Capítulo #20: ''¿Sos feliz?''
25 de noviembre de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 267 de 365.
Recuerdo claramente el día en que mi mamá me dijo que iba a casarse.
Estábamos a mediados de 2020, en un junio que prometía ser uno de los más fríos que habíamos tenido en mucho tiempo.
Sentadas en una plaza cerca de casa, cada una con un cono de helado en la mano. Me había pedido que pasásemos un tiempo juntas después de mi jornada laboral, porque tenía algo muy importante que contarme.
No fue una sorpresa; ya lo sospechaba. Fabián y ella habían estado saliendo por poco más de un año, y nunca la había visto tan contenta. Irradiaba una felicidad que hacía tanto no reconocía en ella.
—Voy a casarme, Maggie —soltó de repente. Me di vuelta para mirarla. No me miraba; el cono le temblaba en la mano, muestra de su nerviosismo.
Sabía que estaba preocupada por cuál sería mi reacción, aunque en realidad no entendía por qué. Si hay algo que siempre tuve claro, es lo mucho que me importaba la felicidad de mi mamá por encima de cualquier otra cosa.
Y tampoco es como si fuese una niña, ya tenía veintitrés años. Y papá había partido con Dios nueve años atrás.
Me agradaba Fabián, me parecía que era un hombre increíble. A sus cincuenta y dos años era de las personas más divertidas, amorosas y con energía que había conocido en mi vida.
Tenía una opinión con respecto a todo, como si fuese una especie de libro ambulante. Era capaz de verle el lado positivo a todo, a pesar de que alrededor el mundo pareciera caerse a pedazos.
Una prueba viviente de eso es cómo se conocieron con mi mamá. Mientras hacían quimioterapia.
Al igual que mi mamá, Fabián había tenido cáncer. De próstata, para ser más específicos, del que había salido victorioso unos seis meses después que ella.
Ambos viudos, y con hijos grandes, se habían hecho compañía, compartiendo historias de vida, riéndose de las vueltas que la misma da.
Tuve la oportunidad de observar de cerca cómo un brillo especial resurgía en los ojos de mi mamá después de tanto tiempo. Fabián tomaba su mano cuando mi mamá no podía soportar más el dolor; le permitía llorar en su brazo.
Mamá estuvo en todas y cada una de sus quimios (aún después de que ella hubiese terminado con las suyas). Eran de esos momentos en donde dicen, donde sabes, que por más difícil que algo sea, no preferirías estar en ningún otro lugar.
Se habían enamorado, y un amor tan puro y real como ese, ese que viene cuando menos lo esperas, pienso que es de las cosas más hermosas que pueden existir en este mundo.
—Espero ser la dama de honor —arqueé una ceja mientras la miraba con aires de diversión—. No vengas a decirme que la vas a elegir a Andrea, porque te aplico la ley de hielo.
Andrea, la hija mayor de Fabián, un par de años mayor que yo.
—Pensé que a lo mejor ustedes podrían hacer un buen dúo —respondió con una media sonrisa, para luego llevarse el cono a la boca. Debí haber escogido el de frutilla en vez del de vainilla.
—¿Y te haces llamar mi madre?
Soltó una carcajada al ver mi intento de expresión seria, y sin poder evitarlo, también reí.
—Lo único que me importa, mamá, es que seas feliz —expresé con sinceridad, mientras intentaba normalizar mi respiración—. Si Fabián es parte de esa felicidad, entonces solamente tengo una pregunta que hacerte.
—¿Y cuál sería?
—¿Podemos tener un buffet con mini arepitas?
«¡De pollo y aguacate!»
O palta, para los argentinos.
Margot Bermúdez y sus preguntas de vida.
Me miró, intentando nuevamente contener la risa, para finalmente asentir: —Arepitas y guasacaca.
¡Esaaa!
—Entonces ¡Vamos a casarte!
Hizo el ademán como para acercarse y darme un abrazo, pero a medio camino se detuvo. Por un momento hubo un atisbo de tristeza en su mirada:
—Lo amé muchísimo a tu papá, Maggie —afirmó con la voz rota y los ojos cristalinos, como si hubiese en ella la necesidad de que lo supiera—. Lo amaré siempre, de una forma u otra.
Fue cuando lo entendí. Más allá de estar preocupada de cuál sería mi reacción con respecto a su inminente boda, se sentía culpable. Pude reconocer en ella una parte que no dejaba salir a la luz con frecuencia: la Mariana herida, la que sufre todavía la pérdida de su esposo y el miedo de sentir que avanzar es igual a traicionarle.
Después de fallecer mi papá, mamá se había dedicado por completo a mí. Al intentar darme la mejor calidad de vida posible, se había dejado a sí misma de lado.
¿No era momento que comenzase a pensar en ella también?
Acercando mis dedos a sus mejillas, sequé las lágrimas que comenzaban a caer: —Nunca lo he dudado, mamá. Estoy segura de que, al igual que yo, papá solo querría que hicieras lo que te hace sentir bien. Donde sea que esté, sé que nos está viendo y no podría estar más feliz por ti.
Terminando de interrumpir la distancia entre nosotras, me abrazó con fuerza y sonrió mientras la abrazaba de igual forma. Mi helado cayó al piso, al igual que el de ella, pero a ninguna de las dos nos importó.
Mi corazón estaba tranquilo. Aunque la vida nos lleva por caminos inesperados y vertiginosos, nunca sabemos dónde terminaremos. Por eso, cuando encuentras algo que se ve y se siente correcto en esta locura que llamamos existencia, no dudes en seguir adelante, incluso si sientes miedo. Estás yendo en la dirección correcta, aunque no sea la que originalmente imaginaste para ti mismo.
Últimamente, no puedo dejar de pensar en ese día. Me pregunto si estoy persiguiendo lo que realmente quiero. Si no estaré yendo precisamente en contra a lo que le da tranquilidad a mi corazón, por tener miedo de que precisamente eso que he querido toda la vida sea precisamente el camino correcto.
Y sé que esto parecerá una especie de trabalenguas, y no espero que nadie lo entienda tampoco. Perdonen si esto ha servido meramente como un medio de desahogo más allá de una historia entretenida que valga la pena ser leída.
Debería ir en favor a mi felicidad ¿No es cierto?
«Cierto.»
Entonces... ¿Por qué lo complico tanto?
El aire impulsado por el ventilador de techo golpea directo en mi cara, alimentando mi somnolencia. No he dormido muy bien los últimos días.
—Maggie —la voz de Santiago me saca abruptamente de mis pensamientos. Me sonríe, está sentado a mi lado en el sillón, tengo mi cabeza recostada en su hombro. Estamos viendo una película en su casa — . Creo que te perdiste el final de la película.
Es cierto, no me di cuenta de que había terminado. Nuevamente (y para variar) me he quedado divagando y separada por completo de la realidad. Una sensación de culpabilidad me invade mientras mis ojos marrones se cruzan con el extraño verde de los suyos.
Encima, es una de mis favoritas 'Año Bisiesto' ¿La han visto? Me muero con los paisajes irlandeses.
—Lo siento —me disculpo con sinceridad. Froto mi mano contra la manga de su camisa de vestir negra; es suave, como de algodón —. Me quedé perdida en mis pensamientos.
Niega con la cabeza, acercando su rostro al mío para depositar un tierno beso en mis labios.
—No pasa nada —responde quitándole importancia al asunto —. Ya tengo que irme, me esperan en el gimnasio para hacer el cierre —se separa con cuidado de mí, levantándose del sillón.
— ¿Tan pronto? —pregunto con confusión.
Saco el celular del bolsillo de mi pantalón: las nueve menos cuarto de la noche. Mierda... ¿tanto rato pasó? Si llegué a las cinco de la tarde.
«Es que... recuerda que estuvieron ''distraídos'' la primera hora y media.»
Jeje, eh, bueno, yo... eso.
—No es que quiera echarte... —empieza a decirme acercándose a mí, yo niego con la cabeza mientras entregándole mi mano, me jala para ayudarme a levantar. El entumecimiento de mis piernas es evidente, mucho rato en una misma posición.
—No lo veo así —le aseguro, mientras le dedico una media sonrisa. Santiago me besa de vuelta. —De todas formas —agrego — , también tengo que irme, me espera mi mamá para cenar.
Asiente y rodea mi cintura con los brazos, atrayéndome hacia él. Recuesto mi cabeza en su pecho, quedándonos así un ratito. Besa mi cabeza al separarse, cosa que se ha vuelto una especie de hábito y a mi no me molesta.
Me gustaba su cercanía.
«¿Por qué hablas de él en pasado?»
Me congelo. No me di cuenta de lo que lo hacía.
Tal vez sea porque a pesar de que disfruto de su cercanía, los últimos días no he podido deshacerme de una sensación de extrañeza en el pecho. Siento que estoy viviendo una vida que no reconozco como mía. Me metí dentro de una película y le arrebaté el lugar a la protagonista.
Esta es mi vida, esta es mi película. Pero se siente como si no lo fuese.
No sé si me explico.
Diez minutos más tarde salimos los dos de su departamento, cada uno en una dirección diferente.
25 de noviembre de 2023. Barrio de Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Mismo día, un par de horas después.
— ¿Y cómo van las clases? —pregunta Fabián mientras se sirve otra porción de carne en su plato.
Meto otro pedazo de puré de papas en mi boca antes de contestar: —Todo bien, esta semana presento mi último parcial, pero como van las cosas parece que aprobé todas mis materias este cuatrimestre.
— ¡Qué bueno, hija! —exclama mi madre que está sentada a mi lado, levanta su mano y comienza a dejar leves caricias en mi espalda —. Estoy orgullosa de ti.
Sonrío, dejando caer mi cabeza en su hombro.
Sé que lo está; desde que le comenté que había decidido volver a estudiar ha sido mi principal animadora: se queda conmigo estudiando por teléfono hasta las tres de la madrugada e incluso fue un par de veces a mi departamento la semana pasada a llevarme comida casera mientras estudiaba para los finales, así se aseguraba que comiera.
—No podría haberlo hecho sin vos —respondo sonriendo, lo miro a Fabián quien también sonríe.
El resto de la cena transcurre con normalidad, conversaciones triviales y pensando un poco en qué se haría para Navidad.
Navidad, no puedo creer que ya está a la vuelta de la esquina.
Han pasado tantas cosas el último año, pero tantas... que a veces parece que todo avanza con mucha velocidad.
Fabián está a punto de responder una pregunta que le ha hecho mi madre, cuando su teléfono comienza a sonar: —Es Pedro —nos muestra el teléfono, donde el identificador indica que evidentemente es su hijo menor el que llama —. Le atiendo y vuelvo para que comamos el postre —esto último lo dice viendo a mi madre, la cual asiente.
Observo cómo mi madre ve a Fabián alejarse por el pasillo hasta las habitaciones con una especie de brillo especial en la mirada, ese que tienes solamente cuando estás perdidamente enamorado.
—Lo quieres mucho ¿verdad? —me sorprendo preguntando cuando Fabián desaparece de la vista de ambas.
Mi madre se voltea a verme, y sonríe tímida: —Algunas veces me sorprendo al darme cuenta de cuánto.
Mi corazón se acelera porque reconoce el sentimiento, entiendo exactamente a qué se está refiriendo.
—Soy muy feliz por ti, mamá.
—Lo sé, mi vida, te amo.
—Y yo a ti —me acerco a ella y la abrazo con fuerza, y me dejo llevar por la sensación reconfortante y cálida que me trae cada vez que lo hace, como cuando era niña y estar entre sus brazos era igual que sentir que nada malo podría sucederme.
Lugar seguro.
"No entendí lo mal que estaba, hasta que vos Mags, mi lugar seguro, me alejaste de tu vida"
Un escalofrío recorre mi cuerpo, y por un segundo en todo lo que pude pensar es en él.
—¿Y vos, mi amor? —pregunta en lo que nos separamos.
La observo, confundida. Me he quedado sumergida en un recuerdo.
— ¿Qué cosa, mami?
— ¿Sos feliz?
Esa pregunta no la esperaba, y por alguna razón me siento como si me arrojaran un balde de agua fría por la cabeza.
«Como en el ''ice bucket challenge''.»
Exacto, como en ese.
Pero miento.
No es precisamente esta sensación porque la pregunta no me la esperase, sino porque es la segunda vez que me la hace en un período de dos semanas.
— ¿Qué? —es todo lo que logro formular.
—Si sos feliz, si te sientes bien con las decisiones que has tomado.
¿Sentirme bien? Estoy orgullosa de todos los avances que he estado haciendo a nivel personal, el cómo más allá de todo el cansancio que trae el trabajar y el estudiar al mismo tiempo lo he ido sobrellevado y logrado aprobar todas mis materias.
Así como también, orgullosa de todas las entrevistas laborales a las que he asistido últimamente a pesar de que no han resultado en ningún nuevo trabajo (todavía).
Orgullosa y feliz de salir del caparazón en donde estuve encerrada gran parte de mi vida y permitirme vivir cosas que jamás pensé iba a experimentar.
Pero, entiendo también que estar orgullosa y feliz por cosas que he hecho, no es lo mismo que sentirme plenamente feliz.
Así como también sé que la intención de la pregunta de mi madre no va dirigida hacia ese punto en particular.
Sé que se refiere a todo el asunto de Manuel y ahora de Santiago. Porque sí, le conté absolutamente todo.
Y ella no me juzgó, jamás lo ha hecho.
Esta es una de sus formas para intentar que vea el panorama general de todo, que no me quede enfocada en solo lo que ''creo'' que está bien.
— ¿Por qué me preguntas esto de nuevo? —pregunto en un tono de voz bajo, nerviosa.
—Creo que sabes por qué.
«Creo que, si realmente pensaras que sos completamente feliz, no tendrías que cuestionártelo.»
Pero...
«Puedes huirle a la verdad, pero no esconderte de ella.»
—No lo sé —Respondo de golpe. Me sorprendo entendiendo, que es la respuesta más honesta que he dado sobre mi misma en un tiempo.
— ¿Qué no sabes? —insiste.
—No sé si soy plenamente feliz —aclaro, sintiendo alguna especie de nudo en el pecho —. Pero.... no porque piense que un chico o un hombre deben existir para complementarme y darme felicidad, no es eso. Al menos ya no.
—Entonces... ¿Qué sería?
Es acá cuando viene la parte complicada.
—No siento tranquilidad en mi corazón.—admito.
— ¿A qué te refieres? —pregunta. Toma la jarra con jugo de naranja y se sirve otro vaso.
—A la tranquilidad que se debe sentir, cuando tomas la decisión correcta —carraspeo un poco antes de continuar hablando —. Siento que hay algo dentro de mi, que no está en el lugar donde tiene que estar.
— ¿Y qué piensas que tienes que hacer para alcanzar esa tranquilidad, mi amor?
No respondo por un par de minutos. Juego con mis dedos inquietos y temblorosos sobre mis rodillas.
—No lo sé —respondo finalmente, porque es más sencillo. Porque un "no sé" puedo implicarlo todo y nada a la vez.
—Me parece que si lo sabes, pero no quieres admitirlo. —levanta una de sus manos, acariciando mi cabello con ternura —. Tampoco necesito que me lo digas, solo quiero que lo pienses y te lo respondas vos.
Por favor, pásenme la suscripción para el curso ''Leerle la mente a Margot'' porque de verdad, lo hacen mejor que yo.
«¡Dramática!»
Después de cenar, me quedo en la casa de mamá. Sé que necesito tiempo para procesar todo lo que me ha dicho; y sinceramente, no quería hacerlo sola en casa.
Estoy recostada en la cama, en la habitación de huéspedes, sin poder conciliar el sueño.
Mi cabeza da vueltas y la respuesta a lo que debo hacer me persigue.
"Supongo que tampoco pude evitarlo. Te amo Mags, estoy enamorado de vos"
Lo extraño.
Lo extraño tanto que me duele el alma.
Y no debería sentirme así respecto a él si estoy saliendo con alguien más.
No soy estúpida. Aunque la mayor parte del tiempo es más fácil pasar por estúpida que aceptar que si sé lo que tengo que hacer. Porque, de otra forma ¿Cómo justificar el saberlo y todavía no haberlo hecho? La cuestión es que tal vez no sé cómo.
«O, tal vez, simplemente tienes miedo.»
¿Por qué no puedo olvidarlo? Todo sería más sencillo.
Mi teléfono comienza a vibrar a mi lado. Pero... ¿Quién será? Son las dos de la mañana.
Suspiro cuando leo el nombre de mi Brisko amigo en el identificador de llamadas.
—Pero mira... sí está vivo el pibe —mi tono es irónico al contestar el teléfono. Andrés y yo hemos estado distanciados las últimas semanas.
Algo está sucediendo con él, pero por más que he intentado indagar me corta el tema de manera tajante. Y cuando si hablamos, mantenemos conversaciones superficiales.
—Lo siento —responde en tono arrepentido, puedo escuchar un suspiro del otro lado de la línea —. Es que... pasaron un par de cosas y ha sido un infierno intentar resolverlas. No sabía cómo contártelas Maggie...y...
—Andrés —lo interrumpo —¿Qué pasó?
—Es que me da vergüenza...
«¡Ay! Pero si hay chismesito.»
—Andrés, me dices o te cuelgo.
—Paraaaa... —pide, casi rogando —. Bien, bien, te digo.
Lo único que se escucha durante unos tres minutos es su respiración pesada así cómo también un par de balbuceos.
—Adiós Andrés... —me despido, decepcionada.
Estoy por colgar cuando escucho su voz gritar algo que no comprendo. Vuelvo a colocar el teléfono en mi oreja.
— ¿Qué dijiste?
— ¿Recordás mi viaje a Las Vegas el mes pasado? ¿El que hice por la despedida de soltero de mi amigo? —pregunta trastabillando entre las palabras.
—Sí...
—Bueno, pues resulta que... ah, bueno, algo gracioso pasó.
—¿Qué tan gracioso?
—Bueno, me casé.
A la mierda.
— ¿Qué?
«Ave María purísima, y yo que pensaba que vos eras el caso.»
«A este sí lo perdimos.»
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top