Capítulo #17: ''El sobre pensar de Maggie''
13 de septiembre del 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 196 de 365.
Las últimas semanas han sido perfectas. He estado viviendo bajo un hermoso sueño, del que no sé cómo, y tampoco quiero, despertar. Es como si todo aquello que siempre quise, que siempre esperé, finalmente hubiese encontrado su camino hasta mi vida.
Es ahí donde radica la cuestión. Estamos, como he dicho, dentro de una fantasía.
Dentro de un sueño.
Y tarde o temprano, por más que lo intentes con todas tus fuerzas, que te alejes lo más posible de la orilla, vas a tener que abrir los ojos.
Siento que he empezado a abrirlos, un poco. Tal vez están a medias.
Amo la sensación de calma que me trae dormir entre sus brazos, el nerviosismo que recorre mi cuerpo cada vez que toma mi mano, la bandada de mariposas que amenaza con salir de mi panza cada vez que me besa.
Cuando estamos juntos, los dos solos, es como si no pudiese existir nada más.
Pero luego estoy sola, y hago lo que Maggie sabe hacer mejor. ¿Y qué sería eso? ¡Bingo! Adivinaron, sobrepensar absolutamente todo.
Sin embargo, he mantenido esos pensamientos que están empujándome a despertar para mí, intentando enviarlos fuera de mi mente, de mi sistema, como si se tratara de alguna especie de enfermedad. Pero por más que intente espantarlos, siguen volviendo.
Se acumulan dentro de mí hasta un punto en donde siento que voy a estallar de un momento a otro. Como pasa el día de hoy, cuando finalmente se los expreso en voz alta a mi mejor amiga.
—Entonces, supongo... —suspiro— que siento como si fuese a despertar del sueño en algún momento, como si me estuviese empujando a estrellarme a propósito en la realidad.
—¿Y eso qué significa? —Patricia pregunta. Estamos en su departamento, en lo que será la habitación de la bebé, ayudándola a armar la cuna.
Son alrededor de las diez de la mañana.
—No lo sé —respondo mientras me siento en el piso alrededor de un montón de piezas que no tengo ni puta idea de cómo armar, abriendo el pequeño manual de instrucciones como si fuese de alguna manera a iluminarme.
Dato curioso sobre mí: la construcción no es uno de mis fuertes.
—Me parece que sí lo sabés —responde.
La miro, otra vez con alguna de sus charlas motivacionales en las que, según ella, tengo que darme cuenta de lo que es obvio.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, dejando el manual de lado para verla fijamente. Mi amiga suspira y se sienta con cuidado en la silla mecedora.
—No es una ciencia muy complicada, Maggie —carraspea—. Me parece que no estás segura de si estar con Manuel es lo que querés.
Siento como una especie de empujón a la realidad. Abro y cierro la boca varias veces, pero de ella no sale ningún tipo de sonido.
—Yo...
—No porque no lo quieras, ojo... —añade—. Estás perdidamente enamorada del pibe, pero te estás cuestionando ahora si eso es todo lo que hace falta para estar en una relación.
¿Cómo es que siempre parece conocerme mejor de lo que yo me conozco?
—Es difícil de explicar —respondo, frustrada—. Cuando estoy con él, todo parece encajar perfectamente, pero siempre hay un momento en el que siento que algo falta, algo que aún no he logrado descifrar.
—¿Y no es para eso que te estás dando a vos misma este año?
Cómo odio cuando tiene razón.
—Pues sí... pero...
—Tenés que ir de acuerdo a lo que sentís, Maggie, a tu instinto, no ir en contra de las señales. ¿Recordás cuando te dije que te debías a ti misma probar las cosas con Manuel a ver qué tal? —Asiento—. Bueno, ahí tenés tu respuesta.
Nos quedamos en silencio durante algunos minutos. Patricia se sienta en la silla mecedora (que obviamente ninguna de las dos armó) y yo peleo con un par de tornillos que parecen ir a ningún lado.
—No quiero perderlo —me sorprendo admitiendo.
—Esto no se trata de perderle o no, Maggie, sino que con todo y lo cliché que suena, te encuentres a vos misma.
—Pero...
—Y si Manuel realmente te quiere, si realmente te ama como dice que lo hace —me mira con ternura—, esperará lo que tenga que esperar.
Asiento. De repente siento una especie de nudo en la panza.
—Solo no quiero tomar una decisión apresurada por miedo. Tengo miedo de estropearlo todo.
La siento suspirar.
—Manuel está por irse de vuelta al entrenamiento, ¿no? —Vuelvo a asentir viéndola—. Bueno, perfecto, pasar un tiempo separados es la mejor manera de poder hacer lo que necesites hacer sin tener distracciones, porque mientras lo tengas cerca, ambas sabemos que vas a flaquear.
La ansiedad me inunda. Por más que sé que tiene razón, el que Manuel esté por irse de nuevo por tres meses no es precisamente motivo de mi alegría. No quiero que se vaya.
—Tenés razón.
—Siempre la tengo.
Le enseño mi hermoso dedo del medio, haciéndole soltar una carcajada.
—Entonces... —pregunto carraspeando en un intento de cambiar de tema— ¿qué tan segura estás de que Margot Junior necesitará una cuna?
Patricia me mira y el desastre de piezas que hay a nuestro alrededor, y suelta una carcajada.
—Me parece que necesitamos ayuda —admite y yo asiento—. ¡Francisco! —grita.
—¡Voy! —responde el pelinegro desde la cocina.
15 de septiembre de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 198 de 365.
Sus manos recorren mi cuerpo con una delicadeza extrema, como si cualquier movimiento equivocado pudiera romperme. Deseo con toda mi alma poder apagar mi cerebro, dejar de pensar y simplemente sentir. Sentir libremente todo el amor que tengo por él.
—Estás perdida en tus pensamientos otra vez —susurra en mi oído—. A veces quisiera saber qué pasa por esa hermosa cabecita tuya.
«Créeme, es un martirio, no quieres saber. Sálvate.»
—Nada importante —respondo, aunque ambos sabemos que es mentira.
Estamos en mi habitación, acostados en la cama. Manuel vino con la excusa de ver películas, pero me besó y luego yo a él, desencadenando una serie de maravillosos besos que pronto derivaron en otra cosa.
«El ñiqui ñiqui.»
—¿Tan mal estuvo? —pregunta, besando mi cuello suavemente. Dejo escapar un par de suspiros.
¿Mal? Se me ocurren un montón de palabras que podrían definir lo que acaba de pasar entre nosotros. Pero no malo.
¿Cómo lo sería? Mi cuerpo clama por otra ronda, mi mente y mi alma desean su compañía.No ha sido malo en absoluto.
Y es precisamente ahí donde radica el problema: desearía que hubiera sido malo, que algo no hubiera encajado. Como que hubiese tenido mal aliento o que al besarle no hubiese sentido nada.
Haría de todo esto que me pasa, algo más sencillo. Podría explicar con facilidad el por qué me estoy sintiendo como me siento.
Como si hubiese algo que no terminase de cuadrar.
—¿Mal...? —respondo, observando sus hermosos ojos azules. Él enarca una ceja—. No lo definiría como malo.
Lo siento tensarse un poco, como me gusta molestarlo.
—¿Y cómo lo definirías? —pregunta, acercándose más a mis labios. Mi corazón late desbocado, como siempre cuando estoy con él.
—En lugar de explicártelo... ¿por qué no te lo muestro? —digo coqueta, guiando su mano hacia mi intimidad, como lo hice la primera vez que estuvimos juntos. Jadeo al sentir su tacto—. ¿Te parece que esta es la reacción ante algo que ha sido malo?
—No lo sé —responde juguetón, mientras que con ligeros movimientos circulares comienza a acariciar la zona —no termino de convencerme.
Gimo sobre sus labios. Acerco una mano hacia su miembro erecto, masajeándolo. Un par de minutos más tarde mis movimientos se han vuelto más rápidos, al igual que los suyos.
—Mierda —jadea, perdiendo lo que le queda de control. En un impulso, la distancia entre nuestros labios desaparece.
Basta decir que eso nos lleva a otra ronda del (como diría yo, la loca de Maggie) ñiqui ñiqui.
Un par de horas después, nos levantamos, nos bañamos (por separado, no sean mal pensados) y nos vestimos. Comemos una pizza que pedimos por la aplicación mientras mi cabeza sigue dando vueltas.
Estar con Manuel es sencillo, real. Cuando conoces tanto alguien anticipar sus reacciones es como leerle la mente. Sabemos lo bueno, lo malo y lo intermedio. Él sabe que no me gustan las gomitas ácidas y siempre compra dos bolsas en el cine: una dulce para mí y una ácida para él. Yo sé que las visitas al médico lo ponen nervioso y siempre estoy a su lado, tomándole la mano.
¿Cuál es entonces mi problema?
Las palabras de Patricia resuenan mi mente, como flashes de lo que sé que es verdad pero no quiero aceptar. Tal vez es cierto, que amar no es lo único que hace falta.
Amarlo es lo único que he conocido. Me enamoré de él a los trece años y ese amor ha crecido y evolucionado con el tiempo, pero siempre ha estado ahí. No conozco lo que es sentir mariposas por nadie más, y esa idea me asusta. Muchísimo.
Estoy loca, ¿cierto?
«Lo estás, pero en esto... realmente (y por más sorprendente que sea) pareces tener un buen punto.»
Además, está el hecho de que no puedo expresar mis sentimientos en voz alta. Las palabras se me atascan.
¿Qué pasa si eso tiene que ver con esto?
¿Qué pasa si... me permito sentir por alguien más?
Un nudo se forma en la boca de mi estómago, mi cuerpo me dice que no tenemos por qué, que no queremos lastimarlo.
Porque lo quiero, mucho, y probablemente lo querré el resto de mi vida. Pero quizás me deba a mí misma experimentar otras cosas antes de decidir.
Para eso era este año para empezar. Para encontrarme a mi misma más allá de él y de lo que siempre hemos sido.
Tengo que darle crédito a Manuel; me prometió que llevaríamos esto un día a la vez y ha sido paciente. Por eso me siento peor por lo que pasa por mi cabeza.
No me malentiendan. La idea de separarme de él me duele mucho y no me arrepiento de nada de lo que ha sucedido entre nosotros. Pero no puedo evitar pensar que todo ha sido según sus términos, aunque no sea a propósito: él es el que ha decidido cuando irse y cuando volver. Lo he amado toda la vida y aún así tiene el descaro de declararse primero ¡Eso no es justo!
«Dios mío, alguien que le traiga un ibuprofeno a esta mujer, lo que le va a doler la cabeza después de pensar tanto.»
¿Y lo que yo quiero?
Tal vez me deba a mí misma terminar el año para averiguarlo.
Pero... ¿y si eso significa no verle más?
«Si realmente te quiere como dice, entonces esperará lo que tenga que esperar, así como vos esperaste por él.»
Cierto... pero ¿y si no?
Todo esto se me dificulta muchísimo cuando lo tengo así de cerca, mirándome con esos hermosos ojos azules que tiene, y lo único que quiero es besarlo.
La puta madre.
¿No me estaré complicando demasiado? Podría permitir sentir y olvidar todos mis planes para este año. Pero no se siente correcto dejar de lado lo que me propuse. Porque la Maggie de marzo, la que quería todo eso, sigue presente dentro de mí. Tanto como también la Maggie que ama a Manuel.
No encuentro cómo ponerlas en balance.
Antes, que Manuel llegase a quererme era parte de mis sueños e imaginación. Ahora que parece ser real, adoro el sueño hecho realidad, pero no es suficiente. Necesito resolver este freno interior, porque hasta que no lo haga no voy a hacer feliz no importa dónde o quién esté.
—Mags —me llama—, no le des tantas vueltas. ¿Podés decirme qué pensás?
Me conoce muy bien.
—No estoy segura de cómo —respondo temerosa.
—Creo que sí lo sabes —suspira.
¿Por qué todos parecen saberlo menos yo?
«Vos también lo sabes, lo que pasa es que te niegas a decirlo en voz alta.»
—Creo que me debo a mí misma terminar el año —suelto de golpe, haciendo que Manuel deje el pedazo de pizza que está por llevarse a la boca nuevamente sobre el plato.
Una de las tantas conversaciones que mantuvimos las últimas semanas, fue precisamente esa: el plan que he hecho para mí misma este año. No quería mentirle, pero obviamente ignoré ciertos detalles, como el sexo de ensueño que estuve manteniendo con Santiago. Supuse que esa parte debía guardármela para mí.
Su mirada se pierde en algún punto de la cocina, tiene los brazos cruzados y parece no saber qué decir.
Ay Dios, ¿y si lo rompí?
—Manu... —empiezo, pero sus palabras me detienen.
—Para entender qué es lo que necesitás, lo que querés.
Lo entiende y ni siquiera he tenido que explicárselo. Asiento mientras lágrimas cubren mis ojos. Y hay una batalla reflejada en los suyos.
—Haz lo que necesites hacer, Mags —me anima—. Quiero que hagas lo que te haga sentir bien.
Dios mío, siempre ha sido un idiota. ¿Por qué no puede ser un idiota en este momento y ponerme las cosas fáciles? Pues no, ahora resulta que es comprensivo y tierno, y yo me quiero morir.
Me levanto de mi asiento y me acerco a él. Me interpongo entre sus brazos cruzados y rodeo su cintura con los míos, abrazándolo fuerte.
Por unos segundos, se queda estático, pero luego sus brazos me rodean, atrayéndome hacia él, hacia su calor. Entiendo entonces que Manuel no quiere soltarme, pero lo hará porque ha comprendido (tal vez por primera vez en su vida) que a veces las cosas no resultan como uno desea.
Me aferro a él, sin querer soltarlo tampoco.
Pasamos varios minutos abrazados en silencio, roto solo por mis sollozos. Siempre he sido llorona por naturaleza.
—Estoy por irme tres meses —comenta en voz baja, casi inaudible—. Mañana tengo que ir al centro y partimos el diecinueve.
Un escalofrío recorre mi cuerpo.
—Lo sé.
Es como si de repente algo me poseyera; quizá el hecho de que estamos poniendo una pausa a algo que nunca comenzó del todo, o tal vez porque sigo amándolo con toda el alma. Sin pensarlo, acerco mis labios a los suyos, mezclando el sabor de mis lágrimas con la dulzura de su contacto en un beso suave.
—¿Y eso? —pregunta con cariño cuando me separo. Sus ojos azules tienen ese brillo especial, ese que ahora tiene cuando me mira y que se ha convertido en una de mis cosas favoritas de ver.
Levanta su mano y con cuidado seca las lágrimas de mi rostro.
—No pude evitarlo —respondo con la voz quebrada—. Te quiero. Significas mucho para mí.
Sonríe, pero no es la hermosa sonrisa de las últimas dos semanas; esta está impregnada de tristeza, como la de alguien que sabe que va a extrañar algo mucho. Acaricia mi mejilla y suspira, para luego besarme también.
—¿Y eso? —pregunto al igual que él.
—Supongo que tampoco pude evitarlo. Te amo, Mags. Estoy enamorado de vos.
Siento los pelos de mi piel erizarse.
¿Estoy haciendo lo correcto?
«A este capítulo deberíamos llamarlo "el sobrepensamiento de Maggie: haciéndoles leer nueve páginas al pedo".»
La duda persiste, pero la escondo en alguna parte de mi cabeza. Porque sé que, aunque duela, aunque cueste... este es un camino que tengo que recorrer.
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