Capítulo #3: ''Mándame a Marte''
11 de marzo de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 8 de 365.
El sonido de un mensaje entrante me trae de vuelta a la realidad.
Estrujo mis ojos en un intento de poder enfocar. ¿En dónde dejé el teléfono? Lo saco del cargador en la mesita de luz y veo la pantalla iluminarse con una notificación de Brisko.
De ese tal Andrés, ¿recuerdan? El que no parece asesino serial.
Veo la hora: las dos y media de la tarde.
¿Es que la gente no duerme?
«No hasta las dos de la tarde.»
Cállate, es mi día libre.
Volteo hacia la ventana. El sol está alto en el cielo, brillando sin piedad sobre los edificios. Nuevamente, olvidé cerrar las cortinas y la luz del día llena la habitación. Desde abajo, risas de niños se elevan desde la plaza, donde la calesita gira con su música alegre.
Puta madre, qué ladilla. Debí haberme quedado con aquel apartamento diminuto en San Telmo, el que no tenía ventanas en la habitación.
«Maggie siempre con sus expresiones venezolo-argentinas.»
¡Pero no! La piba se enamoró del dos ambientes perfectamente iluminado en el corazón de Belgrano.
«Abre el mensaje, pobre, no tiene la culpa de tu humor de mierda.»
Bueno, bueno.
ANDRÉS IACOBELLI:
¡Hola!
YO:
¡Hola!
«Wuao, que creativa»
¡Fue lo mismo que colocó él!
Estoy por cerrar la aplicación cuando veo que su estado cambia a ''en línea'' y la palabra ''escribiendo...'' aparece en el chat.
Demonios, ahora voy a tener que conversar.
«¿No es el punto de hacer todo esto en un primer lugar?»
¿Por qué tarda tanto en escribir?
ANDRÉS IACOBELLI:
Che, esta es la cuestión. Tengo un amigo que me insistió con esta app y le prometí intentarlo. El trato es darle dos semanas y para hablar con algunas chicas, pero no estoy interesado en salir con nadie. La cosa es que él crea que lo hago.
Ah, porque es un testamento.
Uff, eso no lo vi venir.
Hablando claro, realmente aprecio su sinceridad y le quita todo el peso que tiene el asunto.
YO:
¿Y por qué no le decís directamente a tu amigo que no te interesa? ¿Qué tiene de malo decir la verdad?
ANDRÉS IACOBELLI:
Digamos que hace un par de años pasé por una ruptura muy fea, estuve re mal y me encerré en mí mismo. Él está preocupado por mí, así que le dije que lo intentaría y no quiero quedar mal con lo que prometí.
YO:
De acuerdo....
Entonces lo que me estás diciendo es que aceptaste intentarlo, pero en realidad lo que vas a hacer, es ''pretender'' que lo intentas ¿No es lo mismo que mentir?
ANDRÉS IACOBELLI:
Intento verlo como que omisión no es mentir, lo que no sepa no le hará daño.
YO:
No estoy de acuerdo. Omitir algo es igual a mentir, ¿no creés?
«¡JA! y mira quien habla.»
ANDRÉS IACOBELLI:
Supongo que depende de cómo lo mirés.
Creo que sos la única de las chicas con las que hice match que me respondió más de tres mensajes.
YO:
Probablemente la única que pensó que no eras un bicho raro. Bueno, todavía.
No responde por un par de minutos, estoy empezando a creer que me he pasado cuando finalmente responde.
ANDRÉS IACOBELLI:
JAJAJAJAJA
Me agradás
¿Qué hay de vos? ¿Qué te trae a Brisko?
YO:
Algo parecido, supongo. Digamos que estoy intentando olvidar a alguien y pensé que empezar a salir con chicos podría ayudarme.
ANDRÉS IACOBELLI:
¿Entonces sos de las que piensan que ''un clavo saca otro clavo''?
Auch. No es como si estoy intentado usar a nadie, es solo que nunca conocí nada diferente a mi manera de sentirme por Manuel.
Paso unos cinco minutos viendo la pantalla, sin saber muy bien qué responder.
ANDRÉS IACOBELLI:
Oye, disculpá, no fue mi intención ofenderte. Y si nos ponemos a hablar, debo ser la última persona con derecho a juzgar.
YO:
No es eso, en realidad está bueno poder hablar honestamente con alguien, alguien que en realidad no me conoce.
ANDRÉS IACOBELLI:
Te diré que, en vista de que no tengo intención de salir con nadie y vos parecés necesitar tener a alguien con quien hablar...
YO:
Te escucho, bueno, leo.
ANDRÉS IACOBELLI:
Durante las próximas dos semanas podemos escribirnos por acá, charlar, así tengo la prueba para que mi amigo vea que estoy hablando con alguien, y vos, bueno, vas a estar acá hablando con otros, puedo ayudarte a ver que no te encontrás con ningún degenerado.
¿Qué decís?
¿Te animás?
¡Sabía que no estoy paranoica con lo de los asesinos!
YO:
¿Y cómo sé que vos no sos un asesino en serie? ¿O que no estás espiando a través de la app mientras duermo?
ANDRÉS IACOBELLI:
JAJAJAJA
Supongo que ese es un riesgo que vas a tener que tomar.
Lo analizo por un par de minutos. En realidad no suena como una mala idea y me serviría de distracción ante la cosa que actualmente duerme en mi sillón.
Además, no es como si fuese a conocerlo en persona.
Así que a la mierda todo, vamos a darle.
YO:
Probablemente estoy loca, pero correré el riesgo. Acepto.
ANDRÉS IACOBELLI:
Perfecto, un placer conocerte, mi nombre es Andrés.
YO:
Podés decirme Maggie c:
Suelto abruptamente el teléfono cuando escucho un golpe proveniente de la sala, como algo cayendo al suelo.
—La puta madre —lo escucho quejarse a Manuel.
«Creo que alguien se levantó con el pie izquierdo.»
—Se me va a reventar la cabeza.
—¿Estás para un paracetamol o tal vez un té digestivo primero?
—Creo que voy con el té primero —responde mientras se coloca ambas manos en la cabeza — pero deja la pastilla cerca.
Me lo imaginaba.
Uno diría que a esas alturas de su vida ya sabría la diferencia entre 'salir a divertirse' y 'quedar hecho mierda'.
«Es Manu de quien hablas. No la piensa mucho.»
¡Ey!
«Solo soy tu voz interior, traigo a colación lo que ya piensas.»
Buen punto.
Dejo la taza de té y la pastilla en la mesita frente al sillón y me siento junto a él.
—¿Y qué fue más interesante anoche? —pregunto, él que acaba de agarrar la taza voltea a verme— ¿tu amigo el vodka o tu viejo amor el ron?
Ay, si las miradas mataran ya me habría ido a encontrar con San Pedro.
Bueno, por los menos pienso yo que iría al cielo.
Probablemente de yo ser otra persona ya me habría dicho en dónde puedo meterme el té, pero como se trata precisamente de mí respira hondo y responde:
—Birra.
Uhm, eso sí es nuevo.
A Manu no le gusta la cerveza, siempre ha sido más de tragos dulces.
—Y no, ni en pedo te voy a responder por qué estaba tomando birra, me duele un huevo la cabeza.
Este tipo me lee la mente.
«Te conoce bien»
Para mi desgracia lo hace.
El silencio reina en la habitación por un par de minutos, solo interrumpido por el sonido de los sorbidos de Manuel al tomar el té.
—¿Qué tanto recuerdas de anoche? —pregunto, en un susurro. No me atrevo a verlo a los ojos.
Lo siento dejar la taza nuevamente sobre la mesa y antes de que me dé cuenta recuesta su cabeza en mi regazo.
Está esta cosa entre nosotros. Algo habitual, si he de ser honesta. Cuando Manuel tiene dolor de cabeza o enferma me pide que le acaricie el cabello. Suele decir que, de alguna manera, mis caricias son mágicas.
Capaz de quitarle cualquier malestar.
Inconscientemente comienzo a acariciarle. Sonrío sin pensarlo mientras mis manos juegan con su cabellera negra y enredada. Es extraño, porque es liso hasta que llegas a las puntas, donde, la mayor parte del tiempo suelen formarse un par de rulitos.
—Recuerdo haber salido con los pibes y haber tomado un montón...—suelta un suspiro pesado—. Estaba esta mina, Selene, Celeste, algo así, después de eso todo es re borroso.
Hay algo en su tono. No estoy segura de cómo explicarlo. Sé que no está siendo completamente honesto.
—¿Por qué no fuiste a casa Manuel?
Hay una pausa de unos segundos, llego a pensar que no responderá, pero entonces dice:
—Supongo que mi yo borracho sabe reconocer mejor que mi yo sobrio que te extraña.
Punzadas en el corazón, detengo las caricias en su cabello.
—¿Y lo caramelos?
—Está bien —admite —. Mi yo sobrio ya estaba pensando en pasar...lo siento mucho Mags, tenés que creerme.
No se trata de eso, pero... ¿Cómo explicarle? Le creo, sé que lo siente. Como lo siente siempre que la caga, que es constantemente. No es el asunto de mi cumpleaños en particular, ese, fue solo el empujón que quebró un vaso que tenía mucho tiempo en la orilla del mesón.
«Intenta.»
¿Qué cosa?
«Explicárselo. Parte de querer crecer como persona Maggie, es ser capaz de decir lo que realmente sientes.»
—Se que lo sentís —respondo, hay cierto temblor en mi voz —pero no puedes simplemente vivir cagándola y luego pensar que con un ''lo siento'' y caramelos vas a resolver todo, no nos conocemos de ayer.
«Y por eso debimos haberlo dejado en el pasillo.»
Supéralo ya.
«Eso es lo que yo digo.»
—Por esa misma razón —dice mientras se sienta, sus ojos celestes se cruzan con los míos—. Sabés cómo soy, Mags. Siempre lo has sabido.
«Hay que ser hijo de puta.»
—¿Sabés qué? Me tiene podrida esta situación. Cuando quieres puedes ser bien pelotudo —me levanto del sillón, alejándome de él.
—Nada nuevo —lo más triste de todo, tiene razón.
Es Manu, el que siempre ha sido.
Pero este sentimiento. Esta especie de revoltijo en la panza que no pasa, es nuevo para mí; porque no puedo perdonarle, no tan fácilmente como lo he hecho por años.
¿Por qué me siento como si ya no pudiese lidiar con él?
«Porque tal vez, y ojo, antes de que te molestes, aunque Manuel siga siendo el mismo... la que cambió fuiste vos»
Y esa verdad me golpea como cachetada en la cara.
Dicen que hasta la paciencia del más santo tiene un límite ¿y si llegué al mío?
—Y la verdad es que sigo sin entender por qué te jode tanto.
«Señoras y señores, niños y niñas, el ganador al premio al idiota del año, perdón, quise decir del siglo es para Manuel Eustacio González ¡Felicitaciones!»
Mis ojos se fijan en los suyos. Y por un par de minutos el único sonido en el ambiente es del ventilador de techo encendido; mis manos, juegan nerviosas con mi pantalón de pijama, mientras intento —como siempre — contener mis lágrimas.
Lo he querido siempre y no ha faltado un momento en más de una década en dónde no se lo haya demostrado. Esperando, deseando, que algún día pueda verme y tratarme cómo me merezco.
¿Qué más tengo que hacer para que se cuenta?
«Nada Maggie, nada.»
¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué... lo dejo lastimarme?
—Si quieres darte una ducha —digo, finalmente en voz baja —. En el primer cajón del placard hay algo de ropa que dejaste el mes pasado.
—Graci...
—Y después quiero que te vayas, tengo un día ocupado.
Ese tono seco y duro, dudo que alguna vez haya usado ese con él.
Tanto, que por un par de segundos me planteo si ha venido de mí.
Su rostro se ilumina con la sorpresa. Su ceño fruncido, acompañan sus torpes movimientos al levantarse del sillón; camina un par de pasos en mi dirección.
—¿Tanto la he cagado? —cuestiona, con voz dolorosa. Sus ojos buscan los míos, pero los esquivo — Me he disculpado Mags ... che, dale.
Duele. Mierda, como duele.
Porque entonces con mis ojos llenos de inevitables lágrimas, me animo a mirarle.
Esos ojos. Aquel cristalino azul con la infinita capacidad para colarse en mis sueños desde los trece años. Su cabello desordenado, la curvatura de esos labios finos que deseo besar hasta el final de mis días, los músculos que resaltan en su abdomen —gracias al gimnasio en Corrientes y 9 de Julio— Todo él, capaz de robarme el aliento con solo contemplarlo.
«Concéntrate Margot, tenemos que mandarlo a la mierda ¿recuerdas?»
Ah sí, sí.
—Mags —me llama y vuelvo en mí.
—¿Realmente querés que me vaya? —se acerca un par de pasos hacia mí.
¿Qué si quiero? Alza una mano y toca con cuidado mi mejilla, una corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo.
No, lo quiero cerca de mí. Y eso es precisamente lo que no está bien, porque me lastima.
Tiene que irse. Es la única manera.
Teniéndolo cerca no voy a poder hacer lo que tengo que hacer. Retrocedo un par de pasos.
—Sí, quiero que te largues. Si esta vez pretendes que te perdone, vas a necesitar más que disculpas chimbas —mi voz suena firme y decidida.
«¡Vamos Maggie!»
—¿Chimbas? ¿Qué carajo es eso? —pregunta, arqueando una ceja.
—Trece años conociéndonos....—mascullo con ironía — Tus disculpas falsas, baratas, Manuel. A eso me refiero —aclaro, con frustración.
—¿Qué querés que haga?—su tono es tal vez, igual de frustrado que el mío.
—Eso vas a tener que resolverlo vos, Manuel. Estoy harta de explicarte cómo reparar tus macanas. Esta vez, arréglate solo.
Y nuevamente, silencio.
—Te voy a llamar Mags, ¿dale? —dice Manuel, quien ya bañado me mira parado junto a la puerta. —. Voy a dejar pasar un par de días para que se calmen las aguas, pero lo haré.
«Como si eso fuese a resolver algo.»
Desvío la mirada.
Ese es el maldito problema, que todavía no lo comprende.
Que no sé si alguna vez lo hará.
Un escalofrío recorre mi cuerpo, haciendo que mis brazos inconscientemente pasan a resguardarme por delante de mi pecho. El día es pesado —como cualquier otro del verano — y sin embargo, tengo frío.
—Margot — me llama, con una voz cargada de no solo arrepentimiento, sino miedo. —Me desbloquearás... ¿verdad?
«Ahora hace falta más que solo arrepentimiento.»
Yo también tengo miedo. Porque es ahí, cuando hay esa debilidad en él —cuando finalmente se permite bajar la guardia — que me recuerda el por qué me he mantenido a su lado todos estos años.
Son casi trece, para ser más precisos. En donde siempre he sido su lugar seguro, a donde viene cuando siente que el resto del mundo no lo comprende.
Porque siempre he podido ver más allá de la coraza predilecta de niño inmaduro. Pero... ya no puedo permitírmelo.
¿Eso significa que nuestra amistad terminará por esto? ¿O tendrá que cambiar?
«Ya cambió Maggie, solo que no quieres verlo.»
Me acerco hasta la puerta y la abro para él.
—Adiós Manuel — suelto, en un tono que pretende ser frío.
—Bien, si eso querés... pues así será —dice duramente, aunque puedo percibir el temblor detrás de sus palabras. Con pesadez se dirige hasta la puerta, y antes de poder reaccionar, sale tras ella dando un portazo.
Mis piernas tiemblan. El peso de mi amor por él y mi deseo de que las cosas sean diferentes finalmente me golpean.
Porque es eso, el peso de los años. Años de deseos jamás alcanzados y de promesas rotas.
Un nudo se instala en la boca de mi estómago. Yo puedo verlo, quien realmente es. Pero si él no quiere hacerlo, no queda sino aceptar que no hay nada más que yo pueda hacer.
Entender que... aunque duela, no es mi culpa.
Mi cuerpo se desliza contra la puerta, quedando apoyada en ella. Y las lágrimas —que valientemente reprimí hasta ahora — salen sin ningún tipo de control.
Lo odio.
«Sabemos que eso no es cierto.»
No es justo.
Entonces lo escucho, al igual que la noche anterior: tres golpes a la puerta seguida del sonido de su voz.
—No era en serio, Mags —susurra Manuel con voz suave pero llena de determinación—. No me voy a rendir.
Suspiro.
Bien, supongo que ahora es su turno.
Son las diez de la noche. Llevo desplomada sobre el sillón desde la tarde, con los ojos cual bolas de lo mucho que —pelotudamente — si me lo preguntan, no he podido parar de llorar.
El living es un quilombo de servilletas mojadas con mi moco, y una caja de pizza abierta comida hasta la mitad. Estoy viendo una película en mi celular.
El nudo en la boca de mi estómago sigue intacto. Ver cómo Patrick Dempsey le declara su amor a su mejor amiga de toda la vida en Escocia cuando ella está comprometida para casarse con otro no ayuda. ¿Nunca han visto ''Quiero robarme a la novia''? Peliculazo.
Estoy justo en la parte en donde se besan en la taberna cuando entra una notificación de Brisko, Andrés.
ANDRES IACOBELLI:
¿Qué tal el día?
De la mierda, de verdad.
«No puedes decirle eso.»
YO:
Mucho drama :c
«Supongo que esa es una manera menos gráfica de describirlo.»
ANDRÉS IACOBELLI:
¿Algo que pueda hacer para distraerte?
YO:
Puedes ayudarme a buscar una manera de irnos a Marte.
Silencio, de seguro ya lo asusté.
Espera...
¡Está escribiendo!
«Sos un caso perdido»
Lo sé.
ANDRÉS IACOBELLI:
¿Y qué hacemos con los extraterrestres?
Tal vez no nos quieran allí.
Suelto una carcajada involuntaria.
YO:
Piénsalo de esta manera, como estaríamos en el de ellos, nosotros SERÍAMOS los extraterrestres.
¡Toda una novedad!
ANDRÉS IACOBELLI:
JAJA, ¡desperté al perro con mi risa!
Dale, dale, no lo había visto así.
Entonces...
Solo nos falta una cosa por hacer.
YO:
¿Y qué sería?
ANDRÉS IACOBELLI:
Robar la nave espacial, pero no podría ser cualquiera...
Tendría que ser una de las que tiene la NASA.
Creo que me agrada este chico.
YO:
Entrar en la NASA no será sencillo.
ANDRÉS IACOBELLI:
Nadie dijo que fuese a serlo.
YO:
Che Andrés
ANDRÉS IACOBELLI:
¿Sí?
YO:
Gracias c:
ANDRÉS IACOBELLI:
Por nada Maggie c:
Una nueva notificación, tres nuevos matches.
«No está nada mal Maggie, por ahí debe estar nuestro papasito.»
Esperemos. Aunque si Andrés termina antes su hackeo, la oferta es tentadora.
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