Tal era su habilidad como para dejar tal obra en las pieles de todos ellos? ¿Quién era esa persona? La marca del clavel quedó grabada en la mente de Sbrensbeve para toda su vida.

Después del entierro, Sbrensbeve salió de la aldea por primera vez.

Atravesó los bosques, cruzó montañas y pasó al otro lado de un río. Le llevó días y noches encontrar vida en una aldea no muy próxima a la suya. Allí se encontró con que la gente no hablaba su idioma. Sabía que en su aldea se hablaba un dialecto del bastense antiguo y que en el Reino se solía hablar el bastense o el naipésico y que su madre sabía naipésico, pero nunca le había enseñado. En la aldea trató de comunicarse como pudo con la gente, pero fue muy imposible. Su idioma era muy distinto a lo que fuera que hablaran allí.

No tuvo otra que quedarse como vagabundo en la aldea antes de partir a otro lugar.

Después de reponer fuerzas en un lugar en el que era invisible para todos, decidió partir a la siguiente aldea en busca de respuestas. Después de un día de viaje llegó a su destino. La aldea era similar a la anterior y, al igual que en ella, tampoco hablaban su idioma. Pero esta vez, al cabo de unos días vagando de un sitio para otro, un anciano carpintero lo acogió, ofreciéndole un techo, comida y un oficio.

El anciano dedicaba a su vida a crear bastos, las armas típicas de su país. Los bastos son enormes cachiporras de una gran dureza creadas con las ramas del sauce destrozador, especie de árbol que solo se puede encontrar en el Reino de Bastos. Cuando llega el otoño, los sauces destrozadores dejan caer sus ramas, de manera que los carpinteros de la tierra las recolectan para crear bastos durante lo que queda de año. Se trata de un arma muy especial que solo se encuentra en su país, a pesar de que en el resto de reinos han intentado hacer copias, con malos resultados. La especialidad del basto se fundamenta en la gran dureza de las ramas del sauce destrozador, que es incluso mayor a la de algunas rocas. Solo personas especialmente fuertes pueden manejar estas armas. Y a su creación es a lo que se dedicaba el anciano.

El hombre necesitaba ayuda porque, con su edad, cada vez le resultaba más difícil el manejo de las ramas, así que la llegada de Sbrensbeve le había venido de perlas. La única pega es que Sbrensbeve no entendía ni papa de lo que le decía, pero eso no parecía importarle mucho, porque con el idioma de las señas se comunicaba la mar de bien.

Y así, Sbrensbeve encontró un lugar provisional. Durante su estancia en la casa del anciano pudo aprender el oficio de la carpintería de bastos, pero además tuvo la suerte de poder aprender otras cosas. Durante los otoños debía ir al bosque de sauces a por ramas, así que el anciano, que ya estaba mayor para esos trotes, le prestaba su caballo para que fuera. No tuvo más remedio que aprender a montar. Y de paso, en sus ratos libres, practicaba el arte de la batalla con los bastos que fabricaba junto a su maestro. El anciano no tenía ni idea de luchar, pero para Sbrensbeve lo importante era hacerse más fuerte, así que cualquier cosa le valía.

Otra cosa que aprendió el joven Sbrensbeve fue el idioma naipésico, que era el que hablaba el señor carpintero. Además, antes de poder comunicarse por la diferencia de idiomas, el anciano le dio un nombre en naipésico al muchacho. Caballo de Bastos.

Desde este momento, Sbrensbeve se refirió a sí mismo como Caballo de Bastos.

Durante su estancia en la carpintería, una vez cogida confianza con el carpintero y habiendo aprendido el idioma, Caballo de Bastos dibujó la marca de los cuerpos asesinados de su aldea en la nieve y se la enseñó al anciano. "¿Conoces esta marca?", preguntó. El viejo se quedó sin palabras.

Anciano: ¿Cómo...? ¿Cómo sabes de esa marca?

Caballo de Bastos: ¿Qué es?

Anciano: Es la marca de Sirocco, pero... Tú... No deberías conocerla. No tan joven.

Caballo de Basto: ¿Qué es Sirocco?

Anciano: Es algo que los niños de tu edad no deberían saber.

El anciano intentó darle largas, pero Caballo de Bastos insistió.

Caballo de Bastos: Estaba en los cuerpos de las personas de mi aldea. Los mataron a todos.

El anciano se quedó de piedra. Sabía que ese chico tenía que tener un pasado trágico, pero la masacre de todo su pueblo era demasiado.

Anciano: Entonces... Fue Sirocco...

Caballo de Bastos: ...

Anciano: Sirocco... Es un asesino muy temido... Los más sanguinarios crímenes de este país tienen algo que ver. Te recomiendo que no te involucres con él, muchachito...

Caballo de Bastos: Tengo que matarlo.

Anciano: No deberías involucrarte con él.

El anciano dejó de hablar, buscando que a Caballo de Bastos se le quitara de la cabeza la idea de encontrarse con esa persona. Le había cogido cariño y no quería que se pusiera en peligro. Aun así, esos consejos no fueron suficientes. Desde ese momento, Caballo de Bastos empezó a ensayar con los bastos con mayor ahínco y constancia. El hombre no podía hacerle nada, estaba demasiado motivado con su venganza. En repetidas ocasiones intentó convencerlo de que abandonara sus deseos de venganza, pero Caballo de Bastos no le escuchaba. Su destino estaba escrito desde el momento que la marca de Sirocco entró por sus retinas por primera vez.

Al entrar Caballo de Bastos en su temprana adolescencia, el anciano ya estaba en los últimos años de su vida, así que tuvo que llegar el momento en el que enfermara y muriera. 

Antes de morir, en su lecho de muerte, el anciano le dio un último consejo.

Anciano: Caballo de Bastos... A mí ya no me queda mucho tiempo...

Caballo de Bastos: ...

Anciano: Quiero que, ahora que no voy a estar, hagas lo que tu corazón te diga... Dos aldeas hacia el oeste está el campamento de las Tropas del Reino de Bastos...

Caballo de Bastos: Pero... Tu carpintería...

Anciano: Mi carpintería no puede apartarte de tu meta y tu destino. El único lugar donde puedes seguir entrenando, esta vez en serio, es en las Tropas del Reino de Bastos... Ve al campamento, entrénate, hazte más fuerte... Es lo que querías...

Caballo de Bastos: Pero... Señor...

El anciano tose. Caballo de Bastos llora. Parece que su vida llega a su fin.

Caballo de Bastos: Maestro...

Anciano: Gracias por haber ayudado a este pobre anciano todo este tiempo... Sbrensbeve...

Aquellas fueron las últimas palabras del carpintero, el nombre que nunca antes había pronunciado. La muerte del hombre afectó muchísimo a Caballo de Bastos, que pasó una semana entera llorando en la carpintería después de enterrar al que fue una figura paterna para él. A los trece años, Caballo de Bastos volvió a quedarse solo en el mundo una vez más.

En ese momento tuvo que tomar una decisión. Quedarse en la aldea con la carpintería o ir al campamento de las tropas del Reino de Bastos y entrenarse para convertirse en el más fuerte. Caballo de Bastos no era de mucho pensar, así que la tomó rápido y partió hacia el oeste, donde se encontraba el campamento en cuestión.

Allí, comenzó una nueva vida también llena de penurias. De la nada, un chico nuevo apareció en el campamento así como así y al resto de chavales allí presentes no les hizo mucha gracia. ¿Quién era ese tipo? Había jóvenes de distintas edades, pero a la mayor parte no les hizo gracia Caballo de Bastos. Parecía altivo y prepotente y, además, en la demostración de habilidades que tuvo que hacer al principio parecía que estaba muy experimentado, al contrario que el resto de los allí presentes al unirse al campamento. "¿Por qué es tan bueno?", pensaban, entre la más profunda rabia. Le cogieron manía desde el primer momento.

A Caballo de Bastos poco le importó ser el blanco de los odios, las envidias y las burlas de sus compañeros. Estaba acostumbrado a la soledad y a las situaciones más extremas. Y él había ido allí a una cosa: a hacerse más fuerte y consumar su venganza. Hacer amigos no era ni su prioridad ni algo secundario, simplemente, no le importaba lo más mínimo. Además, tenía otras cosas con las que matar el tiempo. Durante los años que pasó en el campamento, Caballo de Bastos aprendió bastense al tener que interactuar con personas de alrededor del Reino de Bastos. Y también aprendió a leer.

De vez en cuando llegaban por allí hojas con noticias del reino y zonas fronterizas. Caballo de Bastos las miraba siempre por si alguna vez encontraba algo sobre Sirocco. También era asiduo a acercarse a la aldea para buscar los carteles de recompensas, con la esperanza de saber algo sobre su objetivo. No eran frecuentes las noticias sobre Sirocco, pero a veces había alguna matanza que se asoció a él. La última noticia de Sirocco le llegó pocos días antes de abandonar el campamento para dirigirse a la Capital de Bastos a recibir su primera misión. Por lo visto, Sirocco había sido avistado en el Reino de Oros.

Y tampoco perdió el tiempo en otros sentidos. Su primera vez fue a los dieciseis años con uno de los chavales del campamento. Se llamaba Erik y de cara al resto de compañeros no se llevaba muy bien con él. De hecho, hasta participaba en el chuling que le hacían de vez en cuando. Pero por las noches, ambos escapaban a una de las casetas más alejadas del lugar para dar rienda suelta a su pasión. Por supuesto, nadie sabía nada de eso, Erik era uno más del grupo grande, mientras que Caballo de Bastos era el marginado. A la hora de pertenecer al grupo, Erik participaba de las burlas.

No se puede decir que tuvieran una relación ni nada por el estilo. Simplemente se atraían para otras cosas, o al menos eso pensaba Caballo de Bastos, para quien no existía ningún tipo de atadura. No debía ser así para Erik, que, a pesar de burlarse día sí día también de Caballo de Bastos junto con el grupo grande y seguir a este en sus bromas pesadas, un buen día descubrió que Caballo de Bastos también se había acostado con una muchacha de la aldea cercana al campamento. Eso no le gustó nada y empezó a promover rumores y fomentar el chuling más descabellado.

Caballo de Bastos lo recibió con resignación. Erik esparció el rumor de que Caballo de Bastos era promiscuo y se había acostado con todo el pueblo. Las burlas le parecían una estupidez, pero era lo que había. Así que decidió que, si le llamaban promiscuo, que lo hicieran con razón. A los 18 años, ya había tenido relaciones con la totalidad de la juventud de la aldea. Pero el pueblo se le quedaba corto, aún le quedaba mundo por conocer.

Con 19 años, Caballo de Bastos se graduó del campamento de las Tropas del Reino de Bastos. Ahora ya sí que pertenecía a las Tropas del Reino de Bastos de pleno derecho. Y, lo que es mejor, tenía un trabajo fijo y un sueldo. Al graduarse fue enviado a la Capital de Bastos a recibir su primera misión. Su vida por fin iba a cambiar. Aunque todos los que se graduaron a la vez fueron enviados a la vez a la Capital, Caballo de Bastos no tenía por qué mantener relación con esa gente, así que no volvió a hablar con ninguno a partir del momento que puso un pie fuera del campamento. Ni siquiera con Erik.

El tiempo que estuvo en la Capital de Bastos antes de recibir su primera misión, como no se hablaba con nadie, se dedicó a conocer mundo. Y con conocer mundo queremos decir orgías. Primero fue a orgías de seres humanos, nada del otro mundo, pero para Caballo de Bastos se abrió ante sus ojos un universo lleno de posibilidades. Ya había probado prácticas de todo tipo en la aldea y había tenido experiencias para todos los gustos, pero lo de la orgía fue un paso más allá. Pero aun así necesitaba más, así que una noche decidió probar algo nuevo. Lo más extremo que jamás había probado.

El Reino de Bastos tenía una cosa que no tenían el resto de Reinos. En todos había especies distintas al ser humano. Minotauros, goblins, trolls, orcos, elfos, hadas... Pero coincidían en que estos habitaban en colonias separadas de la humanidad y se regían por sus propias leyes. La comunidad élfica, la comunidad minotáurica, la comunidad goblin y demás tenían sus propios reyes, que regían a sus súbditos independientemente de los reyes de Oros, Copas y Espadas y aplicaban sus leyes sobre las distintas colonias de cada especie que se extendían por todo el territorio de Naipes. En el Reino de Bastos cambiaba una cosa: algunos individuos de estas especies se encontraban integrados en la sociedad y habitaban en las ciudades y aldeas junto con el resto de los humanos. Esto no quita que aún existieran colonias y comunidades importantes de estos seres no humanos fuera de las ciudades y aldeas que se rigieran por normas ajenas al Rey de Bastos.

Estos seres distintos a los humanos participaban en la vida cotidiana de las ciudades y aldeas y, por supuesto, también en algunas de las orgías de la Capital del Reino de Bastos.

Caballo de Bastos, en busca de nuevas experiencias, se apuntó a una orgía en la que, además de seres humanos, había todo tipo de bestias y no tan bestias. Minotauros, goblins, trolls, orcos, elfos, hadas... Su vida cambió por completo. En aquel lugar descubrió placeres ocultos que nunca antes había probado. Y le gustaron.

Pero lo que más le llamó la atención de aquella orgía fue un hombre que penetraba a un minotauro mientras lo agarraba por los cuernos. Esa escena le conmovió. Dos especies completamente distintas unidas por una misma pasión. Le pareció maravilloso. Y, por supuesto, no pudo sentir otra cosa que admiración por el hombre que cogía a ese minotauro por los cuernos. Qué fuerza, qué porte. Por fin Caballo de Bastos tenía un modelo a seguir, alguien a quien parecerse, un ídolo que tomar como meta y como referente. Pensó que nunca más lo vería, pero, cosas del destino, se encontraron como compañeros en su primera misión como miembros de las Tropas del Reino de Bastos.

Cuando Caballo de Bastos conoció a Sota de Bastos, su vida tomó un nuevo rumbo.

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