Capítulo #18: ''Mariposas''
3 de octubre de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 214 de 365.
Es tan fácil perderse en los recuerdos, ¿no es cierto?
Por ejemplo, recuerdo la primera vez que las sentí. Vinieron de golpe, tan abruptamente, que al principio no logré comprender qué eran. La bandada revoloteaba con fuerza, y fue como si un cosquilleo me recorriera entera, en el momento en que sus ojos azules hicieron contacto con los míos.
En ese entonces, éramos muy chicos, apenas unos niños.
Tenía trece años, y Manuel, doce. Estábamos en su casa, un miércoles por la tarde. Acabábamos de ver, creo, la segunda parte de 'Toy Story'. Habíamos estado riendo durante horas por lo que acabábamos de ver, tanto que hasta nos costaba respirar.
Me dejé caer hacia atrás en la cama, intentando normalizar mi respiración. Manuel, siguiéndome, hizo lo mismo.
Pasamos un par de minutos en silencio, hasta que logramos respirar con normalidad nuevamente.
— Sos mi mejor amiga, Mags —habló de repente, sobresaltándome un poco.
— Y tú eres el mío —respondí en voz baja, dándome cuenta de que era cierto. Manuel no era solo mi mejor amigo, sino también el único amigo real que había tenido en mi vida.
Se volteó; una sonrisa cubría todo su rostro.
Y fue entonces. Sentí un revuelo en el estómago, como si estuviera enferma. Tal vez los pochoclos estaban en mal estado.
— Hagamos un pacto —propuso en voz baja, levanté una ceja.
— ¿Qué tipo de pacto?
— No importa lo que pase, siempre seremos amigos —dijo con esa sonrisa compradora—. Siempre estaremos en la vida del otro —acercó su mano a la mía, con el dedo meñique en alto, esperando que cruzara el mío con el suyo —. ¿Tenemos un trato?
Sonreí, sintiendo ese extraño cosquilleo recorrer todo mi cuerpo, y, con la mirada fija en la suya, unimos nuestros meñiques, sellando nuestro acuerdo: — Trato hecho.
Esa misma tarde, en casa, le comenté a mi mamá que creía que algo me había caído mal de lo que había comido.
—¿Tienes dolor o acidez? —preguntó con el ceño fruncido, preocupada.
—No... —respondí— no tenía ningún tipo de dolor. De hecho, desde que salí de la casa de Manuel, no había vuelto a sentir nada parecido. — Fue solo por un momento, temprano, cuando Manuel y yo terminamos de ver la película.
—¿Y cómo se sintió?
—Era extraño, sentí como un cosquilleo que me recorría todo el cuerpo —me levanté del sillón en donde estaba sentada y puse mis manos sobre mi panza— y luego como si algo volase acá dentro, como si diese vueltas muy rápido.
—Ya veo... —había respondido mi mamá, pero luego hizo silencio, su mirada estaba un tanto perdida, como aquel que está meditando algo.
—¿Pasa algo? —pregunté cuando vi cómo una lágrima caía a la altura de sus mejillas. Me acerqué hacia ella—. Mamá, ¿por qué estás triste?
—No estoy triste, mi amor —se levantó también del sillón y acarició mi cabello con ternura—, es más bien nostalgia.
—¿Por qué?
—Es solo que estás creciendo muy rápido.
Arqueé una ceja, confundida, no entendía lo que estaba pasando.
—No entiendo, mamá.
—Mariposas —se limitó a responder.
—¿Qué?
—A eso se le llama ese "malestar" —hizo comillas en el aire al decir "malestar"—, se le llama mariposas.
—Sigo sin entender.
—Está bien, mi vida —me sonrió—, no tienes que entenderlo ahora, lo entenderás a medida que crezcas.
Abrió sus brazos y, atrayéndome hacia ella, me abrazó.
Y yo no entendía ni media mierda.
No al menos en ese entonces. Creo que me tomó un par de años comprenderlo. Fue más o menos cuando cumplí quince años que finalmente las palabras de mi madre cobraron sentido. Porque ese "malestar" no desaparecía, era una especie de constante en mi vida, que estaba ahí cada vez que lo veía, cuando Manuel y yo pasábamos tiempo juntos.
Mariposas. Las sentía (y siento) porque me gustaba Manuel, porque lo quiero, porque de alguna manera, en mi inocencia, me había enamorado de él.
Con el tiempo aprendí a convivir con ellas, sabiendo plenamente lo que eran. Aunque a veces funcionaban como un recordatorio de lo que deseaba pero no podía tener: que Manuel sintiera lo mismo, que cada vez que nos encontráramos, esas mariposas revolotearan con tanta fuerza en su panza como lo hacían en la mía.
No lo voy a negar. Busqué ese sentimiento con otras personas. A medida que crecí, tuve varias experiencias; inclusive, me había dejado llevar por cierta labia y terminado perdiendo mi virginidad a los veintiún años en un hotel de mala muerte, intentando sentirme tan llena como me sentía cuando solo pasaba un rato con él. Pero nada de eso pasó. Es más, fue todo lo opuesto, terminé sintiéndome muy vacía.
Más aún cuando quien había hecho posible lo que pensé sería la mejor noche de mi vida (en este punto ni siquiera importa mencionar su nombre) se levantó, se vistió, me dio algo de dinero para pagar la habitación y se fue sin que tuviera tiempo de procesarlo.
Había llorado a mares por un rato, hasta que finalmente tomé fuerza de algún lado, me vestí y agarré mi celular. No podía llamar a mi mamá, estaba enferma y eran las tres de la madrugada. No debía estresarla con eso.
Así que lo llamé a él. Le expliqué la situación y le pedí si podía venir por mí. No lo dudó ni un segundo.
Cuarenta minutos después, bajó del auto que le había prestado su padre y vino hacia mí casi corriendo, con una expresión preocupada.
Maldije en silencio cuando la familiar bandada de mariposas me envolvió al cruzar mi mirada con la suya. Sin decir una palabra, me atrajo hacia él en un abrazo que renovó mi calidez interior y me devolvió la tranquilidad. Me sentí segura de nuevo.
—¿Vamos a casa? —había preguntado, reprimiendo las lágrimas. Besó mi frente.
—Vamos a casa, Mags —respondió. Pasó un brazo por mis hombros y caminamos hacia el auto.
Las mariposas en mi panza le pertenecen a Manuel, siempre ha sido así.
Se preguntarán entonces qué mierda hice. Yo también me lo pregunto.
Manuel se marchó hace un par de semanas y no ha pasado un día, una hora, si quiera un minuto desde que eso pasó en la que no lo haya extrañado. En donde no he querido levantar el teléfono y decirle que cometí un error, que estar con él es todo lo que yo quiero.
Pero no puedo dejar que cunda el pánico. Tengo que ser más fuerte que todo esto.
Tengo que recordarme el por qué lo hice. Porque lo hice por mí, por lo que me prometí.
Porque quedan cinco meses exactos para mi cumpleaños, y sé que antes de lanzarme de lleno en una relación con alguien más, tengo que hacer mucho trabajo conmigo misma.
Debo aprender a amarme y respetar mis decisiones por más que al final no terminen siendo las correctas.
«¡Eso Maggie!»
O al menos eso es lo que trato de recordarme mientras camino tres cuadras hasta el gimnasio, y si, habrán adivinado, me refiero al gimnasio de que es dueño Santiago.
«Eaaaa, el buenote.»
Si, ese mismo. Ya se te extrañaba.
«No quería molestar mientras estabas en tu momento retrospectivo allá arriba, me dio cosita.»
Gracias, supongo.
Bueno, volviendo al tema. Santiago y yo no nos hemos visto en aproximadamente un mes y medio, desde que todo el asunto de Manuel evitara que me quedara ciega y luego declarara su amor profundo por mí pasara.
Ya saben, ese pequeño asunto.
«Nada del otro mundo.»
Exacto.
«Cof cof cof»
La cuestión es que obviamente el que cortásemos comunicación ha sido por cuestiones mías, él había estado llamando y escribiendo las últimas semanas hasta que le pedí que me diese un tiempo, que habían estado pasando varias cosas en mi vida y necesitaba espacio.
Cosa que Santiago había entendido y estaba muy agradecida. Hace un par de días fui yo quien lo volvió a contactar, pero no ha tenido nada que ver con que quisiese volver a la relación que solíamos tener.
«Claro, seguro.»
¡Juro que no es por eso! Después de la partida de Manuel entendí que también necesito tomarme un tiempo para mí, comprendí que es verdad que un clavo no saca a otro clavo y que si hay algo que tenga que pasar con alguien más va a pasar por las razones correctas, porque yo así lo quiera porque se trata de esa persona.
Pero pensando en todo este plan de ''Renovar a Maggie'' y dejar de lado mis miedos e inseguridades, lo que toma posesión de mi mente primeramente es mi cuerpo, que siempre ha sido el centro de todas ellas.
Es verdad que con los años he perdido mucho peso, sin embargo, sigo sin sentirme completamente cómoda.
Y supongo que cuando hay algo que no te hace sentir cómoda lo más lógico o razonable es hacer algo para cambiarlo ¿no? No necesariamente por lo que otros fuesen a decir (aunque ese también fue un problema para mí por un tiempo) sino por mí misma. Para eso, lo mejor que puedo hacer es inscribirme en un gimnasio.
Me aterra la idea de ir y tener que inscribirme en uno por mi cuenta. Entonces recordé a la única persona que conozco que está involucrado de lleno en ese mundo, especificando que necesitaba su ayuda por estas razones, aclarando que no le escribía para que volviéramos hacer ''compañeros del ñiqui ñiqui''
«Todavía»
A pesar de eso, dudo un poco antes de entrar, llevo parada en la puerta un par de minutos considerando todas mis opciones, hasta que finalmente tomo el coraje necesario para entrar.
El gimnasio, está lleno de gente ejercitándose en diferentes máquinas. La paredes están pintadas de colores brillantes tales como el amarillo o el verde y, los aires acondicionados están en modo 'humedad', por lo que la temperatura es perfecta para el ejercicio, ni demasiado fría ni demasiado calurosa; capturando la frescura de principios de primavera.
Es cuando lo veo, en el fondo del gimnasio, al otro lado de un mostrador de madera reluciente. Santiago organiza cuidadosamente algunas toallas sobre estanterías ordenadas.
El corazón me late con violencia contra el pecho, mientras me acerco a él. Me da la espalda, por lo que todavía no me ha visto. ¿Estoy haciendo lo correcto?
«No es momento para arrepentirse ahora Maggie. Vos puedes.»
Cuando estoy a un par de pasos, me detengo. Ahora está agachado frente al mueble posicionando en fila unas botellas de agua. Pierdo el aliento.
—Hola, Santiago —se detiene en el acto; su mano queda congelada sobre la última botella que acaba de colocar. Lo siento suspirar y se incorpora con una lentitud que se me hace insoportable. Luego, voltea a verme.
—Hola, linda —saluda. Mi corazón da un vuelco al escuchar el apodo que siempre ha tenido para mí.
—¿Así que este es tu gimnasio? —pregunto, sintiendo el calor crecer en mis mejillas. Desvío mi mirada de la suya y observo a mi alrededor: en verdad, se trata de un gimnasio de muy alta categoría.
—Lo es —responde, con orgullo. Vuelvo a verle y noto que su mirada nunca me ha dejado. Sigue observándome con cierta intensidad, pero no una que llegue a ser molesta, sino más bien como aquella que logra encender algunas partes de mí: —Te ves bien, Margot.
«¡Ay Dios, papi bello!»
Tengo que concentrarme, esta no fue la razón por la que vine.
«¿Entonces por qué estás más roja que un tomate?»
Mierda.
—Vos tampoco estás tan mal —respondo con la voz entrecortada, titubeando.
Se ríe.
—No te pongas nerviosa —se acerca a mí y pone una mano en mi hombro—. Ya te lo dije antes, no va a pasar nada que vos no querás, te respeto.
«Mi vida.»
—No estoy segura de poder volver a lo mismo.
—No pasa nada, volver a lo antiguo siempre es aburrido —se levanta del piso y se sacude un poco el short— . Me gusta pensar que podemos crear algo nuevo.
Mis pensamientos se desviaron al montón de cosas que tal vez podemos crear juntos...
«Maggie, enfócate, no vayas ahí. Vienes a entrenar.»
Vengo a entrenar.
—Como ayudarme a entrenar.
—Como ayudarte a entrenar, Maggie.
Un par de horas más tarde estoy sobre esa máquina, la que es una especie de escalera y te da la ilusión de ir subiendo. No me juzguen por no saber el nombre; en este momento estoy tratando de que el aire me llegue todavía a los pulmones.
—Voy a morir.
—No, no vas a morir —deja leves caricias en mi espalda— un par de pisos más y terminamos por hoy.
Un par de pasos más, Maggie, vamos, tú puedes.
«Recuerda que esto lo estás haciendo por vos, eres fuerte, vos puedes.»
—Yo puedo —repito en voz alta, pero siento que cantan los ángeles cuando el marcador indica que he llegado a mi meta.
Sonrío mientras Santiago apaga la máquina, orgullosa de mí misma.
Pude. Miro a mi alrededor, y aunque esperaba que hubiese un montón de ojos sobre mí, no hay ninguno. Creo que, de todas las cosas, esa es la que mayor peso ha tenido con los años, la que más me ha convencido para mantenerme alejada de los gimnasios.
El ser el centro de atención, que es lo que más detesto, aún más si las razones para esto no eran positivas. Tenía miedo de que, como mi cuerpo luce todo menos como el prototipo de persona que entrena y se ve fit, fuese a ser juzgada en el momento en que fuese a entrar a uno, como aquello que uno ve en novelas, series o películas. Pero no fue así; al contrario, cada quien está centrado en lo suyo, y tengo que admitir que, pese a que me da vergüenza (a lo mejor) muchas de las cosas de las que he privado a lo largo de la vida, han sido simplemente por ideas o creencias que estaban solo en mi cabeza, que intenté convencerme que eran reales, pero en realidad no.
Tal vez lo que en realidad me hace falta es tener un poco más de confianza en mí misma.
«Trabajar en tu amor propio.»
Estoy tan emocionada que me bajo de golpe de la máquina sin contar con el hecho de que apenas puedo sentir mis piernas, cayendo de bruces contra el piso. Santiago se ríe y me ayuda a levantarme.
Sus brazos rodean mi cintura mientras intento mantener el equilibrio.
—Cuidado, campeona, que todavía no estás lista para la maratón —comenta entre risas, haciéndome reír también.
Mis ojos se desvían a sus labios y los de él a los míos. Ay, no solamente va a besarme, si no que yo quiero que lo haga.
Por eso cuando finalmente lo hace, no opongo ninguna resistencia.
«¿Qué pasó con el 'tomarte un tiempo' para vos?.»
¿Vos lo viste?
«Tenés razón»
No hay mariposas, pero si una conexión que es capaz de traspasarnos cada vez que nos tocamos. Nos entendemos, de eso no queda duda.
Dejo que sus labios jueguen con los míos, perdiéndome en lo excitante que se siente su compañía. No, no estoy buscando nada serio.
Pero, tal vez no estaría mal ver a dónde me lleva.
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