Capítulo #26: ''Feliz Navidad''

17 de febrero de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

El departamento de Manuel está hecho un quilombo, de vuelta. Es ya la tercera vez esta semana; así como también la tercera vez que vengo a ayudarlo a levantarlo. Me siento en el sillón, acabo de terminar de sacar manchas de comida de las cortinas que dan al balcón; de seguro alguna fiesta, pero no tengo ganas de preguntar. Mi respiración es pesada debido al cansancio; mi mirada se centra en la mesita frente al sillón donde una botella de vodka abierta reposa justo al lado de un vaso a medio llenar. La puta madre.

«¿Qué estás haciendo, Maggie?»

Volviendo a sacarlo del hueco en el que se mete siempre, aparentemente.

Mis ojos se cristalizan; me lo prometió ayer. Dijo que era el último. Lo prometió.

«¿Y desde cuándo Manuel ha probado que puede mantener una promesa?»

A mi lado, la vibración de un celular me hace salir del trance en que me encuentro. Es el de Manuel. Miro la pantalla y veo que es su padre, Rodrigo, quien llama. Un nudo se forma en mi garganta, porque sé lo que viene. Le hago una seña a Manuel que está parado justo al lado de la puerta del baño y él, con una expresión de súplica, me ruega con gestos que atienda yo.

«Que conteste él»

Suelto una maldición ¿Por qué siempre tengo que ser yo quien lo cubra?

— ¿Hola? Rodrigo, soy Maggie. Todo bien, ¿vos? —carraspeo un poco; en un intento de aclarar mi voz temblorosa —. Sí, está acá conmigo. Justo acaba de entrar a bañarse —miento, sintiéndome increíblemente culpable—. ¿Quieres que le deje un mensaje?

Cuelgo la llamada y dejo el teléfono a mi lado en el sillón. Tengo una sensación agridulce en la boca; mis labios tiemblan y mis ojos empiezan a arder, no quiero llorar. Poco después, Manuel sale del baño, aún secándose el cabello con una toalla. La suelta dejándola caer del otro lado del sillón y luego, agarrando el vaso en la mesa, se lo toma de un solo trago ¿Cuánto tiempo más voy a tener que soportar todo esto?

«Hasta que vos lo decidas, Maggie»

—Tu papá quiere que lo llames —digo, con voz quebrada.

—Siguen insistiendo en que retome la facultad, de lo contrario me van a cortar la mensualidad —responde Manuel, en tono molesto; deja el vaso en la mesa antes de tomar un sorbo directo de la botella.

— ¿Y no piensas que tal vez es tiempo? —le pregunto; veo cómo toma otro trago, se me parte el corazón—. Prometiste ayer que ya no lo harías.

Manuel detiene la botella a medio camino, antes de meterla en su boca. Sus dedos temblorosos vuelven a ponerla en la mesa. Me mira, con una mezcla entre la frustración y el arrepentimiento.

—No lo sé, Mags. A veces siento que nunca puedo satisfacer a nadie —responde, su tono es bajo—. Nadie nunca me preguntó qué es lo que quería, solo asumieron que seguiría el camino que ellos trazaron para mí. Derecho, la firma de abogados de la familia... —dice, dejando escapar un suspiro pesado.

Siento un nudo en el estómago al escucharlo. —Lo hicieron, lo hicimos, Manu. Muchas veces te preguntamos, pero nunca dijiste nada. Nunca dijiste 'es esto lo que quiero hacer' —digo suavemente, recordando las veces que habíamos intentado hablar con él sobre su futuro.

—Tal vez porque, en realidad, nunca lo he sabido. O no me interesa lo suficiente. —coloca ambas manos en su rostro, restregándose los ojos.

«Y es ahí dónde está el problema»

—Llama a tus padres, podemos hablar de volver a rehabilitación. Podemos ver qué hacer... —más que una petición, es un ruego.

—No voy a hacerlo más. Estoy cansado de discutir sobre lo mismo, siempre—dice Manuel, su voz cargada de desesperanza.

¿Él está cansado?

—No puedo ni quiero seguirte cubriendo, lo estás haciendo de nuevo, Manu, y en nuestras narices. ¿No estás cansado de volver siempre a lo mismo? ¿No ves todo el daño que te hacés? —le digo, tratando de mantener la calma. Mis manos tiemblan, y sin poder ya evitarlo, comienzo a llorar.

—Mags, no quiero hablar de esto ahora... ¿podemos no? —Manuel desvía la vista, sé que no le gusta verme llorar.

—Por favor, Manuel.

Pero no va a ceder, no es lo típico en él. Se acerca a mí, y cuando está lo suficientemente cerca, deja un beso en mi cabeza.

Los latidos descontrolados de mi corazón inundan mis oídos y el olor a vodka que produce, me enferma la panza.

—Podés quedarte hoy si querés, voy a salir un rato —me dice, en lo que se separa. Intenta sonar despreocupado.

— ¿A dónde vas? —le pregunto, sin poder ocultar mi preocupación.

—Por ahí, ahora vuelvo —responde, ya caminando hacia la puerta.

Lo miro salir, sintiendo una mezcla de impotencia y tristeza. Está sumergido en sus demonios, de nuevo.

Pero la pregunta es... ¿hasta cuándo?

21 de diciembre del 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 293 de 365.

Tenía doce años cuando mi papá falleció. Por un lado, era lo suficientemente mayor para comprender que se estaba yendo y que no podía hacer nada para evitarlo. Pero, por el otro, también era solo una niña. Ahora me doy cuenta de que la carga de su ausencia fue lo que me motivó a aislarme. En aquel entonces, supongo que no encontré una mejor manera de enfrentarlo.

Cuando te abstraes, a menudo no eres consciente de tus acciones. Este mecanismo de defensa te envuelve en una burbuja tan segura que pierdes de vista el daño adicional que podrías estar causándote. Durante ese tiempo, dejé de hablar con mis amistades más cercanas hasta el punto de perderlas, solo tenía conversaciones breves con mi madre y pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en mi habitación.

Y a pesar de los intentos de mi mamá por ayudarme, desde acortar horas en el trabajo para poder pasar más tiempo conmigo en mi casa, los psicólogos, entre otras cosas, pasados seis meses no había habido en mí mucho cambio. Cuando lo pienso ahora, como adulta, veo lo injusto que fue para ella bloquear su propio duelo para lidiar con el mío, aunque sé que ella no lo ve así.

Ese fue el disparador para que mi madre decidiera que necesitábamos un cambio de aire, lo que nos llevó a vivir (valiendo la ironía)  en la Ciudad de Buenos Aires.

A pesar del cambio, me tomó tiempo salir de mi caparazón. Mi mamá no notó mucho cambio en mí hasta que la familia González llegó a nuestras vidas.

Hasta que lo conocí a Manuel y nos hicimos amigos.

Su peculiar manera de ser y actuar logró sacarme de mi abstracción y me permitió volver a vivir. Volverme a sentir yo misma de nuevo.

Reía, cantaba.

¡Pasaba tiempo fuera de mi habitación!

Mi mamá también encontró en Candela y Rodrigo una amistad sincera que ha perdurado y crecido con los años.

Cuando este año comenzaron las discrepancias entre Manuel y yo, nuestros padres no les dieron mucha importancia. Creyeron (tal vez erróneamente) que, como tantas veces antes, lo resolveríamos.

Supongo que, al igual que mi madre, los padres de Manuel sabían que yo estaba perdidamente enamorada de él y esperaban, de cierta forma, que esos sentimientos se transformaran en algo mucho más lindo.

Pero eso, no había podido ser.

Principalmente por las actitudes de mi mejor amigo a lo largo de los años, y a pesar de todo, he permanecido a su lado.

Cuando Manuel regresó de su 'desaparición' a mediados de año, habló de su rehabilitación y confesó sus sentimientos por mí, me notaron renuente a creer lo último.

Quiero explicar algo que no hice en su momento: estoy orgullosa de él, de su avance y de que haya recuperado su sobriedad.

Sin embargo, y tal vez como habrán adivinado, no es la primera vez que Manuel se ha visto forzado a entrar en rehabilitación para recuperarse, ya sea por problemas de alcohol o incluso de drogas.

De vuelta al año 2016, cuando me le había plantado de frente en su cumpleaños número dieciocho y dado un ultimátum para hacer pública nuestra amistad (que bueno, ya sabemos cómo terminó eso) había pedido mi ayuda para ir a reuniones de Alcohólicos anónimos (habiéndole acompañado yo misma a varias de esas reuniones) se había recuperado y prometido no beber más.

Ojalá hubiese terminado ahí la historia.

Unos años después, para finales del 2021, principios del 2022, Manuel volvió a cambiar por completo su actitud. Salía nuevamente de fiesta y era poco o nada lo que sus seres queridos los veíamos. Digamos que, para escoger amistades, nunca fue precisamente el mejor.

«Al menos que se tratara de vos.»

Y tristemente, no siempre supo valorarlo.

Pero esta vez en particular no había sido por alcohol, sino por el consumo de drogas. Esto lo llevó a otro par de meses dentro de un centro de rehabilitación.

Finalmente, desde octubre del año pasado hasta su ingreso a su última rehabilitación, Manuel empezó a tomar de vuelta, como él mismo lo llamaba "bebía socialmente". Estábamos hartos de tener que vigilarlo constantemente, así que decidimos que era hora de que empezara a tomar sus propias decisiones. Sin embargo, su comportamiento aquella noche en mi departamento, llegando ebrio, o su ausencia en mi cumpleaños, fue la gota que rebasó el vaso.

Como me dijeron en su momento, tenía que aprender a pensar en mí misma. No podía ni puedo estar resolviendo sus problemas toda la vida. Por eso, cuando apareció en mi casa vestido de militar, sobrio, con nuevas intenciones y proclamando que me amaba, me pareció demasiado bueno para ser verdad. Aunque quería con todas mis fuerzas que fuera cierto, y sigo queriéndolo.

Pero por ejemplo hoy, cuando vamos vía al hospital a que me quiten el yeso: Manuel conduciendo con su uniforme, es la mejor versión de él que he visto en años. Cantando alguna canción de Morat que yo insistí en poner, me siento como si en algún momento algo va a estallar, como si para mí, para Maggie, vivir tan tranquila y feliz fuese algo que no pudiese ser más que efímero.

Manuel ha sido siempre una bomba de tiempo. Está esa parte de mí que piensa que no es cuestión de ''si explotará...'' sino más de ''cuando''. Aunque tal vez pueda tratarse de un mecanismo de defensa también.

Luego, está ese otro lado de mí.

Ese que está convencido de que las personas pueden cambiar. Conozco al Manuel que siempre ha existido detrás de las malas decisiones que ha tomado: al dulce, creativo, gracioso y amoroso pibe que, de una forma u otra, siempre ha estado para mí. Ese que, cuando no hay nadie alrededor, cuando siente que puede ser él mismo, es de las mejores personas que conozco en este mundo.

Siempre me dijo que yo sé cómo sacar la mejor versión de él, y después de su cumpleaños número dieciocho no puedo negarlo: intentó ser el mejor amigo que pudo ser. Muchas veces no te das cuenta de qué tan hondo has caído hasta que ya no queda nada a tu alrededor.

Nunca es demasiado tarde ¿cierto? Y nuestro presente y futuro no debería definirse por completo por nuestro pasado, especialmente si hemos hecho un esfuerzo muy grande por ser diferentes, por aprender de ello.

Así que limito a hacer lo que he intentado hacer el último mes, no pensarlo tanto. Porque lo quiero, lo quiero con toda mi alma.

Está la balanza, esa que pesa todo lo bueno y lo malo. Y por ahora, que gane lo bueno.

«Sin embargo, tarde o temprano van a tener que hablarlo.»

—Te espero acá afuera ¿sí? —levanta ambos pulgares, dándome ánimos.

Mi corazón late con fuerza mientras le sonrío, una sonrisa que solo él provoca.

El proceso es rápido. En treinta minutos, mi pierna ha sido liberada y me siento contenta, radiante. Gracias a que seguí todos los consejos y realicé el reposo correspondiente, pudieron retirarlo una semana antes, por lo que no tendré que llevarlo durante las fiestas.

El doctor me da instrucciones, incluyendo sesiones de kinesiología, y me advierte que no me esfuerce demasiado. En unas semanas, nos veremos para una revisión de rutina.

Al verme salir, abre los brazos y me recibe en un abrazo cálido. Al separarnos, deja un tierno beso en mi frente.

—¿Y? ¿Cómo te sentís? —pregunta, notando mi sonrisa radiante.

—¡Libre! —exclamo con emoción, lo que lo hace reír.

—Me alegro, vamos a casa.

Asiento.

Empezamos a caminar por el pasillo, él a mi izquierda. El mismo es un poco estrecho y está lleno de gente. El roce entre nuestras manos es inevitable, descargas de esa familiar electricidad me recorre entera y en un impulso (que no puede ser otra cosa que estúpido) estrecho su mano.

Se escucha el bullicio de la gente hablando a nuestro alrededor, así como el constante abrir y cerrar de puertas. Pero es como si todo pasara a segundo plano, porque cuando se voltea a verme y sus ojos azules me escudriñan con confusión, solo puedo escuchar el latido acelerado de mi corazón, como si estuviese resonando a todo volumen en algún parlante.

La vergüenza llega a mi cara, ruborizándome; mientras que haciéndome la desentendida dirijo mi atención hacia la derecha, donde un anuncio sobre cómo cuidar el ambiente está colgado en la pared.  Pretendo leerlo como si fuese lo más interesante que he visto en la vida. Ahora siento el corazón en la garganta, y mi mano en la suya temblorosa.

«Un acto tan sencillo y la  vez tan íntimo.»

«Tal vez él ya no esté en la misma posición, ojo, solo tal vez.»

Estoy dejando ir mi mano cuando siento sus dedos  entrelazarse con los míos, llevando mi corazón a otra galaxia.

Y he de decir que si he de morir de amor, que sea de esta manera.

22 de diciembre del 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 294 de 365.

—Ay Maggie —dice Andrés, apoyando ambos brazos sobre la mesa mientras niega con la cabeza—, sos realmente, amiga mía, y lo digo con todo el cariño del mundo, un caso perdido.

Estamos almorzando en una cafetería a un par de cuadras de mi casa. Es la primera vez que nos vemos en dos semanas, desde que (como me lo había prometido) apareció en la casa de los padres de Manuel con un muy hermoso (y debo decir sabroso) combo de McDonald's.

Ese día hablamos de cosas meramente superficiales, centrándonos principalmente en cómo ayudé a traer a Margot Junior al mundo, mi caída extraordinaria, y bueno, mi extraña relación con el hijo de los González.

En este último tema (por petición mía) no habíamos ahondado mucho.

Sin embargo, en la cafetería no he tenido la misma suerte.

Cuando nos traen nuestras hamburguesas (una tradición cada vez que comemos juntos), veo esa pregunta en su mirada. Sé que me la va a volver a hacer.

Le digo que estamos en muy buenos términos, pero que más allá de eso no hemos vuelto a tocar el tema de "nosotros" (si es que se puede llamar así). Él se ríe y niega con la cabeza. Creo que, como los demás (y me atrevo a decir que también yo misma), no entiendo por qué no puedo decidirme.

Supongo que la excusa de querer cerrar el año como me lo prometí ha empezado a perder su credibilidad.

Pero, como he dicho tantas veces, no es un tema del que quiera hablar.

Aprovechando sus palabras, intento cambiar de tema y dirigir la conversación hacia él:

—Vos tampoco te quedas atrás. Por cierto, felicitaciones por tu matrimonio. ¿Dónde te mando mi regalo?

Me fulmina con la mirada y luego suelta una carcajada.

—Touché.

—Supongo que los dos somos un caso perdido.

—Por eso nos llevamos tan bien —responde con aires de engreído. Sonrío, sabiendo que puedo jugar este juego también.

— ¿Llevarnos bien? Si apenas te aguanto.

—Y yo que quería ponerlo bonito —cruza los brazos, fingiendo indignación. Unos segundos después, suelta otra carcajada —Te quiero, Maggie.

—Lo sé, yo también me quiero.

Andrés me muestra el dedo del medio.

Parece que quiero volver a retomar el tema que nos ha llevado a nuestra pequeña "discusión". Intentando distraerlo, pregunto:

— ¿Y... qué tal todo con la pelirroja?

«Ah, hacía tiempo que no tocábamos este tema.»

—Bueno, han pasado ciertas cosas. Y el haber tenido que... bueno, digamos que estar fuera del "cronograma" normal debido al yeso no me ha permitido cumplir con mi promesa.

—Te juro que no la soporto, Maggie...

Ay, pobre chica.

Pero para ponerlos un poco al día, les contaré lo que sé. La esposa de mi Brisko amigo se llama Amy Peterson, alta, ojos marrones y cabello rojizo natural, es de la Ciudad de Nueva York. Y bueno, prometí no mencionar este último detalle, pero estamos entre amigos... ¿no? No creo que se lo cuenten a nadie.

«Vos siempre con tu bocota Margot.»

Pero bueno che, digamos que para ellos tanto como para mí es un detalle de alta relevancia.

«Bueno ¡Ya! Sabemos que les dirás de todas formas, así que acaba con esto de una vez.»

Que crueldad.

Ah...y tiene diecinueve años.

Si, si, puedo sentir como se hace el silencio incómodo en la habitación. No lo juzguen a Andrés (supongo que de eso ya me encargué de hacerlo yo, así que ya tuvo suficiente regaño por el momento). En su defensa (y si, no me queda otra que defenderlo) no recuerda absolutamente nada de esa noche, y, además, es mayor de edad.

No es como si se hubiese casado con ella sabiendo todas esas cosas. Así que, si me lo preguntan, no está tan mal.

«Andrés tiene veintiocho años.»

¿y? ¡No se llevan ni diez! Ni que fuese un Sugar Daddy ni nada por el estilo.

«En algunas culturas podría considerarse.»

—...lavó mi ropa y está toda rosa ¡rosa!

¿Qué? Creo que me perdí un poco en mis pensamientos.

—Tiene diecinueve años, Andrés. Es joven y es la primera vez que está tan lejos de su hogar. Estoy segura de que, al igual que vos, está haciendo lo mejor que puede con la situación. Y bueno... la ropa... —digo, mientras le doy un mordisco a mi hamburguesa y mi amigo sigue refunfuñando por lo bajo—. Seguro fue un accidente.

«¿Y vos de qué lado estás?»

Simplemente estoy intentando apaciguar un poco las cosas.

—¿Querés creerme cuando te digo que la mala suerte la persigue a la piba? No sé si se le cruzó un gato negro, o si pasó por debajo de una escalera, pero es un quilombo ambulante —Se escucha mucha frustración en su voz, además de cansancio, quizás la situación lo está afectando más de lo que pensé.

—Ahora estás pasándote, ¿has intentado ser amable?

Me dedica una mirada de asombro, como si le hubiese dicho que las cabras volaran.

Tal vez no en este universo, pero...

«Tienes que dejar de ver tantas pelis de ciencia ficción.»

— ¿Amable? ¡Es ella la que nos tiene metidos en este quilombo, Maggie! —alza un poco la voz; las miradas de la gente en las mesas a nuestro alrededor se posan en nosotros, haciendo que mi amigo se ruborice. Luego baja un poco la voz —De haber querido firmar los papeles, ya no estaríamos en esta situación. Cada uno podría haber seguido tranquilamente con su vida.

Suspiro mientras lo miro. Sigo sin entender por qué no le da el divorcio (sobre todo porque no conozco a la chica), pero entiendo que siempre hay más de una manera de ver las cosas. Quiero creer, o mi instinto me dice, que el no firmar el divorcio va más allá de un mero capricho.

—Sí, amable. Normalmente, cuando alguien es amable, tiende a recibir mejores respuestas —respondo con ironía. Él se cubre la cara con las manos—. No digo que sea justa esta situación, porque no lo es. Solo pienso que tal vez hay mucho más en esto de lo que piensas.

Andrés deja escapar un bufido en señal de frustración. Luego, retirando las manos de su rostro, dice: —Tal vez no sé cómo ser amable.

Me río. ¿Está hablando en serio?

—Lo sos conmigo, es más... Debes ser de las personas más consideradas que he conocido en la vida.

—Es diferente, Maggie. Vos me agradás —aclara —, al menos la mayor parte del tiempo.

«Che, vino medio agresivo el pibe hoy.»

Decido pasar ese último comentario por alto.

—Definitivamente tengo que ir a conocer a esta chica.

Saca las manos de su rostro y voltea a verme esperanzado, una pequeña chispa reflejada en sus ojos verdes.

— ¡Eso! Así tengo pruebas para intentar denunciarla por intento de asesinato, testigos necesito.

—No seas exagerado.

¡Ay, si las miradas mataran!

—La semana pasada quemó lo que sea que estuviese intentando cocinar, y daño dos de mis sartenes nuevos.

Bueno, los accidentes pasan.

«¡Exacto! Vos sos la prueba viviente de ello.»

—Tampoco es que pasas mucho tiempo en casa... viajas un montón. —Mi comentario es pasado por alto mientras continúa farfullando sobre las macanas que la pobre chica se ha mandado en la semana.

— ¡Ah! ¡Y el otro día...! —continúa, como si su cabeza no pudiera dejar de pensar en la chica—. Llegó con una taza de café hasta el sillón, donde por cierto he estado durmiendo los últimos dos meses, y se le cayó encima de mí —exclama, haciéndome soltar una carcajada—. ¡Ey, estaba hirviendo!

—Andrés...

—Te juro, quiere matarme.

Y después dicen que las mujeres somos las dramáticas.

—Podrías intentar conocerla un poco. —Tomo un sorbo de mi gaseosa; el frío refresca lo seco de mi garganta—. Si querés llegar a ella para que te dé el divorcio, llamarla 'quilombo ambulante' no es precisamente la mejor manera de empezar.

Una pizca de culpabilidad se refleja en su mirada, no responde nada por un par de minutos.

—Solo quisiera que fuera más fácil entenderla... —se queja por lo bajo—. No es que la odie ni piense que es mala, simplemente me tiene muy frustrado todo esto. Por eso te necesito, Maggie. Necesito que vayas a casa y me ayudés, por favor. No puedo intentar comunicarme bien con ella si ni siquiera la entiendo.

Sonrío y me levanto de mi asiento para acercarme al suyo. Ante la mirada sorprendida de mi amigo, lo abrazo con fuerza. Tarda unos segundos en reaccionar, pero finalmente se levanta y me abraza de vuelta.

—Todo irá bien Brisko amigo, vamos a tomarlo un día a la vez ¿te parece?

Se separa de mí, sus ojos están cristalizados. Por primera vez en un rato me encuentro de frente al Andrés real, al que tanto quiero. Aquel que es tierno, amable y que le importa.

Aquel que lleva consigo las cargas y dolores del pasado. Que al igual que a mí lo persiguen muchas sombras, y a veces, cuando las sombras te alcanzan es más sencillo pretender que no te importa, porque de esa manera duele menos.

Pero tarde o temprano el pretender no sirve más. Hay tantas similitudes entre ambos, supongo por eso hemos llegado en tan poco tiempo a ser tan cercanos.

En otra realidad, hubiese sido tan fácil enamorarse de él.

«Pero en esta, ya tenemos al ojiazul. Que, por cierto, todavía tenemos que ver qué vamos a hacer con eso.»

Lo sé.

—¿Qué te parece...—pregunto con dulzura —si lo intentamos la semana que viene en tu cumple?

Andrés asiente.

—Gracias Brisko amiga.

24 de diciembre del 2023. Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

Día 296 de 365.

Soy de un pueblo pequeño al oeste de Venezuela. En la costa, muy cerca de la playa. Pero cuando digo pequeño, es porque es realmente pequeño. De esos lugares en dónde no solo todos conocen a todos, sino que de alguna manera todos están emparentados. No puedes hablar mal de nadie, porque siempre alguien resulta ser el ''primo'' o el ''tío'' del otro.

Una comunidad muy unida, dónde siempre había alguien pa' echarte una mano.

Por lo que, las festividades siempre fueron y son aún día (a pesar del tiempo) algo importante en mi familia. Cuando era chica, recuerdo las grandes reuniones, el olor a buena comida y el típico sonido de gaitas en el fondo. Siempre estaba quien llevaba las bebidas, y el que se encargaba de cocinar, y mi abuelita (la mamá de mi mamá) hacia la mejor tres leches que te pudieses imaginar.

Verlo a mi papá sentarse junto a mis tíos y hablar de un montón de temas de ''adultos'' mientras se tomaban una cerveza, y por el otro lado, a mi mamá ayudando a mis tías a poner la mesa.

Y nosotros, los niños, corríamos alrededor del patio de la casa de los abuelos, hasta que nos llamasen a comer.

Estos son recuerdos que guardo con especial cuidado en mi corazón.

Con el paso de los años las cosas cambian, desde el fallecimiento de mis abuelos (cuando todavía yo todavía era chica), el de mi papá, el del resto de mi familia mudándose alrededor del mundo, y bueno, nosotras, embarcando una nueva aventura en Argentina.

Esto implicó no solo empezar de cero en cuestiones de trabajo, escuela y vivienda, sino aprender a conocer una cultura completamente nueva. Pero, que sea diferente no quiere decir que sea malo. De hecho considero, que es de las mejores cosas que me han pasado en la vida.

Hay belleza en la diferencia. Y gracias a Dios, encontramos en el camino personas que, aunque no estuviésemos en el país que nos vio crecer nos hicieron sentir como en casa. Hasta que un día me di cuenta de que ya no necesitaba sentirme  ''como en casa'' porque este hermoso país, ya lo era. Mi hogar.

Teníamos esta tradición: todos los años pasábamos ambas festividades con los González. Luego, a medida que tanto Manuel como yo fuimos creciendo (especialmente él) salía con algunos amigos, y a veces, me llevaba con él.

Posteriormente, desde mi mamá se casó con Fabián solemos pasar una con los González, y otra, con los hijos de este y el resto de su familia.

Pero este año, mi madre ha decidido hacer algo diferente.

Una gran celebración para la noche previa al año nuevo, en su casa en Olivos.

Con la familia de Fabián, nosotras y los González. Cuando le pregunto por qué había decidido tal cosa me ha respondido que ''El cambio puede ser bueno, tienes que permitirte ver qué cosas lindas puede traerte''.

—¿Y...qué pasa con Navidad?

Fue el veintitrés a la tarde cuando había ido a verlos a su casa, que ya por suerte tenía todas las ventanas reparadas. Los perros corrían de un lado al otro y gaitas navideñas venezolanas se escuchaban en todo el salón, me extrañó que vi un par de valijas vacías sobre la mesa del comedor.

—Fabián me ha sorprendido con un viaje, quiere que vayamos a Mar del Plata, como una especie de escapada romántica...pero le dije que solamente iría, si tú estabas bien con eso —sus ojos brillaban, cualquiera podría notar a lenguas la emoción que sentía por el viaje.

Se me encogió el corazón cuando pensé en qué debía haber hecho algo muy bien en alguna vida pasada para merecer una madre tan maravillosa como la que tengo. Ha estado para mí en cada segundo del camino, no me abandonó jamás, así como tampoco nunca me juzgó. Dedica su vida entera a mí, dejándose de lado a ella y lo que quiero.

Me amó y me ama por sobre todas las cosas.

¿Por qué me molestaría porque en algún punto quisiera hacer algo por ella? ¿No debería en tal caso incitarla a que las hiciera más?

¿No le debo acaso a ella más que amarla con la misma intensidad? No sería quien soy de no ser por ella.

—Lo que no entiendo es por qué todavía no has empacado —respondí y le sonreí.

Abrió los ojos y enarcó las cejas, visiblemente sorprendida.

—No quiero que sientas que te abandono, si no te sientes cómoda puedo decirle de reprogramar y....—la callé dándole un fuerte abrazo.

—Mamá —la miré en lo que nos separamos —has dedicado tu vida entera a mí, a que yo sea feliz —sus ojos se llenaron de lágrimas —ahora, lo que más quiero en el mundo y con lo que me harías la mujer más feliz del planeta, es si vas a ese viaje.

— ¿Y vos que harás? —cuestionó, un tanto preocupada.

—Estoy segura de que Candela no le molestará si me cuelo en su casa por Navidad —respondo, riendo, sabiendo que para la aludida yo era como una hija.

—Pero... —volví a abrazarla.

—Te amo mamá.

Me envolvió con sus brazos, abrazándome también con fuerza.

—Te amo Maggie.

Así que aquí estoy, veinticuatro de diciembre, a las nueve de la noche, Nochebuena. Como imaginaba, los padres de Manuel ni siquiera dudaron en recibirme. De hecho, Candela me llamó para organizar la cena antes de que pudiera preguntárselo.

¿Qué complejo viene a ser el concepto de familia no lo creen? De niña, si me hubieran preguntado qué es la familia, habría dicho que son las personas con las que comparto lazos de sangre. Pero ahora sé que familia es también la gente que, sin importar eso, está a tu lado en las buenas y en las malas, sin cuestionamientos.

Y no puedo creer que a lo mejor hasta este momento no me hubiese dado cuenta.

«¿De qué cosa?»

Ahora me doy cuenta de lo afortunada que soy. No solo por la familia biológica, sino por la que encontré a lo largo de los años, aquellos que sin buscarlo se han convertido en parte de ella.

Candela, Rodrigo. Patricia. Francisco, la pequeña Margot Junior. Fabián, mis hermanastros. ¡Incluso Andrés! No puedo ni imaginar qué sería de mí sin el pibe de anteojos, sin mi Brisko amigo.

Y luego está él, Manuel.

Cenamos entre risas, compartiendo historias de nuestra adolescencia. Nos sorprendió enterarnos, a estas alturas, que nuestros padres siempre supieron sobre las veces que Manuel se escapaba de su casa para venir a la mía, o viceversa, quedándonos jugando a los videojuegos hasta tarde. Pensábamos que habíamos sido más discretos.

Al terminar de cenar, y un poco antes de la medianoche nos sentamos todos en el living a mirar varios álbumes de fotos. Mientras reímos, entiendo cuáles han sido los principales albúmenes portadores de las fotografías con las que Manuel me sorprendió en su cumpleaños.

Su cumpleaños.

Mientras Candela y Rodrigo siguen hojeando los álbumes, nuestros miradas se cruzan. Mi corazón late con fuerza y siento el peso de mi respiración. En ese instante, sé que estamos pensando lo mismo.


Son alrededor de las dos de la mañana, cuando cansados y excusándose Candela y Rodrigo se retiran a su habitación. Quedándonos Manuel y yo, solos en el living.

El aire acondicionado está encendido, fuera el ambiente debe de superar los treinta grados. Pero tengo frío y Manuel  lo nota, por lo que tomando una frazada que está en la esquina del sillón la coloca sobre mí.

Con los ojos cansados, volteo hacia él. Su sonrisa me tranquiliza; sabe lo que necesito. Un par de segundos después, levanta un brazo y me acurruco en su pecho, sintiendo su calidez, que me envuelve más que la frazada.

Toma el control remoto y enciende la televisión frente a nosotros. Sonrío cuando lo veo entrar en Disney Plus.

— ¿Película navideña? —pregunto.

Nuestra tradición en Navidad. Como amantes de las películas, nos hacemos un maratón de temática navideña, obviamente, sin dejar de lado las clásicas.

—Te encantan las pelis navideñas —responde, como si fuese lo más obvio del mundo —entonces... ¿''Mickey y sus amigos juntos otra Navidad'' o ponemos ''Mi pobre angelito''?

Lo pienso por un par de segundos.

— ¿Podemos ver ambas?

Lo siento asentir.

Es magia lo que hay cuando estamos juntos. Supongo que, en verdad, no hay otra manera de explicarlo. Mi cuerpo tiembla al estar entre sus brazos, expectante de su próximo gesto, ya sea su mano sobre la mía o sus caricias en mi cabello. No hemos vuelto a besarnos desde aquella última vez meses atrás, pero sé que el recuerdo nos persigue a ambos.

Lo descubro mirando mis labios, igual que yo lo hago con los suyos. Es como un trance, una fuerza invisible que nos atrae hacia el otro, queriendo unirnos a toda costa. Pero no lo permitimos, como si detuviéramos un torrente que busca liberarse.

O con completa libertad. Porque si no damos ciertas atribuciones, como la de dormir juntos, tomarnos de la mano y soñar despiertos. Rompiendo en cierta forma el compromiso que hice este año, aunque, si a cuentas vamos, está muy cerca de terminar.

Mi cumpleaños está a la vuelta de la esquina, y mis ganas de creerle, de gritarle al mundo que lo amo con toda mi alma, también.

Un par de horas más tarde, en algún punto entre el sueño y la realidad, lo escucho llamarme.

Abro los ojos y me encuentro con el azul profundo de su mirada, fija en la mía. Todavía recostada sobre su pecho, me levanto ligeramente para mirarlo de frente.

La sala está a oscuras, solamente iluminada por la tenue luz de tele encendida, los créditos de la película que acabábamos de ver.

— ¿Sí? —pregunto mientras me froto los ojos, una sonrisa tímida se refleja en su rostro.

—Quiero darte tu regalo de Navidad.

Levanto una ceja, sorprendida. Hace unos días, cuando hablamos de las fiestas, habíamos prometido no darnos regalos. La idea era usar el dinero para algo más divertido, como ir a la zona de juegos del centro comercial.

Voy a hablar, pero me detiene, probablemente adivinando mis pensamientos.

—Sé que prometimos no darnos nada, pero, no se trata de un regalo convencional, es más bien algo que pensé que podría ayudarte con todo este proceso de renovar a Maggie Bermúdez.

«Che Maggie, no se le dice que no a un regalo.»

Ahora estoy todavía más confundida.

Se levanta del sillón y con un clic, la luz del living inunda la habitación, dejándome momentáneamente cegada. Parpadeo un par de veces hasta que mis ojos se ajustan a la claridad. Manuel está junto al arbolito, enchufando las luces intermitentes del mismo, llenando la habitación de muchos colores. Alrededor amontonados hay varios regalos envueltos, listos para ser abiertos temprano a la mañana, tal como marca la tradición de la casa. Encima de todo, hay un gran sobre blanco rodeado por un hermoso lazo verde. Como mi color favorito.

¿Por qué mierda le hace esto a mi pobre corazón?

Lo toma y acercándose a mí, me lo tiende.

— ¿Y qué esperás? —me apremia —Abrílo —se vuelve a sentar a mi lado.

Abro el sobre con delicadeza, y de él caen varios panfletos de lo que parece ser... ¿un refugio de animales? Junto a ellos, una credencial con mi nombre y algunos papeles más.

Me quedo mirando los papeles, completamente atónita. Mi mente tarda en procesar lo que estoy viendo, y mis labios balbucean sin encontrar las palabras.

Levanto mi vista en su dirección.

—Queda justo al lado de la base en donde he estado haciendo el entrenamiento —sonríe —. Están buscando personal para trabajar unos días a la semana y....bueno, el otro día mencionaste que querés cambiar de laburo —se detiene, probablemente intentando descifrar mi expresión —. Y sé lo mucho que amas a los animales, entonces pensé que...

Lo interrumpo.

— ¿Me conseguiste un trabajo?

«¡Y encima con perritos!»

Niega con la cabeza.

—No exactamente —pasa una mano por su cuello, visiblemente nervioso —. Tendrías que ir esta semana a hacer una prueba, y después determinar si es lo que querés.

Siento como si me llenara el corazón, y la piel ponerse de gallina. Vuelvo a observar los papeles en mi regazo, repasándolos con dedos temblorosos.

—... ¿hice bien? —pregunta de repente, supongo que he pasado más tiempo en silencio del que pienso.

¿Hacer bien? Si esto es más que bien, yo...

Volteo a verle con los ojos llenos de lágrimas, y por un impulso que me traspasa el alma, uno mis labios con los suyos. Sus labios son dulces, tal cual los recordaba.

Tarda un par de segundos en reaccionar, y al hacerlo, coloca ambas manos en mi cintura atrayéndome hacia él. Su cercanía es magnética, porque mientras más cerca lo tengo, más imposible se hace el separarme. Como si la habitación pudiese explotar de electricidad, porque es lo que somos.

Mis manos se deslizan por su cabello, sintiendo su suavidad bajo mis dedos. Me acerco todavía más, sintiendo cómo nos envuelve el sillón, hasta que quedo semi recostada sobre él. Su cercanía es embriagadora, no deseo nada más.

Su lengua encuentra la mía y acepto gustosa el beso profundo y apasionado que se presenta. Porque es más un beso, es una proclamación del amor profundo que tengo jamás expresado en voz alta. Me pierdo en él y él se pierde en mí, entrelazados en la fantasía que siempre nos ha atrapado: en esa donde nos sentimos más seguros que en cualquier otro lugar. 

Nos separamos finalmente por falta de aire, jadeantes nos miramos con una intensidad que podría derretir cualquier ambiente congelado. Es amor, lo sé.

Ojalá no fuese tan cobarde.

—Feliz Navidad, Mags —susurra Manuel sobre mis labios.

—Feliz Navidad, Manu —respondo en un susurro cargado de amor y gratitud, y luego, vuelvo a besarlo.

El corazón se me va a reventar contra el pecho y ¡Ay, Dios me salve! parece que el de Manuel también.

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