Capítulo #22: ''¡Ay Maggie!''

25 de marzo del 2011. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Todavía recuerdo cómo se siente.

Es difícil olvidar cuando te rompen el corazón, más aún, cuando lo hacen por primera vez.

Y si piensas que es la misma persona la que se va a encargar de romperlo en numerosas ocasiones más en el futuro, parecería una especie de masoquismo.

Pero no se ve así cuando tienes catorce años.

Manuel lleva dos días sin hablarme, desde que comenzó el nuevo año escolar.

Corre por los pasillos cuando grito su nombre como si yo fuera alguna de las siete plagas de Egipto.

Intento hablarle en el recreo, pero se cambia de mesa cuando me ve aparecer.

Y cuando terminan las clases, se sube al auto de sus padres que pasan por él antes de que pueda siquiera acercarme.

No entiendo qué está pasando.

Al tercer día, corro desde mi salón de clases hacia el suyo cuando suena el timbre de salida, toco su hombro desde atrás:

—Manu...

Al principio ni se mueve hasta que uno de sus amigos le avisa que estoy atrás. Entonces me mira con cara de molestia.

— ¿Qué? —pregunta, casi con fastidio.

Sus ojos azules, que normalmente me encantan, ahora me miran fríamente. Se me forma un nudo en la panza y de repente tengo ganas de vomitar.

No entiendo qué hice mal. Repaso nuestros encuentros de las últimas semanas antes de que empiecen las clases, pero no encuentro nada fuera de lo común.

Las miradas de varias personas están fijas en nosotros, el nerviosismo me invade, titubeo un poco antes de responder:

—Quiero hablar con vos un segundo... ¿Podemos...? —me interrumpe antes de poder continuar.

—Perdón... ¿vos sos...?

«Hijo de puta.»

Risas se escuchan a nuestras espaldas, mis cachetes se ponen rojos y mis ojos se llenan de lágrimas. Siento una presión en el pecho y, si antes me sentía mareada, no entiendo cómo no he vomitado todavía. Retrocedo rápidamente y choco contra un tacho de basura metálico que está detrás de mí. El estruendo del tacho al volcarse y el olor a comida podrida del almuerzo, además de los papeles volando, me abruman mientras pierdo el equilibrio y caigo al suelo. Mi uniforme queda completamente manchado.

Las risas ahora son fuertes carcajadas, y me muero de vergüenza.

— ¿Y qué esperás? —grita uno de sus amigos entre risas —. Más que la gorda cause un quilombo.

Mi mirada se cruza con la de mi amigo (si es que así puedo llamarlo), que no ríe pero tampoco se mueve de su lugar, solo me mira mientras hago un gran esfuerzo por levantarme del suelo.

Una vez que lo logro y ya sin poder dejar de llorar, corro en dirección contraria.

Esa misma tarde, ya en casa, bañada y cambiada y con los ojos rojos de tanto llorar, Manuel viene a verme, pero no lo dejo entrar.

En la escuela, cuando estoy sola, él me busca, pero al igual que antes yo lo evito, escondiéndome más que todo dentro del baño para evitar enfrentarlo.

Esto sigue así como por una semana, hasta que una tarde, mi mamá llega antes de lo habitual y lo deja pasar. No tengo otra que hablar con él.

Les ahorro los detalles, porque supongo que ya saben cómo es todo. Se disculpa conmigo, explicándome lo mucho que le costó ser aceptado en ese grupo y lo mucho que significa para él. Me dice que me quiere mucho y que sigamos siendo amigos, pero que en la escuela tenemos que comportarnos como completos extraños, al menos por un tiempo.

Aunque, si ya conocen a la Maggie del futuro, saben que esta situación se prolonga más allá de ese "tiempo".

Pero lo quiero. Sé que detrás de todo el quilombo de la escuela, hay algo más.

Y lo repito, cuando tenés catorce años y te sentís re mal con vos misma, a veces dejás pasar cosas que después te das cuenta que no tendrías que haber permitido.

28 de noviembre de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 270 de 365.

No lo juzguen tanto al pobre pibe. Al final, te das cuenta de que muchas cosas suceden por la presión de crecer. En aquel entonces, Manuel era solo un niño.

Porque al principio, eso es lo que éramos: niños.

No es que esto justifique sus acciones; simplemente quiero decir que puedo entenderlo.

Al perder la 'inocencia' infantil, entra en escena lo que conocemos como pubertad. Y sí, es tan horrible como suena. ¿Quién inventó esa palabra?

«Maggie y sus dudas existenciales.»

Déjenme ser.

Hablo de esto porque si pienso en mi historia con Manuel, es precisamente esta etapa de mi vida la que permanece tan fresca en mi memoria, como si fuera ayer.

Con la llegada de la pubertad, el cuerpo experimenta muchos cambios, tanto físicos como mentales.

Para mí, más allá del acné y de la llegada de mi primera menstruación, ya saben, ese tipo de cosas, fue más el empezar a pensar en cuestiones que nunca antes habían pasado por mi cabeza.

Como cuando comienzas a ver de manera diferente a tus compañeros de clase, el empezar a compararte. A los diecisiete años, todos a tu alrededor están perdiendo la virginidad y te señalan porque saben que vos aún no lo has hecho.

«Y no lo hiciste sino hasta los veintiún años, pero ese, es otro asunto.»

Recuerdo a mis compañeras altas y delgadas, con maquillaje perfecto y chicos suspirando por ellas. Luego estaba yo, con al menos veinticinco kilos de sobrepeso y baja estatura, de repente llena de inseguridades.

Mi mejor amigo me ignoraba en el colegio, y no quería salir conmigo a lugares dónde sabría que podíamos encontrarnos a alguien conocido. Porque se sentía avergonzado.

Mantener una buena salud física y mental durante la pubertad, la adolescencia y mis primeros años como joven adulto fue una lucha constante. Quizás esa sea la razón por la que hoy, a los veintiséis años, me cuesta tanto confiar en mí misma y quererme.

Durante mucho tiempo llegué a convencerme de que la actitud de mis compañeros de clase hacia mí estaba bien, que la actitud de Manuel estaba justificada. ¿Por qué creer algo diferente? Si no podía valer más que eso.

No se asusten, ahora entiendo lo equivocada que estaba y por eso he trabajado tanto en mi autoestima. Ahora sé cuánto valgo. Pero eso no significa que, en lo profundo de mi mente, aún no estén las sombras de lo que me atormentó en su momento y que a veces salen a la luz.

Eso fue exactamente lo que sucedió el día en que Manuel me dijo que estaba enamorado de mí. Esas sombras salieron de su escondite y me cubrieron por completo. ¿Por qué me querría él? ¿Cómo podría siquiera pensar en amarme? Soy yo, Maggie, la chica gorda e insegura que en su momento se esforzó tanto en pretender que no conocía.

Sí, lo he perdonado. Pero el perdón ayuda a sanar, no a borrar la marca.

¿Por qué ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo? Quizás fueron las cicatrices del pasado las que me han retenido, las que me han impedido decir en voz alta que lo amaba, que aún lo amo.

Tengo miedo, a pesar de que sé que las cosas han cambiado. Aunque podría empezar a creer que me ama, no estoy segura de si quiero hacerlo.

Porque aceptarlo de nuevo y volver a sus brazos... ¿sería retroceder?

No quiero retroceder.

Sé que debo hacer lo mejor para mí y para quienes me rodean. Pero, aún estoy tratando de entender qué sería eso.

Lo que nos lleva a la situación actual.

Estoy sentada en mi sillón con las piernas cruzadas en posición de indio. Santiago está sentado a mi lado, y el olor a pizza con aceitunas que acabamos de comer todavía impregna el aire. A pesar del viento que sopla, el calor se filtra a través de las ventanas abiertas. Esta, es sin duda alguna, mi época menos preferida del año: donde todavía no es verano, pero ya quiere empezar a serlo. Normalmente no sabés como vestirte, porque en un momento te querés morir del calor y al siguiente, cubrirte con una manta por lo fresco de la brisa.

Santiago se inclina sobre la pequeña mesa frente al sillón, sirviéndose otro vaso de gaseosa y tomando de un solo trago. Unas pequeñas gotas de sudor caen por su frente; me parece que está igual de nervioso que yo.

Hemos estado en esta misma posición durante los últimos diez minutos. La habitación está llena de una calma tensa, interrumpida solo por el zumbido del ventilador que parece no hacer mucho por enfriar el ambiente. Rebusco en mi mente las palabras que quiero usar, pero por más que lo intento, ninguna palabra parece querer salir de mi boca.

¿Qué mierda hago?

«Sabes lo que tienes que hacer.»

Pero...

«No tengas miedo y solo dilo, porque al final sabes que es lo mejor.»

—Santiago...

¡Eso por lo menos salió la voz! Y... ¿ahora qué?

«Continúa.»

—Maggie... —dice en el mismo tono de voz bajo, levanta su mano y acaricia mi brazo con ternura. El nudo en mi panza se tensa aún más—, sabés que podés decirme lo que sea.

—¿Aún si es algo que no va a agradarte?

—Entonces no habría venido.

—¿Qué?

—Tenés que empezar a darme un poco más de crédito Maggie, creo que a estas alturas ya he demostrado ser más que solo el pibe con el buen cuerpo. —Santiago suspira, me siento terrible de que él piense que esa es la manera en que lo veo.

—No es así como te veo Santi. Pienso que sos inteligente, cariñoso y gracioso. Una persona increíble. —aclaro, buscando sus ojos.

Me dedica una media sonrisa. Un escalofrío recorre mi cuerpo entero.

—Sé de qué querés hablarme —dice con seguridad —. De no haber querido escucharte, no me habría molestado en venir.

—Pero...

¿Cómo es posible que lo sepa?

«Eres bastante transparente.»

—Querés cortar.—afirma.

«Che, el pibe va directo al grano.»

Que no se diga que se anda con vueltas.

«Como vos.»

Auch, golpe bajo.

— Pero ¿cómo...?

—Lo sé porque el mismo pensamiento ha estado en mi cabeza.

De acuerdo, eso no lo vi venir.

— ¿Quieres terminar conmigo? —pregunto, confundida.

Me mira en silencio por un par de minutos.

—No es eso, pero...— responde nervioso.

— ¿Entonces?

—No es lo mismo querer a tener que Maggie, y eso lo sabés bien.

Y no podría tener más razón, no puedo dejar de mirarlo y siento que voy a llorar. Sin poder controlarlo, dejo escapar un par de lágrimas.

Santiago es realmente increíble, si tan solo las condiciones fuesen diferentes.

«Tal vez en otra vida.»

—Ey, no llores Maggie —dice mientras me sonríe.

—No me arrepiento de nada ¿sabés? Todo lo que vivimos juntos, cambió mi vida. —sorbo un poco mi nariz, las lágrimas siguen cayendo sin poder detenerlas — . Me siento muy bien cuando estoy con vos.

—Y yo cuando estoy con vos.—responde, casi en automático.

—Pero...

«Y es acá cuando viene la parte dura.»

—No funciona.—me interrumpe, terminando por mi.

—No, no funciona.—reafirmo, trastabillando entre las palabras —. Pero el que no funcione no tiene nada que ver contigo —aclaro, colocando una de mis manos sobre las suyas —. Por más cliché que suene: esto no es por vos, es por mí.

Asiente, pensativo.

—Lo entiendo.

—No se siente justo avanzar en una relación con vos, cuando todavía estoy enamorada de alguien más. Te mereces mucho más, Santi. Más de lo que yo puedo darte.

«¡Eso! Esa es la Maggie madura que estamos buscando. Bien por vos, realmente has crecido este año.»

Al menos algo bueno ha salido de todo esto.

«Ha sido más que solo algo, tal vez no solo tengas que aprender a darle más crédito a los demás, sino también a ti misma.»

—Y es por eso que sé Maggie, que vos también sos una persona increíble.

— ¿Estás enojado? —el miedo de que vaya a odiarme y desaparecer por completo de mi vida me invade. Por más que las cosas no puedan ser de otra manera, no quiere decir que lo que he vivido con él no me importe.

Porque me importa, y creo que es de las experiencias que recordaré toda la vida con mucho cariño.

Santiago niega con la cabeza.

—Decepcionado tal vez, pero no enojado —responde con calma mientras pasa ambas manos por su cabello — . Creo que, en este aspecto, ya hicimos todo lo que podemos hacer por el otro.

Pero...

— ¿Qué quieres decir?

—Pienso que estamos destinados a llegar a la vida del otro y ayudarnos a crecer con cosas que ambos necesitábamos —limpia una lágrima que cae por mi mejilla —. En tu caso, tenías que salir al mundo y conocer gente, darte cuenta que más allá de lo que boludo del que estás enamorada hiciese o dejase de hacer que eres una persona increíble y hermosa Maggie, que vales muchísimo.

«Dios mío, ¿es la decisión correcta? Tal vez deberías quedarte con ''Mister papi bello''»

«Que se joda Manuel.»

No hagas esto más difícil de lo que es.

«Pero...»

Amo a Manuel, y como ya lo hemos comprobado de diferentes formas este año (o la vida entera) no es un sentimiento del que sea fácil escapar.

«Tal vez porque, para empezar, no habría que escapar de él.»

¿Qué? ¡Ah! Después lidiamos con eso, ahora volvamos con Santiago.

Siento como si mi corazón se expandiera, como si un imán invisible que siempre me ha atraído hacía él, todavía estuviese ahí. Es en este momento cuando lo entiendo: la química entre nosotros es innegable y, probablemente, siempre existirá. Sin embargo, más allá de esa atracción, todo lo que hemos compartido nos ha llevado a descubrir algo aún más significativo y profundo. En el camino, nos ayudamos.

— ¿Y vos? —pregunto mirándolo fijamente, su mirada no deja la mía  —¿Aprendiste algo al conocerme?

—Ay, Margot, ¿cómo podés dudarlo? Aprendí —me dedica una media sonrisa— que es posible sentir, Maggie, encontrar en alguien algo más allá de lo superficial... que está bien tomar riesgos, incluso si no siempre salen bien. Te agradezco por eso.

Me acerco a él y lo abrazo, con fuerza, un par de segundos más tarde levanta sus brazos, abrazándome de la misma manera.

—Tenés que resolver lo que sea que tengas con este pibe Maggie —me mira serio una vez que nos separamos —. Así sea darle un cierre o un nuevo comienzo, pero te merecés más que simplemente quedarte en el medio.

—Todos parecen decirme lo mismo. —suelto, con un deje de ironía.

—Entonces algo de verdad habrá.

¿Desde cuándo este pibe es tan filosófico?

«Tal vez hay facetas de él que todavía no conoces.»

— ¿Crees que podremos ser amigos? —la pregunta sale antes de si quisiera poder procesarla correctamente. Sé que no es justo pedirle eso, pero, mi parte irracional, la que está siendo un poco egoísta piensa que vale la pena el intento.

Parece meditarlo unos segundos, luego se deja caer hacia atrás en el sillón, llamándome para que me recueste en su hombro, cosa que hago un par de segundos después.

—Me parece que con el tiempo, encontraremos la manera de serlo.

29 de noviembre de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 271 de 365.

El zumbido constante de mi teléfono en mi mesita de luz me despierta.

Abro los ojos y me toma un par de segundos acostumbrarme a la oscuridad de la habitación. La puta madre que sueño, si debo de tener como media hora durmiendo.

El sonido fuerte de la lluvia golpear contra la ventana me da a entender que ya la tormenta nos alcanzó. Han alertado de fuertes lluvias y vientos para toda la semana.

¿Quién mierda jode a esta hora?

«Quien te entiende, si te llaman o escriben a las dos de la tarde es porque son las dos de la tarde, si es a la madrugada mismo cuento.»

Si interfiere con mi hermoso sueño, no importa la hora que sea, voy a quejarme.

«Amargada.»

Tomo el teléfono y me fijo en la hora, las tres con treinta minutos de la madrugada.

Siento que he dormido media hora, porque literal hace media hora que logré finalmente quedarme dormida.

Reviso, dos llamadas perdidas.

Patricia. Un escalofrío recorre mi cuerpo.

Mierda.

Me siento rápidamente en la cama y busco su contacto para devolverle la llamada, pero antes de poder marcar, otra llamada suya entra.

Respondo lo más rápido que puedo.

—Pat ¿estás bien?

—No...—responde en un hilo de voz desde el otro lado de la línea —rompí fuente, tengo mucho dolor y estoy sola.

Me levanto de un salto de la cama mientras y me dirijo a mi placard a buscar algún abrigo que ponerme y mis zapatillas.

— ¿Cómo sola? —pregunto con preocupación — ¿Y Francisco?

—Fue a casa de su madre en la Boca, porque necesitaba ayuda con algo y lo atrapó la lluvia, está todo colapsado en el barrio y no puede llegar.

La puta madre.

— ¿Llamaste a emergencias?

—Están también colapsados con las inundaciones, ha habido un montón de llamadas, por lo que me dijeron dos horas con suerte.

Doble puta madre.

—Maggie.... —se detiene y luego escucho un fuerte quejido de dolor —no creo que la bebé vaya a esperar dos horas, y tengo mucho miedo.

—Voy hacia dónde estás... ¿Estás en tu casa?

Pienso en los ocho kilómetros que nos separan y la tormenta ¿Cómo mierda hago para llegar?

—No, estoy en casa de Francisco.

Dejo escapar un suspiro de alivio. Francisco se mudó hace un par de meses a la ciudad para estar más cerca de Patricia; el departamento dónde vive ahora está a solo unas veinte cuadras de mi casa.

No es muy cerca, pero definitivamente podría llegar caminando.

—No te preocupes Pat —respondo intentando tranquilizarla —estaré ahí lo antes posible.

—Por favor, apúrate —ruega y suelta otro grito de dolor.

En eso se escucha un fuerte trueno y la llamada se corta.

Nos quedamos sin servicio.

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