Capítulo #9: ''Quiero ser mejor''

15 de febrero de 2022. Barrio de Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

—No podés seguir así, Manuel —la voz de Candela es dura y cansada.

—Ya déjate de joder, mamá. Fue solo una noche... ahora, ¿podés cerrar la puerta? —Manuel tiene una almohada sobre su cabeza, está acostado en su cama; la cabeza debe de estarle reventando. Salió anoche. De nuevo. Creo que es la quinta vez esta semana. Miro el reloj en mi teléfono: las ocho de la mañana.

—El problema es ese, hijo —el tono desesperado de su madre me rompe el corazón—. Sales todas las noches, casi nunca te vemos, y ayer era el cumpleaños de tu abuela. Nos quedamos todos esperándote.

Por unos segundos no contesta y tengo ganas de golpearle, porque cuando finalmente lo hace, dice:

—No sé qué querés que te diga, mamá. A veces, este tipo de cosas pasan.

Sé que eso le ha dolido a Candela. Lo veo en sus ojos aguados y sus puños apretados, y yo, que estoy parada a su lado en la puerta, intento ponerle una mano en el hombro para tranquilizarla.

—Ya está, me rindo —dice con voz rota, luego se dirige a mí, suspira—: Perdona que te haya molestado tan temprano, Maggie. Supuse que si alguien podía hacerlo entrar en razón eras vos —se da la media vuelta para caminar por el pasillo—, pero verás, si él no quiere ayudarse, nadie más podrá.

Suspiro mientras entro en la habitación y cierro la puerta detrás de mí. Todo está oscuro. Enciendo la linterna en mi teléfono para acercarme a la cama.

Cuando lo hago, me quito las zapatillas, dejo el teléfono en la mesita de luz y me acuesto a su lado en la cama de dos plazas.

Lo observo. Se ha sacado la almohada de la cabeza y ahora duerme, su respiración es un tanto pesada y huele muchísimo a vodka. Acerco una de mis manos a su cara y la acaricio con cuidado. No entiendo qué le pasa. Tal vez sea como en secundaria, cuando se juntaba con la gente equivocada. Pero ahora parece ir peor cada día. Ha dejado la facultad, bebe todas las noches y se aleja cada vez más de quienes lo quieren.

Incluyéndome. Aunque normalmente termina borracho en mi casa, y yo siempre estoy ahí para cuidarlo.

No, Manuel nunca ha sido fácil de entender. Pero... jamás lo había visto caer tan profundo como ahora.

Hay algo más que el alcohol esta vez y las posibles respuestas me caen como un golpe en la panza. 

Siento que suspira cuando mis caricias pasan de su rostro hacia su pelo largo. Esa maraña toda enredada me hace sonreír. Si tan solo las cosas fuesen más sencillas.

«No lo son porque él no quiere, Maggie. Recuerda eso.»

Detengo las caricias en su cabello. Esto lo hace abrir los ojos.

—No parés, eso se siente bien —susurra, acercándose un poco más a mí.

—Recién fuiste un idiota con tu madre —respondo, haciéndolo refunfuñar.

—Ahora no, Mags. Por favor, deja que se me pase la resaca antes de retarme.

«Es un caso perdido.»

—Bueno —respondo alejándome de él—, iré a casa entonces.

Estoy sentándome en la orilla de la cama en busca de mis zapatillas cuando siento uno de sus brazos rodearme la cintura y de un jalón me tira hacia atrás junto a él.

—¡Manuel! —grito, queriendo separarme, pero me aprieta un poco más fuerte.

—Duerme conmigo un ratito. Luego te dejo retarme, ¿sí? —pide en mi oído, causando que se me ericen todos los pelos de la piel.

La puta madre. Debería decir que no.

Dejarlo solo con su mierda y salir de esta habitación. Pero entonces empieza a acariciar mis brazos con sus dedos, antes de dejar un beso en mi cabello.

Es lo que este hombre me hace. Me vuelvo débil, tanto de mente como de corazón, cuando lo tengo cerca.

No hay batalla cuando ya entras sabiendo que vas a perder.

—Está bien —respondo rendida. No puedo verle la cara, pero sé que está sonriendo.

Entonces lo hago, cierro los ojos lentamente ante el ritmo de sus caricias, permitiéndome dormir entre sus brazos por un rato.

«Perdón, me corrijo: son los dos un caso perdido.»

29 de abril del 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 57 de 365.

—¿Vas a decirme dónde estás? —suelto de pronto, no lo planeo, pero necesito saberlo. Hemos estado hablando de trivialidades la última media hora.

—No puedo, Mags —responde después de unos segundos—. Lo mejor es que no lo sepas.

—¿Por qué? —mi tono es triste, no puedo disimularlo por más que lo intento.

Lo escucho respirar hondo un par de veces. Luego suelta algo parecido a una maldición.

—Porque no he sido un buen amigo para vos, pero quiero empezar a serlo...

«Este tipo da más vueltas que caballo en calesita.»

—...entendí que últimamente en tu vida he sido más destructivo que constructivo, Mags, y no te merecés eso.

«No, no lo merecés. Y recordá que esto es más que 'últimamente'.»

—Pero Manuel...

—Y también que no solamente estaba siendo destructivo para vos, Mags, estaba siendo destructivo para mí mismo. En algún punto, a lo largo de todo el camino dejé de lado las cosas que verdaderamente importan, como mi familia, lo que yo quiero para mí mismo, vos.

«¿Esto es un sueño o Manuel Eustacio González finalmente está admitiendo haber cometido un error?»

Yo tampoco puedo creerlo.

—No quiere decir que no puedas encaminarte, Manu, no es tarde para intentar hacer bien las cosas.

—Sé que no lo es, por eso estoy haciendo todo lo posible para poder trabajar en mí mismo, para ser alguien que merezca formar parte de sus vidas, alguien de quien se sientan orgullosos.

—Puedo estar ahí para vos, no tenés por qué hacer todo esto solo. He estado siempre, ¿por qué habría de ser diferente ahora?

— Y esa es una de las razones por las que te quiero tanto, Mags —su voz es un susurro, resignado, creo que han sido pocas las veces en la vida cuando lo he escuchado admitir que me quiere—...tu corazón es tan grande, tan bueno, me perdonás y estás sin que me lo merezca.

Che, ¿alguien vio a mi corazón? Salió disparado de mi pecho, pongo un aviso, si lo ven me avisan.

«¡Última, última! ¡El idiota quiere reformarse!»

Dios, creo que nunca antes lo había escuchado hablar así.

Suspira antes de continuar:

—Pero no puedo hacerlo sin sentir que me sigo entrometiendo en tu vida. En vez de sumar, te resto ahora —siento una especie de pullazo en el pecho—. Además, mientras me sigás poniendo las cosas sencillas, mientras sigas estando ahí, no voy a esforzarme lo suficiente, lo sé, me conozco, por eso tengo que hacer esto solo.

«Tiene razón, por una vez debes dejarlo afrontar sus problemas, no puedes resolverlo todo por él.»

Las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos, una mezcla de emociones me llena. Esto es lo que siempre quise; que Manuel viera sus errores e hiciera lo posible por cambiar, pero nunca (pero me refiero a nunca) pensé que eso implicaría que estuviese por tiempo indefinido fuera de mi vida.

«No podés pretender que aquello que requiere un gran sacrificio se resuelva fácilmente.»

Supongo que no.

—Entonces...—intento con todas mis fuerzas que mi voz no se quiebre — ¿esto qué significa? ¿qué no voy a verte más?

—Significa que por un tiempo no lo haremos, sí.

Sé cómo funciona esto, lo he visto millones de veces en libros y en películas. Nunca un "tiempo" significa eso; siempre terminan distanciándose hasta el punto en que se convierten en extraños. Y yo no quiero ser una extraña para él. Sigo sin quererlo.

«Tal vez esta es la manera en que tienen que ser las cosas, debés respetar sus deseos, así como él respetó los tuyos las últimas semanas.»

Cómo odio cuando mi voz interna tiene razón.

Un pensamiento relámpago se apodera de mi mente.

¿Y si esta es la última vez que hablamos? ¿Qué pasa si no volvemos a hablar y yo jamás pude ser completamente honesta con él? ¿Qué pasa si nunca se entera de que lo quiero, de que estoy enamorada?

«¿En serio esta es una conversación que querés mantener por teléfono?»

No... ¿pero y si no se lo digo y ya no hay más oportunidades?

«No pienso que no vayan a haber más oportunidades, Maggie. Está hablando tu desesperación ahora, no tu sentido común.»

Tengo que aprovechar el valor que de repente se acumula dentro de mí.

«Al final, Margot, siempre hacés lo que querés, así que veamos cómo resulta.»

—Tengo que colgar, Mags... —habla su voz ronca desde el otro lado de la línea. Otra vez, ¿cuánto tiempo he estado perdida en mis pensamientos?—. No me llames, ¿de acuerdo?

—¡Esperá! —mi tono suena más desesperado de lo que pretendía— . Hay algo que tengo que decirte, y tenés que saberlo antes de que dejemos de hablar.

—Mags...

—Solo escuchá, por favor —lo siento suspirar—yo...

—No me lo digas —corta de repente, sorprendiéndome—. No ahora, no así.

Mi respiración es agitada, ¿acaso sabe qué es lo que quiero decirle?

—Pero...

—Margot, si escucho ahora lo que vas a decirme, sé que no voy a poder permitirme hacer lo que tengo que hacer, así que por favor —su voz se quiebra —, te lo pido, más bien te ruego, que no me lo digás ahora, esperá un poco más.

¿Esperar un poco más? ¿Por qué?

Llevo esperando trece años, ¿no es eso suficiente?

No sé si puedo seguir esperando.

—Manu... no puedo prometer que cuando vuelvas yo esté acá esperando. Siempre lo he hecho, y estoy tan cansada.

El silencio siguiente es largo, interrumpido por lo pesado de nuestras respiraciones. 
 

—Lo sé... —responde finalmente, con un tono cargado de resignación—. Pero supongo que ese es un riesgo que voy a tener que correr.

Y, como si también sintiera perder el aliento, murmura:

—Te quiero, Mags. Cuídate, ¿sí?

El tono de la llamada cortada resuena en mis oídos, algunos segundos. Luego, otro pesado silencio.

Porque soy incapaz de retirar el teléfono de mi oreja.

Porque... yo también lo quiero.



15 de agosto de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 165 de 365.

Han pasado casi cuatro meses de la última vez que hablamos.

Si bien mi vida ha transcurrido de la mejor manera posible y he avanzado en un montón de aspectos, no puedo evitar sentir cada noche cuando me acuesto como una especie de agujero en el pecho, como si hubiese alguna especie de asunto pendiente.

Y sé, aunque no quiera admitirlo en voz alta, que ese asunto pendiente es él.

Manuel.

Mi memoria vaga a nuestra última conversación, en esa donde me pidió que nos siguiéramos dando un tiempo.

Hemos pasado por muchas cosas juntos a lo largo de los años, pero nada como esto. Después de colgar el teléfono ese día, llamé llorando a mi mamá, quien intentó consolarme con palabras como "deja que el tiempo cure lo que tenga que sanar, mi amor". Al principio, era más fácil decirlo que hacerlo. Sin embargo, con el paso de los días, las cosas parecen hacerse un poco más llevaderas. Me he sumergido por completo en mi nueva rutina y estoy explorando nuevas actividades.

Toda la situación con Manuel sigue en mi mente, aunque ahora pasa a segundo plano durante el día y emerge por la noche cuando estoy sola en mi cuarto. Es fascinante cómo un cambio en la rutina diaria puede hacer que te replantees muchas cosas.

Las clases comenzaron a finales de julio y estoy avanzando (por decirlo de alguna manera). Me ha costado re adaptarme al hábito de levantarme temprano y asistir a clases, especialmente para estudiar. Pero me he comprometido a dar lo mejor de mí y me repito constantemente que esto es lo que realmente quiero.

«¡Go, Maggie, go!»

Por otro lado, he tenido un par de citas a través de Brisko. ¿Qué tal estuvieron? Bueno, una fue más desastrosa que la otra. Primero, conocí a un dermatólogo que no paró de hablar durante cuarenta y cinco minutos sobre un hongo que trató en uno de sus pacientes, describiendo todo con lujo de detalles. Luego, conocí a Daniel, creo que así se llamaba. A los veinte minutos de nuestra salida para tomar un helado, me preguntó en qué lugar me gustaría casarme. Sí, eso tampoco terminó bien. La última cita parecía ir de maravilla, hasta que una piba entró en el restaurante y derramó toda mi gaseosa sobre mi cabeza. Resultó ser la novia del chico con el que estaba saliendo.

Pero, como bien dicen, son cosas que pasan.

«Solo a vos Maggie»

Al salir de la clase de "Historia Argentina", mi teléfono vibra en mi bolsillo: un nuevo mensaje.

SANTIAGO (el lindo, lindo):

Hola linda ¿nos vemos hoy?


YO:

¿En tu casa o en la mía?


«Ey ey! Para el tren amiga, que hiciste un salto temporal de cuatro meses, no asustes a la gente.»

Ay, cierto.

Probablemente debería explicar esto ¿verdad?

«Estaría bueno.»

De acuerdo, de acuerdo. Este... ¿Cómo explico esto? ¿Recuerdan a Santiago (el chico de Brisko) que fue mi enrolle de una noche meses atrás? Bueno, digamos que ¡ja! Ahora nos vemos regularmente.

Seguro se preguntarán cómo, cuándo, dónde, por qué, y la verdad es que yo tampoco estoy muy segura.

Todo comenzó un par de meses atrás, estamos a mediados de junio cuando me llegó una notificación de Brisko y era él. No habíamos hablado desde aquella noche, así que me sorprendió que escribiera.

Me dijo que estaba aburrido, que si quería pasar el rato. Y yo, como toda la persona no sensata que soy acepté. Después de todo, una noche más no haría daño ¿cierto?

Pero lo que pensé que sería solo otra noche de buen sexo se convirtió en dos, tres y luego cuatro noches. Llegamos al punto de vernos hasta dos veces por semana. A veces simplemente termina con una sesión de besos y luego nos quedamos dormidos, convirtiéndose en una pequeña adicción para mí.

«¿Pequeña?»

Bueno, bueno, si el pibe está como quiere.

No es que haya "sentimientos" entre nosotros ni nada por el estilo, pero es una buena manera de aliviar el estrés, por decirlo así.

«Míralaaaa»

Después de todo, de esto se trata este año ¿cierto? De permitirme a vivir cosas diferentes, a arriesgarme a pesar del miedo.

SANTIAGO (el lindo, lindo):

En la mía.

¿Te parece a eso de las 13 hrs?


Veo el reloj en mi teléfono, son las once y media de la mañana. Calculando me da el tiempo suficiente de ir y luego irme a trabajar, así que le respondo:

YO:

Dale, te veo ahí.


SANTIAGO (el lindo, lindo):

Nos vemos linda.

A las doce con cincuenta minutos del mediodía estoy tocando el intercomunicador en su edificio, tarda un par de segundos en contestar:

—Bajo en un segundo, linda —es todo lo que dice y yo siento que se me acelera el corazón con tan solo el pensar en lo que vendrá.

Vive en un primer piso así que no tarda mucho en bajar, pero la imagen que tengo frente a mí me deja completamente sin aliento. Ha bajado solamente usando una toalla alrededor de su cadera, se nota que acaba de salir de la ducha.

«Este tipo no cabe en su descaro.»

Lo sé y aunque parezca loco, eso me encanta de él.

«¿Cómo no se congela con el frío?»

Mi mirada recorre su cuerpo mientras me deja entrar, deteniéndose en su torso mojado.

Dios mío, tengo unas ganas inmensas de tocarlo.

Él suelta una carcajada al notar cómo observo descaradamente su cuerpo: —Si subimos ahora, puedo darte una imagen completa

«Ave María purísima.»

Coloca una mano alrededor de mi cintura y, acercándome a él, deposita un rápido beso en mis labios.

«Che, Maggie, ¿notaste algo... duro bajo la toalla, verdad?»

¿Notarlo? Prácticamente ni me ha tocado y ya estoy mojada. Muy.

Hace calor ¿no es cierto?

«Como te explico que estamos en invierno...»


Decir que me ruborizo es quedarme corta; estoy más roja que nariz de payaso cuando la puerta del ascensor se abre y aparece una señora mayor con su perro, un Golden Retriever.

«Que importa la raza del perro ¿no?»

¡Cállate!

Ay, qué pena.

La mirada de la señora pasa de Santiago a mí y viceversa. Se detiene, igual que yo, observando con descaro el torso desnudo de mi compañero de aventuras.

«Bueno, señora, no la culpo, la verdad.»

—Buenas tardes —dice mientras pasa a nuestro lado, pero no añade nada más.

—Buenas tardes, señora —responde Santiago riéndose por lo bajo mientras oculto mi rostro en su hombro.

Cuando la señora y su perro desaparecen de nuestro campo de visión, Santiago estalla en carcajadas.

—No es gracioso —le digo empujándolo un poco.

—Oh sí, sí lo es —responde aún entre risas— debiste haber visto tu cara.

—Te odio —digo mientras me alejo de él y empiezo a subir las escaleras.

—Ambos sabemos que eso no es cierto —responde a mis espaldas.

Al llegar al primer piso, la puerta de su departamento está abierta. Entro y él me sigue, cerrando la puerta tras él.

Estoy de espaldas a él, pero siento cómo se acerca con cuidado y finalmente rodea mi cintura con sus brazos. Dejo escapar un suspiro cuando noto cierta dureza contra mis nalgas y, también, que la toalla ha desaparecido.

Comienza a dejarme pequeños besos en el cuello.

—Te ves linda cuando te sonrojás —dice entre besos— . Pero, especialmente cuando te sonrojás porque te toco.

Dejo escapar un gemido cuando siento una de sus manos abrirse camino por debajo de mi pantalón.

Me volteo para encontrarme con su expresión divertida.

—Vamos a ver si puedo hacerte sonrojar a vos —susurro antes de besarlo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top