Capítulo #2: ''Por favor''

10 de marzo del 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 7 de 365.

—No estoy muy convencida de esto —dejo caer el teléfono a mi lado en el sillón. Patricia, que está en la cocina, se asoma por la puerta para verme con cara de "tenés que estar de broma".

—No me mires así. ¿Y si resulto emparejada con un asesino serial? —pregunto con preocupación, y ella suelta una carcajada.

—Me parece que te estás viendo demasiado "Mentes Criminales" —responde, todavía riéndose. Sus rulos caen a la altura de sus hombros; alta y morena, mi mejor amiga se une al club de "las mujeres más hermosas del mundo". A su lado, yo parezco una de esas versiones baratas de Barbie. —Déjate de joder tanto, Maggie. Estás tratando de librarte de algo en donde vos misma te metiste. No es el fin del mundo registrarse en Brisko.

Suspiro, supongo que tiene razón.

—No tengo buenas fotos, Pat —respondo con sinceridad —. Sé que digo que puede ser que termine con un asesino, que, ojo, puede ser que así sea, pero en realidad no es eso lo que más me preocupa.

—¿Qué sería entonces lo que te preocupa? —Patricia se acerca y se sienta a mi lado en el sillón. Ya no quedan rastros de su risa anterior.

—Y si... ¿no tengo likes? ¿Si nadie quiere conocerme? Nunca hice nada de esto antes.... —cuestiono, con voz temblorosa — me pasé la vida tan enamorada de Manuel que nunca me detuve a pensar cómo otros hombres me veían... ¿Qué pasa si en realidad no me veían en absoluto?

Nunca me consideré particularmente hermosa, especialmente cuando era una adolescente con muchísimo sobrepeso. Siempre se me ha dificultado hacer amigos, y en aquel entonces, Manuel—que era el único que tenía — ni siquiera quería que los demás lo supieran.

Cuando cumplí veintidós años, me propuse cambiar mi vida. No fue fácil; los primeros meses ni podía correr una cuadra sin sentir que me moría. Pero lo hice, un paso a la vez, hasta pude caminar dos, y luego tres, volviéndose parte de mi nueva rutina. Ahora, a pesar de que perdí algunos kilos, todavía está ese lado de mí que saca a relucir aquella niña insegura.

Patricia sonríe con tristeza, sus ojos miel parecen querer atravesarme. Como si buscara, en algún lugar, la mejor forma para hacer que sus palabras me lleguen.

Se inclina un poco en mi dirección, colocando una mano en mi espalda, dejando una leve caricia. Su tacto suave reconforta un poco el incipiente ataque de pánico en mi interior, relajándome un poco. 

—A veces quisiera que te vieras como yo te veo, como las personas que te amamos te vemos. Sos hermosa, por dentro y por fuera, siempre los has sido. Nunca en mi vida conocí a alguien con un corazón tan grande.

Se me cristalizan los ojos. Quiero contestar, pero antes de poder hacerlo, agrega: —Tenés que aprender no solo a verlo, sino a creerlo, porque si no lo creés vos, nadie más lo hará.

¿De dónde me ha salido esta chica tan filosófica?

«Creo que dijo que viene de "Tierra del Fuego". Ya sabes, la provincia del Sur.»

No era tan literal la pregunta.

Me dejo caer sobre ella, pasando mis brazos alrededor de sus hombros, estrujándola con fuerza.

Porque no sé que sería esta vida sin ella. 

—Te quiero muchísimo —«ahí viene la llorona» —. Agradezco de verdad todos los días por haber respondido a ese anuncio de trabajo. No sé qué sería de mí sin ti.

Y en verdad lo es. Patricia y yo nos conocimos un par de años atrás cuando, después de haber batallado durante meses intentando conseguir trabajo, había respondido a un aviso en donde buscaban moza de salón en un restaurante judío ortodoxo.

Sí, leyeron bien.

Fui a esa entrevista rogándoles a todos los dioses, porque ni sabía nada de servir mesas y tampoco sabía nada de judíos. Patricia es la encargada de dicho restaurante y algo vio en mí. Probablemente haya sido desesperación y le dio pena, pero sea lo que sea, gracias a eso decidieron darme una oportunidad y dos años después, aquí estamos.

Con piernas temblorosas trabajé durante semanas largos turnos de ocho horas, haciendo un curso intensivo: desde tipos de vajilla y los momentos en que se utilizan. Inclusive aprendí a hacer malabares con las bandejas pesadas.

Y yo que pensé estudiar adivinación al graduarme del secundario; debí haber ido por las artes escénicas.

Este, bueno... el punto es que sigo sin ser la mejor moza del mundo, pero he aprendido mucho.

Una alarma suena en su teléfono, haciendo que se rompa el abrazo. Son las tres de la tarde; nuestro turno comienza en una hora.

—Tenemos que irnos, Maggie. Si no, llegaremos tarde —se limpia las lágrimas que no pudo evitar derramar—. Y sobre lo otro —continúa refiriéndose al asunto Brisko—, no tenés que sentirte presionada al respecto. Si te emparejan con alguien, no tienes que necesariamente salir con esa persona....solo date una oportunidad.

Se levanta del sillón y va al baño a cambiarse. Suelto un bufido mientras me dejo caer de costado sobre el sillón, mi cabeza apoyándose del antebrazo derecho. Tomo mi teléfono y le doy "confirmar" a mi perfil. Uff, hay unos chicos que no están para nada mal. Doy algunos likes. Después de todo, el que no arriesga no gana. Y yo quisiera ganar para variar. 





—¡Con las buenas tardes! —Francisco hace su entrada triunfal. Observo el reloj en la pared; son las cinco, llega una hora tarde. Esto va a ser divertido.

—Buenas noches, diría yo más bien —Patricia está parada a mi lado, ambas manos en las caderas, matándolo con la mirada—. Sabés que el horario de entrada es a las cuatro, Fran.

Mi compañero pelinegro y ojos marrones sonríe malicioso:

—Vamos, Pat —ruega acercándose a ella—, hubo corte en la avenida 9 de Julio y el colectivo se desvió.

El restaurante está ubicado en el límite entre Alto Palermo y Recoleta. Francisco tiene un largo viaje desde Lomas de Zamora, probablemente una hora y media con el tráfico habitual. Siempre hay cortes por manifestaciones o festivales en el centro, algo nada conveniente.

Sin embargo, el llegar tarde es algo que es bastante habitual en Francisco, especialmente en el día después de nuestro descanso.

—Qué conveniente que pase todas las semanas el día después del franco.

¿Ven? se los dije.

—No sé qué querés que diga —responde él y le da un beso en la mejilla.

Patricia suspira y niega con la cabeza. Se está rindiendo; él la está convenciendo con sus encantos.

—Bien —responde finalmente—, por hoy lo dejo pasar, pero te toca a vos la bacha.

Francisco frunce el ceño y por un momento se ve como si quisiera protestar, pero observa la expresión en la cara de Patricia y toma una decisión inteligente por una vez en su vida y se limita a asentir.

Hay cierta tensión en el ambiente, de esas que se pueden cortar con una tijera. Carraspeo, haciendo que la guerra de miradas entre los dos termine y pasen a verme a mí.

—¿Qué les parece si nos ponemos a trabajar? —pregunto—. Tenemos seis reservas para las seis de la tarde.

—Bueno... —empieza a hablar Patricia—. Margot, hoy necesito que te encargues del salón de adelante y Francisco del de atrás.

—¿Por qué Maggie adelante? —inquiere él—. Hoy le toca a Camila estar en caja.

Camila, otra de nuestras compañeras cuyo horario comienza un poco más tarde que el nuestro.

—Cami está enferma —responde Patricia —, me envió el justificativo por mensaje—, así que no vendrá hoy. Vamos a tener que arreglárnoslas los tres.

Me acerco al mesón, donde está el cuaderno con las reservas, y está a reventar.

—Estamos a reventar, Pat —Francisco se me adelanta—. Los tres solos no vamos a poder con todo el trabajo. Necesitamos a alguien más. Habría que llamar a algún eventual.

—Ya lo intenté —responde ella, mientras se frota la sien—. Están todos ocupados.

—¿Qué hay de Manuel? ¿No puede venir hoy?

Un escalofrío me recorre el cuerpo, y de repente siento ganas de vomitar. La mirada de Patricia se dirige por milésimas de segundos hacia mí y luego hacia Francisco.

—Sabés que no le gusta venir los fines de semana.

—Lo hace si sabe que hay buena propina.

Bien, supongo que esta es otra de las cosas que debería haber explicado y la definición más exacta de cómo, a pesar de que intentes con todas tus fuerzas escapar de algo, siempre hallará la manera de encontrarte.

Cuando conseguí el trabajo en el restaurante hace dos años, estaban buscando también personal eventual para cubrir los días más ocupados o las ausencias del personal fijo. Fue entonces cuando sugerí a Manuel, aunque en realidad él no necesitaba el dinero porque aún dependía de la ayuda de sus padres. Pero, tanto ellos como yo queríamos que tomara un poco de responsabilidad. Desde entonces, viene a ayudar un par de veces a la semana.

Ahora, desde que lo bloqueé, he estado evitándolo. Intentando que mis días libres coincidan con los días en los que él viene así no tengo que verlo. Ha funcionado a la perfección, hasta bueno, este momento. Me siento muy mal porque sé que Patricia ha omitido por completo llamarlo a Manuel por causa mía, porque cuánto me afectaría verle. Sé que lo necesitamos.

«Que se joda Maggie, ustedes pueden solos.»

—¿Margot? —me llama Francisco, haciendo que vuelva a la realidad.

—¿Ah? —exclamo, no habiendo escuchado nada de lo que dijo.

—¿No podés llamarle y preguntarle si puede venir? De seguro a vos te escucha.

«Y dale con el pibe, que no y punto.»

Me ruborizo con facilidad. Mucha, de hecho. Siento el calor subir por mis mejllas, mientras que con manos temblorosas intento enfocar mi atención en el cuaderno de reservas frente a mí, aunque sin leer en verdad nada en particular. Antes de que pueda responder, Patricia lo hace por mí:

—He dicho que no, fin del asunto.

Francisco frunce el ceño, pero no insiste. Dejo escapar una bocanada de aire que no sabía que había estado conteniendo, y en lo que se va al baño a cambiarse, le agradezco por haberme ayudado.

—Para eso estamos —responde, dedicándome una media sonrisa — Ahora... ¡a trabajar!

Es la una con treinta minutos de la madrugada cuando abro la puerta de mi departamento.

Quiero morir.

«Dramática.»

Me duele hasta el alma, partes de mi cuerpo lloran del dolor. Nos dieron una paliza en el trabajo. Cierro la puerta y camino arrastrando los pies hasta dejarme caer en el sillón.

Observo con orgullo mi pequeño departamento, alquilado y compuesto apenas por dos ambientes, ideal para una persona. Cuando me mudé, las paredes estaban cubiertas de tonos grises y opacos, pero siempre he preferido los colores más vivos, incluso en sus variantes más suaves. Por eso, decidí transformar el espacio. Fui a la tienda y elegí pintura verde manzana y azul cielo. Durante más de una semana, con paciencia y entusiasmo, me dediqué a pintar las paredes. Sonrío al notar las pequeñas marcas en los bordes donde no llegué con la pintura, recordatorios visibles de mi esfuerzo. Aunque mi madre me ofreció ayuda, decidí hacerlo sola; quería que reflejara mi propio carácter y esfuerzo. Perfecto o no, lo hice yo.

Debo quedarme en esa posición más tiempo del que pienso, porque empiezo a cerrar los ojos, el sueño me vence. El sillón es cómodo, podría fácilmente rendirme al... Espera... ¿eso que suena es el timbre?

«Si no es alguno de los de Morat, no me interesa.»

Me incorporo de un salto en el sillón, alarmada. ¿Quién puede estar llamando a estas horas?

—¿Hola? —se escucha una voz ronca del otro lado de la puerta.

Para qué esperar a Brisko. Seguro que ahora mismo me matará algún asesino serial que entró en mi edificio.

¿Cómo conoce el código para entrar?

«Yo que pensaba que había visto suficientes películas de suspenso para entender que eso es lo que menos importa.»

Cierto.

«No hables Maggie, que piense que no hay nadie.»

Se escuchan otros dos golpes en la puerta.

Voy a morir.

—Margot —la puta madre, el asesino conoce mi nombre, de seguro algún acosador —soy yo, Manuel.

Qué.

Por qué, por qué, por qué.

Entiendo por qué pudo entrar; es una de las pocas personas que conocen el código. Me siento como si me hubieran dado un golpe en la cabeza. Aturdida. Muy aturdida.


Esto es todavía peor, hubiese podido lidiar mejor con el asesino.

¿Y ahora qué hago?

«Mándalo a comer mierda y vete a dormir.»

Saco mi teléfono de mi mochila y marco el número de Patricia.

«Todo siempre lo complica.»

Uno, dos tonos.

Contesta, por favor, contesta.

—¿Pasó algo Maggie? —su voz adormilada del otro lado del teléfono, de seguro la desperté.

«Nada del otro mundo, solo está acá, al borde del infarto. Todo normal.»

—Manuel está aquí —contesto sin ningún tapujo —está tocando el timbre y quiere que lo deje entrar, no sé qué hacer.

Hay silencio durante un par de segundos.

—Enviarlo a la con... —carraspea —perdón, a la mierda, estaría bárbaro. Luego vete a dormir. —responde finalmente en un bostezo.

«Te lo dije.»

El timbre suena de nuevo.

Maldita sea ¿Por qué no se rinde?

—Sigue tocando Pat... ¿y si le abro? Solo esta vez, solo para decirle que no quiero hablarle –mi voz suena como un ruego, como si quisiera que ella estuviese de acuerdo conmigo.

La escucho suspirar del otro lado del teléfono.

—Este es precisamente el tipo de cosas que no tenés que permitirte, Margot: que él sienta que estás a su disposición todo el tiempo, que estés siempre que él quiera.

Sé que tiene razón. ¿Cómo no tenerla? Si esta es la razón principal por la que empecé todo esto, para distanciarme de su toxicidad, de mis sentimientos ya no sanos hacia él.

—No voy a decirte qué hacer, —el tono de Patricia es bajo y resignado— creo que ya en este punto vos más que nadie sabés qué es correcto y qué no... Debo ir a dormir, es tarde.

—Pat... —me interrumpe.

—Cuídate, no dejés que se siga aprovechando de ese corazón tan grande que tenés.

Cuelga la llamada.

«Tiene razón Maggie y lo sabes.»

¿Nunca han sentido ganas de golpear a su voz interior? Si alguna vez les pasó y saben cómo lograrlo, avísenme, porque la mía me tiene hasta la madre.

Más golpes en la puerta.

—Mag...s..., —su voz del otro lado de la puerta, borracho seguro— . Sé que estás ahí, por favor abre... te necesito.

¿Manuel González acaba de decir ''por favor''? Mi corazón se estruja.

«No seas débil.»

«Que se joda.»

¿Entonces por qué mis pasos se dirigen a la puerta de entrada y no a mi habitación?

«La que te parió Maggie, no abras la puerta.»

«Manuel será un boludo pero vos una completa pelotuda.»

Lo sé.

En lo que abro la puerta, su cuerpo cae con fuerza contra el piso, ha estado sentado en el piso recostado en la puerta.

—¿Qué mierdas haces Manuel? —exclamo, mientras me dejo caer en el piso a su lado.

Está todo sudado y su cabello largo le cubre el rostro, levanto un mechón de su pelo para poder ver su rostro: —¿Estás bien? —pregunto ahora en un tono de voz más bajo.

—Shh –responde, como intentado hacerme callar —. Estoy durmiendo Mags.

Esto ya tiene que ser una broma de mal gusto.

¿Es en serio?

«No sé qué te sorprende.»

—Lo sé boludo, en el piso de mi departamento.

¿Está roncando?

Dejo escapar una suspiro, mientras paso ambas manos por mis ojos cansados. Con pesadez, me levanto, empujándolo lo suficiente para poder cerrar la puerta.  

Debí haberle hecho caso a Patricia.

«O a tu voz interior.»

Lo observo y maldigo al sentir mi corazón latir desbocado. No importa cuánto tiempo pase, y todo lo que pude haber pensado avanzar estos últimos días. Todo se va a la mierda cuando lo veo y me siento como la quinceañera que soñaba con besarle.

Que sueña con besarle.

«Pon distancia Maggie.»

Distancia, sí, distancia.

Un paso a la vez. Ahora lo que tengo que resolver es cómo levantarlo del piso y llevarlo hasta el sillón.

—Manuel... —lo llamo zarandeándolo hasta que abre los ojos y me mira —. Necesito que me ayudes a levantarte, yo sola no puedo.

—¡Mags! —exclama —¿Qué hacés en mi casa?

Dios mío, dame paciencia.

—Estás vos en mi casa, Manuel. Son las dos de la mañana y tengo sueño, así que si podés ayudarme a levantarte y hacer esto más sencillo para ambos, te lo agradecería.

Asiente, pero no estoy muy segura de que tanto de lo que le dije haya entendido. Sin embargo, cuando intento levantarlo me ayuda apoyándose en mí y con esfuerzo caminamos hasta el sillón donde lo siento.

—¿Por qué me bloqueaste, Mags? —pregunta de repente. Lo ignoro. —Al principio pensé que estabas enojada porque... te fallé en tu cumpleaños, pero ya pasó una semana... ¡una semana! ¿Sabés? ¿Cuánto más vas a seguir con esto...? Ni te vi en el laburo tampoco...


«Interesante ¿no? Lo que implica dejar de ser el centro de atención de alguien.»


—Eso no importa ahora —murmuro mientras le quito los zapatos y luego el pantalón, dejándole solo con la remera y el bóxer —. Además, cualquier cosa que te diga no la vas a recordar en la mañana.

Coloco su ropa en el piso al lado del sillón.

—Tenés razón —responde acostándose en el sillón.

Niego con la cabeza ¿Por qué nada puede ser sencillo con él?

Me dirijo rápidamente a mi habitación en busca de una almohada y una frazada. De paso, recojo el tacho de basura del baño por si lo necesita.

Pongo el tacho a su lado y la almohada debajo de su cabeza. Luego, lo cubro con la frazada.

Cuidándolo en sus borracheras, como tantas veces en el pasado.

«¿No estás cansada Maggie? ¿De ser siempre esta especie de refugio al que vuelve cuando ya no tiene nada mejor que hacer?»

No creo que sea así. Al menos no completamente.

«¿Tampoco estás cansada de mentirte a ti misma?»

De repente siento muchas ganas de llorar.

—Siempre... siempre vos, Mags. Cuidándome. Y yo... nada. Soy un boludo. Perdón. No sé... Perdón...

Ahí está otra vez, ese por favor.

—Mañana Manu, mañana.

Me dirijo a la entrada y apago la luz. Hay unos segundos de silencio, pienso que se ha quedado dormido.

—En el bolsillo de mi pantalón —comenta adormilado —, hay una bolsa con caramelos morados.

Mi corazón late a mil por segundo, camino hasta donde está su pantalón y suspiro cuando saco la bolsa con los caramelos.

—Gracias —logro articular y ronquidos son mi respuesta.

Ay Manuel González, quererte como te quiero es mi perdición.

Me meto un caramelo en la boca y luego voy al baño a darme una ducha. Morat se repreocude en aleatorio en mi teléfono dejando salir la tensión del día a través de mi voz retumbando en las paredes del baño.

Mi concierto personal se ve interrumpido ante una notificación. Cerrando la ducha, y envolviéndome en la toalla, lo tomo. 

De Brisko.

''Tenés un nuevo match''

Andrés Iacobelli.

Bueno, por lo menos no tiene pinta de asesino serial.

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