Capítulo #23: ''Margot Junior parte #1''

29 de noviembre del 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 271 de 365.

Patricia Isabel Fernández es un modelo a seguir para todos los que la conocen, y yo no soy la excepción.

Con treinta años, un trabajo estable y buena posición económica en la actualidad, cualquiera le costaría creer que se ha abierto camino desde lo más bajo, trabajando duro para conseguir sus objetivos. Viniendo de una familia de muy escasos recursos, mi amiga sabía que cuando una oportunidad se presentaba, tenía que tomarla. Con dieciocho años salió del pequeño pueblo donde creció en Tierra de Fuego, encaminándose hacia la capital para poder estudiar en la universidad. Lejos de su familia, amigos y todo lo que alguna vez había conocido.

Comenzó trabajando como niñera para una familia en el barrio de Recoleta, a cambio de casa y comida. Pasó allí dos años, mientras estudiaba en la universidad.

Fue duro (aunque ella no se lo admitía a sí misma en aquel entonces, por lo menos no al inicio). Todos los días se levantaba a las cinco de la mañana y su turno de trabajo terminaba a las seis de la tarde. Luego, tomaba el colectivo hasta la facultad donde veía clases hasta las once de la noche. Repetía lo mismo al día siguiente.

"No fue fácil", me había comentado mi amiga una vez, cuando estábamos sentadas en unas sillas en el balcón de su departamento, tomándonos un par de vasos de Gancia con limón. "Muchas veces llegaba llorando a mi habitación y me costaba muchísimo levantarme por las mañanas. La extrañaba muchísimo a mi mamá, y justo cuando ya estaba por darme por vencida recordaba lo que ella me había enseñado. Te lo contaré Maggie, y, tal vez, pueda servirte en algún momento en la vida: 'Nada por lo que valga la pena pelear, lo conseguirás sencillo, el camino correcto, mi amor, normalmente no es el más fácil'."

Se graduó con honores de la universidad y después de pasar por diferentes laburos, se estableció como ayudante de gerente en el restaurante en donde tiempo después nos conocimos.  Su trabajo fue y sigue siendo tan excepcional que en menos de un año la habían ascendido.

Gracias a Patricia, Francisco entró a trabajar en el restaurante. Un pibe que en aquel entonces tenía tan solo veinte años, sin experiencia y no había terminado el secundario. Ella vio en él algo que nadie en su momento notó, por lo que decidió darle una oportunidad y tres años después asegura de que es de las mejores decisiones que ha tomado en la vida.

Más allá de que es el padre de su hija (eso fue algo que vino después), Patricia ha dicho en más de una ocasión que está orgullosa de su crecimiento.

Así como también del mío. Encontramos la una en la otra una amistad sincera, real, sin muchas complicaciones. Ese tipo de amistades que no ves muy a menudo en la actualidad.

Amistades que corren hasta tu departamento en pijama y embarazada porque le dijiste que la necesitabas.

Amistades que están dispuestas a enfrentarse a la peor de las tormentas porque estás sola y necesitas ayuda.

Como yo, en este momento.

Estoy mojada hasta la médula, no puedo ver a más de cinco centímetros de donde me encuentro, perdí el paraguas hace un par de cuadras y peligro con que los vientos intenten llevarme hasta la Patagonia.

Ni siquiera estoy segura de sí mi teléfono sigue funcionando a pesar de haberlo metido en varias bolsas de plástico antes de salir. Aunque, esto vendría a ser lo menos, porque probablemente ni llegue con vida.

Si no vuelven a saber de mí, díganle a mi madre que lo intenté.

«No vas a morir.»

Eso no lo sabemos.

«Eres la protagonista, no puedes fallecer a medio libro.»

Te sorprenderías, tal vez deberíamos retomar alguno de John Green.

Se escucha un fuerte golpe a mis espaldas, asustada me volteo, un árbol cae sobre un auto que está estacionado.

La puta madre.

«Tienes que llegar, Patricia te necesita.»

Patricia me necesita.

«No puedes abandonarla.»

Y no tengo pensado hacerlo.

Empujo con fuerza mis piernas, intentando romper la barrera del viento.

Creo que he recorrido unas diez cuadras, así que estoy a medio camino. Tengo que concentrarme.

Puedo llegar.

Diosito, por favor, ayúdame a llegar.

Otro fuerte estruendo y de repente la cuadra por la que camino se queda sin electricidad, un rayo ha caído sobre el transformador eléctrico.

No recuerdo jamás haber experimentado una lluvia como esta, me duelen los pies de la fuerza que hago para no resbalarme. Al inicio de la otra cuadra me coloco bajo el techo de la entrada de un edificio y respiro hondo un par de veces.

Avanzo hasta el final de la cuadra, y verán, como soy lo que dirían en mi país de origen "salada" (es decir, que me pasan muchas cosas) no veo la baldosa levantada al final de esta, causando que se doble mi pie derecho y caiga de bruces al suelo.

Intento levantarme, pero un dolor punzante proveniente de mi pie me hace chillar, lágrimas se acumulan en mis ojos.

Miro a mi alrededor, pero la lluvia y la oscuridad dificultan ver si hay alguien cerca.

¿Qué hago?

Pienso en Patricia, y me esfuerzo de vuelta.

Grito de dolor mientras que sosteniéndome de un poste, me levanto. Si no es fractura, debe ser un esguince. De mis brazos y codo brotan gotas de sangre provenientes de varias heridas, y también de mi cabeza. Me reviso lo mejor que puedo; probablemente algunas necesitarán un par de puntadas.

Mi corazón se acelera. El miedo por Patricia se mezcla con el miedo por mi propia supervivencia. Mis piernas tiemblan, pero no puedo darme el lujo de entrar en pánico ahora.

«Respira, inhala y exhala. Piensa en algo que te traiga tranquilidad.»

Algo que me traiga tranquilidad...

Sin quererlo, pienso en él. En sus ojos viéndome con ternura.

A sus brazos rodearme con fuerza, y a sus caricias en mi cabello.

Porque estoy en sus brazos y estoy tranquila, segura, todo está bien.

«Tu cursilería es casi tierna a veces »

Cuento mentalmente hasta cien mientras se normalizan los latidos de mi corazón; tengo que seguir.

Mierda. Aún me separan unas ocho cuadras, pero no hay otra opción.

Empiezo a caminar con lentitud, evitando apoyar lo menos posible el pie lastimado.

«Canta algo para distraerte.»

¿Cantar?

En mi mente, recuerdo el último álbum de Morat y empiezo a cantar el coro de ''Nunca volvieron''.

—...y se salieron con la suya, pero dejaron evidencia...

Exclamo alguna especie de agradecimiento a los dioses cuando veo ante mí el edificio en donde está el departamento de Francisco, y, también, gracias al cielo, la cuadra tiene electricidad.

Me acerco con dificultad al portero eléctrico y marco el 3F, el departamento donde vive Francisco.

Espero un par de minutos, pero nadie responde.

El nivel de preocupación crece dentro de mí. Vuelvo a tocar con insistencia: una, dos, tres veces.

— ¿Maggie? —la voz adolorida de mi mejor amiga al otro lado.

Dejo escapar un suspiro de alivio.

—Soy yo, Pat. Abre la puerta, ahí voy.

—Gracias a Dios —exclama, y luego escucho el sonido que hace la puerta cuando la abren desde arriba.

Entro.

Pienso en usar el elevador, pero parece demasiado riesgoso. En cualquier momento podría cortarse la electricidad, por lo que la mejor opción sería subir los tres pisos por escalera.

Observo mi pie y mi cuerpo herido.

«Patricia te necesita, Maggie. Vamos, un esfuerzo más. »

Lágrimas de dolor caen por mis ojos mientras subo por las escaleras, hasta que finalmente llego al tercero; la puerta de su departamento se encuentra abierta.

Me adentro en el departamento, pero no logro ver a mi amiga por ningún lado.

— ¿Pat? —la llamo casi a los gritos —¿Dónde estás?

Dejo caer la campera empapada que llevo en el piso, y me quito las zapatillas y medias, sin las mismas puedo ver mejor la profundidad de los cortes.

Es como si hubiera salido de una película de terror.

— ¡En la habitación! —responde Patricia con un grito de dolor que resuena en las paredes del departamento.

Acelero el paso lo más que puedo y cuando entro ahí la encuentro, acostada en la cama y vistiendo tan solo un camisón; mi amiga suda y una expresión de pánico le cubre el rostro, al verme, se larga a llorar:

—Maggie, tengo mucho miedo —me acerco a ella con cuidado, colocando una mano en su hombro — . He estado midiendo las contracciones... ya son muy cercanas una de la otra, aproximadamente unos cinco minutos.

Asiento.

—Todo irá bien —respondo —. No estás sola.

Mi mejor amiga me mira fijamente y es en ese momento en donde se percata de mi aspecto, lo sé porque ahoga un grito llevándose una mano a la boca:

—Maggie... tus brazos, tu cabeza... ¿estás bien?

—No te preocupes por mí, se ve peor de lo que es.

«¿De qué hablas? Si duele como la puta madre.»

¡No me lo recuerdes!

Patricia suelta otro alarido y se agarra con fuerza la panza: —Ya viene.

— ¿Puedo ver? —pregunto, tratando de mantener la calma a pesar del terror que siento. Maldigo en voz baja, lamentando no haber seguido el consejo de mi abuela y estudiado medicina.


Más de medicina sabe Pepe grillo que yo.

«¿Qué tiene que ver Pepe grillo con esto?»

¡Exacto!

Mi amiga asiente y trato de que no note el temblor en mis manos mientras le levanto el camisón y veo entre sus piernas; gracias a Dios mi última comida ha sido hace unas diez horas, porque de lo contrario, probablemente hubiese vomitado todo el contenido.

Todo ha avanzado más rápido de lo que pensé; puedo ver la cabeza asomándose desde su zona íntima.

—¿Y bien? —pregunta Patricia con voz entrecortada por la contracción, luego suelta otro alarido.

¿Qué mierda hago?

«¡Todo irá bien, Maggie! ¡Concéntrate!»

¿Cómo irá bien? Si todo el conocimiento que tengo son las once temporadas que he visto de "Grey's Anatomy".

«¿Once?»

Nada valía la pena después de que mataran a Derek.

«Pues, esperemos hayas aprendido algo bueno.»

—Puedo ver la cabeza —en los ojos de Patricia se refleja el verdadero terror.

Piensa, Maggie, piensa.

«¿Qué necesitas para traer a esta bebé sana y salva?»

Un título en medicina.

«¿Y algo que puedas obtener en los siguientes dos minutos?»

—Guantes limpios y toallas.

—¿Qué?

— ¿Tienes guantes limpios?

Parece pensarlo por un par de segundos.

—Creo que Francisco guarda una caja en el mueble del living; son los que usa para jardinería.

¿Francisco hace jardinería?

«¿Es eso lo que te preocupa en este momento? ¿En serio?»

Forzando cada paso a pesar del dolor punzante en mi pie herido, corro hacia el living. Abro el cajón del mueble, revolviendo entre lo que parecen ser utensilios de ¿pintura? hasta que, finalmente, encuentro una caja de guantes. Pero, no son precisamente guantes de jardinería: estos son blancos y desechables. Francisco podría seriamente lastimarse si esto es lo que usa...

«¡Margot!»

¡Perdón, perdón, perdón!  Los saco con rapidez, terminando con más tres pares afuera.


«Lávate las manos.»

Abro la llave del lavamanos y con el jabón restriego mis manos, me quema por las heridas.

Por lo menos, logro dos cosas a la vez: me lavo las manos y desinfecto las heridas.

— ¡Maggie! —grita Patricia desde la habitación.

—Tranquila, Pat — Mi corazón golpea con fuerza contra mi pecho mientras intento tranquilizarla. Respiro profundamente, tratando de mantener la compostura —. No te preocupes, que ya todo lo que nos puede pasar, pasó. No puede ser peor, así que todo irá...

De repente, la habitación, que estaba perfectamente iluminada, queda sumida en completa oscuridad.

Se cortó la luz.

—¡La puta madre!

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