Capítulo #16: ''Feliz cumpleaños''
15 de diciembre de 2016. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Es el día de la fiesta de graduación de Manuel.
Si, aunque no lo crean logró graduarse.
Difícil de creer, lo sé, pero hay que darle crédito al pobre chico de vez en cuando.
«Mucho de eso gracias a tu ayuda, y a las noches de desvelo estudiando con él.»
Sin embargo, fue él el que presentó los exámenes. Así que felicitaciones Eustacio, te lo mereces.
«¡Vamos Eustacio!»
Por las fechas estarán atando cabos, han pasado unos meses desde que Manuel finalmente hizo pública nuestra amistad.
«Después de que te le enfrentaste borracha.»
Detalles.
La cuestión es que desde entonces él ha hecho un esfuerzo muy grande por involucrarme en todas por así decirlas ''actividades sociales''. He asistido a varias fiestas, compartido tiempo con sus amigos y la sorpresa más grande de todas, me invitó a su baile de graduación.
Supongo que de todas, esta última es la que todavía no termino de creerme.
Estaba tan acostumbrada a nuestra amistad secreta, que es extraño cuando ahora sus amistades (las no tan hijas de puta) pasan a mi lado y me saludan.
Con la mamá de Manuel, escogimos un vestido precioso color verde (como mi favorito) , del que estoy completamente enamorada.
Como no fui a mi fiesta de graduación, me da mucha ilusión el que haya ido a buscarme hasta mi casa con un ramo de flores. Además de que llevamos bailando toda la noche, frente a los ojos de todos ¿Pueden creerlo?
Pero no se preocupen, no me engaño. Sé que de los dos, he sido y siempre seré la única enamorada.
Es solo que esta noche se siente como el cuento de hadas con el que siempre soñé, un sueño tan hermoso que desearía no tener que despertar nunca.
Aunque sé que voy a tener que hacerlo.
La cosa con este tipo de sueños, es que sabes que no pueden ser otra cosa más que eso. Manuel nunca va a quererme de la misma manera en que yo le quiero. Tengo que aceptarlo.
Pero, parafraseando una frase popular: hay cosas que son más sencillas decirlas que hacerlas.
Así que ahí estoy.
Camino tambaleándome hasta la mesa más cercana, desplomándome sobre una de las sillas. Mi maldita suerte pesa como una piedra sobre mis hombros; no puedo hacer nada por mi cara hecha mierda, por más que pasando mi mano por la misma, intento limpiarla. Principalmente porque no puedo parar de llorar, haciendo de la acción anterior algo contraproducente.
¿Por qué dejo que esto me afecte de esta manera?
Imágenes de lo que acabo de presenciar se imponen en mi mente, por más que quiera evitarlas. Como si fuese un bucle, tengo que revivirlo una y otra vez.
Sé que él me vio. Lo sé por la expresión de su rostro, como la de un pibe al ser descubierto haciendo algo indebido. Y sé que ella también se percató de mi presencia; nerviosa, parecía querer buscar un lugar donde esconderse.
Se separaron abruptamente, respirando agitados de lo que parecía haber sido una intensa sesión de besos.
Mis mejillas se enrojecieron y las lágrimas comenzaron a caer sin que me diera cuenta.
La rabia hierve en mi interior, como una pava a punto de estallar.
Pero... ¿realmente merezco sentirla?
La rabia es suplantada por la tristeza cuando pienso en que no saben cómo me siento. ¿Cómo podrían? Entonces, ¿por qué lo que quiero es gritarles por lo que considero una injusta situación?
Me retiré abruptamente, encerrándome en la primera habitación que encontré. No podía lidiar con tener que hablarle en ese momento.
Todavía no puedo.
La habitación da vueltas. Todo se mueve. El pecho me aprieta como si tuviera una piedra encima. Es un ataque de pánico, seguro. Mi visión está nublada, todo lo que puedo escuchar es mi propio palpitar. Las manos me tiemblan. Mi vestido verde, arruinado, mojado con mis mocos. Estoy cansada de esperar y desear.
Soy patética. Lo sé. No hace falta que me lo recuerden.
¿Por qué termino siempre sintiéndome de esta manera? No es justo. Aunque yo solita me he metido en esto.
Nadie lo buscó por mí, ni me obligó. Fue una decisión propia, una que iba en contra de todas las advertencias de mi intuición.
Lo supe desde el principio.
«Te pedí que no te enamoraras.»
Lo sé. Sé que no supe escuchar.
Supongo que pensé que, si me quedaba a su lado, si seguía siendo su amiga, algún día él llegaría a sentir lo mismo.
«Así que acá estamos, tantos años después. ¿Piensas que valió la pena?»
Yo...
Tocan a la puerta. Mi corazón se acelera. Sé que es él.
Pero no quiero hablar.
Quiero quedarme encerrada en la habitación, sentada en la silla y llorar.
Simplemente eso, llorar.
¿Es mucho pedir?
«Ni que fuese una telenovela, Maggie.»
Los golpes se hacen más insistentes.
Quizás desaparezca si simplemente lo ignoro.
«Yo no contaría con eso.»
—Mags —le oigo llamarme en un tono de voz bajo desde el otro lado de la puerta y tengo que morderme la lengua para no maldecir—. Sé que estás ahí, el conserje me dijo que te vio entrar —continúa—. Por favor, déjame entrar.
No respondo. Me levanto de la silla y comienzo a dar vueltas alrededor de la habitación, dándole la espalda a la puerta. Coloco ambas manos en mi cabeza.
Me llama de nuevo, esta vez su tono es un poco más elevado. Siento una punzada en el corazón. Suena desesperado, inclusive... ¿triste?
—¡Vete! —me sorprendo diciendo en el mismo tono que él empleó.
—No me iré —responde de inmediato—. Necesito entender qué acaba de pasar, por qué actuaste así.
Mi corazón se detiene un momento. No es justo para él. No es su culpa.
—Estoy bien, Manu —respondo, carraspeando un poco para aclarar la garganta—. Es solo que sabes cómo me afectan las multitudes. Tuve un pequeño ataque de pánico —termino en un intento de sonar normal.
Ni siquiera yo creo mis palabras.
Sé que él tampoco. Me conoce muy bien.
«Quizás demasiado.»
—Déjame entrar, Margot —insiste, usando mi nombre de pila—. Estoy aquí parado, hablando contigo a través de una puerta, tratando de entender una situación aun cuando tanto vos como yo sabemos que esto no tiene sentido. Actuás como si fueses algo más que solo mi amiga.
Auch. Eso duele.
Duele porque él lo cree.
Duele porque estoy perdidamente enamorada de él.
Y duele porque es cierto: Manuel no me debe explicación alguna, porque no somos nada y jamás lo hemos sido.
Entonces... ¿Por qué estoy acá sentada llorando como si estuviese dentro de una telenovela? Sé cuál es la verdad, siempre supe en lo que me estaba metiendo.
Y no soy una niña, con esconderme no ganaré nada.
Me levanto de la silla y respiro hondo un par de veces, regularizando mis respiración. Camino con paso seguro hasta la puerta y antes de abrirla seco un par de lágrimas que quedan en mi rostro. No puedo hacer otra más que enfrentarlo.
Al abrirla sus hermosos ojos azules me miran con preocupación:
—Mags, lo siento —dice Manuel, con una voz que suena más como un susurro torpe—. No quería que te sintieras así. Miriam... necesitaba hablar conmigo, y no sabía cómo decirle que no. Sabés lo mucho que ella me gusta.
Otro pinchazo en el corazón.
Pero no pasa nada, no es nada a lo que no esté acostumbrado.
—Lo sé —respiro hondo y le dedico una sonrisa — ¿Volvemos a la fiesta? —le extiendo mi mano.
— ¿Seguro está todo bien? —asiento.
—Sí, solo fue un momento de molestia —le digo con una sonrisa forzada, intentando ocultar el nudo en mi garganta. —Estaba algo dolida, pero hasta yo me di cuenta que estaba actuando como estúpida.
—No sos estúpida, Mags ...jamás lo sos.—dice Manuel con una mezcla de confusión y preocupación—. Ven, vamos a bailar —me invita, jalando de mi mano —. Tenés los mejores pasos, de todas formas —bromea, mientras caminamos.
Ya en la pista de baile, no se despega de mi lado. Y bailamos el resto de la noche.
27 de agosto del 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 177 de 365.
Bajamos del taxi y sus brazos me guían hasta la entrada de donde sea que estemos.
—Vamos, un par de pasos más y llegaremos al ascensor —me anima.
—Eso espero, porque ya no aguanto más la venda en los ojos —lo escucho reír.
—Solo un poco más, te prometo que valdrá la pena.
Caminamos unos pasos más hasta que siento como subimos en el ascensor, marca algún piso que no sé diferenciar y subimos.
Un par de minutos más tarde bajamos del mismo.
Me lleva con cuidado a través de un largo pasillo, algo complicado para mí que vivo en el piso debido a mi torpeza, y más aún con los ojos vendados.
Lo siento sacar unas llaves y abrir una puerta. Entramos, y la puerta se cierra tras nosotros con un leve 'click'.
—Bien Mags —susurra en mi oído, haciendo que se me ericen los pelos de la piel —. Ya podés sacarte la venda.
Suspiro mientras intento sacarme la venda sin que se me caiga la bolsa con la torta. Manuel debe notar mi dificultad, porque aparta mis manos y retira la venda él mismo.
Tardo alrededor de un minuto en volver a acostumbrarme a la luz. Lo primero que reconozco, es el sillón de tres puestos color caoba frente a mí.
No estamos en ningún lugar elegante, de hecho, no estamos en ningún sitio público. Este, es el dos ambientes de Manuel en Recoleta; su departamento alquilado.
Aunque ahora, probablemente de no ser por el sillón, no lo habría reconocido.
Coloco la bolsa sobre una pequeña mesa en la entrada y observo a mi alrededor. El living está decorado con luces de colores y dibujos de árboles y flores en las paredes. Estrellas brillantes cuelgan del techo, proyectando sombras danzantes, dando la ilusión de estar dentro de un bosque encantado. Es cuando lo entiendo, el por qué me ha hecho usar el vestido verde: quiere revivir la noche de su graduación.
Morat suena de fondo.
A mi derecha, veo una mesa con comida. Tortas fritas y ¿arepas? , creo. La escena es encantadora. Pero, no es sino hasta que mi vista capta algo en particular entre las decoraciones, que pierdo el aliento.
Fotos. Un montón de ellas. Colgadas alrededor del todo el living en conjunto con las decoraciones.
Fotos de nosotros, de nuestra historia juntos.
Trece años de historia en fotos. Pero... ¿De dónde?
Y como si pudiese leerme el pensamiento, habla a mis espaldas: —Nuestras madres me ayudaron a recopilar la mayoría de ellas.
Ah, mi madre la traidora.
«Ya ni en las madres se puede confiar.»
Recorro el living mientras las contemplo, perdida en los recuerdos.
Suelto una carcajada cuando mi mirada se dirige una foto tomada hace unas diez Navidades, tendríamos unos quince y dieciséis: decidimos que debíamos ser ''expertos culinarios'' por unos videos que habíamos visto en YouVideos e hicimos galletas de Navidad, obviamente terminamos quemándolas todas, y llenos de harina hasta en el pelo. Había sido un día muy divertido.
—¿Te gusta? —pregunta mientras se acerca a mí, no me pasa desapercibido el nerviosismo en su voz.
—¿Qué es todo esto? —la pregunta sale en voz baja, casi como un susurro.
Manuel suspira y me mira, claramente nervioso.
— Te fallé este año en tu cumpleaños, pensé entonces ... ¿por qué no hacer el mío dedicado a vos?
«Ay, cosita linda.»
Pum, pum, pum. Qué manera tan loca de latir tiene mi corazón.
— ¿Recordás ese día? —señala otra foto, estamos acostados en su cama en la casa de sus padres, con una bolsa de doritos en la mano. Éramos tan chicos, unos doce y trece años: —Fue el primer miércoles que hicimos noche de películas.
Lo recuerdo.
—Vimos la primera parte de Encantada, porque no podía creer que no la habías visto.
Sonríe.
—Después de eso nunca vi las manzanas acarameladas del Barrio Chino de la misma manera.
Sus brazos rodean mi cintura por atrás y coloca su cabeza en mi hombro, besando mi mejilla:
— ¿Recordás esta otra?
Al lado de esa, hay otra foto que reconozco al instante. Está un poco arrugada por el tiempo, estamos los dos en el patio en casa de sus padres, sonrientes, cada uno con un pancho en la mano. Es la primera foto que nos tomaron juntos, el día que nos conocimos, en su cumpleaños número doce.
«Trece años exactos hoy»
Como vuela el tiempo ¿no? Crecimos juntos, vivimos un millón de aventuras, travesuras que solo los dos conocemos, secretos guardados hasta la tumba.
Aunque bueno, hay algunos que ya les he confesado a ustedes. Pero, yo sé que ustedes guardarán el secreto también ¿verdad?
«Claro Maggie, claro.»
—Éramos tan chicos —comento mientras paso mis dedos con cuidado sobre ella—. Que diferente era la vida en aquel entonces.
—Esta foto de acá..—susurra Manuel en mi oído, señalando una imagen algo alejada de las demás —. Es una de mis favoritas.
Mis ojos se cristalizan al reconocer el momento en la foto que me señala: yo con el vestido verde, él con esmoquin, mirándonos fijamente. El recuerdo en el que se ha basado la noche de hoy, cuando habíamos bailado en su fiesta de graduación.
—En todo lo que vale recordar en esta vida estás, Mags. Todo siempre vuelve a cómo me siento cuando estoy con vos, a lo feliz que soy a tu lado.
Mis defensas se debilitan. Es que lo quiero tanto, tanto, tanto.
— Manuel...
—Lo siento tanto, Mags —dice Manuel con voz quebrada. Suelta mi cintura y me gira, quedando su rostro a centímetros del mío—. Me pasaré el resto de la vida arrepintiéndome por el dolor que te causé. Nunca podré perdonarme y sé que no puedo cambiar lo que pasó. Pero, me estoy esforzando, quiero ser mejor.
Y así de sencillo, las lágrimas que estaba luchando con todas mis fuerzas por no dejar salir, salen sin destino fijo en una especie de caída libre.
Pero no son lágrimas de tristeza.
Es difícil de explicar; una mezcla de emociones se agita dentro de mí, y por más que intento identificar cada una, no logro descifrar lo que siento.
Una especie de mezcla entre la nostalgia, el perdón, el agradecimiento, y muchísimo amor. Porque no tengo idea de que irá a pasar con Manuel y conmigo...pero, al ver todo esto: permitirme sentir y recordar, cambia todo. Aquella balanza que siempre está en juego, en donde está todo lo bueno y todo lo malo que hemos compartido a través de los años, se va inclinando de lleno a lo bueno, como si fuese el ganador indiscutible de la noche.
Y tal vez por esta noche, voy a permitir que lo sea.
— Gracias —respondo, agachando la cabeza —es muy hermoso.
—Ey...—toma mi cara entre sus manos, acunándola, haciendo que lo mire de nuevo— ...no llores —limpia un par de lágrimas que caen por mis mejillas.
Niego con la cabeza, intentando despreocuparlo.
— No son lágrimas de tristeza —respondo dedicándole una media sonrisa —...es solo que, es mucho que procesar.
Ay, esos ojos azules. Y ese brillo que ahora tienen cuando me miran.
Podría acostumbrarme a ese brillo, si tan solo me lo permitiera.
¿Debería permitírmelo?
—Te amo, Mags —afirma, y mi corazón se derrite. —...te he amado toda mi vida. Solo fui un idiota que no se dio cuenta de ello. Y... no hay verdad más grande que esa.
Ay Manuel, te amo siempre. Ojalá fuese más sencillo creerte.
—Yo...
—No voy a presionarte, quiero que todo avance a tu ritmo, cómo vos quieras que sea.
—Han pasado tantas cosas, no soy la misma persona que era hace seis meses Manuel, mucho menos hace trece años —admito, dejando los miedos salir a la superficie.
Sonríe, recogiendo otra lágrima que se me escapa.
—Qué bueno mi amor, porque yo tampoco lo soy.
''Mi amor...''
Si el corazón late una milésima más rápido me muero, no entiendo cómo ha permanecido tanto tiempo en mi pecho.
«Te dijo 'mi amor'.»
¿Y si me dejo llevar...solo ahora, solo en este momento?
«Por hoy estás perdonada, créeme.»
Ahora cambia la música de fondo. Ya no es Morat, es... ¿Violetta? Cuando era chica, solía amar esa serie y especialmente esta canción. Podemos.
Se separa unos centímetros, y mi oído se adapta al sonido nuevo, suave y melódico. Frunzo el ceño, confundida, mientras el extraño giro de la música me toma por sorpresa. Entonces, con una sonrisa juguetona, extiende una mano hacia mí, haciendo una improvisada reverencia.
— ¿Bailas, Mags? —pregunta con una ligera vibración en su voz, casi como si dudara de mi respuesta.
Dejo escapar un suspiro, perdida en un momento que sigo sin poder creer que sea real.
Asiento. Tomo su mano, y sus dedos se entrelazan con los míos, creando una conexión cálida y firme. Comenzamos a movernos, casi como si supiéramos bailar.
«Casi, la palabra clave»
Mi mirada se pierde en el azul de sus ojos. Quererlo como lo quiero es mi perdición. Siempre lo he sabido.
—Manu...
—Mags... —susurra— ¿Puedo besarte? ¿Está bien?
Y justo en ese instante, las pocas defensas que me quedaban se desvanecen.
Con el corazón en la garganta, asiento sin pensar. Antes de que pueda procesarlo, la distancia entre nosotros se acorta y nuestros labios se encuentran. Una descarga recorre mi cuerpo entero, nos traspasa a los dos.
Mis lágrimas se mezclan con la suavidad de sus labios. Sus dedos acarician mi rostro con suavidad, mientras el beso se alarga, lento y delicado.
Se separa, apenas unos centímetros. El roce de su nariz contra la mía me estremece. Sus ojos me escanean, y ese brillo especial en ellos... me derrite por completo.
—¿Está bien? Si no lo está, me detengo —susurra, y en su mirada hay una contradicción palpable. Sé que se detendría si le pidiera hacerlo, pero también sé que no quiere hacerlo.
—Manuel... —murmuro, igual de suave, casi como si susurrara un deseo. —Bésame, por favor. No pares... solo bésame.
Y no duda ni un segundo. Entonces, sus labios regresan a los míos con más urgencia, y abro mi boca para permitirle el acceso. Él lo acepta con gusto, su lengua juega con la mía, como si de alguna danza se tratara.
Un despertar, una liberación.
Una necesidad.
¿De esto me he estado perdiendo toda mi vida? Dios mío.
Necesito más.
Sus manos se encuentran con mi cintura, apretándome con una firmeza que me hace jadear contra su boca. Mis brazos rodean su cuello, y ahí estamos, aferrados a la presencia del otro, como si el mero pensamiento de separarnos pudiera desquiciarnos.
Nunca imaginé que algo así podría sentirse tan...correcto.
—Ay Mags...—gime contra mis labios, desatando un cosquilleo en partes acostumbradas a estar dormida.
Y aquella leona interior —es que pocas veces dejo salir — parece estar en su mejor puto momento.
De repente, el beso pierde su dulzura y se convierte en algo más urgente. Una llama abrasadora recorre mi pecho se extiende, y hace que mis labios se muevan con mayor desesperación sobre los suyos. Nuestras lenguas ya no sólo bailan, se entrelazan, como si hubiesen encontrado el lugar al que siempre han pertenecido.
Sus manos desciende de mi cintura a mis glúteos, apretándolos. Un gemido involuntario se escapa de mis labios, y él responde empujando sus caderas contra la mías, como si necesitara de ese pequeño roce. Dios sabe que yo lo necesito. Mi cuerpo responde a su cercanía con naturalidad, repitiendo el movimiento varias veces, sintiendo el crecimiento de una palpitante dureza bajo su pantalón.
¿Es así como se siente?
«¿Qué cosa?»
Besar cuando estás enamorado, cuando hay sentimientos reales de por medio.
Me muero de amor por él, no puedo ocultarlo, toda yo me delato.
Nunca experimenté nada similar en mi vida.
Mis piernas tropiezan con el sillón, y caigo sobre él. Manuel se ríe, pero antes de que pueda protestar, se deja caer suavemente sobre mí, y sus labios regresan a los míos.
Veinticinco y veintiséis años, nos conocimos a los doce y trece años. Todo ese tiempo nos tomó, para estar acostados acá en el sillón besándonos como si fuésemos adolescentes. Ya no somos un ''nada antes y nada después'', ahora, pareciera que somos algo en el medio.
No tengo ni puta idea de que es.
Solo sé que quiero seguir besándolo.
«¡Entonces bésalo mujer y deja de pensar tanto!»
Sus movimientos encuentran el interior de mi vestido, el roce de sus dedos sobre mi piel me hace estremecer, cada toque alimentando la llama abrasadora que crece dentro de mí. Levanto mis manos para desabrochar la chaqueta del esmoquin, luchando por concentrarme, tarea difícil debido a la distracción de sus caricias. Al darse cuenta de mis intenciones, me ayuda a retirarla, interrumpiendo momentáneamente el beso. Luego, vuelve a besarme con una urgencia, como si no lo hubiese hecho en mucho tiempo.
Podría morir en este momento.
No sé cuánto tiempo pasamos besándonos, pero a medida que la temperatura en la habitación sube, nuestras prendas empiezan a desaparecer: mis zapatillas, las suyas, sus medias, su pantalón. Finalmente, sus dedos llegan al cierre de mi vestido, pero se detienen. Se separa ligeramente de mí y me mira a los ojos, su expresión llena de indecisión, mientras mi corazón late desbocado, ansioso por más.
—¿Qué pasa?
—Mags, te amo —declara entre jadeos, dejando un beso rápido en mis labios. — No tenemos que hacer esto ahora... puedo esperar lo que sea necesario.
Y yo, si espero más, exploto.
Acerco mi boca a la suya, besándolo sin decoro. Mis labios juegan con los suyos, luego me permito descender a su cuello, repartiendo mi sentir a lugares sensibles. Disfruto de los ligeros sonidos que causan mis caricias.
—Mags... —ruega, separándose, su autocontrol al borde del colapso. Aún puedo sentir su dureza entre mis piernas.
—Manuel, mírame —le digo, y su mirada se clava en la mía. Tomo una de sus manos y la coloco a la altura de mi corazón—. ¿Sentís lo rápido que late? —Asiente, sonrío y llevo esa misma mano hasta mi zona íntima, debajo de mi ropa interior—. ¿Sentís eso también, no? —le pregunto—. Lo mojada que estoy por vos.
Asiente de nuevo, tragando saliva con dificultad.
—Nunca estuve más lista para algo en mi vida, mi amor.
No sé qué le afecta más: si el tocarme allí, mirarme a los ojos, o escucharme llamarlo "mi amor". Pero después de eso, une sus labios con los míos de nuevo, y en lo que parece un suspiro, mi vestido y nuestra ropa interior han desaparecido.
El calor sube hasta mis mejillas al sentir su mirada fija sobre mí. Sus ojos, intensos, se oscurecen por el deseo. Aunque no es la primera vez que me ve desnuda, sí es la primera vez que entiendo el impacto de mi cuerpo en él, que puedo provocarle estos sentimientos y más. Esto me llena de una seguridad embriagadora.
Su atención se detiene en mis senos, y una sonrisa juguetona cruza su rostro. Es como si supiera exactamente cómo desarmarme, y la anticipación me corta el aliento. Luego sucede. Con sus labios, succiona uno de mis pezones, mordiéndolo con suavidad mientras su mano acaricia el otro. Cierro los ojos, entregándome al torbellino de sensaciones. Es como perderme, en él, en nosotros. Hoy. Mañana. Siempre.
—Manu... —gimo al sentir la ola de placer llenándome. Se separa para encontrar nuevamente mis labios, besándome con furor ardiente mientras una de sus manos desciende lentamente por mi muslo, acariciándolo, buscando peligrosamente la entrada de mi intimidad.
Cuando sus dedos rozan mi centro, mi respiración se acelera. Sus movimientos, delicados y rítmicos, exploran mi interior llevándome al límite de la explosión del deseo.
No voy a aguantar mucho más.
—¿Se siente bien? —susurra en mi oído con voz grave, el tono profundo de sus palabras haciéndome estremecer.
—Nunca antes... nada se había sentido así —jadeo. La intensidad del momento me embriaga, y, en un impulso, mis manos buscan su miembro. Lo acaricio suavemente, masajeándolo, y su gemido me llena de una satisfacción que no puedo ocultar.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro. —¿Y eso? —pregunto con un destello juguetón—. ¿Cómo se siente?
—Podría morir —Manuel también jadea, sus movimientos en mi intimidad se hacen más rápidos—, por todo el amor que siento por vos.
Sus palabras detonan ese mismo amor intenso que siento, alcanzando finalmente las estrellas, en un gemido sobre sus labios. Temblores recorren mi cuerpo deliciosamente, mientras mis caderas se arquean, produciendo un choque entre dos zonas que no solo se buscan sino que se necesitan.
—Decime qué querés —ruega sobre mis labios, mientras me recupero del orgasmo; su tono grave provocando que mi corazón se acelere aún más—. Haré lo que sea.
—Te quiero dentro de mí —respondo, sin dudar, y su sonrisa lo dice todo.
—Tus deseos son órdenes —murmura.
Con cuidado, sus dedos me abandonan, y él busca un preservativo. Lo coloca rápidamente, y antes de que pueda procesarlo, siento su miembro en la entrada de mi cavidad.
«Dios mío.»
—¿Lista? —pregunta en una mezcla entre la ternura y el deseo. Asiento, sin poder articular palabras, y él se inclina para besarme al tiempo que entra lentamente en mí. Es poderoso, casi abrumador, pero cada movimiento está lleno de una intensidad que me envuelve.
El living se vuelve un festín de nuestros gemidos, una melodía que parece resonar solo entre nosotros. Su ritmo aumenta, y con cada embestida, me lleva más alto, a un lugar desconocido, al que solo él podría llevarme.
Puede ser el amor, el amor más puro y real, lo que lo hace tan diferente. Lágrimas resbalan por mis mejillas mientras nuestros cuerpos se entrelazan y alcanzamos juntos el clímax.
Y lo sé. Es un recuerdo que me acompañará el resto de la vida.
Un rato más tarde, nos encontramos abrazados en el sillón, desnudos bajo la manta que Manuel trajo para cubrirnos.
Él acaricia mi cabello, y siento que podría quedarme dormida en cualquier momento. Nunca antes me había sentido tan segura como cuando estoy en sus brazos.
De repente, el sonido del reloj de pared en la cocina me hace darme cuenta de que son las nueve de la noche y aún no le he cantado "feliz cumpleaños".
Me separo de la calidez de su cuerpo, sintiendo un vacío momentáneo. Me dirijo hacia donde dejé la bolsa y saco la caja con la torta que preparé para él, sin imaginar cómo terminaríamos esta noche... ya saben, en el "ñiqui ñiqui".
Mi cuerpo se estremece un poco, está haciendo frío.
—¿Qué tienes ahí? —pregunta desde el sillón, observando todos mis movimientos sin disimulo.
Me sonrojo ligeramente.
—Cosas —respondo, mientras saco la torta de la caja y enciendo la velita con el encendedor que traje. Luego me acerco a él, cantando suavemente:
—Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas Manuel Eustacio González, que los cumplas feliz.
Una enorme sonrisa se forma en su rostro al apagar la vela, y yo les juro que me siento dentro de un cuento de hadas, con una felicidad pura que irradia desde lo más profundo de mí.
—¿Chocotorta? —asiento, sentándome a su lado. Manuel observa la torta con ilusión, como si fuera el mejor regalo que ha recibido.
—Gracias, Mags —dice con ternura, y luego me besa en los labios. Uno tras otro, sus besos hacen que la torta pase a un segundo plano, y solo existamos él y yo.
Tres horas más tarde, seguimos abrazados en el sillón, envueltos en nuestra pequeña fantasía.
—¿Quieres comer algo? No has comido nada —me ofrece Manuel, intentando levantarse, pero lo detengo.
—Después —respondo suavemente.
—Mags...
—Un ratito más —pido, acariciando su pecho.
Aunque no puedo ver su rostro, sé que está sonriendo.
—De acuerdo —concede, rodeando mi cuerpo con sus brazos y cubriéndonos mejor con la manta.
—Feliz cumpleaños, Manu.
—El mejor cumpleaños de mi vida, sin lugar a dudas.
Sonrío. Podría ser también el mío. Ahí, desnudos los dos, acostada sobre su pecho, escuchando los latidos de su corazón, nada puede ser más perfecto.
Mi mirada, como al principio de la noche, se dirige a las fotos colgadas alrededor del living, centrándome en una en particular.
—¿Recuerdas ese día? —le pregunto, señalando con mi dedo la foto que ha captado mi atención.
—La primera vez que corrimos juntos.
—Quería matarte ese día.
—Me agradeciste después, si mal no recuerdo.
—Sí, pero no quita que quería matarte por hacerme correr tres kilómetros.
Suelta una carcajada y me besa en la frente.
—Te amo, Mags —admite en un susurro.
Y yo a vos.
Pero por alguna razón, no puedo decirlo en voz alta. Porque, por más que me muero de amor, sigo teniendo mucho miedo.
Entonces hago lo que toda cobarde haría: me levanto de su pecho para encontrarme con sus hermosos ojos azules viéndome fijamente, y acercándome a sus labios, los beso de nuevo.
Diciéndole en ese beso todo lo que por miedo no puedo expresar en voz alta.
Y en menos de dos segundos, el beso es correspondido.
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